La política anti francesa del gran Canciller Gattinara
Dos monarquías incompatibles
p. 379-396
Résumé
Karl Brandi atribuyó a Mercurino Arborio di Gattinara la construcción de la idea imperial de Carlos V. Dicha idea no era completamente original y tenía su origen en una larga tradición que estaba más vinculada a Francia que Alemania. Su maestro en la universidad de Turín, Claude de Seyssel fue el ideólogo de noción imperial de Francisco I de Francia justo al mismo tiempo que Gattinara concebía la de Carlos V. Ambas eran incompatibles pues reclamaban un solo rey, una sola fe y una sola espada para toda la Cristiandad. La sucesión imperial en 1519 puso en juego ambas concepciones y para el Gran Canciller Imperial ésta era la clave de todo su sistema. Por eso mismo siempre pensó que era imposible el acuerdo con Francisco I y siempre abogó por someterlo. Pero las ideas de Gattinara estuvieron muy lejos de constituir la sola idea imperial de Carlos V. Al menos hasta 1527 su política siguió la tradición borgoñona arraigada desde el final de la guerra de los Cien Años, una buena relación con Francia basada en la realidad de Borgoña cuya aristocracia, incluyendo a Carlos V, era feudataria de la casa real francesa. En esta exposición abordaremos el perfil antifrancés de Gattinara, la transformación de Francisco I como principal enemigo del Imperio y la asunción de esta idea por parte de la élite castellana que regirá los destinos del Imperio a partir de 1530.
Texte intégral
1En 1531 Francesco Guicciardini escribió su Historia de Italia para vincular sus recuerdos con la Historia del tiempo que le tocó vivir, utilizando fuentes y testimonios contrastados. Sus modelos, Tito Livio, Tácito o Tucídides, le sirvieron para articular un relato que le permitiera conocer qué había sucedido en Italia desde la entrada de Carlos VIII de Francia (1494) hasta el saco de Roma (1527) y qué enseñanzas podían deducirse de ello. Su esfuerzo por desprenderse de lo que había vivido directamente e incorporar información de diversas fuentes para poder comprender a todos los actores del inmenso drama que fueron las guerras de Italia le valió el reconocimiento de sus contemporáneos. Durante mucho tiempo fue considerado un modelo historiográfico a seguir, pero más allá de la escritura de Historia, su libro tuvo una enorme reputación como análisis riguroso, toda vez que el género historiográfico en el siglo XVI era un subgénero de la literatura política. Así mismo, siguiendo a Tucídides más que a los historiadores latinos, Guicciardini dejaba poco espacio a la divina providencia y atribuía a las acciones de los hombres la causa principal de los acontecimientos. Le preocupaba saber que pasó. Al escribir no buscaba realizar un registro de hechos memorables sino ofrecer una guía para conocer las causas y desarrollo del principal conflicto de su tiempo, que polarizó la política europea como un duelo entre las monarquía de España y Francia por la hegemonía1. Como es sabido, su Historia disfrutó de notoriedad como modelo durante mucho tiempo, el rey Felipe IV de España lo tradujo al castellano con el solo objeto de aprender, considerando esta obra una auténtica escuela política2. Pues bien, en esta obra que es imposible no citar en todo estudio sobre la rivalidad entre Francisco I y Carlos V solo se menciona una vez al Gran Canciller Gattinara, en el capítulo 14 del libro XVI, a quien no se concede un papel principal en este conflicto:
Grandissime dispute erano in su la elezione dell’ una o del’ altra deliberazione. Il Viceré, che aveva condotto in Spagna il Re Cristianissimo, e dategli tante speranze e procurato si ardentemente la sua liberazione, faceva più efficace instanza che mai e l’autorità sua, almanco per fede e per benivolenza, era grande appresso a Cesare. Ma in contrario più presto esclamava che disputava Mercurio da Gattinara, gran cancelliere uomo, benché nato di vile condizione nel Piamonte, di molto credito e esperienza, e il quale già più anni sosteneva tutte le faccende importanti di quella corte. I quali essendo uno giorno ridotti in Consiglio, presente Cesare, per determinare finalmente tutte le cose che si erano trattate tanti mesi, il Gran Cancelliere parlò cosi:
«Io ho bene sempre dubitato, invittissimo Cesare, che la nostra troppa cupidità, e lo averci proposto noi fini male misurati, non fusse causa che di vittoria tanto preclara e tanto grande noi non riportassimo alla fine né gloria né utilità; ma non credetti perciò già mai che l’avere vinto avesse a condurre in pericolo la reputazione e lo stato vostro, come io veggo che manifestamente si conduce: poi che si tratta di fare uno accordo per il quale Italia tutta si disperi e il Re di Francia si liberi, ma con si gravi condizioni che, se non per volontà almanco per necessità, ci resti maggiore inimico che prima. Desidererei e io, con ardore pari a quello degli altri, che in uno tempo medesimo si recuperasse la Borgogna e si stabilissimo i fondamenti di dominare Italia, ma conosco che chi cosi presto vuole tanto abbracciare va a pericolo di non stringere cosa alcuna, e che nessuna ragione comporta che il Re di Francia, liberato, vi attenda tanto importanti capitoli. Non sa egli, che se è vi restituisce la Borgogna, che vi apre una porta di Francia? e che in potestà vostra sarà sempre di correre insino a Parigi? e, che avendo voi facoltà di travagliare la Francia da tante parti, che sarà impossibile che e’ vi resista? Non sa egli, e ognuno, che il consentirvi che voi andiate armato a Roma, che voi mettiate il freno a Italia, che voi riduciate in arbitrio vostro lo stato spirituale e temporale della Chiesa, è cagione di raddoppiare la vostra potenza, che mai più vi possino mancare né danari né armi da offenderlo, e che egli sia necessitato accettare tutte le leggi che a voi parrà d’ imporgli? Adunque, ci è chi crede che vi abbia a osservare uno accordo per il quale egli di venti vostro scliiavo e voi diventiate suo signore? Gli inanelleranno i lamenti e le esclamazioni di tutto il reame di Francia, le persuasioni del Re d’Inghilterra, gli stimoli di tutta Italia? L’amore forse elle è tra voi due sarà cagione che è si fidi di voi, o vegga volentieri la vostra potenza? dove furono mai due principi tra i quali fussino più cause di odio e di contenzione? »3.
