Précédent Suivant

[Apéndice]

p. 209-250


Texte intégral

1[p. 402] El día 4 de junio por la tarde me embarqué en el místico San Francisco de Paula del Comercio de Huelva y el día siguiente llegamos a esta población. Entre las poblaciones que vi, y que después he estado, fue una Palos, célebre puerto [p. 403] donde el almirante Colón preparó sus naves para el descubrimiento del Nuevo Mundo y desde donde salió para esta expedición. La circunstancia de ver a Palos y el haber pasado la misma ría que la escuadra de Colón me conduce a hacer una observación sobre la nota que puse en la página 252. Digo allí que había tenido la satisfacción de ver en Medellín la casa solar de Cortés y en Castilleja el lugar donde murió, y que no sabía dónde reposaban sus cenizas: ahora digo que después de haber salido yo de México, he sabido que el sepulcro de CORTÉS es el mismo que yo vi en el Hospital de naturales en México; el mismo que suponía yo ser solo para sus descendientes. El maestro Gil González Dávila, coronista mayor de las Indias dice que Cortés está sepultado en el convento de San Francisco de México: es una equivocación, y en su «Teatro eclesiástico» pone un epitafio compuesto por él para el sepulcro del héroe:

2[p. 4081] sas campañas que últimamente ha sostenido abandonada a sí sola, y falta aún de los inmensos recursos que de sí misma debiera disponer. Acudirá a reformas severas siempre temibles y más temibles aún en tiempos borrascosos. Volverá sobre sí misma, y después de conocer lo que vale y de lo que es capaz, querrá hacer el papel a que está destinada y esto será un motivo que influirá notablemente en la política general.

3Los mexicanos independientes, después de las fluctuaciones que son consiguientes a la falta de un Gobierno sólido; después de los choques que el espíritu de partido produzca y sofoque, en una palabra, cuando tengan un Gobierno reconocido por los extranjeros y respetado por los nacionales, harán lugar en su país a las delicias de la paz, y el comercio, cuyo arte consolador une, por cambios recíprocos, unas con otras naciones, hermanando el universo, llevará los cono- [p. 409] cimientos a ese infinito número de islas que pueblan el mar Pacífico y de que apenas conocemos sus nombres; y, dilatándose por las costas de Asia, nos enterará de los suyos propios, porque unos autores nos los pintan como modelos de la civilización, al paso que otros como los más ridículos y estrambóticos.

4Pero si la historia de Nueva España debe ser interesante a todos, no hay duda de que debe serlo más para nosotros los españoles. Propiedad española es la gloria del descubrimiento del Nuevo Mundo. A nuestra patria pertenecía Cortés. Propiedad suya fue la ínclita sangre tan noblemente vertida por los que allí hicieron célebre el nombre castellano, libertándolo del infando y antropófago sacerdocio de Motezuma, y haciendo de un pueblo bárbaro uno de los imperios más grandes y más felices del universo.

5Y, si como no hay duda, la historia de [p. 410] México hace parte de la historia de nuestra nación, parece justo que los españoles que se dediquen a escribirla lo hagan con aquella pureza y verdad que nada deje que desear a los estudiosos, y sirva de dique a la impostura y maledicencia. Los afectos y los intereses particulares trastornan muchas veces los hechos en sus relaciones; y el pomposo Solís y el fanático Las Casas no hubieran distado nada en las suyas si con un solo prisma hubieran mirado los acontecimientos que nos han trasmitido.

6Dejando como sentados los principios de conveniencia y utilidad que pudieran impulsar a los mexicanos, en general, a proclamar su independencia, sería de desear que los que escriban la historia de su última revolución desenvolviesen unos hechos llenos de misterios, aunque quizá no lo sean para todos, y nos dijesen cuál era el estado de Nueva España al darse el grito de Igua- [p. 411] la; qué opinión merecían al pueblo sus gobernantes; si estos obraban en armonía, y voluntariamente, con los principios políticos proclamados últimamente en la metrópoli, o si seguían de mala gana la senda constitucional; cuál era el carácter, la opinión y las circunstancias del hombre que apellidó el primero el nombre de emancipación mexicana, y cómo fue con tropas a Iguala; si con él pudieron tener connivencia las autoridades principales; si Iturbide pudo abusar y abusó de las facultades que le dieron los primeros sediciosos que fiaron a él el pronunciamiento; y, últimamente, si estos habían corrompido el espíritu militar y firme que habían acreditado antes las tropas españolas.

7Para descifrar estos enigmas se debe aclarar el porqué se depuso al conde del Venadito; cuál la opinión del general Liñán; comparar los recursos que este tuvo a su disposición cuando salió [p. 412] con las tropas que debieran haber batido a Iturbide y satisfacer la ansiedad pública que tan agriamente censura esta expedición militar; también es necesario, para poner la vista en su verdadero punto, que se nos aclare qué objeto tuvo la expedición a Acapulco y si Márquez Donallo pudo, como él lo pretendió, haber batido a Iturbide, o si la fuerza moral de las autoridades de primera clase pudo perderse entre las tropas por no haber condescendido con reiteradas súplicas de aquel jefe.

8Tampoco debe olvidarse la situación de Puebla de los Ángeles; ver si el honrado comandante general Llanos pudo balancear jamás con la travesura y ascendiente del obispo Pérez; conocer la posición de este; las asonadas y ridículas invenciones de que el mismo Pérez se valió para excitar a la sedición, fascinar el pueblo, armar bullangas, debilitar el poder de las autoridades que no eran de su gusto, [p. 413] apoderarse de la imprenta, corrompiendo con sus asalariados periodistas el espíritu público; y, últimamente, presentándose un ridículo corifeo de los perturbadores.

9La conducta posterior de Iturbide, y el nuevo rumbo a que los mexicanos quieren dirigir la revolución, pueden ser acaso independientes de las primeras combinaciones de los sediciosos: la marcha tan prematura como ridícula que aquel jefe parece decidido a seguir, y las lágrimas estériles de los apóstatas que lo creyeron su dependiente, pueden muy bien probar cuánto estos se han engañado, y cuánto otros se han aprovechado del alucinamiento de sus cabezas. Más fácil es dar principio a una revolución que fijar su término; y así como las virtudes se prueban chocando con las pasiones, estas se desarrollan, toman más cuerpo y se hacen más caprichosas cuando una revolución las enmascara con el aspecto del bien público, presentándolas a un pueblo ciego que pre- [p. 414] tende ser todo menos lo que ha sido y que se deja conducir por la novedad.

10La presencia de O’Donojú en las playas de Veracruz forma ya otra época, aunque enlazada poderosamente con la anterior. Comparando sus alocuciones con sus primeros pasos, reflexionando sobre su situación, y conociendo a los sujetos que tuvieron cuidado de no dejarlo de su lado, pudiera acercarnos a formar mejor idea de su conducta y de la corta historia de su virreinato; los cortos días que sobrevivió a él deben confundirse con el de su muerte.

11Yo que anhelo recordar mis expediciones para oír con fruto lo que el público, o los inteligentes, juzguen del país o de los hechos que he podido ver, he recogido varios documentos que pudieran ser útiles a mi propósito. La fatalidad hame robado algunos; los que me quedan los uno a mi itinerario; y así como a nadie importa saber si tal día del año me hallé a tantos o cuantos grados de longitud o latitud; [p. 415] del mismo modo no debe importar que yo haga estas apuntaciones. No escribiendo para nadie sino para mí mismo, mis papeles deben gozar la inmunidad de mis pensamientos, sobre los que nadie sino Dios puede hacerme cargo alguno.

Número 1o

12Este mismo día tres publicó O’Donojú una proclama a los habitantes de Nueva España. Página 88.

13A los habitantes de Nueva España, el capitán general y jefe superior político.

14Conciudadanos, la nación recompensó con prodigalidad los sacrificios que por servirla hiciera desde mi juventud de mi tranquilidad y de mi sangre, elevándome a la primera silla a que puede aspirar sin delinquir el que no nació a la inmediación del trono; empero jamás tan generosa conmigo como cuando me confiara la dirección de la parte más hermosa y más rica de la Monarquía. Yo no pensaba ya, muy poco hace, si- [p. 416] no en descansar de mis pasados sufrimientos; sucesos bien conocidos en el mundo me arrancaron de mi retiro para mandar ejércitos, para dirigir provincias, guardando siempre en mi corazón la idea de volver a la soledad luego que la patria no me necesitara; ya mis deseos serían cumplidos a no haberme la fortuna convidado con venir a vivir entre vosotros; séaos grata mi adhesión y el amor que profeso a vuestras virtudes: yo no dependo de un rey tirano, de un gobierno déspota; yo no pertenezco a un pueblo inmoral; de una vez, yo no vengo al opulento Imperio Mexicano a ser un rey ni a amontonar tesoros; yo no… Pero no es mi pluma, no mis palabras las que deben hacer mi apología; obras y el tiempo adquirirán a un europeo la benevolencia de los americanos. Tal vez este exordio parezca intempestivo a muchos que hasta hora solo ven los objetos entre sombras o a media luz, empero los circunspectos y detenidos me harán justicia, y conocerán por mis [p. 417] expresiones el fondo de mi corazón; ellos retrogradarán a los siglos de hierro y de luto; olvidemos lo que ruborizaría a los españoles de ambos mundos y dediquémonos exclusivamente a tratar de nuestros días, días que llenarán muchas páginas de la historia con gloria de los americanos, o trasmitiendo a las generaciones los males que padecieron por irreflexivos y precipitados. Amigos, el dado está volteando, y la suerte o el azar va a decidirse: sobre una línea balancea, de un lado la felicidad y del otro la desgracia de seis millones de hombres, de sus hijos y de su posteridad; vuestra situación es la más espinosa, puesta está a la ventura vuestra muerte civil o vuestra existencia política; dije mal diciendo a la ventura, no está sino a vuestro arbitrio y en vuestra mano. ¡Y sería tal la fatalidad de estas provincias que nunca sepan sus moradores elegir entre el bien y el mal, la vida y la muerte, el ser y el no ser! ¿Pues que no grabó la naturaleza en sus corazones los sentimientos mismos que en los del [p. 418] resto de la especie humana?

15Permitidme, americanos, que escriba con anticipación la historia de vuestro malhadado país, en el caso (que no temo si sois dóciles a la razón y a la verdad) de que desoigáis los consejos de la sabiduría y de la prudencia.

16Nueva España (los tiempos que precedieron a Cortés y los que le han sucedido hasta ahora harto conocidos son). Nueva España empezaba en fin a respirar el aire puro de la justa libertad; un nuevo sistema de gobierno acababa de derrocar el despotismo, de extinguir para siempre la arbitrariedad, que por casi cuatro siglos la había abrumado; una Constitución meditada, fruto de la experiencia, producción de un saber casi celestial, y que admiró a la política misma, prometía recompensar con lucro incalculable sus pasados males, su abatimiento, sus desgracias: ella, ¡tierra infortunada!, fue seducida y se pervirtió, y se obcecó, y se arrojó al precipicio, y en él yace sin recurso y sin esperanzas; sin esperan- [p. 419] zas, porque los pueblos no se constituyen bien, sino una vez en muchos siglos. Quiso ser independiente cuando de nadie dependía; quiso dejar de ser parte de una nación grande quedando aislada cuando carecía de recursos para existir sola y cuando, de conservarse unida a ella, pudieron ambas componer la sociedad mayor, más rica, más poderosa del globo, más respetada y más temida de los pueblos; quiso tener por sí representación soberana, y rompió intempestivamente los vínculos más sagrados de la política, de la sociedad, de la conveniencia, y aun de la naturaleza rompió intempestivamente, pues esta misma representación la habrían tenido a ninguna costa pocos meses después, y no la tuvieron consolidada jamás, porque mal aconsejados atropellaron tan arriesgada operación; algún tiempo, muy poco tiempo de esperar habría bastado, para que sus deseos quedasen satisfechos sin obstáculos, sin ruinas; ya sus representantes trazaban, en unión con sus [p. 420] hermanos europeos, el plan que debía elevarla al alto grado de dignidad de que era susceptible.

17Ideas equivocadas, resentimientos anteriores, error de cálculo esterilizaron y despoblaron vastas regiones dignas de mejor ventura, y es hoy Nueva España la colonia de un extranjero, o la presa de un tirano ambicioso. Así se escribirá dentro de algunos años. ¿Y podréis ver con indiferencia que sea este el término de tantos sacrificios?

18Yo acabo de llegar desarmado, solo; apenas me acompañan algunos amigos, contaba con vuestra hospitalidad, y confiaba en vuestros conocimientos; jamás me propuse dominar, sino dirigir, animado de los mejores deseos a vuestro favor, abundando mi corazón de ideas filantrópicas, unido por los más estrechos vínculos de amistad con vuestros representantes, instado tal vez por ellos para emprender tan dilatado, tan costoso viaje, y tan expuesto, venía a traeros la tranquilidad de que careció, la paz que necesitáis para no aniquilaros con unas guerras
[p. 421] intestinas las más desastrosas.

19Al escribir este papel giran por mi imaginación mil ideas, y otras mil que no quisiera perder tiempo en manifestaros, para que os persuadieseis de cuáles son vuestros verdaderos intereses, pero me detiene el que quizá no estáis en estado de oír; nada perderéis en tranquilizaros por un momento, en dar lugar a la reflexión; en permitirme pasar a mi destino y ponerme a vuestra cabeza: pueblos y ejército, soy solo y sin fuerzas, no puedo causaros ninguna hostilidad; si las noticias que os daré, si las reflexiones que os haré presentes, no os satisfacen, si mi gobierno no llenase vuestros deseos de una manera justa, que merezca la aprobación general y que concilie las ventajas recíprocas que se deben estos habitantes y los de Europa, a la menor señal de disgusto, yo mismo os dejaré tranquilamente elegir el jefe que creáis conveniros; concluyo ahora con indicaros que soy vuestro amigo, y que os es de la mayor conveniencia suspender los proyectos que habéis [p. 422] emprendido, a lo menos hasta que lleguen de la Península los correos que salgan después de mediados de junio anterior. Quizá esta suspensión que solicito se considerará por algunos faltos de noticias, y poseídos de siniestras intenciones, un ardid que me dé tiempo a esperar fuerzas; este temor es infundado, yo respondo de que jamás se verifique ni sea esta la intención del gobierno paternal que actualmente rige. Si sois dóciles y prudentes aseguráis vuestra felicidad en la que el mundo todo se halla interesado.

20Veracruz, 3 de agosto de 1821.

21Juan O’Donojú.

Número 2o

22El día cuatro publicó otra, dirigida, solo a los vecinos de Veracruz. Página 88.

23A los dignos militares y heroicos habitantes de Veracruz, el capitán general y jefe superior político.

24Luego que me encargué ayer del mando militar y político de estas pro- [p. 423] vincias que el rey se dignó poner a mi cuidado, recibí del general gobernador de la plaza el diario de las ocurrencias de esta, desde el 25 del mes anterior hasta la fecha del parte.

25Al paso que me instruía de los sucesos, se aumentaban mis sentimientos de admiración debidos a un valor heroico, me condolía de vuestros sufrimientos y compadecía a los que, siendo nuestros hermanos, por un extravío de su acalorada imaginación, quisieron convertirse en nuestros enemigos, hostilizando a su patria, alterando la tranquilidad pública, ocasionando graves males a aquellos a quienes los unió la religión, la naturaleza y la sociedad con relaciones indestructibles, y atrayendo sobre sí la pena de un arrojo inconsiderado que pagaron los más de ellos con la muerte y la falta de libertad.

