Navegando por un estrecho que no existe
p. 11-25
Texte intégral
1¿Se puede navegar por un estrecho que no existe? ¿Es posible atravesar un canal imaginario que, aunque figura en los mapas, solo es real en la teoría, pero no sobre el terreno? La respuesta inmediata que dicta la lógica sería, desde luego, que no. Y, sin embargo, eso es precisamente lo que parece haber sucedido en el extremo norte del mundo habitado poco después de la muerte de Alejandro Magno, momento en el que, según se cuenta, la flota macedónica recorrió la costa de Asia desde el Indo hasta el mar Caspio, también llamado Hircanio. Tal viaje contribuía a demostrar de manera empírica la antigua idea de los primeros filósofos jonios, y herencia mítica1, de que la tierra que habitamos se encuentra rodeada por todas partes por las aguas del océano, al modo de una enorme isla subdividida en los diversos continentes.
2Desde tiempos de Aristóteles2 el debate acerca de la naturaleza del mar, la insularidad de la oikouméne y la relación entre el mar y la tierra firme pasa por el modo de concebir el mar Caspio: como un mar interior, exento de la corriente oceánica, o como un golfo del océano que hace su entrada desde el norte a través de un estrecho. La intención de este trabajo es observar cómo surge la idea de este estrecho septentrional, similar a los que unen las aguas del mar exterior con los demás golfos oceánicos, y cómo las fuentes antiguas tratan las noticias acerca de la posibilidad de navegar por ese estrecho, nacido de la confianza en la simetría como patrón que ordena y estructura el mundo en la mentalidad geográfica antigua y configurado a través de un complejo juego de analogías entre los diferentes pasos marítimos conocidos.
El Mar Hircanio/Caspio en la Antigüedad
3A lo largo de las épocas arcaica y clásica los historiadores y geógrafos griegos demuestran, por norma general, tener conocimiento de que en la región nororiental de Asia había una gran extensión de agua a la que a veces se da el nombre de mar Caspio y otras, mar Hircanio. En ciertas ocasiones los autores incluso han manifestado tener conciencia plena de la naturaleza de esta masa de agua, y la describen al modo de un mar no conectado con el océano exterior, sino cerrado sobre sí mismo3. Tal es la opinión de Heródoto4, quien en su libro I describe el Caspio como un mar aislado que no se mezcla con «el otro mar».
4Otros autores, si bien posiblemente apunten en la misma dirección, no han dejado testimonios tan rotundos, por lo que sus informaciones han de manejarse con suma cautela: Hecateo de Mileto habla de un mar, al que da el nombre de Hircanio, que describe como «rodeado de altas montañas y bosques frondosos»5, una descripción que parece, en principio, más acorde con la de un mar interior que con la de un brazo del océano, si bien la forma como el geógrafo concebía este mar, así como el grado en el que pudo conocer sus orillas por el lado nororiental, constituye un debate abierto entre los investigadores6.
5Algo parecido sucede a comienzos del siglo siguiente en la obra de Eudoxo de Cnido: el autor, según Estrabón nos refiere7, explica que junto al Hircanio hay unas grandes barreras montañosas y que los ríos que desaguan en ese mar chocan contra ellas con tal violencia que el agua sale disparada hacia arriba y forma una enorme bóveda que abarca desde la parte superior de estos acantilados hasta la superficie del mar en sí, dejando intacta la playa que hay en la orilla. No hay en el texto referencia alguna al problema de si existe o no conexión entre este mar y el océano, pero esos acantilados que rodean el Hircanio de Eudoxo, que recuerdan las montañas de las que hablaba Hecateo8, parecen más en la línea de un mar aislado que de un golfo que recibe la corriente oceánica.
6Con todo, ni las noticias de Hecateo ni las de Eudoxo son claras en cuanto a su concepción del mar Caspio, de suerte que la única descripción no ambigua de este mar, la que nos proporciona Heródoto, le atribuye un carácter continental y exento de la corriente oceánica. En el siglo siguiente las exploraciones llevadas a cabo por los compañeros de Alejandro confirman la existencia de mares interiores en la sección nororiental de la tierra9, con la diferencia de que a veces su testimonio parece haber traído noticias, no de uno, sino de dos mares no conectados con el océano, llamados respectivamente Hircanio y Caspio, que quizá sean el reflejo del mar Caspio y el mar de Aral que hoy conocemos10.
7Sin embargo, la manera de entender la costa septentrional de Europa habría de cambiar de modo radical una generación después del viaje de Alejandro. A comienzos del siglo iii a. C. Patrocles11, general macedonio a las órdenes de Seleuco Nicátor y su hijo Antíoco, reyes de Siria tras la división del imperio de Alejandro, fue enviado a la región más allá del mar Negro12, con el resultado de que a partir de su viaje se generaliza una descripción de la costa oceánica septentrional completamente distinta de la que era común hasta entonces: las fuentes atribuyen a Patrocles el haber afirmado que es posible recorrer navegando toda la costa oceánica de Asia desde la desembocadura del Indo hasta el mar llamado Caspio o Hircanio. En lugar de dos mares, por tanto, vuelve a hablarse de uno solo conocido por dos nombres, que en vez de estar aislado del océano se encuentra conectado a él.
8El problema se recoge del modo siguiente en la obra de Estrabón:
Bactria y la desembocadura del mar Caspio, también llamado Hircanio, será con mucho la región más al norte, […] y (dicen que) es posible navegar a su alrededor desde el Índico, según afirma Patrocles, que ha gobernado aquellos lugares13.
No están de acuerdo en que algunos han navegado desde el Índico hasta el Hircanio; pero Patrocles ha dicho que se puede14.
9Sin embargo, en otra ocasión Estrabón nos ofrece un valioso testimonio de que a Patrocles se debe también la noticia de otra posibilidad muy distinta de alcanzar por barco el norte de Asia desde la región del Indo:
Hircania está surcada por los ríos Oco15 y Oxo hasta su desembocadura en el mar […]. Aristóbulo dice que el que le parece el mayor río de los que ha visto en Asia, a excepción de los de la India, es el Oxo; y Eratóstenes y él dicen que es navegable, tomando ambos la información de Patrocles, y que muchas mercancías de la India se llevan por él hasta el mar Hircanio y de allí se transportan a Albania y, a través del Ciro y de los lugares que hay a continuación, se llevan hasta el mar Negro16.
