Servicio doméstico, género y reproducción social en la Andalucía contemporánea
Granada, 1890-1930
p. 225-244
Texte intégral
1La Granada de las primeras décadas del siglo xx era una ciudad en cambio1. En su fisonomía y estructura perduraba el pasado; a la vez, un conjunto de indicios anunciaban la emergencia de otra ciudad. La inmigración y el crecimiento demográfico, el enriquecimiento de la burguesía, la transformación urbana, el auge de la conflictividad, el remozamiento de las formas de sociabilidad y consumo lo evidenciaban. El mundo laboral no permaneció ajeno al complejo proceso de consolidación de la ciudad capitalista.
2El auge agroindustrial «(la revolución azucarera)» desde fines del siglo xix y el avance de la urbanización y de los servicios en las primeras décadas del xx alteraron la estructura laboral al impulsar el surgimiento de nuevas ocupaciones. El crecimiento de la burocracia pública y privada, al hilo del aumento de la complejidad de la economía y de la vida urbana, alentó la ampliación y la renovación del trabajo no manual. La extensión de la modernización tecnológica en los sistemas de comunicación (telégrafo y teléfono) y de transporte (ferrocarril y, sobre todo, tranvía), y su incorporación a determinadas producciones difundían nuevas profesiones manuales y hacían retroceder antiguas ocupaciones. Los cambios en las relaciones laborales coadyuvaron a la descomposición y decadencia de viejos oficios y a la extensión del jornalerismo2. En este período el servicio doméstico, una actividad en retroceso durante la segunda mitad del ochocientos, no solo frenó su caída sino que vio incrementado su peso laboral. Para comprender esta realidad, procuraremos mostrar aquí una perspectiva de la evolución de esta ocupación entre 1890 y 1930.
3El interés del servicio doméstico como objeto historiográfico transciende motivos estrictamente contextuales. Cualquier sociedad requiere para su funcionamiento básico de servicios garantes de la producción, el cuidado y la reproducción de la vida individual y colectiva. Tres de ellos destacan sobremanera: el mantenimiento, por medio de la nutrición (alimentación) y la protección (higiene, vestido y confort hogareño), de la integridad de los cuerpos; la provisión de bienestar sicológico (atención y afecto); y el cuidado de las personas dependientes (niños, ancianos, enfermos, discapacitados, etc.). Sin ellos la vida humana es inviable. El grado de eficacia con que se ha abordado esta cuestión constituye un implacable indicador de desarrollo humano. Las sociedades occidentales —al menos hasta la edificación del welfare state, y sobre todo de su cuarto pilar— lo hicieron fundamentalmente por medio del trabajo que las mujeres desarrollaron, gratuitamente o en forma remunerada, en el ámbito doméstico. El elevado nivel de desigualdad social y de ineficiencia económica consustancial a esta forma de organización de los servicios reproductivos básicos ha llevado en las últimas décadas a la crisis en Occidente del modelo tradicional de familia (patriarcal) y, por ende, de los cuidados que otorgaba. En este enfoque, el del estudio de la igualdad y de la economía del cuidado, el servicio doméstico como forma histórica de trabajo doméstico adquiere sentido. Históricamente fue una ocupación social y económicamente infravalorada en Europa. Su desvaloración propició, y ha seguido propiciando, que se asignara esa actividad a las personas peor posicionadas en los mercados laborales, normalmente pobres o en posición de vulnerabilidad. Y fueron trabajadoras manuales sin recursos, sobre todo inmigradas, quienes aportaron el trabajo demandado para el servicio doméstico en las ciudades europeas.
4Una cuestión previa, y no siempre fácil, en el estudio del servicio doméstico es la definición de este tipo de trabajo. Con este fin se han aplicado tres criterios complementarios3. El criterio funcional: el trabajo doméstico se empeñaba en tareas encaminadas al bienestar y cuidado de los miembros de la familia que lo empleaba. El criterio espacial: el ámbito físico y referencial del trabajo doméstico era el hogar, el interior de la casa de los empleadores. El criterio relacional: el vínculo laboral se establecía en un marco tradicional, trufado por relaciones de dependencia (familista, personal, etc.) y de subordinación, como traslucen sus denominaciones más comunes (sirvienta, criada, doméstico, mozo, etc.). Según estos criterios el servicio doméstico era una labor de naturaleza reproductiva, desarrollada en el seno del hogar del empleador en condiciones proclives al servilismo. Las ocupaciones identificadas bajo esta definición informan de un escaso grado de especialización en el servicio doméstico granadino (cuadro 1)4. La mayoría de sus integrantes eran «sirvientes», a veces registrados como «criados» o «domésticos», entregados a diversas tareas del hogar. Solo un reducido grupo de familias, las más ricas, disponían de un cuerpo doméstico especializado, con amas de llaves, doncellas, niñeras y nodrizas, cocineras, institutrices, cocheros o chóferes, porteros y porteras, etc.5
Cuadro 1. — Trabajadores del servicio doméstico
Tipología | 1890 | 1900 | 1921 | 1926 | 1930 | ||||||||||
H | M | T | H | M | T | H | M | T | H | M | T | H | M | T | |
Sirviente | 89,5 | 93,7 | 92,3 | 100 | 97,1 | 94,20 | 83,2 | 78,2 | 78,9 | 85,7 | 92,8 | 92,2 | 92,3 | 98,9 | 99,0 |
Ama llaves | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 |
Costurera | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 |
Cochero | --* | 0 | -- | 0 | 0 | -- | 0 | 0 | 0 | -- | 0 | -- | 0 | 0 | 0 |
Cocinero/a | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0,9 | 0,8 | 0 | -- | -- |
Criado/a | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 8,9 | 11,0 | 10,8 | -- | 3,2 | 3,4 | 0 | 0 | 0 |
Doméstico/a | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | 9,3 | 8,5 | -- | 2,2 | 2,1 | 0 | -- | -- |
Doncella | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 1,2 | 1,0 | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 |
Institutriz | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 |
Mandadero | -- | 0 | -- | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | -- | -- |
Mayordomo | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 |
Mozo/a | -- | -- | -- | 0 | 0 | 0 | 5,0 | 0 | -- | -- | 0 | -- | 0 | -- | -- |
Nodriza | 0 | -- | -- | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 |
Niñera | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | -- | 0 | 0 | 0 | 0 | -- | -- |
Total (%) | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 |
31,2 | 68,8 | 100 | 31,0 | 69,0 | 100 | 12,8 | 87,2 | 100 | 8,1 | 91,9 | 100 | 6,0 | 94,0 | 100 | |
N.c. | 35 | 77 | 112 | 31 | 69 | 100 | 101 | 685 | 786 | 85 | 961 | 1046 | 12 | 188 | 200 |
5* Por convención estadística en los cuadros del texto se suprime el porcentaje (--) cuando la cifra de casos es inferior a 10.
Fuente: AHMG, muestreo de padrones de habitantes de 1890, 1900 y 1930; vaciado del total de trabajadores del servicio doméstico de Padrón de habitantes de 1921 y de la Lista cobratoria para la exacción de impuestos personales de 1926.
