La monarquía española y el Mediterráneo musulmán durante el primer tercio del siglo xviii
p. 273-281
Texte intégral
1Se suele admitir con excesiva ligereza que la política española con los países musulmanes del Mediterráneo estuvo dominada absolutamente por la confrontación religiosa o ideológica1. Así lo demostrarían la ofensiva hispana en el litoral norteafricano (conquista de Melilla en 1497, de Orán en 1509, y de muchas otras localidades en los treinta años siguientes2), la posterior rivalidad con el Imperio otomano en el Magreb central y oriental (1516 y 1574), la pugna por el control del mar (Preveza, 1538; Lepanto, 15713), la expulsión de los moriscos de España entre 1609 y 16144 o los incesantes combates en los presidios españoles en el litoral norteafricano5. Pero lo que más ha centrado la atención ha sido el mutuo y crónico enfrentamiento corsario (el corso) entre comienzos del siglo xvi y finales del xviii6. Se suele olvidar que, si no existió una cristiandad unida, tampoco hubo una umma islámica sin fisuras. En un contexto político y económico marcado por la rivalidad de todos contra todos, los reinos e imperios cristianos (entre ellos el hispano) y los islámicos pudieron, supieron y/o se vieron obligados a concertar alianzas, treguas e incluso firmar tratados de paz con los enemigos religiosos7.
2En el caso español hay que destacar la firma de una treintena de tratados de paz con las monarquías norteafricanas en el siglo xvi8, así como las treguas acordadas con el Imperio otomano9. En la misma centuria fueron muy frecuentes los intercambios de correspondencia con los monarcas magrebíes10 y también fueron muy numerosas las embajadas intercambiadas con los monarcas marroquíes, argelinos, tunecinos, tripolinos, egipcios e incluso persas11.
3Lo anterior demuestra que no todo fue enfrentamiento ideológico/religioso, sino que los factores estratégicos (búsqueda de alianzas frente a enemigos comunes) y económicos fueron seguramente mucho más determinantes que los primeros12. Las relaciones hispano-argelinas, tripolinas y tunecinas, que oscilaron entre alianzas y vasallaje13, se basaron en el interesado apoyo español a las dinastías magrebíes, presionadas por la Sublime Puerta, que a la postre se terminaría imponiendo. Algo similar sucedió con las relaciones hispano-marroquíes entre 1492 y 1664, marcadas por el temor mutuo a la amenaza otomana14. Ese temor también explica los contactos hispano-persas de finales del Quinientos y mediados del Seiscientos, aunque solamente se concretaran en el intercambio de numerosas embajadas15. En paralelo, los intercambios mercantiles entre los puertos españoles y los del Magreb continuaron durante toda la centuria16.
4En el siglo xvii las cosas empezaron a cambiar. La rivalidad hispano-otomana ya no tenía mucho sentido17. De hecho, la tendencia hacia un no-enfrentamiento apuntada por las treguas entre ambas partes a mediados y década de los ochenta del siglo xvi se fortaleció con el envío a España de un embajador otomano en los años centrales del siglo xvii. En 1649 llegó a Valencia, de paso para Madrid, Hamete Aga Mustafarac, bajá de El Cairo18. No se sabe mucho de los objetivos de su misión, aunque estuvieron de alguna manera vinculados a la situación de la isla de Creta, que los otomanos terminaron arrebatando a los venecianos tras una larga guerra (1645-1669). En todo caso los contactos no fueron suficientes como para concretarse en una mayor aproximación que concluyese en la firma de un tratado de paz19.
5Las regencias norteafricanas, en teoría dominios otomanos, tomaron el relevo en la rivalidad hispano-musulmana. El crónico enfrentamiento corsario protagonizado por una parte por las flotas argelina, tunecina y tripolina fue contrarrestado por la otra por la actividad de las galeras y, cada vez más, de los navíos de guerra españoles. Sin embargo, el sentido último de este enfrentamiento (básicamente económico) obligaba a ambas partes a pactar el trato dado a los cautivos/esclavos de cada bando, así como a fijar las normas de rescate o compra de su libertad20. Conviene no olvidar que siempre fue posible el establecimiento de órdenes redentoras en Marruecos, Argel, Túnez y Trípoli, donde pusieron en marcha hospitales para cuidado y auxilio de los esclavos cristianos21.
