Repercusiones de la paz de Viena en los núcleos austracistas en el exilio
p. 183-199
Texte intégral
La guerra de la Cuádruple Alianza y sus consecuencias
1El desenlace de la guerra de la Cuádruple Alianza (1718-1720) y el anuncio de la apertura de las negociaciones de paz en Cambrai fueron percibidas por los sectores organizados del austracismo, en el interior y en el exilio, como una victoria1. Tan solo seis años después de la caída de Barcelona, el 11 de septiembre de 1714, una nueva guerra de carácter internacional ponía en apuros a Felipe V y abría perspectivas fiables para la obtención de la amnistía para los austracistas presos, represaliados y exiliados, e incluso para la recuperación de las constituciones y los fueros abolidos con motivo de los decretos de Nueva Planta.
2Como hemos señalado en otras ocasiones2, el exilio austracista se componía por entonces de entre 25 000 y 30 000 personas de todos los reinos hispánicos, y con un notable contenido interclasista. Aunque los catalanes eran claramente mayoritarios, y debían suponer aproximadamente la mitad del exilio, también eran muy significativos los contingentes de valencianos, aragoneses, vascos, navarros, e incluso castellanos y andaluces —en estos dos últimos casos, con una especial presencia en los ámbitos de la alta nobleza y el ejército—. Pero su importancia no era tan solo cuantitativa. El exilio austracista dominaba en Viena los consejos de España y de Flandes y, a través del primero (y de la Secretaría de Estado y del Despacho Universal liderada por Ramon de Vilana Perlas, marqués de Rialp), gobernaba las posesiones hispánicas en Italia y se hacía cargo de la política mediterránea del Imperio. La proximidad a la figura del monarca, el emperador Carlos VI (el rey Carlos III de sus seguidores hispánicos)3, había generado múltiples recelos en la corte, donde algunos sectores germánicos acuñaron el término «partido español» para referirse a su gran influencia. Por otra parte, muchos juristas y eclesiásticos exiliados obtuvieron altos cargos judiciales y mitras, en especial en el reino de Nápoles y en el Estado de Milán. Además, los cinco regimientos hispánicos reformados en el exilio (tres de caballería y dos de infantería) partiparon activamente en la Tercera Guerra Turca (1714-1718), con episodios tan significativos como la conquista de Timisoara o de Belgrado4.
3El exilio austracista constituía, pues, un colectivo política e intelectualmente experimentado. Disponía de ámbitos de sociabilidad propios, y también de conexiones con la resistencia interior, a pesar de su carácter obviamente clandestino. Además, mostró un gran interés y una gran capacidad para construir un relato propio5. La reivindicación política de presente, y también la memoria del pasado inmediato, subrayaban la responsabilidad de las potencias aliadas (y en especial de Gran Bretaña) en la derrota austracista. Y por tanto, también, la necesidad de una reparación, que tan solo se podría concretar tras una victoria aliada en una nueva guerra internacional.
4Las circunstancias parecieron converger de una manera precoz. Tras la conquista de Cerdeña por parte de Felipe V en 1717, que contravino los acuerdos con la Santa Sede y se aprovechó del desplazamiento de fuerzas imperiales hacia la frontera turca, la campaña de conquista de Sicilia, en junio de 1718, se convirtió en el casus belli que unió a cuatro potencias de intereses muy heterogéneos: Gran Bretaña, las Provincias Unidas de los Países Bajos y el Imperio (es decir, los antiguos aliados) con la Francia del duque Felipe de Orléans y de un menor de edad y frágil Luis XV —que en ningún caso estaba dispuesta a aceptar una supuesta superioridad del segundogénito, Felipe V—. La guerra favoreció de manera clara a los aliados. Las tropas de Felipe V terminaron abandonando Cerdeña y Sicilia en 1720. Por su parte, el ejército francés, comandado por el duque de Berwick, penetró en España por Guipúzcoa, y después por el Pirineo catalán, en nombre de la Cuádruple Alianza en el verano de 1719. En Cataluña, la guerrilla austracista, liderada por Pere Joan Barceló, Carrasquet, fue entonces financiada y armada por Francia y obtuvo grandes éxitos en aquella campaña y extendió la llama de la insurrección a todo el territorio. Además, en los municipios pirenaicos ocupados por los franceses se recuperaron los sistemas de elección local anteriores a la Nueva Planta6.