10De Patrocles, por tanto, no solo procede información sobre la posibilidad de circunnavegar Asia, sino que su obra también transmitía noticias acerca de una vía fluvial, que hacía posible alcanzar la región hircana desde la India navegando, pero no por las aguas del océano sino atravesando el continente, al descender el curso del Oxo, el actual Amu Daria. El texto ha sido objeto de no pocos debates entre la comunidad científica. El hecho de que el Amu Daria no desemboque en el actual Caspio (a cuya orilla corresponde el país de los albanos y la ruta comercial que el texto describe) sino en el mar de Aral ha sido motivo de discusiones desde finales del siglo xix, en busca de posibles modos de armonizar la noticia de Patrocles con la realidad hidrográfica de la región17, rescatando antiguos brazos del río que quizá en el siglo iii a. C. pudieran haber llegado hasta el Caspio que hoy conocemos18, intentando identificar qué gran río que desemboca en el actual Caspio pudo Patrocles haber confundido con el Amu Daria19 o explorando canales navegables entre los dos mares20. Sin embargo, más allá del problema de si la vía fluvial unía la India con el mar Caspio o con el mar de Aral, quizá el testimonio de Patrocles contribuya a explicar el cambio radical en la concepción del Caspio/Hircanio: es posible que la idea de navegar por vía marítima desde el Indo hasta Hircania rodeando Asia pueda ser el resultado de una confusión originada a partir de las noticias de esta otra vía de navegación por el interior del continente21.
11Quienes apuntan en esta dirección parecen considerar que la confusión pudo no estar presente en la información originaria de Patrocles, sino que quizá se produjera entre sus primeros lectores que, a partir de la mención de la posibilidad de navegar a través del Oxo entre la India e Hircania, habrían asumido por error que el macedonio hablaba también de una vía para alcanzar el mar Hircanio desde el Índico rodeando Asia. Sin embargo, ha de tenerse en cuenta que seguramente Patrocles obtuviera sus noticias en unas condiciones que se prestaban a la aparición de toda clase de errores, lo que hace muy posible que la confusión estuviera presente ya en su informe sobre la zona: William Tarn22 destaca la importancia que tienen en la información transmitida por el macedonio los datos obtenidos, no de manera empírica, sino a través de fuentes persas, tal y como pone de relieve la clara presencia de mediciones en parasangas23 en las informaciones que transmite. Las noticias de Patrocles, pues, en muchos casos seguramente no procedan de la observación directa, sino que parecen depender en gran medida de fuentes de habla persa, lo que implica, a su vez, la mediación de traductores. Todo ello supone una potencial fuente de imprecisiones y malos entendidos, que al final pudieron desembocar en que Patrocles perdiera conciencia de la verdadera naturaleza del mar Caspio y desdoblase la posibilidad de navegar entre la India e Hircania a partir de la ruta a lo largo del Amu Daria, para crear la noticia de una segunda vía a lo largo de la costa oceánica del continente.
12En cualquier caso, la nueva concepción de la costa nororiental de Asia parece haber sido asumida con rapidez entre los círculos intelectuales helenísticos, dado que hacia mediados del siglo iii a. C. es posible apreciar ya las primeras huellas de este cambio. Según todos los indicios, el testimonio más antiguo de la aceptación de este golfo septentrional nos lo ofrece, no un geógrafo, sino un poeta, Apolonio de Rodas, en el libro IV de su obra, donde el autor, probablemente haciéndose eco de los últimos avances del conocimiento geográfico de la región de Asia entre sus contemporáneos, explica que los Argonautas, mientras viajaban por el norte de la tierra en su intento de regresar de la Cólquide, estuvieron a punto de sufrir un terrible destino al llegar, sin darse cuenta, a un golfo del océano por el que podrían haber salido al mar exterior y haberse perdido para siempre24.
13Desde entonces, con muy pocas excepciones25, se generaliza la idea de que el océano que rodea la tierra habitada consiste en una única masa continua de agua que forma cuatro golfos. El primero y más importante es el Mediterráneo, que tiene su entrada en el extremo occidente. Por el sur, a su vez, el océano forma dos entradas distintas: el mar Rojo y el golfo Pérsico, y por el norte, por último, el golfo que ahora nos ocupa.
Los estrechos y su estructura
14La concepción general de la tierra habitada que emerge de las informaciones difundidas por Patrocles y sus lectores encuentra su resumen más claro en el siguiente texto de Estrabón:
Decimos, retomando nuestro primer esbozo, que la tierra habitada por nosotros, rodeada de mar, recibe en ella muchos golfos del mar exterior a lo largo del océano, pero los más grandes son cuatro. De ellos, el del norte se llama mar Caspio, pero otros lo llaman Hircanio. El Pérsico y el Arábigo fluyen hacia arriba desde el mar del sur, uno en dirección opuesta al Caspio y otro, al Póntico. Y el cuarto golfo, que supera a los demás con mucho en tamaño, es el llamado mar Interior o mar Nuestro, con su inicio en el occidente y en el estrecho de las Columnas de Heracles, […]. Todos los golfos mencionados del mar exterior tienen una entrada estrecha, sobre todo el Arábigo y el de las Columnas, mientras que los demás, menos26.
15Como veíamos más arriba, la visión del mar Caspio/Hircanio como un golfo del océano seguramente se deba, en último término, a un error de interpretación de Patrocles o sus lectores. Sin embargo, el trasfondo de este cambio en las ideas geográficas va mucho más allá de una simple confusión o una comprensión errónea: señala Janni27 que los viajes de exploración rara vez persiguen el simple hallazgo de novedades, sino que responden al deseo de comprobar presupuestos establecidos, ideas concebidas de manera teórica que tratan de verificarse sobre el terreno. El caso de Patrocles puede ser buen ejemplo de ello, pues sus noticias claramente responden a necesidades teóricas previas: los cuatro golfos que la tierra recibe del mar exterior guardan entre sí una relación de simetría, de suerte que las dos entradas que el mar exterior hace desde el sur, el mar Rojo y el golfo Pérsico, corresponden, respectivamente, a las posiciones del mar Negro y del Hircanio/Caspio.