6La dimensión empírica del trabajo (datos, cuadros y gráficos) se basa en la información procedente de documentación municipal6. Y ha sido obtenida por dos procedimientos técnicos: a través de la información nominal de la población seleccionada mediante un muestreo aleatorio sobre el total de la población de la ciudad registrada en cuatro padrones de habitantes de la ciudad7; y a través del rastreo de la información nominal y familiar (hogar) de todos los trabajadores del servicio doméstico y de todos los miembros de hogares con sirvientes (externos o internos)8 registrados en el Padrón de habitantes de 1921 y en la lista cobratoria para la exacción del impuesto de cédulas personales de 19269.
7El uso combinado de información muestral y total permitió confrontar y completar el aparato empírico del estudio10. Conviene, sin embargo, detenerse en la cuestión de la ocultación de la actividad femenina en las fuentes censales. Aunque el subregistro del trabajo de la mujer es frecuente, como es sabido algunas ocupaciones, en especial las feminizadas y las realizadas por mujeres solteras o viudas, eran contabilizadas más o menos sistemáticamente. Una de ellas es el servicio doméstico. En Granada, el trabajo de sirvienta era, con diferencia, la principal actividad femenina registrada; y, pese a posibles riesgos de ocultación, los padrones de habitantes daban cuenta del mismo11.
Urbanización, cambio social y servicio doméstico
8Durante el primer tercio del novecientos el servicio doméstico no solo frenó su decadencia, sino que vio incrementada su importancia (cuadro 2). Entre 1900 y 1930, cuando la ciudad salió de su letargo demográfico —pasando de 75 900 a 117 577 habitantes— gracias a la inmigración12, el servicio doméstico pasó de aglutinar el 3 % al 5 % de la población en edad activa (15-64 años). Esta evolución dependió exclusivamente de su crecimiento entre la actividad femenina. En 1930, mientras el peso relativo de los activos domésticos masculinos se redujo a un nimio 0,7 %, el porcentaje de trabajadoras domésticas se duplicó con creces, hasta representar el 8,8 %13. Pero la relevancia social del servicio doméstico iba más allá de su representatividad laboral, pues afectaba a una proporción no desdeñable de familias de la ciudad. En esa misma fecha, la subsistencia del 3,1 % de los hogares de la ciudad dependía de los ingresos de un sirviente; y el porcentaje de los que empleaba servicio doméstico alcanzaba el 6,4 %. En conjunto, de una u otra manera al menos una de cada diez familias de la ciudad se relacionaba con el mundo de la domesticidad14.
9La imbricación entre burguesía y servicio doméstico, común en la Europa decimonónica, se mantuvo en Granada en las primeras décadas del siglo xx15. La persistencia del servicio doméstico estuvo vinculada a factores de oferta y de demanda laboral. La ciudad, eje entonces de la «revolución azucarera» que espoleó en su comarca un destacado episodio del capitalismo agrario español, y urbe decantada cada vez más como capital administrativa y cultural de un hinterland subregional que traspasaba los estrictos límites provinciales, albergó, como se ha apuntado, cambios en su estructura ocupacional. Uno de ellos, la extensión de la burguesía cultural (catedráticos de universidad, profesores, artistas, periodistas, etc.) y profesional (médicos, farmacéuticos, abogados, arquitectos e ingenieros), asociado al crecimiento del trabajo no manual especializado, alentó la ampliación de la base social de la clase media y la burguesía urbana. La presencia de la burguesía económica también se hizo más evidente por el paulatino establecimiento en la ciudad de familias de la burguesía agraria granadina y de otras procedentes de las provincias de Jaén y Málaga16. Así, en paralelo al incremento de familias de la mesocracia y de la burguesía en la ciudad, aumentó la demanda de trabajo doméstico destinado a satisfacer las necesidades de bienestar y de cuidados de sus miembros. Una creciente demanda de trabajo urbano que halló en el entorno rural una abundante, barata y flexible oferta de trabajo doméstico.
Cuadro 2. — Distribución ocupacional de población en edad activa (15-64 años)
HISCO – Major Groups* | 1890 | 1900 | 1921 | 1930 | ||||||||
H | M | Total | H | M | Total | H | M. | Total | H | M. | Total | |
0-1-2-3 | 11,4 | -- | 5,2 | 12,2 | 0,9 | 5,9 | 14,1 | 1,2 | 7,0 | 15,1 | 1,2 | 7,4 |
0-1/Profesionales y técnicos | 3,9 | -- | 1,8 | 5,2 | 0,6 | 2,7 | 6,5 | 0,8 | 3,4 | 5,9 | -- | 3,0 |
2/Administrativos y de gestión | -- | 0,0 | -- | -- | -- | -- | 1,0 | -- | 0,6 | -- | 0,0 | -- |
3/Oficinistas y funcionarios | 7,3 | -- | 3,3 | 6,8 | -- | 3,2 | 6,6 | -- | 3,1 | 9,1 | -- | 4,4 |
4-5 | 11,0 | 4,9 | 7,6 | 10,4 | 4,2 | 7,0 | 15,7 | 5,9 | 10,3 | 14,3 | 10,1 | 12,0 |
4/Trabajadores de ventas | 5,5 | 0,6 | 2,8 | 4,6 | -- | 2,3 | 8,8 | -- | 4,1 | 7,1 | 0,5 | 3,5 |
5/Trabajadores del servicio54/ Servicio doméstico | 5,52,3 | 4,33,8 | 4,93,1 | 5,82,1 | 3,93,5 | 4,83,0 | 7,01,1 | 5,65,0 | 6,23,3 | 7,20,7 | 9,68,8 | 08,55,0 |
6/Agropecuarios, forestales y mar | 19,7 | 0,6 | 9,2 | 29,4 | 4,9 | 15,9 | 18,2 | -- | 8,3 | 18,3 | -- | 8,4 |
7-8 | 23,2 | 1,6 | 11,3 | 10,4 | 1,5 | 8,9 | 15,2 | 1,8 | 7,8 | 10,8 | 1,7 | 6,0 |
7/Trabajadores de la producción | 11,3 | 1,4 | 5,8 | 7,8 | 1,1 | 4,1 | 4,6 | 1,7 | 3,0 | 2,6 | 1,6 | 2,0 |
8/ Trabajadores de la producción | 11,9 | -- | 5,5 | 10,0 | -- | 4,7 | 10,7 | -- | 4,8 | 8,5 | -- | 4,0 |
9/ Trabajadores de la producción | 7,8 | -- | 3,7 | 10,4 | -- | 4,9 | 17,7 | -- | 8,1 | 28,0 | 0,5 | 13,1 |
-1/Sin actividad o no declarada | 25,6 | 91,8 | 62,1 | 18,2 | 87,5 | 56,4 | 18,7 | 90,5 | 58,3 | 10,5 | 86,7 | 51,7 |
-2/Declaración no laboral | 0,0 | 0,0 | 0,0 | 0,0 | 0,0 | 0,0 | -- | -- | -- | 1,4 | -- | 0,7 |
Total (%) | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 |
N.c. | 1 465 | 1 795 | 3 260 | 1 355 | 1 660 | 3 015 | 1 461 | 1 794 | 3 255 | 1 665 | 1 965 | 3 630 |
10* La clasificación ocupacional de la población activa urbana se ha realizado según los criterios del Historical International Estándar Classification of Occupations (HISCO)
Fuente: AHMG, muestreo de padrones municipales de habitantes de 1890, 1900, 1921 y 1930.