26Aunque antes de pisar la tierra ya empecé a oír el feliz éxito de una defensa singular, la falta de representación pública entre vosotros, y de datos positivos, contuvo [p. 424] mis deseos de apresurarme a manifestaros mis sentimientos: dejaron de ser estas dificultades, y sobre creerlo un deber, tengo la mayor satisfacción en daros las gracias más expresivas en nombre de la nación, del rey constitucional y por mi parte, por los distinguidos servicios que hicisteis a la causa pública; la más completa enhorabuena por el dichoso resultado de vuestros trabajos militares y gloriosa victoria, tributándoos al mismo tiempo los elogios de que sois dignos por vuestro valor, por vuestra disciplina, por vuestro amor al orden, a la conservación de vuestros derechos y a que se conserve sin mancha en la historia el nombre ESPAÑOL. ¡Ojalá que la expansión que siente mi alma al recordar vuestras virtudes cívicas, no estuviese acibarada por el profundo dolor que me causa la ceguedad de los que sin objeto legítimo y sin motivo justo se segregaron de nuestra sociedad y se declararon nuestros enemigos! Su sangre vertida, manchando el suelo en que vieron la primera luz, es un espectáculo horro- [p. 425] roso para todo el que no esté desposeído de todos los sentimientos de humanidad; solo resta para nuestro consuelo el que ellos fueron los agresores, que no hicisteis sino defenderos, y que tengo esperanzas de que, reducidos y desengañados, dentro de poco volveremos a ser todos amigos, sin que quede ni aun memoria de los fatales anteriores acontecimientos. Diré al Gobierno por el primer correo, cuán dignos sois de gratitud y cuánto os debe la patria; recomendaré a todos, y a cada uno de vosotros, y sabrá el mundo que los jefes, guarnición, milicia y vecindario de Veracruz, así como la marina nacional y mercante que se hallaba en su puerto, todos, todos merecen un lugar distinguido entre los buenos, y preferente entre los bravos y bizarros. Veracruz, 4 de agosto de 1821.

27Juan O’Donojú.

Número 3o

28El paso dado era grande y por esto se me figuraba más delicado. Página 141 …

[p. 426] Tratado

29Pronunciada por Nueva España la independencia de la antigua, teniendo un ejército que sostuviese este pronunciamiento, decididas por él todas las provincias del reino, sitiada la capital a donde se había depuesto a la autoridad legítima y, cuando solo quedaban por el gobierno europeo las plazas de Veracruz y Acapulco, desguarnecidas y sin medios de resistir un sitio bien dirigido y que durase algún tiempo, llegó al primer puerto el teniente general don Juan O’Donojú, con el carácter y representación de capitán general y jefe superior político de este reino nombrado por su majestad constitucional, deseoso de cortar los males que afligen a los pueblos en altercaciones de esta clase, y tratando de conciliar los intereses de ambas Españas, invitó a una entrevista al primer jefe del Ejército imperial don Agustín de Iturbide en la que se discutiese el gran negocio de la independencia, desatando sin romper los vínculos que unirán a los dos continentes: [p. 427] verificose la entrevista en la villa de Córdoba el 24 de agosto de 1821, y con la representación de su carácter el primero, y la del Imperio Mexicano el segundo; después de haber conferenciado detenidamente sobre lo que más convenía a una y otra nación, atendido el estado actual y las últimas ocurrencias, convinieron en los artículos siguientes, que firmaron por duplicado para darles toda la consolidación de que son capaces esta clase de documentos, conservando un original en su poder cada uno, para su mayor seguridad y validación.

  • 1o Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano.
  • 2o El gobierno del Imperio será monárquico constitucional moderado.
  • 3o Será llamado a reinar, en el Imperio Mexicano, previo juramento que designa el artículo 4o del Plan, en primer lugar, al señor don Fernando 7o, rey católico de España; y por su renuncia o no admisión, al serenísimo señor infante don Carlos; por su renuncia o no admisión, al [p. 428] serenísimo su hermano señor infante don Francisco de Paula; por su renuncia o no admisión, al serenísimo señor don Carlos Luis, infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca; y por la renuncia o no admisión de este, el que las Cortes del Imperio designasen.
  • 4o El emperador fijará su corte en México que será la capital del Imperio.
  • 5o Se nombrarán dos comisionados por el excelentísimo señor O’Donojú, los que pasarán a la corte de España a poner en las reales manos del señor don Fernando 7o copia de este tratado y exposición que le acompañará, para que sirva a su majestad de antecedente, mientras las Cortes del Imperio le ofrezcan la corona con todas las formalidades y garantías que asunto de tamaña importancia exige; y suplican a su majestad que en el caso del artículo 3o se digne noticiarlo a los serenísimos señores infantes llamados en el mismo artículo, interponiendo su benigno influjo, para que sea una persona de las designadas de su augusta casa la que venga a este Imperio; por [p. 429] lo que se interesa en ello la prosperidad de ambas naciones, y por la satisfacción que recibirán los mexicanos en añadir este vínculo a los demás de amistad con que podrán y quieren unirse a los españoles.
  • 6o Se nombrarán inmediatamente, conforme al plan de Iguala, una Junta compuesta de los primeros hombres del Imperio por sus destinos, por sus fortunas, representación y concepto, de aquellos que están designados por la opinión general, cuyo número será bastante considerable, para que la reunión de luces, asegure el acierto de sus determinaciones, que serán emanaciones de la autoridad y facultades que les conceden los artículos siguientes.
  • 7o La Junta de que trata el artículo anterior, se llamará Junta provisional gubernativa.
  • 8o Será individuo de la Junta provisional de gobierno el teniente general don Juan O’Donojú, en consideración a la conveniencia de que una persona de su clase tenga una parte [p. 430] activa e inmediata en el gobierno y de que es indispensable omitir algunas de las que estaban señaladas en el expresado plan, en conformidad de su mismo espíritu.
  • 9o La Junta provisional de gobierno tendrá un presidente nombrado por ella misma, y cuya elección recaerá a uno de los individuos de su seno o fuera de él, que reúna la pluralidad absoluta de votos, lo que si en la primera votación no se verificare, se procederá a segundo escrutinio, entrando en ellos los dos que hayan reunido más votos.
  • 10o El primer paso de la Junta provisional de gobierno será hacer un manifiesto al público, de su instalación y motivos que la reunieron, con las demás explicaciones que considere convenientes, para ilustrar al pueblo sobre sus intereses, modo de proceder en la elección de diputados a Cortes de que se hablará después.
  • 11o La Junta provisional de gobierno nombrará en seguida de la elección de su presidente, una Regencia compuesta de tres per- [p. 431] sonas de su seno o fuera de él, en quien resida el poder ejecutivo, y que gobierne en nombre del monarca, hasta que este empuñe el cetro del Imperio.
  • 12o Instalada la Junta provisional, gobernará interinamente conforme a las leyes vigentes, en todo lo que no se oponga al plan de Iguala, y mientras las Cortes formen la Constitución del Estado.
  • 13o La Regencia, inmediatamente después de nombrada, procederá a la convocación de Cortes conforme al método que determine la Junta provisional de gobierno, lo que es conforme al artículo 24 del citado plan.
  • 14o El poder ejecutivo reside en la Regencia, y el legislativo en las Cortes; pero como ha de mediar algún tiempo antes que estas se reúnan, para que ambos no recaigan en una misma autoridad, ejercerá la Junta el poder legislativo para los casos que puedan ocurrir, y que no den lugar a esperar la reunión de las Cortes, y entonces procederá de acuerdo con la Regencia, para servir [p. 432] a la Regencia de cuerpo auxiliar y consultivo en sus determinaciones.
  • 15o Toda persona que pertenezca a una sociedad, alterado el sistema de gobierno, o pasando el país a poder de otro príncipe, queda en el estado de libertad natural para trasladarse con su fortuna a donde le convenga, sin que haya derecho a privarle de esta libertad a menos que tenga contraída alguna deuda a que pertenecía, por delitos, o de otros de los modos que conocen los publicistas. En este caso están los europeos avecindados en Nueva España y los americanos residentes en la Península, por consiguiente serán árbitros a permanecer, adoptando esta o aquella, o a pedir su pasaporte que no podrá negársele, para salir del reino en el tiempo que se le prefije, llevando consigo sus familias y bienes, pero satisfaciendo a la salida por los últimos los derechos de exportación establecidos, o que se establecieren por quien pueda hacerlo.
  • 16o No tendrá lugar la anterior alternativa respecto de los empleados públicos [p. 433] o militares, que notoriamente son desafectos a la independencia mexicana, sino que estos necesariamente saldrán de este Imperio, dentro del término que la Regencia prescriba, llevando sus intereses y pagando los derechos de que habla el artículo anterior.
  • 17o Siendo un obstáculo a la realización de este tratado, la ocupación de la capital por las tropas de la Península, se hace indispensable vencerlo; pero como el primer jefe del Ejército imperial, uniendo sus sentimientos a los de la nación mexicana, desea no conseguirlo con la fuerza, para lo que le sobran recursos, sin embargo del valor y constancia de dichas tropas peninsulares, por la falta de medios y arbitrios para sostenerse contra el sistema adoptado por la nación entera, don Juan O’Donojú se ofrece a emplear su autoridad para que dichas tropas verifiquen su salida sin efusión de sangre y por una capitulación honrosa.

30Villa de Córdoba. 24 de agosto de 1821.

31Agustín Iturbide.

32Juan O’Donojú.

33Es copia del original.

34O’Donojú.

[p. 434] Número 4o

35… a Del Val y a Olaechea que con el tratado de Córdoba y un oficio al ministro de la Guerra iban a España y vinieron a despedirse de mí. Página 144.

36Excelentísimo Señor: Por mis cartas anteriores de 31 de julio, y del 13 del corriente, que tuve el honor de dirigir a vuestra excelencia se habrá penetrado la alta compasión de su majestad del estado en que encontré en este reino a mi llegada a Veracruz; mi situación era la más difícil en que jamás se viera autoridad alguna; la más comprometida y la más desesperada; ni en la fuerza, porque carecía de ella, ni en la opinión, porque el espíritu público estaba pronunciado y decidido; ni en el tiempo, porque todo era efectivo, encontraba un sendero que me sacase del tortuoso laberinto a que me había conducido la fatalidad. Lo de menos era la exposición de mi persona, la ruina de mi familia, las muertes de varios individuos de ella, y lo que me afligía el haber hecho la desgracia de una porción de mis amigos que qui- [p. 435] sieron acompañarme desde la Península, uniendo su suerte a la mía: todos estos sufrimientos al fin herían mi sensibilidad como hombre privado, pero al reflexionar que era una persona pública, que había merecido la confianza del monarca, que este había puesto a mi cuidado la parte más rica y más hermosa de su monarquía, que carecía de arbitrios para corresponder a su preciosa confianza, que tenía sobre mí los ojos de la Europa, y del mundo entero, que mis dilatados servicios iban a estrellarse contra un escollo inevitable y que no podía ser útil a mi patria, única ambición que siempre he conocido, mi valor desmayaba, y hubiera preferido no existir a respirar abrumado de tan enorme pesadumbre.

37Todas las provincias de Nueva España habían proclamado la independencia; todas las plazas habían abierto sus puertas por fuerza o capitulación a los sostenedores de la libertad, un ejército de 30 mil soldados de todas armas, regimentados y en disciplina, un [p. 436] pueblo armado en el que se han propagado portentosamente las ideas liberales, y que recuerda la debilidad (que ellos le dan otro nombre) de sus anteriores gobernantes, dirigidos por hombres de conocimientos y de carácter, y puesto a la cabeza de las tropas un jefe que supo entusiasmarlos, adquirirse su concepto y su amor, que siempre les condujo a la victoria, y que tenía a su favor todo el prestigio que acompaña a los héroes; las tropas europeas desertándose a bandadas, que se presentaban a pedir partido y se les concedía, lo mismo hacían los oficiales, siguiendo el ejemplo de sus jefes; quedaba Veracruz, Acapulco y Perote, pero este había capitulado entregarse, luego que lo hiciera la capital, y la primera sin fortificación capaz de sufrir un asedio, desguarnecida, con mil partidarios de la independencia en su seno, y en oposición los intereses de su vecindario. Restaba aún México, ¡pero en qué estado! El virrey depuesto por sus mismas tropas, estas ya indignas por este atentado de ninguna [p. 437] confianza, su número no pasaba de 2 500 europeos, y otros tantos entre veteranos, provinciales y urbanos del país. Yo, sitiado desde el momento que pisé la tierra, sin correspondencia con lo interior, sin víveres, sin dinero; las provincias en el desorden que es consiguiente a una guerra intestina de esta naturaleza, por la falta de brazos para la agricultura y las artes, estando empleados todos en llevar las armas y con ellas desastres y devastación; el comercio paralizado, los caudales de los europeos, que ascienden a muchos millones de pesos, detenidos en México algunos, los que conducía una conducta, considerables, repartidos en el reino los demás, y sin posibilidad unos y otros de llegar a las manos de sus dueños, quedando así arruinadas las fortunas de mil familias opulentas de este y aquel continente, ruina de que se sentiría la España por siglos. En tal conflicto y sin instrucciones de gobierno para este caso, ya me resolví a reembarcarme, dando la vela para la Península; empero me dolía dejar abandonadas a la suerte dos gran- [p. 438] des naciones, y revolvía sin cesar en mi imaginación mil ideas, sin poder fijarme en ninguna, en el partido de la negociación solía detenerme, ¡mas qué esperanza podía adelantarme de conseguir alguna ventaja para mi patria! ¿Quién ignora que un negociador sin fuerza está para convenirse con cuanto le propongan, y no para proponer lo que convenga a la nación que representa? Sin embargo, quise probar este extremo y al efecto preparé los ánimos con mi proclama de 3 de agosto, que hice correr venciendo dificultades; no se oyó con desagrado, aunque se satirizó mordazmente por algún periodista; y luego que me pareció que había circulado, envié al primer jefe del Ejército imperial dos comunicados con una carta, en que le aseguraba de las ideas liberales del Gobierno, de las paternales del rey, de mi sinceridad y deseos de contribuir al bien general, e invitándole a una conferencia, recibí otra del mismo jefe que al ver mi proclama me dirigía también comisionados para [p. 439] que nos viésemos. Repito que jamás pensé en que podría salir de la entrevista partido ventajoso para mi patria, pero resuelto a proponer lo que atendidas las circunstancias tal vez se consiguiese, a no sucumbir jamás a lo que no fuese justo y decoroso, o a quedar prisionero entre los independientes si faltaban a la buena fe (lo que por desgracia ha sido siempre tan frecuente), salí de Veracruz para tratar en Córdoba con Iturbide; ya este estaba prevenido por sus comisionados que tuviera cuidado de formar apuntes de mis contestaciones, de las bases en que era preciso apoyarse para que pudiésemos entrar en convenio, habíales examinado y consultado tal vez, y cuando llegó el caso de vernos, el resultado de nuestra conferencia es haber quedado pactado lo que resulta del número 1o, copia de nuestro convenio. Yo no sé si he acertado: solo sé que la expansión que recibió mi alma al verlo firmado por Iturbide en representación del pueblo y ejército mexicano, no podrá igualarla la que reciba al saber que ha merecido la aprobación de [p. 440] Su Majestad y del Congreso; espero obtenerla cuando reflexiono que todo estaba perdido, sin remedio y que todo está ganado, menos lo que era indispensable que se perdiese algunos meses antes o algunos después.

