El Buscón y los «Guzmanes»: el personaje de Alonso Ramplón
p. 219-231
Texte intégral
Convidélos a todos un día, y a otros amigos. Híceles un espléndido banquete […]. Quién les dijera entonces a su salvo: «Sepan, señores, que comen de sus carnes».
M. Alemán, Guzmán de Alfarache, ed. J. M. Micó, t. II, p. 280.
1Al contemplar la imponente bibliografía elaborada en torno al Buscón* desde la década de los setenta se le hace a uno cuesta arriba dar con un resquicio propicio a un abordaje crítico medianamente novedoso. La todavía enigmática génesis del texto, con el espinoso problema de su datación precisa, no facilita por cierto una aproximación a los fenómenos de intertextualidad que, sin embargo, brillan por su relevancia, empezando por las coincidencias temáticas que vinculan la historia de Pablos a los inevitables «Guzmanes». Así las cosas, algo temerario viene a ser bucear de nuevo en el Buscón en pos de hipotéticas huellas de la novela alemaniana, por cuanto este tipo de pesquisa puede ya considerarse superfluo tras los estudios de F. Lázaro Carreter y otros eminentes quevedistas.
2Como es de sobra conocido, de tales trabajos se desprende que la época más probable de redacción del Buscón hubo de situarse entre 1603 y 1604, aprovechando el éxito editorial de la Primera parte del Guzmán y de la continuación apócrifa de Luján. Resulta obvio que el joven Quevedo, apasionado de literatura y atento a cuanto se venía publicando, no podía menos de explotar una «materia picaresca» cuya moda alcanzaba a la sazón su apogeo: aparte de las dos obras aludidas, ahí están el Diálogo del Capón (¿1599-1600?) de Francisco Narváez de Velilla, El viaje entretenido (1603) de Agustín de Rojas, El Guitón Onofre (1604) de Gregorio González, Rinconete y Cortadillo (hacia 1604) de Cervantes, y La Pícara Justina (1605) de López de Úbeda, sin olvidar la Segunda parte del Guzmán (1604) de Mateo Alemán. A la altura de aquel mágico año 1604 de «prosas y prisas», según la acertada fórmula de J. M. Micó1, es muy presumible que don Francisco sintiera también la comezón de participar en lo que Márquez Villanueva ha llamado la «movilización o estampida de ingenios lanzados a colmar aquella insospechada avidez del público por el libro de entretenimiento»2 que generara en 1599 el Guzmán de Alfarache.
3De todos modos, está fuera de duda que el autor del Buscón, amén de inspirarse en no pocos pasajes del falso Guzmán, «leyó atentamente la obra [I Parte] de Alemán» y supo captar «la posibilidad inmensa para el arte» que entrañaba «la andanza hampesca» del Pícaro3.
4Pues bien, más allá de las «concomitancias» existentes entre el Buscón y el Guzmán de 1599, quisiera yo replantear el controvertido tema del posible influjo de la Atalaya (o Guzmán de 1604) sobre las vivencias del indigno Pablos de Segovia. Huelga decir que soy consciente de pisar aquí un terreno resbaladizo en vista de que especialistas tan solventes como P. Jauralde no vacilan en afirmar que la novela del buscavidas estaba ya terminada hacia septiembre de 1604: «todos los datos internos apuntan hacia ahí»4. Por lo tanto, teniendo en cuenta que la segunda entrega del Guzmán sólo sale de las prensas lisboetas en diciembre de 1604, habría que descartar cualquier rastro suyo en el texto de Quevedo… Según se echa de ver, conviene hilar fino: todo depende de un lapso de unos meses que, a la postre, afectaría muy poco a la cronología histórica rastreable en el Buscón. Y eso sin considerar una razón de peso, a saber —como han explicado G. Díaz Migoyo5 y Alfonso Rey6— que importaría «diferenciar el tiempo de la vida pasada de Pablos, el tiempo en que éste escribe y el momento en que escribe Quevedo».
I. — LAS FECHAS DE REDACCIÓN DEL BUSCÓN Y DE LA ATALAYA
5Los argumentos textuales tradicionalmente aducidos en favor de una temprana redacción al margen del Guzmán de 1604 suelen ser, en realidad, bastante escasos. F. Lázaro alude al «problema» para soslayarlo en seguida «si se acepta como fecha [del Buscón] la de 1603 o 1604»7. Para él, «las coincidencias entre el dómine Cabra y el bachiller de pupilos del sevillano» serían fortuitas «si no es que Alemán imitó a Quevedo», como en el caso del Arancel de necedades, «indiscutiblemente quevedesco». Cabría, pues, invertir los términos del debate ya que, por otro lado, lo esencial de las huellas guzmanianas (en especial, el episodio alcalaíno) sería imputable a la influencia del Guzmán lujanesco.
6La hipótesis es defendible, aunque —a mi juicio— no deje de presentar ciertas fisuras.
7La autoría del Arancel de necedades (Guzmán II, pp. 343-349), tan afín a la quevediana Premática del desengaño (Buscón, pp. 118-123)8, es de hecho una incógnita. Si bien el texto fue reimpreso en 1615 a nombre de Alemán, parece probable —como sugiere M. Chevalier9— que estuviera más en deuda con una tradición festiva que con el propio Buscón; y más aún si recordamos que en el Arancel suenan claros ecos del Galateo español (1593) de Gracián Dantisco10 y de la Carta de las setenta y dos necedades señalada por E. Cros11. En el fondo, nada se opone a que Alemán sirviera de modelo a Quevedo.