16En el siglo anterior a Patrocles, Aristóteles minimizaba en su Meteorología28 la importancia de la conexión entre el océano índico y el mar Rojo, que aparece allí tratado como un mar interior, paralelo en el sur a la posición del Caspio en el norte. El respeto a la simetría como criterio de ordenación de la realidad geográfica quizá permita explicar que el filósofo, ante la constatación de que en el norte de la tierra hay mares interiores, entienda que también los mares del sur deben ser considerados de la misma naturaleza y que, por tanto, si el mar Rojo se encuentra unido al océano, esta unión debe ser tan exigua que no merece ser considerada como tal.
17Sin embargo, las exploraciones llevadas a cabo por los compañeros de Alejandro habrían pronto de romper este equilibrio: el descubrimiento del golfo Pérsico, un claro brazo del océano explorado por primera vez por Nearco y Onesícrito al hilo del regreso del ejército macedonio, hacía ver que no era una, sino dos las entradas oceánicas que se encuentran en el sur de la tierra, lo que probablemente llevase a cuestionar la idea de que los mares del norte de Asia estén «desconectados del otro mar».
18La generación siguiente al viaje de Alejandro, pues, seguramente haya sentido la necesidad de verificar si, al igual que se constata la existencia de golfos oceánicos en el sur de la tierra, también los hay en el norte. Las noticias de Patrocles, al verificar la posibilidad de una vía marítima entre la India y el Caspio, no habrían hecho sino cubrir esta necesidad, restituyendo el equilibrio perdido y devolviendo su orden a la estructura simétrica del mundo habitado29.
19Sea como fuere, la tierra pasa a recibir cuatro golfos, a cada uno de los cuales corresponde un estrecho, una entrada que se presenta a los navegantes como un paso angosto (Estrabón utiliza el término εἴσπλους). El geógrafo señala que, frente al estrecho que forman las Columnas de Heracles y el que da entrada al mar Rojo (el moderno Bāb al-Mandab), cuyas dimensiones son especialmente reducidas, los otros dos son «menos estrechos». Sin embargo, esta opinión contrasta con las afirmaciones del propio Estrabón en otros pasajes de su obra, donde se refiere a lo angosto de la entrada de este brazo marítimo30, así como con las palabras de Agatémero31, que describe de manera muy precisa ese estrecho septentrional y le atribuye una anchura de tan solo cuatro estadios.
20Pero, más allá de las estimaciones de su tamaño, resulta llamativa la enorme coincidencia entre quienes describen su forma: autores como Plinio32, Mela33, o el anónimo autor del pseudoaristotélico De mundo34, aunque difieren en la forma como conciben el mencionado mar (circular, al modo de una media luna con sus extremos apuntando hacia el sur o dividido en tres senos) coinciden en describir el estrecho que lleva hasta él como una garganta alargada y angosta, un cuello o unas fauces, que al final se ensanchan para dar paso al golfo oceánico35. Plinio señala que el océano entra en el Caspio «artis faucibus et in longitudinem spatiosis», («como unas fauces que se expanden a lo largo»), una imagen idéntica a la que ofrece el autor del tratado De mundo, que describe su recorrido como «κατὰ στενόν τε καὶ ἐπιμήκη διήκων αὐχένα» («pasando por un estrecho y alargado cuello»).
21Quizá en este angosto brazo de mar, estas fauces, pueda verse un recuerdo de la antigua noticia acerca de una conexión fluvial entre el Hircanio/Caspio y el océano. Ese pasillo de agua puede estar reflejando el río Oxo que, para Patrocles o para sus lectores, conectaba la India con Hircania36, o quizá guarde relación con algún otro relato, real o mítico, en el que un río sirva de vía de unión entre este mar continental y el océano exterior37. En cualquier caso, los cuatro estadios de anchura —aproximadamente 700 metros— que Agatémero recoge parecen ir más en consonancia con las dimensiones del cauce de un río que con las de un paso marítimo. Los estrechos de Gibraltar, Bāb al-Mandab y Ormuz, por ejemplo, tienen respectivamente 15, 30 y 40 km de anchura aproximadamente, y solo los Dardanelos y el Bósforo tienen en sus zonas más estrechas dimensiones parecidas a cuatro estadios. Resulta de interés señalar en este punto que la formación geológica de esa zona corresponde, precisamente, a un antiguo valle fluvial sumergido.
22Pero el testimonio que con más claridad apunta en esta dirección se encuentra en el texto de Mela, quien compara el extraño estrecho septentrional precisamente con un río: «El mar Caspio irrumpe en la tierra primero como por un angosto y largo estrecho, como si fuera un río»38.
23Por otro lado, la idea de este estrecho alargado, semejante a un río o a una garganta en el norte del mundo habitado quizá pueda ponerse en relación con el modo como se describen otros pasos marítimos, en otras regiones de la tierra: los datos que ofrece el papiro de Artemidoro, en la interpretación que hace de ellos P. Moret39, revelan que el geógrafo efesio, al describir el extremo sur de la Península Ibérica, situaba Gádira en el mismo paralelo que las Columnas de Heracles, con lo que quedaba integrada en el estrecho y definía el punto último de la navegación por el Mediterráneo. Ello prueba que Artemidoro concebía el Estrecho de Gibraltar, precisamente, como un pasillo, un corredor de agua.
24Tal y como señala Moret40, esta forma de entender el Estrecho de Gibraltar no es en modo alguno la más extendida. Aparte del testimonio del papiro, solo Ptolomeo41 y Mela42 recogen la misma visión, mientras que autores como Polibio, Estrabón (seguramente a partir de Posidonio) o Plinio reflejan una estructura muy distinta, en la que Gádira y las Columnas no están situadas sobre la misma línea de latitud, de suerte que el estrechamiento del mar se produce solo en un punto, superado el cual el Mediterráneo o el Atlántico comienzan a expandirse.
