El momento Tocqueville
De la démocratie en Amérique en el lenguaje político peruano (1837-1860)
p. 161-186
Texte intégral
Exordio: traducir en prácticas sociales
1Es razonable esperar en un fenómeno de traducción que se transfiera un texto o un cierto vocabulario de un lenguaje ordinario a otro. Es manifiesto, sin embargo, que algunas veces el lenguaje de un autor, un texto, sus herramientas conceptuales, etc. pueden ingresar en el lenguaje social traducidos en prácticas o dinámicas de conducta política, transferencias semánticas a un mundo político a modo de respuestas sociales, que generan plexos lingüísticos de articulación de agendas que los directamente involucrados reconocen vinculadas al autor, texto, vocabulario…, originales, incluso si estos no han sido traducidos lingüísticamente. A este tipo de traducción lo denominaremos «traducción pragmática». Esta es relevante para la historia conceptual en dos circunstancias: la primera, si se refiere a la eficacia social de un vocabulario definido, que resemantiza uno ya existente o incorpora un término o sintagma antes ausente o infrecuente o politiza uno ya existente; la segunda, si hay indicios objetivos de que el antedicho vocabulario puede vincularse en un plexo social amplio de prácticas políticas y sociales de actores sociales al modo del texto original traducido de esta manera.
2Un caso notorio en el Perú de traducción pragmática es la obra del conde Joseph de Maistre; sus referencias son un elemento decisivo en la formación de los lenguajes políticos modernos, liberales y republicanos, del Perú desde la década de 1830 incluso hasta 19201. Hasta fines del xix, no hubo traducción al español ni ediciones circulantes en librería o resúmenes (como había de sobra de muchos otros autores), pero hubo en cambio una traducción social. La obra escrita en francés fue transformada por sus (escasos) lectores en prácticas polémicas de alta densidad: modos de concebir (y llevar a los hechos) el control político, el ejercicio de la soberanía republicana, y de posicionar la religión en la vida pública. La escuela teológica francesa de Maistre, jamás traducida y apenas mentada, se tradujo incorporando a una masa cuantiosa de agentes sociales iletrados y anónimos, administrando un saber social que era la traducción efectiva de algo que no habían ni podían haber leído. Esto es fácil de explicar: en el Nuevo Régimen, Joseph de Maistre era un impresentable.
3Maistre solo podía ser traducido de manera silenciosa, diferidamente, para encontrar un lenguaje donde la presencia de sus textos, vocabulario, etc. se quedara en francés, allí donde solo la élite europea de un país agrario, andino y quechuahablante pudiera traducir socialmente (en acciones, agendas…) su vocabulario social con la boca cerrada, por así decirlo. Caso análogo es el del conde Alexis de Tocqueville; este imprimió el primer tomo de De la démocratie en Amérique en 1835, en lo más pleno de la anarquía de caudillos militares que Simón Bolívar había heredado al Perú en 1827, obra que era también una advertencia terrible sobre el desastre que el republicanismo podía causar y había causado en la América española. Este Tocqueville de 1835 aconsejaba un caudillo militar o un rey, así que fue un gran espaldarazo para los enemigos peruanos del Nuevo Régimen. En 1835, el conde francés era, al igual que Maistre, un impresentable. Como sea, vamos a sostener que De la démocratie tuvo una traducción pragmática determinante en la constitución de los lenguajes republicanos de mediados del siglo xix peruano. Se conserva el registro de la biblioteca particular de uno de los más interesantes juristas de transición en el Perú, Toribio Pacheco2, líder de opinión autoritario, acusado de monárquico, socio estrecho de un caudillo militar lector de Maistre: en el registro abundan las obras escritas en francés de Tocqueville, entre ellas los dos tomos de De la démocratie en Amérique, autor a quien Pacheco no citaría nunca, sin embargo, ya que era un impresentable.
1834-1837: Tocqueville y la democracia en la América española
4José María de Pando huyó a España en 1834 gracias a un indulto para los liberales del rey Fernando VII, que fue extensivo a los españoles americanos independentistas3. El antes opulento reino del Perú se hallaba sumido ahora en una secuela de bandolerismo, violencia militar, anarquía y miseria; la facción conservadora de Pando venía siendo perseguida por haber secundado la ampliamente impopular dictadura de Simón Bolívar, hasta 1827. Durante la ocupación extranjera del Perú (1820-1827), Pando fue parte de un grupo social de antiguos letrados, clérigos y nobles que habían destacado en su esfuerzo por traducir el lenguaje social de sus benefactores extranjeros en una forma viable de régimen político4. Después de infructuosa terquedad, Pando se fue a Madrid convencido, como todos en su entorno, de que el esfuerzo para subirse al carro de la revolución había sido inútil; se halló entonces con un libro francés que explicaba el fracaso de la América española.
5Pando era un refinado limeño, moderado y anticlerical. La historiografía política lo recuerda por las tertulias políticas que se organizaban en su casa, pletórica de los agentes políticos que, liberales monárquicos, reaccionarios o ultramontanos, deseaban adaptarse a lo que no podían evitar; se trata de «la tertulia de Pando5». En el transcurso de su largo viaje desde Valparaíso a Madrid, estaba ya en la imprenta el primer tomo de De la démocratie en Amérique de Tocqueville6. Pando debió de sorprenderse al ver recogidas por un autor afamado las ideas generales de su tertulia: lo que había sido en el Perú anarquía, violencia militar y miseria, en los Estados Unidos había sido, en cambio, un éxito de armonía, progreso y libertad. Compuso entonces sus Pensamientos y apuntes sobre moral y política7, un diálogo con Tocqueville; un impresentable más invitado a su antigua tertulia8.
6Los Pensamientos de Pando inician un arco de temporalidad histórica en el republicanismo peruano. En este arco se ponen en práctica la asimilación y la transferencia social tanto de las estrategias argumentativas como del vocabulario social sugeridos por el conde francés para el fracaso de la América española. Este proceso de traducción iba a desplegarse en un sentido doble: de un lado, daría lugar a actores como Pando para combatir el republicanismo democrático; de otro lado —y esto es lo más importante—, este proceso iba a hacer posible una mutación semántica en el discurso republicano relativo a la asociatividad, que lograría la modificación del lenguaje social del liberalismo peruano posterior a 1846. Esta traducción pragmática de Tocqueville iba a dar lugar pronto a una transformación del Nuevo Régimen en el Perú, y, por lo tanto, a hacer girar su modelo social.
El dispositivo vertical de gestión anárquica
7La introducción de conceptos tomados de Tocqueville permitiría, en el arco de 1837 a 1860, la transformación de los lenguajes sociales de la república temprana. Proponemos que esto es el caso para el sintagma «estado social», aunque en mayor medida para la familia semántica relativa a «sociedad/asociación/asociado» y derivados.
8Como es bien sabido, el lenguaje político y social que había servido de discurso legitimador para la república temprana dependía de conceptos extremadamente polémicos, a la vez que altamente emotivos y simplificadores. Los consideraremos jacobinos, dado su carácter extremista y utópico en clave republicana; se trata de un conjunto de términos políticos ausentes en el Perú anterior a 1820 y que, de manera más o menos repentina, se convirtieron en la koiné política, primero liberal y después republicana: «soberanía popular», «ciudadanía», «democracia», «libertad», etc. En la concepción de la práctica y la instalación democráticas de una sociedad humana, el lenguaje social tiene previsto que esta se halle fundada en un acuerdo contractual esencialmente voluntario y permanente; allí los «asociados» (ciudadanos) de la «sociedad/asociación» tienen —por así decirlo— la obligación de la soberanía. Esta soberanía obligada se realizaría en la «voluntad general», es decir, la de todos a la vez, lo cual implica que el vínculo asociativo es a la vez voluntario y forzado, pues la soberanía presupone la imposibilidad del disenso9.
9La nueva semántica revolucionaria hace muy complicada la interpretación social de cómo es posible un gobierno de todos sin disenso de nadie. A la hora de la práctica, la idea de la soberanía como un acto de gobierno no facilita identificar al agente o los agentes de gobierno; en esta obligación de soberanía no resulta claro absolutamente quién podría ser el agente legítimo de la «voluntad general», dado que el gobierno es una operación cuyos agentes efectivos de ninguna manera pueden ser todos. Elías José Palti considera esto como una aporía semántica que habría invadido los noveles Estados republicanos americanos españoles en general10. En nuestro concepto, se habría generado un dispositivo, en el sentido ontológico que Giorgio Agamben da a la expresión, según el cual un cierto orden de gobierno puede ser ejecutado incluso sin haber sido antes pensado por los agentes, incluso siendo su aplicación fácticamente imposible11. Por tratarse de una gestión imposible, la obligación de soberanía se habría cumplido como la realización de una anarquía12.