8Por lo que atañe a la «vida de pupilaje» y a la estancia en Alcalá, la impronta —innegable— del falso Guzmán no tiene por qué excluir forzosamente el hipotexto de la Atalaya. La degradación estudiantil de Pablos contrasta tanto con los triunfos universitarios del protagonista alemaniano «tenido por uno de los mejores estudiantes» (II, p. 425)12, y se ajusta tan oportunamente al retrato canallesco trazado por Luján, que es lícito opinar que don Francisco utilizó al falso Guzmán para rebajar las ínfulas intelectuales del auténtico. Resulta tentador estimar —con Idalia Cordero— que el autor del Buscón se propuso ahí demoler «de un plumazo el edificio alcalaíno de Alemán»: Pablos, en efecto, va a la Universidad «no para aprender teología, sino para aprender picardía»13.
9Sin entrar ahora en más detalles14, convendría tal vez reexaminar bajo esta luz las analogías del texto de Quevedo (pp. 69-72 y 93-94) con las variaciones alemanianas sobre «la limitada y sutil ración de un señor maestro de pupilos», pasaje de la Atalaya (II, pp. 413-416) que, en palabras de J. M. Micó, es «prueba evidente, entre otras cosas, de que Quevedo aprendió algo del Guzmán de Alfarache»15. Por una misma lectura se pronuncia también F. Cabo al advertir acerca de las amas de pupilaje:
No deben dejar de subrayarse las notabilísimas concomitancias que, en este sentido, el Buscón mantiene con la segunda parte del Guzmán de Alfarache (413 sqq.), que posiblemente van más allá de la mera coincidencia en elementos tradicionales16.
10De hecho, no escasean los estudiosos proclives a considerar que la redacción inicial del Buscón «quizá pueda retrasarse hasta 1605», por cuanto —anota F. Rico— «Quevedo parece haber tenido en cuenta algunos datos de la segunda parte del Guzmán, aparecida en diciembre del año anterior»17. Si bien Rico no especifica a qué reminiscencias se refiere, su impresión viene a coincidir con la de otros quevedistas (D. Ynduráin, C. Vaíllo) que aceptan interpretar la discutida mención al «rucio de la Mancha» (p. 141) como una alusión verosímil al Quijote. La gran novela de Cervantes, desde luego, solamente se imprime a comienzos de 1605, pero una versión manuscrita hubo de circular por el verano de 1604, según lo atestigua la famosa referencia a «Don Quijote» que surge, en agosto de 1604, en una carta de Lope de Vega18. Desde esta perspectiva, no carecería de fundamento imaginar igualmente que el autor del Buscón pudiera tener acceso a la primera redacción del Rinconete (terminado en 1604)19 y, sobre todo, a la Segunda parte del Guzmán de Alfarache.
11Tal como puntualiza J. M. Micó en su excelente «Prosas y prisas en 1604», la Atalaya de la vida humana cuya «licencia de la Santa Inquisición» va firmada a principios de septiembre (1604), llevaba ya meses a la espera de la imprenta. De creer a Juan López del Valle, prologuista del San Antonio de Padua en el otoño de 1603, la Segunda parte del Guzmán, en efecto, había de imprimirse en breve «para desterrar la que sin verdadero nombre de autor […] salió en Valencia el año pasado»20. Alemán debió, pues, de ultimar el texto de la Atalaya entre noviembre de 1603 y abril de 1604, fecha en que él se traslada a Portugal con intención de publicarla sin tardanza21.
12Dentro de tal contexto, no es de descartar que, a semejanza del Quijote, esta segunda entrega del Guzmán llegara a ser conocida (por lo menos parcialmente) en algunos cenáculos literarios de la Corte mucho antes de su publicación en Lisboa; salvo que nuestro novelista, escarmentado por el «plagio» de Luján22, extremara las precauciones con miras a obviar un nuevo desagrado… El caso es que la cronología de la composición de dicha Segunda parte permanece aún tan enigmática como la del Buscón, problema este que la crítica suele pasar curiosamente por alto.
13Si damos crédito a Mateo Alemán, la redacción primitiva de la Atalaya —«de algunos años acabada y vista», asevera en 160423— se remontaría tal vez a los años 1599-1600, época en que su plagiario le cogiera «a el vuelo» unos «papeles y pensamientos» imprudentemente comunicados (II, p. 20). No faltan, por tanto, motivos para creer que una versión (sin duda incompleta) de la Segunda parte pudo haber circulado por aquellas fechas en el mundillo de los literatos. ¿Acertaría Quevedo, al igual que el valenciano o los íntimos de Alemán24, a disponer entonces de algún anticipo de la obra? O bien, ¿alcanzaría a leerla en algún manuscrito de 1604? Dado el misterio que sigue rodeando la elaboración de la Atalaya, ambas hipótesis parecen sostenibles. Empero, quizá sea menos arriesgado retrasar sencillamente a 1605 la fecha de la versión originaria del Buscón.
II. — DEL «TÍO» DE GÉNOVA AL VERDUGO DE SEGOVIA
14Partiendo de dichos supuestos, me propongo llamar la atención sobre un episodio del Buscón que constituye una etapa crucial en la trayectoria del antihéroe, y marca uno de los ápices de lo grotesco en clave de «novela familiar». Me refiero a la confrontación, a todas luces vergonzosa, de Pablos con su tío Alonso Ramplón, verdugo de Segovia y, en cuanto tal, ejecutor del propio padre del protagonista-narrador.