38La independencia era indefectible, sin que hubiese fuerzas en el mundo capaz de contrarrestarla; nosotros mismos hemos experimentado lo que sabe hacer un pueblo que quiere ser libre. Era preciso acceder a que la América sea reconocida por nación soberana e independiente y se llamase en lo sucesivo Imperio Mexicano.

39El gobierno monárquico constitucional modificado es el mejor que la política conoce para los países que reúnen a población y extensión considerable, cierto grado de recursos, de educación y de luces que les hace insufrible el despotismo, al mismo tiempo que no tienen todas las virtudes que sirven de sostenimiento a las repúblicas y estados federativos: así se tuvo presente para dictar el artículo 2o.

40Un pueblo que se constituye tiene derecho para elegirse el príncipe que ha de gobernar- [p. 441] le: esta elección es espontánea y libre, sin que pueda disputársele, y lo que vemos en la historia es que siempre recayó en uno de los hombres del mismo pueblo, por lo común en el más atrevido, muchas veces en el que disponía de la fuerza, alguna en el que tenía más amigos, y pocas en el más virtuoso; pero ahora convenía a las glorias de España que fuese uno de sus príncipes el emperador de México y, en efecto, al señor don Fernando 7o es el primer llamado en el artículo 3o, y por su orden de mayoría sus augustos hermanos y sobrino.

41El artículo 4o no necesita explicación, es de ninguna importancia a los españoles; y si México por su posición geográfica no es la mejor corte, tiene a su favor otras razones que la conservan en este rango.

42En cumplimiento del artículo 5o, dictado por la debida consideración a su majestad, por el respeto y amor que profesamos a su sagrada persona los mexicanos y yo, por los deseos de que la venida del emperador no se dilate, he comunicado al coronel don Antonio del Val y al te- [p. 442] niente don Martín José de Olaechea para que pasen a poner en manos de vuestra excelencia (quién tendrá la bondad de elevarla a las de su majestad) esta carta y copia que le acompaña del Tratado de Córdoba, suplicándole al mismo tiempo se digne recibirla con benignidad, conceder su alta aprobación, si no a mis aciertos, a mis buenos deseos, y poner el sello de sus bondades, accediendo a la pretensión de estos pueblos, que ansían por ser dirigidos por su majestad o un príncipe de su casa.

43Los artículos siguientes hasta el catorce, inclusive, pertenecen a disposiciones interiores para asegurar el orden, evitar la anarquía, garantizar el cumplimiento de todo lo convenido y procurar por todos medios el acierto; solo hay de notable en el 8o, que se me nombra a mí desde luego individuo de la Junta provisional de gobierno, por la razón que se expresa en el mismo artículo, y a lo que no me opuse, porque en efecto considero conveniente mi asistencia a la Junta en donde podré influir siempre que se trate de los in- [p. 443] tereses de mi patria que quiero conservar y a quién quiero servir, cesando mis funciones en el momento que conforme al artículo 3o se reúnan las Cortes, pero permaneciendo en el imperio hasta la venida del monarca o resolución de mi Gobierno. El número 2o es copia del plan de Iguala que se cita.

44Los artículos 15 y 16 aseguran la vida, libertad y propiedades de los europeos que tenían antes que se estipulase, expuestas las primeras y perdidas las segundas; partido que solo él sería bastante para llenarme de satisfacción, y que no puede menos de constituirme acreedor a ser mirado con indulgencia por su majestad y la nación entera.

45A lo acordado en el artículo 16 no pude dejar de acceder, ni ¿cómo oponerse a que cada cual mande en su territorio? Tampoco a lo que expresa el 17: la evacuación de la capital era necesaria y forzosa, pues hágase dejando en su lugar las virtudes de la tropa española, el honor de la nación, y capitulando de un modo que no se amancillen nuestras glorias; además, [p. 444] conviniendo en los artículos anteriores, nada más indispensable que convenir en este, nada más urgente que aplicar desde luego los medios para evitar la efusión de sangre, que de otro modo era infalible; tampoco podían ni debían permanecer soldados armados en posesión de la capital de un imperio declarado independiente. No interponiendo yo mi autoridad para que sin estrépito se verificase la salida, el resultado necesario era que saliesen al fin dejando por corte ruinas y escombros que tendría que entrar pisando, mezclados con los cadáveres, para sentarse en el trono que le prepara el amor, y mancharían el capricho y la temeridad; me pareció que era un deber mío evitar a sus ojos tan horrible espectáculo, y a su corazón el dolor que le produciría.

46Recién llegado a Veracruz fluctuaba inquieta mi imaginación sin decidirse a abrazar un partido; y cuando no me atrevía ni aun a esperar lo que ha sucedido después, tuve momentos de pensar en defenderme en la plaza hasta recibir contestación de su [p. 445] majestad. Hubiera sin duda sido imposible conseguirlo por el estado de dicha, que ya he manifestado a vuestra excelencia; en aquellos momentos mismos me dijo el gobernador que había, con el ayuntamiento, solicitado del capitán general de Cuba socorro de fuerza para la guarnición, y me suplicaba apoyase su solicitud; así lo hice por medio de una carta que dirigí al expresado general, y acaban de llegar en su consecuencia 250 hombres, que en ningún caso podían ser útiles por su corto número, pero parece que todo se reúne para que esta grande obra no se cimiente sobre sangre, ni esté marcada con el sello de la muerte.

47Son infinitos los males que en este estado de cosas puede causar tal desembarco; para ocurrir a todo, he prevenido al gobernador de la plaza vuelva inmediatamente esta tropa a su destino, con tanta más razón, cuanto el mencionado capitán general le dice en oficio de 29 de julio que los necesita, y espera se los devuelva luego que haya cesado el motivo de su venida; y porque las razones en que es- [p. 446] triba esta disposición están expresadas en el oficio que la contiene, lo copio a vuestra excelencia señalado con el número 3o.

48Sírvase vuestra excelencia elevar a la alta consideración de su majestad cuanto llevo expuesto, suplicándole se digne aprobar mi conducta, hija de los deseos de ser útil a su majestad, a la nación y a la humanidad.

Número 5o

49Supe que, en virtud de los tratados, escribió O’Donojú también, con fecha 26 de agosto, al gobernador de Veracruz, Dávila. Página 144.

50Incluyo a vuestra excelencia copia del tratado en que hemos convenido el primer jefe del Ejército imperial y yo: él tiene por objeto la felicidad de ambas Españas, y poner de una vez fin a los horrorosos desastres de una guerra intestina; él está apoyado en el derecho de las naciones; a él le garantizan las luces del siglo, la opinión general de los pueblos ilustrados, el liberalismo de nuestro Gobierno, y las pa- [p. 447] ternales del rey. La humanidad se resiente al contemplar el negro cuadro de padres e hijos, hermanos y hermanos, amigos y amigos que se persiguen y sacrifican; de provincias que habitaron hombres de un mismo origen, de una misma religión, protegidos por unas mismas leyes, hablando un mismo idioma y teniendo iguales costumbres, incendiadas y devastadas por aquellos que pocos meses antes las cultivaron afanosos, fiando a su fertilidad la esperanza de su alimento y el de sus familias, felices cuando gozaron la paz, desgraciadas, indigentes, vagamundas y menesterosas en la guerra; solo un corazón amasado con hiel y con ponzoña puede preveer sin estremecerse tamañas desventuras. ¿Y qué sacrificio no hará gustosa una alma bien formada si ha de evitar con el trabajo, sangre, muerte y exterminio? He, vuestra excelencia, aquí, señor gobernador, las reflexiones que me habían arrebatado a firmar el tratado que servirá de cimiento a la eterna alianza de dos naciones destinadas por la providencia, y ya designadas por [p. 448] la política a ser grandes y ocupar un lugar distinguido en el mundo, aun cuando no hubiese estado, como lo estoy, convencido de la justicia que asiste a toda sociedad, para pronunciar su libertad, y defenderla a par de la vida de sus individuos; de la inutilidad de cuantos esfuerzos se hagan, de cuantos diques se opongan para contener este sagrado torrente, una vez que haya emprendido su curso majestuoso y sublime; de que es imposible contrariar ni aun alterar el orden de la naturaleza: ella puso límites a las naciones; hizo lasos y muelles los miembros de un cuerpo grande, no nos dio sentidos capaces de recibir impresiones desde muy lejos y, si en la infancia nos proveyó de una madre tierna que nos alimentase, en la niñez y juventud de padres y maestros que nos educasen y nos corrigiesen, nos dio en la virilidad razón y fuerzas para ser independientes y no vivir sujetos a tutela, el mundo moral está modelado por las mismas reglas que el físico. Principios tan luminosos no podían ocultarse a la alta pe- [p. 449] netración del rey, a la sabiduría del Congreso. ¿Ni cómo podríamos si no, conciliar los progresos de la Constitución en España con la ignorancia que era preciso suponer en los españoles que desconociesen estas verdades? En efecto, ya la representación nacional pensaba antes de mi salida de la Península en preparar la independencia mexicana; ya en una de sus comisiones con asistencia de los secretarios de Estado se propusieron y aprobaron las bases; ya no se dudaba de que antes de cerrar sus sesiones las Cortes ordinarias, quedaría concluido este negocio importante a las dos Españas, en que está comprometido el honor de ambas, y en que tiene fijos los ojos la Europa entera. El español que por miras particulares o un privado interés no se conviniere en el común sentir de sus compatriotas sobre desconocer lo que conviene, está limitado a un círculo muy estrecho, no tiene formada una idea justa de que su nación basta para hacer la felicidad de sus individuos, y no es digno hijo de su patria generosa, liberal y equitati- [p. 450] va. Pero los mexicanos a quienes la temperatura de su clima dio una imaginación viva y fogosa, y que por otra parte en razón de la inmensa distancia que los separa de la Península, carecían de noticias exactas, se pronunciaron independientes y tomaron un aspecto hostil, creyendo que los mismos a quienes deben su religión, su ilustración y el estado en que están de poder figurar en el mundo civilizado, habían de cometer la injusticia de atentar contra su libertad, cuando ellos por sostener la suya acababan de ser el asombro del universo, ejemplo de valor y constancia y terror del poder más colosal que conoció la historia. Y encontrarán, en efecto, alguna resistencia, empero considérese esta el resultado de una fidelidad llevada al extremo, de unos sentimientos de honor exaltados y de una bravura irreflexiva. Mas varió la escena; mexicanos y europeos se conocen recíprocamente y saben que si ha habido extravíos por una y otra parte, todos tienen su origen en virtudes que los honran. Vuelven a ser hermanos; todos quieren estrechar los [p. 451] vínculos de unión; las relaciones serán intimas, y los derechos sobre unos y otros serán fielmente respetados: así lo pactamos, y aun cuando no, a ello están decididas las voluntades, y este tratado que hizo el amor y la recíproca inclinación tendrán por siempre el cumplimiento que jamás formó la política y la fuerza.

51El contenido de esta carta se servirá vuestra excelencia mandarlo publicar, y yo espero que si hay alguno que no esté desengañado, lo quedará con su lectura; si esta no bastare, considérese como perturbador de la tranquilidad pública al que de cualesquiera manera manifestase desagrado o desconformidad. Tengo noticias que se dirigen a ese puerto, procedentes de La Habana cuatrocientos o más hombres enviados por aquel capitán general de dicha isla para la guarnición de esa plaza; variaron las circunstancias y estas tropas, lejos de ser útiles, serían perjudicialísimas, porque entre otros males, producirían el que dudasen de mi buena fe, sin que tan corto número de soldados pudiese, aun cuando estuviésemos en el caso de in- [p. 452] tentar defensa, ser de algún provecho. ¿A qué militar se le oculta la defensa que puede hacer Veracruz aun guarnecida? Y suponiéndola una fortificación de primer orden, ¿cuál sería al fin el resultado? Sucumbir. ¿Y si se conservase?, para España serviría de ninguna utilidad. Esto supuesto, y refiriéndome a lo que llevo dicho, prevengo a vuestra excelencia (y lo hago responsable en caso de inobservancia) que no permita el desembarco de tales tropas, sino que si han llegado, las mande reembarcar inmediatamente, proporcionándoles para que se vuelvan al punto de donde salieron todos los auxilios que necesiten; para lo que usará vuestra excelencia de cualquier recurso, y de cualquier fondo por privilegiado que sea; en inteligencia que no tendrá vuestra excelencia disculpa si no lo verifica; porque le concedo para este caso todas las facultades que yo tengo. Si aún no han llegado saldrá luego una embarcación menor, la que esté más pronta a cruzar la altura que convenga, y por donde deberán venir necesariamente, a comunicarles mi determinación de que regresen sin entrar en puerto; si enfer- [p. 453] medades, falta de víveres u otra razón exigiere que toquen en tierra antes de cambiar de rumbo, que se dirijan a Tampico o a Campeche, a donde en tal caso exhortará vuestra excelencia a las autoridades para que sean auxiliadas y me avisará para proporcionarlo yo, se comuniquen las órdenes convenientes al mismo efecto. El servicio es interesantísimo y espero sea puntualmente desempeñado, confiado en la actividad de vuestra excelencia y del tino con que sabe dar sus disposiciones.

52Este pliego es conducido por un extraordinario, y por el mismo se servirá vuestra excelencia dirigirme la respuesta sin perjuicio de que me dé avisos oportunos de cualquier novedad que merezca atención. Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Córdoba, 26 de agosto de 1821.

53Juan O’Donojú

54Señor gobernador militar y jefe político de Veracruz.

Número 6o

55… Al brigadier Lemaur. Página 145.

56Señor don Francisco Lemaur.

57Córdoba, 26 de agosto de 1821.

58Mi estimado amigo: Mi viaje fue regular [p. 454] y llegué a esta bueno con mi familia; continuamos lo mismo y saludamos a usted.

59Vino Iturbide, se verificó nuestra entrevista resultando el convenio de que enseñará a usted copia el gobernador, a quien tendrá usted la bondad de ver con este objeto; dígale usted que le enseñe también el oficio que le dirijo hoy; impuesto de todo, exige mi amistad de usted dos cosas: primera, que me diga francamente su parecer sobre los pasos dados hasta hora, y si en su concepto he tenido la suerte de acertar; tenga usted presentes las circunstancias en que me he visto, el estado actual de los pueblos, y el progreso que han hecho las luces. Segunda, que emplee usted sus conocimientos, su influjo y su autoridad en auxiliar a ese gobernador para que cumpla lo que le ordeno y se conserve la tranquilidad y el orden de la plaza.

60La contestación de usted me será grata en todos tiempos, pero, cuanto más pronta, más interesante para valerme de los conocimientos que me suministre la ilustración de usted.

61También dejo, sin que esto sea una mera curiosidad, que usted me diga lo que piensa hacer en este nuevo orden de cosas, si esperar al príncipe que [p. 455] ha de reinar para recibirle, si embarcarse para España.

62Mi mujer repite a usted su amistad, y me encarga le dé sus expresiones. Queda de usted afectísimo amigo y atento servidor que su mano besa. Juan O’Donojú.

Número 7o

63Me enteré luego de que O’Donojú había recibido del general Dávila y del brigadier Lemaur contestaciones a las que él les había escrito desde Córdoba. Página 168.

Respuesta de Dávila

64Mi estimado amigo y general: he leído y meditado detenidamente el convenio celebrado por usted a nombre del Gobierno español con el señor coronel Iturbide en calidad de primer jefe del Imperio Mexicano, y las órdenes que para su cumplimiento y ejecución se sirve darme en oficio del mismo día 26 del que rige: las reflexiones que ocurren a mi imaginación, el contraste de afectos que me agita, entre mis deseos y deberes; el temor de contrariar los planes de usted por los medios escogidos para afirmarlos, hacen mi situación la [p. 456] más angustiada y comprometida que pueda imaginarse.

