Guerra santa y cruzada en la literatura del occidente peninsular medieval (siglos xi-xiii)
Texte intégral
1Los siglos centrales de la Edad Media europea, especialmente el periodo comprendido entre finales del siglo xi y fines del siglo xiii, fueron un tiempo de crecimiento y exaltación de la idea de «guerra santa», que tuvo quizás su plasmación más evidente y espectacular en el desarrollo de la «cruzada», considerada por algunos especialistas como la más santa de todas las guerras. Diversos documentos históricos, como las fuentes literarias, ponen de relieve ambas realidades, que aunque en ocasiones se solapan son fenómenos diferentes y sin embargo complementarios1. En la Península Ibérica se había venido desarrollando una cierta idea de guerra santa al menos desde época visigótica, como muestra Alexander Bronisch2, pero será a partir de la irrupción del islam en la historia peninsular cuando esa sacralización de la guerra alcance sus más altas expresiones, precisamente durante la plena Edad Media, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo xi. La idea y práctica de la cruzada en el solar hispánico es una de las manifestaciones más evidentes de la sacralización del fenómeno bélico. La cruzada tendrá una fuerte implantación en este contexto de lucha secular contra el infiel, siendo muy pronto equiparada la contienda contra los almorávides con esa otra guerra que libraban los cruzados europeos en Tierra Santa. A partir de las primeras décadas del siglo xii se asiste en los reinos hispánicos a esa plena equiparación, desplegándose desde ese momento, y a lo largo de las siguientes centurias, una genuina ideología de cruzada estimulada por los papas de Roma de la que participarían reyes, clérigos y caballeros.
2¿La literatura de esos siglos es fiel reflejo de los ideales mencionados? Es evidente que las ideas de guerra santa, incluso de guerra justa, tienen una amplia representación en composiciones de corte literario. No sucede lo mismo con la idea de cruzada, que aparece de forma intermitente y circunstancial, no constituyendo nunca un argumento central en los escritos aludidos, apareciendo eclipsada en cierto modo por los ideales de guerra santa y guerra justa, y por otro tipo de motivaciones de corte material y caballeresco. Es frecuente encontrar a partir de principios del siglo xii —la literatura del siglo xi en el contexto que analizamos es más bien escasa y breve—, una fenomenología de sacralización de la guerra en la que la ayuda divina es prestada a las armas cristianas que luchan contra un enemigo infiel, un socorro celestial que aparece plasmado en forma de la acción de los santos militares, siendo Santiago el santo militar guerrero por excelencia, del envío por parte de Dios y sus agentes de fenómenos meteorológicos o epidemias que castigan al enemigo y benefician a las huestes cristianas. En esos textos una de las causas por las que luchan los cristianos es por el servicio a Dios, a Cristo y a la Iglesia, lo que constituye causa sagrada de una guerra en la que se realizan rituales litúrgicos propiciatorios como es la oración, la eucaristía, la comunión y la penitencia. Por último, aparecen referencias literarias a que la muerte del cristiano en estas circunstancias de lucha contra el infiel tiene una naturaleza no solo penitencial, sino también martirial, siendo este un argumento que conecta directamente con la idea de cruzada que se desarrolla de forma paralela, complementaria y plenamente entrelazada con la de guerra santa3.
3La doctrina de la guerra justa, basada en la justificación de un conflicto con argumentos jurídicos, relacionada también con la cruzada, se va formando en el ámbito mediterráneo al menos desde época romana, aunque posiblemente sea una elucubración tan antigua como el propio fenómeno bélico. Agustín de Hipona (354-430) vincula esta teoría al cristianismo, y sus ideas serán heredadas por los teóricos eclesiásticos medievales, adaptándolas a sus propias necesidades y circunstancias4. En el ámbito hispánico altomedieval fue relativamente sencillo adecuar las ideas agustinianas a la explicación de realidad bélico-política de su tiempo. En las fuentes los reinos ibéricos se presentan como herederos de un reino visigodo que había sucumbido frente a un enemigo infiel usurpador, y de un territorio que debía ser recuperado a golpe de espada, perfilando así una «causa justa» de guerra. Tanto los textos literarios convencionales como esa otra literatura subsumida en las crónicas, asunto que trataremos más adelante, se harán eco de esa noción justificadora. Es más, incluso autores musulmanes apuntan en esa misma dirección5.
4Uno de los mejores caminos para observar la evolución de la imagen de guerra santa y cruzada, y valorar la importancia que pudieron tener esos ideales en aquellos que explicaban, concebían, organizaban y desarrollaban las empresas bélicas es el estudio de textos literarios. Dentro de este amplio campo de análisis merece la pena fijar el foco en las motivaciones para el combate que expone la literatura, cuya mentalidad refleja la de su tiempo, sociedad, autores y públicos. Podemos constatar que frente a guerra santa o cruzada son otros impulsos más prosaicos y mundanos los que más asiduamente mueven a los hombres a la acción bélica. Sin desestimar el móvil ideológico o religioso, ni centrar la atención únicamente en estímulos materiales, debemos considerar también otras aspiraciones complementarias. Nos referimos a las ganancias morales que los guerreros, especialmente los caballeros, obtendrían a través de su intervención en la guerra. No podemos obviar una concepción feudovasallática en la que la lealtad debida al señor sería apremiante, así como las ansias de adquirir honor, gloria y fama mediante los hechos de armas, no solo para uno mismo, sino también para todo un linaje, honrando de este modo la memoria de los antepasados y asegurando el renombre de los descendientes. En un mundo tremendamente marcado por las ideas de honra y fama este no sería un asunto baladí, como tampoco lo serían instintos y pasiones personales como el deseo de vengar una afrenta.
5Es necesario valorar este amplio abanico de motivaciones en su totalidad, para así desentrañar qué importancia pudieron tener ideas como la guerra santa, la guerra justa y la cruzada, algo que, por razones obvias, resulta tremendamente intrincado. Es importante el análisis de las motivaciones caballerescas que refleja la literatura, sobra decirlo, porque los principales protagonistas de una guerra son aquellos que la hacen y aquellos que la sufren. Quienes la padecen importan poco a los poderes que organizan y ejecutan una guerra, sin embargo los ejecutores son preocupación primordial para las esferas de poder que alientan y mantienen un conflicto. La literatura cristiana medieval es un reflejo del estado de ánimo de una sociedad enfrentada contra el musulmán y en la que esa conflagración tiene una importancia capital. Y también las explicaciones de esa contienda. Siendo la cultura bíblica y eclesiástica un armazón cultural que se compartimenta y complementa con otras influencias, es lógico encontrar argumentos clericales que explican la génesis de un conflicto y los móviles que justifican la participación de los guerreros en él. El servicio a Dios y a sus ministros está muy presente, los estímulos materiales también se expresan, y no faltan explicaciones que nos introducen en un ethos caballeresco significado por nociones de linaje, honor y fama imperecedera obtenidos a través de la lealtad y la valentía en el campo de batalla, o por pulsiones emocionales más primarias y viscerales. En estas percepciones juegan un papel importante los pecados capitales, especialmente la soberbia, la ira, la envidia y la avaricia, concebidos como motores que por sí mismos explican una guerra o la implicación de un señor y sus hombres en la misma6. Todas estas imágenes aparecen estrechamente vinculadas, interconectadas, entrelazadas y entreveradas.
