Capítulo 7. Infraestructura y paisaje en la Patagonia argentina: hacia una perspectiva histórica centrada en el recurso hídrico
Texte intégral
7. 1. Introducción
1La Patagonia ha sido tradicionalmente caracterizada como último confín, una región en la que la historia es geológica, paleontológica, en definitiva, natural, y en la que las huellas humanas tienen una débil visibilidad. El modo en que ha sido representada está signado por una paradoja: si bien la Patagonia sigue siendo consumida a partir de un conjunto de imágenes y atracciones que la consagran como último reducto de la naturaleza, al mismo tiempo, circulan desde fines del siglo xix un conjunto de asociaciones que la ponderan como fuente de inagotables recursos. En efecto, a lo largo del siglo xx, y promovido por discursos y políticas de claro cuño estatal, la Patagonia fue sede de proyectos y obras energéticas que se cuentan entre las más significativas de la Argentina. De la cuna de la explotación del carbón y del petróleo, la región pasó luego a ser sede de grandes proyectos hidroeléctricos y hoy cuenta con los emprendimientos más importantes en materia de energía eólica. Ello pone en el centro de la escena a la infraestructura y e invita a indagar en el papel que se le ha asignado en las representaciones paisajísticas de la región.
2El presente trabajo pretende trazar un esquema histórico de la relación entre infraestructura y paisaje, focalizando en el recurso hídrico y en cómo este ha sido concebido y utilizado durante el último siglo y medio. La importancia del agua cobra un relieve particular en la Patagonia, territorio cuyas representaciones más habituales han girado en torno a la escasez e incluso falta de ese recurso. Sin aspirar a cubrir todos los temas y casos que semejante esquema histórico debiera incluir, se plantearán aquí cinco diferentes momentos que constituyen en sí mismos una hipótesis de periodización. Una primera época, dominada por la iniciativa privada, dio paso desde la década de 1920 a una creciente participación estatal para cerrar el siglo con una desregulación y privatización generalizadas y con una nueva soberanía sobre dicho recurso por parte de los Estados provinciales. Estos diferentes contextos plantean el desafío de articular los diversos modos de gestión del recurso –que van desde el riego a la generación de electricidad– con las cambiantes representaciones del territorio. Dada la modesta extensión de un trabajo como el presente, la ambición de cubrir ese largo período de estudio obliga a pasar por alto muchos detalles significativos de cada uno de los momentos que pretenden identificarse. Esto es así, no solo en relación con los contextos políticos y económicos que merecerían examinarse con mayor profundidad, sino también con planes y proyectos concretos vinculados con la infraestructura hídrica. Se ha privilegiado aquí la posibilidad de identificar dentro de esquemas de larga duración, diferentes paradigmas a partir de los cuales el recurso hídrico es concebido, utilizado, administrado y, posiblemente, también recreado y celebrado.
3Por último, hacia el final del trabajo, se utilizarán ejemplos de la sección chilena de la Patagonia que puedan contribuir a desnaturalizar el modo en que se piensa a la región desde la Argentina. Tales comparaciones ayudan a poner de relieve las diferencias en las tramas culturales que condicionan los modos en que los territorios son entendidos y representados. Es que, si bien no renunciamos a incluir en esta historia las transformaciones socio-políticas y las físicas del propio territorio, es el paisaje, como representación significativa, el que aparece en el centro de nuestra indagación. Ello problematiza discursos, prácticas e imágenes e invita a identificar los tropos de esa representación, así como los contextos culturales que les imponen ciertas asociaciones.1
4Durante las últimas décadas, las imágenes a partir de las cuales la Patagonia ha tendido a consumirse globalmente retratan generalmente escenas que incluyen glaciares, lagos y picos nevados que corresponden a un área andina de la Patagonia argentina que representa alrededor del 10 % de la superficie de la región. No casualmente, el destino más popular de la Patagonia es el glaciar Perito Moreno, en la provincia de Santa Cruz. Este sitio ha sido listado por la unesco como Patrimonio de la Humanidad y es visitado anualmente por casi medio millón de turistas. Vistas desde fuera de la región y aún del país, las imágenes de glaciares como el Moreno bien pueden ser la base de una percepción de la Patagonia como reserva de agua, en un contexto en el que ha habido una particular preocupación por este recurso.2 Sin embargo, la mayor parte de la región está compuesta por diferentes tipos de tierras áridas y, en el particular contexto argentino, carga con una larga historia de identificación con el desierto, una denominación cuyo uso está justificado más culturalmente que científicamente.
5En una época en que los navíos europeos debían navegar tan al sur para alcanzar el océano Pacifico, un número importante de viajeros recalaron en las costas patagónicas. Entre ellos, podemos señalar al renombrado Charles Darwin quien, a través de sus relatos de viaje, contribuyó a forjar esa duradera asociación de la Patagonia con la figura del desierto. Aparentemente, fue por ese carácter desértico que la Patagonia dejó una impronta tan profunda en su memoria.3
6Tal como ha sido argumentado, los primeros escritores argentinos utilizaron los relatos de estos viajeros como principal fuente de imágenes literarias. Con ellas, sentarían las bases de una suerte de identidad del nuevo país y de sus habitantes (Prieto, 1996, pp. 101-104). Como es sabido, durante este período fundacional, la del desierto se convirtió, a partir de su productividad político-cultural, en una figura fundamental de la representación del paisaje en la Argentina. El dilema planteado por Domingo Faustino Sarmiento entre civilización y barbarie resultaría tan prolífico como ineludible. En términos de su representación, civilización se usó como sinónimo de ciudad, desde la cual el progreso y el civismo eran irradiados. La figura que fue igualada a barbarie fue justamente la de desierto. Naturalmente, en las décadas que siguieron a la publicación del Facundo, la dualidad planteada por Sarmiento tuvo importantes implicancias políticas, pero las que interesarán aquí son en cambio las implicancias culturales. Justamente, en relación con la centralidad del desierto en la historia argentina y con el papel desempeñado en ella por Sarmiento, dos cuestiones merecen ser señaladas. La primera concierne a una dimensión toponímica: Si desierto fue usado por Sarmiento para caracterizar las vastas llanuras pampeanas, cuando ese territorio fue anexado a la Argentina y se convirtió muy pronto en su corazón agrícola, el uso del término fue desplazado hacia el sur para convertirse casi en un sinónimo de la Patagonia.4
7Vinculada con este desplazamiento forzado, la segunda cuestión remite a una transformación social con importantes consecuencias ambientales. La fundación de nuevos núcleos urbanos no fue el único modo en que se entabló la lucha contra el desierto. Empujado por la fantasía de radicar una nueva población blanca en estas dilatadas extensiones, Sarmiento y muchos de sus contemporáneos promovieron la creación de colonias agrícolas donde inmigrantes europeos –entendidos entonces como agentes de civilización– pudieran afincarse y establecer las bases de una sociedad de farmers. La agricultura fue un medio clave para que esta nueva población se asentara sobre un territorio cuya población existente –principalmente gauchos e indígenas– eran funcionalmente caracterizados como nómades.5
8Las colonias fueron claves para que el Estado argentino pudiera apropiarse de estos extensos territorios, no solo en la Pampa sino también en la Patagonia. Si bien esta era una región en la que, entrada ya la década de 1890, no se había consensuado aún con Chile el límite entre ambos países. Evidencias cartográficas demuestran que durante gran parte del siglo xix, la Patagonia era considerada como una entidad aparte, separada de Chile y de la Argentina (véase, por ejemplo, John Arrowsmith –1834–). Es por ello que el Estado argentino apoyó en forma entusiasta a un grupo de galeses interesados en crear la primera colonia agrícola de la región (figura 7. 1). Su fundación en el valle inferior del río Chubut en 1865 da lugar entonces al primer momento de esta historia del agua en clave paisajística.