65Pasar en silencio los obstáculos insuperables que se presentan y nacen de las circunstancias de la plaza y del carácter de sus moradores, sería hacer traición a la amistad; y exponerlos francamente en contestación oficial, podría acaso estimarse por una resistencia abierta a las órdenes de usted contra mis sentimientos y principios: así es que en tan estrecha alternativa he tomado el sesgo de representarlos en carta familiar, sin perjuicio de hacerlo en debida forma si usted así lo tuviere por conveniente.

66Antes de recibir yo las órdenes y copia del convenio, ya se habían traslucido en el público sus artículos primordiales y se notaba, en lo general, la desconfianza y el descontento: creía el vecindario que cualquiera que fuese el resultado favorable de las negociaciones de Córdoba, bajo la base ya indicada del reconocimiento de la independencia, México y Veracruz se conservarían bajo el gobierno de la metrópoli hasta la resolución definitiva del rey y del Congreso. [p. 457] Tenían entendido que la emancipación de Nueva España, si bien no era objeto de sus discusiones, su validación había de ser el resultado de ellas mismas y de la sanción real que usted anunció a los americanos en su primer manifiesto, exhortándolos a esperar las correspondencias del ministerio correspondientes a junio, y sin cuyo requisito aparecen de peor condición los europeos de Veracruz y México.

67Confiaban en que sus propiedades y personas serían garantidas de un modo firme e intergiversable; y que la libertad que el derecho natural confiere a todo hombre en sociedad para trasladarse con su familia y bienes donde más le acomode en circunstancias en que el estado muda de forma o se constituye nuevamente, tendría todos los ensanches que dictan la razón, el derecho de gentes y la generosidad de una nación que jamás podrá borrar el noble sello de su origen. Empero, por desgracia, ve restringida esta libertad en el artículo 15, porque en la escala interminable de deudas con el Estado, ora en sus relaciones civi- [p. 458] les, ora en las políticas y comerciales entre dos nobles pueblos y amalgamados por trescientos años, acaso no habrá uno que no esté comprendido en la prohibición y, por los que quedan fuera de ella, han de agregar a las pérdidas y quebrantos de once años de guerra y desastres la de un impuesto indeterminado de emigración desconocido en el derecho público de las naciones.

68No estiman, mi general, menos violento y duro el artículo 16: él tiene una fuerza retroactiva que no se ha dado jamás a ninguna ley en medio de las más crueles convulsiones civiles ni del desenfreno de las pasiones; Francia y España lo acreditan y lo convence la historia de las revoluciones. Los militares, los empleados, los funcionarios públicos notoriamente desafectos a la independencia mexicana, han sido notoriamente adictos al sistema constitucional, al sistema de las luces, de la filosofía y del liberalismo; han sido notoriamente afectos al gobierno paternal de nuestro monarca y las benéficas deliberaciones del Congreso; han sido notoriamente religiosos observadores del sagra- [p. 459] do juramento no relajado de la fidelidad y obediencia al rey y a las nuevas instituciones, que prestaron ante Dios y los hombres; han sido en fin notoriamente defensores de la integridad del territorio español. ¿Pues cómo puede ser criminal el ejercicio de estas virtudes?

69Los militares, los empleados y los funcionarios públicos han contraído obligaciones con la nación de que solo ella puede relevarlos; están unidos a su gobierno por lazos estrechos que no pueden romper y que solo él puede desatar, ¿pues, cómo, mi amigo, ponerlos en la disyuntiva de abrazar otro partido antes que dejarlos en libertad legal? Usted conoce mejor que yo el peso de tales razones que aducen en su favor estas clases distinguidas que se mueven y arriman con el estímulo del honor; y usted, mejor que otro alguno, sabe apreciar los honrados sentimientos del carácter español, origen de su bravura, y muchas ocasiones de acalorada exaltación.

70Ella, si conviene contenerla, no es dado resistirla ni contrariarla sin exponerse a todos los riesgos del furor: yo mismo he dado a usted en bosquejo alguna idea del pueblo de Veracruz; usted sabe que más de [p. 460] una vez he visto amenazada mi existencia por providencias muy conformes a las filantrópicas de usted, y no ignorará que solo su prestigio, su buen nombre y anticipado concepto de su ilustración y virtudes, han hecho que reciba con aprecio deliberaciones que, dictadas por mí, me habrían hecho el objeto del odio y de la execración del pueblo.

71Es preciso, mi general, un genio singular, un hombre raro y de gran autoridad para realizar en esta ciudad, sin sangre, sin agitaciones y sin los horrores de una anarquía, los planes de usted, y ni mi salud, ni mis fuerzas físicas y morales me permiten arrostrar por tamañas peligrosas dificultades; tampoco creo que haya quien la supere sino usted mismo, porque ningún otro merece la confianza de estos vecinos: no hay otra alternativa, lo que Dios no permita, que traer sobre esta desgraciada ciudad todos los males de la guerra, del hambre y la miseria, o darle con su presencia la paz, el consuelo y la felicidad a que es acreedora; pocos días, un corto viaje, alguna detención ligera en el curso de otros negocios bastan para que usted consolide sus planes.

72Por los mismos principios no es posible el reem- [p. 461] barco de los 290 hombres que llegaron de La Habana el 25 del corriente: esta corta fuerza no basta a cubrir los puestos de la plaza en estado de paz, ni la milicia nacional quiere hacer servicio desde que sabe está reconocida la independencia, pero sus individuos conservan las armas y con ellas aumentarán el desorden y confusión en cualquiera asonada.

73Sus amigos de usted, los que me previno que se impusiesen del convenio y de sus órdenes, han conferenciado, han visto y convenido con estas razones, razones que, como dije antes, me obligan a manifestárselas la amistad, porque sentiría que mi silencio lo comprometiera o cuando menos trastornara sus planes; así que en esta carta no debe observar otra cosa que el leguaje de la verdad y de la buena fe, y el más activo interés por los felices resultados de sus combinaciones; mi inutilidad en este caso es tan cierta como lo es el estado de salud, y yo creo que ella no le será indiferente al cariño que le merece su mejor amigo y servidor, que besa su mano, José Dávila.

74Señor general don Juan O’Donojú.

Respuesta de Lemaur

75Excelentísimo señor don Juan O’Donojú.

76Veracruz, 28 de agosto [p. 462] de 1821. Mi muy venerado general. Recibo con mucha satisfacción, por la apreciable de usted, la noticia de haber hecho felizmente su viaje a esa villa, donde celebro halle para sí y esa señora y demás familia la buena salud que aquí tanto se vio amenazada. Admita usted mi parabién por tan buena suerte y por el total recobro de Manuelita, de quien ya solo hay que recelar la dura impresión que sentirá al saber la desgraciada pérdida de su hermana.

77Pasando luego a cumplir el encargo de usted, vi su convenio hecho con Iturbide, y el oficio que le acompaña dirigido a este gobernador. Sobre estos pasos dados hasta ahora quiere usted que primero le diga francamente mi parecer, deseando que después obrase mi influjo para que el mismo gobernador cumpliera lo que en el citado oficio se le ordena, conservando la tranquilidad de esta plaza.

78Sabe usted muy bien cuán diferente ella sea por el carácter de sus moradores de todo lo demás del reino. La índole y la voz pública son aquí verdaderamente españolas, y fuera de estos sentimientos patrios, a todo agita el de la conservación de sus propiedades, para las que no pueden ver garantía en el convenio ajusta- [p. 463] do.

79Ya desde ayer, al susurrarse algo su contenido, de que ahí debió dar alguno la noticia, vi síntomas de indignación y sobresalto, que ya están hoy generalizados y en la expectación de lo que hará el Gobierno para manifestarse. En cuanto a la tropa que acaba de llegar, estoy seguro que, cuando no los apoye, de ningún modo se prestará a reprimirlos. No hay que creer, sin embargo, que nazca la turbación de haberse reconocido la independencia: la fuerza de las circunstancias había ya hecho tolerable esta idea; y, si la proclama de usted, presentándola con más claridad, causó desagrado, lo suavizó entonces la esperanza de la pacificación ofrecida, en que todos confiaban ver afianzados sus intereses. Mas, ¿qué persuasión valdrá hoy día para inspirar esta confianza con el citado convenio a los que sin cesar se presenta al vivo en su memoria el carácter y sucesos de las revoluciones de este suelo? Comenzose la primera matando y robando a los españoles, y si no han sido asesinados en esta segunda, ¿no se le dio principio con el despojo de sus fondos?, ¿no ha seguido después estorbándo- [p. 464] les su salida para esta plaza? Parecía, pues, que para no aumentar los obstáculos en su ejecución debió, al ajustarse el convenio, irse al encuentro de tan fundados recelos. Lejos de esto, exígese por él que la independencia sea reconocida, o lo que es lo mismo, que sin resistencia se entreguen los puntos en que esta se hace y puede hacerse; y al declararse que tendrán libre salida las propiedades españolas, se las sujeta a un derecho indeterminado, que tal y tan grande puede ser que equivalga a una prohibición absoluta.

80Mas aunque esta condición no indujese a recelar mala fe, ¿quién negará que es injusta y mezquina? El español que venda sus bienes es visto que ha de sufrir de dar por diez lo que vale ciento; ¿y no bastarán los noventa que deja de beneficio al país, para que aun se le renquee por el resto de un derecho que no sabe de cuánto será? Es menester que yo hable con la franqueza que usted quiere: basta este solo artículo para inspirar la mayor desconfianza; y ciertamente no veo al exigirlo la política de Iturbide.

81No es mi ánimo el recorrer todos los del convenio, [p. 465] del que además solo pude hacer una rápida lectura; ni esto es posible en una carta, ni tampoco lo creo necesario; solo advertiré que en ellos no veo más garantía para los que defienden los intereses del Gobierno español que la palabra de Iturbide. Quítese, si es posible, como lo creo, este vicio y se allanarán montañas, mas con él se producirán solo con la desesperación los mayores desastres.

82En cuanto a la segunda parte del encargo de usted, inferirá de lo dicho al principio, y prescindiendo de otras aun más graves consideraciones, cuán imposible sea para este gobernador el llevar a efecto las prevenciones que usted le hace, ni sería seguro que relevado por otro pudieran cumplirse. Debemos desear todos que si, así como usted lo piensa, se determina en la antigua España que venga a reinar en esta nueva uno de aquellos príncipes, llegue cuanto antes para dar la tranquilidad que se apetece, y ahorrarnos los sacrificios que entre tanto nuestro honor exija. Yo le aseguro a usted que no los excusaré para conservarlo; y que sin él, o sin decoro, ni aquí, ni en otra parte, me será tolerable mi permanencia.

83[p. 466] Espero que se servirá usted mostrar mi reconocimiento a esa señora, cuyos pies beso por la honra que me hace con la expresión de su amistad; quedando de usted con toda consideración, su afectísimo, y seguro servidor que su mano besa, Francisco Lemaur.

Número 8o

84… y que este mismo día les contestó, o les volvió a escribir. Página 168.

85Señor don Francisco Lemaur. Puebla, 7 de septiembre de 1821. Mi muy estimado amigo. Por falta de tiempo no contesté a su apreciable de 28 anterior, recibida en Orizaba: hágolo ahora, empezando por saludar a usted, repetirme su amigo y apreciarle sus buenos deseos relativos a mí y a mi familia. Varias veces he leído su mencionada carta, la he comparado con las del gobernador y Comoto, y no acabo de comprender cómo a la penetración de usted se han escapado mil razones que justifican mi disposición sobre reembarco de las tropas procedentes de La Habana, y muchas más que convencen, no solo de [p. 467] la necesidad de firmar el convenio de Córdoba, sino que este es justo equitativo y racional. No tienen igual fuerza las que alegan para desobedecer en lo primero y repugnar en lo segundo. Si alguna vez fuese el señor Dávila reconvenido por desobediencia a una autoridad que reconoce por legítima, ¿podría indemnizarse con sus achaques y equivocadas ideas del pueblo? Pero yo no le pondré en tal compromiso; así estuviera en mi mano evitarles a los habitantes de Veracruz los males que se atraen si persisten en no rectificar sus ideas y no conocer que carecen de fuerzas para una obstinada resistencia. Sin perjuicio de que vea usted lo que digo al gobernador con esta fecha, indicaré algo, contrayéndome a las noticias y reflexiones de usted: que los moradores de Veracruz sean de un carácter distinto a todos los demás del reino, ya lo sabía, pero no convenimos en que ellos sean los verdaderamente españoles; en verdad que nada tendrá España que agradecer, y sí mucho que vituperar, a unos hombres temerarios, inquietos, con quienes no tienen las autoridades libertad para obrar, y que quieren mezclarse en las de- [p. 468] terminaciones del Gobierno sin antecedentes ni datos de la justicia de los procedimientos de este, y suponiéndole destituido de los sentimientos de interés general que deben concederle.

86Los habitantes de Veracruz confirman a los americanos y al mundo entero en la degradante opinión que tienen de nosotros, con respecto a la conducta observada hasta ahora en estos países: cuando tenemos en nuestro arbitrio desmentir a cuantos nos hayan improperado (como lo harán seguramente las Cortes y el Gobierno), un puñado de hombres se empeñan en malograr los desvelos y la aplicación de los verdaderamente patriotas, a quienes no se les puede tachar de egoístas ni interesados. No repugnan el reconocimiento de la independencia, porque conocen el imperio de la necesidad: ¿por qué no lo conocen para ser dóciles, dulcificar la suerte y, lejos de poner obstáculos al bien que pueden hacerles, allanar dificultades y contribuir al mismo tiempo que a la felicidad general, a la suya propia y a conservar glorioso el nombre de una patria que dicen aprecian? Airosos quedarán los españoles con que los comerciantes de Ve- [p. 469] racruz hagan unos esfuerzos cuyo resultado será perecer y prolongar los desastres de la guerra, exponer a los dueños del país, hacer de peor condición a sus compatriotas, traer a la memoria antiguos resentimientos y precisar al Gobierno a que ajuste tratados que no podrán menos que serle afrentosos, porque no serán hijos del liberalismo y de la generosidad de una madre tierna, sino de la necesidad de la fuerza que contra su placer les hizo sucumbir: ¿le parece a usted que debemos dar las gracias a los señores que nos quieren hacer representar tan ridículo papel? Toda la dificultad está en los caudales, en que se les han detenido, en que en las anteriores revoluciones se les han arrebatado, en que se les impondrá un derecho exorbitante, ¡pobres hombres!, les ciega el interés privado y no ven el precipicio a que se arrojan pudiendo evitarlo.

87Se han detenido los caudales: según el convenio deben quedar a disposición de sus dueños, y la resistencia de los veracruzanos opone un obstáculo invencible a que tenga efecto en esta parte.

88En las revoluciones anteriores se atentó contra la vida y propiedad de los europeos: en el convenio [p. 470] se garantiza uno y otro.

