Reflexiones para un balance
p. 165-167
Texte intégral
1De manera convergente, los estudios reunidos en este libro modifican o, por lo menos, matizan las impresiones e ideas que se suelen albergar sobre la América del período estudiado. Como es bien sabido, y recordábamos en la introducción, durante mucho tiempo, las décadas finales del siglo xvii y las primeras del siglo xviii no llamaron la atención de los especialistas, más atraídos, muy comprensiblemente, por las manifestaciones y los procesos, sin duda muy llamativos, de la inexorable decadencia de los últimos Habsburgo o las reconsideraciones y los impactos de las grandes decisiones borbónicas durante la segunda mitad de la centuria.
2Sin embargo, las páginas precedentes evidencian que —de un tiempo a esta parte, sin que esa época se haya considerado un objeto histórico definido y, de alguna forma, autónomo— no pocas investigaciones históricas realizadas últimamente sobre la América hispana se han visto en la necesidad de dedicar a dichas décadas, de una u otra forma, reflexiones y análisis sobre diversos aspectos de lo que aconteció entonces en el Imperio y que hasta la fecha ha pasado desapercibido o no ha llamado la atención por haber carecido aparentemente esos años de acontecimientos notables, de rupturas traumatizantes o inflexiones evidentes.
3El importante componente de análisis bibliográfico de este libro es, sin duda alguna, muy elocuente a ese respecto. Entre otras cosas, confirma cómo —de manera muchas veces indirecta, pues el objetivo principal y las temáticas de las investigaciones eran de otras índoles— ya se han empezado a desbrozar caminos y a afinar, en algunos casos decisivamente, el conocimiento de esa época.
4Remitimos, por ejemplo, a lo referente en las páginas anteriores a los aportes de los trabajos sobre las dinámicas de las élites nobiliarias americanas, el papel de las redes sociales en la construcción de nuevos equilibrios llamados a persistir, el manejo de ciertos sectores del poder local o regional por grupos emergentes, los derroteros de la economía minera después del auge de la primera tercera parte del siglo xvii, las variadas evoluciones internas de las sociedades indígenas, las representaciones y manifestaciones culturales en las grandes ciudades virreinales y los desajustes cada vez más visibles de una organización territorial heredada del primer siglo colonial cuyo inmovilismo ya no cuadraba con las modificaciones que estaba imponiendo el paso del tiempo y con las cambios que estaban ya exigiendo las evoluciones de los equilibrios internos en no pocas regiones del Imperio ultramarino.
5Esta constatación lleva a reconsiderar en la historia hispanoamericana colonial el problema de la periodización. Como es bien sabido, mucho se ha discutido sobre ello, a veces acaloradamente, y las exigencias pedagógicas han tenido en esto un efecto tal vez simplificador, pero engañosamente eficaz.
6De hecho, más que encasillar épocas y momentos, los trabajos aquí reunidos, como los recientes libros citados en la introducción, en particular los de Kenneth J. Andrien, Allan J. Kuethe y Adrian Pearce, reenfocan el devenir colonial del Imperio durante esos años en la perspectiva de un largo continuum, por supuesto no rectilíneo, lleno de fuerzas divergentes y hasta, en ciertos aspectos, contradictorias. Precisamente porque no excluye, no opone y no compara, permite que resalten y se identifiquen, en los procesos colectivos de las sociedades en constante evolución, las dinámicas propias de los momentos y su aporte, en ciertos casos poco visible a primera vista, o su lastre problemático de cara al futuro.
7Las últimas décadas de los Habsburgo de España y las primeras de la dinastía siguiente permiten insistir sobre otras evidencias. Durante el siglo xvii, no solo en lo económico, como demostró Ruggiero Romano en un libro famoso, las coyunturas fueron diferentes, y hasta opuestas, en ambos lados del océano Atlántico. Una vez más hay que hacer hincapié en que mientras que la lejana Península metropolitana se hundía en la decadencia, el estancamiento y la abulia que, al parecer, nada podía detener ni siquiera frenar, por su parte los diferentes componentes ultramarinos del Imperio buscaban sus acomodos con las situaciones nuevas que se les presentaban, para lo que manifestaban a veces una notable imaginación política, una plasticidad y una adaptabilidad de las que no se les creían capaces.
8Negociaban nuevos arreglos, en la práctica cotidiana, si no de manera abierta, sí entre ellos y con los representantes del poder central. Si bien esto permitía la continuidad de situaciones anteriores a veces arraigadas desde hacía casi dos siglos, sin embargo, se basaban en reconsideraciones de los viejos pactos sobre los que descansaba el edificio colonial; no de forma oficial, pero sí efectiva.
9Por su parte, una vez que los políticos de los ámbitos gubernamentales de la nueva dinastía borbónica se mostraron obsesionados por las urgencias de la reforma imprescindible en la propia España a la que querían sacar de su letargo, ni siquiera fueron conscientes en lo relativo a América de la magnitud de los cambios que en ella ya se habían realizado, o estaban en curso, y de las contradicciones que no podrían sino exacerbarse si las reformas que se debían imponer se enfocaban solo desde la perspectiva de la defensa o reactivación de los intereses peninsulares.
10A este respecto es significativo y revelador el hecho de que las primeras reformas de importancia concerniesen a la pesada y carcomida Carrera de Indias manejada en función de los intereses navieros y comerciales de la Península, no a los problemas y desequilibrios internos de las sociedades americanas o las aspiraciones a veces vehementes (por ejemplo, las de los criollos) que ya se estaban manifestando de manera visible y, para algunos, con una urgencia que hubo de ser preocupante.
11Las comparaciones realizadas entre los dos virreinatos que entonces existían han evidenciado además que, en el marco de normas imperiales y procesos globalmente parecidos, pero por diversas razones matizados desde el inicio de la época colonial, las diferenciaciones regionales ya eran realidades insoslayables. Estaban, sin duda, llamadas a cobrar más presencia y poseer rasgos más propios conforme pasaría el tiempo y evolucionarían los diversos contextos regionales.
12Baste con observar al respecto, por ejemplo, las consecuencias que, en la época estudiada, tenía para la minería el hecho de que la mano de obra fuera esencialmente libre y asalariada en Nueva España y sometida a las obligaciones de la mita en los Andes. Otras consecuencias serían las rivalidades que ya empezaban a apuntar, en algunos casos a manifestarse de una forma evidente dentro de cada virreinato, dado el peso, sin duda excesivo, de sus respectivas capitales, o en las competencias surgidas del desarrollo del comercio interregional en el que los intereses de unos y de otros distaban mucho de coincidir.
13Finalmente, queremos resaltar que uno de los objetivos iniciales de esta publicación colectiva fue el de contribuir tanto al estudio de la dinámica propia de las sociedades hispanoamericanas en una época dada como al surgimiento y a la definición de nuevas hipótesis de trabajo, de nuevos objetos de análisis. Esperemos, por lo tanto, que los textos aquí reunidos cumplan con ese propósito. En particular, sería de aplaudir que sugirieran investigaciones comparativas entre los diferentes componentes político-administrativos del entonces Imperio español, un aspecto que, por razones bien conocidas, sigue siendo, desgraciadamente, un campo por explorar a pesar de las promesas que deja entrever.
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