7. 2. Inmigrantes europeos y colonización agrícola
9Como parte de las políticas de apropiación territorial, las colonias agrícolas fueron un dispositivo central en el norte de la región pampeana donde habían comenzado a crearse desde la década de 1850. Pero la implementación de la misma política en la Patagonia resultó más dificultosa. Como los propios galeses tuvieron oportunidad de comprobar muy pronto, la práctica de la agricultura resultaba imposible sin la provisión constante de riego. A diferencia de la Pampa, donde la cantidad de lluvia anual excede fácilmente los 1000 milímetros, en buena parte de la Patagonia apenas alcanza los 200. Estas severas condiciones permiten comprender que la historia temprana de esta primera colonia patagónica estuviera signada por largos años de prueba y error, ambos ciclos vinculados con la posibilidad de contar con un sistema de riego confiable. Naturalmente, el problema mayor consistía en asegurar un flujo permanente en los canales de irrigación que debían llevar el agua a las diferentes chacras en las que el valle del Chubut había sido dividido.
10De las primeras represas erigidas durante los años iniciales para elevar el nivel del río Chubut lo suficiente como para que el agua ingresara a los canales, es necesario moverse a un segundo y más exitoso período. En este, la estrategia de la represa fue descartada en favor de la ubicación de las tomas de agua río arriba, cerca del fin del denominado Valle Inferior. Ello fue implementado por Edward Jones Williams, un agrimensor llegado del norte de Gales a mediados de la década de 1880, quien reorganizó y planeó la construcción de un sistema de riego más racionalizado y cuyo trazado sacó ventaja de la topografía interna del valle.
11Ya que los canales funcionaban, obviamente, a partir de la gravedad, la consideración de la topografía era clave, no solo la del declive oeste-este que aseguraba el buen funcionamiento de las tomas ubicadas en el extremo occidental del valle, sino también las variaciones topográficas que se producían en el sentido norte-sur, tal como se advierten en una sección transversal del valle dibujada por el colono David Lloyd Jones en su detallado estudio sobre la posibilidad de reestructurar la administración del riego. Esta sección muestra que los canales discurrían por las áreas más altas (en la proximidad del río, a ambos lados de su curso y cerca de las lomas), lo que permitían distribuir el agua mediante canales secundarios y luego zanjas (figura 7. 2). Cuando este tipo de distribución no fue posible, se construyeron ocasionalmente conductos artificiales para el transporte del recurso (figura 7. 3). Basado en este reconocimiento topográfico, los colonos construyeron una red de irrigación de una extensión considerable: a mediados de 1880 alcanzaba los 140 kilómetros pero una década más tarde esa extensión se había duplicado, incrementándose también la capacidad de los canales.
12El desarrollo de la irrigación tuvo importantes implicancias para la organización espacial del valle. La construcción de la red de riego generó conflictos de intereses ya que su trazado, generalmente curvilíneo, interceptaba en múltiples puntos la grilla regular que subdividía las chacras y definía los caminos (figura 7. 4). Estas intersecciones debieron resolverse con una gran cantidad de puentes y no sorprende, por tanto, que estos fueran un tema usual de las vistas que tomaban los fotógrafos locales. No solo los que cruzaban el río Chubut y que por entonces eran considerados como una hazaña técnica de los carpinteros de la colonia, sino también los pequeños puentes que salvaban las brechas abiertas por los canales (figura 7. 5). Fueron esos mismos canales los que proveyeron la fuerza motriz de los primeros molinos harineros, cuyas piedras de moler eran accionadas desde grandes norias. La naturaleza de esta temprana infraestructura muestra que bien avanzado el siglo xix, los galeses de la Patagonia no habían ingresado del todo a la era paleotécnica, marcada, según la definición de Lewis Mumford por la producción basada en la máquina a vapor y el uso de combustibles fósiles (1945, pp. 294-303).6
13Más allá de estas consideraciones técnicas, el desarrollo del riego resulta central para entender el proceso por el que este remoto valle se convirtió en una suerte de oasis agrícola. Semejante transformación trajo consigo un cambio en el modo en que el paisaje era percibido y representado. A medida que nos acercamos al fin del siglo xix, la denominada Colonia Chubut comenzó a ser descrita en términos elogiosos, comparándosela frecuentemente con un jardín, lo que, de algún modo, puso un límite a la difundida generalización por la que la Patagonia devenía en sinónimo de desierto (Williams, 2011, pp. 131-198).