89Iturbide no basta, dicen, para ofrecer esta garantía: ¿de quién la quieren, hoy que es él quien manda la fuerza y dispone los destinos?, ¿y no ven establecida una Junta provisional, una Regencia y unas Cortes? Yo he firmado el convenio y he dicho a usted, de lo que me acuerdo bien, que no bastaba la garantía del señor jefe para la venida del rey, o de una persona de su familia; pero no basta para esto solo, y es sobrada para todo lo demás; porque es el único con quien se puede tratar en el día, y el único también que podría en la actualidad disponer otra cosa, lo que yo no haré comprometido por su palabra y firma. El derecho de extracción será exorbitante: ¿no lo tenían todo perdido?, pues lo que les quedará, eso se encuentran, además que no estamos en este caso, el porqué ya lo digo en la carta del gobernador. Y también parece que en algún modo se ha dejado llevar [por] la ofuscación general: no se trata de abrazar partido, de volver las espaldas a la patria, de pelear contra ella, de hacer en su defensa sacrificios; el negocio del día es conocer los derechos de los pueblos, el sistema del gobierno, sacar el mejor partido, y espe- [p. 471] rar, en calidad de empleado por él, la resolución de este, trabajando entretanto en lo que le conviene según nuestro modo de pensar, que tiene bastantes razones en que apoyarse; si accede a mandar un príncipe, sin ser malos, podemos fijarnos en donde nos acomode, si no accede, entonces podremos trasladarnos a donde nos necesite, y estar a su disposición.

90Reciba usted expresiones de mi mujer, y los afectos de su seguro servidor y amigo que besa su mano, Juan O’Donojú.

91Señor don José Dávila. Puebla, 7 de septiembre de 1821. Mi estimado amigo. Avisé a usted desde Orizaba el recibo de su apreciable de 22 anterior, y ofrecí, por no tener tiempo para contestar entonces, hacerlo desde aquí: en efecto, no pierdo correo.

92He sentido que mis anteriores disposiciones sobre reembarco de tropas procedentes de La Habana hayan dado a usted un mal rato y puéstole en compromisos; y he sentido también que el convenio firmado en Córdoba no haya merecido la aprobación de usted pero permítame usted que le diga, si ha leído [p. 472] sin la necesaria meditación, no se han tenido presentes la época y las circunstancias, se ha exaltado la imaginación, figurándose lo que jamás sucederá, y quizás el interés no ha sido el primero que ha entrado en el cálculo. Persuadirse los veracruzanos que, reconocida la independencia, México y Veracruz habían de conservarse bajo el gobierno de la metrópoli (no quiero ofender su ilustración), pero no veo en qué principios apoyasen semejante hipótesis: firmar la voluntad de los pueblos porque tienen fuerzas con qué sostenerla, porque el Gobierno español se dirige por principios liberales, porque aun cuando fuesen otras sus intenciones no podrán llevarlas a efecto, ni yo me hubiera encargado de ser instrumento de opresión. Y supuesta la independencia, ¿cuáles son los privilegios de México y Veracruz?, ¿que todavía no han entrado en esos pueblos los que defienden la opinión general altamente pronunciada?, pero pueden hacerlo; ya porque se trata de evitar desgracias, y ojalá tan infundada temeridad no los precipite a prescindir de todo y hagan sufrir a estas poblaciones el fruto de su inconsideración. ¿Es justo que la opinión de doce provincias sea contrariada por al- [p. 473] gunos vecinos de dos ciudades? Esperemos el resultado de Europa, pero sea el que quiera, México y Veracruz han de ser independientes; díganme si no ¿cuál es su esperanza? Considérese como requisito esencial para la independencia de Nueva España la sanción real: ¿y si el rey no quiere dejarla, dejará de verificarse? Que yo anunciase que esperasen la correspondencia de mediados de junio, fui de sentir que así convenía, pero si el paso ya estaba dado o si a mí se me ha oído en esto, ¿en dónde está la peor condición de los europeos en México y Veracruz? Esta proposición, amigo, es avanzada; mi delicadeza se resiente de que haya quien se persuada de que soy capaz de acceder a lo que no sea conforme a equidad y razón: si dejo correr alguna vez la balanza será en obsequio de mis compatriotas.

93Al artículo 15 se le impone una censura tan criminal como infundada: ninguno de los derechos que se citan contra él ha sido infringido, ni jamás se dudó que una nación tiene facultades para establecer un impuesto, toda la dificultad estará en el artículo sobre qué se impone y en el más, o en el menos, derecho de extracción de moneda que todos los [p. 474] pueblos lo conocen. Pero es indeterminado y no sabemos a lo que ascenderá; tal vez asciende a la mayor parte del capital: esta suposición no es de hombres que tienen formada una idea justa de sus semejantes, es de un melancólico que ve siempre las cosas con aspecto triste; es del que, apegado a su dinero, siempre le ve escapársele de entre las manos. El derecho de extracción ha de ser efecto de una ley; está dictada por los primeros hombres de las provincias y, siendo lo más natural esperar acierten, ¿hemos de empezar por creerlos injustos? Acuérdense también de que todo estaba perdido y que lo que quede, eso se hallan, esto es cuando no se les quiera conceder todo lo que suponen.

94No se estima menos violento el artículo 16 y no es menos infundada la calificación: la salida del reino será el resultado de una causa; será una pena; lo uno y lo otro supone leyes que determinan los trámites, y estamos en el caso del artículo anterior.

95Por notoriamente desafectos no se entenderán esos hombres cuyas virtudes cívicas usted tanto elogia; será sí, los que aquí en adelante sean te- [p. 475] merarios, y se acabó la retroacción del convenio. Por otra parte, si los europeos fuesen aquí maltratados ¿cuál sería la suerte de los americanos en Europa?, ¿se habrá escapado esta reflexión a los que lo han de determinar, siendo todos ellos hijos, hermanos de los que han de sufrir el rigor de las leyes que dicten?

96Se empeña usted en mi regreso a Veracruz: ¿es posible que usted no vea los inconvenientes de esta marcha?, ¿y es posible que esos habitantes no han de ceder sino al rigor y a la desgracia? Esto, sí, deshonra la patria, porque compromete su honor, desaira sus armas e impone a sus hijos la nota de insubordinados, temerarios y rebeldes.

97Mis amigos, los que encargué a usted viesen mi carta, todos excepto Primo de Rivera me han escrito en el mismo sentido que usted; y deseo vean todos esta contestación por no repetir a todos lo mismo. Sin embargo que me consta la edad y achaques de usted, nunca los consideraré tales que le prohibiesen usar de aquel carácter entero y firme que le distingue. Últimamente, el tiempo hará ver a los europeos su equivocación: él me justificará, y Dios [p. 476] quiera no vean cuando ya les ofenda la luz.

98Queda de usted su afectísimo seguro servidor que su mano besa, Juan O’Donojú.

Número 9o

99El general Dávila y brigadier Lemaur, a quienes escribió desde esta ciudad, como hemos visto le contestaron con fecha 18 del mismo mes de septiembre. Página 199.

Respuesta de Lemaur

100Excelentísimo señor don Juan O’Donojú. Veracruz, 18 de septiembre de 1821. Recibo la apreciable de usted de 7 de este, que, aunque antes anunciada como contestación a la mía del 28, no la esperaba ya sobre el mismo asunto. Creí a la verdad, que reflexionando usted sobre la mía (mayormente habiéndola leído varias veces), agregaría a las razones que yo expresaba, otras aun más graves, e insinuadas solo para excusarle ofensa, y que no la recibiría de mi decisión conociendo mis principios, ya que no bastasen a cambiar la suya en los que sigue.

101Veo sobre todo por el final de su citada carta cuán encontrados se hallan unos y otros; y en la necesidad que usted me pone de no poder negar el apoyo [p. 477] de la razón a los míos, deseo que la sinceridad no me haga tropezar con su enojo. Podrá ser la conducta pública de usted opuesta y aun enemiga de la mía, mas no a la suya mi persona. Hecha esta protestación, vamos al asunto. Uno de los mayores bienes producidos por la ilustración del siglo, a la que usted apela, ha sido el difundir con generalidad el conocimiento de los deberes y derechos de los pueblos, de los reyes y de los funcionarios públicos de todas clases: y debiendo todos estar sujetos a la ley en sus diferentes relaciones civiles, sábese que cuando en los casos graves faltan abiertamente a ella los superiores, no solo no les es ya debida, sino que sería criminal la obediencia en los subordinados. Tal vez no habría César tenido con quien pasar el Rubicón, alzándose contra su patria, si entre sus soldados hubiesen sido tan comunes como ahora los conocimientos. En el caso en que nos hallamos, usted fue aquí reconocido con el carácter de capitán general y jefe superior político de Nueva España, y mientras no traspasase notablemente las atribuciones que le correspondían, todos, en el ejercicio de ellas, le debíamos obediencia; mas, ¿con qué [p. 478] derecho podrá exigirla al unirse y adoptar la mira de los enemigos que se han levantado contra el gobierno establecido en este reino? Todos sabemos que a usted tocaba defenderlo contra cualquiera opresión y mantener en él la observancia de la Constitución y de las leyes, protegiendo en cuanto pudiese a los que le prestan obediencia y viven bajo su amparo, y de ningún modo dar apoyo con su autorización y ejemplo a los que intenten subvertirlas. Todos sabemos también que usted no tiene facultades para pactar con ellos confirmando sus intentos, pues no se las da un carácter público y reconocido; y no solo no se ha presentado con el de plenipotenciario, mas declara virtualmente en su carta a este gobernador, que ningunos poderes ha recibido del Gobierno de España con este objeto. Dice usted en dicha carta que era indispensable firmar la independencia, y sus razones para esto son: primera, la decidida voluntad del pueblo; segunda, su fuerza para sostenerla; tercera, dirigirse por principios liberales el Gobierno español; cuarta, que aunque así no fuera no podrían sus intenciones tener efecto; y finalmente la quinta, [p. 479] que no se hubiera usted encargado de ser instrumento de opresión; y, más adelante, entre las consideraciones presentadas para que México y Veracruz desistan de toda resistencia y reconozcan el convenio hecho por usted con Iturbide, añade «que aunque no quiera el rey dar la sanción a la independencia, no por eso dejará de verificarse».

102Estas propias razones, cuya fuerza examinaré seguidamente, y en que usted pretende apoyar sus determinaciones, y sobre todo la consideración última, manifiestan desde luego que no solo no ha recibido usted de nuestro Gobierno ningunos poderes ni autorización para ajustar el convenio, sino que ha obrado con desprecio de ellos, o sin creer que fuesen necesarios. Nadie ignora, sin embargo, que ningún instrumento en que se contratan cualesquiera obligaciones ajenas, ya sea entre individuos o entre naciones, puede ser válido a no estar firmado por los que tengan suficientes poderes otorgados de las partes interesadas en las mismas obligaciones contratadas; y, careciendo usted de todo poder, como queda manifestado, ¿qué valor imagina que podrá darse al convenio ajustado con Iturbide en que se declara la independencia de Nueva España? Claro es- [p. 480] tá que, cuando más, solo tendrá el de acreditar el deseo que los dos contratantes manifiestan de establecer dicha independencia, pero así el deseo de usted como el de Iturbide y sus miras particulares, están lejos de ser el origen ni causa de ninguna obligación para el Gobierno de España, ni para cuantos sujetos a él deben obedecer sus leyes. Dicho convenio es, pues, de los que vulgarmente se llaman nulos y de ningún valor ni efecto legal, y no me detengo en asegurar a usted que bajo este concepto será considerado en todas partes y en España, así que llegue a noticia de nuestro Gobierno, cualesquiera que sean sus disposiciones respecto a conceder o negar la proyectada independencia. Estas, sin embargo, podrán conjeturarse en vista del fundamento que tengan algunas de las razones que usted nos declara haber motivado su conducta y a cuyo examen procedo.

103Alega usted por primera la decidida voluntad de los pueblos. Yo supongo querrá hablar de la voluntad ilustrada, y no de la ciega o furor ajeno de toda razón, que lejos de conducir los pueblos a mayor felicidad, los arrastra en medio de [p. 481] la anarquía a su exterminio y ruina. A los que agitan esta última voluntad sería de desear que para bien de la humanidad los contuviese en sus extravíos otro más poderoso, así como los más cuerdos por humanidad sujetan y encadenan a los locos, y les estorban que se despedacen. Mas no es esto solo de desear sino inevitable el que más o menos tarde suceda y las historias antiguas y modernas nos prueban con muchos ejemplos que siempre fueron presa de la conquista los países donde dominó la anarquía. Aunque, pues, conceda yo ahora por un momento que hay como usted dice, en Nueva España, esta decidida voluntad de independencia, ¿cómo podrá acreditarse que es una voluntad ilustrada? ¿Ha podido usted examinar detenidamente, como sería necesario, el estado civil y moral de estos habitantes para persuadir que acertaba en su fallo? Yo no lo creo: estoy muy lejos de pretender agraviarlos ni aun con mi pensamiento, pero entiendo que en el punto de que se trata no deberán ofenderse de que se les ponga al nivel de los de Buenos Aires. ¿Y cuáles han sido allí los efectos de [p. 482] la emancipación que para aquí se proyecta? La desolación y el exterminio, y este de ningún modo causado por las armas de España, sino por las mismas de aquellos desventurados naturales, que llegaron a cambiar en un mes, en medio de la sangre, hasta seis o siete gobiernos. A excelsa gloria, no hay duda, son llamados los irreflexibles demagogos que en tan grande abismo precipitaron allí a sus ciudadanos; y otra no menos ilustre y parecida muestran buscar aquí los que han exaltado estas gentes en pos de su decantada independencia.

104Recuerdo que solo hipotéticamente concedí que aquí hubiese por ella la decidida voluntad que usted supone; y ahora niego que así sea. ¿Cómo, en efecto, Iturbide no ha hecho hasta ahora reunir en un Congreso los diputados de todas las provincias para que expresen legalmente su supuesta voluntad? Y no se diga que a esto se oponen los cuerpos de tropas españolas que se hallan interpuestos, pues se declara que no hay otras que las encerradas en México, Veracruz, Perote y Acapulco. Mas, ¿cómo ha de reunirlos? Sabe muy bien que las castas que pueblan las costas del sur se resisten con sus no des- [p. 483] preciables armas a reconocer otro gobierno que el que han tenido. Sábese que los de esta costa con su jefe Gudadalupe Victoria, no quieren sino república, ¿y quién ignora que los caudillos Guerrero, Bravo y Herrera no reconocen la supremacía que Iturbide se abroga de primer jefe del ideado imperio, y que antes bien le obligan a que los trate de excelencia, cuando ellos solo le contestan con el trato de señoría? Fuera de esto, los indios, que como aborígenes debiera usted llamar en todo caso los verdaderos amos de la tierra, más bien que a los criollos que capitanea Iturbide; estos indios, digo, ¿sabe usted cómo piensan? Es muy seguro que no se ocupan de semejantes cuestiones, pero sí que llevan muy a mal que Iturbide o algunos de sus medio-subordinados les haya arbitrariamente cuadruplicado el tributo que antes pagaban y de que por la Constitución quedaron exentos, y esto basta para que amen el antiguo y detesten el nuevo Gobierno. Por último no aventuro el equivocarme, asegurando que no solo no aceptan, pero que por lo menos los nueve décimos de la población de Nueva España ni siqui- [p. 484] era entienden, ni menos saben explicar lo que sea independencia política, por la cual se quiere suponer que suspiran, y dice usted que tienen voluntad decidida.

105No es dable que a su penetración se oculte que esta independencia que se proclama no tiene otro principio ni fuerza que la de una conspiración, formada a la sombra de la impericia y abandono de nuestro anterior Gobierno, y cuyos soldados y apoyo no son sino parte de las tropas seducidas por un caudillo ambicioso, que con ellas, y por la disminución de las nuestras, ha movido y sustenta esta guerra que, no recibiendo otro auxilio, puede cesar y apagarse como un fuego fatuo, con la misma facilidad y prontitud que se extendió desde su pequeño origen.