6A partir de un análisis superficial del repertorio de fuentes literarias tradicionales producidas en los reinos de Castilla y León de los siglos xii y xiii, básicamente podemos concluir, en principio —no hemos realizado un análisis exhaustivo, lo que superaría las pretensiones de esta aproximación—, que el discurso de la guerra santa está bastante presente en ellas. No sucede lo mismo con el «discurso cruzadístico». Es llamativo que uno de los elementos centrales que según algunos especialistas constituyen la cruzada, como es la intervención de los pontífices romanos, brilla por su ausencia en unos escritos que nos muestran discursos de guerra santa, guerra justa, guerra caballeresca-feudovasallática-pasional, pero no especialmente de cruzada tal y como ha sido definida7. En estos textos, así pues, faltan algunos de los elementos formales de lo que ha sido considerado «cruzada», como la legitimación y estimulación papal a través de la bula de cruzada, aunque otros sí están presentes, como la naturaleza penitencial y martirial de la guerra que enfrenta a los hispanos contra los sarracenos.
7Antes de continuar con este acercamiento hacia la idea de guerra santa en las fuentes literarias conviene explicar, aunque sea someramente, que entendemos por «literatura» en la Edad Media, sin otra pretensión que acotar los textos susceptibles de ser analizados a través de este prisma. Tradicionalmente ha venido considerándose «literatura medieval» a ciertas composiciones poéticas y narrativas, como la poesía lírica, los poemas trovadorescos y profanos, los cantares de gesta, en cuanto al ámbito poético, así como narraciones y novelas caballerescas y cuentísticas, en el campo de la prosa. Hasta unos pocos años se obvió un tanto que ciertos escritos no considerados literarios estaban cuajados de «literatura». Hablamos de tratados políticos y, especialmente, crónicas, algunas de las cuales son verdaderas composiciones literarias. Es posible que en la Edad Media no hubiera conciencia clara de que la «literatura» fuese una disciplina, al menos tal y como la entendemos actualmente. El problema de la imbricación de distintos géneros en un mismo escrito también debe ser tenido en cuenta, ya que hay textos, como el Libro del Caballero Zifar, que entremezclan varios géneros literarios diferentes dentro de una obra conjunta y orgánicamente coherente.
8Por otra parte la Biblia, considerada hoy día la gran obra de la literatura universal, siendo el libro más influyente y fundamental en la cultura medieval, está presente en todas las elaboraciones escritas del momento, empapándolas, cuando no inundándolas8. Así, desde esta perspectiva, casi todos los escritos narrativos o poéticos de esta época pueden ser susceptibles de ser considerados, en mayor o menor medida, «literatura». Buena prueba de la presencia de la Biblia en los textos son precisamente las crónicas, que en ocasiones también insertan composiciones juglarescas y relatos caballerescos que constituyen el antecedente de las posteriores novelas de caballerías bajomedievales. Presentan así una realidad histórica no factual que nos introduce en el mundo de los ideales y aspiraciones de los autores que las compusieron y del público y la sociedad a quien iban dirigidas9. Desde este punto de vista resulta esencial el análisis de esa visión de las crónicas, que pueden valorarse como historia y literatura10. Es por ello que no debemos limitar el análisis a la literatura tradicional, sino también a las crónicas, especialmente aquellas que atesoran un alto valor literario, no ya por la capacidad estilística de sus autores, sino por la introducción en ellas de géneros como la épica, el romance o la poesía.
9Al ser la guerra principalmente un asunto de «bellatores», de caballeros, protagonistas de la acción bélica, debemos prestar una atención especial a aquellas composiciones destinadas a un público caballeresco, para determinar hasta qué punto ideas como guerra santa, guerra justa o cruzada tienen una importancia motivadora y explicativa en el discurso11. En el ámbito de los reinos de Castilla y León del periodo comprendido entre finales del siglo xi y finales del siglo xiii disponemos de un variado elenco de obras que, aunque no escritas por caballeros, sin duda fueron dirigidas a ellos o compuestas para hablar de ellos y de sus acciones. La mayoría fueron elaboradas por autores eclesiásticos, principales responsables de la creación y difusión de los ideales justificadores y legitimadores de la guerra. Iniciaremos a partir de ahora un repaso diacrónico de algunas composiciones literarias del Occidente peninsular plenomedieval que nos hablan de guerra y guerreros, valorando sus imágenes de la guerra santa y la cruzada, sin perder de vista explicaciones del fenómeno bélico como las jurídicas, feudovasalláticas, caballerescas, personales, pasionales o económicas.
EL SIGLO XI: ESCASEZ DE EVIDENCIAS LITERARIAS SOBRE GUERRA SANTA
10El siglo xi en el occidente de la Península Ibérica se caracteriza por una relativa carencia de textos literarios que nos hablen de guerra y guerreros. La primera composición de la que tenemos constancia no sería compuesta en el ámbito castellanoleonés, pero nos habla de un personaje castellano que actúa principalmente en el sector oriental peninsular, en las taifas de Zaragoza y de Valencia. Nos referimos a Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, y al conocido como Carmen Campidoctoris, una obra fechada a finales del siglo xi, aunque podría haberse elaborado hacia el año 1190, según investigaciones recientes de Alberto Montaner y Ángel Escobar12. Pues bien, las ideas santificadoras de la guerra en esa composición lírica son prácticamente inexistentes, encontrando una única referencia a la actuación de Dios en la acción bélica que inunda todo el poema:
Entabló también un tercer combate,
que Dios le permitió ganar airoso,
puso en fuga a unos,
tomó a otros asolándolos13.
11El resto de la obra está cuajada de referencias heroicas, homéricas y virgilianas, comparando a Rodrigo con héroes de la Ilíada como Aquiles, Héctor o Paris, hablando con cierto detalle de su panoplia armamentística, equiparable a la de esos campeones aludidos de la obra de Homero, o deudora, según Amaia Arizaleta de la leyenda medieval de Alejandro Magno14. Aparte de la mención apuntada, por tanto, Dios y su implicación en la guerra no aparece, algo que nos sorprendería más a finales del siglo xii, el de la expansión de la cruzada, que en las últimas décadas del siglo xi, aunque esto no constituye ni mucho menos un argumento para decantarse por una u otra datación.