11No parece, por tanto, que en la Granada de los años veinte se diese lo que ha venido a denominarse «crisis de la domesticidad». El servicio doméstico mantuvo su presencia laboral y los factores esgrimidos por la historiografía para explicar dicha crisis brilla aquí por su ausencia17. Ni la prolongación de la escolarización obligatoria ni el aumento de los niveles de alfabetización femenina hicieron mella en la entidad del servicio doméstico granadino18; la estigmatización de la figura de la «criada» no menoscabó la disponibilidad al trabajo servil de muchas mujeres rurales; además, el mercado de trabajo urbano no facilitó grandes alternativas al trabajo manual femenino.
Rasgos del servicio doméstico
12El servicio doméstico era una actividad feminizada (cuadro 2). A fines del ochocientos la presencia masculina todavía era importante19, pero en las primeras décadas del novecientos el peso de las mujeres se hizo casi exclusivo —en 1930 el 94,0 % del total—. El asentamiento del ideal burgués de domesticidad, que naturalizaba la concepción del trabajo reproductivo como femenino, y los cambios operados en la estructura laboral alentaron la feminización del servicio doméstico. Durante las décadas de 1910 y 1920 las oportunidades de trabajo remunerado que la ciudad ofreció a hombres y mujeres distaron20. El crecimiento de la ciudad y el avance de la urbanización diversificaron e incrementaron la demanda de trabajos masculinizados como los del jornalerismo agrícola e industrial, el peonaje en la construcción o el empleo en los servicios21. Estos cambios, que ofrecieron más oportunidades de trabajo a los hombres incidieron negativamente en el aporte masculino al servicio doméstico.
13En contraste, el cambio ocupacional no ensanchó las oportunidades laborales de las mujeres, que seguían desarrollando actividades donde su presencia había sido predominante. Es el caso de la ropa y el textil, que ocupaba a parte de las mujeres en la faena destajista a domicilio (costureras y planchadoras), en el trabajo en pequeños establecimientos o en talleres domésticos (dependientas, modistas y sastras) dirigidos por otras mujeres —las «dueñas»—22 y, en menor medida, en la labor mecanizada de alguno de los pocos talleres fabriles de la ciudad (tejedoras). Otros trabajos, aún más duros y peor remunerados, como los callejeros y los de la venta ambulante (vendedoras, feriantes, traperas, etc.) o el servicio doméstico, ocupaban a muchas mujeres de la ciudad23. Esta última actividad era, probablemente, la que aglutinaba más trabajo femenino. A falta de nichos laborales más apetecibles, la ciudad seguía demandando en relativa abundancia y con regularidad trabajo doméstico.
14Otra característica del servicio doméstico era su interacción con el trabajo de origen rural. La mayoría de las domésticas procedían del campo, de cortijadas y pueblos de las comarcas granadinas24 y, en mucha menor proporción, de las comarcas cercanas de las provincias de Almería y Jaén (cuadro 6). El predominio de trabajadoras foráneas constituía un rasgo específico en el panorama laboral de la ciudad, pues en ninguna otra ocupación, ni masculina ni femenina, el protagonismo del trabajo foráneo se aproximaba. Factores de índole económica, social y laboral contribuyeron, de manera interrelacionada, a la «ruralización» de esta actividad. Su baja retribución e infravaloración social, y sus exigentes condiciones laborales —sobremanera en el caso del realizado en régimen de internado— situaban esta ocupación en los niveles inferiores del mercado de trabajo femenino. Por ende, las mujeres de la ciudad procuraban evitar incorporarse al mismo, ocupándose en trabajos mejor remunerados, menos duros y socialmente mejor vistos25. La estructura segmentada del trabajo manual femenino en la ciudad partía en este caso del condicionante étnico.
15La especificidad sociológica del trabajo doméstico se veía acentuada por otras dos características (cuadro 3): el estado civil y la edad condicionaban la disposición a ocuparse en tan exigente labor. Las sirvientas eran mujeres solteras y, en mucha menor medida, viudas. La dificultad de compatibilizar el trabajo doméstico en el hogar familiar y en las casas ajenas, probablemente también el desprestigio que connotaba «servir», disuadían a las casadas. Las solteras eran jóvenes que se incorporaban pronto al trabajo, la mayoría a partir de los 15 años y a veces a edades inferiores26, en el que permanecían hasta su establecimiento marital (gráficos 1 y 2, y cuadro 4). Mas el servicio doméstico no era tarea exclusiva de jóvenes solteras. El retraso en el acceso al matrimonio o el celibato definitivo provocaba en algunos casos la permanencia en el servicio más allá de la juventud, pero era la viudez la que propiciaba que mujeres de mediana edad, entre los 30 y los 54 años, desempeñaran esta ocupación27. Con todo, el servicio doméstico granadino también contaba entre sus filas con mujeres de más edad, aunque a partir de los 65 años su presencia declinaba ostensiblemente.
Cuadro 3. — Distribución de trabajadoras del servicio doméstico interno y externo según estado civil y modalidad
Estado civil | 1890 | 1921 | 1926 | 1930 | ||||||||
I | E | T | I | E | T | I | E | T | I | E | T | |
Solteras | 69,8 | -- | 66,2 | 79,6 | 39,4 | 64,1 | 83,8 | 44,9 | 72,7 | 81,2 | 60,0 | 75,0 |
Casadas | -- | -- | 10,4 | 5,0 | 9,8 | 6,9 | 4,4 | 11,7 | 6,5 | 6,0 | -- | 6,9 |
Viudas | 19,0 | -- | 23,4 | 15,4 | 50,4 | 30,0 | 11,8 | 43,4 | 20,8 | 12,8 | 30,9 | 18,1 |
Total (%) | 81,8 | 18,2 | 100 | 61,5 | 38,5 | 100 | 71,5 | 28,5 | 100 | 70,7 | 29,3 | 100 |
N.c. | 63 | 14 | 77 | 421 | 264 | 685 | 694 | 267 | 961 | 133 | 55 | 188 |
Fuente: AHMG, muestreo de padrones de habitantes de 1890 y 1930; vaciado del total de trabajadores del servicio doméstico del Padrón de habitantes de 1921 y de la Lista cobratoria para exacción de impuestos personales de 1926.
Cuadro 4. — Distribución por tramos de edad y modalidad de trabajadoras del servicio doméstico interno y externo
Años | 1890 | 1921 | 1926 | ||||||
I | E | T | I | E | T | I | E | T | |
<20 | 22,0 | -- | 23,3 | 26,3 | 9,6 | 19,8 | 20,9 | 15,3 | 19,3 |
<25 | 47,4 | -- | 46,5 | 50,5 | 24,3 | 40,2 | 51,6 | 23,2 | 43,7 |
<30 | 57,6 | -- | 54,8 | 64,9 | 29,7 | 51,1 | 65,1 | 33,7 | 56,3 |
<35 | 64,4 | -- | 60,2 | 71,4 | 37,4 | 58,1 | 73,0 | 46,0 | 65,5 |
<40 | 69,5 | -- | 65,7 | 76,7 | 45,5 | 64,6 | 78,6 | 55,8 | 72,3 |
<45 | 77,9 | 71,4 | 76,7 | 81,1 | 53,2 | 70,2 | 83,7 | 68,1 | 79,3 |
<50 | 81,3 | 71,4 | 79,4 | 84,8 | 64,1 | 76,7 | 86,3 | 72,6 | 82,5 |
<55 | 91,5 | 78,5 | 89,0 | 88,8 | 76,4 | 83,9 | 90,6 | 82,0 | 88,2 |
>49 | 18,7 | -- | 20,6 | 15,2 | 35,9 | 23,3 | 13,7 | 27,3 | 17,5 |
>54 | -- | -- | 11,0 | 11,2 | 23,6 | 16,1 | 9,3 | 17,9 | 11,7 |
Total (%) | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 |
N.c. | 59 | 14 | 73* | 402 | 259 | 661* | 694 | 267 | 961 |
Fuente: AHMG, muestreo del Padrón de habitantes de 1890; vaciado del total de trabajadores del servicio doméstico de Padrón de habitantes de 1921 y de la Lista cobratoria para exacción de impuestos personales de 1926.
