Conclusión
p. 157-162
Texte intégral
1Los avances en la arqueología de las sociedades ibéricas han llevado a matizar la idea de que la Dama de Elche es una obra absolutamente única, aunque sin llegar a rechazarla por completo. Esta escultura sigue siendo excepcional, en primer lugar, por su calidad artística: nada sabemos de su autor, pero no podemos negar que fue un gran escultor de su tiempo. Su historia también contribuye a su singularidad, a la vez que la sitúa en un proceso histórico que ha afectado de manera similar a otras estatuas antiguas.
2Hemos mencionado la trayectoria de la Venus de Arlés, pero este no es el único paralelismo que se puede establecer con la Dama de Elche, cuyo recorrido se asemeja aún más al de las esculturas del friso del Partenón y del Erecteón. Estas obras fueron llevadas a Londres a principios del siglo xix tras la firma de un acuerdo entre el diplomático inglés lord Elgin y las autoridades políticas otomanas, que entonces gobernaban en Grecia. Fundado en 1830 tras la guerra de independencia contra el Imperio otomano, el Estado griego hizo de su filiación con la Grecia antigua un elemento importante de su identidad, y de los vestigios de ese prestigioso pasado, valiosos bienes patrimoniales. Por ello le pidió a Gran Bretaña que restituyera los «mármoles de Elgin», que era como se conocían entonces las obras que el diplomático había «expatriado». Esta petición nunca fue atendida.
3Las estatuas del Partenón tuvieron un destino análogo al de la Venus de Arlés y la Dama de Elche, y llama la atención que se empleara la misma retórica para evocar su «exilio», término también recurrente. Hemos citado las palabras de Mistral en 1891 lamentando que la Venus de Arlés estuviera «languideciendo» en el Louvre, y también la descripción que García y Bellido dio en 1943 de los visitantes españoles cuando descubrían, en el mismo museo, a la Dama de Elche: «… aquella dama española lejos de su patria […] empotrada entre piezas enormes, abrumadoras, de una cultura totalmente ajena y [cuyo] rostro severo y casi triste parecía envejecer y mustiarse en aquel ambiente1». Cincuenta años más tarde, en 1990, la poeta Kikí Dimoulá también hace referencia a la tristeza de las estatuas griegas «exiliadas» en el British Museum: «Las vi bajar de su alto pedestal, deshacerse de la apariencia formal que presentaban durante el día y, con los ojos llenos de lágrimas, dejando escapar suspiros nostálgicos, resucitar apasionadamente la memoria del Partenón y el Erecteón que habían perdido2».
4También se han utilizado recursos retóricos similares a la hora de solicitar la devolución de estas obras a su país de origen. Como señala Yannis Hamilakis con respecto a los «mármoles de Elgin», los griegos, más que a su derecho de propiedad sobre las estatuas, apelaban al propio deseo de estas de «recuperar su libertad» y dejar «el gris de Londres» para «regresar a su lugar de nacimiento, reencontrarse con sus hermanos y hermanas de la Acrópolis y con la luz del Ática»3. Estas declaraciones no difieren mucho de las de Manuel Campello cuando lamentaba la ausencia de su «mujer» o «hija» y sostenía que debía regresar a casa, con los suyos.
5Estas declaraciones, además, pueden no ser puramente retóricas. Hemos planteado la hipótesis de que Manuel Campello terminó por convencerse de que había descubierto a la Dama de Elche y de que terminó también encariñándose con ella hasta el punto de considerarla como una persona cercana. Como señala María Teresa Pinedo en su encuesta de 2006, esto es también lo que sucedió en cierta medida con los visitantes que acudieron a ver a la Dama durante su exposición en Elche, a la cual le dedicaron poemas y canciones. Este tipo de reacciones demuestra que la Dama no era para ellos, o no solo era, un objeto con el que se establece un vínculo meramente estético. Estas reacciones sugieren más bien la existencia de una relación afectiva que se explica esencialmente por el valor identitario conferido a la Dama. Este es el mismo que se le otorga a las estatuas del Partenón y, por lo tanto, no sorprende que se hablara de ellas como si fueran personas, al igual que se hizo con la Dama4.