10Si estamos en lo cierto, en la obligación de soberanía, tomada como un dispositivo, la «sociedad/asociación» se ve en la paradoja de reconocerse en un agente que asiste de ejecutivo de la «voluntad general», que ordena en nombre de todos, aunque carece de un criterio definido para determinar su legitimidad, o si es el agente correcto para mandar, lo que se suma a la obediencia voluntaria de los «asociados». Naturalmente, una gestión así pensada es inestable. Los «asociados» ven de esta forma sucederse a uno y otro y otro (militar golpista) en calidad del legítimo representante de la «voluntad general»; como los «asociados» no se hallan especialmente interesados en obedecer, se genera un cuadro de anomia presidida por la violencia. A esto lo denominaremos dispositivo vertical de gestión anárquica. En el dispositivo, toda discrepancia de parte del «asociado» es políticamente sospechosa: ni siquiera cabe la idea de organizar eventuales diferencias de opinión de otro modo que no sea el producto de una (nueva) violencia exitosa13.
11El dispositivo fue la forma manifiesta de régimen político en el Perú entre 1827 y 1860. Se trata de un constructo que los propios agentes históricos podían identificar y, con toda certeza, habían querido resolver. Desde el punto de vista de los lenguajes sociales, se trata de una catástrofe semántica. El tema puede verse claramente en el poema satírico Constitución Política, salido de la tertulia de Pando en 1839:
Título III
Gobierno
Democrático electivo.
Fundado en la unidad, republicano,
Temporal, responsable, alternativo,
Emanación del Pueblo Soberano;
Y en final resultado es lo efectivo
De este calibrar pomposo y vano,
Que el Gobierno de intriga o fuerza emana,
Y hace después cuanto le da la gana14.
12Los jacobinos eran igual de conscientes que los partidarios de la tertulia en lo que al dispositivo concierne. Se describe la situación en el remitido de un diario jacobino:
Uno de los graves perjuicios que origina el abuso del poder en las repúblicas es imbuir a la mayoría de ciudadanos en el errado concepto, de que el mandatario de un Estado democrático lo puede todo, como el déspota de un gobierno absoluto15.
13La catástrofe semántica había sido descrita por Tocqueville en cada uno de los dos tomos de su De la démocratie en Amérique. En efecto, el conde diagnostica el éxito de la democracia norteamericana por haber asignado en esta un dispositivo de control para regular una gestión pública, de tal manera que la hace menos vertical (es decir, más democrática) y bastante menos que anárquica. Tocqueville asigna el éxito norteamericano, en contraste con la democracia americana española, al rol de las asociaciones en la gestión de gobierno. «Asociación» no aparece en Tocqueville como una unidad lexical vinculada a la unanimidad, como en el dispositivo, sino a la multiplicidad de intereses sociales; los «asociados» se relacionan políticamente de manera horizontal y fragmentaria a la misma vez.
14El vocabulario y las prácticas asociacionistas aparecen en el escenario peruano juntamente con la difusión social de Tocqueville: habrían de derivarse muy pronto, desde mediados de la década de 1840, en la panacea utópica contra el dispositivo. Este éxito debió parecerle improbable de replicar en el Perú de 1835 tanto a Tocqueville como a Pando. Es notorio que el artículo 28 de la Constitución de 1839 hubiera incorporado la asociatividad como un derecho, pero no se trataba de asociarse políticamente, sino comercial o bomberilmente. La semántica jacobina para «asociación» y sus derivados no se vería afectada en 1839. Pero el panorama cambiaría con la publicación y difusión social del segundo tomo de De la démocratie en Amérique, en 1840. Se iniciaría entonces un complejo periodo de elaboración social de conceptos políticos en torno a la fundación y la legitimidad del régimen republicano, así como a su transformación local en prácticas sociales que el dispositivo venía haciendo imposible16. Al arco de transformación y traducción social de conceptos acuñados por Tocqueville, desde la década de 1840 hasta la de 1860, habremos de llamarlo el momento Tocqueville.
Tertulianos, jacobinos y tocquevillianos
15Santiago Távara, liberal convencido, fue el primer historiador de las facciones y movimientos políticos en el Perú. Dio testimonio de ello en su Historia de los partidos políticos, de 1862. Sobre esta base, la historiografía política posterior, desde fines del siglo xix, distingue dos «partidos» básicos del Perú republicano: conservadores y liberales. La imaginación histórica supone reconocerlos desde la crisis de la monarquía en 1808; esto, que no es sino una simplificación, contribuyó en el largo plazo con el historiador Jorge Basadre. El arco temporal que se inicia aquí en la recepción de Tocqueville por Pando fue desarrollado por Basadre como «segundo ciclo doctrinario», es decir, como un periodo histórico y social que habría de ser reconocido por amplios e intensos debates en torno a la interpretación adecuada del régimen republicano instaurado desde 1827.
16El segundo ciclo doctrinario habría sido marcado por personajes representativos: de un lado, el jacobinismo extremista, cuyos agentes, entre otros, habrían sido Francisco de Paula González Vigil, Pedro Gálvez, Benito Laso y Francisco Bilbao; de otro, una facción conservadora salida de la tertulia de Pando, cuyo principal agente social habría sido Bartolomé Herrera. Se trataría de dos formas de interpretar la aplicación de las ideas liberales en una extensa guerra de palabras. Pero la simplificación de Távara ocluye un cierto liberalismo que se habría ido gestando desde el ingreso del segundo tomo de De la démocratie en Amérique. Para corregir esto, vamos a realizar una nueva distinción: tendremos tertulianos, vale decir, agentes vinculados a la tertulia de Pando; jacobinos, vale decir, extremistas basados en un vocabulario revolucionario llegado en 1820; se suman los tocquevillianos, los agentes que habrían realizado una traducción pragmática del impresentable Tocqueville de 1840.
Tertulianos y jacobinos
17Un tocquevilliano se diferencia de sus pares en el segundo ciclo doctrinario porque querrá resolver el dispositivo por una resemantización del vocabulario social, transformando la semántica de «sociedad/asociado, asociación…» común a los otros dos grupos para asignarle el sentido de gestor del régimen civil republicano que le habría dado Tocqueville.
18Regresemos ahora a Pando. El limeño utilizó entonces la edición española de la cuarta edición francesa de De la démocratie, de 183617; era la versión española de la maliciosa y revolucionaria Librería de Rosa. Sea como fuere, Pando se propuso introducir la discusión en lengua española sobre el delirio democrático en un lenguaje más amplio; no sería este ya más el del Antiguo Régimen, ni tampoco el de algunos extremistas de su tertulia, «secuaces del régimen absoluto18». Pando se esmera en distinguirse a sí mismo de sus amigos los ultras, censurando el «espíritu teocrático» de la «escuela satánica»19; Joseph de Maistre, popular publicista antimoderno en su tertulia, parece haber sido asimilado de manera más bien pragmatista20. Pando se hallaba muy lejos de sostener el régimen tradicional que asociaba el trono con el altar.
19Los tertulianos estaban distantes de profesar una doctrina homogénea; había entre ellos de todo, literalmente, desde reaccionarios y absolutistas hasta lo que hoy se llamaría liberales económicos. Es importante precisar que la característica más importante de este grupo era su cuestionamiento del dispositivo, que identificaban con la república. Como agente social decisivo entre 1840 y 1860 debe recordarse al general Manuel Ignacio de Vivanco, maistriano monárquico, así como al otro monárquico famoso, el poeta Felipe Pardo21; puede acotarse en las visitas de esta tertulia, o de su sucesora en la calle Mantas, del padre José Ignacio Moreno. Moreno era el arquetipo social de lo que la prensa denominaba «los ultras22»; el cura pertenecía, pues, a la «escuela satánica». El jurista Pacheco o el comerciante Domingo Elías serían adláteres de esta tertulia o de su continuación y, por lo mismo, como consta con la biblioteca de Pacheco, conocedores de Tocqueville.
20Pando, como parece ser el caso para todos en general, daba por sentado (como Tocqueville) que no había reversa en el carro de la revolución, que no era posible escabullirse del carácter irreversible de la Revolución francesa. Como agente político, se situaba a sí mismo como adepto del liberalismo; no del jacobinismo verbal que los invasores rioplatenses habían impuesto hacia 1820 y 1823, sino en la posición de (Pando dixit) «los verdaderos liberales». Un verdadero liberal rechazaría «los dos partidos extremos» en la anarquía lingüística del Nuevo Régimen23.
21El texto de Pando, que enfatizó y contribuyó a difundir el carácter inviable de la república en el momento Tocqueville, debió haber recibido acogida por sus pares de la antigua tertulia; durante el momento Tocqueville ellos mismos y sus seguidores seguirían pugnando un régimen alternativo al lenguaje republicano demócrata, ese lenguaje repentino y tardío llegado en 182024. Ya sabemos que los tertulianos no eran los únicos en detectar el fracaso del régimen que se daba en «hablar en lenguaje del liberalismo […] para tiranizar al pueblo25» y del que llegó a decirse —curiosamente en defensa de Pando—, que, como término social, ni siquiera se sabía bien al usarlo de qué se estaba hablando. Simón Rodríguez, rapaz colaborador de Bolívar, aducía que la rivalidad de los partidos «liberales» era una cuestión de lingüística: «liberalismo […] era voz nueva26» y mal entendida. Hasta la década de 1840, tertulianos y jacobinos mantenían una guerra semántica que, según el íntimo del dictador, era resultado de una «degeneración del sentido de las palabras27».