25Esta estructura en forma de canal no es frecuente tampoco en las descripciones de los demás estrechos oceánicos que nos llegan de la Antigüedad43. La idea de un estrecho que se alarga como un canal o un cuello, sin embargo, reaparece en las fuentes al tratar los Dardanelos y el Bósforo. Estrabón44, así, atribuye al Helesponto una anchura de siete estadios y una longitud de cuatrocientos, medidas que corresponden de manera exacta a las que ya ofrecía Heródoto45, quien señalaba también que la entrada en el Bósforo desde el mar Negro mide cuatro estadios, precisamente la anchura que otras fuentes, como vimos, atribuyen al estrecho septentrional. El historiador, además, describe el Bósforo como un «cuello» (αὐχήν) que se extiende a lo largo de ciento veinte estadios hacia la Propóntide (el mar de Mármara), es decir, utiliza la misma imagen que se apreciaba en algunas de las descripciones del estrecho septentrional.
26Encontramos, por tanto, que tres estrechos distintos se describen en las fuentes antiguas de manera parecida: el paso del Mediterráneo al mar Negro, el supuesto estrecho septentrional y, por último, el estrecho de Gibraltar en la visión que ofrece Artemidoro de Éfeso. De estas tres descripciones, solo la del Helesponto y el Bósforo corresponde de manera fiel a la realidad. El modo como los textos trazan el —inexistente— estrecho septentrional, por su parte, puede responder, como hemos visto, a una confusión en las fuentes y quizá en último término contenga el eco de la antigua descripción de un río.
27El caso del estrecho de Gibraltar, sin embargo, quizá requiera una explicación algo más compleja, dado que es posible que su estructura en el texto de Artemidoro responda a la influencia ejercida por las descripciones de los otros dos pasos marítimos, en especial el del Bósforo y los Dardanelos. De hecho, en los textos antiguos se aprecia una notable relación analógica entre el estrecho de Gibraltar y los canales que comunican el Mediterráneo con el mar Negro. Estrabón46 informa de que algunos autores hacen coincidir con las Columnas de Heracles la localización de las rocas Errantes y las rocas Entrechocantes, tradicionalmente relacionadas con el viaje de los Argonautas hacia la Cólquide. En otra ocasión, el geógrafo informa también de que a veces sus predecesores habían entendido el Ponto Euxino como «un segundo océano» y que la navegación por el Bósforo equivalía a la travesía de las Columnas47. Esta relación de simetría se hace explícita de nuevo en el testimonio que la obra de Avieno nos ofrece de los periplos de Damastes y Escílax, quienes, según él, atribuyeron a las Columnas exactamente las mismas dimensiones que el Bósforo, es decir, siete estadios de anchura48.
28En el marco de un pensamiento que considera que el paso entre el océano y el Mediterráneo debe ser similar al estrecho que se encuentra justo en el otro extremo, resulta muy probable que el hecho de que algunos autores, con Artemidoro al frente49, hayan podido imaginar el estrecho de Gibraltar como un canal alargado y angosto responda a la necesidad de crear, en el comienzo del Mediterráneo, un paso marítimo de características similares al paso que marca su final.
29La simetría, pues, quizá permita explicar la curiosa configuración que el Estrecho cobra en el testimonio de Artemidoro. Pero, a su vez, es posible que entre el estrecho septentrional y su correspondiente occidental también se haya dado una relación de influencia mutua. Solo a través de un modelo que viaja desde Gibraltar hacia el extremo norte puede entenderse el desplazamiento que experimentan las llamadas «Puertas Caspias» en algunos autores a partir del siglo segundo.
30«Puertas Caspias» es el nombre que recibe el famoso desfiladero montañoso conocido para los griegos sobre todo desde comienzos del helenismo, a través de la historiografía referida a la expedición de Alejandro. Las Puertas señalan un importante punto de inflexión en el viaje macedonio como lugar que marca la entrada en el continente asiático50 y por ser, además, el punto de partida de las mediciones de distancias realizadas por los bematistas. Su localización exacta no está aún hoy esclarecida del todo51, y las fuentes, además, parecen haber utilizado esa designación para referirse a puntos muy lejanos entre sí, pero lo que resulta claro, más allá de toda duda, es que las Puertas consisten en un paso «terrestre», una abertura estrecha en las escarpadas cadenas montañosas que surcan Asia.
31En principio, las Puertas Caspias no deberían entrar en modo alguno en relación con los estrechos marítimos, pues pertenecen a otro orden espacial. Sin embargo, la visión mayoritaria convive con otra que, si bien muy minoritaria y alejada de las fuentes que, en principio, reflejan con más rigor las evoluciones que experimenta el pensamiento geográfico, merece, con todo, ser tenida en cuenta: en uno de los discursos de Elio Aristides las Puertas Caspias no son un desfiladero terrestre al sur del mar Caspio, sino que aparecen desplazadas hacia el extremo norte, convertidas en un paso marítimo e identificadas, precisamente, con la entrada del estrecho septentrional:
Pues hay cuatro entradas del mar exterior. […] la cuarta se extiende desde el Norte y la Puerta Caspia hacia nuestro territorio y se llama Caspia, o si quieres, Hircania52.
32Aristides atestigua una localización minoritaria de las Puertas Caspias y seguramente ajena a los círculos en los que el progreso del conocimiento geográfico se discutía con seriedad. Pero, pese a no ser la más frecuente ni la más rigurosa, la opinión de Aristides merece ser tenida en cuenta como reflejo de una forma de entender las Puertas que probablemente gozó de cierto éxito, dado que aparece recogida en el léxico Suda:
«Montañas Caspias», o también «Puertas Caspias». Que hay allí un mar que procede de la entrada del océano; y su parte más estrecha se llama «Puertas Caspias», y lo demás, mar Hircanio. A su alrededor habitan pueblos bárbaros53.
33De nuevo, pues, las Puertas Caspias se identifican con un estrecho marítimo, quizá trasladando hacia el norte un modelo bien conocido en la literatura relativa al extremo occidente, donde atestigua Estrabón que Píndaro situaba las «Puertas Gadirias»:
Y algunos trasladan las rocas Errantes y las Entrechocantes allí, pensando que son las columnas que Píndaro llama «Puertas Gadirias», afirmando que hasta ellas llegó en último término Heracles54.