6Pero, aunque el destino de la Dama y el modo en que este fue asimilado pueden compararse con el de otras esculturas, cabe resaltar que cada una de estas tuvo un recorrido cuya peculiaridad es debida a la de su contexto histórico. Los caminos seguidos por esas estatuas fueron singulares y relativamente impredecibles… lo cual autoriza el uso de la expresión «biografía cultural» introducida por el antropólogo Igor Kopytoff5 para analizar los cambios de estatus de ciertos objetos.
7La singularidad de la Dama se debe también al gran número de interpretaciones que ha suscitado, tanto en los círculos arqueológicos como entre los políticos y sus portavoces, especialmente los periodistas. Estos discursos son de diversa índole. Para responder a las preguntas que se plantean sobre la estatua —empezando por cómo ubicarla entre las culturas del Mediterráneo antiguo—, los arqueólogos de principios del siglo xx confían en los datos empíricos de que disponen: el examen cuidadoso del busto y de su ornamentación, la comparación con otras obras del mismo período, la movilización de los conocimientos ya adquiridos sobre las sociedades mediterráneas y las relaciones que mantenían. Sus hipótesis, por supuesto, no están libres de prejuicios, tanto en relación con la superioridad que se le otorgaba al arte griego como con la convicción del carácter «primitivo» del arte ibérico. Sin embargo, su planteamiento es muy diferente del de los heraldos del nacionalismo y el regionalismo. El objetivo de estos últimos no es el mismo que el de los arqueólogos e historiadores: no tratan de situar a la Dama en el pasado, sino de hacerla actuar en el presente convirtiéndola en un icono de la identidad del País Valenciano o de España. Recordemos, sin embargo, que la valorización identitaria de la Dama tiene su origen en los argumentos de los arqueólogos acerca de la existencia de un arte propiamente ibérico.
8Los interrogantes de los arqueólogos también han alimentado la imaginación de escritores y dramaturgos, que se cuestionaron acerca de la identidad de la persona que el escultor quiso representar. Como sigue siendo desconocida, resultaba tentador inventarle una personalidad y una vida, y así se hizo en varias ocasiones. Los autores que hemos leído (y que son todos desconocidos, pues sus obras no son especialmente memorables) identifican a la Dama con una sacerdotisa y relatan su amor no correspondido por el escultor responsable de hacer su retrato. Los pintores y escultores fueron más creativos. Dellepiane y Rochegrosse, como hemos dicho, utilizaron en sus creaciones las hipótesis de los arqueólogos sobre el origen fenicio o griego de la Dama; Francisco de Paula Nebot e Ignacio Pinazo la recrearon de acuerdo con la percepción que se tenía en su época de las civilizaciones antiguas.
9Por último, mencionemos un aspecto de estos imaginarios que merecería un examen más profundo: los discursos esotéricos que identifican a la Dama con una sacerdotisa o princesa de la Atlántida. Entre los muchos autores que han tratado de localizar este territorio mítico, cuya desaparición había relatado Platón, se encuentra una escritora inglesa, Ellen M. Whishaw, que participó en varias excavaciones en Andalucía. A finales de la década de 1920, afirmó que Tartessos, una ciudad que en la época ibérica se extendía cerca de Cádiz, era una colonia de la Atlántida. Tanto las estatuas del Cerro de los Santos como la Dama de Elche serían producto de esta civilización. Son muchas las obras que, desde entonces, vinculan a la Dama con la Atlántida, y más concretamente con una sacerdotisa atlante. Charles Berlitz, en la síntesis que realiza en 1969 acerca de las especulaciones sobre la ciudad mítica en The Mystery of Atlantis, recoge esta tesis, precisando que la Dama de Elche es la prueba del alto grado de desarrollo de esta civilización6. Este es un lugar común de los textos esotéricos sobre «los enigmas de la arqueología7». Las pirámides de Egipto o de América, las estatuas de la isla de Pascua y los megalitos de Stonehenge (Inglaterra) también han sido atribuidos a civilizaciones, o a extraterrestres, con tecnología y conocimientos superiores a los nuestros.