22De cara a los jacobinos, la salida de los tertulianos frente al fracaso republicano sería siempre la adhesión a algún tipo de régimen vacilante entre la dictadura y la cuasimonarquía; ejemplos de esto en la década de 1840 serían la proclamación del Directorio de Vivanco (1843-1844) o la obra político-educativa de Bartolomé Herrera, ambos agentes tertulianos indispensables para entender la traducción social del diagnóstico de catástrofe republicana de Tocqueville. Los jacobinos disputarían frente a los tertulianos el derecho a ser «los verdaderos liberales28». Desde la historia conceptual, esta distinción se reduce a «liberales» con propuestas de gestión alternativas dentro del dispositivo. Desde este ángulo, el momento Tocqueville tiene por nudo, a través de la práctica social y mutaciones semánticas, una nueva versión social del republicanismo liberal: una traducción republicana de Tocqueville, a diferencia de la de Pando y su tertulia, que era monárquica. Los noveles agentes sociales de este liberalismo constituirán en esta narrativa la tercera vía liberal, la de los tocquevillianos.
Los tocquevillianos
23Desde la década de 1840 iba a articularse, sobre la base explícita de referencia al Tocqueville de 1840, una nueva concepción de qué sería un «verdadero liberal»; esta sería librada al público por un grupo de publicistas, muy especialmente en ocasión del proceso electoral de 1849-1851. Un proceso electoral de dos años implica una experiencia de temporalidad socialmente muy intensa: un medio perfecto para resemantizar conceptos políticos, en este caso, los vinculados al dispositivo; pronto se integrarían en la nueva línea tocquevilliana varios viejos liberales jacobinos. Los tertulianos mismos, bajo la fuerza de los acontecimientos, incluirían rápidamente medidas tocquevillianas en sus programas. Los tocquevillianos se agruparon en el Club Progresista y su órgano de difusión, el semanario El Progreso (1849-1851).
24El Progreso fue inversión del empresario multimillonario Domingo Elías29. Consideramos fuera de duda la agenda tocquevilliana de este próspero empresario, el único político ni cura ni militar con ambiciones de presidente. Conocedor de uno de los autores clave de la tertulia, pues fue prefecto bajo Vivanco, le sacaría pronto la vuelta. El tema central sería la incorporación de las asociaciones en el vocabulario político; se trata de una resemantización del lenguaje relativo a las asociaciones, para integrarlas en el modelo republicano. Aunque pueda resultar algo redundante, la cobertura de «sociedad/asociación» y sus derivados en la semántica social, antes nudo del vocabulario jacobino, se transformaría en la práctica social tocquevilliana en la solución social contra el dispositivo. La semántica asociacionista tocquevilliana debía enfrentar y sortear el impresentable diagnóstico catastrófico para el republicanismo americano-español que la acompañaba y que había sido jugado por Pando & Co. En efecto, la agenda tertuliana implicaba colocar el énfasis de su lectura de De la démocratie en Amérique contra la democracia en la América española. Los «inútiles ensayos30» republicanos.
25Váyase ahora primero al diagnóstico: el fracaso republicano era explicable para el conde francés por la incapacidad del «estado social» de la región para corresponder con la forma de régimen popular. El sintagma «estado social», muy inusual antes de 1849, fue empleado intensamente en cambio por los publicistas contratados por Elías en El Progreso, junto al nombre de Tocqueville; es interesante que el sintagma estuviera virtualmente ausente en los textos periódicos o en actores sociales no tocquevillianos. Allí donde se halla el sintagma «estado social» hay indicio cierto de traducción social de Tocqueville.
26Sea permitido un excurso sobre qué es o sería un «estado social». Para comenzar, un lector familiarizado con De la démocratie en Amérique comprende que es un sintagma incompleto. El sintagma constituye una función semántica vacía, que requiere ser saturada por otro elemento complementario. El libro de 1835 utiliza «estado social» para dar cuenta de las razones que sugieren la explicación del éxito de la democracia en los Estados Unidos y, sobre todo, su estabilidad; estas razones no tienen como trasfondo comparar la república norteamericana con los fracasados pares sureños españoles, sino con la monarquía francesa, su tendencia a la democracia y, como telón de fondo, la manifiesta inestabilidad de sus gobiernos. Todo esto contiene un par de presupuestos que afectarían al momento Tocqueville: el primero es la idea del aumento general de la igualdad en la vida social a nivel histórico universal; el segundo, la original afirmación de que en las sociedades liberales modernas la igualdad es una idea social más importante y determinante que la libertad. Todo esto configura el plan general de la obra31.
27En 1835, el conde destaca «estado social democrático» en contraposición con «estado social aristocrático». «Estado social» presuponía en su autor que las transformaciones históricas y sociales son progresivas, pero extremadamente lentas, y que de hecho tomaban centurias. El texto trata del éxito de la democracia en Estados Unidos sobre la base de un estado social apropiado para el florecimiento incruento del régimen democrático, en contraste con donde este régimen se había impuesto mediante una revolución, como en Francia o la América española. Pando fue explícito en situar el origen del proceso que da lugar al «estado social democrático» en los últimos dos o tres siglos32. Como comprende el lector, de esto surge un diagnóstico del fracaso republicano americano español muy persuasivo: las instituciones y las leyes no pueden crear un «estado social» si no precede en el tiempo una larguísima experiencia histórica, frente a lo cual cualquier revolución tiende a fracasar. Un «estado social aristocrático» haría poco auspicioso instaurar una república: era el caso de Francia, pero también del Perú.
28El tiempo social requerido para establecer exitosamente una república era tema antiguo: es algo que habría ido «madurándose silenciosamente en Europa, durante siglos» antes de su realización en América, en particular en los Estados Unidos, como sostiene un remitido de 182733. La idea del «estado social aristocrático» del Perú sería el eje argumentativo de los tertulianos posteriores a Pando; siempre argumento corriente de los monárquicos liberales, aunque sin el sintagma «estado social»34. Como sea, el «estado social» del Perú en 1837, con sus procesiones fastuosas, sus corridas de toros y sus comunidades de indios, era más parecido al Antiguo Régimen que a la democracia norteamericana. La disparidad entre estado social e instituciones republicanas conducía a activar el dispositivo, es decir, las eternas revoluciones y golpes de Estado (Tocqueville dixit), «el estado más natural de los españoles de la América del Sur»; «en esos países la sociedad se debate en el fondo de un abismo del que sus propios esfuerzos no pueden hacerla salir»35.
29El público medio de las élites en tiempos de república americana no ignoraba para nada las ideas de Tocqueville, con su nombre. En 1842 lo vemos citado como un autor conocido por la élite lectora, preferentemente tertuliana. En efecto: abril de 1843. Es el Directorio de Vivanco. Obsérvese cómo este anónimo jacobino en la Lima vivanquista menciona al conde francés como no desconocido y, naturalmente, como tertuliano:
Debemos confesar que el juicio de graves autores nos ha sido adverso. Tocqueville manifiesta dudas sobre el establecimiento sólido de la libertad en Sudamérica. Pero tenemos que decir […], que no nos ha estudiado suficientemente y que, demasiado preocupado por la perfectibilidad democrática que admira en los angloamericanos, se ha dejado fascinar en la comparación36.
301843 es una fecha clave en la historia del Perú del siglo xix, pues es testigo del Directorio de Vivanco; con sus grandes procesiones civiles y religiosas y sus bailes nobiliarios, el Directorio, extremadamente popular mientras duró, fue lo más parecido en sus formas y prácticas sociales a una monarquía. En el pequeño círculo de las élites, citar a Tocqueville en esta fecha era invocar el nombre del ideólogo de esta restauración; era también citar a Pando, de quien Vivanco había sido contertulio. Si Tocqueville es citado en un texto en formato de periódico, es muy fácil sospechar que el auditorio no ignoraba a este «grave autor», lo bastante conocido como para reprochársele con soltura «que no nos ha estudiado suficientemente».
La antesala del Supremo Directorio
31El Peruano era un periódico liberal, más bien de corte jacobino; era desfavorable, por tanto, al régimen señorial del Supremo Director, y debía estar al tanto de la traducción social del argumento del «estado social» que los tertulianos como Vivanco, desde Pando, empleaban contra los demócratas. No era posible, pues, estar aliado con el Directorio sin saber quién era Tocqueville y lo que había escrito contra las repúblicas españolas, ni tampoco lo que Pando de allí había sacado. Un lector de 1843 debía, por lo mismo, saber que en la cita de septiembre de ese año el objeto de cuestionar a Tocqueville era el Gobierno que la tertulia de Pando venía gestando. Es importante subrayar el carácter francamente reaccionario del Directorio; apenas republicano, activo en un contexto social y civil, afecto aún al esplendor de la monarquía, a la vuelta de la esquina de la memoria. Vivanco puso como parte de su Gobierno a Domingo Elías, a quien colocó de prefecto de Lima. Elías, por lo mismo, debía ser para la opinión pública peruana uno de esos monárquicos que, seducidos por Tocqueville, se había «dejado fascinar en la comparación» entre los Estados Unidos y la América española. El trabajo como prefecto vivanquista sugiere una cercanía estrecha de Elías con los tertulianos y su lenguaje.