14Un aspecto importante de este experimento agrícola llevado adelante por los colonos galeses es el de la administración del riego. De hecho, resulta difícil ponderar las particularidades de esta experiencia de colonización sin mencionar al sistema de irrigación y sus múltiples implicancias. Después de todo, la lucha por el manejo de este recurso clave resulta insoslayable si se quiere comprender cómo durante el siglo xx el riego fue finalmente desacoplado de una serie de prácticas e instituciones que los galeses habían fundado en la Patagonia. Lo primero que puede señalarse en relación a su historia es que el riego fue iniciado de una manera bastante inorgánica. A lo largo del valle, se formaron sociedades para dar solución a los requerimientos de irrigación de aquellos a quienes se les había asignado una chacra en una zona en particular. Puede decirse que este manejo descentralizado y autogestionado de los asuntos comunitarios era parte de un extendido congregacionalismo que caracterizaba el modo en que surgían las comunidades del protestantismo No-conformista,7 tanto en Gales como en la Patagonia.8 Aunque finalmente todas las sociedades de riego se unificaron en una Compañía Unida de Irrigación (cui), los regantes siguieron adhiriendo a la idea de que eran dueños legítimos tanto de la infraestructura de irrigación como del agua que transportaba. De hecho, cada uno de ellos poseía un número variable de acciones de la compañía. Esta ampliamente aceptada idea de propiedad era un principio fundamental del sistema de riego y lo había sido desde el momento en que se inició su construcción. Sin embargo, hacia la década de 1920, este consenso comenzó a ser puesto en cuestión por aquellos que sostenían que la provisión de agua para cualquier propósito debía ser un servicio público y que, como tal, debía ser administrado por el Estado.9
15Luego de que la crisis económica desatada en 1929 creara las condiciones para un involucramiento más activo del Estado en la economía, el nuevo consenso acerca de la necesidad de contar con un sistema de irrigación administrado estatalmente creció en forma significativa. Ello condujo en 1943 a la nacionalización de la cui, una medida a la que muchos miembros de la compañía se opusieron tenazmente. De hecho, varios de ellos iniciaron acciones legales contra el Estado por lo que creían había sido un acto violatorio de sus derechos de propiedad.
16Como es sabido, 1943 puede considerarse como un punto de inflexión también para la Argentina en su conjunto. Fue entonces que un golpe de Estado permitió a los militares avanzar decididamente sobre el control de recursos estratégicos como el carbón y el petróleo. Esto fue especialmente relevante para la Patagonia, una región que ya entonces era vista como una suerte de reserva nacional de recursos energéticos y minerales, percepción sobre la que se formó un duradero imaginario que hasta el día de hoy condiciona la mirada de los propios argentinos sobre la región.
17Si bien es evidente el cambio de rumbo que se produjo en materia económica a mediados de la década de 1940, es justo señalar que el Estado había buscado regular al sector privado con anterioridad. Las décadas previas muestran un contexto signado por políticas económicas abiertamente liberales que, con algunos cambios, habían estado vigentes desde los inicios de la década de 1880 y habían fortalecido a un sector privado en el que el capital extranjero jugaba un papel preponderante. La historiografía más tradicional ha asociado estas políticas con un largo período de expansión económica y territorial promovida por la construcción de la infraestructura ferroviaria por parte de compañías de origen británico. Para 1910, sin embargo, ya se planteaba desde el Estado la necesidad de regular y también complementar al sector privado, especialmente en áreas y regiones geográficas que no habían atraído la atención de los inversores privados. Este era el caso de la Patagonia, una región que había sido excluida de la red ferroviaria y que, en consecuencia, estaba débilmente conectada con el resto del país.
7. 3. Irrigación y emprendimientos mixtos
18Durante buena parte del siglo xx, la Patagonia ocupó un lugar importante en el cambiante compromiso que el Estado argentino asumió en relación con la organización del territorio. No casualmente encontramos en la Patagonia uno de los primeros ejemplos de complementación entre el Estado y el sector privado. Se trató de una sociedad formada entre el primero y la empresa británica Ferrocarril del Sud, con el objeto de desarrollar un ambicioso proyecto de irrigación que convertiría a los valles de los ríos Negro y Neuquén en el área de mayor producción frutícola del país (Fernández Muñoz, 1996, pp. 35-37). Se trata de un caso que ilustra bien el nuevo rol desempeñado por el Estado hacia comienzos del siglo xx y abre por tanto el segundo momento de nuestra historia.
19La sociedad mencionada pudo formarse a partir de la puesta en vigencia en 1909 de la primera Ley Nacional de Irrigación, que permitió a la empresa ferroviaria no solo monopolizar el mercadeo y la distribución de la producción frutícola sino también convertirse en el contratista exclusivo de las obras de riego. En el contexto patagónico, la escala de dichas obras no tenía precedentes; en especial, el denominado Dique Ballester sobre el río Neuquén, donde fue ubicada la principal toma de agua del sistema. Las fotografías de su construcción ponen en evidencia que este sistema de irrigación sí podía inscribirse ya en la denominada era paleotécnica. A diferencia del valle del Chubut, donde los canales fueron construidos a pico y pala o utilizando las denominadas palas de caballo, en los valles del Negro y el Neuquén se adoptó una construcción mecanizada, incorporándose rieles, máquinas a vapor y otros elementos del repertorio técnico ferroviario (figura 7. 6).
20A comienzos del siglo, el área más densamente poblada de la Argentina coincidía con aquella servida por mayor cantidad de líneas ferroviarias, un panorama en el que la Patagonia aparecía tan despoblada como desconectada del resto del país. Desde su larga gestión al frente del Ministerio de Obras Públicas, Ezequiel Ramos Mexía adoptó una posición crítica respecto de este desbalance en la distribución poblacional y buscó que el Estado se involucrara más activamente en el progreso económico de la región. Ejemplo de ello es la Ley de Fomento de Territorios Nacionales puesta en vigencia en 1909. Esta tuvo como objeto promover el asentamiento y la colonización a partir de la construcción de líneas ferroviarias estatales que, a su vez, brindarían accesibilidad desde el centro del país (Ruffini, 2008, p. 128). Si bien las obras se detuvieron durante la Primera Guerra Mundial, dejando a la red inconclusa, el plan de Ramos Mexía fue un jalón importante en la creciente competencia que el Estado nacional reclamó sobre los destinos del Far South, competencia que se convertiría en obsesión durante las décadas siguientes (figura 7. 7).
7. 4. El agua y su potencial económico
21Ramos Mexía fue también el ideólogo de un relevamiento sin precedentes del norte patagónico que abre aquí el tercer momento de esta historia. Inicialmente, el relevamiento también estuvo vinculado con el ferrocarril. La construcción de una segunda vía férrea que, atravesando las mesetas patagónicas buscaba llegar a los Andes, sufrió un grave contratiempo que tuvo un doble origen. Por un lado, la supuesta falta de agua en varios segmentos de la ruta propuesta y, por otro, la presencia de formaciones rocosas que no habían sido previstas al proyectarse el tendido de las vías. Un estudio detallado de las condiciones del terreno era evidentemente necesario. Para ello, Ramos Mexía contrató a Bailey Willis, un geólogo norteamericano que trabajaba para el United States Geological Survey, a quién encargó la creación de una Comisión de Estudios Hidrológicos. Willis, a su vez, contrató un grupo de diez especialistas norteamericanos que lo asistieron en la realización de la empresa encomendada (Bandieri, 2009, pp. 59-60).