EL SIGLO XII: LÍRICA CRUZADÍSTICA, CULTO A SANTIAGO GUERRERO Y LOS INICIOS ÉPICA CASTELLANA
12Castilla y León asisten durante el siglo xii al desarrollo de la idea y práctica de la cruzada, siendo equiparadas las acciones de los guerreros locales a aquellas que realizaban los caballeros europeos en el ámbito jerosolimitano. Desde momentos iniciales de ese siglo papas como Pascual II y Calixto II otorgan a la guerra que practican los castellanoleoneses contra los almorávides la categoría de cruzada. Ni que decir tiene que esas acciones aparecen en los textos bajo el prisma de la guerra santa, como ya lo habían venido haciendo antes15. A mediados de este siglo se compone un poema para la exaltación de una cruzada, la que culmina con la conquista de Almería en 1147, en el marco de la denominada segunda cruzada, que tiene como consecuencia, entre otras cosas, las conquistas de la aludida ciudad y la de Lisboa, en el mismo año. La obra mencionada es el Prefacio de Almería o Poema de Almería16, compuesto para celebrar la conquista de Almería en 1147, una expedición organizada y ejecutada bajo los designios de la cruzada, autorizada y estimulada por el papa y en la que participan activamente los obispos, material y espiritualmente. Como era de esperar, el entendimiento de la guerra como un asunto sagrado está presente en el lirismo de un poema en el que no faltan visiones influidas por la Ilíada homérica, y ciertas alusiones épicas, apareciendo en él la primera referencia escrita a dos personajes que se acabarían convirtiendo a finales del siglo y, especialmente, a lo largo del siglo xiii, en dos caballeros paradigmáticos en el ámbito de la literatura: Alvar Fáñez y, señaladamente, Rodrigo Díaz, «Myo Cid» el Campeador.
13El reinado de Alfonso VII constituye un hito importante en la consolidación de la idea y práctica de la cruzada en suelo peninsular, ya hemos tenido ocasión de constatarlo mediante la breve mención que hemos hecho a las percepciones del Poema de Almería. La Chronica Adefonsi Imperatoris17, laudo del emperador y sus principales caballeros por su lucha incansable para la consolidación interior y la expansión territorial contra los musulmanes, abunda más si cabe en la exposición de esos ideales cruzados18. La sacralización de la guerra en este escrito llega a cotas aún no contempladas en la cronística castellanoleonesa, y lo más llamativo de todo es que esa santificación también es empleada cuando se relatan guerras entre cristianos, especialmente las entabladas entre Alfonso VII y el rey aragonés Alfonso I el Batallador. Esta crónica es de las pocas que nos hablan de individuos castellanoleoneses que asumen el voto cruzado y parten hacia la cruzada a Tierra Santa, desarrollando allí proezas, como es el caso de Rodrigo González de Lara, quien construyó el castillo de Torón, cercano a la importante plaza de Escalón, para donárselo después a los templarios19. Pero además, nos ilustra sobre personajes que desean dirigirse a Ultramar con la intención de participar en la cruzada para expiar así ciertos pecados. Es el caso de Munio Alfonso, personaje histórico y literario, caballero que comparte protagonismo con el propio emperador en el Libro II de la crónica, quien decide embarcarse como cruzado hacia Tierra Santa para liberarse de un grave pecado. Los obispos del reino reaccionan y piden al emperador que retenga a tan buen caballero, ya que la guerra que practica contra los almorávides es tan meritoria como aquella otra que se desarrolla en Oriente20.
14No extraña, por tanto, que la Península Ibérica fuera concebida por algunos trovadores ultrapirenaicos que visitaron cortes de reyes hispánicos como un auténtico lugar de penitencia, un contexto equiparable al ámbito jerosolimitano para la obtención de la indulgencia, elemento central en la ideología de cruzada. Así Marcabrú, trovador procedente de Gascuña, vinculado a la corte del conde Guillermo X de Poitiers, viajó en el séquito de Alfonso Jordán a la Península y permaneció unos años en la corte imperial leonesa de Alfonso VII, considerando en una de sus poesías a la frontera hispana como un verdadero «lavador de pecados», aún agradeciendo la existencia de la cruzada en Tierra Santa21. Junto a las misivas papales y las visiones de la Chronica Adefonsi Imperatoris, el testimonio de Marcabrú muestra claramente cómo había cuajado la idea de que el ámbito ibérico era un frente cruzado donde poder alcanzar el perdón de los pecados a través de la guerra contra los musulmanes.
15También a mediados del siglo xii se compone el Codex Calixtinus, un escrito complejo que incluye relatos hagiográficos, textos litúrgicos, composiciones musicales, una especie de guía para peregrinos que van a Santiago, historias y leyendas relacionadas con Compostela y Santiago Apóstol. Aparece mencionada la vertiente militar del apóstol, contribuyendo a convertirlo en un patrón guerrero de los caballeros castellanoleoneses. En la sección de milagros obrados por el santo —en el Libro II, De miraculi sanctii Jacobi, 22 milagros— se menciona también la faceta de Santiago como liberador de cautivos cristianos encarcelados por los musulmanes, dándole al santo una implicación redentorista en una guerra entendida como santa. También es presentado Santiago otorgando poder a un caballero para derrotar a los turcos, o salvando a otro en la guerra cuando sus compañeros ya habían sido aniquilados o apresados, y a otro de ser decapitado con espada en una ejecución. El Libro IV —Historia Karoli Magni et Rotholandi, o Historia Turpini o Pseudo Turpin— nos habla de cómo el santo se aparece al emperador de los francos en un sueño —algo típico en la literatura hagiográfica y épica, incluso en ciertas crónicas— para pedirle que libere su tumba de las garras sarracenas, indicándole la ruta que debe seguir para tal propósito, la señalada por un camino de estrellas. El capítulo final de este libro incluye una carta del papa Calixto II, en la que equipara la lucha de los hispanos contra los musulmanes con la cruzada que se libra en Ultramar, una carta similar a las que inserta la coetánea Historia Compostelana22.
16A finales del siglo xii se elabora la Crónica Najerense o Chronica Naierensis23, una crónica monástica que entre sus particularidades tiene la de insertar relatos que son claramente de origen juglaresco, y en los que destacado protagonista es Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, que empieza a ser perfilado claramente como héroe guerrero arquetípico. Al ser su autor un clérigo es normal que aparezcan referencias bíblicas en el relato, aunque los elementos sacralizadores están un tanto matizados en esas inserciones juglarescas, ya que lo que nos describen son conflictos entre cristianos, en los que no es tan fácil encajar las intervenciones divinas como en las recreaciones de luchas entre cristianos y musulmanes24.