32Entre 1843 y 1844 Lima fue gobernada por tertulianos que seguían el diagnóstico antirrepublicano de Pando y tenían como argumento en su favor De la démocratie de Tocqueville, en versión de 1835, naturalmente. Monsieur Elías era un comerciante altamente politizado, que habría de hacer larga carrera en la historia económica y social del Perú del siglo xix. Que hubiese actuado durante el Directorio es una clave que no deberá olvidarse. El millonario, que conocía al Tocqueville de Vivanco, secundaría pronto una revuelta liberal para su derrocamiento y, más aún, sería su sucesor provisional en el Gobierno. Vivanco saldría hacia Ecuador hasta 1848 y sería sucedido por el general Ramón Castilla. Castilla retendría, sin sorpresa, a medio Directorio. Convocó de ministros a Rufino Echenique y a Herrera, antiguos servidores de Vivanco. Esto generó una apariencia de continuidad tertuliana que mortificaba a los adeptos de «las ideas de 1820 y 1821» que apoyaron la caída del director. Para que no haya dudas sobre la radicalidad del régimen tertuliano, adjuntamos este comentario anónimo aparecido en 1847. Se escribe en El Comercio mientras Vivanco regresa del exilio ecuatoriano:
¿Con que el partido Directorial será el que sostenga vuestros candidatos? ¿Y qué quiere ese partido? La contrarrevolución, el que desaparezcan la Carta, la libertad de imprenta, las garantías individuales, nuestro sistema de Gobierno, y que vuelvan las cruces, la desigualdad civil, el fanatismo político y religioso, y todos los abusos que derrocó el pueblo peruano el día que juró su independencia. ¿Y no son estos los principios que proclamó esa facción enemiga del orden y de las leyes? Los que esto hicieron en 1843 harán lo mismo en 1848.
33Continúa más adelante el autor de la nota:
¿Y sois progresista, Patriota? ¿Y queréis que se afiancen las instituciones democráticas? Tenéis tendencias al absolutismo, y no puede querer otra cosa el que quiere ministros absolutistas. Habladlo francamente, así como francamente digo, que soy demócrata, progresista y profeso los principios que recibí de mis padres en los años del 20 y 21, y así como digo que haré la oposición al Gobierno si el Gobierno marcha por el impulso que le den los monarquistas Pardo y Osma37.
34Un sermón de 1842, escrito por alguien de la línea de Pando, afirma que (desde 1820) «nos estamos hundiendo en un abismo», y «n[o] ha habido medio para fijar nuestra inestabilidad»38. Son frases idénticas a las usadas antes por Tocqueville, repetidas por Pando39 y que la tertulia tan bien conocía. Un año después, el mismo sacerdote alabaría al «hombre extraordinario» que aparecería en la tempestad: Vivanco40. El clérigo que parafraseaba a Pando/Tocqueville de 1835 seguía la directiva de un déspota41.
35Sea permitido regresar ahora a la interpretación que Pando hizo de Tocqueville. La aplicación española-americana de las ideas democráticas era un imposible, un delirio propio de «brillantes utopías42». Tocqueville llega a sugerir en el tomo de 1835 «el despotismo» como la única salida para la anarquía democrática latinoamericana. Un tertuliano anónimo resumía en 1840 que, desde la revolución jacobina de 1820, «[n]o se ha estudiado nuestra índole social, ni se han meditado nuestras capacidades políticas43». Observe el lector que «índole social» traduce «estado social», sintagma de Tocqueville ampliamente usado por Pando44 y otros tertulianos, rara vez en uso por terceros, como antes se ha visto.
El Tocqueville de 1840
36Como es bien sabido, Tocqueville imprimió la segunda parte de De la démocratie en 1840. No se trata ahora de una descripción histórico-sociológica, sino de una reflexión filosófica basada en el tomo anterior. En ella se advierten los peligros del proceso democrático, el principal de los cuales es la concentración del poder en una camarilla o una sola persona, el «despotismo45». Sin proponérselo, la crítica del despotismo democrático cuestionaba la idea tertuliana de que el «estado social aristocrático» no pudiera ser transformado en un tiempo social corto; también daba motivos de horror contra el dispositivo y sus caudillos militares. La idea de un despotismo popular administrado por caudillos militares no es, evidentemente, una referencia a la Europa de los reyes, sino a la anarquía militar americano-española46. Esta argumentación antimilitar echaba por tierra la credibilidad del liberalismo tertuliano (militar, al fin), que se transformaba así en una forma camuflada de absolutismo47. Dicho sea de pasada, esto estimulaba a tomarse más en serio el modelo norteamericano: constituía el auténtico ingreso de los Estados Unidos en el imaginario de los gestores republicanos, una y otra cosa, temas recurrentes en El Progreso.
37El segundo tomo de De la démocratie en Amérique en el Perú iba a convertirse en fuente del cuestionamiento de la administración militar, también en motivo de imitación de las instituciones y prácticas democráticas de los anglosajones norteamericanos. Las instituciones americanas podían ser interpretadas ahora como el modelo de agentes gestores de un «estado social democrático» en un país de Antiguo Régimen, con leyes y forma republicanas con un «estado social» aristocrático. Hay que subrayar, contra cualquier mitografía, que los Estados Unidos no tuvieron mayor significado social ni cultural para el Perú antes del momento Tocqueville. Es recién a mediados de 1840 que podría leerse esto, algo chocante sin más veinte años atrás en la experiencia histórica, cuando Estados Unidos estaba en Asia. Ahora resultaba posible afirmar este disparate:
La voz de los Estados Unidos resonó poderosa en Europa, y de la lumbre que brillaba allí, desprendióse al antiguo continente la chispa que debía prender en los combustibles de acá48.
38Es notoria esta asombrosísima disonancia:
E[l] cuatro de julio es la navidad de la democracia, como lo es del cristianismo el 25 de diciembre49.
El domingo de Elías: cura y enfermedad
39Elías, el próspero lector de Tocqueville, es la figura central del arco que aquí se examina50. Su primer ingreso en esta historia es más que paradójico: vinculado a los tertulianos, puso en escena la fuerza social que haría de ellos el eje de la historia política peruana entre 1842 y 1860. En efecto, Elías, descontento del dispositivo y la anarquía militar, estaba convencido de que era urgente renovar los programas educativos. La escasa política educativa que quedaba del esplendor de la monarquía venía de la era de Carlos III y debía ser reemplazada. Para el efecto, Elías hizo contacto con el general Vidal, el dictador de turno; se le ocurrió encargar el colegio de rango universitario más significativo del Perú a Bartolomé Herrera, refinado cura de almas que se hallaba perdido entonces en un caserío insignificante y que venía de dar un notable discurso51.
40Herrera acababa de predicar, en 1842, un sermón teológico-político en la catedral de Lima con ocasión de las exequias del presidente Agustín Gamarra52. Es el inicio de la primera contraofensiva pública de los tertulianos, en desgracia desde la salida gran dictador en 1827. Herrera habló ante el cabildo eclesiástico, las autoridades, la aristocracia y los arruinados gremios de la monarquía. El Estado imprimió el sermón inmediatamente53. Se explica la insistencia de Elías para ofrecerle luego a Herrera la dirección del Colegio de San Carlos, arruinada joya del Antiguo Régimen. En el San Carlos se impartían aún los programas del siglo xviii; la idea era renovar ese programa para un régimen republicano54. Elías había elegido a un tertuliano de los más extremistas, adversario del igualitarismo y la soberanía del pueblo, lector de los teólogos políticos franceses y amigo de Vivanco55.
41La doctrina de Herrera puede resumirse en este sermón de 1843: «cuando han de venir extraordinarias tempestades», como la anarquía iniciada en 1820, se espera la llegada «de un hombre extraordinario»56. En mayo de 1843 se había iniciado el Directorio bajo el guapo de Vivanco, un «hombre extraordinario» en el antiguo Palacio Real. Herrera, no solo cura, sino parlamentario, ministro, educador y publicista, es agente decisivo de la vida pública peruana entre 1842 y 1860; las insinuaciones políticas extremistas de sus planes educativos, sus sermones y su obra de prensa le hicieron de hecho el líder de las tesis más despóticas que pudo haber esgrimido el sector tertuliano contra la república. En la práctica, los tertulianos podían algunas veces considerarse liberales (como Pando), pero nunca demócratas; esto último los enfrentaría frontalmente con jacobinos y tocquevillianos. Hábil sotana, camufló muy pronto Herrera su designio con un ropaje del más moderado liberalismo francés «conservador»57.