2Después de las preguntas retóricas se desarrolla un largo discurso en el que se exponen las distintas alternativas que se presentan a la paz claudicante propuesta por Lannoy, que más adelante examinaremos. Causa cierta extrañeza la tardía entrada en escena del Gran Canciller de Carlos V, en una obra que examina atentamente el mundo político italiano entre 1494 y 1530, con agudísimos análisis de hechos y acontecimientos. La aparición del Gran Canciller en el libro es tan sorpresiva que Guicciardini debe explicar quien es el personaje que ahora expone su opinión: «Mercurio da Gattinara, gran cancelliere; uomo, benché nato di vile condizione nel Piemonte, di molto credito ed esperienza, e il quale già piú anni sosteneva tutte le faccende importanti di quella corte» . Esta última frase obliga a mirar hacia atrás y preguntarse qué significa «faccende importanti», cual puede ser su calidad si desde que comienza el relato del reinado de Carlos V no ha sido nunca mencionado. Debe entenderse que estos asuntos importantes son de materia de gobierno pero no de Estado, por eso ha permanecido en la sombra y, después de esto, no se le vuelve a mencionar. Obsérvese que esta fugaz intervención subraya el fracaso de la oposición a los flamencos en la Corte imperial y daba una explicación coherente al absurdo tratado de Madrid, que arruinó las ventajas obtenidas por la victoria imperial en Pavía. En esa recreación de las discusiones del Consejo de Estado mostraba cómo la nobleza flamenca estaba más interesada en la reconciliación entre los dos soberanos que en someter a Francia.
3El relato del historiador florentino contrasta con una amplia tradición historiográfica que, desde Karl Brandi hasta el reciente libro de Rebecca A. Boone, nos dice que Gattinara no sólo fue el mentor de la política del emperador respecto a Italia sino también el autor de la idea imperial y principal promotor de la rivalidad entre Francisco I y Carlos V desde 1519, desde el momento en que ambos compitieron por la corona imperial4. El olvido de Guicciardini sorprende además porque cuando Francisco I de Francia fue capturado en Pavía (24 de febrero de 1525), Guicciardini era gobernador de Romagna, estaba al servicio del papa Clemente VII y se hallaba bien informado de lo que estaba sucediendo. Su primera impresión al conocer la derrota francesa fue que las guerras de Italia podían considerarse casi como un capítulo cerrado en la Historia, el conflicto había quedado sentenciado a favor de los intereses imperiales. Es decir, entonces pensó que la Corte imperial tomaría la decisión defendida por Gattinara, como se desprende de una carta escrita a Nicolás Maquiavelo en su palacio de gobierno en Faenza, el 26 de diciembre de ese año, en la que decide que va a tomarse unas vacaciones pues augura una larga paz que ya se intuye con la quietud que empezaba a respirarse, un fin de la Historia inesperado que dejaba ociosos a los soldados y a los políticos: «no hemos suspendido menos los cerebros que las armas »5. Se equivocaba, tuvo que suspender sus planes de descanso, el papa le llamó a Roma dándole instrucciones para que partiese como embajador suyo en la constitución de una nueva confederación anti imperial, la que más tarde sería conocida como Liga de Cognac. Maquiavelo se inquieta porque su amigo no regresa y desde Florencia lamenta ya, a 15 de marzo de 1526, perderse la fiesta de carnaval: «La causa del penar mío fue que, pareciéndome que se había hecho la paz, creía yo que vos estaríais pronto de regreso en Romaña... »6. Su asombro al saber lo que se había acordado en la paz de Madrid, viendo como Carlos V dejaba pasar la ocasión, no podía disimularlo, no lo había previsto: «todas las razones que puedan alegarse no salvan al emperador de haber sido torpe [...] sería loco el emperador de volver a poner en Italia a quien hubiera sacado de ella, para que después lo corra a él »7. Ambos habían fallado al pensar que la paz sería duradera, equivocándose en todos sus análisis. Los dos más afamados «politólogos» de su tiempo se equivocaron en sus previsiones en torno a las consecuencias de la batalla de Pavía, siendo incapaces de comprender los acontecimientos que se precipitaron en la pendiente de la catástrofe de 1527. La causa de su error fue que interpretaron la política imperial como una prolongación de la política «española», por considerar que Carlos V era una duplicación de su abuelo, Fernando el Católico, como Francisco I lo era de Luis XII. No habían entendido que la rivalidad ahora tenía otro carácter, cuyos antecedentes se situaban fuera de Italia en el ámbito de la Guerra de los 100 años ni, por supuesto, tampoco conocían las ideas y los proyectos del Gran Canciller Gattinara.
4En agosto de 1526 el embajador florentino en España, Francesco Vettori, había advertido a Maquiavelo que sus análisis fallaban por no considerar un hecho muy relevante como era que los Españoles no tenían peso en la dirección de la política imperial, que estaba en manos de un puñado de consejeros flamencos8. El Veneciano Gasparo Contarini advertía lo poco española que era la política imperial en 1525. Dantisco, el embajador de la reina Bona de Polonia, duquesa de Bari, sin conocer lo que opinaban sus colegas italianos, participaba de la misma certeza, la política italiana del emperador estaba en manos del círculo flamenco, encabezado por el virrey de Nápoles Charles de Lannoy: «Es admirable que el emperador se adelante a tomar ninguna decisión en contra de las disposiciones suyas: el señor Canciller (Gattinara) afirma que está hechizado por él »9.
5El protagonismo de los flamencos explica la obstinación de Carlos V por buscar a cualquier precio la concordia con Francisco I, y no puede atribuirse a ingenuidad, estupidez o un exacerbado sentido caballeresco el sacrificio de las ventajas obtenidas en el campo de batalla a cambio de la paz (como afirmaban Maquiavelo y Guicciardini). Por tal motivo, el sorprendente tratado de Madrid está unido al esfuerzo de los consejeros del emperador por mantener una relación cordial con Francisco I, perfilada por vez primera en el tratado de Noyon suscrito en 1516, renovada después en el tratado de Madrid de 1526 cuyas cláusulas se preocupan más de la recuperación de las rentas, títulos, honores y feudos de los servidores de Carlos V que de sus intereses. La concordia con el rey de Francia en 1516, al poco de conocerse la muerte de Fernando el Católico y, antes de embarcarse a España por vez primera, mostraba la ansiedad de los flamencos por mantener la amistad con Francisco I despreciando incluso la política del rey católico en Italia. Significaba, paradójicamente el abandono de los apoyos tradicionales del partido español, un acercamiento a la parte güelfa y, en lo que concierne a Nápoles, utilizar la clientela «angioina» desplazando al partido «aragonés »10.