106Bastaría esto que acabo de decir para dar su verdadero valor a la segunda razón que usted nos alega: conviene, sin embargo, añadir que la ponderada fuerza que defiende la independencia se compone en casi su totalidad de un conjunto de hombres sin disciplina e incapaces de sujetarse a ella, que accidentalmente reú- [p. 485] nen, no el amor a la patria, que no conocen, sino el del pillaje y el odio constante que se les inspira, no tanto al Gobierno español como a los españoles, cuyos despojos aspiran a repartirse si los pueden lograr sin riesgo y poco trabajo. El resto, algo menos irregular y que acaso no llega a ocho mil hombres desertados de nuestras banderas, no está animado de mejores sentimientos, ni muestra respeto ni subordinación a sus oficiales, quienes solo codician alcanzar los gobiernos y empleos que dejará vacantes la expulsión de los españoles. Ha tiempo que sus principales jefes, mirando el término de esta guerra como el principio de la que se harán para llegar al mando supremo, se observan desconfiados unos a otros, y han estado a punto varias veces de venir a las manos. De lo que esta fuerza heterogénea y anárquica sea capaz, cualquiera puede inferirlo, y lo que ha hecho hasta ahora, lo comprueba. ¿Qué plaza, en efecto, o qué puesto ha tomado Iturbide que no fuese por seducción? Capituló Querétaro con doscientos hombres de nuestras tropas, que a pesar de su re- [p. 486] ducido número creían entonces que solo vendidas podrían rendirse al enemigo, lo cual ya nadie duda viendo al brigadier Luaces, jefe de ellas, pasado a la facción de Iturbide; ¿pero el general Cruz, sin más que quinientos españoles que pudo recoger fuera de su provincia, ha sido por ventura vencido? No por cierto, porque no es fácil que lo sea a la seducción. Se alegará que también se rindió Puebla: ¿pero su guarnición por las seducciones no estaba reducida de tres mil hombres a menos de mil cuando capituló?; ¿y qué muertos y heridos hubo durante el sitio?, acaso no pasan de dos docenas; y vimos al coronel Obregoso, que ajustó la capitulación, pasarse luego al partido independiente. Por el contrario, ¿no hemos visto esta plaza sin fortificaciones ni guarnición rechazar las fuerzas más regulares del enemigo, que perdió trescientos hombres entre muertos y prisioneros con toda su artillería, a manos, puede decirse, de unos paisanos españoles? Pues en esto no hubo otro milagro sino que la seducción no pudo hacer aquí de las que acostumbra en esta guerra. [p. 487] Por último, las fuerzas reunidas del proyectado imperio rodean a México, donde tiempo hace se reconcentraron todas nuestras fuerzas que no pasan de seis mil hombres, y sin embargo no se atreven los enemigos a tomar posición a menos de cuatro leguas de aquella capital. ¿No acaban de perder más de dos mil hombres acercándose a Escapuzalco? Bien conoce Iturbide que cien ejércitos como el que tiene se desharían antes de reducir a México, y por lo mismo acude a sus acostumbrados medios: así es que usted se acerca a Novella con su fausto tratado en la mano y lo que no ha podido ni puede hacer la fuerza, se intenta alcanzar de las perplejidades sobre pertenencia legítima del mando en que han de ver a las autoridades de aquella capital, o de las situaciones que puede facilitar la comunicación que habrá durante el armisticio. Estas son verdaderamente las fuerzas de reserva en que se apoya la independencia.

107Si en lugar de la liberalidad de principios porque se dirige el Gobierno español fuera posible que protegiese la licencia de las pasiones, entonces solo creería yo que siguiendo usted el espí- [p. 488] ritu del mismo gobierno, habría tenido en la tercera fundada razón para dar el auxilio de su autoridad a las que encienden esta guerra; mas la liberalidad de principios aplicada al gobierno no entiendo que indique otros que los de la justicia ilustrada en la formación de leyes, encaminadas a asegurar la prosperidad y felicidad; y ya dejo dicho bastante para que se vea cuánto se apartarían de ella los de este reino con la insurrección que usted les apoya. La cuarta razón que tuvo usted para firmar la independencia es el creer que aunque no la aprobase el Gobierno de España, sus intenciones de oponerse a ella no podían tener efecto. Este efecto creía yo que debería usted haberlo esperado de la fortuna, cuando no de la divina Providencia, después de poner todos los medios de la naturaleza humana para alcanzar lo favorable, y que solo de este modo hubiera llenado las intenciones del Gobierno, que es la sagrada obligación a que deben sujetarse todos aquellos funcionarios suyos que procuran serle fieles. Mas veo aquí la decidida oposición de los principios de usted con [p. 489] los míos, de que hablé al principio de esta carta, y con esto está dicho todo; y solo advertiré, en cuanto a tener o no efecto el intento de sujetar este país a la debida obediencia, que el decidirse como usted hace por la negativa puede ser dudoso, pues nada hay que lo sea tanto como las profecías, sobre todo las políticas. Tenga usted presentes las que se hicieron por los hábiles acerca de la suerte de España invadida por Bonaparte, y recordará que las que más lo parecían no salieron acertadas, ni tampoco afortunados los que por ellas se guiaron buscando su mayor provecho; mas lo que siempre será cierto es que al que le guía el honor no puede llevar mal camino.

108Lo que ahora usted nos declara por su razón quinta y última, diciendo que no se hubiera encargado de ser instrumento de opresión, sería de desear y muy debido habérselo declarado antes a nuestro gobierno cuando le nombró capitán general, pues no dudo que al saber que no quería prestarse a vencer y oprimir a sus enemigos le habría librado de los escrúpu- [p. 490] los que ahora le asaltan, retirándole por lo mismo dicho nombramiento. Entre tanto es algo raro que usted no los forme, al declarar también en otro lugar que los españoles deben contentarse con la parte que los levantados quieran dejarles de sus bienes, debiéndolos considerar ya todos como perdidos; y porque los de México y Veracruz no forman tan sublime resignación, les dice usted inquietos, insubordinados, temerarios y rebeldes. Yo confieso serlo también por el favor de Dios contra semejantes principios, quedándome además una verdadera pesadumbre al ver la ingenua confesión que usted hace de ellos; y reprimiendo en esta ocasión, no sin gran trabajo, el desahogo de mis sentimientos que no hallan voces con qué presentarse, a no dar a usted muy grave ofensa.

109Creo entre tanto que puede usted consolarse por lo que nos toca de que no aprovechemos esta ocasión siguiendo su exhorto, para desmentir la degradante idea que supone tienen de nosotros los americanos y el mundo entero por nuestra conducta en este país. Descuide usted en nosotros mismos el defender la nuestra, que difícilmente será atacada por [p. 491] lo que hacemos, y sírvase emplear todo su cuidado en excusar la suya, que no sé cuál baste para hallarse aprobadores. Nunca las Cortes ni nuestro gobierno podrían serlo, según ya he demostrado, aunque sus disposiciones respecto a estos países fuesen las que usted les supone; y espero se haya desengañado ya por el último correo de cuán opuestas las tengan. Dice usted por último, refiriéndose al final de mi anterior carta, que yo también participo de la ofuscación general, y sobre esto declara que sin ser malos hijos de la patria pudiéramos fijarnos al lado del príncipe que con Iturbide ha concertado usted que venga a reinar aquí. Yo entiendo que con anuencia de nuestro Gobierno podría decorosamente pasar al servicio de otro ya establecido, mas contribuir a la emancipación de una provincia sujeta al mío, y aguardar en ella los favores del príncipe a quien así hubiera allanado el camino a su nuevo trono, es preciso ofuscarse mucho para no conocer que es caso muy distinto, y usted me dispensará que me resista a merecer el nombre que se da a los que en él incurren, y que alegue siempre mi decidida [p. 492] oposición a sus principios. Afirmo, pues, de nuevo, lo que expuse acerca de esto en mi anterior; y advirtiendo por lo que usted explica en la suya que no me engañé en el sentido que di a la insinuación de su primera a que me contraje; y habiendo leído también la contestación que este señor gobernador da a la de usted, reproduzco cuanto en ella se contiene por muy conforme a mis sentimientos.

110Con esto renuevo mi agradecimiento por sus expresiones, etcétera, etcétera, Francisco Lemaur.

Respuesta de Dávila

111Excelentísimo señor don Juan O’Donojú. Veracruz, 18 de septiembre de 1821. Mi estimado amigo y general.

112Cuando por mi anterior confidencial de 29 de último expuse a usted algunas de las razones que se oponían al reconocimiento de su convenio ajustado con Iturbide, y al reembarco de la tropa que había llegado de La Habana, debí esperar que infiriendo las demás que yo emitía, o que solo ligeramente insinuaba, se habría penetrado de que mi estudio en excusarle ofensas no era olvido de los principios que esencialmente debían guiar mi conducta; ni era tampoco indicio de faltarme firme- [p. 493] za para observar la exhortación que le hacía de que viniese a esta plaza a ejecutar por sí lo que me proponía. Esperaba entonces que llevado usted en ella por el impulso y sentimientos de los que seguimos las banderas de la patria y del rey, habría recobrado el carácter con que vino, trayendo a su consideración las sagradas obligaciones que aquellas le pedían, mas veo ahora con harto dolor frustrada mi esperanza por la carta de usted de 7 de este mes, en que advierto su decisión a permanecer al lado de los enemigos y, con no menos sentimiento, noto que, desentendiéndose del espíritu verdaderamente amistoso de mi primera carta, aún persiste en sostener los mismos tan equivocados principios de su primera, ofendiendo además mi carácter, pues la exposición con que procura atraerme a ellos solo puede nacer del concepto que ha debido formarse de ser yo capaz de vacilar yo en los míos. Fundo los que sigo en el conocimiento de la ley, y en mi decidida resolución de observarla. Conforme a ella el carácter que usted trajo de capitán general le imponía la obligación de [p. 494] defender este reino, haciendo que en él se mantuviese en cuanto fuera posible el gobierno establecido, lejos de facultarle para consolidar los intentos que se hicieron para subvertirlo, mediante el pacto que ha firmado con los revoltosos. Por el mismo carácter tuvo usted la investidura de protector de cuantos obedecen y están sujetos en el mismo reino a las leyes del de España, y de ningún modo la de plenipotenciario para ajustar condiciones con los que niegan la obediencia, dejando oprimir a los que dicha protección era debida. No sería incompatible, sin embargo, que al carácter de capitán general hubiese usted unido el de plenipotenciario; mas no es lo peor que usted carezca de los competentes poderes para esto, y que sin ellos haya ajustado el supuesto convenio, sino que intente ofuscarme al punto de querer persuadir que no son necesarios, adelantando que aunque el rey no quiera sancionar la independencia de este reino no por eso dejará de verificarse, y que el firmarla era necesario por ser tal la voluntad de los pueblos. Luego usted ha fir- [p. 495] mado lo que entiendo desaprobará el rey: luego obra usted decidido a desobedecerle y, en este caso, ¿cuál puede ser su derecho para exigir de los demás obediencia? Mas dejando aparte esto, y otras consecuencias obvias, y también la supuesta voluntad de los pueblos de que tanto se ha abusado en todos tiempos, y que usted no ha consultado ni podido consultar en este, oyendo solo a Iturbide, por qué principio podrá justificar esta necesidad en que creyó verse de firmar vanamente, porque la firma de usted no podía darle valor sino en virtud de poder competente que para esto hubiese recibido del Gobierno español; y, careciendo usted de tal poder, su firma no supone ni puede suponer en consecuencia sino su privada y personal adhesión a los principios declarados de la misma independencia, sin que por consiguiente envuelva ninguna obligación para el Gobierno de España ni para ninguno de sus funcionarios y ciudadanos; esta firma y convenio suyos han sido por lo mismo actos puros de su solo arbitrio y voluntad, no solo sin autorización legal, sino en desprecio [p. 496] de lo que las más sagradas leyes le prescribían; ¡y sin embargo llama usted a los que las respetan insubordinados, temerarios y rebeldes, porque no se prestan a obedecer lo que quizá concede a Iturbide! No será ciertamente dudoso a los ojos de la España y de toda la Europa ilustrada, en el caso en que nos hallamos, a quiénes corresponden más bien tan depresivas calificaciones.

113Nunca han podido pretender, como usted supone, estos que llama de Veracruz o de México, y que tanto honran el carácter y las armas españolas, que si el Gobierno de la antigua España se resolvía a dar la independencia a esa nueva (más bien que reducirla como puede a la debida obediencia), fuesen ellos solos exceptuados de esta ley general, sino que, mientras esta no tuviese la sanción real, no se exigiese de ellos su aquiescencia a los principios de la independencia propuesta, que hasta entonces nunca debía ser válida.

114Esto sí es observar las leyes, observar los pactos sociales que unen los pueblos, de que no hay épocas ni circunstancias que dispensen, como usted parece entenderlo; y esto es mirar solo a lo que pi- [p. 497] de el interés de la patria con desprecio de los demás personales y de cualquiera cálculo de provecho y engrandecimiento propio que a otros gobierne. Cuando la nulidad del convenio está demostrada, no hay para qué detenerse, sobre todo después de las reflexiones ya hechas, en mi primera carta, en añadir otras convenciendo la justicia y dureza de sus condiciones para los españoles aquí establecidos. Admitiré sin embargo acerca de esto la confesión que usted hace, queriendo que recuerden que todo lo tenían perdido, y que debían mirar como hallado lo que les quede: mas, ¿cómo lo habían perdido todo si también antes había ofrecido Iturbide su garantía para las propiedades españolas? Luego, a pesar de ella, cree usted y afirma que las debían mirar todas como perdidas; luego, no valiendo nada en el concepto de usted aquella garantía anterior, aunque declarada y reconocida, tampoco deberá ser esta válida y segura, pues se funda en la misma palabra, a no ser que usted pretenda que su convenio ha tenido la virtud de cambiar la moralidad de Iturbide. De todos modos usted quiere que [p. 498] estos españoles se contenten con la parte de sus propiedades que el enemigo como vencedor vándalo quiera dejarles. Fuerza es confesar que esto solo podría verse en un convenio donde admitió la condescendencia cuanto quiso dictar la arrogancia. Y a tan duras e insultantes leyes, ¿ha podido usted imaginarse un momento que se someterán españoles, rindiendo las armas que aún tienen en las manos? Una salus victis…, esto, esto sí que se puede recordar a la nación española, más que a ninguna otra, para ser escuchado. No desmentirá ciertamente sus antiguas glorias, y aun las mayores recientemente adquiridas con asombro del mundo, dejando así insultar en este país, y despojar impunemente a sus hijos. Muy mezquina idea tiene de su patria el español que por verla angustiada en su regeneración política se persuada que no hará los sacrificios necesarios para tomar la debida satisfacción de tan inauditos agravios.

115Abandonen esta esperanza los hijos espúreos que creyeron hallar favorable esta ocasión para clavar el puñal en el seno de su madre. No [p. 499] tomará tampoco su venganza, como por otra no menos mezquina idea se supone que deberá hacerlo, de los inermes mexicanos que haya en la Península; aquí, aquí en este mismo teatro de la injusticia, sabrá distinguir también entre el inocente y el culpado en la aplicación de un castigo, y… Mas, ¿dónde voy? Es menester cortar aquí el desahogo de mis sentimientos, que ya le ofendería a usted directamente si lo prosiguiese.