16Una última, pero no menos importante, característica destacable de estas trabajadoras era su baja extracción social. El nivel de alfabetización, un indicador de posición social, lo confirma. En 1890 solo una de cada cinco poseía habilidades lecto-escritoras básicas; rasgo que no parece representar obstáculo alguno para su empleabilidad. La transición hacia la alfabetización de la sociedad granadina, un proceso que arranca en la segunda década del siglo xx, les afectaría sin embargo positivamente: en 1921 ya tres de cada cinco son alfabetas y en 1930 el porcentaje alcanza a casi la mitad. Pese a todo, sus niveles de alfabetización permanecieron alejados de los del conjunto de la población femenina28.
17En fin, la fuerza de trabajo que sostenía el servicio doméstico granadino en el primer tercio del siglo xx presentaba un perfil nítido, no muy distinto del descrito por la historiografía para otros ámbitos urbanos europeos: estaba integrada por mujeres jóvenes y en menor medida de mediana edad, sin pareja conyugal en su mayoría, de procedencia rural y baja extracción social29.
Modalidades del servicio doméstico
18La domesticidad se organizaba en torno a dos formas de organización laboral: con servicio interno y con servicio externo (cuadro 5). El servicio doméstico interno era su forma principal, aglutinaba a más de dos tercios del mismo. El tercio restante lo integraban trabajadoras que se desplazaban a las casas donde servían. Dos modalidades de trabajo no equiparables.
Cuadro 5. — Distribución de trabajadores del servicio doméstico por sexo y modalidad
Sexo | 1890 | 1900 | 1921 | 1926 | 1930 | ||||||||||
I | E | T | I | E | T | I | E | T | I | E | T | I | E | T | |
Hombres | 40,0 | 60,0 | 100 | 29,0 | 70,1 | 100 | 32,7 | 67,3 | 100 | 42,3 | 57,7 | 100 | 66,7 | 33,3 | 100 |
Mujeres | 81,8 | 18,2 | 100 | 87,0 | 13,0 | 100 | 61,5 | 38,5 | 100 | 71,5 | 28,5 | 100 | 70,7 | 29,3 | 100 |
Total | 68,8 | 31,2 | 100 | 69,0 | 31,0 | 100 | 57,8 | 42,3 | 100 | 69,1 | 30,9 | 100 | 70,5 | 29,5 | 100 |
I | E | T | I | E | T | I | E | T | I | E | T | I | E | T | |
Hombres | 18,2 | 60,0 | 31,2 | 13,0 | 70,1 | 31,0 | 07,3 | 20,5 | 12,8 | 5,0 | 15,2 | 8,1 | 5,7 | 6,8 | 6,0 |
Mujeres | 81,8 | 40,0 | 68,8 | 87,0 | 29,1 | 69,0 | 92,7 | 79,5 | 87,2 | 95,0 | 84,8 | 91,9 | 94,3 | 93,2 | 94,0 |
Total (%) | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 |
N.c. | 77 | 35 | 112 | 69 | 31 | 100 | 454 | 332 | 786 | 729 | 317 | 1046 | 141 | 59 | 200 |
Fuente: AHMG, muestreo de padrones de habitantes de 1890, 1900 y 1930; vaciado del total de trabajadores del servicio doméstico de Padrón de habitantes de 1921 y de la Lista cobratoria para exacción de impuestos personales de 1926.
19La residencia de las internas en las casas de sus empleadores marcaba la diferencia. La historiografía ha destacado las consecuencias de la corresidencia en las condiciones de vida y trabajo de las sirvientas. El ingreso en las casas de la burguesía urbana de las jóvenes sirvientas de procedencia rural implicaba la súbita separación de familiares, amigos y vecinos. El alejamiento conllevaba desarraigo y soledad, sensaciones que podían repercutir negativamente en su bienestar30. El ingreso en los confortables pisos y los lujosos palacetes de las familias de la burguesía urbana suponía una vertiginosa experiencia de asimilación de la jerarquía social. Además, la combinación de subordinación laboral y corresidencia con los empleadores, o la coincidencia de lugar de trabajo y espacio vital, podían convertir el espacio doméstico tanto en un espacio de protección paternalista como en un ámbito de alienación31. Las diferencias entre ambas modalidades de domesticidad alcanzaban también a las condiciones laborales. La ocupación de las internas probablemente conllevaba mayor explotación laboral. Por un lado, porque la asimetría de la relación laboral entre sirvientas y «señores», desarrollada en un ámbito estrecho y opaco, propiciaba la explotación del trabajo doméstico32. De otro, porque el grado de la flexibilidad y disponibilidad laboral de las internas, trabajadoras multitarea a tiempo indefinido, de la mañana a la noche, difícilmente podía ser asumido por las externas, mujeres que residían, solas o en compañía de sus familiares, en sus propios hogares, y que tenían que simultanear el trabajo en las casas a las que se trasladaban diariamente desde sus domicilios con el mantenimiento de las suyas33.
Cuadro 6. — Distribución de las trabajadoras del servicio doméstico según su naturaleza y modalidad
Origen | 1890 | 1900 | 1921 | 1926 | 1930 | ||||||||||
I | E | T | I | E | T | I | E | T | I | E | T | I | E | T | |
Granada | 19,0 | -- | 24,7 | 26,7 | -- | 27,5 | 17,3 | 34,1 | 23,8 | 15,1 | 48,9 | 24,8 | 17,3 | 50,9 | 27,1 |
Provincia de Granada | 61,9 | -- | 58,4 | 66,7 | -- | 66,7 | 69,8 | 52,3 | 63,1 | 72,5 | 40,1 | 63,3 | 74,4 | 41,8 | 64,9 |
Andalucía Oriental | -- | -- | -- | -- | -- | -- | 7,1 | 8,7 | 7,7 | 7,0 | 9,1 | 7,6 | -- | -- | 5,9 |
Andalucía Occidental | -- | -- | -- | -- | -- | -- | 2,4 | 2,3 | 2,3 | 1,2 | 0,4 | 0,9 | -- | -- | -- |
Resto de España | -- | -- | -- | -- | -- | -- | 2,9 | 2,7 | 2,8 | 3,3 | 1,5 | 2,8 | -- | -- | -- |
Extranjero | -- | -- | -- | -- | -- | -- | -- | 0,0 | -- | 0,9 | 0,0 | 0,6 | -- | -- | -- |
100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | |
Total (%) | 81,8 | 18,2 | 100 | 87,0 | 13,0 | 100 | 61,5 | 38,5 | 100 | 71,5 | 28,5 | 100 | 70,7 | 29,3 | 100 |
N.c | 63 | 14 | 77 | 60 | 9 | 69 | 421 | 264 | 685 | 687 | 274 | 961 | 133 | 55 | 188 |
Fuente: AHMG, muestreo de padrones de habitantes de 1890, 1900 y 1930; vaciado del total de trabajadores del servicio doméstico del Padrón de habitantes de 1921 y de la Lista cobratoria para la exacción de impuestos personales de 1926.