15Este tema avuncular cuenta con varios antecedentes en la tradición folklórica25 y en la literatura épico-caballeresca del Medievo. El personaje del «tío» (soltero, por lo general) suele allí ajustarse a dos modelos antitéticos: ora simboliza protección en ausencia del padre, ora actúa a fuer de malvado traidor de los valores paternos. Así lo encontramos en Tirante el Blanco como sustituto tutelar del padre —«mi hermano queda en mi lugar, que es mi propia ánima», declara el Rey de Sicilia26—; o bien, en la historia de Los Infantes de Lara donde el hermano de la madre asume, al contrario, un papel vengativo en contra de sus sobrinos y del padre de los mismos. La literatura europea no había de olvidar ese legado cabalmente ilustrado por el teatro de Shakespeare cuyo Hamlet (1601) nos ofrece, con el alevoso rey Claudius, el emblema del «tío» usurpador y asesino de su hermano.
16En el caso del Buscón —ya lo ha subrayado J. Iffland27— el lector ignora los verdaderos lazos de parentesco entre Ramplón y los padres de Pablos: a primera vista, puede tratarse de un tío materno o paterno. Quevedo cultiva el equívoco en aras de la ignominia genealógica (por partida doble) del pícaro. Sin embargo, acorde con la quevedesca propensión a sugerir siempre lo peor, no cabe excluir que el verdugo sea un hermano soltero de Clemente Pablo con quien —amén de mantener estrechas relaciones28— comparte probablemente la misma sangre ya que su sobrino, en una burlesca carta de despedida, le espeta: «me importa negar la sangre que tenemos» (p. 141). Así las cosas, no es nada aventurado pensar, con R. Lida, que el verdugo «ha ahorcado a su propio hermano»29.
17Pues bien, a la altura de 1604, los dechados posibles de ese personaje del «tío» soltero y, como tal, doble del padre desaparecido, no son numerosos en la narrativa española, máxime en el ámbito de la picaresca. Que yo sepa, dos textos, tan sólo, responden a la definición: los Guzmanes (1599-1604) de Alemán y, en menor medida, el Diálogo intitulado el Capón (¿1599-1600?) de F. Narváez de Velilla.
18Muy conocida es la conflictiva figura del tío genovés de Guzmán, cuyo protagonismo ocupa dos secuencias capitales en el itinerario del pícaro: una, en la Primera parte (pp. 378-383); otra, en la Segunda (pp. 283-303). La situación es la siguiente: Guzmanillo, después de la muerte de su padre, «mercader» agregado a la nobleza de Génova, decide «ver mundo» yendo «a reconocer en Italia [su] noble parentela» (I, p. 163). Al llegar a Génova, «con deseo de conocer y ser conocido» (I, p. 371), nuestro picarillo se lleva un cruel chasco: el hermano mayor de su padre, tras llamarle «hijo» y prometerle darle noticias de «sus parientes», va a repudiarle vergonzosamente mediante una «pesada burla» que le obliga a salir huyendo de la ciudad. Guzmán jura entonces vengarse de ese «viejo maldito» (I, p. 379), venganza que se narra en el «Libro segundo» de la Atalaya.
19Dicho pasaje del Guzmán de 1599 no le debió de pasar inadvertido al autor del Diálogo del Capón, pese al silencio sobre el particular que observan los editores atentos, con todo, a destacar la «deuda velada con el Guzmán de Alfarache» perceptible en el texto30. Narváez de Velilla dista de tener la talla de un Mateo Alemán; no obstante, supo intuir el interés novelesco de esa figura del tío paterno, aun cuando se mostrara incapaz de sacarle jugo:
Acordéme —relata Velasquillo— haber oído en mi niñez que decía mi madre que mi padre era de Añover, y determiné de ir a saber mi linaje y a conocer mis parientes y saber si mi padre tenía alguna hacienda. Hallé un tío clérigo vivo. Este, por el gesto y por las señas que yo le di […], me conoció y amparó31.
20Salta a la vista que estamos ante el mismo esquema familiar que en el Guzmán: una vuelta a los orígenes para conocer su linaje encarnado en un hermano soltero del padre desaparecido. Pero aquí terminan las similitudes. Lejos de remitir a un «super-yo» castrante, el tío clérigo, que conoce y ampara al sobrino, viene a ejercer una función positiva de protector; su intervención, totalmente desproblematizada, no da pie al menor rencor.
21Quevedo, por cierto, pudo inspirarse en El Capón para construir el personaje de Ramplón32. Este último, sin embargo, por su repulsivo papel de «super-yo» alienante, supone con toda evidencia la mediación de otro hipotexto más problemático. Y está claro que el verdugo de Segovia no puede derivarse del Guzmán apócrifo de 160233, ya que Luján esquivó «la obligación que tuvo de volverlo a Génova, para vengar la injuria de que dejó amenazados a sus deudos», como se lo reprochó Alemán en 1604 (II, p. 22).
22Siendo la actuación del «tío», en El Capón, tan anodina a nivel de «novela familiar», resulta más probable que el autor del Buscón tuviese a la vista la narración de Alemán. Ahora bien, si su deuda con la primera entrega del Guzmán apenas plantea problemas, queda por demostrar que don Francisco tuvo también conocimiento de la «venganza» a costa del «tío» genovés, cuyo relato pertenece a la Segunda parte o Atalaya de la vida humana.
23Recuérdense las coordenadas del episodio según Alemán. Ya rico y disfrazado de «don Juan de Guzmán, un caballero sevillano» (II, p. 272), el pícaro, años después de «la pesada burla», regresa a Génova «donde, conocido de sus deudos, lo regalaron mucho» (II, p. 260). Guzmán, esta vez, entra en la ciudad «bien vestido» y se acuerda de «cuán diferente» fue su primera «entrada». A la fama de su riqueza y supuesta nobleza, no tarda en acudir su tío paterno, «un caballero que nunca se había querido casar, muy rico y cabeza de toda la casa nuestra» (II, p. 276). La secuencia genovesa, en la que la palabra «linaje» es recurrente, se enmarca en un ambiente aristocrático.