116Queda de usted afectísimo servidor que su mano besa, José Dávila.

Número 10

117El 17 de septiembre anunció a los mexicanos por medio de una proclama que había terminado la guerra. Página 197.

118Habitantes de Nueva España: Luego que pisé vuestras costas tuve el honor de dirigiros la palabra; las circunstancias de aquella época eran tan desagradables como gratas las de la actual; yo me apresuro a comunicaros, poseído del placer [p. 500] más puro, las noticias más satisfactorias, recompensándoos así de alguna manera la buena acogida que encontré entre voso tros y las distinciones que os debiera. ¡Ojalá pueda daros tales testimonios de mi gratitud que queden satisfechos mis deseos!

119Mexicanos de todas las provincias de este vasto imperio, a uno de vuestros compatriotas, digno hijo de patria tan hermosa, debéis la justa libertad civil que disfrutáis ya y será el patrimonio de vuestra posteridad; empero un europeo ambicioso de esta clase de glorias quiere tener en ellas la parte a que puede aspirar, esta es la de ser el primero por quien sepáis que terminó la guerra.

120Estoy en posesión de los mandos militar y político de este reino como capitán general y jefe superior nombrado por su majestad y reconocido por las autoridades y corporaciones de la capital: el ejército que defendía a esta obedece mis órdenes, cesaron felizmente las hostilidades sin efusión de sangre, huyeron lejos de nosotros las desgracias que muy de cerca nos amenazaban, el pueblo disfruta las dulzuras de la paz, las fami- [p. 501] lias se reúnen y vuelven a estrechar los vínculos de la naturaleza que rompió la divergencia de opiniones, y bendice a la Providencia que hizo desaparecer los horrores de una guerra intestina, substituyendo a las convulsiones de la inquietud las delicias de la tranquilidad, al odio amor, y a las hostilidades amistad e intereses recíprocos. Amaneció el día tan suspirado por todos en que el patriotismo exaltado se redujo a sus verdaderos y justos límites, en que los antiguos resentimientos desaparecieron, en que los principios luminosos del derecho de gentes brillaron con toda su claridad. ¡Loor eterno y gracias sin fin al Dios de las bondades que usa así con nosotros de sus misericordias!

121Instalado el Gobierno acordado en el tratado de Córdoba, que ya es conocido de todos, él es la autoridad legítima, yo seré el primero a ofrecer mis respetos a la representación pública. Mis funciones quedan reducidas a representar al Gobierno español, ocupando un lugar en el vuestro, conforme al dicho tratado de Córdoba, a ser útil en cuanto mis fuerzas alcancen al americano y sacrificarme gustosísimo por todo lo que sea en [p. 502] obsequio de mexicanos y españoles.

122Tacubaya, 17 de septiembre de 1821, Juan O’Donojú.

Número 11

123… el 19 del mismo escribió un oficio y una carta al general Dávila. Página 197.

124Tengo la satisfacción de incluir a vuestra excelencia los adjuntos impresos que hemos dado al público el señor jefe del Ejército imperial y yo; por ellos se penetrará vuestra excelencia de que estoy en posesión de los destinos de capitán general y jefe superior político de este reino, allanadas las dificultades que tenían la capital en convulsión, reconocido por las corporaciones y autoridades, y puesto a la cabeza del ejército de México, teniendo abiertas las puertas de esta ciudad que, en consecuencia de esto, de la buena armonía que sigo con dicho señor jefe, y de haber hecho conocer a todos el deber en que están de conformarse, con la voluntad general altamente pronunciada, y enérgicamente sostenida, ya son unas las opiniones, cesaron las hostilidades y reina la paz de que tanta necesidad tenían [p. 503] estas provincias después de diez años de desastres. El complemento de esta grande obra es el olvido de los anteriores extravíos que la nación mexicana ofrece por conducto del señor Iturbide, a los que se hallen en el caso de necesitarlo, habiendo yo por mi parte ofrecido lo mismo a los europeos.

125La Junta provisional gubernativa acordada en el convenio de Córdoba, está nombrada, muchos de sus vocales en estas inmediaciones, y quedará instalada dentro de brevísimos días. Doy a vuestra excelencia todas estas noticias oficiales para su gobierno, y que sirvan de justificación en el concepto de los que nada preveen a mis anteriores providencias, sin embargo que ellas no necesitan de la aprobación de esta clase de gente, que solo sirve para seducir a los incautos, retardar el bien y prolongar las desgracias.

126Las últimas noticias de España que alcanzan hasta el 26 de junio, hablan de que se piensa en Europa con respecto a la América como yo pensaba y pienso: las Cortes están penetradas de las mismas ideas, y el Gobierno en consonancia con ellas y con la opinión pública, para confusión de los igno- [p. 504] rantes, de los díscolos y mal intencionados.

127El inmediato responsable de esa plaza es vuestra excelencia, su responsabilidad no está reducida a defenderla contra los ataques de un enemigo, ella se extiende a procurarle todas las ventajas a sus habitantes y guarnición, a ceder a lo justo y que no sirva de obstáculo una tenacidad temeraria a la prosperidad de la nación y a la dinastía de sus reyes. Supuesto lo dicho y que soy el capitán general, prevengo a vuestra excelencia rectifique la opinión pública que está extraviada, y esté pronto a obedecer al nuevo Gobierno luego que yo se lo dé a reconocer. Si alguno, sea quien fuere, pues ante la ley todos son iguales, se opusiese o maquinase contra esta disposición, es un traidor a la patria y al rey, es un rebelde y no se detendrá vuestra excelencia en mandarle formar inmediatamente causa para que sufra la pena a que se haga acreedor: cualesquiera condescendencia, disimulo o debilidad por parte de vuestra excelencia será un delito que tampoco quedará impune.

128Los adjuntos papeles se servirá vuestra excelencia mandar se reimpriman y circulen, así como todos mis an- [p. 505] teriores oficios, y el convenio de Córdoba, para que llegue a noticia de todos.

129El cumplimiento y aun la contestación de mi orden, previniendo el reembarco de la expedición procedente de La Habana, está pendiente; importa al mejor servicio que tenga efecto luego luego, y de no verificarlo habrá vuestra excelencia dejado de cumplir una de sus obligaciones, y me veré a mi pesar en la dura necesidad de exigirle la responsabilidad.

130Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Tacubaya, 19 de septiembre de 1821. Juan O’Donojú.

131Señor Gobernador de la plaza de Veracruz.

Carta que acompaña al oficio

132Señor don José Dávila. Tacubaya y septiembre 19 de 1821. Mi muy estimado amigo. El capitán Hernández me ha entregado su apreciable del 6, e informado de la situación de usted y estado de esa plaza: quedo enterado de todo y trabajando para que tenga usted descanso, entretanto apliquémonos todos a evitar desgracias y reducir a los fanáticos a los límites más estrechos. Iturbi- [p. 506] de a quien he hablado de usted en los términos que me ha dictado la amistad que le profeso, tiene formada de usted una justa opinión, y nada he tenido que hacer para inclinarle a su favor: usted no necesita de mis consejos, pero no puedo dejar de decir a usted que es conveniente aprovechar esta buena disposición.

133El adjunto oficio le parecerá a usted duro; es obra de la amistad y de la necesidad: de la amistad porque con él creo evitar a usted mil compromisos; usted se escuda con el deber de obedecer, y con la precisión de ponerse a cubierto; de la necesidad porque es indispensable, por bien o por mal, hacer entrar en razón a los que o no la tienen o la han olvidado. La independencia es un torrente que no se contiene por ningunos diques, estoy plenamente convencido de que la aprueba el Gobierno español, ya habrá usted visto los diarios de Cortes del 25 y 26 de junio. ¿Qué esperan pues, declarada la opinión del Congreso, esos cuatro visionarios? La idea de que se conserve Veracruz a la devoción de España, siendo un puerto del imperio, y tenien- [p. 507] do este necesidad de él y fuerza para tomarlo, es injusta, extravagante y manantial de males que causarían la ruina de la población, y la miseria de los habitantes que se salven de las furias de la guerra.

134Bien sé que usted está comprometido, pero tiene usted ilustración y experiencia, y tiene usted mi amistad para ayudarle a salir de cualquiera dificultad. El reembarco de las tropas de La Habana es indispensable, su permanencia más tiempo, además de la inutilidad y otras razones que lo reclaman, y ya he manifestado de oficio y confidencialmente, traerá no solo el perjuicio de los que componen esta expedición, sino de los demás militares que quieran irse a Europa; a todos es menester auxiliarlos, como se ha ofrecido, y si no se van despachando desde ahora, será un laberinto en adelante, que les incomodará, les detendrá, será menester hacinarlos en los buques, y Dios sabe cómo estaremos de metálico: yo no sé cómo se escapan reflexiones tan obvias.

135Me dicen que marchó Comoto y dejó para mí una carta insolente, remítamela usted para [p. 508] hacer de ella el uso que convenga. Este hombre nos ha engañado a usted y a mí, me debía el concepto de instruido, veraz, buen amigo e interesado por la patria, y es todo lo contrario. No conoce el mundo ni los principios de la política y del derecho de los pueblos y de los hombres; me ha calumniado y se empeña en hacer perder al rey o algún príncipe de su casa un imperio, y a España las ventajas que estos naturales tienen la disposición de facilitarle; y yo procuro aprovecharme de ella y asegurarla para lo sucesivo. Otros patriotas de igual calaña tiene usted a su lado, conviene que usted los conozca para que los desprecie.

136Hágame usted el gusto de no dilatarme la correspondencia que venga de España, pues es importantísimo que yo no pierda tiempo en recibirla.

137Dentro de 5 o 6 días estaré en México; no lo he hecho ya porque con la distribución de los cuerpos que han de salir, con la expedición de licencias a la tropa que las quiera, de retiro a los oficiales que los pidan, y mil otras disposici- [p. 509] ones que hay que dar, tengo muchísimos negocios que despachar, y los cumplimientos y la etiqueta de la capital me quitarán el tiempo; he prevenido a Liñán se encargue del mando militar interino y al intendente del político; me desembarazaré así por unos días de mil pequeñeces menos importantes, y puedo dedicarme todo a los negocios en grande.

138Soy de usted como antes afectísimo servidor y amigo que su mano besa.

139Juan O’Donojú.

Número 12

140… Agustín de Iturbide dirigió este mismo día una alocución (a)2 al Ejército Trigarante. Página 197.

141Proclama del Primer jefe del Ejército imperial de las Tres Garantías, a sus individuos.

142Ciudadanos militares: la bella ciudad que tenéis a la vista es México, la corte del grande Imperio que habéis formado; vuestro valor la restituye al majestuoso rango que perdió por haberla abismado la fuerza en el seno de la esclavitud. Gloria sea dada [p. 511] a vuestro patriotismo que superó las dificultades para conseguirlo. No os aflija vuestra pobreza y desnudez, la ropa no da virtud ni esfuerzo, antes bien, así sois más apreciables porque tuvisteis más calamidades que vencer para conseguir la felicidad de la patria. Los mexicanos conocen todo el mérito de vuestros servicios, por eso desean estrechar entre sus brazos a sus valientes conciudadanos, que les quitaron las cadenas para que se erijan en nación independiente. Saben los pasos que disteis desde Iguala, hasta dar vista al fértil y hermoso Anáhuac; numeran las empresas prodigiosas de Valladolid, Querétaro, San Juan del Río, San Luis de la Paz, Tacuba, Córdoba, Puebla y Durango; elogian la unión, la exactitud, la disciplina y la subordinación con que procedisteis; contribuyen llenos de júbilo a ensalzar vuestro mérito en unión de los pueblos por donde transitasteis; y, uniendo su voto al general del imperio, os aclaman por sus «LIBERTADORES». Si por vuestras virtudes bélicas os hicisteis dignos de un epíteto tan honorífico, ¿no redobláis vuestro esfuerzo, delicadeza y pun- [p. 511] donor para conservarlo siempre intacto? Yo que como vuestro primer jefe, conciudadano, amigo y compañero de armas las he presenciado, no dudo afirmar que dentro de la corte seréis tan sobrios, justos, subordinados y comedidos, como fuisteis valientes y esforzados en las acciones, en las que pretendíais ser los primeros para entrar en los combates. La felicidad de la patria exige de vuestro esfuerzo este comportamiento: es preciso solicitar la sublime empresa que comenzamos, la moderación la ha dirigido, ella debe continuarla hasta darle el último grado de la perfección que le corresponde. Resuene por todo el orbe la deliciosa noticia de que el mejor de los ejércitos consiguió en siete meses erigir el Imperio sin derramar la sangre de sus hermanos; que estableció el gobierno paternal y moderado con lenidad; que seis millones de hombres en negocio tan importante no tuvieron más que un voto y este fue el de los ciudadanos que tomaron las armas para hacer triunfar a la virtud; que esta no entibió su valor, sino que antes bien lo animó en todo tiem- [p. 512] po y ocasión hasta completar su absoluta perfección y organizar, así, la fuerza invisible que lo ponga a cubierto de los males en lo sucesivo. Entonces cuando allá en los más remotos siglos nuestros descendientes refieran suceso tan maravilloso dirán entusiasmados: «Feliz el tiempo en que existieron soldados que reuniendo virtudes tan sobresalientes, con ellas y su valor sancionaron nuestra felicidad». Las familias celebrarán como su principal gloria descender de los héroes que tantas pruebas dieron a la patria de su amor, y los hijos serán tan celosos de su libertad como lo fueron los padres. Cuartel general del ejército. Tacubaya, 19 de septiembre de 1821.

Número 13

143… Este ejército entró en México el día 27 del mismo mes, e Iturbide proclamó a los habitantes del imperio con motivo de este acontecimiento. Página 197.

144El Primer jefe del Ejército imperial.

145MEXICANOS: ya estáis en el caso de saludar a la patria independiente como os anuncié en Igu- [p. 513] ala; ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud a la libertad, y toqué los diversos resortes para que todo americano enseñase su opinión escondida, porque en unos se disipó el temor que los contenía, en otros se moderó la malicia de sus juicios, y en todos se consolidaron las ideas, y ya me veis en la capital del Imperio más opulento, sin dejar atrás ni arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos que llenen de execraciones al asesino de su padre; por el contrario, recorridas quedan las principales provincias de este reino, y todas uniformadas en la celebridad, han dirigido al Ejército Trigarante vivas expresivos y al cielo votos de gratitud; estas demostraciones daban a mi alma un placer inefable, y compensaban con demasía los afanes, la privación y la desnudez de los soldados, siempre alegres, constantes y valientes; ya sabéis el modo de ser libres, a vosotros toca señalar el de ser felices; se instalará la Junta, se reunirán las Cortes, se sancionará la ley que debe hacernos venturosos, y yo os exhorto a que olvidéis las pala- [p. 514] bras alarmantes y de exterminio, y solo pronunciéis: UNIÓN, AMISTAD ÍNTIMA.

146Contribuid con vuestras luces y brindad materiales para el magnífico Código, pero sin la sátira mordaz ni el sarcasmo mal intencionado; dóciles a la potestad del que manda, completad con el soberano Congreso la grande obra que empecé y dejadme a mí que, dando un paso atrás, observe atento el cuadro que trazó la Providencia y que debe retocar la sabiduría americana; y si mis trabajos (tan debidos a la patria) los suponéis dignos de recompensa, concededme solo vuestra sumisión a las leyes, dejad que vuelva al seno de mi tierna y amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo Iturbide. México, septiembre, 27 de 1821.