5Sin embargo, en aquel contexto, el austracismo del interior y los diversos colectivos del exilio no tuvieron visiones coincidentes. Desde el entorno imperial, el marqués de Rialp se planteó levantar de nuevo la guerrilla en Cataluña, y propuso al exiliado Antoni Desvalls i de Vergòs, marqués del Poal, que se hiciera cargo de ese proyecto. La elección era pertinente, ya que Antoni Desvalls había liderado, durante el sitio de Barcelona de 1713-1714, el llamado «ejército del exterior», que había mantenido la movilización militar en todo el territorio —mientras su hermano, Manuel Desvalls, gobernaba la plaza de Cardona, la única que se mantuvo fiel al gobierno de Barcelona hasta el final de la guerra—. Pero el marqués del Poal, informado del contenido del Tratado de la Cuádruple Alianza (por el que el emperador Carlos VI por primera vez reconocía la soberanía de Felipe V sobre los reinos hispánicos), se opuso a participar en el proyecto. Lo explica el cronista Francesc de Castellví, probablemente a través del testimonio oral de su protagonista:
Desvalls, aunque muy distinguido en el servicio del emperador, le respondió […] que no era posible que Su Majestad Cesárea permitiera que pueblos que habían sufrido tantas ruinas, el derramamiento de tanta sangre y consumido sus caudales en su servicio, quedasen expuestos a mayor desolación; pues, fomentados con la esperanza de volver a su dominio [de Carlos III el Archiduque], era indubitable el desamparar los pueblos, ocupar los montes y, entregándoles armas, harían el último y más doloroso sacrificio de sus vidas, creyendo por verdad el engaño. Que él aseguraba de su parte que no cometería acción tan fea contra el honor de su amo y el exterminio de su patria7.
6Como afirma el mismo Castellví, exiliado en Viena desde 1726, la decisión de Desvalls tuvo un doble efecto negativo. Por una parte, en Cataluña, la «sola voz» de su venida «ocasionó a sus naturales muchos disgustos y prisiones». Por otra, en el exilio, «Desvalls padeció hasta su muerte una suma escasez de medios» porque se encontró fuera de la protección de Vilana Perlas y de la administración imperial.
7Bien diferente fue el comportamiento de las partidas guerrilleras del interior, y muy en particular de Pere Joan Barceló, Carrasquet. También en este caso el testimonio escrito proviene de Francesc de Castellví, y con toda probabilidad es resultado de sus entrevistas personales con el guerrillero en el exilio vienés. Según explica Castellví, Carrasquet, que había organizado una partida local en las comarcas del Ebro, en la primavera de 1718 recibió cartas de un antiguo compañero exiliado en el Rosellón en que le pedía que se trasladase allí para entrevistarse con miembros de la oficialidad francesa. El exiliado, el coronel de fusileros Torres, «le prevenía que se empezaría la guerra en nombre del emperador», es decir, que su objetivo era el restablecimiento de Carlos III el Archiduque, y del orden legal disuelto con las Nuevas Plantas. Carrasquet llegó a Perpiñán el 15 de mayo. Se entrevistó con el duque de Berwick, quien le dio patente de coronel de fusileros de montaña, potestad para nombrar a sus oficiales, armamento y 3 000 francos. Con estos instrumentos, Carrasquet levantó un regimiento de 800 hombres en julio de 1718, pocas semanas después del embarco en Barcelona de la armada que debía conquistar Sicilia. En el verano siguiente, con las tropas regulares al mando del capitán general príncipe Pío desplazadas a Guipúzcoa, la guerrilla dominó la práctica totalidad del territorio, mientras las autoridades borbónicas tuvieron que refugiarse en las principales ciudades. Lo explica también Francesc de Castellví:
Creció en toda Cataluña el número de gentes desmandadas. Levantáronse diferentes caudillos. Llegaban las cuadrillas hasta la vista de Barcelona […] En fin, no hubo lugar abierto en Cataluña que no padeciese calamidades. […] Lo cierto es que toda Cataluña padeció una desgracia general. […] Duró esta calamidad seis meses8.
8Por todo ello, la conclusión de la guerra, con la destitución del cardenal Alberoni por parte de Felipe V y la firma del Tratado de La Haya, en febrero de 1720, fue vista como una oportunidad por parte de los núcleos austracistas del interior y el exilio. En La Haya, Felipe V no se había pronunciado sobre el llamado «caso de los catalanes» (nadie se lo había pedido), pero había renunciado a sus conquistas en Cerdeña y Sicilia y había aceptado la realización de una conferencia sobre la paz general, que debía reunirse próximamente en Cambrai. En ese contexto pusieron sus esperanzas los austracistas.