24Bien mirado, la revancha o estafa de honra destinada a anonadar al «buen viejo» (II, p. 273), obedece a complejas motivaciones cuyas connotaciones fantasmáticas interesan aquí mucho más que el mero deseo personal de cobrar «la deuda» por la mala pasada de marras. El protagonista cuenta, en efecto, al capitán Favelo que él ha venido a Génova por un asunto de honor familiar: con miras a «deshacer cierto agravio que aquí recibió [su] padre siendo ya hombre mayor». Como hijo privado de la «honra» que le quitara entonces «un traidor enemigo» (papel asumido por el tío), vuelve, pues, al lugar de autos para castigar a «quien a las canas de [su] padre no tuvo respeto» forzándole «a dejar la patria […], corrido y afrentado» (II, p. 290). No se puede sugerir más nítidamente que Guzmán se identifica ahí con el deshonor, o muerte social, sufrido antaño por su padre ya fallecido. Siendo la honra indisociable del dinero, robar las riquezas de su tío y deudos va a significar para él darles, en nombre del padre, una misma «muerte social». Dicho de otro modo, el pícaro reivindica la herencia paterna que, en aras del «linaje», le negara otrora su tío a fuer de infame traidor del hermano34.
25Si se acepta cotejar esta lectura con los capítulos del Buscón centrados en la repelente figura de Alonso Ramplón, surgen una serie de coincidencias, temáticas y verbales, que —a mi entender— no son del todo fortuitas.
26En el fondo, los dos textos exponen una situación bastante parecida. Tanto Guzmán como Pablos vuelven a un escenario para ellos afrentoso y dominado por la sombra del padre muerto. En ambas obras el «tío» cumple la función de doble del padre como lo explicita el calificativo de «hijo» que cada uno asigna al sobrino. Por otra parte, las dos escenas (en las que, a una, se caracteriza irónicamente al tío de «bueno»)35 estriban en un mismo sentimiento de rencor familiar, generador de una venganza en la que se interfieren honra y dinero. En fin, ambos episodios desembocan en una precipitada huida del protagonista. Veamos, pues, con más detalle cómo Quevedo narra la entrevista con el verdugo.
27El retorno de Pablos a Segovia (clara vuelta a las raíces de su infamia, al igual que el regreso de Guzmán a Génova) para cobrar, de manos de su tío, la herencia paterna, se sitúa en un contexto cuyas resonancias guzmanescas quedan balizadas de entrada por el tipo satírico del «mercader genovés». La silueta de ese «hombre de negocios» que «todo lo juraba por su conciencia» sin tenerla (p. 131), evoca —lo ha resaltado Idalia Cordero36— a aquellos «tratantes de Génova que traen las conciencias en faltriqueras descosidas, de donde se les pierde y ninguno la tiene» (Guzmán, I, p. 410). Antes de la novela de Alemán, rarísimos son los textos literarios que censuran así a los financieros genoveses. Ese mercader «muy a lo dineroso» que, según Quevedo, «estaba perdido porque había quebrado un cambio que le tenía más de sesenta mil escudos» (p. 131), nos remite al padre y parientes «levantiscos» de Guzmán, aun cuando el personaje sirva también para introducir el motivo del dinero legado por Clemente Pablo.
28Desde la misma óptica, se observará que el anuncio de esos «cuatrocientos ducados» que afianzan a Pablos en su conversión vocacional en «caballero», le lleva al actuante a declarar a don Diego: «Señor, ya soy otro, y otros mis pensamientos» (p. 104), afirmación que importa relacionar con el propósito de «hacer nueva vida» (p. 92) enunciado con anterioridad. Para el lector de 1604-1605, tales fórmulas no sonaban desconocidas; reenviaban casi literalmente a expresiones de la Segunda parte del Guzmán: «Quedé […] tan otro yo por entonces, tan diferente del que fui» (II, p. 130), «llevando propósito de allí adelante hacer libro nuevo» (II, p. 132), «ya no pensaba volver a ser el que fui, sino un fénix nuevo» (II, p. 142); otras tantas citas que preludian el famoso «halléme otro, no yo ni con aquel corazón viejo de antes» (II, p. 506), broche de oro de la conversión final.
29Sin insistir aquí en un probable escarnio de las veleidades virtuosas del pícaro alemaniano37, convendría quizás valorar en parejo sentido las contrapuestas intenciones de Guzmán y Pablos ante sus respectivas visitas al «tío». Mientras que al protagonista de Alemán le anima el «deseo de conocer y ser conocido» para identificarse con su «noble parentela», el personaje de Quevedo pretende «conocer [sus] parientes para huir dellos» (p. 104). Aunque en ambos casos la confrontación familiar se focaliza en la honra y el linaje, su orientación resulta radicalmente subvertida: si el Guzmán de 1604 sale triunfante de la prueba, Pablos, en cambio, tiene que apurar hasta las heces el cáliz de la humillación.
30De ser válida mi interpretación, Quevedo debió de inspirarse en los dos encuentros de Guzmán con su «maldito» pariente genovés. De la primera visita recogió probablemente —aparte de ciertos aspectos carnavalescos38— el hecho de que nadie en Segovia fuese capaz de darle a Pablos noticias de su tío: «Lleguéme a mucha gente a preguntar por Alonso Ramplón, y nadie me daba razón dél, diciendo que no le conocían» (p. 131). Con semejante dificultad había tropezado Guzmanillo al llegar a Génova:
A persona no pregunté que no me socorriese con una puñada o bofetón […], no hallé rastro de amigo ni pariente (I, pp. 378-379).