22El agua, entonces, estaba en el centro de la labor encargada a Willis, un hecho que se evidencia en la cartografía producida durante el relevamiento. En una serie de mapas que documentaban la extensión del territorio atravesado por la vía férrea, Willis fue capaz de delinear la topografía y develar la estructura hidrológica de un sector importante del interior patagónico (figura 7. 8). Si se tiene en cuenta el resto de los mapas y un reporte final publicado en 1914, resulta evidente que a medida que el relevamiento progresaba, el área de estudio fue ampliándose. Así, llegó a incluir la más húmeda franja andina, en la que Willis pudo identificar 19 diferentes cuencas hídricas. Pero entonces, además del agua, el relevamiento incluyó también al resto de los recursos, desde los forestales provistos por los tupidos bosques andinos hasta las ricas pasturas de la precordillera. Incluso áreas con potencial turístico fueron identificadas por el geólogo, en lo que se convirtió en uno de los estudios más ambiciosos realizados en la región. De todos modos, el agua fue el foco indiscutible del trabajo, un recurso al que se le dio una importancia que parece haber trascendido los límites del encargo original de Ramos Mejía. Así, se propuso la construcción de represas en, al menos, una docena de los ríos relevados, no solo para controlar sus cursos o para derivar sus aguas con fines de riego, sino también para aprovechar su potencial hidroeléctrico. Fue precisamente en torno a una de las represas propuestas que Willis dio rienda suelta a fantasías más propias de un urbanista que de un geólogo. En el sitio en el que las aguas del lago Nahuel Huapi fluyen hacia el río Limay, él imaginó una ciudad donde el enorme potencial hidroeléctrico podía ser usado para instalar industrias relacionadas con una variada cantidad de recursos que su propio relevamiento había ayudado a cuantificar (figura 7. 9). Este plan incluía una conexión ferroviaria y una especie de zonificación funcional por la que las tierras más próximas a las estribaciones andinas serían dedicadas al turismo.
23Con el tiempo, este conjunto de proyectos relacionados entre sí que Willis llamaba «Proyectos para el gran lago» se convirtieron en una referencia ineludible no solo para quienes desde el Estado se interesaban por el futuro de la Patagonia, como el General José María Sarobe (1935), sino también para quienes comenzaron a aproximarse al estudio de lo urbano desde una perspectiva más amplia, como José Pastor, un arquitecto que ha sido considerado como uno de los iniciadores de la planificación regional en la Argentina (Mazza, 2010, pp. 40-44).
24Es probable que no se trate de una coincidencia que el área elegida por Pastor para poner en práctica por primera vez las nociones y herramientas de la planificación regional haya sido la del lago Nahuel Huapi (Prats y Pastor, 1945) (figura 7. 10). Puede argumentarse que la complejidad de un área como esta planteaba un desafío para planificadores como este arquitecto. El turismo, actividad de creciente importancia en la década de 1940, debía ser articulada no solo con áreas naturales protegidas sino con la ya existente ciudad de San Carlos de Bariloche y con la ciudad industrial que Willis había imaginado tres décadas antes. Pero no era este ejercicio de articulación funcional lo que convertía al Nahuel Huapi en un área atractiva para Pastor, sino la posibilidad de que la selección de su área de intervención quedara justificada desde el punto de vista hídrico. A esta altura, es necesario recordar que para la Panificación Regional, la definición de región –una entidad cuya coherencia interna debía ser tanto descubierta como recreada por los planificadores– dependía fundamentalmente de criterios hidrológicos. En otras palabras, las regiones solían corresponderse sin demasiadas diferencias con las cuencas hídricas. No sorprende entonces que, tal como había hecho Willis, Pastor eligiera al Nahuel Huapi y a su emisario el río Limay como escenario para este primer experimento planificador.10
7. 5. Cuencas y regiones
25Con este nuevo trasfondo de ideas, es posible movernos hacia un cuarto momento que se inicia durante la década de 1950 y se extiende hasta bien entrada la de 1980. Es durante este período que en las prácticas y propuestas concretas de la planificación comienza a verificarse en forma estricta la mencionada correspondencia entre región y cuenca. En otras palabras, se pasa de una escala menor, como la definida por Pastor para el área de Nahuel Huapi, a una mayor en la que la consideración de cuencas enteras obliga a resolver un nuevo tipo de problemas.11 Esto permite entender que durante la década de 1960, la entera cuenca del río Negro, con sus tributarios Neuquén y Limay, comenzara a ser considerada como región y que se lo hiciera asignándole el flamante topónimo mapuche de Comahue.12 En el marco de su creciente legitimidad como unidad y por motivos principalmente prácticos, el dominio geográfico del Comahue terminó ampliándose para incluir al territorio completo de Neuquén y Río Negro. La invención de esta región contribuyó a promover la recurrente fantasía de que estas dos provincias se disolvieran para conformar una única entidad, algo que nunca llegó a materializarse.
26Recapitulando, la historia del surgimiento del Comahue no puede entenderse cabalmente sin tener en consideración el hecho de que la planificación regional se convirtió rápidamente en una virtual ideología que los cuerpos técnicos estatales incorporaron y pusieron en práctica en proyectos concretos. Y aquí es donde las cuencas hídricas ocupan el centro de la escena ya que esos proyectos tuvieron una directa relación con el aprovechamiento hidroeléctrico de los ríos del denominado Comahue. Debe recordarse que durante este período desarrollista existieron en la Argentina fundamentalmente dos áreas donde la conceptualización de región estuvo vinculada con los proyectos de generación de electricidad a partir de la construcción de grandes represas. La primera se corresponde con la cuenca del Plata, en la que proyectos como los de Salto Grande y Yacyretá comenzaron a ser formulados en la década de 1950 (Levinton, 2010, p. 101). La segunda es, precisamente, la que comenzó a identificarse como región del Comahue. En ella, entre 1968 y 1980, se construyeron cinco represas a lo largo del río Limay y cuatro a lo largo del Neuquén, una gigantesca operación territorial conocida generalmente como Chocón-Cerros Colorados (figura 7. 11).