9El mejor ejemplo de esta actitud lo da el conde Ferran, Felip Ferran i Sacirera, que durante el sitio de Barcelona de 1713-1714 fue embajador de las instituciones catalanas en La Haya. En 1723, próxima la apertura de la conferencia de Cambrai, Ferran solicitó al emperador poder asistir a dicho evento en representación de Cataluña. Alegaba, en este sentido, que era el único embajador del Principado aún vivo, y que, a sus 67 años, quería recordar al rey Jorge I de Gran Bretaña la entrevista que habían tenido el 18 de setiembre de 1714 en la capital holandesa, en la que el monarca se había posicionado a favor de la formación de una República de Cataluña:
El rey Jorge de Inglaterra, en La Haya, quando passó a tomar posseción de aquel reyno, a una representación que puse en sus manos, en que entre otras cosas le proponía erigir Cataluña en República, lo aprovó y además dixo que si en aquel tiempo no se havía perdido Barcelona, que no se perdería, por haver dado las órdenes necesarias para su libertad9.
10Ferran recordaba también a Carlos VI que el nombramiento de embajadores por parte del gobierno de Barcelona y las gestiones que realizaron (incluida la propuesta de formación de una «República libre de Cataluña con Mallorca e Ibiza») tuvieron en su momento el placet imperial: «Estas y otras diligencias merecieron la aprobación de V. M. y el ofrecimiento de honrar al suplicante (viniendo el caso) en la continuación de las importancias de su patria». Por todo ello, y desde la lógica de la continuidad, Ferran se sentía perfectamente legitimado para representar entonces de nuevo una realidad política (la de Cataluña y sus instituciones de gobierno) que por entonces había sido borrada del mapa por la Nueva Planta:
Por lo que suplica a Vuestra Majestad Cesárea Católica la gracia de passar al congresso o en donde convenga, con el patrocinio de la cesárea clemencia, para que no queden infeliçes unos vassallos, de cuyos paýses ha salido V. M. emperador con gran parte de los dominios de España, además de los servicios hechos a V. M. y a la Grande Alianza, razón que les permite más dicha que la desgracia les amenaza. Y quando nada se conjugue, vendrá el alivio de saber que hasta la fin no les ha V. M. desamparado, y el suplicante de haver cumplido con Dios, con V. M. y con la patria solicitándolo10.
11Ferran murió el 16 de setiembre de 1723 sin llegar a asistir a Cambrai. Pero su perspectiva y su comportamiento no resultan atípicos entre los numerosos exiliados que no participaban en la lógica de la administración imperial. Hace algunos años localicé en el Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona una correspondencia secreta entre Viena (y, en algunas ocasiones, Génova) y la capital catalana redactada entre 1721 y 1724. Se trata de una documentación única, ya que la correspondencia de cualquier vasallo de Felipe V con países enemigos era por entonces castigada con la pena de muerte como crimen de lesa majestad, de acuerdo con un edicto publicado el 16 de diciembre de 1714, dos meses después de la caída de Barcelona11. Por ello, el manojo de cartas se hallaba hábilmente atado y escondido bajo las cubiertas de un manual notarial correspondiente a otra época. En todo caso, pasó desapercibido a notarios y archiveros durante casi tres siglos. Hay que suponer que hubo otras personas que mantuvieron, en la más estricta clandestinidad, correspondencia abierta con el exilio, aunque probablemente fue destruida tras su lectura por una elemental medida de seguridad. Las cartas que hemos localizado serían, pues, algo así como la punta de un iceberg.
12La correspondencia12 se desarrolla en un período particularmente interesante para nosotros: el que va de la derrota de Felipe V en la guerra de la Cuádruple Alianza hasta los prolegómenos de la paz de Viena de 1725. Sus corresponsales demuestran un altísimo conocimiento e implicación política, ya que de hecho este es el principal o único objetivo de las cartas. Además, por las características propias del género, se expresan con una gran sinceridad y sin tapujos. El tono es esencialmente esperanzado y belicista: dos adjetivos que probablemente resumen el comportamiento político del austracismo en aquel contexto. Así, el corresponsal vienés escribe el 14 de mayo de 1721:
Las cosas del mundo están tan críticas y encontradas que no hay hombre, por lince que sea, que con seguridad pueda decir lo que será, ni pueda decir en qué parará esta gran tragedia. Sólo se conoce que todos van con malicia y engaño, y compran tiempo, armándose todos, poniéndose todos los días dificultades, motivo que alarga la apertura del Congreso [de Cambrai]. Y los más reflexivos suponen que si llega ese caso será para mayor rompimiento, pues todo lo que pasa y sucede hoy es violento, y en todas partes se obra sin temor de Dios13.