6Mientras tanto, las relaciones con Marruecos se deterioraron como consecuencia directa de la llegada al poder de la dinastía alauita (1664). La unificación del país bajo su control impidió que en adelante los españoles pudieran continuar desempeñando cierto papel de árbitro en las luchas internas marroquíes, lo que a su vez propició que los alauitas pusieran en marcha una vigorosa campaña para recuperar las plazas ocupadas por españoles, portugueses e ingleses en el litoral marroquí. Las victorias conseguidas, en especial la recuperación de Tánger, que estaba en manos inglesas (1684), y la reconquista de La Mamora (1681) y Larache (1689), en poder de los españoles, llevaron al sultán marroquí a poner sitio a Ceuta, el cual se prolongó durante décadas (1694-1727)22.
7Sin embargo, algo estaba cambiando a fines del siglo xvii. El sultán Muley Ismail envió en 1691 un embajador a Carlos II, Muhammad b. Abd al-Gassani. Los objetivos públicamente expuestos fueron los de rescatar esclavos musulmanes y conseguir manuscritos árabes depositados en la biblioteca de El Escorial que habían pertenecido a la de Muley Zidan, aunque todo permite aventurar que también se trataría «a boca» el tema de las relaciones entre los dos países, así como la política a seguir con respecto a los argelinos que, de alguna manera, aparecían como un enemigo común23. Sea como fuere, la embajada se saldó con un fracaso, lo que la vincularía directamente con el comienzo del sitio a la plaza de Ceuta.
8Diez años más tarde, en 1701, el dey de Argel envió a la corte española un embajador o representante, el arráez Mamete, «nuestro Capitán de Mar y Guerra» con el objetivo de conseguir una alianza entre ambos países24. Iba acompañado por Adahaman y por el religioso Francisco de Ortega, quien debía introducirlo en la corte madrileña. Uno de sus objetivos, el más aireado, era conseguir que los españoles reactivasen el rescate de cautivos cristianos («las redempciones pueden pasar seguramente a convertir sus limosnas en el rescate de Captivos»), que serían garantizadas por el mismo dey. Pero Mamete llevaba una segunda propuesta, tal como demuestra la carta original en árabe que entregó en su momento. En ella se solicitaba la neutralidad de las tropas españolas de Orán de cara al ataque que Argel preparaba contra el sultán marroquí, cuyas tropas mantenían sitiada Ceuta desde 1694. El dey de Argel presentaba como de mutuo interés «la vigilancia que deue hauer en Oran para avasallar con esta ocasion al Rey de Mequinez». El texto de la carta es elocuente al respecto:
encaminándose nuestro discurso a dar noticia a V.M. que con la aiuda de Dios quando llegue la primavera saldremos con todo nuestro exercito, y nos en persona, contra Muley Ysmael Rey de Mequines, solicitando que V.M. de su Real orden al Governador de Oran, para que sepa que estamos amigos, y todas aquellas prevenciones, que pasasen asi por mar como por tierra, a Tremesen, no se les haga daño a las jentes que las condujesen ni menos a los Correos que pasazen para este fin. Suplicando a V.M. mande dar libertad a los tres Moros que el año pasado cogieron en Oran que pasaban con cartas, pues los correos siempre son libres quando van en servicio de ambos dominios, y la buena vigilancia en Oran ymporta mucho para avasallar á este enemigo común que nos descompone y molesta, siendo esto tanto de la obligación de V.M. como de la nuestra25.