6Las resistencias fueron grandes. La reacción contra los flamencos fue protagonizada por Ramón de Cardona, virrey de Nápoles, que desoyó a la Corte de Bruselas e ignoró sus directrices. Además, la revuelta de Sicilia en 1517 le sirvió para hacer ver que con la política apuntada en Noyon se perdería Italia. Cardona, fue confirmado virrey, garantizando la continuidad de la política «española »11.
7 La elección de Adriano de Utrecht al pontificado constituyó un segundo intento del círculo flamenco para restablecer los lazos de paz y concordia entre Carlos I y Francisco I, su elección correspondió a la necesidad de llevar adelante unos postulados básicos para conducir al éxito el proyecto erasmista de los flamencos, radicado en la paz y la concordia universales. Las tres objeciones planteadas por el cardenal Petrucci (que Adriano estaba ausente, que desconocía Italia y que era un servidor incondicional del emperador) pronto se despejaron por la proclamada neutralidad manifiesta del Papa. Según Pedro Mártir de Anglería ésta ofendió sobre todo a Españoles e Italianos. Su célebre enfado con los responsables del Sacco de Génova, a los que se negó a bendecir pronunciando la sentencia «non posso, non devo, non voglio» suponía un sonoro desprecio a la política «española »12.
8Cuando falleció Cardona fue Charles de Lannoy quien se puso al frente del virreinato de Nápoles. Ese nombramiento fue un respaldo al pontífice, el embajador Lope de Soria. Sólo la feroz hostilidad francesa hacía imposible todo acuerdo y la guerra llevó a la guerra, el propio Adriano se convenció de ello cuando Francisco I cruzó de nuevo los Alpes en el otoño de 1523, aunque su fallecimiento nos hace imposible saber si a pesar de todo hubiera perseverado en su pacifismo y hubiera tratado de apaciguar al soberano13.
9Gattinara desconfiaba de los flamencos porque nunca desafiarían al rey de Francia hasta sus últimas consecuencias. Así se lo explicó en una carta a su sobrino Giovanni Bartolomeo14. Según él, Francisco I actuaba sabiendo que un grupo importante del séquito flamenco de Carlos V buscaba su amistad porque mantenían vínculos de vasallaje con la Casa de Valois. Los principales consejeros de confianza de Carlos V, los que engrosaron su Consejo hasta bien avanzada la década de 1520, procedían de las principales casas y linajes borgoñones del área «francesa», cuyo liderazgo lo ostentaba la Casa de Croy. Esta nobleza se hallaba muy vinculada a casas y linajes franceses, así la vinculación entre la Casa de Croy y la de Albret (desposeída por Fernando el Católico del reino de Navarra) hacía difícilmente prorrogable la política fernandina. Obviamente este grupo trataba de concitar la concordia y las relaciones amistosas entre sus señores, tratando de hacer conciliables sus vínculos con ambos, para evitar la felonía y conservar sus títulos, feudos y jurisdicciones. Por ello, las líneas básicas de su actuación tienen como punto de partida emblemático el tratado de Noyon y, como filosofía de fondo, las ideas erasmistas de reivindicación de la paz como bien supremo15.
10Pese al continuo estado de guerra y la hostilidad de la Corte francesa, a los flamencos les hubiera gustado un cambio de actitud de Francisco I, a quien estaban deseosos de dar crédito, sus iniciativas estaban muy lejos de satisfacer la ventaja «española» en el concierto italiano, como se percibió en la manera titubeante de abordar el problema de Milán, y carecían de decisión para determinarse a romper el equilibrio italiano y reemplazarlo por la hegemonía imperial. Por eso, los agentes extranjeros seguían percibiendo la situación privilegiada de los flamencos en el Consejo como decisiva en los grandes asuntos de Estado, siendo la única voz discrepante la del Gran Canciller Gattinara16.
11El Gran Canciller Gattinara fue la principal voz opositora a Francisco I, siendo contrario a todo acuerdo, pues estaba convencido de que las aspiraciones de la monarquía de Francia la hacían enemiga natural de Carlos, disputándole el Imperium. A su juicio, al ser imposible la coexistencia de ambos imperios, era precisa una derrota total del rey de Francia pues de lo contrario era el dominio de Carlos V el que desaparecería. Su concepción de la monarquía universal era totalmente extraña a los miembros del consejo del soberano, que no la compartían ni la comprendían. Además nunca gozó de la confianza de Carlos V, que no entendía sus ideas y siempre se hallaba alerta temiendo cualquier decisión condescendiente con Francisco I17. En el verano de 1521, cuando viajó a Calais para negociar la paz con los Franceses, temió que Carlos V cambiara de opinión y accediera a firmar una mala paz por consejo de Lannoy. Así mismo, cuando Adriano de Utrecht fue elegido papa fue de los pocos miembros del séquito imperial que pensó que este pontífice favorecería más a la Casa de Valois que a la de Habsburgo, por eso se esforzó en forzarle a desplegar una política antifrancesa, redactando la carta que el emperador escribió el 7 de marzo de 1522 exigiendo a Adriano que se alejase de Francisco I, advirtiéndole que desconfiase de «las cosas bellas que (los Franceses) habrán hecho bailar ante vuestros ojos »18.
12Mientras la guerra marcara las relaciones entre los dos soberanos, la concordia era imposible por muy buena que fuera la voluntad y los deseos de la élite flamenca. No obstante, la victoria de Pavía, pudo hacer creer en una paz cordial y duradera. El Gran Canciller escribió en aquella ocasión una Peroracio tocius operis sobre la incompatibilidad de dos soberanos a la cabeza del poder temporal en la Cristiandad y como uno debía someter al otro para alcanzar la paz19. También en carta a su sobrino Bartolomeo reiteró esa opinión si bien era pesimista, no confiaba en Lannoy y en aquellos que buscaban una reconciliación imposible20. Ni que decir tiene que los más funestos presagios del Gran Canciller y de los «españoles» se confirmaron, Lannoy iba a dejar escapar una oportunidad de oro para dar fin a las guerras de Italia. Cabe pensar que el virrey de Nápoles creía ciegamente en las leyes de la caballería y en la voluntad del rey de Francia por alcanzar la concordia empeñando su honor. Sorprende (como les sorprendió a Maquiavelo y a Guicciardini) tanta ingenuidad si no fuera porque Francisco I sabía muy bien que sus actos satisfacían perfectamente la necesidad de otorgarle crédito por parte de las élites de los Países Bajos, y a este encanto sucumbió el propio Carlos V, tal como temiera el Gran Canciller21. Es importante resaltar que entre los capítulos de la paz tuvieron una importancia sustancial el compromiso de Francisco I para respetar los dominios y propiedades que poseían en suelo francés las casas de Orange, Nassau, Croy, Fiennes y Vergy. Así mismo, los dispositivos para garantizar la concordia fueron muy débiles, se creyó suficiente para anudar los intereses de ambos soberanos recurrir a enlaces dinásticos y llevar a cabo conjuntamente una Cruzada22.
