Balance de la tercera parte
Impacto económico de la política exterior
p. 309-317
Texte intégral
1Los efectos económicos de las decisiones adoptadas en materia de política exterior durante el largo reinado de Felipe V pueden analizarse desde dos perspectivas o enfoques cronológicos distintos. Existe una primera etapa que se encuentra claramente determinada por el tiempo de la guerra de Sucesión y por la propia circunstancia de ser el candidato francés el escogido para el trono español, lo que provoca la necesidad de forjar una nueva relación entre ambas monarquías, pero también la redefinición de las tradicionales relaciones políticas y económicas con el resto de potencias continentales1. La segunda etapa se refiere en este caso a las decisiones adoptadas con posterioridad, tras la conclusión del conflicto, cuando existe cierta libertad para redefinir una política exterior desde una perspectiva coherente con la nueva situación y que puede ir asumiendo características propias2. Los cinco trabajos que procedemos a valorar en el tercer bloque de esta obra conjunta se reparten perfectamente entre ambos espacios de análisis y permiten profundizar entre las distintas alternativas y soluciones que se ofrecen en cada caso.
2El primer enfoque se orienta, como decimos, hacia la potenciación de las relaciones económicas —y específicamente las comerciales— con la monarquía francesa durante el tiempo de la guerra de Sucesión. Los mercaderes galos, como explica el texto del profesor Lloret, entusiasmados con las nuevas posibilidades comerciales a las que en teoría iban a tener acceso, tratarán de estudiar el modo y manera de impulsar muy especialmente su participación directa en los tráficos con las Indias españolas, y extraer de ello el mayor beneficio posible. Esta realidad implica que otras naciones tengan que ser desplazadas de esa misma actividad y sujetas, por su consecuente reacción, a la condición de enemigas. Sin embargo, no todas adoptan la actitud de radical oposición que caracteriza al caso británico3. Muchas de ellas, como muestra el trabajo de la profesora Crespo Solana, van a sopesar el interés económico frente al político, sin parecer demasiado inclinadas a adoptar una actitud hostil con España y tratando más bien de conservar a toda costa los vínculos comerciales que aún pudieran sostenerse. Son, por tanto, dos estudios contrapuestos que analizan la diferente relación generada entre las comunidades mercantiles internacionales asociadas a la nueva monarquía y las que por el contrario van a quedar desplazadas de dicho entendimiento. Parecería sencillo interpretar que las primeras van a verse beneficiadas en detrimento de las segundas, pero los estudios de Lloret y Crespo Solana nos muestran que la realidad es siempre más compleja. La visión tradicional sobre la dependencia española de la oferta francesa debería revisarse, o ser matizada en cierto modo, a la luz de estos nuevos trabajos, del mismo modo que se está revisando la influencia gala en la organización de las nuevas estructuras hacendísticas4.
3Tras el final de la guerra de Sucesión, las condiciones se orientan de modo radical hacia el impulso de una economía estrictamente nacional, muy en especial tras la quiebra de confianza que se produjo a raíz del colapso francés del año 1709 y de las concesiones que fue necesario otorgar a los británicos en Utrecht (asiento de negros y navío de permiso). La política felipista tendente a la recuperación de la producción nacional pasa, entre otros muchos proyectos, por la reserva de la provisión completa de los renovados ejércitos españoles5. Desde esta última perspectiva, el trabajo del profesor Martí Fraga se orienta hacia el análisis del efecto que esta política pudo provocar en el Principado de Cataluña. Dicho estudio se inserta completamente, sin esquivarlo en absoluto, en el debate sobre el impulso económico catalán que pudo derivarse de las políticas aplicadas por el primer Borbón, valorando hasta qué punto pudo verse estimulada la economía catalana por la presencia permanente en su territorio de los ejércitos de ocupación o la salida constante de las expediciones militares hacia Italia.