34Los modelos viajan, pues, de estrecho en estrecho cruzando la tierra de norte a sur y de este a oeste, transformando las maneras de entender la realidad geográfica en aras de una simetría que permite explicar lo desconocido a partir de lo conocido, o integrar lo conocido dentro de una estructura ordenada. Sin embargo, en ocasiones los supuestos y las conjeturas ya no se distinguen de la información transmitida a través de la experiencia de quienes han recorrido en persona esos lugares que causan dudas.
Navegando por el estrecho septentrional
35Retomamos ahora la pregunta de la que partíamos: ¿se puede navegar por un estrecho teórico? De manera teórica sí que es posible. Un ejemplo de ello pueden ser los siguientes textos de Estrabón, en los que el geógrafo describe los pueblos que habitan las orillas del mar Hircanio/Caspio adoptando el punto de vista de un navegante hipotético:
A la derecha para quien navega hacia dentro [del mar Caspio], por el lado de Europa a continuación viven los escitas y los sármatas que están entre el Tanais y este mar, la mayoría nómadas, sobre los que hemos hablado. A la izquierda están los escitas orientales55.
A los nómadas Daas que habitan junto al mar Caspio a la izquierda de quien navega hacia dentro de él los de ahora los llaman parnos. Después hay un desierto e inmediatamente después, Hircania, a lo largo de la cual se navega hasta alcanzar las montañas de Media y las tierras de los armenios56.
36El punto de vista del marinero teórico aparece también en la descripción que hace Mela de las comunidades que pueblan el Estrecho mismo y los tres senos que, según él, componen el mar Caspio:
A la entrada, a la derecha, habitan las orillas del estrecho los escitas nómadas. Dentro están las amazonas junto al seno Caspio, pero las llaman sauromátidas. Junto al Hircanio están los albanos, moscos e hircanos, y en el Escítico, los amardos y los pésticos, y ya junto al estrecho, los derbices57.
37Mela ofrece, pues, un recorrido en sentido antihorario de las poblaciones que ocupan las costas del mencionado golfo oceánico, desde que se entra en él hasta que se llega de nuevo al Estrecho. Tanto Estrabón como él recogen una forma de describir un territorio que recuerda en gran manera los antiguos textos periplográficos. Características propias de los periplos58 como el principio descriptivo unidireccional59, la descripción estructurada en tramos sucesivos o la partida y regreso al mismo punto, que guardan una relación estrecha con los orígenes empíricos y náuticos del género, aparecen en las descripciones citadas. Su presencia en los textos, sin embargo, seguramente represente la reproducción de un modelo literario asentado profundamente en la mentalidad geográfica de los griegos y no pretenda decir que estos autores crean que, de hecho, la navegación a través del estrecho del norte y a lo largo de las costas del supuesto golfo Hircanio esté sucediendo. Pero, al margen de esta motivación literaria, el uso del lenguaje periplográfico también revela la profunda convicción por parte de quien la usa de que tales recorridos son posibles. Ya Apolonio60 tenía en cuenta esa posibilidad y el peligro que implicaba para los Argonautas, que, como vimos, podían atravesar sin darse cuenta el estrecho del norte en la dirección opuesta a la que señalan los textos de Estrabón y Mela y desaparecer en mar abierto.
38Los peligros de la navegación oceánica, sin embargo, no parecen representar un problema para los deseos de Alejandro, quien, según la recreación que hace Arriano, pretende que la expansión de su imperio sirva para demostrar a sus conciudadanos que es posible alcanzar el mar Hircanio navegando desde el confín de la India:
Pienso que para un hombre noble el límite de sus fatigas no es otra cosa que las fatigas mismas que llevan a hazañas ilustres. Pero si alguien desea oír cuál es el límite de hacer la guerra, ha de saber que no es mucho lo que falta hasta llegar al Ganges y al mar oriental. Éste, os digo, me parece que está conectado con el mar Hircanio, pues el gran mar rodea la tierra por todas partes. Y yo demostraré a los macedonios y a sus aliados que el golfo Índico comparte su corriente con el Pérsico y que el mar Hircanio lo hace con el Índico. Desde el Pérsico nuestra flota habrá recorrido todo el periplo hasta las Columnas de Heracles; desde las columnas la parte de Libia que queda por dentro es toda nuestra, así como también toda Asia, y la divinidad hizo que las fronteras de este imperio fueran también las fronteras de la tierra61.
39Alejandro, pues, desea probar que el mar de la India está conectado con el Caspio y expandir las fronteras de su imperio hasta hacerlas coincidir con las de la tierra misma, una hazaña que las revueltas internas y la muerte temprana le impidieron completar62. Los deseos de Alejandro en el texto de Arriano, como hemos visto más arriba, aparecieron como posibles solo en época de Patrocles. El autor, pues, en el siglo ii de nuestra era, atribuye al rey macedonio unos deseos que resultan anacrónicos, seguramente con intenciones que responden fundamentalmente a motivos literarios, pero que tienen también una vertiente científica: Arriano adapta en su obra las ideas de Alejandro a la concepción geográfica de su propia época y le atribuye el propósito de emprender una navegación que, aunque jamás llevada a cabo por el hombre, entra dentro de los límites de lo racional y posible. Pero hay quien va un paso más allá:
Desde Gades y las columnas de Hércules todo el perímetro occidental de Hispania y de las Galias se recorre navegando. El océano septentrional se ha navegado en su mayor parte, bajo los auspicios del Divino Augusto […]. Y justo desde el orto, desde el mar de la India, bajo la misma estrella toda la parte que vierte en el mar Caspio ha sido navegada por entero por los ejércitos de los macedonios cuando reinaban Seleuco y Antíoco, que por sus propios nombres quisieron que se llamara mar Seléucida y Antióquida. Y alrededor del Caspio muchas costas del océano están exploradas63.