20Modalidades de domesticidad que implicaban distintas morfologías de la fuerza de trabajo (cuadros 3, 4, 5 y 6; y gráficos 3, 4 y 5). Los datos de 1921 reflejan esas diferencias. En este año los rasgos del servicio doméstico interno, el mayoritario, se asimilaban, afilados, a los del conjunto. El protagonismo femenino era casi absoluto (92,7 %) y el peso de las trabajadoras foráneas muy elevado (82,7 %). El peso de la juventud también era más determinante, las internas se incorporaban muy pronto al trabajo doméstico y se concentraban entre los 15 y los 24 años34. La presencia de la población joven se traducía, a su vez, en un importante peso de la soltería (79,6 %) entre las internas35.
21La composición del servicio doméstico externo era distinta. Si al final del período esta modalidad de domesticidad también se había feminizado, la presencia de trabajo masculino —mayoritario hasta principios de siglo xx— se mantuvo hasta los años veinte. La distribución por origen del servicio externo también era diferente, pues la presencia mayoritaria de trabajadoras foráneas se veía acompañada de una destacada participación de nativas —más de un tercio en 1921—. En cuanto a la edad, también existían notables diferencias: el servicio externo se distribuía entre mujeres jóvenes, maduras e, incluso, mayores, y la incorporación de las jóvenes solteras se producía más tardíamente, sobre todo tras los 19 años36. A consecuencia de ello el estado civil de las externas era más variado, repartiéndose entre viudas y solteras.
Producción y reproducción del trabajo doméstico
22Los marcos de producción y reproducción de la oferta de trabajo variaban según la modalidad de domesticidad. En este sentido, se pueden distinguir dos espacios, uno rural y otro urbano, en la gestación de la fuerza de trabajo doméstico.
Servicio doméstico, trabajo femenino y jornalerismo rural
23El trabajo en el servicio doméstico formaba parte de las estrategias de producción y reproducción del jornalerismo rural. Las jóvenes que servían como internas en las casas de la burguesía granadina partían de una baja posición social37. A falta de tierras y huertas familiares propias, el traslado a la ciudad representaba una opción laboral para las hijas de los jornaleros del entorno comarcano; una boca menos que alimentar y quizás algún retorno (monetario o en especie) compensaban la pérdida a los hogares paternos. Las familias de la burguesía granadina, por su parte, encontraban en las jóvenes hijas de los jornaleros rurales una barata y elástica oferta de trabajo doméstico. Pero el trabajo de las sirvientas en la ciudad no solo respondía a la lógica de la subsistencia jornalera, entroncaba también con sus prácticas de reproducción social. La migración a la ciudad y la domesticidad se presentaban como una de las posibilidades estratégicas en el curso vital de esas muchachas (gráfico 4). La escasez del hogar paterno y del entorno jornalero las impelía pronto a partir hacia la ciudad; el trabajo doméstico en las casas de la burguesía urbana constituía una etapa de transición hacia el mundo adulto. Durante ese tiempo, en el que entraban en contacto con la cultura burguesa, además de aquilatar un mínimo ajuar y contribuir a la subsistencia familiar, tenían la oportunidad de incorporar saberes y habilidades domésticas. Con el casamiento y la constitución de una nueva familia en sus localidades originarias se clausuraba la estrategia38. No sorprende, por tanto, que el servicio doméstico interno fuera la ocupación más habitual entre las jóvenes de procedencia rural que vivían en la capital39.
24Los enfoques que solo ponen el acento en cuestiones eventuales, como la incidencia puntual de alguna crisis agraria o el alza del paro rural, resultan insuficientes en el análisis de la experiencia de movilidad protagonizada por las jóvenes rurales del servicio doméstico urbano en el primer tercio del siglo xx40. Un enfoque mixto, entre lo productivo y lo reproductivo, entre lo estructural y lo coyuntural se antoja mucho más eficaz. El incremento de las domésticas de origen rural se situaba en el contexto del auge migratorio que impulsó el proceso de urbanización andaluza desde los últimos años del siglo xix. La recurrente insuficiencia de trabajo jornalero, y sus secuelas de pobreza y precariedad, en las comunidades rurales de la Alta-Andalucía del primer tercio del siglo xx estaba directamente relacionada con los desequilibrios sociales y ambientales gestados durante la transformación decimonónica del mundo rural. Ahora, la misma economía agraria que había impulsado, desde el segundo tercio del siglo xix, un inédito crecimiento demográfico que duplicó los efectivos de la población rural, se mostraba incapaz de satisfacer la demanda de trabajo jornalero. Este desfase, producto de la combinación de la crisis del capitalismo agrario de base orgánica y el inusitado crecimiento de la población rural, afectó desde el periodo intersecular con especial virulencia a las familias jornaleras. En este contexto, los mecanismos de la subsistencia jornalera se reactivaron. El traslado a la ciudad de las jóvenes para servir constituía uno de esos recursos.
25Estos traslados, «micro-migraciones» de corto recorrido y duración temporal, formaban parte de la cultura de la movilidad campesina y de los tradicionales flujos de recursos y población que conectaban campo y ciudad41. Normalmente los desplazamientos no cubrían grandes distancias; como se ha adelantado, las domésticas provenían de localidades adyacentes a la capital, de cortijadas y pueblos sitos en un radio de 20-50 kilómetros y, en menor proporción, de núcleos rurales de la periferia cuya distancia raramente superaba los 75 kilómetros. Y la estancia en la ciudad era temporal, reducida al tiempo de servicio; pocas de estas mujeres se establecían definitivamente en la ciudad42. Un comportamiento laboral que respondía a lo que Peter Laslett denominó como life cycle service43.
26Este tipo de migración, por otra parte, contrastaba con la tipología familiar predominante en el flujo inmigratorio que recibió Granada en aquellas décadas44. Esta era una migración individual que no aislada o individualizada, como evidencia el contexto (espacial, social y reproductivo) en que se desenvolvía. La corta distancia de los traslados y la continuidad en el tiempo de las cuencas migratorias apuntan a la existencia de inveteradas redes migratorias. Parte del reclutamiento de estas trabajadoras se gestionaba a través de relaciones de patronazgo urdidas entre familias de la burguesía urbana y familias de las localidades rurales donde aquellas poseían tierras e influencia45. La lógica social en la que se gestaba la oferta de trabajo doméstico de procedencia rural, al socaire de la reproducción social de las familias jornaleras, tampoco era estrictamente individual. En fin, todo sugiere que la lógica de la decisión migratoria partía de un ámbito supraindividual, ahormado social y culturalmente por la experiencia adquirida de generación en generación por las jóvenes y las familias jornaleras del campo. No parece, por tanto, que la migración de las domésticas fuera una aventura solitaria o incierta en su desenlace. Y es posible que el entramado social y cultural que cobijaba la decisión migratoria de las sirvientas dotara de una certidumbre y de un sentido reproductivo que atenuara las sensaciones de desarraigo o las situaciones de vulnerabilidad que pudieran sufrir46.