Número 14o

147El general López Santa Ana entró en Veracruz el 27 de octubre y dio a sus habitantes una proclama que no disgustó. (Página 197) …

[p. 515] Proclama

148Ilustres compatriotas habitantes de Veracruz: yo venero los designios de la Providencia que pone en mis manos la verde oliva, y no un laurel funesto teñido en sangre de hijos y padres, de hermanos y amigos; mi corazón se transporta de júbilo al contemplar que en este día eternamente memorable queda en libertad el lugar de mi nacimiento, donde vieron mis ojos la luz primera y donde existe la memorable tumba de mi cara madre; mis conatos obtuvieron larga recompensa, el águila del Imperio Mexicano bate sus alas protectoras a la vista de Veracruz, donde mismo tremolara en 1521 el augusto pabellón de los héroes castellanos.

149Terminaron felizmente nuestros disgustos y sinsabores. ¿Pudieran eternizarse las tristes desavenencias que pocos días y unos cuantos meses me han separado de vosotros? No, mis amigos: gloriaos de pertenecer a un pueblo grande, cuyas virtudes han llenado entrambos mundos. Pudisteis errar, esta es la suerte y miserable condición de los hombres. Fragilidad y error, tal [p. 516] es nuestra divisa. Yo lo entiendo y no faltaré a ninguna de las consideraciones debidas a la diferencia de los tiempos, a la ignorancia de unos y a la malicia de otros; consuélame la idea de que los últimos son pocos, y que los más desaparecieron de un pueblo que ya los miraba con horror.

150Empero, las virtudes que brillan en la mayoría de vosotros os constituyen amigos verdaderos de la causa de la libertad; porque os decidisteis jurando con denuedo el Código de 1812, ese inmortal libro que trazó a los americanos las sendas de los Arcos y Quirogas.

151Atrás no dejo arroyos de sangre que lleguen a vuestras costas, anunciando los horrores de la muerte por la fiera mano de un conquistador: dígalo Alvarado, dígalo Xalapa, y los pueblos todos de la provincia, donde cogí laureles sin arrancar suspiros, y donde una generosa indulgencia salvó a nuestros más crueles enemigos.

152Los de mi persona os la han pintado con toda la negrura de un pincel sospechoso: yo lo [p. 517] olvido, y mis hechos garantizan la pureza de mis intenciones, y la justicia de mis asertos.

153¡Veracruzanos! Plantemos el árbol de la libertad con denuedo y sin temor, para que las generaciones venideras, exentas de nuestras preocupaciones, digan algún día y repitan a nuestros nietos, que nosotros hicimos la felicidad de nuestra patria: así os lo aconseja el mejor amigo vuestro. Campo de extramuros de Veracruz, 27 de octubre de 1821.

154Antonio López de Santa Ana.

Número 15

155Iturbide había buscado el medio de las negociaciones para hacerse con San Juan de Ulúa; pero sus esperanzas fallaron por el carácter de Dávila …

156Página 371 …

157Correspondencia oficial entre el señor Iturbide y el señor Dávila sobre la entrega del castillo de San Juan de Ulúa.

158No quedaría satisfecho de haber apurado hasta el último arbitrio las medidas de razón y le- [p. 518] nidad a favor de la nación española, de la persona de vuestra excelencia y de los militares que le acompañan, si no diese este último paso que ejecuto con la esperanza de lograr el bien que me propongo. Justicia, prudencia y honor deben ser la guía de los militares virtuosos e ilustrados. El que pierde de vista cualquiera de las tres, no puede lisonjearse de haber llenado sus deberes: y yo voy a demostrar a vuestra excelencia que en entregar inmediatamente, por un convenio razonable, el castillo de San Juan de Ulúa se interesan su deber y buen nombre, y que en ello hará a la misma nación española un estimable servicio.

159Es justo que vuestra excelencia entregue el castillo, como que corresponde al Imperio Mexicano, porque España no tiene un título legítimo para conservarlo, pues que no lo es ni el de conquista ni el de posesión: tan justo y tan honroso es al Imperio Mexicano substraerse de la nación española como a esta le fue el arrojar de su seno a los romanos y a los moros. Si no fuese esto tan evidente, entraría en otro argumento más por menor, pero la paridad lo hace excusado; y si es justo al [p. 519] imperio emanciparse de la Península de España, es injusto el que esta se empeñe en tener subyugado a aquel, porque sería una contradicción absoluta, el que dos partidos contrincantes tuviesen justicia en el solo punto de cuestión.

160Si la justicia exige que vuestra excelencia entregue el castillo de San Juan de Ulúa, también lo persuade la prudencia, porque vuestra excelencia en resistirlo contradiría las ideas liberales de que hace hoy alarde la Península, y una obstinada resistencia no produciría otro fruto; porque si pongo sobre San Juan de Ulúa como puedo y haré en caso necesario, un par de fragatas de guerra con doce goletas, algunas lanchas cañoneras para quitar todo auxilio por mar, y prohibiendo enteramente los de tierra, ¿qué recurso le quedaría a vuestra excelencia?; lo que he dicho, sacrificar alguna gente y rendirse a discreción. Esto no es una conjetura vaga, es una evidencia. La España no puede querer añadir nuevas víctimas a los cien mil hombres, que ha perdido inútilmente en las Américas, y mucho menos en el sistema actual; aun cuando quisiera su Gobierno, el pueblo se opondría, y aun [p. 520] cuando uno y otro se pusiesen de acuerdo para llevar al cabo tamaña injusticia, nada lograría; porque le faltan los buques y caudales necesarios para una expedición capaz de intentar con alguna esperanza la reconquista de este imperio, y no puede contar con auxilio extraño; porque nación alguna tiene interés en que el gran Imperio de México sea colonia permanente de la Península, y vuestra excelencia no podrá dejar de correflexionar que los Estados Unidos y las otras Américas ven como suya nuestra causa y la Gran Bretaña jamás olvidará que la España auxilió la emancipación de los norteamericanos.

161Si no es justo ni prudente el que vuestra excelencia insista en conservar el castillo de que tratamos, ¿cuánto no se mancharía el buen nombre y honor de vuestra excelencia si se empeña en ello? En efecto, el buen nombre de un militar consiste en emprender, arrostrando dificultades y exponiendo su vida hasta el último punto; y cuanto mayor sea el peligro, tanto mayor será su gloria, cuando la causa que defiende es justa y cuando el éxito tiene u- [p. 521] na posibilidad razonable, pero emprender sin razón y con imposibilidad de lograr destruye las dos bases esenciales en que el honor consiste. No hay qué añadir sobre el particular, y voy a concluir.

162Vuestra excelencia ha llevado aun más allá de lo regular su intento y su resistencia, no pasando de seis horas después de recibida esta carta dirigida por la política y la razón, hará honor a su firmeza y le hará digno de la gratitud española, mas si pasase de tal término, la misma nación española podrá hacer a vuestra excelencia cargos muy graves, si subscribiese por una resistencia que no es justa, ni prudente ni honorífica y que privaría a la misma nación de muchos bienes que puede gozar en una buena armonía y acuerdo.

163He escrito a vuestra excelencia en términos tan sencillos como claros y huyendo de un estilo pomposo, queriéndome sujetar a la mayor sencillez y claridad para que el último individuo del pueblo español y americano pueda hacer justicia a la conducta de vuestra excelencia y a la mía, determinando sobre quién recaerán los daños de cualquiera ma- [p. 522] nera que ocurran si contra lo que espero los hubiese.

164Consecuente a lo que escribo a vuestra excelencia doy mis instrucciones al señor coronel don Manuel Rincón, gobernador actual y comandante interino de la provincia, y al señor mariscal de campo don Domingo Luaces, capitán general de ella, de la Puebla, Oaxaca, Tabasco, y las Chiapas. El excelentísimo señor Luaces saldrá luego de esta capital, y todo lo manifiesto a vuestra excelencia con la franqueza que acostumbro, abundando mi corazón en ideas de humanidad y justicia, porque inestimo las glorias militares, cuando pueden estar en contraposición con aquellas.

165Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. México, 3 de diciembre de 1821. Iturbide.

166Señor mariscal de campo don José Dávila.

Número 15

Carta que acompaña al oficio anterior

167México, 3 de diciembre de 1821.

168Mi estimado amigo: creo que con lo que he escrito de oficio en esta misma fecha, bastaría a persuadirle de la ne- [p. 523] cesidad y conveniencia que usted tiene de entrar en un acuerdo para entregar prontamente el castillo, pero mi afecto a su persona, sin haber tenido el honor de tratarle íntimamente, me obliga a instarle como amigo sobre el mismo asunto. Razón y honor están íntimamente unidos, señor don José. El honor es una virtud y no puede obrar honradamente el individuo al mismo tiempo que obra contra justicia, y no lo hace ciertamente para sojuzgar a un pueblo, y privarle de los derechos que Dios y la naturaleza le concedieron.

169A mayor abundamiento, el sistema que hoy rige el Imperio Mexicano está apoyado en las bases de una liberalidad justa, de sana política; no solamente no se han atacado las vidas y propiedades de los españoles europeos, sino que se ha visto disminuir y casi extinguir la rivalidad funesta que se empeñaron en fomentar muchos de ellos, y muchos americanos. Un solo europeo se ha visto morir en esta mutación de gobierno, por manos de asesinos, el coronel Concha y, a pesar de que este indi- [p. 524] viduo, por desgracia, había tenido una conducta muy criminal, el Gobierno ha tomado medidas para descubrir y castigar a los agresores, porque solo a los jueces es dado la calificación y castigo de los delitos. Ni un solo europeo, ni ciudadano de ninguna clase, han sido robados ni ultrajados en tan vasta extensión de terreno y tan complicadísimas circunstancias. Los prisioneros, los capitulados, y los que han entrado en otras clases de convenios, se han tratado con la más fina y benéfica hospitalidad, y con tal consideración que aun ha infundido celos a muchos americanos: ¿por qué, pues, señor Dávila, se ha de querer manchar el nombre español con la nota de ingrato y temerario? Reflexione usted detenidamente en mis expresiones, y se convencerá del fundamento de ellas y de mi buena intención.

170Crea usted que ni 40 ni 50 mil hombres son capaces, ni muchos más, de conquistar hoy a México. Hay espíritu público, hay tropas aguerridas y de disciplina, hay jefes acre- [p. 525] ditados por su valor y pericia, que expondrán su vida gustosamente y sabrán aprovecharse de las ventajas que la Providencia ha dado a este continente por su naturaleza para defenderse. El consentir y aun procurar que se vayan embarcando las tropas expedicionarias para La Habana, dará a usted una idea segura de que el Gobierno de México nada tiene que temer, y que desea ocasiones de aglomerar su generosidad, para representar las pruebas ante la Europa ilustrada.

171Yo no dudo que usted sabe la disposición de las Cortes de España; pero, aun prescindiendo de esto, si toda resistencia ha de ser infructuosa por parte de usted, ¿por qué ha de querer usted salir de un país que le ha visto con aprecio, y que le acogerá contento? Yo que gusto de comprobar mis palabras con las obras, envío a su antiguo amigo de usted y relacionado, el señor don Antonio Medina, cuya honradez, juicio y demás buenas cualidades que le adornan son muy conocidas a usted. Este individuo podrá [p. 526] darle una idea de todo el Imperio, y demás que le convenga. Ojalá produzca su comisión el fin que me he propuesto en favor de muchos y de usted mismo.

172Jamás he usado un dialecto amenazante, este se halla en contradicción con mi carácter general y mi sistema, pero creí hacer un agravio a la franqueza y a la amistad, si le ocultase que tengo tomadas las medidas necesarias para que, antes de mucho tiempo, no exista en este continente como contrario el único punto que no ha reconocido aún el Gobierno de México: sobre esta materia y los demás puntos relativos, lleva el señor Medina las instrucciones necesarias para hablar con usted.

173Desea a usted todas las felicidades, y ocasiones de comprobarle una amistad verdadera, su muy afecto servidor que besa su mano,

174Agustín Iturbide.

175Señor don José Dávila.

Número 16

Contestación de Dávila

176[p. 527] San Juan de Ulúa, 13 de diciembre de 1821.

177Mi estimado amigo: faltaría yo en mis principios al propio honor que usted invoca, si pudiera persuadirme, como lo desea en su carta de 3 del presente, que debía entregar esta fortaleza antes de apurar todos los medios de prolongar su defensa, siéndome harto desagradable verle insistir de nuevo sobre este punto, como si creyese que a la misma falta de honor pudiera yo añadir la de la firmeza para sostener lo que la última vez le declaré en mi contestación de 31 de octubre.

178Aunque fuera más desagradable, al paso que impertinente, el entrar ahora en la discusión que usted provoca sobre si son o no justos los principios en que apoya la resolución de este reino, si en ella han sido o serán en adelante respetadas las propiedades y personas de los españoles y si, para reducirlo a la obediencia, habrá voluntad o fuerzas competentes en el Gobierno de España. Bien sabido es que a mí solo me toca obedecerle y corresponder a la confianza que en mí pu- [p. 528] so de defender esta plaza. Pero ya que tanto valor da usted a todas estas consideraciones que alega, ¿por qué aguarda a que también lo reciba del Gobierno de España, a quien solo y no a mí corresponde pesarlas? ¿Por qué usted, que se muestra celoso en acreditar su generosidad, y cuenta que le será favorable en esta parte la resolución de las Cortes, no espera a que esta se declare, y aquella espontáneamente se manifieste? Si francamente y con la sinceridad que usted profesa, está persuadido que una negociación ha de poner esta fortaleza en sus manos, ¿por qué para rendirla se decide a emplear la fuerza y derramar vanamente la sangre? No podrá ciertamente autorizar esta resolución, ni excusar tampoco las desgracias que le serán consiguientes, alegando los perjuicios que causó al país, conservando entretanto esta fortaleza.

179Desde ella, en efecto, he dejado hasta hora expedito para la ciudad de Veracruz y todo este reino el uso de este puerto, sin causar vejaciones ni la menor incomodidad a los buques del país, ni a los extranjeros, ni tampoco he impedi- [p. 529] do los abastos, de la ciudad misma, como pudiera haberlo hecho y de su inevitable ruina. ¿No será usted responsable ante Dios, y los hombres si se empeña en llevar adelante el ataque propuesto? Sería inútil extenderme a más sobre estas y otras consideraciones semejantes a las que espero dará usted su justo valor, si como parece profesarlo, le anima verdaderamente el deseo de evitar en la guerra aquellos males que no pueden tener ningún provechoso objeto, y mientras abriga esta opinión, tengo el gusto de ofrecerme de usted su afectísimo y seguro servidor que su mano besa, José Dávila.

180Señor don Agustín Iturbide.

181Posdata. Espero que con esta carta me dispensará usted la contestación a su oficio, que no podría hacer sosteniendo mi carácter, sin excusarle ofensa.

Notes de bas de page

1 Hay aquí un salto de paginación, por lo que faltan las páginas 404 a 407, y un corte discursivo que parecen ser error del autor en el momento de pasar a limpio su diario. Tal vez se debió a una pérdida de esas páginas en el original, pero no se ha podido confirmar (N. de la E.).

2 [p. 510] (a) Esta y la número 1o son las mandadas a Dávila con el 11o.

Précédent Suivant

Le texte seul est utilisable sous licence Creative Commons - Attribution - Pas d'Utilisation Commerciale - Pas de Modification 4.0 International - CC BY-NC-ND 4.0. Les autres éléments (illustrations, fichiers annexes importés) sont « Tous droits réservés », sauf mention contraire.