27Si Willis sentó un precedente importante para aquellos que durante el siglo xx se vieron tentados de imaginar nuevas formas de organizar y ocupar el territorio patagónico, para los planificadores e ingenieros de la posguerra nuevos referentes aparecerán en el horizonte. Vinculado también con la creciente gravitación de Estados Unidos, el modelo de intervención territorial indiscutible fue en ese momento el del denominado Tennessee Valley Authority (tva), una operación de escala inusitada que incluyó a toda la cuenca del río Tennessee y que apuntó no solo a la generación de energía hidroeléctrica sino también a la entera redefinición del perfil productivo de una región afectada por problemas socio-económicos de larga data. Lo que primero debe señalarse a la hora de examinar la posible referencialidad del tva, es que como operación territorial constituye un ejemplo no solo del tipo de aproximación organicista que podemos asociar con la planificación regional sino también de una preocupación por los resultados estéticos y visuales de la intervención en el territorio.13 Tal como ha señalado un investigador norteamericano, la operación del tva alumbró un nuevo paradigma tanto para el paisaje como para el conservacionismo: «el tipo de planificación orgánica del tva se valió de la ingeniería de la conservación y la complementó con las formas naturales, convirtiéndose en una referencia para la futura arquitectura del paisaje» (Black, 2000, p. 87) (figura 7. 12).
28Desafortunadamente, las mencionadas represas en el norte patagónico no resisten ningún análisis interesado por la dimensión estético-paisajística de los proyectos hidroeléctricos. Ni en la operación Chocón-Cerros Colorados en su conjunto ni en los proyectos individuales de las represas parece haber sido tomada en cuenta previsión alguna al respecto. Resulta evidente que esta serie de proyectos carece de las ambiciones que motorizaron el proyecto del tva, en el que la atención puesta sobre lo paisajístico guardaba una estrecha relación con ciertas aspiraciones educativas de una operación que se planteaba a sí misma como modelo para intervenciones territoriales futuras.14
29Solo excepcionalmente pueden encontrarse en estos proyectos patagónicos rastros de un interés en responder intencionadamente a las condiciones de aridez o a la particular topografía que caracterizan, en general, el marco de emplazamiento de estas grandes represas. El núcleo urbano construido para los trabajadores de la represa El Chocón puede ser considerada como una de esas excepciones. Aunque el grado en que el territorio ha sido problematizado en este proyecto en particular es materia debatible, al menos, sus autores fueron capaces de formular una respuesta a la topografía del sitio, organizando esta new town a partir de una serie de terrazas que descienden hacia la costa del embalse y ubicando su centro cívico en la parte más alta del terreno. Con esto, permiten que los edificios públicos y los espacios exteriores comunitarios puedan gozar de las mejores vistas, tanto hacia el embalse, como hacia las lomas que lo enmarcan en la distancia (Williams, 2014a) (figuras 7. 13 y 7. 14).
30Pero, más allá de estos contados ejemplos, desarrollados siempre por estudios de arquitectura, resulta evidente que el paisaje no fue tematizado en ninguno de los proyectos de la decena de represas construidas sobre los ríos Limay y Neuquén. Tampoco es posible encontrar en la variedad de fuentes que documentan la proyectación de este ciclópeo emprendimiento, indicio alguno de una preocupación por el impacto visual de las grandes infraestructuras, tal como se manifestó en muchos proyectos energéticos de la Europa de posguerra.15 En suma, esta generación de represas patagónicas carece de los atributos paisajísticos de las represas del tva u otras proyectadas durante el período, conclusión con la que puede cerrarse el cuarto momento en el borrador de esta historia paisajística y dar paso a un quinto y último.
7. 6. Diques sobre aguas turbulentas
31El quinto y último momento presenta el escenario de las últimas tres décadas cuyo inicio marcó, por un lado, el fin de la larga influencia de la planificación regional sobre las políticas estatales y, por otro lado, el surgimiento de un nuevo paradigma desregulador que no puede desvincularse de una ya consolidada primacía de la economía de mercado por sobre el derecho de los Estados a regular la actividad económica. En un contexto de privatización y descentralización, los cuerpos técnicos estatales de alcance nacional fueron desarticulados. Este hecho impactó fuertemente en la estructura socio-económica de la Patagonia, donde dichos organismos tenían desde la década de 1940 una fuerte presencia. Junto con otros servicios, la provisión de agua fue privatizada, lo que se extendió también a la producción y transporte de energía.16 Ello afectó centralmente a la empresa estatal Agua y Energía Eléctrica que, a partir de 1996, fue dividida en unidades regionales y privatizada. Dicha empresa concentraba desde 1945 el manejo del recurso hídrico tanto orientado a fines como el riego y el control de las inundaciones, como a la generación de energía eléctrica.17
32Estas transformaciones fueron, al mismo tiempo, parte de un cambiante contexto internacional, marcado por el aparente ocaso de las grandes represas hidroeléctricas. Sabido es que las controversias generadas en torno de la construcción de estos proyectos no derivan de una oposición a la hidroelectricidad como fuente de energía, sino del impacto ambiental de los embalses que generan las represas. A ese impacto hay que sumar el desplazamiento forzado de la población de las áreas inundadas por los embalses, lo que en Latinoamérica incluye en forma frecuente a comunidades indígenas.18
33Este contexto es fundamental para entender el destino del proyecto Hidroaysén en el lado chileno de la Patagonia y la tenaz oposición a su construcción que concitó desde que fuera hecho público en 2011. Se trataba de un gigantesco emprendimiento que incluía la construcción de cinco represas y la formación de varios embalses sobre los ríos Baker y Pascua que inundarían 6000 hectáreas de reservas naturales y parques nacionales y que, además, afectarían a seis comunidades Mapuche que vivían en ese territorio.
34Bajo eslóganes como: «¡Destrucción no es solución!», un movimiento a escala nacional denominado «Patagonia sin Represas» fue el epicentro de la oposición al proyecto Hidroaysén y varias fueron las manifestaciones organizadas. Esto no solo ocurrió en la provincia de Aysén, sino también en Santiago de Chile donde más de 100 000 personas se congregaron en mayo de 2011 para expresar su rechazo al proyecto.19 Tanto la prensa chilena como la internacional amplificaron esa oposición junto con grupos ecologistas como Greenpeace. Naturalmente, los argumentos ambientalistas fueron centrales en la consolidación de este movimiento de oposición, aun cuando las empresas encargadas de ejecutar el proyecto insistieron en sus ventajas ambientales, dada la baja huella de carbono que genera la hidroelectricidad. A pesar de que la Corte Suprema de Chile rechazó en su momento una demanda contra Hidroaysén, que significó un duro revés para las organizaciones ambientalistas, la presión de la opinión pública sobre las empresas contratistas y las agencias gubernamentales consiguió que en 2014 se anunciara oficialmente la suspensión del proyecto.