42Una vez se hizo Herrera con el control del San Carlos, no quedaría duda de su habilidad para hacer malabares mentales y sociales, como camuflar a Maistre en pastueñas frases de François Guizot y Victor Cousin58. En los programas relativos al derecho político, el nuevo rector reemplazó a Heinecio, el favorito de los abogados durante la monarquía59, por un referente más apto para las ideas tocquevillianas de Elías; se trataba de Heinrich Ahrens y su Curso de Derecho Natural, impreso el año anterior60. El Curso era una novedad educativa, pero también un texto liberal; extremadamente liberal, habría que decir. Ahrens recogía ideas análogas a las del Tocqueville de 1840 y que Elías manifiestamente utilizaría, con el nombre de Tocqueville, como plataforma en el proceso de 1849-185161. Ahrens, un Tocquevillle de bolsillo, defendía «un liberalismo organizador62»; para ello contaba con la participación de las asociaciones.
43Aunque Ahrens no cita al conde francés, uno y otro sobredimensionan, de una manera inusual entonces, la tesis de la democracia como práctica del asociacionismo; tanto Tocqueville como Ahrens esperaban de las asociaciones un medio efectivo de control del poder despótico/democrático63 y lo que a Tocqueville le tomaba en 1840 en cientos de páginas, Ahrens lo traducía en cuasifolleto. Escribe Ahrens:
La asociación debe ser en adelante la palanca de la actividad humana, el Laso que reúna todas las fuerzas que tienden al progreso64.
Una visión general del contexto confirma todo lo anterior: Elías era un empresario político; como cercano a los vivanquistas, había leído a Tocqueville; Elías era civil, sus rivales, militares golpistas. Es fácil inferir lo que sigue.
44Elías se entera de las asociaciones, ya reconocidas pero escasas en 1842; eran el remedio contra el dispositivo. El empresario, tocquevilliano convencido, creía que el programa de 1840 podía desarticular el odioso dispositivo que hundía al país en el caos militar, que sería reemplazado por un republicanismo civil; como esta idea es muy poco popular para 1842, hace contratar a Herrera para enseñarla. Muy pronto, en efecto, una cierta interpretación social se hizo manifiesta en ese sentido. Se escribe en Arequipa:
Se está pues formando [en el San Carlos] una juventud imbuida en principios liberales muy distintos de los que extraviaban la razón de nuestros padres65.
45Elías no sabía en realidad con quién se había metido. La inclusión de Ahrens en un programa educativo tertuliano era una estrategia maliciosa de Herrera. De hecho, no tardó mucho en circular un texto de Derecho Público interno y externo alternativo al Curso de Derecho de Ahrens; aunque básicamente el tema es el mismo que el de Ahrens, en cambio, no hay letra allí de lenguaje asociacionista66. Herrera se encargaría de traducir y corregir el texto, según su tertuliano parecer, con añadidos adaptados de Maistre & Co., para luego imprimirlo con extensísimas anotaciones propias67. Este último texto sería el libro de bolsillo de la doctrina política del San Carlos. Elías había cometido un grave error.
46El lenguaje asociacionista, sin embargo, llegó al mundo educativo de todos modos. Iniciada la década de 1850, el jurista José Silva Santisteban dio testimonio de que una buena parte del discurso tocquevilliano se había instalado a través de una institución alternativa al San Carlos, el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe. Este generó con el tiempo un sector de opinión favorable a las asociaciones, y a los allí formados Silva Santisteban los denominó «la escuela de Guadalupe» (sin duda, en oposición a la de San Carlos68). Finalmente, el Curso de Derecho de Ahrens llegaría a ser, como había soñado Elías, un libro de texto de nivel universitario, que debía enfrentarse ahora a la influencia de Pinheiro Ferreira/Herrera. Los milagros no son casualidad. Lo que había ocurrido es que, frente a la emboscada tertuliana de Herrera, Elías planeó un reemplazo para el artero cura reaccionario. El millonario se coludió con el comerciante español Nicolás Rodrigo para traer de la España liberal al nuevo rector del Guadalupe69. Así llega a Lima el educador liberal Sebastián Lorente70.
47Abierto en 1841, el Guadalupe fue inicialmente una escuela de primeras letras, hasta alcanzar las mismas prerrogativas que el San Carlos en 1848. Era pleno Directorio, el auge de los tertulianos; Elías hizo desembarcar a Lorente en julio de 1843, en calidad de contratado para moderar la influencia social tertuliana71. Una vez defenestrado Vivanco, Lorente asumió el rectorado del Guadalupe; pronto una larga lista de obras educativas y ensayos de prensa harían de él el referente intelectual del liberalismo peruano de la segunda mitad del siglo xix.
48En 1876, luego de una secuela de libros educativos, Lorente dedicó un tomo a modo de resumen que incluía la historia política hasta el segundo tercio del siglo xix, es decir, el periodo que va de la anarquía militar hasta el fin del momento Tocqueville. Severo con lo que llamó «el espíritu reaccionario» (Vivanco, Herrera y los tertulianos), describe sin ambages la historia peruana como una narrativa del «espíritu de asociación»; de cómo triunfó en todas las líneas entre las décadas de 1850 y 186072. La tesis transversal de su narrativa fue sostener que, entre la Constitución de 1839 (la que formalizó las asociaciones) y la década de 1860, el desarrollo social y político permitió «la armonía entre el estado social y las instituciones73», vale decir, el programa de Tocqueville y Elías. No debe quedar duda, justamente sobre la base de este testimonio de Lorente, de cuál era el lenguaje y cuál el discurso de «la escuela de Guadalupe». Para 1849, Pedro Gálvez, uno de los guadalupanos y socio político de Elías, se había hecho del rectorado del San Carlos. Elías podía sonreír.
El pleito semántico de 1846
49Aceptar el lenguaje de las asociaciones no era fácil, pues se correspondía con una semántica republicana inconmensurable con el dispositivo. Hasta 1840, «asociación/sociedad» y sus derivados se relacionan con «partido/facción»74. «[L]a época de la revolución es la época de las facciones y los partidos75», advertía un editorial tertuliano poco antes del momento Tocqueville. En ese registro, la tendencia a agruparse voluntariamente por motivos políticos era severamente condenada como facciosa:
Los facciosos [usurpan] a su gusto el nombre del pueblo; […] alegando injustamente el derecho a su soberanía primitiva [siembran] el germen de la anarquía76.
50Pongamos como ejemplo una polémica sobre partidos en la pluma de Simón Rodríguez. Rodríguez, un oportunista, de quien se sospecha era víctima de una psicopatía77, aprovechó su condición de compañero de juergas de Bolívar para subirse al carro de la revolución. Llegó a Lima en 1825. Al instante fue ministro en Chuquisaca, para ser expulsado un trimestre después por malversación de fondos y despilfarro del erario en amoríos discutibles78. Pues bien, en polémica para defender a los tertulianos (como Pando), amigos en desgracia del dictador, Rodríguez acusa de «egoístas» (o sea, no «sociables») a sus propios pares, los liberales jacobinos. A juicio del «Rousseau tropical79», José de la Riva-Agüero, Manuel Lorenzo de Vidaurre y otros opositores a Bolívar «deforman» la tendencia a la unidad republicana representada por tertulianos como Pando. «La sociedad se forma por una tendencia a la unión, y se deforma por una tendencia contraria80», escribe Rodríguez. Está claro: o bien hay unidad/sociedad o bien deformadora y egoísta asociación/facción.
51La semántica asociativa previa a 1840 era inconmensurable con el vocabulario social de los tocquevillianos. Primaba allí la idea de «asociación» para significar la unidad social, la «sociabilidad», «la voluntad general», etc.81. En este lenguaje republicano, «sociedad/asociación» y «voluntad general» eran sinónimos82; la «causa social», a falta de rey, tenía un militar. En este contexto, un jacobino relacionaba «asociación/asociado» y sus derivados en términos de una concepción unitaria y homogénea de la sociedad83. Incluso a mediados de la década de 1840 se denunciaba todo agrupamiento político voluntario que no estuviera ligado al Estado; esta clase de «asociados» era una banda de egoístas (o sea, no «liberales»). Uno de los más notables usuarios jacobinos es Benito Laso, un extremista rousseauniano84. En 1846 este personaje tuvo un curioso altercado con Herrera.