13Como es sabido, Gattinara se negó a estampar su firma a semejante documento, pues era un profundo error pensar que era posible el acuerdo entre ambas monarquías dado que la supervivencia de una requería la sumisión de la otra. Así mismo, el empeño por conciliar ambas casas podía provocar daños irreparables a la Casa de Habsburgo, los flamencos, por medio de Lannoy, habían abierto el camino para la sucesión de los Valois, ni Carlos V ni su hermano Fernando tenían herederos, el Imperio podría caer en manos de un vástago del rey de Francia y la infanta Leonor. Dicho esto, el Gran Canciller, burlonamente, describió en sus memorias los incumplimientos de Francisco I y los desesperados intentos de Lannoy por salvar el tratado de Madrid, viajando a Francia para convencerle de que cumpliera su palabra, y sostiene que el fracaso vino de tener «piu cura alla privata utilità che al bene pubblico». Guicciardini coincidió con esa opinión:
Varie furono l’opinioni degli altri del consiglio, parlato che ebbe il viceré; parendo a tutti quelli che erano di sincero giudizio che lo accordare col re di Francia, nel modo proposto, fusse deliberazione molto pericolosa. Nondimeno, poteva ne’ fiamminghi tanto il desiderio di recuperare la Borgogna, come antico patrimonio e titolo de’ príncipi suoi, che non gli lasciava discernere la verità; e fu anche fama che in molti potessino assai i donativi e le promesse larghe fatte da’ franzesi. E sopra tutto Cesare23.
14El fracaso de la Paz de Madrid forzó al emperador a considerar otras opciones. Había poco donde elegir: Alemania, y los súbditos alemanes, tenían una muy escasa presencia en el séquito carolino, mucho más influyente era el grupo de consejeros españoles que acompañaban al soberano, cuya concepción de la política italiana, además, partía de nociones muy sólidas. Así mismo, el Gran Canciller Gattinara, único vestigio del círculo de antiguos servidores de la Casa de Habsburgo anteriores a 1516, tenía también ideas propias que recogían parte de la línea seguida por Maximiliano I y conocía muy bien las líneas maestras de la política francesa en Italia. El ostensible alejamiento del Gran Canciller con respecto a dicho tratado, le permitieron tender puentes hacia los cortesanos españoles e ir articulando una alternativa24.
15En esta estrategia cobró un papel primordial la utilización de Erasmo, Gattinara explotó las características propias del erasmismo español, muy diferente del neerlandés, que ponía el acento en la crítica anticurial. Si entendemos que el Roterodamense basaba su «ideario político» en la Philosophia Christi y por tanto en un pacifismo a ultranza, nos encontramos con que Gattinara y los erasmistas españoles dejan a un lado esa vertiente política para politizar su discurso moral de costumbres. Gattinara aprovecha la necesidad de protección del filósofo holandés, víctima de las invectivas de luteranos y católicos, para utilizarlo en su favor. Erasmo, tácitamente transigió con esta «interpretación» de sus ideas aunque, pese a todo, no admitirá la manipulación extrema de su pensamiento y la pretensión de Gattinara de construir sobre él un gibelinismo de nuevo cuño25.
16No obstante, en la Corte imperial existían fuertes tensiones internas, pues el emperador se resistía a retirar su confianza de sus viejos servidores y amigos de los Países Bajos. A su vez, se veía obligado por las circunstancias a aceptar y escuchar las alternativas a la fracasada vía flamenca, dando lugar a decisiones confusas y contradictorias, que posibilitaron que Nápoles y Milán se constituyeran en centros directrices de la política imperial, independientes y aún opuestos. Es decir, por una parte se hallaba el condestable de Borbón, gobernador de Milán, favorecido por el Gran Canciller, y por otra don Hugo de Moncada, lugarteniente de Lannoy en Nápoles y cliente suyo26.
17Lannoy y Moncada encarnaban el punto de vista «flamenco», según el cual, debía desarrollarse una política de concertación con la Santa Sede, política que comenzó a estructurarse en el pontificado de León X, que se perfiló con Adriano VI y que se creyó plausible con Clemente VII (a pesar de su notoria hostilidad a jugar ese papel); frente a esta postura, Gattinara había abogado por una relación con el papado mucho menos contemporizadora, rechazando la concertación, abogaba por hacer la autoridad papal subsidiaria a la del emperador, solo así sería posible la Reforma, el Concilio y la resolución de los graves problemas que atravesaba la Cristiandad. En resumen, mientras que Lannoy se hallaba más cercano al fondo de los postulados erasmistas, que defendían la cooperación entre las esferas temporal y espiritual, Gattinara y Borbón hacían gala de una visión mucho más realista, que pudiera entenderse como neogibelina, en la que el poder espiritual habría de seguir al temporal. Así, la hegemonía en Italia (perseguida por Fernando el Católico para preservar la posesión de los Reinos de Nápoles y Sicilia) se adecúa al gibelinismo auspiciado por el Canciller, que incluye en su programa la Reforma de la Iglesia por medio de la celebración de un Concilio Universal tutelado por el emperador, en su calidad de Monarca Universal27.