4Disponemos de otros dos textos que abundan sobre el efecto de las decisiones de política exterior durante esta etapa de revisionismo de los tratados de Utrecht, una cuestión aún principal en la historiografía actual. Desde el punto de vista económico, tendrá sin duda una enorme trascendencia la elección política entre la posibilidad de orientar las fuerzas y los esfuerzos de la monarquía hacia el Mediterráneo, tratando de recuperar los territorios perdidos en Italia, o encauzarlas hacia un nuevo y floreciente espacio Atlántico. La solución que todavía hoy podemos dar por válida es que, mientras vivió el rey Felipe V, los principales objetivos de estrategia política y militar se dirigieron realmente hacia el Mediterráneo, desperdiciando o posponiendo de este modo las oportunidades que ofrecía un eventual cambio de perspectiva6. Sin embargo, quizá no deberíamos expresarlo de una forma tan contundente, teniendo sobre todo en cuenta la constante dependencia española del comercio con Indias que se manifiesta en el trabajo del profesor Hanotin, también en las relaciones franco-españolas posteriores a Utrecht. Su autor asume la realidad de que la prioridad política no se orienta hacia el Atlántico, pero reivindica la presencia permanente de este espacio geográfico en el juego de la política internacional, destacando el hecho de que las relaciones comerciales con América estuvieran presentes en cualquier contacto diplomático durante estas décadas. La política guarda una conexión directa con el comercio y América nunca dejó de ejercer un papel principal en este ámbito. Esta parte incluye asimismo la contribución del profesor Martín Corrales, centrada particularmente en el espacio mediterráneo, pero no en el caso de Italia sino en el del vecino mundo musulmán. Son muchos los estudios sobre las relaciones entre España e Italia durante esta época, y otros tantos se anuncian en correspondencia con una temática que está despertando un enorme interés en fechas recientes. Por eso mismo resulta interesante recalcar que la presencia española en el Mediterráneo no se limita al papel jugado por la monarquía en Italia, sino que las relaciones económicas con el mundo musulmán de las regencias siguen jugando un papel tan extraordinario como relevante.
5En el primer trabajo de este tercer bloque, Guillaume Hanotin analiza el peso de América en las relaciones franco-españolas tras el final de la guerra de Sucesión, concretamente hasta la firma del Segundo Pacto de Familia en 1743. En él, se parte de una premisa muy interesante que contribuye a precisar el planteamiento del que ya hemos hablado sobre la inclinación política de la monarquía de Felipe V por el Mediterráneo o el Atlántico. Según este autor, parece claro que América fue una de las razones de mayor peso para el estallido de la guerra de Sucesión y que, más adelante, los tratados de Utrecht y Rastatt consiguieron definir una suerte de equilibrio entre Francia e Inglaterra en la zona septentrional del continente americano, y entre España y Portugal en el sur. El logro de este equilibrio parece entonces relegar a América a un segundo plano de la actualidad política hasta el inicio de la guerra de los Siete Años en 1756. Sin embargo, el autor pretende mostrar en su estudio que la cuestión de las Indias nunca dejó de estar situada en el primer plano de las relaciones entre los distintos Estados y, muy especialmente, en la dispuesta entre Francia y España. Como sintetiza Hanotin, el mundo de los europeos no dejó de estar concentrado sobre el Mediterráneo y el continente, pero en realidad su destino ya dependía en buena medida del Nuevo Mundo.
6Francia estaba interesada tanto en el comercio con España como con América y, como se puede ver en el texto de Lloret, esperaba sacar provecho de ambas realidades. Pero los años del cardenal Fleury también estuvieron presididos por la voluntad de conservar la paz con Inglaterra, en lo que también tuvo mucho que ver el agotamiento de las finanzas de la monarquía gala. Por eso mismo, no será hasta la captura de Portobello por parte británica, en diciembre de 1739, cuando se decide a enviar ayuda militar a España en las Indias Occidentales. Eso demuestra que solo el peligro de ruptura comercial en América podía realmente a movilizar a Francia en su apoyo a España frente a Gran Bretaña, acordándose entonces de reivindicar la solidaridad dinástica y los pactos de familia. El acercamiento entre ambas cortes durante la década de 1740 también es consecuencia de la necesidad de asumir que el mantenimiento del equilibrio en Europa no podía hacerse a costa de un desarrollo desenfrenado del contrabando inglés en la América española. Con todo, el apoyo militar francés se encuentra en todo momento vinculado a la conclusión de un nuevo acuerdo comercial o a la concesión de ciertas ventajas comerciales en América para la nación gala. En resumen, la decisión adoptada por Francia en 1739 buscaba el equilibrio entre la voluntad de mantenerse fuera de un conflicto hispano-inglés y la necesidad de apoyar la defensa del imperio español, siempre que este continuara repartiendo de forma conveniente sus ventajas comerciales.