40Plinio, autor del texto, considera que los macedonios (refiriéndose a Patrocles)64, bajo el reinado de Seleuco y Antíoco, recorrieron con su flota la vertiente oceánica que da entrada al mar Caspio, cuyas costas también se han explorado. El autor no se refiere esta vez a un viaje teórico ni a un deseo, sino que nos habla de un recorrido que considera real, llevado a efecto de manera para él clara y objetiva por navegantes macedonios, y utiliza la noticia de este viaje como argumento para demostrar la naturaleza insular del mundo habitado. Sin embargo, dentro de la argumentación hay un hecho en particular que debe llamar nuestra atención: la iniciativa real y la presencia de la flota macedónica son el principal apoyo para la verosimilitud del supuesto viaje. El autor enumera, junto a la travesía hacia el mar Hircanio, otros recorridos a lo largo de los distintos continentes, que contribuyen a su argumentación, y todos cumplen de manera rigurosa la condición de haberse llevado a cabo a instancias de un rey o gobernante poderoso: el perímetro occidental de Hispania y la Galia ha sido navegado «bajo los auspicios del divino Augusto», según afirma el texto arriba citado; tras su referencia a los macedonios el autor continúa explicando que las victorias de Alejandro Magno revelaron el perfil del golfo Pérsico, que la escuadra de Hanón —llamado en una ocasión por el propio Plinio «emperador de los cartagineses»65— alcanzó Arabia partiendo desde Gádira, que Eudoxo66 hizo el mismo camino en sentido contrario cuando huía del rey Latiro67 y que los indios que habían llegado hasta las costas de Germania desde la India empujados por una tormenta eran un regalo del rey de los suebos a Quinto Metelo Céler68.
41Todas estas grandes travesías oceánicas se presentan como avaladas por la autoridad de un rey o un emperador, lo que revela el funcionamiento de una estrategia expositiva destinada a lograr la verosimilitud de un relato que los viajeros griegos conocen y emplean desde sus primeros testimonios69. También Heródoto70 se vale de ella cuando se refiere a la expedición oceánica enviada por el faraón Necao y al recorrido de Escílax de Carianda entre el Indo y el mar Rojo por orden de Darío I. El propio Estrabón habla de la especial credibilidad que confiere a Patrocles el no ser un ciudadano común sino un gobernante71.
42Toda gran travesía oceánica ha de presentarse, pues, como llevada a cabo por iniciativa de una figura de poder, que garantice de la veracidad de la información transmitida. Surge en este punto de manera inevitable la comparación con las famosas críticas que Polibio72 hace a la credibilidad de Piteas de Masalia, cuando afirma haber atravesado las Columnas de Heracles y haber recorrido la costa oceánica desde Gádira hasta el Tanais:
Afirma Polibio [dice Estrabón] que también esto mismo es increíble, pues ¿cómo para un hombre particular y pobre podrían tan grandes distancias hacerse navegables y transitables?73
43En el texto de Plino un viaje imposible se hace real porque la navegación se ha hecho bajo las órdenes de Seleuco y de Antíoco, y en el de Polibio, a su vez, un viaje real se hace imposible por ser un individuo particular quien lo emprende. Volviendo, pues, a la pregunta del comienzo, si es posible navegar por un estrecho que no existe, habremos de responder que sí, pero solo si se hace siguiendo el mandato de un rey, a bordo de una nave de guerra y en compañía de un ejército.
Notes de bas de page
1 Este trabajo ha sido realizado en el marco de los proyectos de investigación «La memoria escrita: estudio integral de las colecciones papirológicas españolas» (FFI2012-39567-C02-01/02) y «Muerte en el Nilo: Aspectos de las costumbres funerarias egipcias y griegas en Egipto» (ACI-PRO-2011-1132). Agradezco mucho a los profesores Pierre Moret y Francesco Prontera el haber leído versiones previas del texto y haberme ofrecido sus sugerencias. Quiero asimismo dar las gracias al profesor Moret por haberme facilitado su publicación aún inédita «La Méditerranée antique au prisme du Détroit». Sobre el paso de una concepción mítica del espacio a una concepción racional; véase Gehrke, 2007.
2 Aristóteles, Meteorología, I, 354a, 1-6.
3 Sobre las maneras de entender el Caspio a lo largo de la Antigüedad, véase McPhail, Hannah, 2008-2011, pp. 156-164. Asimismo Pajón Leyra, Bartos, inédito.
4 Heródoto, I, 203.
5 Hecateo de Mileto, Fr.Gr.Hist., 1, fr. 291 apud Ateneo, II, 82, 70b.
6 Una revisión completa de la evidencia respecto a la manera como Hecateo concebía el mar Caspio lleva a McPhail, Hannah, 2008-2011, pp. 156-159, a dejar la cuestión completamente abierta, ante lo inconcluyente de la información conservada.
7 Estrabón, XI, 7, 5 = Eudoxo de Cnido, ed. de Lasserre, fr. 344.
8 Señala esta coincidencia Lasserre (Estrabón, ed. de Lasserre, t. II, p. 256). Gisinger, 1967, pp. 17 y 24, considera que la orilla sudoccidental del actual Caspio es la localización más probable del fenómeno. Véase asimismo Estrabón, ed. de Radt, t. VII, p. 279.
9 Es el caso de Políclito de Larisa Fr.Gr.Hist., 128, fr. 7 = Estrabón, XI, 7, 4.
10 Así aparece en Diodoro Sículo, Biblioteca histórica, XVIII, 5, 2-6, 4,
que de manera más que probable sigue fuentes contemporáneas a la
expedición de Alejandro (véase Rathmann, 2007, pp. 81-89). El carácter de mar
interior solo se menciona en cuanto al mar Hircanio. Obsérvese la
consonancia entre las informaciones de la historiografía de
Alejandro y Aristóteles,
Meteorología, I, 354a,
donde claramente se distinguen Hircanio y Caspio (el filósofo habla
de mares interiores en Asia también en ibid., I, 350a, 8-13 y 34-35). Quinto Curcio, Historia de Alejandro
Magno, VII, 3, 21 también distingue entre ambos mares. Pomponio Mela, Corografía, III, 38, sin embargo, los considera dos senos
de un mismo mar, conectado con el océano.