18Mientras tenía lugar la guerra entre el emperador y la Liga de Cognac, la tensión entre los consejeros fue agudizándose y condujo a que, en abril de 1527, el Gran Canciller pidiese licencia y se exilase fuera de España. Hasta ese momento, a lo largo del año de 1526 las contradicciones existentes en el Consejo imperial se proyectaron con fuerza en el curso de los acontecimientos militares y diplomáticos. La noche del 19 de septiembre una fuerza imperial, al mando de Moncada y los Colonna, entró en Roma y saqueó parcialmente la ciudad. La victoria obtenida no se usó para someter al papa, sino para hacer que corrigiese su política, firmando con él una tregua de cuatro meses con el compromiso de iniciar conversaciones de paz. Dicha acción fue seguida atentamente desde la Corte, regresando Lannoy a Italia para llevar a buen término la tregua que el 16 de marzo de 1527, mediante un acuerdo entre el virrey y Clemente VII se prolongaba otros ocho meses que se convertiría en paz formal con la satisfacción de diversos pagos y reposiciones. Sin embargo, el 29 Borbón cruzó el Po y avanzó hacia la Italia central sin encontrar resistencia. Entre quienes contemplaban estupefactos el curso de los acontecimientos se hallaban Nicolás Maquiavelo y Francesco Guicciardini que, olvidados los proyectos lúdicos, se intercambiaban continuamente impresiones para escudriñar el significado de la política imperial. Atónitos ante la insólita ignorancia del Borbón respecto a lo acordado por Lannoy, sólo se podía pensar en la malignidad casi diabólica de un emperador dispuesto a arrasar Italia. Pero, al margen de la indignación y la impotencia italianas, cabía deducir que ambos jefes se comportaban como si fueran servidores de dos estados diferentes, lo que uno hiciera no le concernía al otro y viceversa28.
19A pesar de todo, el gibelinismo o la aspiración a la monarquía universal no entraban dentro de los planes del emperador. La tregua negociada con el papa le hacía confiar en una pronta paz. Sin embargo, el condestable de Borbón, tenía una visión muy distinta, no le interesaba la concertación si quería conservar el dominio sobre Milán y utilizaba el descontento de las tropas y su afán de botín para ignorar la tregua, exigiendo un rescate cuyo pago era imposible. Sería llevar las cosas al extremo decir que compartía el ideario de Gattinara, el cual abandonó el servicio al emperador en abril, pero sí que aprovechó en su favor la existencia en la Corte imperial de un amplio sector crítico con la política efectuada por los «flamencos» en Italia, que abogaba por una solución definitiva de la guerra y de las diferencias con la Santa Sede por medio de una victoria total. Desde la óptica española, continuadora de la política fernandina, el norte era irrenunciable para conservar el sur, y mucho podía temerse que Lannoy prefiriera sacrificar Lombardía en aras de la paz. De ahí la paradoja de que «una tregua que se firma en Roma y que se viola en Lombardía» mantuviese inalterable la estructura de los mandos imperiales29.
20Carlos V no se atrevió a desautorizar la vía «gibelina-española», de modo que tanto Lannoy como Borbón seguían un mandato emanado desde la Corte, que dejó que discurriesen dos iniciativas imperiales contradictorias, dejando que el tiempo dictara cuál de las dos vías era más conveniente para la satisfacción de sus intereses. El papa y los italianos quedaron perplejos y confundidos, pues creyeron que la autoridad imperial descansaba en una sola persona que habla por él y fueron víctimas del «troppo fidarsi in quello che aveva capitolato con il signor vicerè di Napoli» según comentaba Giovanni Gattinara el 8 de junio de 152730. Así, Lannoy sólo tuvo noticia del desacuerdo del emperador con respecto a lo capitulado con el papa unos días después de producirse la toma de la ciudad por parte de las tropas del condestable de Borbón. Confirma nuestra hipótesis una carta de Carlos V a Borbón escrita cuando aún se ignoraba la muerte del condestable y suponía que había cumplido con éxito su misión:
Mon bon cousin, je ne scay au vray ce que vous aurez faîct avec le Pape depuis votre entrée a Rome... Mais ce que je desire le plus, ce seroit une bonne paix, et espere que vous garderez bien d’être trompé et tiendrez main, si faire se peult, avec bonne assurance, que le Pape prenne la peyne de venir jusques icy pour entendre au faict de la paix universelle31.
21El brutal saqueo de Roma, iniciado tras el asalto de la ciudad el 6 de mayo de 1527 (y en el cual falleció Borbón), provocó por fuerza un cambio radical de planteamientos. Las dimensiones casi apocalípticas del acontecimiento dejaron anonadados a todos. «No sé que diga ni a qué lo compare, que, excepto la destruición de Jerusalén, no creo que haya acontecido otra cosa igual a esta», escribió el abad de Nájera. Durante nueve meses, el saqueo y la devastación de la ciudad sólo se vieron interrumpidos brevemente a fines de agosto, cuando se declaró una epidemia de peste. En todo ese tiempo la Cristiandad estuvo sin guía. El papa, vicario de Cristo, que el 7 de junio se entregó al virrey de Nápoles, había enmudecido. Europa, conmocionada, esperaba con ansiedad el desenlace de una situación anómala que sumía en la incertidumbre el futuro de la Santa Sede y, con ella, de la Iglesia. La actitud críptica del emperador respecto a sus planes, incrementó la zozobra. Qué futuro le deparaba al papado? Bartolomeo Gattinara, sobrino del Gran Canciller, le escribió preguntándole si quería dejar que existiese alguna forma de sede apostólica o si preparaba otros planes32.
22La Corte imperial tardó en responder a los interrogantes. La muerte del Condestable desarticuló la nueva vía abierta en la política italiana, al tiempo que la «vía flamenca» era objeto de una última reconsideración. Provisionalmente, el vacío fue rellenado por Lannoy, reunificando el mando; le fueron transferidos los poderes de Borbón y concentró en sus manos el mando militar de todas las fuerzas imperiales (incluida Sicilia) «pour les forcer (a florentinos, venecianos y genoveses) de venir à quelque bonne raison et pacifier entièrement l’Italie». Es decir, las primeras disposiciones de Carlos V se dirigieron a resolver la coyuntura con una solución militar, al tiempo que lo político se delegaba en el buen criterio del virrey en la instrucción que le dio en Valladolid el 30 de junio de 1527: «mais nous avons cela réservé a vous pour en user (los plenos poderes para negociar la paz) comme dit est à notre réputation et sehurté selon la parfète fyance que avons de vous »33.