35De algún modo, este puede ser visto como un escenario típico del fin de la era de la hidroelectricidad. Sin embargo, del otro lado de los Andes en la Patagonia argentina, el proyecto de dos represas sobre el río Santa Cruz ha venido avanzando en forma sostenida durante los últimos años. En efecto, las represas Kirchner y Cepernic fueron incluidas en 2009 en el Plan Nacional de Obras Hidroeléctricas y fueron licitadas en 2012, adjudicadas al año siguiente e iniciadas en 2015. Todo esto sin despertar una oposición mínimamente comparable a la que suscitaran sus pares chilenas en la provincia de Aysén. De hecho, los principales cuestionamientos a la construcción de estas dos represas no se basaron en argumentos ambientalistas sino en sospechas de irregularidades durante el proceso de licitación y adjudicación, amplificados por la prensa hegemónica de Buenos Aires como parte de su enfrentamiento con la administración de Cristina Fernández. Incluso, cuando los argumentos ambientales alcanzaron mayor resonancia a fines de 2015, lo hicieron como parte de las estrategias de la nueva administración para deslegitimar las políticas del Gobierno saliente que había impulsado el proyecto de las dos represas.
36Es cierto que, desde el momento en que fueron licitadas las obras, surgieron y se hicieron públicos algunos cuestionamientos ambientales vinculados con el impacto que los embalses podrían tener sobre el lago Argentino y, por ende, sobre sus glaciares.20 Pero aún en la prensa opositora, el tema de las consecuencias ambientales de las represas Kirchner y Cepernic tuvo una difusión llamativamente modesta. En el largo plazo, lo que revela la comparación entre estos emprendimientos hidroeléctricos a ambos lados de los Andes es que los argumentos ambientales tuvieron una resonancia muy diferente en Chile y en la Argentina, y que ello resultó determinante respecto del destino de cada emprendimiento.
37Vale preguntarse entonces por qué un proyecto como Hidroaysén fue resistido por una amplia mayoría de la opinión pública chilena mientras que en la Argentina un proyecto relativamente similar ha pasado mayormente inadvertido para la opinión pública. Sin pretensiones de ser exhaustivos, estos últimos párrafos estarán dedicados a explorar algunas hipótesis.
38Antes que nada, valdría la pena considerar el impacto de los emprendimientos sobre las poblaciones locales de estas regiones que para sus respectivos países son decididamente periféricas. Si bien la densidad de 1 habitante por kilómetro cuadrado de la provincia de Aysén es mayor que la de 0.42 registrada para el departamento de Corpen Aike en la provincia de Santa Cruz, se trata en ambos casos de densidades muy bajas. Ello no quiere decir que las comunidades locales no hayan desempeñado un papel importante en las luchas contra de las represas, pero sí indica que la población afectada no asciende a un gran número, por lo que cabría señalar que es una escala bastante mayor a la local la que importa a la hora de encuadrar el conflicto. En este sentido, además de las comunidades locales, importa reparar en las características de dos audiencias diferentes a ambos lados de los Andes. Compararlas implica detectar la particular productividad política y cultural del ambientalismo en Chile. En efecto, a diferencia de la argentina, la opinión pública chilena parece haber ubicado a las preocupaciones ambientales en un lugar importante de su agenda.21
39Otro modo de acercarse a la explicación de estas diferencias es adoptar un punto de vista que problematice las representaciones del territorio. Ello implica entender cómo los bosques andinos en Chile y las estepas áridas en la Argentina han sido históricamente construidos como paisajes. Rosetti ha mostrado cómo, durante la década de 1990, la región de Aysén fue reinventada como paisaje prístino, en sintonía con un imaginario global que consagra a la Patagonia como santuario natural. En parte, ello explica por qué la infraestructuralización implícita en la construcción del proyecto Hidroaysen fue percibida por muchos como una horrible distopía (Rossetti, 2013, pp. 10-11).22
40En la Argentina, por el contrario, la inexistencia de una extendida conciencia ecológica, que bien podría ser explicada desde una perspectiva sociológica, puede vincularse también con el poco valor –no solo ecológico sino estético– que se le ha atribuido al territorio destinado a quedar definitivamente sumergido bajo los futuros embalses del río Santa Cruz. Aquí, interesa reparar en el modo en que el desierto ha sido históricamente construido y consumido en la Argentina, esto es, como un territorio vacío, carente de interés o atractivo alguno. De alguna manera, podría argumentarse que la identificación de los terrenos áridos como desiertos ha cancelado toda posibilidad de advertir notables diferencias topográficas y de vegetación entre, por ejemplo, la abierta estepa santacruceña y el monte de jarillas y retamos del norte rionegrino. Tal vez haya sido justamente como vacío que el territorio patagónico fue percibido por quienes estuvieron a cargo del proyecto del complejo hidroeléctrico Chocón-Cerros Colorados. Esto explicaría la casi nula tematización de la topografía y la vegetación de ese particular entorno de los valles del Limay y el Neuquén.
41¿Alcanza esta débil valoración estética para explicar que los ambientes esteparios por los que discurre el río Santa Cruz no hayan contado con los cientos de miles de defensores que los bosques de los Andes chilenos consiguieron convocar? Es seguro que solo en parte, ya que deben considerarse también otros factores. Pero importa dejar asentada aquí la necesidad de que estos interrogantes atraviesen una dimensión representacional cuyas profundas implicancias políticas y económicas no parecen terminar de advertirse.23 Además, en vías de explorar más profundamente esa dimensión, ¿no cabría reformular la pregunta? Es decir, en vez de partir de una supuesta falta de conciencia ecológica de la opinión pública plantear, en cambio, que lo que sigue operando en la Argentina es un duradero imaginario motorizado históricamente desde el Estado nacional que ha consagrado a la Patagonia como una fuente de recursos materiales y energéticos. Ya que, ¿no fue acaso la Patagonia el botín más preciado del nuevo Estado centralizado que Julio A. Roca contribuyó a fundar, al tiempo que las columnas de su ejército despoblaban violentamente buena parte de las tierras conquistadas, volviéndolas efectivamente más desérticas? La mirada abiertamente utilitaria de un explorador como el perito Francisco P. Moreno, que escudriña el territorio en busca de recursos forestales y minerales, es la que se despliega desde Buenos Aires en los años posteriores a la conquista y contribuye a sentar las bases de este extendido imaginario (Williams, 2011, p. 217). A partir de entonces, y en relación con la riqueza de aquel botín, la apuesta sobre las propiedades redentoras de la Patagonia fue renovada repetidamente.