31Por otro lado, es plausible que el apelativo «Hijo», tan equívoco en boca del verdugo (pp. 103 y 139)39, procediera del hipócrita tratamiento que usa el tío genovés para engatusar al indeseable sobrino: «Yo, hijo, bien oí decir de vuestro padre» (I, p. 379).
32Con todo, si nos atenemos a los capítulos en cuestión, las concomitancias con el Guzmán de 1599 son, en definitiva, pocas. Más relevante me parece ser la impronta de la Atalaya.
33Al volver «bien vestido» a Génova, Guzmán recuerda su malhadada primera estancia, y «cuán diferente fui recebido y cómo de allí salí entonces» (II, p. 271). Pablos rememora igualmente su pasado en Segovia y advierte «entré algo desconocido de cómo salí, con punta de barba, bien vestido» (p. 131). Este último detalle común es importante porque tanto Guzmán como Pablos pretenden ahora pasar por «caballeros»: «estaba notando esto con un hombre a quien había dicho […] que era yo un gran caballero» (p. 132), señala el buscón en eco al texto de Alemán («Preguntábanle a mi criado que quién era. Respondía Don Juan de Guzmán, un caballero sevillano», II, p. 272).
34Por supuesto, ambos protagonistas confían en que resultan a la sazón desconocidos, pues tanto el uno como el otro van vestidos a lo estudiante: Guzmán «a lo romano, de manteo y sotana» (II, p. 271); Pablos, con «manteo» (p. 133) y «sotanilla» a fuer de «maeso en Alcalà» (p. 135). No obstante este disfraz universitario, será Alonso Ramplón (a semejanza del tío de Génova) quien acuda espontáneamente a saludar a su «sobrino». Tal diligencia, honrosa para Guzmán, salpica por contra a Pablos de infamia: «Penséme morir de verguenza» (p. 132).
35Si las convergencias textuales son patentes, no lo es menos la voluntad de Quevedo de oponer entre sí los dos episodios.
36Ubicado «junto al matadero» (el barrio más hediondo), el aposento del verdugo, «tan bajo que andábamos por él como quien recibe bendiciones» (p. 133), es un tugurio en los antípodas de la «casa, grande, obrada de muchos pilares y losas de alabastro» (I, p. 380), que descubriera Guzmanillo en lo mejor de la ciudad cuando su primera visita a Génova. En lugar de ricas «colgaduras de paños pintados» (I, p. 380), Pablos sólo puede contemplar allí cómo «colgaban cordeles, lazos, cuchillos, escarpias y otras herramientas del oficio» (p. 133). Desde luego, según comenta Ramplón, «no es alcázar la posada» (p. 132)40.
37Idéntico contraste se da respecto al entorno humano de los «tíos». Mientras que Guzmán (en 1604) resalta el empaque aristocrático del hermano de su padre «rodeado de algunos principales de mi linaje» (p. 276), los íntimos del verdugo —entre ellos figuran «un porquero» y «un mulato zurdo y bizco» (pp. 133 134)— se caracterizan por su bestial plebeyez. Ante la borrachera colectiva de estos rufianes de la más vulgar estofa (secuencia que parece inspirada en la orgía de vino a la cual asiste Guzmanillo en casa del cocinero madrileño)41, apostilla Pablos su «deseo de verse entre gente principal y caballeros» (p. 138), situación ésta que disfruta justamente el Guzmán de 1604 al compartir mesa y mantel con su «noble parentela».
38En ambas novelas, en efecto, la comida ocupa un lugar destacado, si bien de signo muy distinto. El tío genovés «regala» a su sobrino con una «cena» para corresponder al «espléndido banquete» en «vajilla de plata» que le ofreciera Guzmán (II, pp. 279-280). También el verdugo agasaja a Pablos con una memorable comilona, «en unos mendrugos de platos y retacillos de cántaros y tinajas» (p. 135), realzada por unos «pasteles de a cuatro» cuya carne —se sugiere— bien podría proceder del cuerpo troceado de Clemente Pablo. Dicha puntualización macabra, que confiere al banquete un notorio simbolismo canibalista, se halla literalmente en cierne en la Atalaya donde Guzmán, en medio del festín que están saboreando su tío y deudos, se complace en notar para sus adentros: «sepan, señores, que comen de sus carnes» (II, p. 280). La inversión de papeles es total: el pícaro alemaniano triunfa de sus parientes obligándoles a comerse metafóricamente a sí mismos; Pablos, a la inversa, se ve invitado a interiorizar su vileza congénita comiéndose los restos de su padre.
39A continuación, lejos de «medrar» gracias a la herencia paterna, el buscón va a hundirse con los «cofadres del estafón» (p. 149) en los bajos fondos de la Corte42, no sin hacerse pasar después por un tal «don Ramiro de Guzmán»43, «un hombre de negocios rico» (p. 182). Ahora bien, sabemos que Guzmán, tras robar a su tío genovés, regresa a España «muy rico» (II, p. 336), y se establece en Madrid precisamente como «mercader mohatrero» u hombre de negocios (II, p. 354). El paralelismo no deja de ser llamativo.
40Tales puntos de contacto que diseñan toda una red de plausibles interferencias textuales, no bastarían tal vez para certificar la presencia de la Atalaya en filigrana del Buscón, si no se diera asimismo una curiosa coincidencia narrativa en los desenlaces de sendos episodios.