23Pero la vía flamenca estaba enterrada y había agotado todas sus posibilidades. La situación italiana estaba estancada de tal manera que el emperador se impacientó, la única alternativa era asumir él mismo las riendas y dirigirse a Italia. El 23 de septiembre, falleció Lannoy víctima de la peste que provocaron sus tropas por no enterrar los cadáveres esparcidos por las calles de Roma. Ahora Carlos V se veía obligado a afrontar en solitario la resolución de la crisis; ahora necesitaba consejos y consejeros para salir de una situación que, aparentemente, nadie sabía cómo resolver. Era el momento de los españoles y del Gran Canciller Gattinara. Había que estudiar con mucha cautela lo que se debía de hacer y Gattinara presentó una solución de consenso, que no era nueva, pues ya la había perfilado desde un año antes (por lo menos), y que estaba en relación con su acercamiento a Erasmo de Rotterdam34.
24 Para Gattinara, lo inmediato era tranquilizar a los príncipes de la Cristiandad despejando todo temor «di mover le arme contro di lui» y justificar la acción:
che egli non haveva prese le armi contra il Pastore ma contra un rapace turbatore et assalitore della Christianitá, per sua necessaria difessa et di suoi; et como contra un falso Pontefice scandaloso, incorregibile, perturbatore di tutto il Stato et religione Christiana il quale haveva sempre biasmato il general consiglio spesse volte chiamato et richiesto35.
25Sin embargo, como el Gran Canciller no estaba seguro de lo que quería el emperador se le ocurría otra respuesta que también dejó en sus manos:
Overo si Cesare non volesse abbraciar questo rigore ne approvar i fatti de suoi, chi avvissassi i Principi con lettere che mal volonterieri sopportava l’avenimento di tal caso tentato senza colpa d’esso Cesare et egli desiderava che si metesse fine a quelle guerre et incendii con una pace generale et che per incaminar tal pace richiedeva fosse convocato un Concilio general al giudicio del quale si rimetessero per decidir tutte le contese et querele tanto temporale chi ecclesiastiche36.
26En tanto se acordaba el Concilio, previsto en los dos supuestos, el emperador debía viajar a Italia para ganar honor y reputación, reemplazando a los fallecidos Lannoy y Borbón por sí mismo, por su propia Majestad para, una vez allí reorganizar las cosas de Italia y de la Cristiandad.
27La solución discurrida por Gattinara era ingeniosa y atrevida. Fundía todos los puntos de vista aportados por la tradición con respecto a Italia. Adoptaba como propia la visión italiana, tradicionalmente esgrimida por la Santa Sede como justificación de su poder temporal, al ofrecer una imagen pacífica, donde el emperador, con su viaje a la península se presentaría no como invasor o dominador sino como protector, actitud que después sería saludada y aplaudida desde quienes, muy poco antes, habían defendido el poder temporal de la Iglesia como único fiel de la balanza italiana y única garantía de paz. Sosegadas así las armas casi por toda Italia por los infelices sucesos de la gente francesa, los pensamientos de los mayores príncipes estaban inclinados a los acuerdos; de los cuales el primero que sucedió fue el del papa con el emperador, que se hizo en Barcelona, muy favorable para el papa, o porque el emperador, deseosísimo de pasar a Italia, procurase quitarse los embarazos, pareciéndole que por este respeto tenía necesidad del papa y de su amistad, o queriendo con capítulos muy favorables darles mayor causa para olvidar las ofensas recibidas de sus ministros y su ejército37.
28Así mismo, el Gran Canciller recuperó e hizo propia la tradición hispana: Milán era prioritario. Esto puede parecer sorprendente, pero entre los cortesanos españoles se concedió una importancia secundaria al Saco, ocupando el primer plano de los debates la muerte del condestable de Borbón y sus consecuencias. Parece lógico que así lo percibiese Martín de Salinas, agente del archiduque don Fernando, que reclamaba el Ducado para sí. Pero Gattinara fue también muy incisivo en esta cuestión, como relata Salinas «El Canciller ha escripto a S.M. le será bien que diese el dicho Ducado al Príncipe [Felipe] nuestro señor. V.A. puede considerar con qué fin da tan buen parecer: negocio es que en él andan todas las tramas y astucias que hombres pueden pensar». Por su parte, el abad de Nájera escribía: «También recuerdo y suplico a V. M. que no disponga del Estado de Milán como lo tenía el duque de Borbón fasta que, plaziendo a Dios, nuestro señor, venga en Italia que y vea cuán importante pieça para ser señor de toda ella, como va ordenando Dios». Prevalecía la visión española de Italia, es decir, Nápoles y Sicilia constituían el centro de sus preocupaciones, lo demás los circundaba y sólo se percibían como importantes los Estados del norte en cuanto protección de los territorios del sur38.
29Por último, se trató de enlazar el «Sacco» con la esperanza en la apertura de un proceso de regeneración de la Iglesia. Astutamente Gattinara así lo quiso dar a entender por medio de su secretario personal Alfonso de Valdés, al que autorizó a difundir un vibrante alegato en defensa del emperador, el Diálogo entre Lactancio y un arcediano, de marcado sabor erasmista pero que no olvidaba unas pinceladas escatológicas del gusto de su patrono, marcando la apertura de un tiempo de renovación y esperanza: «Jesucristo formó la Iglesia y el Emperador Carlo Quinto la restauró» . El ambiente de febril actividad propagandística de la Cancillería, la difusión de copias manuscritas del diálogo de Valdés y la invitación a personas afines para mover una corriente de opinión favorable a la renovación, tenían como finalidad arropar un cambio que se quería presentar como trascendente39.
30Utilizando la Querella pacis de Erasmo, Alfonso de Valdés escribió una «obra de circunstancias» en la que planteaba la cuestión de los derechos y deberes del papa en materia política porque el debate era precisamente entre el emperador y el pontífice. En el fondo de lo que trataba era de la significación del papado. Misión del papa era continuar la obra de Cristo y encarnar el espíritu evangélico, sin embargo, se dedicaba a la guerra, por lo que correspondía al emperador, de acuerdo a la interpretación medieval, asumir y realizar las tareas de reforma. La alianza del papado con el rey francés incitó a muchos autores de la época a que Carlos V empuñase las armas, incluso, contra el propio pontífice. Pero sobre todo, lo contenido en dicho texto de Erasmo, propagado en Castilla por sus seguidores, justificaba la política europea del emperador y le daba argumentos para solicitar los subsidios a las Cortes, alegando que si no luchaba contra el infiel, lo que constituía el objetivo de los reinos peninsulares, era por la guerra que le hacían los propios príncipes cristianos y por la animadversión que le tenía el pontífice. De esta manera, el emperador aparecía como el defensor de la fe, al que le correspondía, por tanto, la definitiva liquidación del asunto de Lutero y, dada la pasividad del pontífice, la reforma de la Cristiandad. La paz a la que aspiraba el emperador era universal y tenía en la realidad de los hechos un sentido defensivo basado en la hegemonía que gozaba de hecho40.