42La historia de esas apuestas no puede hacerse sin reparar en la posible relación entre la función de reserva energética que viene cumpliendo la Patagonia y la imagen de vacío que trae aparejada la disimulada vigencia de una figura de representación paisajística como la del desierto. En esa relación, ambos términos se potencian mutuamente y habilitan a que, en tanto vacío, ese desierto sea no solo visto sino también usado como una cantera. Estas reflexiones apuntan a hacer explícitos ciertos modos de entender el territorio que veladamente explican que, frente al caso de sus equivalentes chilenas, las represas Kirchner y Cepernic puedan ser construidas sin muchos obstáculos. Especialmente, si se trata de obstáculos vinculados con demandas claramente fundadas sobre lugares comunes que permiten al paisaje cristalizar una serie de significados colectivamente compartidos.
43En primer lugar, uno de esos velados modos de entender el territorio, que a contraluz evidencia el proyecto de las represas santacruceñas, se manifiesta en el nulo interés por los ambientes esteparios que revelan los tímidos cuestionamientos ambientales esgrimidos hasta ahora. De hecho, dichos cuestionamientos conciernen al lago Argentino en tanto soporte de un conjunto de glaciares paisajísticamente consagrados, pero no a los más de 100 kilómetros del valle del río Santa Cruz que quedarán sepultados por los embalses.
44En segundo lugar, ese nulo interés puede ser extendido sobre el foco del presente trabajo: el agua. En efecto, la falta de valoración paisajística que se desprende de este verdadero paradigma extractivo que hemos simbolizado con la figura de la cantera, pone a los embalses fuera de cualquier posibilidad de recreación. Para los proyectistas del mencionado tva, los embalses eran, entre otras cosas, espejos de agua dentro de composiciones escénicas u oportunidades para promocionar los deportes náuticos; para los de estas represas patagónicas, meros contenedores de un fluido capaz de poner en movimiento una serie de turbinas.
Comentario al texto
45Gabriela Pastor
46Este trabajo nos induce a comprender cómo los imaginarios sociales proyectados como imágenes de los territorios instalan/avalan distintos paradigmas que permiten o incluso legitiman prácticas diversas de los agentes territoriales. Acciones que, por un lado, obliteran cuestiones intrínsecas del mismo territorio a la vez que por momentos las potencian. El trabajo se desarrolla sobre una hipótesis de periodización en cinco momentos históricos. Estos dan cuenta de los devenires de construcción de las tramas organizacionales y pugnas que los diversos actores tejen tras la construcción del territorio a través de sus representaciones sociales.
47Para ello, el autor se vale de un incisivo análisis histórico del aprovechamiento del recurso hídrico en un recorrido que articula desplazamientos espaciales y escalares con los que comprende los cinco principales ejes argumentales del trabajo. Así caracteriza los procesos que tienen lugar en cada momento histórico y su particular impacto en esta porción territorial argentina. También, el papel de distintos actores en la territorialización del espacio, escenario en el cual el Estado adquiere un papel protagónico en el disciplinamiento, instituido a partir de la apropiación y resignificación del binomio, casi paradojal, desierto-cantera de recursos. Un tercer eje sobre el que despliega el discurso recorre los cambios de significación y uso del agua y de allí, su estratégica vinculación con los dos argumentos centrales del trabajo: las infraestructuras y la producción de paisajes que esos devenires implicaron.
48De los cinco momentos que recorre el trabajo, el quinto historiza el presente y lo pone en tensión con los cuatro anteriores. ¿Cómo? Como catalizador de los paisajes construidos material e idealmente a partir de la segunda mitad del siglo xix, condensa los procesos de territorialización, desterritorialización y reterritorialización patagónicos en clave de paisaje. En este apartado, dos aspectos resultan centrales en el planteamiento de la discusión. Por un lado, las dimensiones ambientales en las que se inscribe. Las tierras secas de la Argentina, si bien representan prácticamente el 70 % del territorio nacional, resultan invisibles en otros términos productivos por fuera de los extractivos o sacrificables, independientemente de su relevancia estética. Por otro, las conceptualizaciones que operan como sustento de la toma de decisiones, tanto por un Estado que tematiza la relación entre Buenos Aires y el resto del país, como por los colectivos sociales que, con diversa capacidad y posibilidad de alzar sus voces, alcanzan a incidir en los resultados. Dos dimensiones que quedan patentes en sus distintas perspectivas en la comparación de casos a uno y otro lado de la cordillera, aunque uno sea árido y federal y el otro, bosque húmedo y unitario.
49Finalmente, y solo con el propósito de destacar el valor del trabajo de Williams y de las posibles articulaciones e interrogantes que promueve, se podría sumar a los ejes argumentales la dimensión legislativa vinculada al agua. Quizá la comparación en términos de derechos sobre apropiación y uso del recurso hídrico podría ser de utilidad para profundizar en el papel de los Estados en la consolidación de representaciones y acciones en las que las relaciones centro-periferia reescriben viejos, y a la vez renovados, términos de conflictos entre territorios y paisajes.
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Notes de bas de page
1 Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en las iv Jornadas de Historia de la Patagonia (Cipolletti, 2014). La investigación en la que está basada se enmarca en el proyecto de investigación «Sudamérica Fluvial. Una historia de la relación entre infraestructura, ciudades y paisaje en los siglos xix y xx» radicado en el hitepac-fau, unlp y dirigido por Graciela Silvestri.
2 Instrumentando un programa de actividades orientado a concientizar su papel como «fuente de vida», las Naciones Unidas denominaron al período 2005-2015 como Decenio del Agua.