9El ministro de la Guerra, en nombre del Consejo, se dirigió por escrito al dey, agradeciéndole su gesto. También le aseguraba que la política seguida hasta entonces por el gobernador de Orán había sido la de no obstaculizar el paso de tropas y pertrechos argelinos dirigidos contra Marruecos. Incluso añadía que el gobernador de la plaza norteafricana tenía órdenes del monarca de enviarle pólvora:
en quanto á mantener buena inteligencia con los Argelinos, lo que ocurre es haberla solicitado estos con el Marques, pidiéndoles su amistad, y la seguridad y buen trato de su Tropas, y gentes que pasasen por la cercanía de Orán, y que le socorriese con alguna cantidad de polvora ofreciendo hallaría la misma reciproca atención y asistencia con el, siempre que quisiese valerse de ella; que el de Casasola ha cultivado esta buena correspondencia con el Governador de Argel, sin embarazar el paso de sus Tropas ni impedir que le vayan a asistir los Alarbes de la devoción de Orán, que le ha pedido, habiendo todo buen pasage y tratamiento a los Argelinos, y prometido que teniendo orden de V.Mgad le embiaria la polvora que pudiese; sobre cuyo punto concluye el Ministro de guerra le está ordenado entregue la cantidad de polvora que le pidieren como no haga falta en aquella Plaza, y con la advertencia de que al dar la dexe dispuesto con ellos el que hallara igual correspondencia si se necesitase alguna cosa en Orán26.
10Los intercambios mercantiles habían continuado durante el siglo xvii entre los puertos españoles por un lado, y los marroquíes, argelinos, tunecinos y tripolinos por el otro, incrementándose en el último tercio del siglo. No siempre fueron protagonizados por naves francesas, inglesas y holandesas. La participación española fue posible gracias a la navegación bajo la protección del pabellón francés o inglés, mediante bandera blanca e, incluso, con el recurso del trueque de mercancías en las playas desiertas del litoral norteafricano27.
11En vísperas de la guerra de Sucesión a la corona española (1701-1714) continuaba, aunque muy lentamente, la distensión con el Imperio otomano. Se abrían nuevas vías de negociación con las regencias, en especial con Argel. Por el contrario, se había intensificado la rivalidad con el Imperio marroquí. La coyuntura política no hacía sino confirmar que no se trataba de un enfrentamiento total entre la monarquía hispana por un lado y las regencias berberiscas, Marruecos y el Imperio otomano, por el otro. La violencia, siempre presente en especial en la modalidad del hostigamiento corsario, nunca fue un impedimento para que fructificasen las negociaciones y los intercambios comerciales entre las partes enfrentadas.
12La guerra de Sucesión puede considerarse como un frenazo al tiempo que un acelerador por lo que respecta a las relaciones hispano-musulmanas. Un frenazo porque las mismas dificultades de la guerra hicieron que se prestara escasa o nula atención a las relaciones con el Magreb y con el Levante otomano. También porque marroquíes y argelinos aprovecharon la indudable debilidad de la monarquía española para intentar arrebatarle las plazas fuertes que mantenía en el litoral norteafricano. El tímido acercamiento con la Regencia de Argel, ilustrado por la mencionada visita de su enviado a Madrid en 1701, no prosperó. Los argelinos, aprovechando la debilidad hispana propiciada por la guerra de Sucesión, consiguieron conquistar Orán en 170828. El conflicto también permite explicar la sorprendente duración del cerco marroquí a Ceuta29. Para entender todo lo acontecido en el norte de África hay que estudiar a fondo la política de Gran Bretaña y Francia, la primera alentando y ayudando a marroquíes y argelinos a que atacaran los presidios españoles en el norte de África, y la segunda tratando de reducir la presión bélica norteafricana sobre las posesiones de su aliado español30.
13Pero la guerra de Sucesión también favoreció el incremento de los intercambios comerciales entre los dos bandos enfrentados en España con Marruecos y las regencias de Argel y Túnez. Austracistas y Borbones necesitaron imperiosamente los cereales (trigo y cebada) y otros productos norteafricanos (cueros, cera…). El papel de los ingleses, protegiendo con su pabellón a las naves catalanas que abastecían Barcelona, y los franceses a las que lo hacían a las plazas que ocupaban en el litoral español, lo demuestra sobradamente. Algunos de los ejemplos más elocuentes de lo anterior fue la creación de dos compañías catalanas que negociaron fundamentalmente con Túnez: la Companyia de Túnez y la Companyia Nova de Gibaltar31.