13Un año después, el 20 de mayo de 1722, el mismo corresponsal auguraba el inicio de una guerra internacional como único medio para resolver el «caso de los catalanes»:
Es cierto que estamos en el caso de que en breve tiempo se verá o la paz o la guerra; a ésta me inclino, en la que se pueden asegurar mejor nuestros intereses. […] Si Dios lo dispone me parece que es el único medio, según estaban las cosas, para que venga el caso de nuestro remedio14.
14Las cartas del exilio también tienen como objetivo contradecir la propaganda borbónica y generar confianza y moral de victoria en el interior a través de múltiples ejemplos. Así, son frecuentes expresiones como: «Y no crea nada, sí lo que irá viendo, que si yo huviesse creído melancolías ya sería muerto» (6 de mayo de 1722); «Si V.M. hasse caso de lo que se dize no va bien» (21 de julio de 1723); o, de manera aún más categórica, «Todas sus noticias son falsas» (19 de enero de 1724)15. Sin embargo, la dilación de los encuentros diplomáticos y la falta de perspectivas reales de acuerdo introducen progresivamente el desánimo entre los corresponsales exteriores, y a la postre la decepción, como se puede observar en este apunte escrito desde Génova el 8 de marzo de 1724:
Mi capacidad es corta para discurrir de asumpto tan alto. Recurro a Dios, al tiempo, a la paciencia y a resignarme a todo lo que fuere de la voluntad del Altíssimo, pues nada de lo que pueda suseder me ha de inmutar, pues todo lo que asta [a]gora he podido observar me parese que años hasse camina fuera del curso natural16.
15Entre tanto, el tan esperado Congreso de Cambrai se había roto en pedazos en poco más de dos meses. Inaugurado el 24 de enero de 1724, los ministros plenipotenciarios españoles e imperiales llegaron a mediados de febrero. «Era grande la armonía que corría en lo aparente entre los plenipotenciarios; todo eran magníficos festines, grandes banquetes y explendidísimas cenas17», comenta el austracista Francesc de Castellví. «Allí nada se hacía más que gastar en inútiles magnificencias, convites y celebridades, respectivamente, cada ministro, por los días del nombre y cumpleaños de sus soberanos», corrobora el diplomático y cronista filipista sardo Vicente Bacallar, marqués de San Felipe18. Pero el debate político se hallaba encallado. El 28 de febrero los plenipotenciarios imperiales presentaron sus peticiones, con una referencia explícita al «caso de los catalanes»:
… que los catalanes, aragoneses, valencianos, mallorquines y ibicencos se les vuelvan los bienes y privilegios sin excepción, y que ellos y los venideros gocen del modo que los gozaban antes de la guerra y en el tiempo que murió el rey Carlos II; que todos los eclesiásticos entren en el goce de sus dignidades, que por razón de haber seguido el partido de los aliados se hallaban privados de ellas; que como entre los españoles hay algunos que quieren permanecer en los dominios del emperador, entre ellos el arzobispo de Valencia fray Antonio de Cardona, para que su diócesis no quede sin cabeza, podrá el rey de España, con consentimiento del Pontífice, nombrar un coadjutor que goce de todos los bienes del arzobispado, con la obligación de dar al arzobispo Cardona 30 000 pesos al año durante su vida19.
16También los otros ministros plenipotenciarios presentaron sus peticiones. Pero el congreso se rompió de golpe a causa de la negativa de la corte francesa a aceptar a la infanta española María Ana de Borbón, de tan solo seis años, como esposa de Luis XV. Dicha decisión fue tomada el 11 de marzo. En las semanas siguientes, los plenipotenciarios españoles abandonaron Cambrai y recogieron a la infanta en París, de vuelta para España. Cabe destacar que el episodio de Cambrai y la crisis diplomática que se abrió entonces entre las dos ramas de los Borbones se produjo tras la abdicación de Felipe V en su hijo primogénito, coronado como Luis I en enero de 1724. Tras su muerte prematura, el 31 de agosto del mismo año, Felipe retomó su reinado con nuevos proyectos internacionales.