EL SIGLO XIII: APOGEO DE LA ÉPICA CASTELLANA Y PRIMEROS TESTIMONIOS DE LA NOVELA DE CABALLERÍAS CASTELLANA
17Las primeras décadas del siglo xiii, como es bien sabido, contemplan el acervo enfrentamiento entre los dos reinos hegemónicos del Occidente peninsular, Castilla y León, dos espacios políticos consolidados en dos monarquías, la leonesa y la castellana. Mientras que el ámbito leonés no consigue generar una literatura «nacional» propia, su vecino reino castellano elabora tres poemas épicos, dos de los cuales inciden en la propia identidad castellana, figurando en sus líneas una superioridad moral y política sobre el vecino León. Es claro que la pugna intelectual y literaria, en función de los testimonios que nos han quedado, es perdida por los leoneses y que en este campo de batalla, como en el político, son los castellanos los que se alzan con la victoria. El siglo xiii castellanoleonés asiste a la consolidación de un género literario que ya en la anterior centuria dio sus primeros testimonios, la épica con tintes, salvando posibles anacronismos, «nacionalista», cantares de gesta que son puestos por escrito para alabar a la nación castellana y los grandes hombres que la simbolizan —Poema de Mio Cid y Poema de Fernán González— y aquel otro que se refiere de manera más etérea al buen hacer de un gobernante especialmente entregado a su faceta bélica y conquistadora —el Libro de Alexandre—. Además, el siglo xiii es en Castilla y León un periodo de eclosión de la cronística latina ejecutada por eclesiásticos estrechamente vinculados a los círculos de poder monárquico. En la primera mitad de ese siglo son redactadas la Chronica latina regum Castellae, atribuida a Juan de Osma, el Chronicon mundi, de Lucas de Túy y la Historia rebus Hispaniæ, cuyo autor es Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y el principal predicador de la cruzada que culmina con la victoria cristiana frente a los almohades en las Navas de Tolosa, en 1212, y en la que él mismo se erige como protagonista. Ni que decir tiene que la imagen de la guerra contra los musulmanes que realizan los cristianos, especialmente los castellanos, es una visión de un conflicto plenamente santificado. El siglo xiii también es testigo de un amplio desarrollo de la literatura en romance. Las propias composiciones épicas mencionadas más arriba son escritas en esta lengua que poco a poco va desplazando al latín, por su capacidad de llegar a un mayor número de receptores, por su naturaleza oral y, por tanto, popular.
18El género épico se inaugura en el ámbito castellano con el Cantar o Poema de Mio Cid, una obra que ha hecho correr ríos de tinta sobre su naturaleza, autoría, datación, intención, ideología y otros diversos aspectos25. No conocemos la existencia de ningún estudio que se haya preocupado por analizar de manera monográfica y sistemática la sacralización de la guerra que en él se da y las posibles conexiones que pudiera haber tenido con el fenómeno de la cruzada, en un ámbito plenamente integrado en el universo cruzado, constituyendo Castilla y León precisamente un frente cruzado. No por ello han dejado de referirse a ese particular algunos autores. Que la guerra aparece santificada en el Poema no es ninguna novedad, es algo evidente, basta con una lectura rápida para percatarse de la presencia divina en los combates del Campeador contra sus enemigos musulmanes, y no tanto cristianos. Esas luchas del protagonista contra el infiel, principalmente batallas, aparecen en buena medida sacralizadas, y el trasfondo religioso del Poema es evidente26. Sin embargo, ¿puede considerarse el Poema un escrito «cruzadístico»? Teniendo en cuenta que su composición se sitúa en un periodo de apogeo de la idea y práctica de la cruzada en la Península en el contexto castellanoleonés podríamos pensar en un principio que el Poema puede ser considerado cruzadista, sin embargo faltan detalles importantes de los que según los especialistas configuran la idea de cruzada, como es, entre otros la intervención de los pontífices, o el sometimiento religioso como finalidad última de la guerra contra el musulmán. A favor de esta consideración cruzadista se manifiesta, por ejemplo, Fernando Riva, relacionando el culto mariano y la ideología cruzada en el Poema27. En contra de esa naturaleza se posiciona el profesor Alberto Montaner, posiblemente el mayor conocedor del Cantar, quien entiende que en la gesta cidiana no hay «espíritu de cruzada»… «sino de frontera»28.
19Independientemente de esas consideraciones debemos tener en cuenta que la composición del Poema se sitúa en un momento de pleno apogeo de la idea y práctica de la cruzada, elaborándose posiblemente pocos años antes de que se desarrollara la gran cruzada peninsular, la que culminaría con la victoria de la hueste cruzada comandada por Alfonso VIII sobre el ejército almohade de al-Nasir en las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 121229. Es más, algunos investigadores han llegado a sugerir que el Poema tendría entre sus finalidades la de motivar a los caballeros que iban a participar en una campaña que fue organizada desde su génesis como una cruzada30.
20Posiblemente sea el Poema de Fernán González31 la composición que mejor refleje cierta mentalidad cruzadística en Castilla y León, siendo el único escrito que emplea con cierta prolijidad el vocablo «cruzado», refiriéndose fundamentalmente a las tropas del conde castellano que se enfrentan contra huestes musulmanas, relacionándose así de manera directa las ideas de «guerra santa» y «cruzada». Pero cabría preguntarse si esa utilización responde a un verdadero discurso cruzadístico o está subordinada a las necesidades métricas del poeta, actuando así como recurso estilístico, pues se da un anacronismo en ese uso, al referirse a un periodo histórico, el siglo x, en el que todavía no existía la cruzada como idea y como práctica. Por otra parte, mediados del siglo xiii es en el ámbito castellano un «tiempo de cruzada», cobrando pleno sentido que aparezca ese término en una composición que sublima los ideales sacralizadores de la guerra contra los musulmanes y justifica la recuperación de unos territorios usurpados por el enemigo infiel en tiempo de los godos, lo que conecta directamente con la idea de «guerra justa», también relacionada con la guerra santa y la cruzada, constituyendo precisamente el Poema una de las muestras más evidentes de esa triple vinculación32. Pocos escritos como este presentan un grado tan alto de sacralización de la guerra contra el infiel, donde la presentación diabólica del adversario, su identificación con el Diablo, sea tan patente33, así como la intervención divina, de distintos modos, en los asuntos bélicos. Se lucha «en nombre de Dios», «con la ayuda de Dios», que se implica en los combates a través de Jesucristo, o santos como Santiago y santidades locales como san Pelayo y san Millán. Los guerreros realizan sacramentos como la oración, la penitencia y la eucaristía en contextos de guerra contra el musulmán, porque Fernán González encarna a la perfección el modelo de caballero cristiano y piadoso que implora la ayuda divina a través de la oración antes de sus combates34.
21«Cruzados», «gente cruzada», «pueblo cruzado», «armas cruzadas», «eran todos cruzados»35, son los vocablos que emplea el Poema para referirse a las huestes de Fernán González que se enfrentan contra enemigos musulmanes, y también a las tropas del rey Rodrigo en la batalla de Guadalete. Pero, ¿es esto suficiente para sostener que el Poema es una composición cruzadística? Parece claro que no, pues, como bien defiende Luis Fernández Gallardo36, faltan los principales elementos formales del discurso de cruzada, entre ellos la aparición de la figura del pontífice de Roma como agente inspirador y legitimador de los combates contra los infieles. Ese mismo autor sostiene, creemos que con acierto, que el personaje de Fernán González no es contemplado en la composición como un caballero cruzado, sino más bien como un «caballero cristiano» a secas, como lo habrían sido otros individuos en las composiciones literarias castellanas de esta misma centuria. José Manuel Rodríguez García sí observa cierta mentalidad cruzada en las líneas del Poema, en el empleo del término «cruzado» y similares, y en las alusiones a las conquistas cristianas de Acre y Damietta, así como en las referencias al «martirio» y al acceso al «paraíso» a través de la muerte en la lucha contra el enemigo descreído37.