11 Sobre Patrocles, véase Berger, 1903, pp. 72 y 384, y 1964, pp. 94-95; Gisinger, 1949; Brodersen, 2000. Acerca del progreso en el conocimiento sobre la región nororiental de Asia, véase Prontera, 2003, pp. 75-78.
12 Plinio, VI, 58 = Fr.Gr.Hist., 712, testimonio 3. Seleuco y Antíoco reinaron juntos entre el 291 y el 281 a. C.
13 Estrabón, II, 1, 17 = Fr.Gr.Hist., 712 fr. 4a.
14 Estrabón, XI, 11, 6-7 = Fr.Gr.Hist., 712 fr. 4b.
15 La identificación de este río no está clara. Véase Estrabón, ed. de Radt, t. VII, p. 276.
16 Estrabón, XI, 7, 3 = Fr.Gr.Hist., 712 fr. 5. Véase asimismo Estrabón, XI, 11, 5 = Fr.Gr.Hist., 712 fr. 6.
17 Walbank, 1981, pp. 198-199 y 489 simplemente considera la información de Patrocles como errónea y su testimonio, como falto de credibilidad.
18 Una clara exposición de esta solución se encuentra en Neumann, 1884, pp. 165-171. Revisa las diferentes propuestas en esta línea y niega su validez Tarn, 1901, pp. 10-12.
19 Id., 1966, pp. 112-113, a partir de Kiessling, 1914, col. 464 y 467, defiende que Patrocles confunde la desembocadura del Atrek con la del Amu Daria y niega categóricamente la existencia de una ruta comercial a lo largo del curso del Oxo en la Antigüedad. Gisinger, 1949, col. 2267-2269, también recoge la idea, a partir de Kiessling, 1914.
20 Tarn, 1901, pp. 18-19. Véase también Roller, 2010, p. 205. Sobre esta posibilidad, véase Pajón Leyra, Bartos, inédito.
21 En esta dirección apuntan Kiessling, 1914, p. 467, y Brodersen, 2000, p. 418. No obstante, Roller, 2010, p. 205, habla de un cierto desacuerdo («somewhat at odds») entre las dos informaciones.
22 Tarn, 1901, pp. 15-16.
23 Medida persa equivalente por lo general a treinta estadios.
24 Apolonio de Rodas, IV, 636-9.
25 En especial Ptolomeo, Geografía, VII, 5, 4.
26 Estrabón, II, 5.18. La misma disposición simétrica se encuentra en Dionisio Periegeta, 41-57. La cursiva es nuestra.
27 Janni, 2008, pp. 184.
28 Aristóteles, Meteorología, 354a.
29 Sobre la importancia de la simetría en el pensamiento geográfico antiguo, véase Currie, 1975. La historia se repetirá siglos más tarde, cuando el descubrimiento del estrecho de Magallanes, en el extremo sur del continente americano lleve a la búsqueda incansable durante siglos de su correspondiente en el norte, el llamado « paso del noroeste». Al respecto, véase Pimentel, 2003, pp. 113-129.
30 Véase Estrabón, XI, 6, 1: «κατ’ ἀρχὰς μὲν ἱκανῶς στενός, ἐνδοτέρω δὲ πλατύνεται».
31 Agatémero, 13.
32 Plinio, VI, 36-38.
33 Pomponio Mela, Corografía, III, 38-39.
34 Ps.-Aristóteles, Sobre el Mundo, III.
35 Solo Estrabón se aparta de este esquema: en su ya mencionado texto (XI, 6, 1), el autor describe el estrecho como un paso angosto superado el cual el mar comienza a expandirse, hasta que alcanza su anchura máxima en el fondo.
36 Tarn, 1979, p. 17, considera que ese canal estrecho pueda identificarse con una vía fluvial, pero entiende que se trata de una vaga noticia del Volga, dada su clara orientación a norte.
37 Resulta de interés en este contexto la propuesta de Junge, 1962, pp. 26-29, quien atribuye a Hecateo la idea de una conexión fluvial entre el mar Hircanio —según el autor, entendido como mar interior— y el océano septentrional, a través del río Araxes. A través de este río, en la interpretación de Junge, es como los Argonautas habrían alcanzado las aguas del Océano, para después navegar alrededor de Asia (véase Schol. Apolonio de Rodas, IV, 259, 4-6; Hecateo de Mileto, Fr.Gr.Hist., 1, fr. 18a). Es preciso llamar la atención también sobre la antigua creencia de que el mar Negro se comunicaba con el océano, por el norte, a través de un río. Véase al respecto Podossinov, 2013, pp. 4-5.
38 Pomponio Mela, Corografía, III, 38-39.
39 Moret, 2012b, p. 54, fig. 5.
40 Ibid., pp. 57-59; véanse también pp. 72, fig. 6, p. 75, fig. 7, p. 77, fig. 8, e inédito.
41 Ptolomeo, Geografía, II, 4, 5, y, a partir de él, Marciano, Periplo del Mar Exterior, II, 9.
42 Pomponio Mela, Corografía, II, 96, quien hace extenderse la orilla del Estrecho hasta el promontorio de Juno.
43 Sobre el estrecho de Bāb al-Mandab como formado por dos promontorios, véase Estrabón, XVI, 4, 4-5. Es de notar que la información referida al segundo promontorio aparece atribuida directamente a Artemidoro (Stiehle, 1856, fr. 96). También Periplo del Mar Eritreo, sección 7, habla de un estrechamiento puntual. Sobre el estrecho de Ormuz y los dos cabos que lo forman, véase Estrabón, XVI, 3, 2, a partir de Eratóstenes (Berger, 1964, fr. III B, 39). Sobre este texto, véase Biffi, 2002, pp. 249-250; Bianchetti, 2011, pp. 159-160. Eratóstenes recibe la información de Nearco. Véase Arriano, Indica, 32, 6-7, y 33, 2. La descripción es similar a la que aparece en Pomponio Mela, Corografía, III, 79, y a la de Plinio, VI, 98.