41En la novela de Quevedo, la relación entre tío y sobrino, que bien podía haber concluido con el cobro de la «herencia» de los padres, comporta una coletilla de sumo interés, a mi modo de ver. Deseoso de rehuir cuanto antes el trato con el verdugo, Pablos opta por no despedirse: apenas amanecido, escapa sin ser visto de la casa dejando tras sí «una carta cerrada» (p. 140) cuyo contenido sólo se nos desvela a posteriori cuando el protagonista-narrador ya camina hacia la Corte. Por las reflexiones que hace este último —«Iba entre mí diciendo: allá quedarás bellaco, deshonra-buenos»—, el lector se entera de que hasta entonces el sobrino ha estado disimulando en parte su odio, y que dicha carta de acción retardada encierra sin duda alguna cínica venganza. Ramplón podrá leer, en efecto, que Pablos, amén de «negar la sangre» que los une, le desea la misma muerte que él diera a Clemente Pablo (p. 141).
42Más allá de la problemática del «padre», y de significativas distorsiones ideológicas44, me interesa resaltar la modalidad retrospectiva con la que el narrador evoca ahí la amargada reacción del verdugo. La narración del viaje a Madrid se interrumpe así bruscamente para dar paso a una analepsis —«Pero volvamos a las cosas quel dicho mi tío hacía, ofendido por la carta» (p. 140)— consistente en imaginar con manifiesto regodeo «las blasfemias y oprobios que diría contra mí» (p. 141). Pues bien, parejo recurso narrativo aparece en el Guzmán de 1604 con miras a enfatizar el mismo sentimiento de complacida venganza al salir de Génova. Al igual que Pablos, el pícaro alemaniano, lejos de despedirse de sus parientes, les sorprende con su huída (nocturna) a bordo de las galeras, no sin haberles dejado en prenda (entre otras cosas) un «cofrecito […] con sus muy gentiles cerraduritas» y supuestamente lleno de piedras preciosas (II, p. 297). Sobre todo, merece consignarse la manera como Alemán transcribe el desenlace de la burla. Sólo horas más tarde, estando ya en alta mar, Guzmán vuelve al tema para regodearse retrospectivamente al representarse el desengaño de su tío y deudos cuando descubrieran que el contenido del dichoso «cofrecillo» y de los «baúles» no valía un ardite:
¡Cuántos escalofríos les daría! ¡Qué de mantas echarían, y ninguna en el hospital! […] Agora los considero, la priesa con que descerrajarían los baúles para quererse pagar dellos […]. El tío viejo se hallaría bien parado con la pedrería que Sayavedra le dijo (II, pp. 302-303).
43Según se echa de ver, la fórmula narrativa (una vuelta atrás actualizada en el modo potencial) resulta ser tan rigurosamente similar que, tratándose además de aventuras afines, cuesta pensar que todo ello fuera fruto del azar.
44Las conclusiones que se desprenden de cuanto antecede, caen (por así decirlo) de su peso:
- Habida cuenta de las inciertas «certidumbres» que tenemos respecto a las fechas de redacción, tanto de la Atalaya como del Buscón, no cabe descartar a la ligera la hipótesis de una influencia directa del Guzmán de 1604 sobre el libro de Quevedo45.
- Al margen de las correlaciones argumentales ya señaladas o intuidas por la crítica, el examen del episodio dedicado a la contrafigura del «tío» Alonso Ramplón permite distinguir (a nivel temático y narrativo) una serie de coincidencias o analogías textuales con la segunda visita de Guzmán a su tío genovés, que parecen difícilmente imputables a fortuitas circunstancias. Así, pues, habría que revisar la datación del manuscrito primitivo del Buscón cuya composición sería conveniente retrasar hasta 1605, por lo menos46.
- El influjo del Guzmán alemaniano (en sus dos entregas) hubo de ser más profundo de lo que se suele reconocer en la génesis y elaboración del personaje de Pablos. Si bien es cierto que la «fábula» de Quevedo se inclina más del lado de la sátira jocosa que del género novelesco cultivado por Alemán47, su marcada propensión a la «agudeza verbal» no se me antoja susceptible de excluir ipso facto una solapada parodia del pícaro-reformador erigido en Atalaya de la vida humana. Por las mismas fechas, pocas obras narrativas —empezando por las de Cervantes— se eximen de alguna deuda con los Guzmanes. Y al respecto, el Buscón hubo de llevarse la palma48. Es más: se ha sostenido en ocasiones que el joven Quevedo pretendió así escribir un anti-Guzmán49. Dentro de tal perspectiva, la subversión de la venganza de Génova, latente en la secuencia del «tío» verdugo, encajaría ejemplarmente como «respuesta polémica» a las pretensiones, intelectuales y sociales, del galeote sevillano.