14Seguramente la guerra de Sucesión y el sitio de los marroquíes a Ceuta tuvieron que influir en que un auto acordado ordenara en 1712 la expulsión de los musulmanes libres, entre ellos los cortados, del territorio español. La medida se justificaba por «los graves inconvenientes que se siguen, tanto en lo político como en lo espiritual», y se recomendaba que se tomasen «precauciones que para evitar el que en adelante los haya en mis Reinos». Se era consciente de lo arraigados que estaban los marroquíes, ya que se les daba un plazo, aunque muy breve, para que, con sus caudales y familias, se trasladaran al norte de África. La medida no incluía a los esclavos, respecto a los que disponía «que en caso de que quieran cortarse no se permita en el ajuste ningún contrato injusto, como estoi informado se executan cada dia con este género de rescates, y que para evitar todo escándalo y comunicación de estos moros que cortaren y que no sea excesivo su número…»32. Sin embargo, entre los libertos la orden en potencia suscitó más oposición que satisfacción. Un grupo de antiguos servidores del arsenal de Cartagena alegó que preferían vivir en España antes que pasar hambre en Argel. El auto disponía que, en adelante, se vigilase estrechamente a los musulmanes y, si se descubría que su número volvía a ser elevado, se les expulsara de nuevo33, lo que nos indica que a esas alturas el miedo al enemigo religioso continuaba siendo intenso en sectores importantes de la sociedad española.
15Un caso de difícil interpretación, pero que muestra la flexibilidad de los tratos en la frontera, incluso en plena guerra, fue el del marroquí Guinaui Soliman (o Elguinaui Mauritano, o Elquina Ben Mauritano). De unos 35 años, salió de Salé hacia Lisboa a fines de 1704 o comienzos de 1705. Su objetivo era reencontrarse con su hermano, Muley Abderraman, «que se volvió christiano» y residía en la capital lusa. Pero cuando llegó allí supo que este había fallecido. Consiguió un pasaporte firmado por Catalina de Braganza, exreina consorte de Carlos II de Inglaterra y hermana de Pedro II de Portugal, quien a la sazón se hallaba indispuesto. El documento, fechado el 9 de enero de 1705, ordenaba que no se le molestase en su viaje hacia Santa Cruz (Agadir) o Argel34. No están claras las razones por las que decidió internarse en Castilla, ocultando su pasaporte portugués. Pasó por Barcarrota, Salvatierra de los Barros y Badajoz, desde donde fue enviado a Madrid. En la corte fue puesto en prisión durante quince días al considerársele espía por ser portador de un pasaporte otorgado por los enemigos (Portugal e Inglaterra en esos momentos) del monarca español. El marroquí declaró que «que él no sabe lo que es» la mencionada enemistad. Sin embargo, todo parece indicar que se le trató con deferencia, ya que se le proporcionó un pasaporte del monarca hispano en el que se ordenaba que no se «le haga agravio ni vexacion»35. Acompañado «con guardia y custodia» fue trasladado a Cartagena para que allí se embarcase en una nave que se dirigiera hacia Argel. En Cartagena se consideró «muy sospechoso todo lo que asta ahora se a podido saber», aunque con un nuevo pasaporte fechado el 20 de junio se le embarcó en una nave que lo condujo a Orán.
16Llegó a esta urbe magrebí el 22 de junio, recomendado por el alcalde mayor de Cartagena y «con traje de Christiano y dadome el á entender hera pariente del Rey de Mequinez». Es posible que fuera pariente del sultán, tal como creían las autoridades de Orán: «hera pariente del Rey de Mequinez como sea birificado con las demostraziones que hicieron dos caualleros del Reyno [Marruecos] que llegaron oy dia de la fecha aquí besándole caueza y pies». En la plaza norteafricana despertó muchas más sospechas que en la península. Pero en atención al pasaporte que llevaba, no se consideraba correcto «ponerlo en estrechez para aberiguar la verdad». Sin embargo, fue encerrado en la fortaleza de San Andrés, el «Castillo mas fuerte de esta plaza». Sometido a un breve y riguroso interrogatorio (quienes lo realizaron solo tenían una hora para llevarlo a cabo por estar dispuesta una nave que debía salir para Argel, en la que se decidió embarcarlo), se reveló como individuo de «grande variedad, y oposicion que es hombre muy perpiscaz que según mi entender a rexistrado toda Castilla». Finalmente, se le encontró el pasaporte portugués escondido en el turbante, limitándose Guinaui a afirmar que lo llevaba allí porque no le cabía «en la cartera de latón que trae el declarante». También se le encontraron tres cartas en árabe del marroquí Kacem Ben Mansor, de la tribu de los Ouled El Yub, esclavo en Cartagena, que debía hacerlas llegar al sultán de Mequinez. Una de ellas, fechada en agosto de 1702, consistía en una petición de rescate por valor 30 reales. Guinaui alegó no conocer al esclavo ni a su amo, pese a que se le amenazó con que si no daba el nombre de este último, «padecerá rigurosa Prision, y se le castigara al declarante como espia y enemigo de las Catholicas Armas». Tuvo otras contradicciones, como afirmar que «estuvo preso unos días en la cárcel como esclavo del Rey, y que luego lo soltaron», lo que no parece verosímil. También al manifestar que había llegado a Madrid desde Ceuta, pero su testimonio dejaba claro que desconocía cómo llegar desde la plaza española norteafricana a los puertos de la península («no saue por los Puertos»). Para las autoridades de Orán se trataba de un «bribón», además de «infaliblemente espía y muy sagaz», por lo que no se accedió a su deseo de permitirle recorrer la plaza. Todo parece indicar que el asunto se zanjó con la salida de Orán de Guinaui36.