7Más adelante, la muerte del emperador Carlos VI precipita un nuevo enfrentamiento en Europa que, de nuevo, parece dejar fuera del foco a América. Sin embargo, esta interpretación sigue sin ser del todo correcta, porque este territorio estuvo presente en todas las futuras negociaciones políticas, tratando de alcanzar un acuerdo político al que siempre se añadían las consecuentes disposiciones comerciales. De ahí la conclusión del segundo pacto familiar en octubre de 1743, que muestra hasta qué punto estaban vinculadas las prioridades italianas y las preocupaciones americanas. En definitiva, hasta la muerte de Felipe V, las fronteras americanas y el comercio colonial siempre estuvieron presentes en el centro de la rivalidad entre Inglaterra, España y Francia.
8El estudio de Sylvain Lloret sobre las relaciones entre los mercaderes franceses y la monarquía española en el tiempo de la guerra de Sucesión analiza, en efecto, las esperanzas de este colectivo de un incremento sustancial de los beneficios derivados de las nuevas conexiones entre ambas naciones. Los mercaderes franceses se mostraron inmediatamente interesados en la posibilidad de convertirse en proveedores preferentes de una España que imaginaban repleta de tesoros y que, sin duda, propiciaba una conexión con los flujos económicos mundiales a partir de los metales y los productos coloniales llegados de América. El autor trata, sin embargo, de observar esta situación desde una perspectiva más elaborada, señalando que es consecuencia de una realidad que tuvo su origen en realidad en los años finales del siglo xvi y que floreció especialmente desde mediados del siglo xvii, consolidándose una cierta complementariedad entre los mercaderes galos y los de los reinos aragoneses, Madrid o Cádiz. Este último destino se fue consolidando como prioritario con el tiempo, de modo que, en los inicios del reinado de Felipe V, ya había una veintena de casas comerciales de esta nación ubicadas en dicho puerto, cuyo número —eso sí— se duplicó entonces hasta llegar a representar la mitad de la presencia extranjera. La relación se consolidó fácilmente además por la complementariedad de los tráficos (metales y colorantes por textiles y sábanas), por la existencia de una base jurídica previa para sus relaciones (la cláusula de nación más favorecida adoptada para este caso desde 1659, pese a que nunca se llegó a firmar un tratado comercial entre Francia y España), por la presencia institucional de los corps de nation como representantes oficiales de las colonias de comerciantes establecidas en cada puerto, complementadas con la vasta y densa red consular dispuesta por la administración de la marina francesa en los principales centros comerciales. Estas comunidades mercantiles obtuvieron efectivamente nuevas concesiones y privilegios tras el ascenso al trono del monarca Borbón, lo que corrobora asimismo la estrecha relación existente entre los intereses comerciales y la política exterior francesa.
9Es también cierto que, después de Utrecht, los comerciantes de esta nación se verían obligados a redefinir el marco jurídico de sus actividades, por la resistencia de la administración española a seguir otorgándoles privilegios, que se deriva de su intención de acabar con el estado de dependencia mostrado durante el conflicto sucesorio, y para tratar de frenar asimismo el escandaloso contrabando desarrollado. Sin embargo, aun dentro de esta tesitura, Francia logró mantener muchas de sus antiguas prerrogativas comerciales o, por lo menos, no perder ninguna de las que podrían considerarse fundamentales y que determinaban por sí mismas una relación privilegiada. Los comerciantes de esta nación podían llegar incluso a elegir entre la opción de convertirse en españoles —tras diez años de residencia— alcanzando entonces el derecho a comerciar libremente con América, o seguir siendo franceses y gozar de la protección legal otorgada por su país de origen. La decisión última se fue ajustando a las circunstancias y condiciones de cada cual.
10El trabajo de Ana Crespo Solana se concentra en el análisis de las consecuencias económicas del tiempo de la guerra de Sucesión sobre el comercio holandés. El punto de partida parece claro: las Provincias Unidas marcharon aliadas con Inglaterra para impedir la consolidación de los Borbones en el trono español, lo que pudo haber tenido consecuencias nefastas para su papel de intermediación en el comercio internacional, muy especialmente en su vertiente americana. Sin embargo, siguiendo esta misma premisa, la autora desarrolla un trabajo de investigación, del que ella misma es principal referencia, para mostrar cómo se las ingeniaron los holandeses para mantener activas las rutas comerciales con España, y sobre todo las establecidas desde tiempo atrás con Cádiz.