22Si analizamos las motivaciones que empujan a Fernán González y sus hombres a enfrentarse contra los enemigos musulmanes, constatamos que tienen un mayor peso ideales que poco tienen que ver con la guerra santa o la cruzada, incluso que con la guerra justa, entendida en este contexto como una lucha legítima por la recuperación de territorios propios injustamente arrebatados por un enemigo impío y por tanto desacreditado. Comprobamos que en ese espectro motivador tienen un peso destacado los estímulos morales como la lealtad debida al líder político y militar, el ansia de obtención de honor, fama, gloria a través de los hechos de armas, en los que debe mostrarse lealtad al líder y a Castilla, evitando la deslealtad que implica la cobardía o el comportamiento apocado, no debiendo temer a la muerte y sí a la vergüenza, ya que la valentía, el coraje y la conducta leal honra a uno mismo y también la memoria de los antepasados, quedando estrechamente vinculadas de este modo las nociones de honor, lealtad, valentía, fama y linaje, pilares esenciales en el ideario caballeresco38.
23Es por ello que no estamos de acuerdo con Elena Muñoz González cuando asevera, basándose en el socorro divino a las armas castellanas, que «… gracias a la ayuda del santo del lugar, el héroe obtiene el socorro del Apóstol, confiriendo así a los combates unos tintes claros de cruzada…» y el trato dado al enemigo infiel: «El moro, por tanto, es el eje sobre el cual se sustenta el concepto de cruzada»39. No creemos que estos argumentos sean suficientes para otorgar al Poema la categoría de escrito cruzadístico, pues, como sosteníamos más arriba, faltan elementos esenciales que configuran el ideal de cruzada tal y como los estudiosos de nuestro tiempo lo entienden, siendo la participación papal el más importante, aunque otros sí aparezcan, como es el de la naturaleza penitencial de la lucha contra el infiel. Creemos que la aparición del término «cruzado» es insuficiente para conceder al escrito donde aparece ese vocablo la categoría de cruzadístico, teniendo en cuenta que la guerra que se libraba contra el islam en la Castilla de mediados de siglo xiii encajaba perfectamente en el molde de la cruzada inspirada por los papas del momento, pero que, al mismo tiempo, tenía de por sí una identidad propia para no necesitar del ideal cruzado de cara a su propia justificación y legitimación. No lo olvidemos, el principal poder que inspira, coordina, dirige y ejecuta la guerra desde el ámbito castellano y leonés contra los musulmanes en la primera mitad del siglo xiii son sus reyes, que utilizan la «cruzada» más bien como vía de obtención de recursos financieros y humanos extras que les proporcionan la catalogación de sus empresas militares como «cruzadas». Las campañas andaluzas de Fernando III son ejemplo de esta realidad.
24Hemos señalado que ciertas crónicas, aun pertenecientes al género historiográfico, pueden ser también consideradas literatura en el sentido tradicional. Una de esas crónicas con una marcada naturaleza literaria y caballeresca, que se anticipa en algunos aspectos a la posterior novela de caballerías es precisamente la Crónica de la población de Ávila, posiblemente redactada por un caballero abulense a mediados del siglo xiii40. Y es que han sido varios los autores que han llamado la atención sobre ese carácter literario, incluso novelesco, de algunos de sus episodios41. José María Monsalvo, quien afirma, en un esclarecedor estudio sobre la Crónica, que
la crónica ha sabido convertir en personajes casi universales a estos actores de la guerra contra los moros, o en verdaderos héroes de la frontera, pero con un perfil que tampoco es ajeno a los clichés de la caballería literaria42.
25Corraquín Sancho, o Nalvillos, constituyen auténticos modelos ficticios de caballería, que introducen tramas novelescas y épicas que conectan directamente a la crónica con composiciones literarias como el román o el cantar de gesta43.
26Como la gesta y la novela caballeresca, la Crónica de la población de Ávila nos habla de aspiraciones de los caballeros como el botín de guerra y la lealtad vasallático-caballeresca debida al rey. Aparecen imágenes de guerra santa, como menciones a Dios y desarrollo de sacramentos durante la acción bélica, pero estas ideas conviven y se funden con creencias supersticiosas que son posiblemente herencias del paganismo, como es la fe de los líderes militares, y del autor que recrea sus gestas, en la posibilidad de adivinar el futuro a través de agüeros sacados de la interpretación del vuelo de las aves. Se produce pues un sincretismo entre el cristianismo y la superstición. El episodio del combate trabado por los abulenses contra musulmanes capitaneados por un tal «Aveyaco» ilustra esta mentalidad. Relata la crónica que los abulenses, comandados por el adalid Sancho Jiménez, se vieron sorprendidos en una de sus campañas por un enorme ejército musulmán procedente de Sevilla y dirigido por «Aveyaco». En clara inferioridad, los cristianos se refugiaron en unas montañas, en las que fueron asediados por los almohades durante toda una noche. Por la mañana decidieron luchar contra sus adversarios, preparando espiritualmente el combate mediante sacramentos (misa y penitencia) y rituales mágicos (agüeros del vuelo de aves) propiciatorios, que les serían favorables:
En otro día de mañana oyeron sus missas e fablaron su penitençia, e armáronse e subieron en sus cavallos. E Sancho Ximeno, el adalid que era buen agorador acabado, cató las aves e entendío en ellos que los moros seríen vençidos44.
27Posiblemente sea este uno de los rasgos definitorios de la mentalidad de los caballeros del momento, la fe cristiana mezclada con otros credos ancestrales que poco tienen que ver con el dogma oficial45. Precisamente por ello esas supersticiones eran combatidas por las autoridades eclesiásticas, que veían con malos ojos, como algo propio de salvajes, esos residuos del paganismo que tanto influían en las conductas y pensamiento de algunos caballeros46.
28Y es que el ideario de la crónica de Ávila se basa fundamentalmente en los valores guerreros, que configuran un ethos caballeresco en el que son esenciales virtudes feudales y vasalláticas relacionadas con el servicio militar, aquellas que los buenos vasallos deben prestar a su señor. La visión del mundo de la crónica, por tanto es muy acorde con las concepciones de composiciones épicas como el Poema de Mío Cid y el Poema de Fernán González. Parece que la guerra santa queda en ella en un segundo plano, pues las motivaciones primordiales de los protagonistas para luchar contra los musulmanes no son tanto religiosas como caballerescas, vasalláticas y materiales. Llama mucho la atención que relate de forma muy breve la participación de los caballeros abulenses en la gran cruzada que culmina con la victoria de Las Navas de Tolosa:
E después desto, bien a diez e siete años, quiso Dios el rey don Alfonso que fue a aver batalla con el miramamolín. El rey don Alfonso mandó al concejo de Ávila que entrasen en la batalla con el rey de Navarra. E sirviéronle y bien e lealmente, ansí que quisso Dios e la buena ventura que nuestro señor el rey don Alfonso venció la fazienda e fuyó el miramamolín47.