Servicio doméstico, precariedad urbana y subsistencia femenina
27Si el servicio doméstico interno conectaba con las prácticas reproductivas del jornalerismo rural, el servicio externo remitía a la subsistencia de los hogares urbanos encabezados por mujeres sin recursos. La ausencia de un ganapán (bread winner) en los hogares de los sectores sociales más pauperizados de la ciudad ponía en jaque la subsistencia individual y familiar. Un enviudamiento precipitado derivaba con facilidad en precariedad. En estos casos la vida de las familias encabezadas por mujeres se hacía difícil, pues la supervivencia pendía de los ingresos del trabajo femenino o juvenil. Las posibilidades de ocupación manual de la mujer urbana, como se ha visto, se circunscribían a una serie limitada de actividades duras, más o menos estables, y siempre peor remuneradas que las masculinas. Los magros presupuestos familiares de estos hogares obligaban a las mujeres que los encabezaban a aceptar alguna de esas actividades. El servicio doméstico era una de ellas47.
28Aspectos como la estructura de los hogares o la dotación educativa reflejan un difícil marco de existencia. Entre los hogares encabezados por externas —donde residían la mayoría de estas trabajadoras— predominaban las tipologías corresidenciales asociadas por la historia y la sociología de la familia a la precariedad (cuadro 7). En 1921, por ejemplo, el 93,2 % de esos hogares se estructuraba en torno a alguna de esas tipologías: hogares solitarios (46,6 %)48, hogares monoparentales (35,4 %) y hogares sin estructura (11,2 %). Por otra parte, la dotación educativa de las externas era escasa. En esa fecha cuatro de cada cinco eran analfabetas. Tan liviano bagaje educativo era propio de las mujeres de los estratos urbanos más pobres.
Cuadro 7. – Estructura corresidencial de hogares en 1921
Estructura corresidencial | Hogares encabezados por sirvientas | Hogares de la ciudad | ||||
Hombre | Mujer | Total | Hombre | Mujer | Total | |
Solitario | -- | 46,6 | 39,0 | 2,7 | 21,8 | 7,4 |
Sin estructura | -- | 11,2 | 9,3 | 4,1 | 9,1 | 5,3 |
Nuclear - Conyugal - Monoparental | 72,7 70,4 -- | 36,6 -- 35,4 | 44,4 16,1 28,3 | 80,0 76,7 3,3 | 59,9 -- 58,9 | 75,1 57,8 17,2 |
Extensa | -- | -- | 6,3 | 12,1 | 8,8 | 11,3 |
Múltiple | 0,0 | -- | -- | 1,2 | -- | 1,0 |
Total (%) | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 | 100 |
21,5 | 78,5 | 100 | 75,3 | 24,7 | 100 | |
N.c. | 44 | 161 | 205 | 937 | 307 | 1 244 |
Fuente: AHMG, Muestreo del Padrón de habitantes de 1921; vaciado del total de trabajadores del servicio doméstico del Padrón de habitantes de 1921.
29No obstante, tanto la fase vital como la misma disposición laboral de las externas variaban en función de factores como la edad y el estado civil (gráfico 5). Para las solteras el servicio doméstico era una ocupación temporal, de apenas unos años, mientras que la dedicación doméstica de las viudas parece más duradera. Las sirvientas solteras, con frecuencia parientes de las sirvientas viudas (hijas, hermanas o sobrinas), eran jóvenes menores de 25 años que encontraban en el matrimonio la oportunidad de abandonar el servicio49. Las circunstancias vitales y las expectativas laborales de las viudas eran distintas; para estas trabajadoras, en su mayoría mujeres de mediana edad, la domesticidad significaba una alternativa más estable, dado el desamparo económico inherente al fallecimiento del cónyuge o a la soledad urbana.
Conclusión
30El servicio doméstico continuó siendo una de las ocupaciones femeninas más importantes en la Granada del primer tercio del siglo xx. La persistencia de la domesticidad estuvo relacionada con la heterogeneidad y complejidad que alcanzó el mundo del trabajo en el marco de un proceso de urbanización como el granadino, alejado de las formas clásicas de industrialización50. Algunos de los cambios sociales anejos a la urbanización granadina, como el asentamiento de las familias de la burguesía agraria en la ciudad o el remozamiento y ampliación de la clase media, explican la continuidad de la domesticidad. Continuidad que, no obstante, no impidió un notable cambio: su feminización. Tres potentes marcadores de identidad y posición social, como el género (femenino), la clase (jornalerismo rural y precariado urbano) y la etnia (cultura rural), generaron el contexto del que partió la disposición al trabajo doméstico: un desempeño realizado por mujeres jóvenes —aunque no faltaron las de más edad—, exentas de lazos conyugales (solteras y viudas), de origen rural y baja extracción social.
31El servicio doméstico granadino se organizó en torno a dos modalidades: la mayor parte era desarrollado por trabajadoras residentes; el resto por trabajadoras desplazadas a diario a las casas donde servían. Aunque todas compartían un origen social bajo, las condiciones donde se gestaba la disposición al trabajo de unas y otras variaban. El servicio doméstico interno se imbricaba en las prácticas productivas y reproductivas de la mujer y de la familia jornalera del hinterland rural; el servicio doméstico externo respondía a la lucha por la subsistencia femenina en la ciudad. Las sirvientas externas hallaron en esta ocupación una vía de ingresos fundamental para la subsistencia individual y familiar. Para las internas, «sirvientas de ciclo vital», el trabajo doméstico representaba tanto una vía de ingresos familiar como una etapa del curso vital individual que culminaba con el establecimiento marital en las localidades de origen.
32La perduración de esta ocupación en el primer tercio del siglo xx no debe interpretarse exclusivamente en clave de continuidad social en esta fase de la urbanización andaluza. La domesticidad, sobre todo en el caso de las sirvientas internas, contribuyó por modestamente que fuera a la estabilización de las complejas relaciones campo-ciudad. El flujo de bienes y servicios que circulaba a través del mercado de trabajo doméstico conectaba la urbanización granadina con el entramado reproductivo de los sectores más modestos del campesinado de la Alta Andalucía. Las sirvientas aportaron la fuerza de trabajo que sostuvo la vida de las familias de la remozada burguesía y de la ampliada clase media granadina. En el otro sentido, los ahorros, por modestos que fueren, que en metálico o en un escueto ajuar las sirvientas portaban a sus comunidades natales eran importantes para la subsistencia económica y la reproducción social del jornalerismo rural. Y es que, en términos reproductivos, la movilidad de las sirvientas complementaba el sedentarismo de sus parientes (padres, hermanos, etc.) y vecinos (amigas, novios, etc.)51. No en vano la marcha temporal de las jóvenes sirvientas a la ciudad era el preámbulo de la creación de una nueva familia rural.
Notes de bas de page
1 La elaboración de este trabajo ha sido realizada en el marco del proyecto de investigación fundamental «Mercados laborales, condiciones de vida y movilidad social: la Andalucía urbana (1880-1945)»; Ref. HAR2012-35572, financiado por el Plan Nacional de I+D+i del Ministerio de Economía y Competitividad (convocatoria 2012).
2 Martínez Martín, Martínez López, Moya García, 2014, pp. 80-85.
3 Parte de estos criterios coinciden con los utilizados por Carmen Sarasúa en el estudio del servicio doméstico madrileño en los siglos xviii y xix (Sarasúa, 1994, pp. 6-7).