Notes de bas de page
1 J. M. Micó, «Prosas y prisas en 1604», pp. 827-848.
2 F. Márquez Villanueva, «Sobre el lanzamiento y recepción del Guzmán de Alfarache», pp. 49-577.
3 F. Lázaro Carreter, «Originalidad del Buscón», pp. 122-129 (en particular).
4 P. Jauralde (ed.), «Introducción», El Buscón, pp. 17-18.
5 G. Díaz Migoyo, «Las fechas del Buscón», pp. 171-193.
6 A. Rey, «Más sobre la fecha del Buscón», pp. 151-164.
7 F. Lázaro Carreter, «Originalidad del Buscón», p. 125.
8 F. Cabo Aseguinolaza (ed.), La vida del Buscón.
9 M. Chevalier, «Guzmán de Alfarache en 1605», p. 140, n. 8.
10 Ver C. S. de Cortazar, «El Galateo español y su rastro en el Arancel de necedades», pp. 317-321.
11 E. Cros, Contribution à l’étude des sources de «Guzmán de Alfarache», pp. 37-38.
12 Mucho insiste el narrador en sus capacidades intelectuales y en el fruto de sus estudios: «después de haber oído las artes y metafísica, me dieron el segundo en licencias con agravio notorio, a voz de toda la universidad, que dijeron haberme quitado el primero por anteponer a un hijo de un grave supuesto della» (II, p. 421); «no ha sido mala cuenta la que di de tantos estudios, de tantas letras, de verme ya en términos de ordenarme y graduarme, para poder otro día catedrar, por lo menos, porque pudiera, según la opinión que tuve» (II, p. 431). En 1599, Alemán presuponía que Guzmán había sido «muy buen estudiante, latino, retórico y griego» (I, p. 113).
13 I. Cordero, «El Buscón» o la vergüenza de Pablos y la ira de don Francisco, pp. 154-155.
14 Obsérvese, de pasada, que la captura en Alcalá de los «dos marranos», pronto convertidos en chacina (Buscón, pp. 92-93), presenta cierto parentesco con el robo de los «lechoncillos» —pronto aderezados y asados— que relata Guzmán poco antes de llegar a las galeras (II, pp. 492-493).
15 Guzmán, II, p. 413 (n. 35).
16 F. Cabo Aseguinolaza (ed.), La vida del Buscón, p. 281 (n. 94-16). A la zaga de E. Asensio, nótese, por otro lado, que el «pupilero» o el «cura capón» del Diálogo intitulado El Capón (ed. V. Infantes y M. Rubio Árquez, pp. 54-55 y 87) pudieron asimismo servir de fuente al episodio del dómine Cabra: «ataba un poco de tocino a una cuerda y lo echaba en la olla, y cuando le pareçía que le habría dado algún sabor, lo sacaba y guardaba para otras dos veces». El motivo (sin duda tópico) reaparece en el Guzmán de 1604: «atáis el tocino para echarlo dentro [de las ollas] y con sólo un cuarto dél hacéis toda la semana, porque se vuelve a sacar y se guarda» (II, p. 419).
17 F. Rico, La novela picaresca y el punto de vista, p. 121, n. 59.
18 Ver los comentarios de J. M. Micó, «Prosas y prisas en 1604», pp. 22-23.
19 Apenas es preciso destacar, v. gr., el parentesco entre «la madre Labruscas» (p. 170) y la «madre Pipota».
20 Alemán, San Antonio de Padua, preliminares (s. fº). Una de las «aprobaciones» de esta hagiografía es del 24 de noviembre de 1603.
21 Ver G. Álvarez, Mateo Alemán, p. 125.
22 Me inclino a pensar que la importancia de dicho «robo» fue probablemente desorbitada por Alemán que así sacaba del percance un inmejorable partido para el lanzamiento de su «verdadera» Segunda parte. Por lo demás, sabemos que la demora en darla a la estampa se debió al deseo del autor de sacar a luz el San Antonio.
23 No olvidemos que «la primera parte del pícaro» estaba terminada en octubre de 1597 (E. Cros, Protée et le Gueux, p. 438).
24 Al respecto, cabe conjeturar que Barros, autor de un «Elogio» al Guzmán de 1599, conociera ya lo esencial de la Atalaya puesto que parece aludir a vivencias del protagonista difícilmente reductibles a lo anunciado en la «Declaración para el entendimiento deste libro». Ver M. Cavillac, «Libros, lecturas e Ideario de Alonso de Barros», pp. 69-94.
25 Ver S. Thompson, El cuento folklórico, p. 165: «Los hermanos mayores están particularmente inclinados a complotar contra el más joven de la familia».
26 J. Martorell, Tirante el Blanco, ed. M. de Riquer, t. II, p. 29 (lib. II, cap. v).
27 J. Iffland, Quevedo and the Grotesque, t. II, p. 104: «We do not find out whether Ramplón is related by blood or by marriage, or whether he is related to the maternal o paternal side. Whatever the relation-ship may be, there is something mind-boggling about Ramplón’s hanging one of his own relatives».
28 Repárese en que el barbero formó parte de los asiduos a las orgías de Ramplón puesto que uno de los invitados pregunta si «había venido Clemente» (p. 133), el cual —ya se sabe— «era de muy buena cepa» (p. 55).
29 R. Lida, Prosas de Quevedo, cap. «El Buscón (II)», p. 296.
30 F. Narváez de Velilla, Diálogo intitulado el Capón, ed. V. Infantes y M. Rubio Árquez, «Prólogo», p. 21.
31 Ibíd., p. 91. Disiento, obviamente, de G. Mancing («El Diálogo del Capón y la tradición picaresca», p. 495) para quien «las referencias que uno espera ver [en El Capón] y que brillan por su ausencia son las referencias a Guzmán de Alfarache», lo que «implica una composición anterior a la de la novela de Alemán».
32 En el librillo de Narváez no faltan malévolas alusiones a los «confesos» (p. 69), «judíos» (pp. 76-77), y al «pueblo de Israel» (p. 99), motivos estos gratos a la sátira quevedesca.
33 Improbable me parece la sugerencia de I. Cordero (El «Buscón» o la vergüenza de Pablos, p. 74) para quien la frase «ni aun el verdugo es infame, por lo que es ejecutar el mandato real», pudo motivar la creación del personaje.