31La esperanza de una paz universal, unida al espíritu de concordia erasmista, si bien la creyeron cercana personajes como Luis Vives no figuraba entre los planes de la vía imperial que se estaba inaugurando. El erasmismo servía como justificación, pero no como soporte de una nueva política. El tratado de Barcelona bien poco tenía que ver con dichas expectativas, en él se pospuso el Concilio y se adoptó una solución política, ni el emperador actuó como Monarca Universal ni el papa como pastor, fue un arreglo entre las casas de Habsburgo y Médicis. Las esperanzas de Reforma se vieron truncadas por el realismo con el que procedió el emperador en la liquidación de la guerra y la construcción de la paz. La paz de Cambray (5 de agosto de 1529), alejó aún más la perspectiva de un nuevo orden, no fue sino una transacción y acuerdo sobre viejas disputas dinásticas entre las casas de Habsburgo y Valois41.
32La paz de Cambray en palabras de Sandoval «humilló los ánimos inquietos de Italia y otras partes, que por ser poco poderosos, faltándole el arrimo de Francia, no se atrevieron a tratar más de las armas» . Todo ello, rebajó la unanimidad en torno al viaje a Italia, pues había razones para considerar que ya no acuciaba la necesidad de poner orden en la Cristiandad, la «real politik» operada en los años 1528 y 1529 se había encargado de devolver las aguas a su cauce. Esta división de criterios la reconoció el propio soberano: «Muchos de aquéllos con quien yo he platicado este gran negocio me han aconsejado que vaya, y otros, por el contrario, me han dicho que no vaya »42. En la Corte de Castilla, por ejemplo, Juan Tavera se manifestaba contrario, el duque de Alba era ferviente promotor y partidario del viaje mientras que Margarita de Habsburgo le apremiaba a realizarlo en condiciones de total seguridad y una vez confirmado el cumplimiento de los tratados de paz. Este ambiente hizo que el emperador hubiera de reafirmar su propósito y expresar, con meridiana claridad, la finalidad del viaje, según nos transmite el cronista Santa Cruz:
Razones para ir: no es por quererme coronar, sino: 1) es para procurar y trabajar con el papa que celebre un general concilio en Italia o en Alemania para desarraigar las herejías y reformar la Iglesia. 2) Es también mi intención de pasar en Italia para reformarla y asosegarla y apaciguarla. 3) Por ver los Reinos y Estados y vasallos que tengo en ella43.
33De dicha síntesis, nació una presentación diversa y multiforme de los motivos del viaje a Italia y de la coronación imperial, acorde con todas las sensibilidades y tradiciones. Los italianos y el pontífice recibieron al emperador y firmaron la paz con él como cabeza de la monarquía universal y guardián de la Cristiandad, sin embargo en su discurso ante el Consejo de Castilla – tal como lo narra Santa Cruz – ponía como fundamento primordial de su partida la función religiosa y la erradicación de la herejía. A su hermana María, escribía por estas mismas fechas, asegurándole que lo que le obligaba a ir a Italia era, en primer lugar, la situación de Italia y, además, obtener la paz entre príncipes cristianos. Una carta, enviada por el mismo tiempo, a su embajador en Roma hacía hincapié en los mismos temas, si bien, introducía el problema turco; por el contrario, en una carta que escribía a sus amigos Gerard de Rey y Filiberto de Orange, ambos caballeros del Toisón y amigos personales de Carlos, les comunicaba que buscaba honor y reputación y que Italia le parecía el mejor sitio para conseguirlo44.
34A nuestro juicio, el viaje a Italia de 1529 y la coronación de Bolonia de 1530 van a permitir el desarrollo de una política imperial propiamente dicha. Una política fundida sobre diversas percepciones, resultado de los procesos de agregación de territorios y comunidades que confluían en la persona del emperador y que sólo pudo ingeniarse después de la catarsis de 1527. Maquiavelo no vivió para ver este desenlace, sólo pudo calibrar con su buen amigo Guicciardini cuáles serían las graves consecuencias que tendrían los sucesos catastróficos de 1527, era el final «moral de Italia »45. En definitiva, si la batalla de Pavía hizo tomar conciencia a Carlos V de su primacía política en Europa, el saco de Roma le obligó a plantearse sus relaciones con el papado, el papel que debía desempeñar dentro de la Cristiandad y la justificación ideológica de su Imperio. Lo más interesante de este proceso es que en la elaboración de la paz de Madrid, se minusvaloró y relegó el componente universal de la autoridad imperial y ello fue debido a las limitaciones de los consejeros flamencos. La única persona que en el séquito imperial advirtió que la primacía política no podía consolidarse si, a su vez, no se planteaba la función universal del emperador fue el Gran Canciller Gattinara, su habilidad consistió en convencer de la bondad de su idea de Monarchia Universalis utilizando el lenguaje humanista cristiano, pero con un propósito muy diferente al manifestado por Erasmo. Finalmente, elaboró una doctrina imperial original, producto de la síntesis, abierta y útil en cuanto instrumento propagandístico al servicio de una causa dinástica.
Notes de bas de page
1 G. Inglese, «Italia» come spazio politico in Machiavelli e Guicciardini, en Unità d’Italia e Istituto Storico Italiano. Quando la politica era anche tensione culturale, 4, 2013, p. 73-80.
2 F. Guicciardini, Historia de Italia: donde se describen todas las cosas sucedidas desde el Año 1494 hasta el de 1532, Felipe IV (éd.), vol. I, 1899, Madrid.
3 Id., La storia d’Italia sugli originali manoscritti, A. Gherardi (éd.), 1919, vol. III, p. 439-447.
4 K. Brandi, Carlos V. Vida y fortuna de una personalidad y de un imperio mundial, Madrid, 1993; J.M. Headley, The Emperor and his Chancellor: A Study of the Imperial Chancellery under Gattinara, Cambridge, 1983; F. Chabod, Carlos V y su imperio, Madrid, 1992; M. Fernández Álvarez, Carlos V, el césar y el hombre, Madrid, 2014; R. Ard Boone, Mercurino di Gattinara and the creation of the Spanish Empire, Londres, 2015.