4 Escasa diversidad del servicio doméstico granadino que no impide reconocer que las familias de la burguesía y de la clase media urbana recurrían a la compra puntual de trabajos específicos (costureras, planchadoras, recaderos, nodrizas, etc.), más o menos ocasionales y a menudo realizados en el hogar de la trabajadora. Una dispersa realidad laboral que escapaba al registro censal lo que, en consecuencia, circunscribe la atención de este estudio al trabajo doméstico estable.
5 Según la información de los padrones solo los apellidos más conspicuos de la burguesía granadina contaban con cuerpos domésticos extensos y especializados. Caso, en 1921, de la casa familiar del abogado José Casinello Núñez, donde trabajaban un cochero, un portero y cuatro sirvientas; o, en 1930, de la del banquero Miguel Rodríguez Acosta, en la que trabajaban un cocinero, una doncella, una niñera y tres sirvientes.
6 Archivo Histórico Municipal de Granada (AHMG).
7 Muestreo aleatorio con grado de fiabilidad del 99 % y grado de error del +/- 2 %. La ciudad contaba con una población de hecho de 72 225 (1890), 75 900 (1900), 103 505 (1921) y 117 577(1930) habitantes; y del muestreo ha resultado un universo estadístico de 20 366 habitantes: 4 946 (1890), 4 801 (1900), 4 949 (1921) y 5 670 (1930).
8 El rastreo ha facilitado, incluyendo a los trabajadores del servicio doméstico, a sus parientes corresidentes y a los miembros de los hogares donde servían, información de 4 648 habitantes: 2 525 (1921) y 2 123 (1926).
9 Este documento, de carácter fiscal, fue realizado en 1926 por el Ayuntamiento de Granada a instancias de lo estipulado por el Estatuto Provincial aprobado por Real Decreto de 20 de marzo de 1925. En el mismo se registró información nominal de carácter socio-económico de toda la población mayor de 14 años de la ciudad, organizada en hogares.
10 En conjunto se ha manejado información de un total de 2 244 trabajadores del servicio doméstico: 112 de 1890 (77 mujeres y 35 hombres), 100 de 1900 (69 y 31), 786 de 1921 (685 y 101), 1046 de 1926 (961 y 85) y 200 de 1930 (188 y 12).
11 Se han dado diversos argumentos para confiar en la posibilidad de visibilizar esta ocupación a través de los padrones de habitantes. Así, se ha apuntado que el trabajo doméstico, socialmente identificado como actividad femenina, era registrado con regularidad en las fuentes censales (Dios Fernández, 2013, pp. 105-106). Respecto al servicio doméstico interno se han señalado otras razones, como la necesidad de justificar la presencia dentro del hogar de una persona que no pertenecía a la familia y el hecho de que hacer constar que se contaba con servicio doméstico era un signo de ostentación y de estatus social (véase Pallol Trigueros, Carballo Barral, Vicente Albarrán, 2010, p. 149).
12 En 1930 un 38,5 % de los habitantes empadronados en Granada habían nacido fuera de la ciudad. Extrapolando datos resulta que en esta fecha 39 153 de los 117 577 habitantes de Granada eran de origen foráneo.
13 Los cálculos de Mirás Araujo, elaborados a partir de los datos de los censos de población de 1900 y 1920, indican que el peso relativo de los trabajadores del servicio doméstico creció en Granada entre ambas fechas: del 3 % al 6,5 % del conjunto de la población y del 4,3 % al 11,5 % de la población femenina. Según este autor, el crecimiento del servicio doméstico femenino durante el primer tercio del siglo xx en España se dio en paralelo al de las clases medias urbanas, que necesitaban del servicio doméstico para el apoyo de sus familias, Mirás Araujo, 2005, pp. 202 y 207-209.
14 El alcance social de este tipo de relación laboral debía afectar a un porcentaje superior de hogares, pues los sirvientes externos presumiblemente servían también en hogares registrados en el padrón sin sirvientes corresidentes.
15 En la clasificación de capitales provinciales españolas según la ratio servicio doméstico/población total, Granada figuraba en 1920 en la cuarta posición del país —tras San Sebastián, Pamplona y Madrid— y la tercera en la ratio servicio doméstico femenino/población total femenina —tras San Sebastián y Pamplona— (ibid., pp. 207-209).
16 Martínez López, 2015; Garrués Irurzun, Rubio Mondéjar, 2013, pp. 151-155.
17 Raffaella Sarti ha apuntado las razones de la crisis de la domesticidad en la Italia de principios de siglo xx: «[…] il diffondersi e il prolungarsi dell’istruzione obligatoria, l’aumento dell’alfabetizazione, la crescente stigmatizzazione della condizione servile, la montata delle idee socialiste, il miglioramento delle condizioni di vita delle classi inferiori e o l’attrattiva della fabbrica […]». Sarti, 2004, p. 6.
18 Martínez López, Martínez Martín, Moya García, 2011, pp. 303-308.
19 Una proporción de domésticos masculinos en la Granada de 1890 o 1900 (31,2 % y 31 %) comparativamente elevada. Según Rueda entre los 300 000 sirvientes urbanos censados en 1900 en España, las mujeres eran la abrumadora mayoría en una proporción de casi nueve por uno con respecto a los varones (Rueda, 2006, p. 197). Para las ciudades gallegas, Isidro Dubert también señala a fines del siglo xix un grado de feminización bastante más avanzado: en 1889, por ejemplo, el peso de las mujeres en el servicio doméstico en Ourense era del 92 % y en Lugo del 89 % (Dubert, 2001b, pp. 276-278).
20 Susana Narotzky destacó, al analizar el acceso de los miembros de la familia al trabajo y a los recursos, cómo en estructuras laborales segmentadas hombres y mujeres disfrutan de oportunidades diferentes (Narotzky, 2004, pp. 196-197).
21 Martínez López, Moya García, 2011, pp. 289-294.
22 Albuera Guirnaldos, 2006.
23 Surroca Grau, 2015, pp. 93-118.
24 Las sirvientas originarias de las cortijadas y localidades granadinas provenían sobre todo de comarcas cercanas: la Vega de Granada y el pie de Sierra Nevada, el valle de Lecrín y Las Alpujarras, y del poniente algo más alejada pero bien comunicada con la capital (Martínez López, Moya García, 2011, pp. 294-300).
25 Sobre el peso del trabajo de las mujeres foráneas en el Madrid de principios de siglo xx, se ha apuntado una explicación en clave económica (Pallol Trigueros, Carballo Barral, Vicente Albarrán, 2010, p. 151). La importancia del trabajo femenino era fundamental para las familias autóctonas de jornaleros y artesanos; la reproducción de las condiciones de vida de estas familias era garantizada por las tareas domésticas que desempeñaban las mujeres, y los presupuestos familiares solo eran viables mediante los ingresos de todos los miembros de la familia. Por eso, según estos autores, las mujeres solteras nacidas en la capital no hallaban grandes incentivos económicos en el empleo como sirvientas internas en una casa burguesa. En consecuencia, la demanda de sirvientas era cubierta sobre todo por trabajadoras de origen foráneo, que inmigraban a Madrid para servir.
26 En 1921 las menores de 30, 25 y 20 años representaban, respectivamente, el 51,1 %, el 40,2 % y el 19,8 % del total. El porcentaje de menores de 15 años era muy pequeño (3,1 %), aunque cualitativamente apreciable; la mayoría de estas se situaba entre los 12-14 años, pero más de un cuarto tan solo contaba con 11, 10 o 9 años.