29Casi no se da importancia al factor divino o sacro en el relato, argumento que comparte protagonismo con la simple «buena ventura». Nada se dice sobre el carácter cruzado de esa campaña, ni se menciona que los abulenses participantes fueran como cruzados. Pocos años después de tan singulares acontecimientos el autor no concedió importancia a esos detalles, lo que nos hace pensar que la mentalidad cruzadística brilla por su ausencia. Similares impresiones obtenemos del análisis de los relatos de las campañas militares de los de Ávila en Andalucía, integrados en la hueste de Fernando III, narraciones donde vuelven a destacarse nociones de fidelidad y buen servicio al monarca de parte de unos caballeros ejemplares en sus actuaciones, pero no especialmente movidos por ideales religiosos.
30Hay un curioso escrito de finales del siglo xiii, bastante desconocido por los historiadores, que nos presenta retratos vívidos del caballero y del clérigo. Heredero de una tradición europea que se remonta a la segunda mitad del siglo xii, el Debate de Elena y María (ca. 1280)48, verdadera joya para la historia social y la historia de las mentalidades, nos sumerge en un mundo de imágenes en el que se resaltan los vicios y las virtudes de quienes guerrean y de quienes oran. Elena y María, amantes de un caballero y un clérigo respectivamente, discuten acerca de cuál de los dos individuos es mejor compañero para una mujer. Ambas se lanzan invectivas destacando los defectos del amante de la otra, y ambas se defienden elogiando las virtudes que adornan a sus amigos y a la profesión que desempeñan. El caballero aparece así figurado con una serie de defectos: «sorrie mucho e come poco», «siempre ha fambre e frío», «nunca sal de pena», es «jugador», empeña armas y caballo, roba para conseguir dinero. Sin embargo es «defensor», «vive en palacio» rodeado de lujo, es «apuesto», cazador, «cortés», mantiene a su amada «honrada, vestida e calzada», porque «danle grandes soldadas» y gana botín en sus guerras. No encontramos en sus líneas ninguna percepción de la guerra santa o la cruzada, siendo los argumentos citados los que dibujan el perfil del caballero.
31Una obra de mediados del siglo xiii que nos ayuda a calibrar el impacto que pudieron tener las ideas de guerra santa y cruzada en los reinos de Castilla y León es el poema Ay, Iherusalem!49 De naturaleza clerical, se nos presenta como un planto desesperado ante la situación penosa que viven los cristianos de Tierra Santa en el momento de su composición. Inspirado en las cartas angustiadas de Roberto, patriarca de Jerusalén, y Guillaume de Chateauneuf, maestre de la orden de Hospital, se supone que sería compuesto entre el dominio de Jerusalén por los turcos kharisminos (1244) y la caída de San Juan de Acre (1291), por algún eclesiástico impactado por las inquietantes noticias que sobre la situación en Ultramar se expusieron en el I concilio de Lyon (1245). Algunos estudiosos han visto en Ay, Iherusalem! una especie de «cansó de cruzada hispánica», concebida para movilizar energías destinadas a la defensa de los últimos reductos cristianos en el frente jerosolimitano frente al empuje islámico50. Lo cierto es que en este poema aparecen definidos de una forma más o menos precisa argumentos de la cruzada, como son la idea de martirio y la necesidad de liberar lugares sagrados del dominio profanador de los infieles, que tienen subyugados a los cristianos de allí y los someten a crueles vejaciones, empleando imágenes que podrían estar inspiradas en las acciones perpetradas por los tártaros en Europa del Este en la década de 124051. Lo que no podemos saber es hasta qué punto influiría esta obra en las mentes de gobernantes y caballeros castellanos, y que papel motivador jugaría en las empresas cruzadas acometidas por Alfonso X52.
32Fruto de ese interés de Alfonso X por la cruzada es la Gran Conquista de Ultramar, pretendida historia de las cruzadas que deriva hacia una ficción caballeresca que deja un tanto de lado a guerra santa y cruzada. Y es que del relato histórico de las cruzadas de Tierra Santa se pasa a la introducción de la «materia carolingia», épica francesa prosificada, ficciones como la Leyenda del Caballero del Cisne, Berta de los pies grandes y Mainete53. La explicación de ese giro se encuentra en el tiempo de composición de esas secciones, los años posteriores a la muerte de Sancho IV, años turbulentos para Castilla, con una regencia de María de Molina marcada por su enfrentamiento con los intereses de la nobleza del reino. Es por ello que la mujer va adoptando una importancia creciente en las tramas literarias del momento. En este universo molinista debemos encuadrar obras en las que siguen desarrollándose, desde otros planteamientos, las ideas sacralizadoras de la guerra, en composiciones que sientan algunas bases de lo que en el siglo xiv será la novela de caballerías castellana. La hoy denominada Crónica particular de San Fernando54 y especialmente el Libro del Caballero Zifar55, ocupan un lugar destacado en esta nueva situación cultural, política y social que envuelve al reino de Castilla, y que nos introduce en un convulso siglo xiv. La Crónica particular de San Fernando participa de los ideales de guerra santa, sin embargo la idea de cruzada está ausente, como pone de relieve Luis Fernández Gallardo, quien sostiene que tanto en esta obra, como en la Estoria de España, se da una «ausencia del vocabulario de cruzada en su relato de las campañas andaluzas de Fernando III»56.
33A lo largo de estas líneas hemos venido fijándonos en imágenes de guerra santa y cruzada plasmadas en algunas composiciones literarias castellanoleonesas de la plena Edad Media. Es evidente que el análisis no ha sido todo lo intenso que requeriría un estudio como este. Sin embargo hemos podido observar que la guerra santa es ubicua en las fuentes literarias, mientras que la cruzada aparece en ellas de manera puntual y secundaria. De los elementos que configuran la cruzada es la intervención del papa la más claramente silenciada, algo que encuentra explicación en el interés de los reyes hispanos por monopolizar el protagonismo de la guerra santa librada contra los musulmanes.
Notes de bas de page
1 Sobre «guerra santa» y «cruzada» ver Flori, 2001 y la trad. castellana, 2003.
2 Bronisch, 2006c. Una visión distinta del fenómeno en Henriet, 2002.
3 Desarrollamos estas imágenes, ideas y fenómenos en Porrinas González, 2015.
4 Para todo ello véase, entre otros, Trebolle Barrera, 1994; Id., 2009. Para el periodo clásico ver Andreu Pintado, 2009. Para los primeros años de cristianismo, incluído san Agustín, Cabrero Piquero, 2009. Para san Agustín y sus visiones de la «guerra justa» ver Russell, 1987 e Id., 1975, pp. 16-39, y también Markus, 1983; Swift, 1973. Una panorámica general es la siempre útil obra de Bachrach, 2003 y la de Flori, 2003, esp. pp. 29-57, así como la más general y divulgativa de García Fitz, 2003 y las de: Vauchez, 1984; Cahill, 2001; Baqués Quesada, 2007.