5 N. Maquiavelo, Epistolario, 1512-1527, S. Mastrangelo (éd.), Mexico, 1990, p. 303-304.
6 Ibid., p. 310.
7 Ibid., p. 310-315.
8 Ibid., p. 346
9 A. Fontán y J. Axer, Españoles y polacos en la corte de Carlos V, Madrid, 1994, p. 195-196.
10 C.J. Hernando Sánchez, El reino de Nápoles y el dominio de Italia en el Imperio de Carlos V (1522-1532), en B.J. García García (éd.), El Imperio de Carlos V. Procesos de agregación y conflictos, Madrid, 2000, p. 111-118.
11 F. Chabod, Carlos V y su imperio… cit., p. 118.
12 R. Carande, El sorprendido y sorprendente Adriano VI, Papa, in Otros siete estudios de Historia de España, Barcelona, 1978, p. 81-107.
13 Ibid., y A. Chastel, El Saco de Roma: 1527. Madrid, 1998.
14 Burgos 11/07/1524, Archivio di Stato di Vercelli (ASV), Famiglia Arborio Gattinara (FAG), Mazzo 7.
15 R.J. Knecht, Renaissance Warrior and Patron: The Reign of Francis I, Cambridge, 1996 y R. Fagel, Un heredero entre tutores y regentes: casa y corte de Margarita de Austria y Carlos de Luxemburgo (1506-1516), en La corte de Carlos V, Madrid, 2000.
16 Ibid., y M. Rivero Rodríguez, Gattinara, Carlos V y el sueño del Imperio, Madrid, 2005.
17 C. Bornate, L’Apogeo della Casa di Asburgo e l’opera politica di un Gran Cancelliere di Carlo V [Mercurino Di Gattinara]..., Milano, 1919.
18 Id., Historia vitae et gestorum per dominum Magnum Cancellarium. Con note, aggiunte e documenti, en Miscelanea di Storia Italiana, 48, 1915, p. 233-558 (p. 266-272).
19 Año 1525, ASV, FAG, Mazzo 3.
20 Razonamientos de Mercurino Arborio sobre la prisión de Francisco I, ASV, FAG, Mazzo 8.
21 Ibidem.
22 C. Bornate, Historia vitae et gestorum… cit., p. 289; K. Brandi, Carlos V… cit., p. 116-127 y A. Kohler, Carlos V: 1500-1558, Una Biografía, Madrid, 2000, p. 170.
23 F. Guicciardini, La storia d’Italia… cit., vol. 3, p. 439-447.
24 M. Bataillon, Erasmo et la chancellerie imperiale, en Bulletin Hispanique XXVI, 1924, p. 29; J.M. Headley, The Emperor and his Chancellor… cit.; M. Rivero Rodríguez, Gattinara, Carlos V y el sueño del Imperio… cit.; Martínez Millán y M. Rivero Rodríguez, La coronación imperial de Bolonia y el final de la ‘vía flamenca’ (1526-1530), Madrid, 2001: https://repositorio.uam.es/handle/10486/1100.
25 M. Bataillon, Erasmo et la chancellerie imperiale, in Bulletin Hispanique XXVI, 1924, p. 29; J.M. Headley, The Emperor and his Chancellor… cit.
26 L.E. Halkin y G. Dansaert, Charles de Lannoy, Vice-Roi de Naples, 1482 1527, Bruxelles-Paris, 1937, p. 114.
27 Ibid., p. 36 y H.K. Schulz, Der sacco di Roma, Karls V truppen in Rom, 1527- 1528, Halle, 1894, p. 92.
28 A. Villa Rodríguez, Memorias para la historia del asalto y saqueo de Roma en 1527 por el ejército imperial…, Madrid, 1875, p. 72-73.
29 Id., p. 63-64 y L.E. Halkin y G. Dansaert, Charles de Lannoy… cit., p. 113-116.
30 A. Villa Rodríguez, Memorias para la historia del asalto… cit., p. 296-299.
31 Ibid., p. 202-203.
32 Ibid., p 193-194 y J. Hook, The Sack of Rome: 1527, Londres, 2004, p. 296-299.
33 L.E. Halkin y G. Dansaert, Charles de Lannoy… cit., p. 321-324.
34 A. Fontán y J. Axer, Españoles y polacos en la corte de Carlos V… cit., p. 206-207.
35 Vita del Gran Cancelliere Mercurino (manuscrito siglo XVI), ASV, FAG, Mazzo 3, 90-92.
36 Ibid.
37 R.J. Knecht, Renaissance Warrior and Patron… cit., p. 283-285 y L. Díez del Corral, El pensamiento político europeo y la monarquía de España, Madrid, 1975, p. 218-220.
38 A. Rodríguez Villa, El Emperador Carlos V y su corte, según las cartas de don Martín de Salinas, embajador del Infante don Fernando (1522-1539), en Boletín de La Real Academia de La Historia, XLIV, 1903, p. 25, 142-143, 149, 152-153 y 245.
39 A. Fontán y J. Axer, Españoles y polacos en la corte de Carlos V… cit., p. 217 y A. de Valdés, Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, J.F. Montesinos (ed.), Madrid, 1956.
40 A. Vian Herrero, El diálogo de Lactancio y un Arcidiano de Alfonso de Valdés, obra de circunstancias y Diálogo Literario. Roma en el banquillo de Dios, Toulouse, 1994.
41 J. Sánchez Montes, Franceses, Protestantes, Turcos. Los Españoles ante la política internacional de Carlos V, Granada, 1995.
42 P. de Sandoval, Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V, Madrid, 1955, vol. 3, p. 339-354.
43 A. de Santa Cruz, A. Crónica del Emperador Carlos V, Madrid, 1920, vol. 2, p. 453-456.
44 F. Chabod, Carlos V y su imperio… cit.
45 J.C. D’Amico, Charles Quint Maître du Monde, Caen, 2005; M. Rivero Rodríguez, Gattinara, Carlos V y el sueño del Imperio… cit.; F. Bosbach, Monarchia Universalis. Storia di un concetto cardine della politica europea (secoli XVI-XVIII), Milano, 1998.
Auteur
IULCE-UAM
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