27 En 1921 las sirvientas de 30-54 años representaban un tercio (32,8 %) del total.
28 En 1930 la tasa de alfabetización neta de estas trabajadoras (47,6 %) aún era muy inferior a la del conjunto de la población femenina de la ciudad (62,7 %); véase Martínez López, Martínez Martín, Moya García, 2011, p. 296.
29 Arenas Posadas , 2003, pp. 32-34.
30 El suicidio de la «criada» del administrador de una de las azucareras de la ciudad (la fábrica de Santa Juliana) en el verano de 1911, un grave pero aislado incidente, puede sin embargo servir de muestra del grado de sufrimiento síquico que las domésticas podían llegar a padecer (El Defensor de Granada, 25 de julio de 1911).
31 Raffaella Sarti ha destacado las connotaciones de la convivencia entre las trabajadoras domésticas italianas y sus empleadores. Según esta autora, la «sovrapposizione tra luogo di lavoro e spazio di vita privata» generaban lazos de dependencia personal que podían combinar prácticas paternalistas con situaciones de abuso o falta de libertad. Este tipo de trabajo, de noche y día, era terreno abonado para la explotación y la alienación de la sirvienta (Sarti, 2004, p. 6).
32 Así lo muestran los testimonios literarios de la época: «Si exceptuamos los que podríamos denominar sirvientes especializados, la mayor parte de los trabajadores domésticos desempeñan multitud de funciones. Y es que la empleada del servicio doméstico carece de un horario fijo. Se levanta al amanecer y se acuesta a media noche, la última de todos; en sus actividades se incluyen desde las tareas más pesadas a los mínimos detalles: limpiar, hacer la comida y la compra, fregar, remendar la ropa y numerosos recados; y solo dispone de dos o tres horas libres cada quince días para salir» (Albuera Guirnaldos, 2006, p. 294).
33 Según Germán Rueda las externas trabajaban en su propio hogar, además de acudir como asistentas, costureras o lavanderas a la casa de unos «señores» a cambio de un sueldo por horas (Rueda, 2006, p. 197).
34 Más de una cuarta parte de estas trabajadoras tenía menos de 20 años, la mitad menos de 25 años y casi dos tercios menos de 30; y su edad media era muy inferior —29,2 años de media y 23,5 de mediana— a la de las externas.
35 Una pequeña porción de las solteras eran mayores de 29 años y una minoría adquiría definitivamente la condición de célibe. Una situación, el celibato definitivo, probablemente causada, como indicó Isidro Dubert para el caso gallego, por la frustración de sus expectativas matrimoniales (Dubert, 2001b, pp. 316-319).
36 Las menores de 25 años apenas representaban una cuarta parte y las de menos de 30 años no llegaban al tercio; y la media de edad de las externas —con una media de 41,1 años y una mediana de 40 años— era muy superior a la de las internas.
37 Así lo corrobora, a la espera de un estudio más amplio, una incursión empírica en el origen de las internas de Montefrío (Granada), una de las localidades que más sirvientas aportaba a la capital. De la misma resulta que las sirvientas montefrieñas partían de hogares encabezados por trabajadores manuales y mayoritariamente (82 %) por jornaleros del campo. Se trata de una incursión investigativa realizada a través del itinerario vital de las sirvientas montefrieñas que trabajaban en la capital. Para ello se ha rastreado la posición social de las familias de origen —en el Padrón de habitantes de Montefrío de 1897 (Archivo Histórico Municipal de Montefrío)— de las sirvientas montefrieñas registradas en los padrones de habitantes de Granada de 1900 y 1921.
38 En esta línea, Sarasúa ha subrayado que la emigración rural al Madrid de mediados del siglo xix estaba relacionada con las prácticas reproductivas de la familia campesina (Sarasúa, 1994, p. 12).
39 En 1930, por ejemplo, una de cada tres (33,7 %) mujeres foráneas de la ciudad de entre 15-29 años trabajaba como interna.
40 Caso de la explicación que se otorga al trabajo doméstico de origen rural en la Málaga de los años 1930 (García Arroyo, Santiago Galván, 2011, p. 66).
41 La movilidad de estas jóvenes formaba parte del conjunto de migraciones temporales y de corta distancia que históricamente habían regulado el equilibrio económico y social del mundo rural. Práctica migratoria destacada por la historiografía en otros ámbitos urbanos del país. En Madrid, por ejemplo, las criadas procedentes de las cercanas localidades rurales de las provincias de Toledo y Guadalajara eran en su mayoría jóvenes y solteras que se empleaban temporalmente en la capital para luego retornar a sus pueblos con los ahorros, siguiendo una práctica antigua que conectaba las ofertas de trabajo en la ciudad con las potenciales trabajadoras de los alrededores. Acerca de ello, Pallol Trigueros, Carballo Barral, Vicente Albarrán, 2010, p. 160.
42 Según nuestras indagaciones en los Libros de matrimonios del Registro Civil de Granada, un porcentaje muy pequeño de estas mujeres se establecía, maritalmente en la capital.
43 La relación entre servicio de ciclo vital y servicio doméstico urbano no era una excepción granadina o andaluza, como evidencia lo que sucedía en núcleos urbanos tan dispares como Cuenca o Madrid (Reher, 1988, pp. 174-176); Pallol Trigueros, Carballo Barral, Vicente Albarrán, 2010, p. 152.
44 Ibid.
45 No era raro que el reclutamiento de las sirvientas de origen rural se apoyara en relaciones de dependencia. Así lo ilustra la estrategia, recreada en una obra literaria, de actualización de viejos vínculos laborales con una familia de la ciudad que el abuelo de una joven alpujarreña despliega en su afán por colocar a su nieta en la misma casa donde prestaron sus servicios otros miembros de la familia: «Sirvió su agüela, mi mujé, que en gloria esté; sirvió su mare; arrimaoh ar señorío jemoh vivío siempre […]» (Barragán, Zafarí, citado por Albuera Guirnaldos, 2006, p. 293).
46 Ofelia Rey ha apuntado que la cercanía de las localidades de origen de las jóvenes sirvientas aminoraba el riesgo de desarraigo (Rey Castelao, 2008).
47 Como indica el dato de que la mayoría de los hogares (85,7 %) con alguna sirvienta entre sus parientes estaba encabezado por una mujer con escasos recursos.
48 La relación entre soledad urbana, precariedad social y domesticidad ha sido señalada en distintos ámbitos urbanos europeos (Reher, 1997, p. 109; Fauve-Chamoux , 1998, pp. 365-368; Oris, Ochiai, 2002, p. 19).
49 Al menos en su versión más intensiva, pues es probable que no perdieran el contacto con las casas donde sirvieron; lo que les permitiría obtener en el futuro ingresos mediante trabajos más o menos esporádicos en dichas casas (limpieza del hogar, compras y encargos domésticos) o en sus propios domicilios (costura, planchado, etc.).
50 Isidro Dubert ha reivindicado recientemente, al hilo de un análisis sobre la modernización urbana en Galicia, la necesidad de abordar la diversidad que tomó en la Península Ibérica el proceso de urbanización (Dubert, 2015, pp. 93-95 y 107-111).
51 Ofelia Rey ha subrayado el carácter complementario de la relación sedentarismo-movilidad en las estrategias de reproducción de las familias campesinas (Rey Castelao, 2008, pp. 42 sqq).
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