5 Ver García Fitz, 2005 e Id., 2009, ampliado en 2010.
6 Alvira Cabrer, 2008b.
7 Un buen resumen de distintas definiciones de la cruzada, así como una propuesta propia, podemos encontrarlo en Ayala Martínez, 2009a, y, en menor medida, en Id., 2004. Para el desarrollo y recepción de la idea y práctica de la cruzada en el ámbito hispánico ver los capítulos finales en Id., 2008.
8 Sánchez Salor, 2002 y Catalán, 1965.
9 Estamos de acuerdo con Patrick Henriet cuando sostiene que «la “realidad histórica” no consiste sólo en hechos, sino también en ideas, ideologías, representaciones. etc. Las fabulaciones, invenciones y otras falsificaciones pueden entonces ser consideradas, ellas también, como históricas, ya que nos pueden decir mucho sobre sus autores, sus móviles y la sociedad a la que pertenecen. Una vez adoptado este punto de vista, estamos ya en una historia social concebida de la manera la más amplia posible», Henriet, 2004, p. 15.
10 Philippe Josserand considera con acierto que «por ricas que sean a nivel factual, las crónicas tienen que ser estudiadas como un género literario ya que constituyen obras que no persiguen registrar la realidad, sino, más bien al contrario, componerla, moldearla según las intenciones del autor y, de forma más segura, según la voluntad de la instancia de poder de la cuál este último es el representante y el portavoz», Josserand, 2012, p. 353. Por otra parte, no debemos olvidar que las crónicas medievales son también, en buena medida, condensadoras del pensamiento político de sus autores y de los poderes a quienes representan, como entiende Alejandro Rodríguez de la Peña, cuando afirma que «en la Edad Media se concebía toda obra narrativa como un “sermo” o una “lectio” moralizante». La Historia, en particular, se transformaría en «un sermón político-moral en tanto que “magistra vitae”», y en lo tocante a la «dimensión política, no pudo evitar ser también “magistra principum” en tanto que “speculum” en el que los gobernantes veían reflejada una determinada “imago potestatis”», Rodríguez de la Peña, 1999.
11 En este sentido sostiene Jean Flori que «El historiador no puede hallar en ninguna parte mejor que en la literatura medieval la fiel expresión de los ideales, múltiples sin duda alguna, de la caballería. La sociedad caballeresca se contempla en el espejo de la literatura, o más bien observa y admira la imagen que quiere dar de sí misma», Flori, 2001a, p. 236. Flori complementa esta afirmación con otras no menos pertinentes para el entendimiento del tema que estudiamos en estas líneas, al considerar que «los cantares de gesta se consideran por lo general destinados a un público de caballeros y fiel reflejo de su sistema de valores. Por tanto, su vocabulario nos aporta una “visión interna” de la caballería que, aun cuando no sea real, es al menos tal como los propios caballeros se la representaban […] están impregnados de una ideología común tanto a los autores como a su público y toman de la realidad de cada día el decorado ante el que van apareciendo sus héroes. Por muy imaginativos e “irreales” que sean, esos textos toman de los caballeros de su tiempo sus rasgos físicos, su vestimenta, armas, caballos y métodos de combate en los torneos y en la guerra. Según esto, el historiador puede, con prudencia y espíritu crítico, informarse de ese decorado que, a fin de cuentas, se parece mucho a lo que otras fuentes revelan», ibid., p. 235.
12 Montaner Frutos, Escobar, 2001.
13 Bodelón, 1994-1995, 89, XXIII, p. 365.
14 Arizaleta, 2013.
15 Al tratar de la literatura hispano-latina del siglo xii hay que remitir necesariamente a Rico Manrique, 1969.
16 Disponemos de la edición de Rodríguez Aniceto (ed.), 1931, y de la también latina de Prefatio de Almaria, de la traducción de Pérez González, Crónica del Emperador Alfonso VII, y de la edición latina y traducción castellana de Martínez, El «Poema de Almería» y la épica románica. Entre los estudios dedicados a aspectos importantes del Poema pueden consultarse, por ejemplo: Barton, 2006; Las Heras, 1997; Ead., 1999; Rico Manrique, 1985. Algunas ideas interesantes sobre esta obra pueden encontrarse en Rodríguez de la Peña, 2000b.
17 Chronica Adefonsi imperatoris.
18 Baloup, 2002.
19 Chronica Adefonsi imperatoris, lib. II, 48. Ver también Torres Sevilla-Quiñones de León, 1999a.
20 Chronica Adefonsi imperatoris, lib. II, 90.
21 Ver Riquer (ed. y trad.), 1999, t. I, pp. 170-177. El nombre del poema en el que se refiere a Hispania como lavador de pecados se titula Pax in nomine Domini!, y sobre esa característica esencial llamó la atención Ruth Harvey en un esclarecedor artículo, Harvey, 1986. De la propia Harvey es la cita completa de esa composición que aquí reproducimos: «Aujaz que di:/ Cum nos a fair, per sa doussor,/ lo seignorius celestiaus,/ probet de nos, un lavador,/ cánc, fors outramar, no.n fo taus,/ en de lai deves Josaphas;/ e d´aquest de sai vos conort», ibid., p. 123 (1-9).
22 Para no resultar prolijos en las notas remitimos al minucioso estudio de Díaz y Díaz, 1988. Puede verse también Moisan, 1992 y Herbers, Santos Noia, 1998.
23 Chronica Naiaerensis, ed. de Estévez Sola y la traducción al castellano del mismo autor, Crónica Najerense.
24 Esas inserciones son una originalidad con respecto a la Historia Silense, crónica anterior a la que el Najerense sigue con bastante fidelidad hasta ese punto. Se incluyen en los epígrafes 15 y 16 del Libro III, coincidentes con los reinados de Sancho II y Alfonso VI. Ver las ediciones citadas anteriormente.
25 Posiblemente las mejores ediciones y estudios del Cantar sean los de Montaner Frutos, Cantar de Mío Cid, donde sus rigurosos y extensos capítulos introductorios, así como la numerosa bibliografía citada, nos ayudan a entender esta obra. Sobre la imagen de la guerra que proyecta el poema ver, entre otros: García Fitz, 2012 y Porrinas González, 2003.
26 Antuñano Alea, 2007.
27 Riva, 2011.
28 «En el Cantar no hay espíritu de cruzada, sujeto a la dicotomía de conversión o muerte, sino que se combate con los musulmanes por razones prácticas: por pura supervivencia y, a la larga, como forma de enriquecimiento. Por ello, el enfrentamiento religioso, aunque presente en el poema, es un factor muy secundario. Refleja esta actitud que en el poema se diferencie netamente entre los invasores norteafricanos de los siglos xi y xii y los musulmanes andalusíes», en Montaner Frutos, «Aspectos literarios»; Id., (ed.), Cantar de Mío Cid, prólogo; Id., 2007b; e Id., 2007a. Ver también Núñez González, 2004.