17Durante la guerra de Sucesión, los españoles contaron con fieles aliados en el norte de África. Buena parte de los mogataces o moros de paz, aliados y al servicio de los gobernadores de Orán, perseveraron en su lealtad hasta el punto de que tuvieron que ser evacuados a Málaga para que no fueran eliminados físicamente por las tropas del dey de Argel. De los llegados a partir de 1708 cabe destacar a Musa Bendar, «Jeque de Ifre», «uno de los lugares que estauan sujetos al Rey nuestro señor» en las cercanías de Orán. El 10 de noviembre de 1716 otorgó poderes en Málaga a «Lesmes Garcia Sagredo, secretario del capitán general de la costa de Granada, para que le representara y defendiera sus peticiones al monarca y al Consejo de Castilla»37. En realidad, el estudio de las relaciones entre cristianos españoles y musulmanes marroquíes, argelinos, tunecinos y tripolinos durante la guerra de Sucesión está aún por hacer y puede arrojar no pocas sorpresas al respecto.
18Con el final de la guerra de Sucesión, los Borbones consiguieron consolidarse en el trono español, aunque se vieron obligados a efectuar diversas concesiones, entre ellas aceptar la pérdida de los dominios italianos. El nuevo monarca, Felipe V, intentó recuperarlos, aunque fracasó en su objetivo. Pero a partir de 1734 su hijo, el futuro Carlos III, consiguió hacerse coronar como rey de Nápoles y, posteriormente, de Sicilia38. A esas alturas ya se asumía que la hegemonía hispana era cosa de un remoto pasado, por lo que solo era posible asumir la realidad del declive imperial, aunque hubo que esperar a la década de los treinta para que se asumiera plenamente la posición subordinada de España frente a Gran Bretaña y Francia, como consecuencia de la derrota sufrida en la guerra frente a la Cuádruple Alianza (1717-1720). Las presiones inglesas y francesas obligaron a que las nuevas élites del Estado borbónico se acomodaran a los nuevos tiempos, lo que incluía la reorientación de la política mediterránea.
19En esos momentos se observan dos tendencias contrapuestas en la política seguida en relación con los países musulmanes. La primera consistió en su inclusión en el marco de la política irredentista con respecto a los dominios italianos, de ahí que se hicieran grandes esfuerzos por recuperar los territorios perdidos. Orán y Mazalquivir fueron reconquistadas en 173239. La victoria sobre el ejército marroquí en 1720 en Ceuta supuso el final del sitio, aunque continuaron las escaramuzas hasta 1727. En la misma línea se efectuaron esfuerzos, esta vez infructuosos, para asentar la presencia española en el Mediterráneo, como la expedición naval que cooperó en la expulsión de los turcos de Corfú en 171640. Tales acciones no contribuyeron a aumentar en demasía el alicaído prestigio de la monarquía española, pero conviene no perder de vista que las miras de esta política hacia los países musulmanes se basaron fundamentalmente en el deseo de asegurar lo mejor posible la navegación y las costas hispanas, objetivo que a largo plazo terminó dando aceptables resultados. La segunda tendencia consistió en los primeros esbozos del diseño de un nuevo posicionamiento político con respecto al enemigo musulmán, que, por su parte, no parecía tan temible como en el pasado. De ahí el objetivo de lograr implantar relaciones estables y duraderas con Marruecos, las regencias y el Imperio otomano. En consecuencia, comenzó a perfilarse una vertiente negociadora de los Borbones con tales países que, aunque con desesperante lentitud y con retrocesos, finalizó con éxito a largo plazo. Lo cierto es que la política norteafricana y levantina de Felipe V y Fernando VI es bastante desconocida, pese a que se registran una serie de negociaciones que no llegaron a buen puerto41.