3 Leemos en su relato: «In calling up images of the past, I find the plains of Patagonia frequently cross before my eyes: yet these plains are pronounced by all most wretched and useless. They are characterized only by negative possessions; without habitations, without water, without trees, without mountains, they support merely a few dwarf plants…» (Darwin, 1839, p. 605) [«Evocando imágenes del pasado, veo que las llanuras de la Patagonia pasan frecuentemente ante mis ojos; sin embargo, todos dicen que son las más pobres e inútiles. Se caracterizan solo por sus posesiones negativas, sin viviendas, sin agua, sin árboles, sin montañas; no tienen más que algunas plantas enanas»] (citado por W. H. Hudson en “Las llanuras de la Patagonia”.
4 Debe decirse que, junto con el término, los pueblos originarios que habitaban esa región –en rigor de verdad, los que sobrevivieron a las criminales campañas militares– también fueron desplazados hacia la Patagonia, donde se los confinó a las zonas menos productivas.
5 Investigaciones recientes han puesto en cuestión el carácter nómade de algunos de estos grupos humanos, ya que nueva evidencia indica que algunos de ellos cultivaban el suelo y construyeron moradas permanentes, prácticas asociadas con el sedentarismo. Un buen ejemplo lo constituye la tribu del cacique Coliqueo en el norte de la provincia de Buenos Aires (Yuln, 2009).
6 Aunque la línea ferroviaria que conectaba el valle con el puerto de Madryn había comenzado a funcionar en 1888, en otros aspectos de su vida económica, los galeses vivían aún en la era eotécnica (Mumford, 1945, pp. 217-227). Eso explica que la construcción de los mencionados puentes se vinculara más con la carpintería tradicional que con la ingeniería y el uso de piezas estructurales metálicas que permitían salvar grandes luces. Del mismo modo, los primeros molinos harineros aún utilizaban las viejas piedras de moler, supuestamente introducidas en Gales por los antiguos romanos (Williams, 1993, pp. 7-14).
7 El denominado Non-conformism agrupaba en Gales a una serie de denominaciones religiosas que se oponían abiertamente a la oficial Iglesia Anglicana. Fue desde una de estas denominaciones –la Independiente– que buena parte de la colonización patagónica fue organizada.
8 Se ha señalado que las capillas protestantes dentro del valle del Chubut también surgieron de una forma autogestionada y descentralizada, estableciendo cada congregación la escala ideal de una comunidad no solo en términos religiosos sino también políticos (Williams, 2014b, pp. 104-106).
9 El debilitamiento de este consenso se acentuó con la llegada de inmigrantes de otros orígenes, quienes se dirigieron en un principio hacia los nacientes núcleos urbanos del valle pero que gradualmente se sentiría también en el área rural.
10 Puede argumentarse además que la propia existencia del estudio de Willis haya sido un factor de peso para que Pastor eligiera el área del Nahuel Huapi.
11 Rigotti (2004) muestra este cambio de escala al analizar el «Curso Básico de Planeamiento Urbano y Rural», publicado por Pastor en 1950.
12 Aparentemente, la primera vez que el nombre Comahue fue incluido en un documento oficial fue en 1960, año en el que senadores de Río Negro y Neuquén formaron una Comisión especial para el estudio del desarrollo integral de los ríos Limay, Neuquén y Negro y sus zonas de influencia (Arias Buciarelli, 2006, p. 8).
13 Esta preocupación llevó a Arthur Morgan, primer director del tva, a contratar no a un experto en planificación regional sino a un arquitecto paisajista para coordinar un heterogéneo equipo de trabajo conformado por ingenieros, planificadores, cientistas sociales, geógrafos y otros veinte arquitectos paisajistas. A partir de la supervisión general que llevó adelante, Earl Draper se convirtió en una de las figuras clave del equipo de la tva.
14 Por educativas se hace referencia aquí al hecho de que el diseño paisajístico instituye un modo de contemplar el territorio que, de alguna manera, educa la mirada. Sin duda, son varias las perspectivas desde donde indagar en las diferencias de esta índole entre el modelo del tva e intervenciones locales de similar tipo y escala. Un estudio que encare esa indagación no deberá ignorar el particular trasfondo cultural en el que se ubica la apreciación del paisaje en la Argentina y en Estados Unidos.
15 La labor de Sylvia Crowe puede considerarse un ejemplo de esa preocupación. Como diseñadora paisajista, recibió varios encargos vinculados con la necesidad de minimizar el impacto que usinas e infraestructuras de gran escala podían tener sobre la percepción del paisaje (Powers, 2002, p. 77).
16 Si bien algunas empresas vinculadas con la potabilización y provisión de agua han sido nacionalizadas –fundamentalmente Aguas Argentinas con la creación de aysa en 2006–, las represas analizadas en el apartado anterior y la distribución de la energía que generan continúan en manos privadas.
17 Esta doble función pone en evidencia el modo en que, a partir de la década de 1940, la generación de energía quedó inextricablemente ligada a los aprovechamientos hidroeléctricos.
18 Estos, entre otros argumentos, son expuestos en un reporte internacional que es reconocido como una referencia importante de la fase crítica en la que han ingresado los proyectos hidroeléctricos (World Commission on Dams, 2000).
19 Según una encuesta realizada por el periódico La Tercera unos días después de que se anunciara el proyecto, el 74 % de la población se oponía a la construcción de Hidroyasen (Diario La Tercera, 2011).
20 Ya en 2014, el diario La Nación sumaba a los argumentos de la corrupción el tema ambiental (Gaffoglio, 2014).
21 Uianova y Estensoro han encontrado una clave explicativa de la vitalidad del ambientalismo chileno en el destacado papel que han jugado las ong desde la época de la dictadura de Pinochet. En ese contexto, las ong y el discurso ambientalista habrían funcionado como medios a través de los cuales una parte de la ciudadanía se comprometió políticamente (Ulianova y Estensoro, 2012, pp. 208-10).
22 Por infraestructuralización, el autor se refiere al proceso por el cual un territorio deja de ser consumido como reserva de una naturaleza prístina y se integra a una red de generación y distribución de energía (Rosetti, 2013, p. 2).
23 Un ejemplo elocuente en este sentido lo constituye el caso de las llamadas papeleras sobre el río Uruguay y el conflicto entre las vecinas Argentina y Uruguay al que dieron lugar entre 2003 y 2010. Cómo bien ha señalado Silvestri, temas de índole estético y visual jugaron un velado pero importante papel en las discusiones sobre la instalación de la planta de Botnia sobre la orilla uruguaya.
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Universidad Nacional de La Plata y Universidad Nacional de San Martín
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