29 Aunque no hay un consenso sobre la fecha concreta de elaboración del Poema, hay una relativa unanimidad entre los distintos críticos al considerar que ésta se situaría entre los últimos años del siglo xii y principios del xiii.
30 Ver por ejemplo Moreta Velayos, 1999.
31 Poema de Fernán González, ed. de Victorio.
32 Sobre el reinado de Fernando III como «tiempo de cruzada» ver Ayala Martínez, 2012. Sobre la frontera de ese contexto como un «frente cruzado» ver Rodríguez García, 2012.
33 Ver, por ejemplo, Bailey, 1995-1996.
34 Por poner un único ejemplo, aunque hay más, Fernán González solicita ayuda a Dios antes de la batalla de Las Hacinas, y supedita el éxito del combate a ese auxilio divino, cuyo objetivo último es, curiosamente, la defensa de Castilla frente al invasor descreído: «Señor, tu me perdona, e me vale e me ayuda/ contra la gent pagana que tanto me es erguda;/ anpara a Castiella de la gent descreída;/ si tu non la anparas tengo la por perduda», Poema de Fernán González, ed. de Victorio, estr. 233, p. 93.
35 «… Cojieron se con todo essora los cruzados», estrofa 80d, p. 61; «cenaron e folgaron essa gente cruzada», estr. 467ª, p. 130; «ovieron muy grand miedo todo el pueblo cruzado», estr. 470d, p. 131; «e a los pueblos cruzados revolverlos quisieron», estr. 473d, p. 131; «entraron en las armas todo el pueblo cruzado», estr. 486b, p. 133; «Los pueblos castellanos esas gentes cruzadas», estr. 510ª, p. 137; «durmieron e folgaron essa gente cruzada», estr. 526, p. 139; «todos armas cruzados, commo a el semejava», estr. 557c, p. 145; «lo que mas les pesava eran todos cruzados», estr. 559c, p. 145. Nótese que la mayoría de estas referencias se encuentran en el extenso relato que el Arlantino dedica a la narración poética de la batalla de Las Hacinas. Todas las referencias citadas corresponden al Poema de Fernán González, ed. de Victorio.
36 Fernández Gallardo, 2009b. Opiniones similares en Victorio, 1979.
37 Rodríguez García, inédita, pp. 627-631.
38 Nos apartaría de nuestro objetivo tratar aquí estas ideas fundamentales, que desarrollamos en nuestra tesis doctoral, ver Porrinas González, 2015. Basta con indicar que un estudio minucioso de las arengas de Fernán González a los suyos revela que entre las motivaciones que emplea el conde abundan las feudovasalláticas y caballerescas y tienen una presencia muy escasa los estímulos religiosos para el combate.
39 Núñez González, 2004.
40 Crónica de la población de Ávila, ed. de Hernández Segura y la más reciente Crónica de la población de Ávila, ed. de Abeledo.
41 María del Mar López Valero, por ejemplo, sostiene que «la propia forma de presentación demuestra la incidencia personal del autor, por el tono intimista, irónico o poético que alcanza la narración, así como la misma caracterización de los personajes que intervienen, que pueden ser reales o convertirse en tipos literarios», López Valero, 1995, p. 100.
42 Monsalvo Antón, 2009, p. 181. Sobre la Crónica puede leerse también: Gautier Dalché, 1979; Ras, 1999; Gómez Redondo, 1998, t. I, pp. 170-180; Rico Manrique, 1975; Lacarra, 1993; Meneghetti, 1998. Un completo y reciente estado de la cuestión sobre la crónica en Abeledo, 2009.
43 Como sostiene J. M. Monsalvo Antón, en la historia de Nalvillos «vemos una peripecia novelada que parece un roman tardío, concretamente de la tradición en prosa de la caballería literaria», Monsalvo Antón, 2009, p. 191.
44 Crónica de la población de Ávila, ed. de Hernández Segura, p. 24. Sobre la importancia de los agüeros en la mentalidad castellana medieval ver Longinotti, 1996.
45 Considera con acierto Martín Alvira que el «mundo nobiliario y caballeresco» «distinguía mal entre lo sagrado y lo profano, alternando los rituales propiciatorios cristianos con otros de carácter mágico», en Alvira Cabrer, 2002b, p. 259.
46 Desarrollamos más ampliamente estos aspectos en Porrinas González, 2015.
47 Crónica de la población de Ávila, ed. de Hernández Segura, p. 33.
48 Menéndez Pidal, 1914. También en Id. (ed.), 1948, y en Id. (ed.), 1976. Una edición más moderna y accesible es la de Querol Sanz, Debate de Elena y María. Una contextualización del texto la encontramos en Orazi, 1999.
49 Puede consultarse la edición de Pescador del Hoyo, 1960.
50 Franchini, 1993. Ver también Asensio, 1960.
51 Franchini, 2005, pp. 23 sqq.
52 Sobre la idea y práctica de la cruzada en tiempos de Fernando III y Alfonso X resultan esenciales los estudios de Rodríguez García, publicados en artículos y libros, producto de un extenso y minucioso trabajo concretado en su tesis doctoral Rodríguez García, inédita, condensado en parte en Id., 2014a.
53 Bautista, 2002, e Id., 2005.
54 Fernández Gallardo, 2009a e Id., 2010b, así como Funes, 1998; Id., 1999-2000 e Id., 2009.
55 Libro del Caballero Zifar. Sobre la sacralización de la guerra en esta obra ver unas breves notas en Porrinas González, 2005.
56 «… Mientras que se utiliza, en cambio, el término “cruzado” en sentido estricto, esto es, para designar al guerrero-peregrino que partía a Tierra Santa». A continuación señala este autor que «la Estoria de España, en el capítulo que narra la victoria de Fernán González sobre Almanzor en Hacinas prosificando el Poema de Fernán González, eliminó sistemáticamente el término “cruzado” para designar a los castellanos que luchaban contra el infiel, lo que constituye un elocuente testimonio de que la realeza castellana, al menos la que patrocinó la Estoria de España y la CPSF, se mostró en principio refractaria al uso de la idea de cruzada para representar y definir la guerra contra los moros». Fernández Gallardo explica nítidamente esta ausecia de la idea de cruzada afirmando que «es fruto […] de una decisión consciente, que responde a unos principios regalistas, desde los cuales, la idea de cruzada, en tanto que empresa bélica cuya iniciativa correspondía al Pontificado, era percibida como limitación de las atribuciones regias y, sobre todo, del liderazgo regio en la empresa reconquistadora», en Fernández Gallardo, 2010b, pp. 242-243.
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Universidad de Extremadura
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