20En todo caso, se advierte un giro en la política exterior hispana tendente a buscar alianzas que hicieran más soportables las hegemonías inglesa y francesa. El objetivo, pacificar definitivamente las relaciones con el Imperio otomano, Marruecos, Argel, Túnez y Trípoli. Se trataba de conectar con las sinergias heredadas del período anterior a la guerra de Sucesión y con el hecho de que al titular de la nueva dinastía borbónica, y a sus sucesores, no les era ajeno el pactar con los países musulmanes. Lo demostró Carlos III, quien en su etapa previa de rey de Nápoles y de Sicilia consiguió firmar el Tratado de Paz, Navegación y Comercio con la Sublime Puerta en 174042. En paralelo, de manera subordinada y/o enmascarada, se trató de hacer partícipe a la monarquía española de tales negociaciones, sin que se tuviera éxito en este cometido. La firma de un tratado de paz hispano-otomano tuvo que esperar casi medio siglo (1782) de casi incesantes negociaciones43.
21En lo que respecta a Marruecos, las conversaciones tuvieron cierta fluidez y llevaron a una especie de preacuerdo de paz en 1736. Sin embargo, no se avanzó mucho debido a las resistencias de sectores influyentes de la sociedad española contrarios a negociar con el «enemigo de la fe». En Marruecos existía oposición a las negociaciones por similar motivo y por el hecho de tener que aceptar el dominio español en el litoral marroquí (Ceuta, Melilla, Peñón de Vélez de la Gomera y Peñón de Alhucemas). Hubo que esperar hasta 1767 para que se firmara el primer Tratado de Paz, Amistad y Comercio hispano-marroquí44. Con las regencias norteafricanas, en especial Argel, las cosas fueron mucho más complicadas. La excesiva especialización argelina en la actividad corsaria propiciaba que los sectores más interesados en el armamento en corso (en especial corsarios y jenízaros) fueran reacios a la firma de nuevos tratados de paz (como los firmados con Francia, Gran Bretaña y otras potencias, por mucho que fueran frecuentemente quebrantados) porque tenían como consecuencia la drástica reducción en el número de países cuyas embarcaciones podían ser apresadas, lo que significaba un alarmante disminución de capturas. Con Túnez y Trípoli, dada la lejanía y la escasa incidencia del mutuo enfrentamiento corsario, no se registró ningún esfuerzo importante por normalizar unas distantes relaciones. En todo caso, el aumento de la actividad mercantil entre una y otra orilla del Mediterráneo explica que cada vez más patrones y capitanes españoles estuvieran presentes en los puertos norteafricanos y que los arráeces musulmanes comenzaran a aparecer, aunque tímidamente en los puertos españoles45.
Notes de bas de page
1 Martín Corrales, 2017.
2 García-Arenal Rodríguez, Bunes Ibarra, 1992; Alonso Acero, 2017.
3 Braudel, 1949; Hess, 1978; Kumrular, 2003; Ead., 2005.
4 Lomas Cortés, 2011.
5 Vilar Ramírez, Lourido Díaz (eds.), 1994; Terki-Hassaine, 2012.
6 Sola Castaño, 1988; Barrio Gozalo, 2006; Kaiser (ed.), 2008; Fontenay, 2010.
7 Poumarède, 2009; Alonso Acero, 2006; Dakhlia, Vincent (dirs.), 2011; Dakhlia, Kaiser (dirs.), 2013.
8 Mariño Gómez, 1980; Bunes Ibarra, 2009.
9 Rodríguez Salgado, 2004.
10 García-Arenal Rodríguez, Rodríguez Mediano, El Hour, 2002.
11 Cabanelas Rodríguez, 1972; Id., 1973; Lourido Díaz, 2005; Una embajada española al Egipto de principios del siglo xvi, ed. de Álvarez-Moreno, 2013; Escribano Páez, 2016.