11Parece evidente que el interés de los negocios privados se sitúa siempre por encima de las alianzas establecidas durante cualquier guerra. Esta realidad universal se ajusta especialmente bien al carácter de los holandeses, sobre todo porque, como se señala hacia el final del texto, tenían muy claro que las leyes internacionales de la primera época moderna recogían la doctrina de que la guerra es una contienda entre Estados y no entre personas privadas, que debe emprenderse por tanto contra las fuerzas de ese Estado y no contra sus ciudadanos. Desde un punto de vista moral la cuestión estaba resuelta, sobre todo en las ciudades marítimas de Amsterdam y Middelburg. Sin embargo, la elección del bando equivocado en un conflicto internacional sigue provocando consecuencias negativas para determinados intereses económicos. Esta es la realidad política en la que se debatieron las fuerzas económicas neerlandesas en este contexto histórico, de modo que parece inevitable aceptar el hecho de que su elección opuesta al candidato Borbón pudo dañar de algún modo sus intereses en la península ibérica y en los tráficos desarrollados a partir de ella.
12Desde finales del siglo xvii, numerosas casas de comercio holandesas participaban a través de la Sociedad del Comercio de Levante de Amsterdam y Middelburg en las rutas que conectaban el Báltico con distintos puertos atlánticos europeos, con el comercio americano, con Cádiz e incluso con otros enclaves del Mediterráneo español convertidos en centros de organización y de escala para sus flotas. La colaboración holandesa en la ofensiva inglesa contra los intereses borbónicos en España provocó, en primer lugar, una inmediata recolocación de estos agentes y rutas mercantiles. El comercio que unía los diversos puertos españoles con el Báltico conoció efectivamente una fuerte crisis entre 1701 y 1710, pero, a partir de 1721, comienza a observarse una lenta recuperación y un importante crecimiento que se sostendrá durante toda esta década y la siguiente. La situación habría afectado también a los negocios que los holandeses desarrollaban en el seno de la monarquía española, donde habían disfrutado paradójicamente de una privilegiada relación durante el reinado de Carlos II, una situación que el nuevo papel de Francia vendría a revocar. Sin embargo, Crespo Solana nos muestra cómo los holandeses lograron mantener su presencia —con altibajos— muy especialmente después de 1720, debido al hecho indiscutible de que eran los mejores intermediarios para la provisión de fletes y capitales, así como la profundidad de sus redes diplomáticas y de negocios privados que les sirvieron para el desarrollo de diversas actividades como financieros o asentistas de la monarquía española.
13En las últimas décadas del siglo xvii, los holandeses redirigieron con éxito su atención hacia las rutas atlánticas, en conexión con las flotas de Nueva España y la organización de los navíos de registro, una opción impulsada tras la guerra, cuando la corona española procede a reformar el comercio de Indias ahora desde Cádiz. Sin embargo, el comercio «madre» de los holandeses es el que se encuentra en el Báltico y hacia él dirigieron siempre sus mayores esfuerzos, buscando la paz con Suecia, evitando la amenaza rusa y sorteando la competencia inglesa. De este modo pudo impulsarse el comercio de intermediación holandés entre el Báltico y Cádiz, sobre la base de ciertos productos como la madera, brea, sal, pescado salado, vino, textiles y coloniales. Del mismo modo, existen evidencias que indican un lento resurgir de las rutas holandesas hacia el Mediterráneo, especialmente a partir de 1711, con un incremento del volumen de la navegación hacia Asia Menor que hace escala previa en Cádiz. Por su parte, el comercio con América también experimentó cambios importantes tras el conflicto, comenzando a partir de 1721 a emerger sobre nuevas bases, ahora concentradas sobre Cádiz, favoreciendo los negocios de los mercaderes extranjeros de esta ciudad. La ambigüedad de las relaciones entre ingleses y holandeses en torno a los intereses del comercio colonial español resulta manifiesta, así como la neutralidad práctica que permitió la supervivencia del comercio holandés en Cádiz dentro de un contexto en que muchos mercaderes extranjeros fueron expulsados o forzados a la emigración.
14Los tratados de paz otorgaron ventajas comerciales a Gran Bretaña, en el contexto de una nefasta gestión imperial por parte española, manteniendo un sistema caduco y militarizado de flotas y aranceles, sin compañías privilegiadas ni libre comercio. Sin embargo, los representantes de esta antigua nación de mercaderes supieron salvar sus negocios y obtener beneficios. Ni los británicos ni ninguna otra nación marítima fueron capaces de desplazar a los transportistas holandeses en su función de intermediación en fletes, productos y capital.