52Julio de 1846. Para horror de Laso, vocal de la Corte Suprema, Herrera venía de dar el sermón en el Te Deum por la independencia que lo haría famoso en su nostalgia por la monarquía85. El tertuliano había criticado el orden del republicanismo jacobino como «abismo sin fondo» (frase de Tocqueville), había destruido la tesis democrática de la soberanía popular y había satanizado la Revolución francesa como «bestia del Apocalipsis»; acto seguido, invocó como remedio que el peruano «se sienta realmente súbdito86». En la concepción de Herrera, debe decirse, puede haber una república de súbditos. Contra Herrera, Laso hizo empleo de «asociación/sociedad» y sus derivados para explicar la «soberanía» recta (jacobinamente) entendida: «Soberanía, en el sentido político, es el derecho de arreglar el régimen de la asociación política» por «los que son o se llaman ciudadanos»87; «las asociaciones humanas que llamamos pueblos» son formadas por «hombres libres» para mantener «la seguridad pública o individual de los asociados»88. «Asociación» y «asociado» se emplean, según Laso, «en el sentido político» solo para la unidad de lo que «llamamos pueblos». Todo lo demás eran facciones egoístas. Ante la amenaza de las facciones, advierte a los «asociados» un editorial jacobino, si algunos afectasen «el pacto social» asociándose aparte, se recuerda que «el verdadero y único ciudadano» de la «asociación política»89 es el padre de familia. Después de Laso, González Vigil redacta la versión original de La soberanía nacional, subrayando a su enemigo: la escuela teológica, Maistre/Herrera, etc. El lector reconoce allí la vetusta semántica asociativa de La Abeja Republicana ¡de 182290!
53En la práctica, el lenguaje jacobino reduce «asociación/asociado» y sus derivados «en el sentido político» a la sumisión al Estado, como era el caso de sus enemigos tertulianos, de idéntico lenguaje. El mismísimo Pando emplea «asociación/sociedad» como antes Laso o González Vigil91. Antes de continuar, se ha de decir que el empleo de «asociación» y sus derivados por Pando no es representativo de los tertulianos. Los ultras no eran afectos a «asociación/sociedad», sino que preferían «patria», «pueblo» o «nación», conceptos políticos a medio camino del Antiguo Régimen. La regla general tertuliana oblitera la semántica relativa a la asociatividad voluntaria o la subordina a un esquema de sumisión a la autoridad: el militar de turno, el director o el deseado e inviable monarca. Hacia 1846, ni jacobinos ni tertulianos solían ser muy afectos a las asociaciones. De hecho, habría que esperar hasta 1849-1851, con ocasión de las elecciones para suceder a Castilla, para la resemantización tocquevilliana de esa familia semántica92. No se ha de pensar que los tocquevillianos escapaban del todo a la antigua semántica rousseauniana. Escribe en 1850 El Progreso:
El objeto exclusivo de la Carta [constitucional] es fijar únicamente el fin de la asociación y establecer las bases de sus principios generales, y solamente los principios, en que deben apoyarse las demás instituciones sociales93.
1849-1851: la campaña por una nueva semántica
54En la campaña iniciada en 1849 hubo varios candidatos, pero los más relevantes para nuestro objeto son solo los tres «verdaderos liberales»94. El primero de ellos fue el general Echenique, tertuliano moderado que gozaba de la simpatía de Herrera; contaba con la adhesión de Castilla, el gran elector y organizador del «gran fraude electoral»95 de 1851. El segundo fue Vivanco, de la tertulia96. El tercero era Elías, otro amigo de Castilla, aunque sabemos que ya para entonces no de Herrera. Veintiocho años «rodando siempre de caudillo en caudillo, de desastre en desastre97»: ese era el escenario.
55El proceso electivo de 1849-1851 —elección en dos fases, como era entonces el procedimiento regular—, fue el escenario ideal para la difusión y transformación social del discurso tocquevilliano, la lucha contra el despotismo democrático y el dispositivo: denunciaba las «palabras vacías» de «democracia pura» y «soberanía del pueblo» en que, como sabemos, se sustentaba el lenguaje del jacobinismo. Todo lo anterior ocurriría porque, como ya sabemos, en la república instaurada en 1827 «el gobierno es el tutor universal98». Debe decirse que un proceso electivo que toma dos años genera un tiempo social de alta intensidad, donde casi por la fuerza la política se democratiza e integra a amplios sectores sociales normalmente ajenos a ella. El proceso de 1849-1851 fue, a este respecto, una «anomalía democrática», para usar el lenguaje de T. S. Kuhn99. Hay testimonios de época sobre la especial intensidad que adquirió el debate público, el «anuncio de una revolución inminente100».
56Si bien las asociaciones eran reconocidas desde 1839, sus contrapartidas políticas eran socialmente impensables incluso hasta 1846. El proceso electoral aceleraría la incorporación social tanto del vocabulario asociacionista como de la argumentación tocquevilliana contra el dispositivo y el militarismo. El opulento Elías era el único civil en una contienda de generales; seguía en su programa las doctrinas antimilitaristas del Tocqueville de 1840, que ya había ejecutado en 1844 contra sus amigos del Directorio101. La campaña se le hacía más fácil a Elías dado que el presidente Castilla lo había favorecido con pingües prebendas en el negocio boom del guano de la isla102. El tocquevilliano puso en marcha con ese dinero una estrategia electoral basada en organizaciones locales de apoyo a nivel nacional con el Club Progresista, quebrando la reticencia a emplear una semántica asociativa con fines políticos. El nuevo vocabulario asociacionista se hizo evidente en los manifiestos del club. Elías, con El Progreso (1849-1851), difundiría el asociacionismo y las estrategias de argumentación de Tocqueville para «hacer efectiva la república103».
57El Progreso es el primer medio de prensa que extensiva y cotidianamente sostenía argumentos tocquevillianos, haciendo del impresentable Tocqueville la autoridad de su doctrina y lenguaje. Tuvo al efecto dos presentaciones: una en El Comercio, el 14 de julio de 1849, y otra en el primer número de El Progreso, del día 28 del mismo mes. De hecho, el primer texto difundió por vez primera la idea de la asociatividad política: «[e]l poder de la asociación nos alienta», firma el Club Progresista, que se define a sí mismo como «un cuerpo para esparcir el espíritu de asociación»104. Esta retórica novedosa causó una severa crítica tertuliana, atribuida a Herrera sin que este lo desmintiera, como en otros casos análogos105. El primer número de El Progreso es una extensa declaratoria filosófico-programática. Ningún lector que hubiese o haya leído la famosa introducción de Tocqueville a su libro de 1835 puede dejar de notar que el editorial programático es, en gran medida, una mera paráfrasis de ese texto sobre democracia y providencia106. Como los dos programas del 14 y del 28 de julio son el mismo, es obvio que el lenguaje asociacionista político era parte, pues, y esencial, de una traducción pragmática de De la démocratie en Amérique.
[D]e uno y otro lado no se oye hablar de Echenique y Vivanco. Pero, ¿cuáles son los principios de cada partido? ¿Cuál el programa que ofrecen a la nación?107.
Así se lamentaba el Club Progresista de la poca difusión de sus ideas y la carencia de programas, que desde un inicio El Progreso quiso afrontar. De hecho, una parte esencial de su programa era
el espíritu de asociación, […] la causa que ha conducido a la cumbre de la prosperidad y del poder de las naciones que se encuentran hoy a la cabeza de la humanidad108.
58El programa tocquevilliano impulsó sistemáticamente la resemantización de «asociación/asociado» y semejantes hasta lograr modificar el uso social de «asociación». En efecto, puede comprobarse en la prensa periódica el uso de la semántica asociacionista integrada en la familia «facción/partido político». Increíblemente, «asociación» ya no era algo reservado al uso civil: había mutado semánticamente en una forma legítima de comportamiento social republicano109.
59La traducción pragmática de «asociación» se expone de nuevo en una secuencia de artículos contra los candidatos militares titulada «El gobierno civil», en los números 63, 68 y 73, esta vez encabezados (algo inusualísimo) con una cita expresa del impresentable conde de Tocqueville. Evidentemente, Elías y su gente ya no lo veían tan mal. El encabezado dice así:
En los Estados Unidos el pueblo reina en el mundo político como Dios reina en el universo. Tocqueville110.
60Esta transferencia tocquevilliana, aparte de la resemantización de «asociación/asociado» y sus derivados, se convierte también en propuestas políticas. La más impactante fue sin duda el programa de regreso de los municipios, asociaciones suprimidas por el dispositivo a inicios de la década de 1830111. En el Antiguo Régimen habían sido organizaciones civiles, que tenían un alto nivel de participación social espontánea112; el dispositivo los había reemplazado por un sistema de prefecturas de control vertical113. Es interesante recordar que el Estado republicano sofocó y depredó las asociaciones civiles como los municipios, las cofradías, los gremios de artesanos y de comerciantes (el Tribunal del Consulado) que, curiosamente, la monarquía había fomentado de manera exitosa durante siglos. Este más que discutible éxito del jacobinismo acusaba a estas asociaciones de «hábitos de la colonia114». Es significativo que González Vigil, la figura por antonomasia del jacobinismo anticlerical115, pusiera precisamente a las cofradías y los municipios como ejemplo del rol benéfico de las asociaciones116. El Progreso no negó palabras en favor del Tribunal del Consulado y los gremios de artesanos, vitales en la campaña de Elías. El Club Progresista atacó además el carácter despótico del sistema de prefecturas117.
61Dese ahora una mirada breve a las otras dos candidaturas relevantes, las de Echenique y Vivanco, especialmente acusado el primero de «monárquico» y de enarbolar «los principios liberticidas del Dr. Herrera»118. Ante el club de Elías, Echenique fundó en noviembre de 1849 la Sociedad Conservadora de la Constitución y de la Paz para
impedir con su influencia y poder que todo partido que amenace las instituciones y ocasione la anarquía levante y progrese119.