12 Martín Corrales, 2020.
13 Boubaker, 2011; Id., 2013.
14 García-Arenal Rodríguez, Bunes Ibarra, 1992; Alonso Acero, 2017.
15 Relaciones de Don Juan de Persia, ed. de Alonso Cortés, 1946; Alonso, 1980; Id., 1989; Cutillas Ferrer, 1999-2002; Gil Fernández, 2006; Id., 2009; García Hernán, Cutillas Ferrer, Matthee (eds.), 2016.
16 Rumeu de Armas, 1976; Martín Corrales, 2002; Id., 2007; Blanes Andrés, 2010; Seguí Beltrán, 2018.
17 Kumrular, 2005; Bunes Ibarra, 2015.
18 Espadas Burgos, 1975; Díaz Esteban, 2006; Conde Pozas, 2011; Hernández Sau, 2016.
19 Grimaldo, 1913, Id., 1914.
20 Martínez Torres, 2004; Kaiser, 2007; Hershenzon, 2018; Tarruell Pellegrin, inédita.
21 López, 1945; Belhamissi, 1980; Friedman, 1980, Ead., 1983.
22 Guastavino Gallent, 1954; Sanz Sampelayo, 1985.
23 Voyage en Espagne d’un ambassadeur marocain; Gassani, El viaje del visir para la liberación de los cautivos, ed. de Bustani, 1940; Vernet, 1953; Arribas Palau, 1985; Paradela Alonso, 2011; Beck, 2015.
24 La Véronne, 1987.
25 Archivo Histórico Nacional (AHN) [Madrid], Estado (E), leg. 2866, Carta fechada entre julio y agosto de 1700 y cuyo encabezamiento era el siguiente: «Mostafa Dey Rey de Argel en nuestro nombre, en el de nuestro Bajá. Nuestro Aga, Caya, Ascar y todos los Mesulagas Grandes de nuestro Reyno; saludamos al Magnifico y mayor de los Reyes, el Señor Rey de las Españas». «Con carta del Governador de Argel que ha presentado su embiado Mamete, Arraez», Madrid, 21 de mayo de 1701.
26 AHN, E, leg. 2866, Madrid, 2 de junio de 1701: «El Consejo se conforma con lo que propone el de guerra […] y que se responda a ésta Carta del Governador de Argel, que presenta su embiado, con términos de toda gratitud diciendo que se ha pedido informe en lo de los Moros».
27 Martín Corrales, 2002; Id., 2007; Bunes Ibarra, 2005; Martínez Torres (dir.), 2008.
28 Terki-Hassaine, 2012.
29 Posac Mon, 1994.
30 Brown, 2008.
31 Vilar, 1990; Martín Corrales, 2002, pp. 508-515; Terki-Hassaine, 2011.
32 Cit. en Domínguez Ortiz, 1952, pp. 422-423.
33 Ibid., pp. 404-405, Id., 1976, p. 338.
34 AHN, E, leg. 277, carta del gobernador de Orán al marqués de Gournay (Michel Jean Amelot, hombre fuerte de Felipe V en esos momentos), 23 de junio de 1705.
35 AHN, E, leg. 277, pasaporte fechado el 22 de mayo de 1705. Las citas que aparecen en el párrafo siguiente relativas al pasaporte corresponden a esta misma referencia.
36 Khalifa, inédito.
37 Archivo Histórico Provincial de Málaga, Protocolos, leg. 2365, fo 714, protocolo del escribano Francisco Caballero Corbalán.
38 Jover Zamora, 1999.
39 Epalza Ferrer, 1986; Alberola Romá, 1988; Fé Cantó, 2016; Bravo Caro, 2017.
40 Fernández Duro, 1900, pp. 118-119.
41 Windler, 1999; Id., 2005.
42 Lepore, 1943.
43 Conrotte, 1909.
44 Vilar Ramírez, Lourido Díaz (eds.), 1994.
45 Terki-Hassaine, 2011.
Auteur
Universitat Pompeu Fabra
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