34 Incluso cabría decir que, al ningunear a Guzmanillo, el tío genovés mata de nuevo al padre y se comporta como un «verdugo»; así lo connota el léxico justiciero que él emplea para describir su primer encuentro con el sobrino: «yo estoy contentísimo de haberlo castigado y, como digo, me pesa, si dello no acabó, que no le di cumplida pena de su delito, pues tan desnudo y hecho harapos quiso hacerse de nuestro linaje» (II, p. 279).
35 Guzmán II, p. 276 («el buen viejo que me hizo la burla pasada») y 293 («de allí me fui a casa del buen viejo don Beltrán, mi tío»); y Buscón, p. 132 («Tenía mi buen tío su alojamiento junto al matadero») y 135 («dijo mi buen tío»).
36 I. Cordero, El «Buscón» o la vergüenza de Pablos, pp. 175-176.
37 Del mismo modo, la autocalificación de Pablos «como obstinado pecador» convertido al final en «rabí» de los rufianes sevillanos (p. 226), supone una notable réplica al Guzmán-atalaya. Véase P. N. Dunn, Spanish Picaresque Fiction, p. 199: «He surmounts his timidity by a conversion that is the opposite of Guzmán’s».
38 La grotesca burla sufrida por Pablillos en Alcalá («cuando desperté, halléme proveído y hecho una necesaria», p. 90) es, sin duda, una transposición de «la caca» que, tras el manteo de Génova, deja a Guzmanillo con «el cuerpo pegajoso y embarrado» en la cama (I, p. 382). Asimismo —como veremos— la orgía de vino en casa del verdugo no deja de ofrecer resonancias del Guzmán de 1599.
39 No sin razón A. Rey Hazas (Historia de la vida del Buscón, p. 155, n. 148) piensa que Ramplón, claramente sugerido como otro padre del pícaro, es en realidad el progenitor de Pablos, cosa más que probable ya que éste fue «concebido a escote entre muchos» (p. 61).
40 La palabra alcázar, al margen de su connotación segoviana, se empleaba como sinónimo de «casa grande» según consta en La ilustre fregona: «era la hora de siesta cuando llegué a su alcázar, que así se puede llamar su gran casa» (Cervantes, Novelas ejemplares, ed. J. García López, p. 434).
41 Guzmán (I, pp. 304-305): «como mi amo trajese a casa otros amigos cofrades de Baco, pilotos de Guadalcanar y Coca, y quisiera darles una merienda, todos tocaban bien la tecla, pero mi amo señaladamente era estremado músico de un jarro […]. Ya de los envites hechos estaban todos a treinta con rey, alegres, ricos y contentos, y con la nueva ofrenda volvieron a brindarse, quedándose […] que los pudieran desnudar en cueros: tales lo estaban ellos […]. Hallélos tales que parecía estar difuntos, y era poco menos pues estaban sepultados en vino».
42 Así y todo, realiza su ansiada integración en la sociedad de los «caballeros» (por muy «chanflones» que fueran), como Guzmán realizara —gracias al dinero estafado en Italia— su integración vocacional en el medio mercantil de Madrid como «muy gentil mohatrero» (II, p. 367).
43 A propósito de esta identidad, E. H. Friedman (The picaresque Tradition and Displacement, p. 204) ha puesto de relieve su «obvious parentage with Guzmán de Alfarache».
44 Véase M. Cavillac, Atalayisme et picaresque, pp. 9-38 («La question du Père dans le roman picaresque»).
45 En estas condiciones, el Buscón (dicho sea de paso) no sería la primera obra en incluir el término «arbitrio» (F. Cabo Aeguinolaza [ed.], p. 291, n. 106-12) que ya se encuentra en la Atalaya: «hombres de arbitrios y maquinadores» (II, p. 242). Basándose en otros elementos, R. Navarro Durán («La composición del Buscón» , pp. 108-110) subraya «las semejanzas que tiene el Buscón con la Segunda parte del Guzmán (1604)».
46 Comparto las observaciones de A. Rey en «Más sobre la fecha del Buscón», pp. 161-164. Comp. G. Díaz Migoyo, «Las fechas del Buscón», pp. 19-36: «Todo permite suponer —concluye— que Quevedo redactó el Buscón originalmente después de 1608, probablemente entre 1609 y 1612, y lo revisó definitivamente después de 1629» (p. 34).
47 Ver L. Schwartz (Metáfora y sátira en la obra de Quevedo); M. Chevalier (Quevedo y su tiempo); C. Vaíllo («El Buscón, la novela picaresca y la sátira», pp. 261-279).
48 Entre otros paralelos posibles, piénsese en la determinación final de Pablos de «pasarse a las Indias» donde «[le] fue peor» (p. 226). Este desenlace, ajeno al Guzmán lujanesco que termina «en las Galeras de España», deriva probablemente de la autobiografía de Sayavedra inserta en el Guzmán de 1604: allí se lee que su hermano mayor, Juan Martí, tras vagabundear «por el Andalucía muy maltratado […], pasó a las Indias, donde también le fue mal» (II, p. 213).
49 En esta línea se sitúan (entre otros), R. Bjornson, E. Cros, J. Vilar, I. Cordero, B. W. Ife, y F. Márquez Villanueva para quien «Quevedo [dio] con su Buscón una respuesta polémica al Guzmán: no había para el judeoconverso salvación posible en la sociedad española» (F. Márquez Villanueva, «Sobre el lanzamiento y recepción del Guzmán de Alfarache», p. 565).
Notes de fin
* Primera publicación en Ignacio Arellano y Jean Canavaggio (eds.), Rostros y máscaras: personajes y temas de Quevedo, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1999, pp. 51-67.
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