44 Estrabón, VIIa, 1, 57.
45 Heródoto, IV, 85. Coincide con el periplo del pseudo Escílax, que atribuye a la entrada en el Ponto Euxino una anchura de siete estadios (Pseudo-Escílax, Periplo, 67, 8).
46 Véase Moret, 1997, pp. 46-48, e inédito acerca de Estrabón, III, 5, 5.
47 Ibid., I, 2, 10. Sobre este texto, véase Podossinov, 2013, p. 4.
48 Avieno, Ora Maritima, 370-4: «Sed ad columnas quidquid interfunditur / undae aestuantis, stadia septem vix ait / Damastes esse. Caryandaeus Scylax / medium fluentem inter columnas adserit / tantum patere quantum aestus Bospori est». Sobre Damastes, véase Fr.Gr.Hist., 5, fr. 4; sobre Escílax, Fr.Gr.Hist., 709, fr. 8. Sobre el texto de Avieno, Shipley, 2011, p. 148. El texto, con todo, no habla de la estructura del Estrecho.
49 Lamentablemente, no conservamos información sobre cómo Artemidoro describía el Helesponto y el Bósforo.
50 Dionisio Periegeta, 1036, las llama «llaves de Asia».
51 Las diferentes localizaciones del paso a lo largo del tiempo son analizadas por Anderson, 1928. La mayor parte de las fuentes las localizan en las montañas del actual Irán. Pero Bosworth, 1983, pp. 266-267, las identifica con el paso de Deire, en la moderna Georgia. Sobre el paso, véase Treidler, 1953; Standish, 1970; Talbert, 2000, p. 92, H1.
52 Elio Aristides, Aigyptios, 354.
53 Suda, 460. Sobre este texto, véase Treidler, 1953, col. 325.
54 Estrabón, III, 5, 5.
55 Ibid., XI, 6, 2.
56 Ibid., XI, 7, 1.
57 Pomponio Mela, Corografía, III, 39.
58 Sobre este género, véase González Ponce, 1998, p. 69, y 2008b.
59 Sobre la importancia de la concepción del espacio como itinerario (espacio «hodológico») en el mundo antiguo y el uso del lenguaje periplográfico asociado a ella, véase Janni, 1984-1985, pp. 79-158, especialmente pp. 120-130.
60 Apolonio de Rodas, IV, 636-9.
61 Arriano, Anábasis, V, 26.
62 La idea de un viaje de exploración de tintes heroicos que se ve truncada por la muerte del protagonista es un topos literario que se repite en las biografías de Alejandro y de César, tal y como aprecia Janni, 2008, pp. 175-176. La región nororiental del mundo, como orbe ignoto, se presta especialmente a esta clase de fabulaciones y relatos, al igual que sucede con el continente africano. Al respecto, véase ibid., especialmente p. 186, n. 44, acerca del paralelismo entre el sector nororiental y el sudoccidental del mundo habitado.
63 Plinio, II, 167.
64 Ibid., VI, 58 (Fr.Gr.Hist., 712, testimonio 3).
65 Plinio, VI, 200: Poenorum imperator.
66 Eudoxo de Cícico. Véase Estrabón, II, 3 4-5, a través de Posidonio (ed. de Edelstein, Kidd, fr. 49).
67 Ptolomeo, Geografía, IX.
68 Véase Pomponio Mela, Corografía, III, 45, si bien esta vez el regalo procede del rey de los Botos. Sobre la imposibilidad de este viaje y el carácter inverosímil de la noticia, véase Biffi, 2003.
69 Una explicación completa del funcionamiento de este recurso se encuentra en Gómez Espelosín, 1994, pp. 152-153.
70 Heródoto, IV, 42 y 44.
71 Véase Estrabón, II, 1, 2 = Fr.Gr.Hist., 712, testimonio 5a.
72 Polibio, XXXIV, 5, 6, apud Estrabón, II, 4, 2; Pitea di massalia, ed. de Bianchetti, fr. 21; ed. de Mette, fr. 7a; ed. de Roseman, testimonio 8.
73 Polibio, XXXIV, 5, 6.
Auteur
Universidad de Sevilla
Le texte seul est utilisable sous licence Licence OpenEdition Books. Les autres éléments (illustrations, fichiers annexes importés) sont « Tous droits réservés », sauf mention contraire.
La gobernanza de los puertos atlánticos, siglos xiv-xx
Políticas y estructuras portuarias
Amélia Polónia et Ana María Rivera Medina (dir.)
2016
Orígenes y desarrollo de la guerra santa en la Península Ibérica
Palabras e imágenes para una legitimación (siglos x-xiv)
Carlos de Ayala Martínez, Patrick Henriet et J. Santiago Palacios Ontalva (dir.)
2016
Violencia y transiciones políticas a finales del siglo XX
Europa del Sur - América Latina
Sophie Baby, Olivier Compagnon et Eduardo González Calleja (dir.)
2009
Las monarquías española y francesa (siglos xvi-xviii)
¿Dos modelos políticos?
Anne Dubet et José Javier Ruiz Ibáñez (dir.)
2010
Les sociétés de frontière
De la Méditerranée à l'Atlantique (xvie-xviiie siècle)
Michel Bertrand et Natividad Planas (dir.)
2011
Guerras civiles
Una clave para entender la Europa de los siglos xix y xx
Jordi Canal et Eduardo González Calleja (dir.)
2012
Les esclavages en Méditerranée
Espaces et dynamiques économiques
Fabienne P. Guillén et Salah Trabelsi (dir.)
2012
Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo
Stéphane Michonneau et Xosé M. Núñez-Seixas (dir.)
2014
L'État dans ses colonies
Les administrateurs de l'Empire espagnol au xixe siècle
Jean-Philippe Luis (dir.)
2015
À la place du roi
Vice-rois, gouverneurs et ambassadeurs dans les monarchies française et espagnole (xvie-xviiie siècles)
Daniel Aznar, Guillaume Hanotin et Niels F. May (dir.)
2015
Élites et ordres militaires au Moyen Âge
Rencontre autour d'Alain Demurger
Philippe Josserand, Luís Filipe Oliveira et Damien Carraz (dir.)
2015