15El trabajo de Eloy Martín Corrales sobre el Mediterráneo musulmán en el primer tercio del siglo xviii es, desde luego, bastante más de lo que propone su título, sobre todo en lo concerniente a su cronología. En sus primeras páginas nos ofrece una impresionante actualización historiográfica para todo el período moderno, incluyendo un centenar de referencias perfectamente organizadas para entender las diferentes coyunturas. Su punto de partida consiste en señalar que la política española con los países musulmanes del Mediterráneo no estuvo dominada durante este tiempo por la confrontación religiosa, y que incluso el mutuo y crónico hostigamiento corsario no llegó a representar un impedimento suficiente para la formación de relaciones estratégicas (alianzas frente a enemigos comunes) y, más aún, relaciones en busca de ventajas económicas mutuas. Una realidad perfectamente factible porque, si no existió una cristiandad unida, tampoco hubo una umma islámica sin fisuras.
16Así, el temor a la amenaza otomana durante el siglo xvi había estimulado las relaciones hispano-marroquíes, mientras continuaban en paralelo los intercambios mercantiles entre los puertos españoles y los del Magreb. Esta realidad ha sido asimismo constatada para el caso de las islas Canarias en la vertiente atlántica de esta relación, bastante más consolidada por una evidente dependencia territorial. En el siglo xvii, la rivalidad hispano-otomana perdió, sin embargo, trascendencia desde el momento en que la tendencia entre las partes se dirige hacia la búsqueda de la tregua, pero fue entonces cuando las regencias norteafricanas de Argel, Túnez y Trípoli tomaron el relevo, al tiempo que se deterioraban las relaciones con Marruecos tras la llegada al poder de la dinastía alauita (1664). Con todo, el enfrentamiento corsario encierra un sentido básicamente económico, que se traslada incluso a la formación de normas de rescate y compra de libertad para los cautivos/esclavos de cada bando, o la presencia permanente de órdenes redentoras. Los intercambios mercantiles continuaron inalterados en este contexto y hasta se incrementaron en el último tercio del siglo, navegando bajo pabellón francés o inglés, bandera blanca o recurriendo al trueque en las playas desiertas del litoral.
17Martin Corrales focaliza una parte importante de su texto en el reinado de Felipe V y concretamente en la guerra de Sucesión, analizando negociaciones con las regencias, la interferencia británica y francesa, intercambios y relaciones mutuas. Pero trasciende incluso los límites cronológicos del reinado de Felipe V, al ofrecernos detalles sobre el futuro cambio de orientación territorial de la política exterior española, puesto que la readaptación de la política mediterránea a los nuevos tiempos se observa también en este ámbito. La tendencia revisionista tratará, en efecto, de recuperar los territorios perdidos en Italia, mientras que simultáneamente se desarrollan posiciones políticas favorables al establecimiento de relaciones estables y duraderas con Marruecos, las regencias y el Imperio otomano. Dichas relaciones se consolidarán durante el reinado de Carlos III (tratado hispano-marroquí de 1767; tratado hispano-otomano de 1782) marcando una tendencia de imposible relación con la regencia argelina. En cualquier caso, la actividad mercantil entre ambas orillas del Mediterráneo nunca se detuvo por completo.
18Eduard Martí aborda en su estudio sobre los asientos militares del período inmediatamente posterior a Utrecht (1715-1725) lo que podríamos considerar el efecto bumerán de la política exterior de Felipe V y su incidencia sobre el desarrollo económico interno tanto en un nivel nacional como territorial. El revisionismo italiano propicia la salida de diversas expediciones militares hacia Italia durante la segunda parte de su reinado, impulsando necesariamente el desarrollo económico de los territorios encargados de abastecer a las tropas y ejercer el papel de cabeza de puente para su partida. El autor trata en consecuencia la interesante polémica —nunca resuelta— de la incidencia que pudo tener la política de provisión militar borbónica para el impulso de la economía del Principado de Cataluña durante estos años. En concreto, estudia los primeros años de reconstrucción tras el conflicto sucesorio, con las operaciones de conquista de Sicilia y Cerdeña, la defensa de la frontera pirenaica en la guerra contra la Cuádruple Alianza, así como el impulso de la construcción y reparación navales. No son los años de mayor efecto económico de estas políticas, pero sí son aquellos en que se pusieron las bases para una cooperación activa entre la monarquía y Cataluña, aunque, tal y como explica el autor, el recurso a proveedores catalanes no fue nunca el resultado de una decisión política que pretendiera otorgar un trato de favor, sino una solución pragmática para garantizar a toda costa el suministro de los ejércitos.