62El Supremo Director, de otro lado, hizo réplica y montó la Sociedad el Porvenir. Ante la clara propaganda programática tocquevilliana de Elías, Vivanco se vio forzado a hacer un programa él mismo, reivindicando ahora con Elías los viejos cabildos como asociaciones120.
Mutaciones semánticas jacobino-masónico-asociativas
63Mucho antes de 1860, en las elecciones de 1849, se incorporó González Vigil, invitado por Elías, a la plana de redactores de El Progreso. Así contactó con los tocquevillianos al servicio de Elías, lo cual, como era de esperar, le hizo sensible al tema asociacionista. Una década después emplearía esta retórica para combatir a los ultras Herrera y Juan Ambrosio Huerta, obispo de Puno121. El tema ahora era la masonería. En 1858 González Vigil redactó una serie asociacionista en El Constitucional de Lima, pronto en formato de libro122. Queda manifiesta la defensa de la masonería como asociación civil, tema dirigido contra la Iglesia y El Católico, el periódico de Herrera123. Las logias masónicas habían iniciado su trabajo en la década de 1850 para hacerse objeto de controversia en la década siguiente124; supuestamente estaban conformadas por «sacerdotes, militares, comerciantes, empleados estatales y propietarios125». La disputa sobre la masonería debe ser relacionada con la proliferación de asociaciones que se dispara desde mediados de la década de 1840 hasta el final del momento Tocqueville126. El impacto en esta transformación del vocabulario republicano remató en el Catecismo patriótico127, en el que se confirma la doctrina asociacionista; escribe una madre a su hijo:
No puedes figurarte, hijo mío, cuánta es la fuerza y el poder de la asociación. Basta el ver reunidos espontáneamente a algunos ciudadanos con un propósito patriótico para augurar bien de sus resultados128.
64González Vigil contribuyó desde 1849 con un discurso social asociacionista, pero siempre fue, respecto de las asociaciones políticas, un jacobino; ya desde 1858 había distinguido las asociaciones civiles de las políticas y, muy a diferencia de El Progreso, las incorporó en el esquema semántico jacobino de «asociación». En efecto, en el segundo artículo de la serie, advierte que las asociaciones
tienen por primero e indispensable requisito no contradecir en lo menor, ni de ningún modo neutralizar el grande objeto de la sociedad civil, ni manifestar una tendencia, no digamos contraria, ni aun diferente de la que corresponde a aquella129;
admitir asociaciones políticas, «sociedad [es] antipatriótica [s]» tendría por ello «efectos funestos»130.
65Añadiremos otro ejemplo similar, el Diccionario para el pueblo, del soldado jacobino Juan Espinosa131. Como el Catecismo patriótico de González Vigil, es claramente una secuela de la polémica de 1846132. El Diccionario, que del nuevo lenguaje tiene poco, acusa sin embargo huella tocquevilliana. Reconoce un tópico fundamental Pando/Tocqueville, con sintagma de ambos: la imposibilidad de constituir un sistema republicano cuando hay un divorcio entre las instituciones políticas y el «estado social». «La revolución se inició, mas no se ha consumado»: se acepta, pues (con los Pando/tertulianos), que la república ha fracasado. El diagnóstico es este: «solo es revolución lo que cambia el estado social133».
66Como puede verse, con el eje nodal de la campaña de 1849-1851, Tocqueville es incorporado en la semántica de la gestión republicana entre 1840 y 1860. Procesar y asimilar una tercera vía republicana, no tertuliana ni jacobina, era cosa que iba a tomar tiempo, socialmente hablando, con un punto significativo en la fundación del Partido Civil134. Para 1860 el momento Tocqueville ha terminado; su influencia ha pasado de ser una anomalía a ser la normalidad: «La asociación es una palabra nueva admitida en política para expresar una idea compleja135», escribe tardíamente el jacobino José María Químper. En 1860 el jurista Francisco García Calderón redactaba su Diccionario de Jurisprudencia. En medio de esta confusión a medio coser entre tertulianos, jacobinos y tocquevillianos, define la familia semántica asociacionista. La habían gestado en una traducción pragmática Elías y su club, Lorente y los guadalupanos; también jacobinos como González Vigil o Espinosa. Incluso, a su manera, golpistas reaccionarios como Vivanco:
La asociación es una reunión de individuos para conseguir un objeto común. Considerada la asociación bajo el punto de vista filosófico, ha dado lugar a muy serias cuestiones sobre su utilidad e importancia. Fuertemente combatida por unos y defendida por otros con el mismo afán, no ha sido posible conocer sus verdaderas ventajas hasta que los hechos han ido de acuerdo con la teoría136.
Reflexiones finales
67El conde Alexis de Tocqueville fue un autor francés conocido en el Perú. Leído por pocos. Tuvieron acceso a él en su libro de 1835 los tertulianos, como José María de Pando o Toribio Pacheco, y se ha observado cómo Tocqueville era reconocido en el mundo público como un enemigo del Nuevo Régimen. Hacia 1846, en el pleito semántico entre Herrera y Laso/González Vigil, era aún autor poco socorrido; un impresentable tan contrarrepublicano como el otro conde, Maistre. Pero un tertuliano, el multimillonario y algo corrupto Domingo Elías, tomó atención en el segundo tomo de Tocqueville, de 1840: una agenda municipal, educativa, democrática, antimilitarista y asociacionista como prevención contra el despotismo democrático moderno; Elías transformó ese mensaje en lo que hemos llamado una «traducción pragmática», en particular de la semántica tocquevilliana relativa a la asociatividad.
68Elías creyó encontrar en Tocqueville la inspiración para instaurar un republicanismo civil, que superara el dispositivo vertical de gestión anárquica instaurado junto con los lenguajes políticos llegados por la fuerza en la ocupación extranjera del reino del Perú entre 1820 y 1827. Ningún agente social era afecto a sus indeseables consecuencias, pero el dispositivo era patrimonio sociolingüístico común de jacobinos y tertulianos. Elías pensó que eso debía cambiar para «echar a andar la república», así que creó un nuevo grupo, con lenguaje propio, el de los tocquevillianos. En las elecciones de 1849-1851, impulsó la primera candidatura civil del Perú, no basada en la gloria militar, sino en un programa, al menos uno de cuyos manifiestos era básicamente una paráfrasis de la introducción del libro de 1835, la misma que los tertulianos como Herrera reconocían. Este programa, divulgado a través de El Progreso, inició una traducción pragmática de «asociación/asociado» y sus derivados hasta hacer de su uso social un sinónimo no polémico de «partido/facción política».
69El Progreso, empresarialmente hablando, incluyó como agentes contratados a antiguos publicistas jacobinos, que hablarían ahora en el lenguaje asociativo de su millonario empleador. Esto se dio en dos cuadros, ambos relativos a la semántica social: reconocer el diagnóstico de catástrofe de Tocqueville para «el estado social aristocrático» del Perú, como los tertulianos hacían, lo que se consideraba solucionable si se resemantizaba la familia lexical «asociación/asociado» y semejantes de modo republicano, como había hecho Tocqueville; la semántica asociacionista se convierte ahora en una manera legítima de hablar republicanamente, algo imposible aún en 1846, solo tres años antes del proceso electoral. En guerra con tertulianos y jacobinos, pronto «asociación/asociado» y sus derivados no sería más sinónimo de unanimidad ni de Estado, sino una forma de expresarse socialmente para tratar de una gestión republicana basada en la pluralidad de agrupaciones voluntarias horizontales. Lo aceptarían así Espinosa y González Vigil, Lorente, Químper y García Calderón, y tanto el Supremo Director como el acusado de monárquico general Echenique. El padre Herrera, ineficaz en sus anatemas contra el nuevo lenguaje, moriría a inicios de la década de 1860. Elías acumularía en lo sucesivo más y más millones.