10Es en España, por supuesto, donde más se difunden este tipo de especulaciones sobre la Dama de Elche, como demuestran los documentales dedicados a su «misterio» emitidos por TVE o en internet: hemos visto cinco de ellos, existen probablemente más. Todos retoman la idea de que el busto es la imagen de una atlante y, como también todos ellos asumen que esa sociedad era más avanzada que la nuestra, explican que el tocado y los rodetes de la Dama serían en realidad de un casco de alta tecnología, dotado de capacidades extraordinarias. En algunas de estas películas, la Dama se convierte en una especie de Barbarella, cuyos rodetes son auriculares de gran potencia8.
11Si estas interpretaciones aplican a la Dama los lugares comunes del esoterismo contemporáneo, hay que subrayar que fueron originadas por una característica de la estatua que también impresionó a todos los que la vieron a finales del siglo xix: la extrañeza de su peinado, tanto más llamativo cuanto que contrasta con el clasicismo de su rostro. Esta rareza ha llevado a pensar que provenía de Oriente, ya fuera del mundo árabe (para la población de Elche) o del fenicio (para algunos arqueólogos y los artistas que se inspiraron en sus discursos). Las especulaciones esotéricas contemporáneas son otra forma de «explicar» esta singularidad, relacionándola con otro tipo de alteridad, la de una sociedad mítica planteada por la ciencia ficción.
12Esta rareza también ha suscitado, de una manera más sorprendente, la interpretación del gran historiador Carlo Ginzburg en Storia notturna. Una decifrazione del sabba (Historia nocturna: un desciframiento del aquelarre). En esta obra indaga sobre la realidad de los encuentros nocturnos en los que las brujas, según los demonólogos del siglo xvii, honraban al diablo y se entregaban a mil vilezas. A diferencia de la mayoría de sus colegas, que niegan la existencia de estas reuniones, Ginzburg las relaciona con prácticas chamánicas y cultos realizados en honor de diosas primitivas. Identifica a la Dama con una de ellas, «la diosa nocturna del Val di Fiemme», e incluye en su libro una fotografía del busto de Elche. En la última edición italiana, publicada en 2017, la fotografía de la Dama aparece incluso en la portada del libro9.
13Sin duda problemática, esta interpretación de la «inquietante extrañeza» de la Dama enriquece aún más el abanico de interpretaciones que ha suscitado: más o menos admisibles, todas ellas muestran una faceta no solo de la historia de la España contemporánea, sino también de nuestra historia común, de sus conocimientos y de su imaginario.
Notes de bas de page
1 García y Bellido, 1943, pp. 7-8.
2 Citado por Hamilakis, 2007, p. 273.
3 Ibid., p. 279.
4 Esta reflexión fue inspirada por la lectura de Freedberg, 1989, y de Gell, 1998.
5 Kopytoff, 1986.
6 Whishaw, ¿1929?; Berlitz, 1969.
7 Uno de los volúmenes de la Encyclopédie Planète, fundada por Jacques Bergier y Louis Pauwels, se titula Les énigmes de l’archéologie (Los enigmas de la arqueología) e incluye un capítulo sobre la Atlántida. Los autores, Lyon y Catherine Sprague de Camp, ponen en duda su existencia, pero Jacques Bergier, en su prefacio, declara no compartir su escepticismo. ¡Llegó incluso a insertar una fotografía de la Dama de Elche en el volumen, a pesar de que el texto no la menciona!
8 Varios dibujos también acercan la Dama a la princesa Leia, personaje de Star Wars.
9 Ginzburg, 2017. Agradecemos a Richard Figuier el habernos señalado esta reedición.
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