19La historiografía catalana, a la que se recurre por extenso en este trabajo, ha planteado el dilema de considerar si esta realidad contribuyó realmente a estimular la economía regional, atenuando en consecuencia su carácter de imposición, o afectó solamente a unos sectores productivos puntuales y a unos sectores sociales determinados, sin llegar a compensar en absoluto los problemas —no solo de convivencia— que pudiera generar la presencia en el Principado durante varias décadas de cerca de 30 000 soldados. Tan complicado resulta el cálculo agregado de todos los beneficios económicos derivados del impulso de la demanda estatal, como el de los perjuicios causados por la presencia de las tropas. Por eso, resulta muy de agradecer la publicación de trabajos como el presente, que ofrecen una serie de datos que, sin tratar de ser exhaustivos, aportan detalles cuantitativos claros y precisos. En este caso, se trata de los derivados del análisis de un total de 198 asientos o contratas militares localizados en los registros de la Real Intendencia de Cataluña, en el Archivo de la Corona de Aragón. Así, entre la militarización obsesiva de Cataluña y la eventual consideración de la imposición de una excesiva carga fiscal sobre sus naturales con la introducción del catastro en sus primeras fases, y la imagen de una monarquía borbónica organizada como una auténtica maquinaria de contratación en beneficio de un buen número de asentistas militares catalanes, Martí nos ofrece un balance de la realidad de esos años que aporta interesantes conclusiones.
20La forma de gestionar la demanda militar por parte de los proveedores catalanes todavía resulta desconocida (individuos, grupos cohesionados, pequeñas o grandes compañías), pero parece claro que la competencia por conseguir los contratos fue superior a lo que conocíamos hasta ahora. La historiografía al uso establece una interesante distinción tipológica para la contratación de los suministros militares que podría ajustarse al caso, separando aquellos casos cuyos costes se abonan por los propios regimientos, de los que abonan las autoridades competentes —el intendente de Cataluña en su caso—. Se puede distinguir a su vez entre los asientos generales, que implican una provisión continuada en el tiempo, y aquellas entregas que la documentación denomina «contratas», que están normalmente referidas a una entrega única y puntual de cualquier bien de provisión. Pues bien, lo que Martí detecta en su estudio es que en este caso hablamos fundamentalmente de contratas abonadas por la intendencia; no hay muchos asientos generales, ni tampoco provisiones abonadas por los regimientos. Se trata por tanto de encargos de provisión numerosos, pero relativamente reducidos en su tamaño, de bajo coste y de corta duración, tanto para armas como para víveres, uniformes, obras de construcción y astilleros. De ahí que la conclusión provisional que puede extraerse de este caso es que, si la inversión en Cataluña es una realidad evidente, parece ser que no fueron los catalanes los principales beneficiarios de la movilización de los recursos militares provocada como consecuencia puesto que, al menos durante este período, los asientos generales se contrataron en otros territorios y a través de otros asentistas (navarros y vascos fundamentalmente, establecidos en la corte de Madrid). Es decir, es probable que fueran muy pocos los catalanes que lograron obtener unos ingresos importantes a través de los negocios con el Estado ocurridos en esta coyuntura histórica.
21En resumen, el estudio de las consecuencias económicas de las decisiones adoptadas por la política exterior de Felipe V en sus distintos apartados nunca deja de ofrecer interesantes novedades, tanto durante la coyuntura propia del conflicto sucesorio como en la etapa de revisión de los tratados de Utrecht. Los trabajos contenidos en este tercer apartado incrementan así nuestro conocimiento del período, tanto en sus aspectos más clásicos (el papel de los comerciantes franceses durante y después de la guerra), como en otros apartados que están recibiendo una atención historiográfica más reciente (el impulso de la economía catalana derivado de la demanda militar), junto a otros enfoques más específicos como el rol del comercio holandés o las relaciones con el Mediterráneo musulmán. Se trata de una serie de estudios que proponen nuevas y sugerentes hipótesis, al tiempo que nos ayudan a consolidar planteamientos previos y nos regalan una interesante actualización historiográfica.
Notes de bas de page
1 Albareda Salvadó, 2010.
2 Storrs, 2016b.
3 Bowen, González Enciso (eds.), 2006; Harding, Solbes Ferri (coords.), 2012.
4 Dubet, Solbes Ferri, 2019.
5 Torres Sánchez, 2016; González Enciso, 2017; Torres Sánchez, Brandon, Hart (coords.), 2018; Valdez-Bubnov, Solbes Ferri, Brandon (coords.), 2020.
6 Sáez Abad, 2020.
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La reconstrucción de la política internacional española
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