Notes de bas de page
1 Rivera, 2017d, cap. iv.
2 Ramos, 2008.
3 Pando, «Carta a Felipe Pardo».
4 Garavito Amézaga, 1989, pp. 155-158; Baltes, 2014, pp. 152 sqq.; Gálvez Montero, 2005, p. 260.
5 Baltes, 2014, pp. 152 sqq.; Basadre, 1929, p. 51.
6 Tocqueville, La democracia en América.
7 Pando, Pensamientos y apuntes.
8 Baltes, 2014, pp. 169 sqq.; Basadre, 2004, pp. 78 sqq.
9 Véase, por poner un ejemplo al azar, un remitido en La Abeja Republicana, t. I, 29 de agosto de 1822, pp. 85-87.
10 Véanse Palti, 2001 y 2007.
11 Agamben, 2015.
12 Rivera, 2017c.
13 Véanse Mc Evoy Carreras, 1999, pp. 189 sqq.; Aljovín de Losada, 2000; Villanueva, 1973.
14 Pardo y Aliaga, Constitución Política. Poema satírico, p. 102.
15 El Peruano, t. XIV, no 16, 20 de agosto de 1845, p. 5.
16 Véase, por ejemplo, Walker, 2004, pp. 205 sqq.
17 Tocqueville, De la democracia en la América del Norte.
18 Pando, Pensamientos y apuntes, p. 430.
19 Ibid., pp. 532 y 603, respectivamente.
20 Ibid., pp. 488-489.
21 Véase Mendiburu, 1931-1938, t. XV, pp. 495-497 y 77-82.
22 Véanse Moreno, Ensayo sobre la supremacía, p. 49; Rivera, 2013.
23 Pando, Pensamientos y apuntes, pp. 420-421.
24 Véase Rivera, 2017b.
25 La Patria en Duelo, no 5, 7 de junio de 1829, p. 1.
26 Rodríguez, El libertador del mediodía, p. 220.
27 Ibid.
28 Véanse Távara, Historia de los partidos, p. 2; Basadre, 2004, p. 29.
29 Orrego Penagos, 1990.
30 Pando, Pensamientos y apuntes, pp. 490 y 535.
31 Tocqueville, La democracia en América, t. I, pp. 1-13.
32 Pando, Pensamientos y apuntes, pp. 499 y 579.
33 Mercurio Peruano, t. I, no 47, 21 de septiembre de 1827, p. 3.
34 El triunfo de la Nación, no 35, 12 de junio de 1821, p. 2.
35 Tocqueville, La democracia en América, t. I, pp. 247 y 327, respectivamente.
36 El Peruano, t. X, no 28, 27 de septiembre de 1843, p. 107.
37 El Comercio, no 2641, 28 de abril de 1848, p. 4.
38 Herrera, «Oración que en las exequias», p. 17; Véase también Id., «Oración fúnebre», pp. 56, 71 y 80.
39 Tocqueville, La democracia en América, t. I, pp. 247 y 327.
40 Herrera, «Oración fúnebre», p. 59.
41 Mendiburu, 1931-1938, t. XIII, pp. 346-349; Puente, 1964; Rivera, 2008.
42 Pando, Pensamientos sobre moral y política, p. 490.
43 El Peruano, t. IV, no 38, 7 de noviembre de 1840, p. 4.
44 Por ejemplo, Pando, Pensamientos y apuntes, pp. 550, 576, 602, etc.
45 Véanse Tocqueville, La democracia en América, t. II, pp. 718 sqq. y 728 sqq.; Zetterbaum, 2001, pp. 720 sqq.
46 Véanse Tocqueville, La democracia en América, t. II, caps. xxiv-xxvi; Villanueva, 1973.
47 Mayer, 1965, pp. 133 sqq.
48 El Comercio, no 2217, 7 de noviembre de 1846, p. 2.
49 El Comercio, no 3870, 4 de julio de 1862, p. 4.
50 Véase Blanchard, 1996.
51 Basadre, 1929, p. 145.
52 Véase Sartigues, Botmiliau, Dos viajeros franceses, pp. 32-33.
53 Herrera, «Oración que en las exequias».
54 Basadre, 1929, pp. 204-206.
55 Zamalloa, 1964, p. 118.
56 Herrera, «Oración fúnebre», p. 53.
57 Véanse Vargas Ugarte, 1970; Puente, 1964.
58 Rivera, 2008.
59 Trazegnies, 1980, pp. 77-84.
60 Ahrens, Curso de Derecho Natural; véase Trazegnies, 1980, pp. 85 sqq.
61 Lóayza Pérez, 2005, cap. ii; Id., inédita.
62 Ahrens, Curso de Derecho Natural, t. II, p. 11.
63 Véanse Tocqueville, La democracia en América, t. II, p. 247; Ahrens, Curso de Derecho Natural, t. II, caps. iii y iv.
64 Ibid., t. I, p. 44.
65 El Republicano, t. XXI, no 7, 27 de enero de 1847, p. 4.
66 Pinheiro Ferreira, Principes de Droit Publique.
67 Id., Compendio de Derecho público.
68 Silva Santisteban, Derecho natural o filosofía, pp. 13-14.
69 Orrego Penagos, 1990, p. 330.
70 Thurner, 2005, p. 26.
71 Véanse Basadre, 1929, p. 209; Rubio Fataccioli, 1990.
72 Lorente, Historia del Perú, pp. 272 y 274.
73 Ibid., p. 265.
74 Aljovín de Losada, 2017.
75 El Papagayo Hablador, 24 de marzo de 1829, p. 2.
76 La Estrella de Ayacucho, no 4, 2 de abril de 1825, p. 2.
77 Guevara, 1951, pp. 271 sqq. y 457 sqq.
78 Véanse André, 1924, cap. vi; Vaucaire, 1928, pp. 203-205.
79 André, 1924, p. 19; véase Mancini, 1914.
80 Rodríguez, El libertador del mediodía, p. 340.
81 Por ejemplo, Id., Obras Completas, t. II, p. 8; t. I, pp. 228 sqq.
82 Véanse Rivero, Lecciones de política, p. 25; Thjulen, Nuevo vocabulario filosófico-democrático.
83 El Zurriago, no 19, 31 de mayo de 1849, p. 3.
84 Basadre, 1929, pp. 206-207.
85 Herrera, «Sermón pronunciado por el Dr. Bartolomé Herrera».
86 Ibid., pp. 79, 84, 176.
87 El Correo Peruano, no 3, 31 de enero de 1846, p. 3.
88 El Correo Peruano, no 16, 1 de agosto de 1846, p. 2.
89 El Republicano, t. II, no 1, 2 de febrero de 1836, p. 2.
90 González Vigil, «Opúsculo III. La soberanía nacional».
91 Pando, Pensamientos y apuntes, pp. 616 y 626-627.
92 Martínez, 1952.
93 El Progreso, no 44, 19 de noviembre de 1850, p. 2.
94 Sobre el conjunto del proceso y los participantes, véanse López Martínez, 2001; Lóayza Pérez, inédita, pp. 407-421; Orrego Penagos, 1990.
95 Véanse Forment, 2012, p. 126; Basadre, 1929, pp. 213 sqq.; Lorente, Historia del Perú, p. 269; Peralta Ruiz, 2005.
96 Chirinos Soto, 1966, pp. 22 sqq.
97 El Comercio, t. XII, no 47, 12 de diciembre de 1849, p. 2.
98 El Progreso, no 13, 27 de octubre de 1849, p. 1.
99 Kuhn, 1985, cap. vi.
100 Lorente, Historia del Perú, p. 268.
101 Véanse Peralta Ruiz, 1999; Basadre, 1929, p. 185.
102 Mathew, 2009, p. 161.
103 El Progreso, no 89, 4 de abril de 1851, p. 3.
104 El Comercio, no 3009, 14 de julio de 1849, p. 3.
105 El Comercio, no 3022, 31 de julio de 1849, p. 3.
106 El Progreso, no 1, 28 de julio de 1849, pp. 2-4.
107 El Progreso, no 22, 29 de diciembre de 1849, pp. 3-4.
108 Ibid., p. 3.
109 Véase, por ejemplo, El Comercio, no 3117, 13 de noviembre de 1849.
110 El Progreso, no 63, 2 de noviembre de 1850; no 68, 3 de noviembre de 1850 y no 73, 11 de noviembre de 1850.
111 Rivera Serna, 1964.
112 André, 1924, pp. 25-26.
113 Mücke, 1999.
114 Laso, Francisco, «Croquis sobre las elecciones», La Revista de Lima, no 7, 1863, p. 104.
115 González Marín, 1961; Mújica Ortiz, Zora Carvajal, 1937.
116 El Constitucional, no 9, 25 de mayo de 1858, p. 2.
117 El Progreso, no 13, 27 de octubre 1849, no 16, 15 de noviembre 1849 y no 36, 9 de octubre 1850, p. 1.
118 El Comercio, no 3108, 13 de noviembre de 1849, p. 2.
119 Cit. en Lóayza Pérez, inédita, p. 401. Cursiva nuestra.
120 Vivanco, Programa del Diputado.
121 Huerta, Instrucción pastoral.
122 González Vigil, Importancia de las asociaciones.
123 El Constitucional, no 8, 27 de mayo de 1858, p. 2.
124 López Albújar, 1961.
125 El Heraldo Masónico, no 12, 23 de junio 1864, p. 2.
126 Forment, 1999, 2003 y 2012.
127 González Vigil, Catecismo patriótico para el uso.
128 Ibid., p. 20.
129 El Constitucional, no 6, 21 de mayo de 1858, p. 2.
130 González Vigil, Catecismo patriótico para el uso, p. 20.
131 Espinosa, Diccionario para el pueblo.
132 Thurner, 2012, pp. 201 sqq.
133 Espinosa, Diccionario para el pueblo, p. 818. Cursiva nuestra.
134 Mc Evoy Carreras, 1994.
135 Químper, El liberalismo, p. 87. Cursiva nuestra.
136 García-Calderón Landa, Diccionario de la legislación peruana, p. 228.
Auteur
Universidad Nacional Federico Villarreal
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