Las expectativas políticas y los resultados de la paz de Viena
17Las negociaciones de Cambrai, rotas tan abruptamente, no cerraron el tema ni abrieron ninguna expectativa cierta a la tan cacareada paz general. Sí lo hizo, de una manera rápida y un tanto sorprendente para muchos, la embajada española del barón Johan Willem de Ripperda en Viena de 1725. Por una vía como mínimo irregular o insólita, los dos grandes enemigos políticos del último cuarto de siglo iban a alcanzar la paz en solitario, ante la sorpresa y la desconfianza de sus respectivos aliados.
18Ripperda, que había sido embajador de las Provincias Unidas en España, en 1724 recibió el encargo de Felipe V de negociar la paz por separado con Viena. Las negociaciones avanzaron a un ritmo vertiginoso. La Conferencia Imperial —formada por el marqués de Rialp, el conde Sinzendorf, el conde de Starhemberg y el príncipe Eugenio de Saboya— acordó por unanimidad darles su apoyo en una reunión celebrada el 9 de febrero de 1725. Quince días después se iniciaron las conversaciones directas entre Ripperda y Sinzendorf, y tan solo dos meses más tarde, el 30 de abril, se firmó la paz; por parte imperial fueron sus signatarios el príncipe Eugenio de Saboya, el conde de Sinzendorf y el conde de Starhemberg, es decir, los miembros de la Conferencia Imperial con la excepción del marqués de Rialp. En realidad, la paz incluía tres tratados: uno de paz y amistad, una alianza defensiva —por la que el emperador se comprometía, entre otras cosas, a realizar gestiones para el retorno a Felipe V de Menorca y Gibraltar— y un tratado de comercio y navegación —que concedía diversas ventajas económicas a los súbditos del emperador—.
19Desde el punto de vista del exilio hispánico, la paz llegaba tras la muerte de algunas personalidades clave del llamado «partido español». Ya hemos señalado que el conde Ferran había muerto el 16 de setiembre de 1723, sin llegar a asistir a Cambrai. De mayor relevancia, desde el punto de vista de la administración imperial, fue el deceso del conde de Althan, esposo de la catalana Marianna de Pignatelli i Aymerich, con quien se había casado en Barcelona, y amigo íntimo del emperador; Althan murió el 16 de marzo de 1722. También resultaba relevante la muerte del arzobispo de Valencia, Antoni Folch de Cardona, quien ostentaba el cargo de presidente del Consejo de España desde su fundación en 1714; el arzobispo murió el 4 de agosto de 1724, y la plaza de presidente del Consejo quedó vacante durante más de un año, ya que tan solo fue sustituido en 1726 por José Silva y Meneses, conde de Montesanto y marqués de Villasor. De esta simple enumeración resulta claro que el único hombre fuerte del exilio hispánico en el entorno imperial era por entonces Ramon de Vilana Perles, marqués de Rialp y secretario de Estado y del Despacho Universal. Lo confirma un informe secreto del embajador francés en Viena, Du Bourg, redactado el 23 de febrero de 1725, que, sin embargo, destaca también la pérdida de influencia del Consejo de España tras la muerte de su primer presidente:
No se habla aquí del Consejo de España porque en efecto su influencia en los negocios es tan ligera hoy como fuera considerable en otro tiempo, pero el marqués de Perlas, a quien se debe ver como representante único de todo el Consejo, es, por decirlo así, el único ministro a quien se escucha y quien dispone de crédito con su Amo20.
20El embajador francés también presenta un retrato de los miembros de la Conferencia Imperial. El príncipe Eugenio es calificado de poco ambicioso, y Sinzendorf de perezoso, pero es Vilana Perlas quien se lleva la palma: «no contento con tener en su departamento los Estados de Italia, que gobierna despóticamente, además ha deseado tener los negocios de Flandes, que observó como un Perú para él21».
21Por su parte, la correspondencia de Ripperda sostiene que el exilio ejerció un nulo papel en la negociación de la paz; así, en una carta del 7 de abril, el embajador de Felipe V afirma que «los paisanos de Vuestra Señoría no nos pueden ayudar en nada absolutamente, ni he hablado ni visto a ninguno de ellos, lo que si lo habría hecho sería bastante para descomponerlo todo». Una actitud que, por cierto, según el holandés, se modificó tras la firma de la paz, como asegura en esta carta de 9 de junio, en que sin embargo mantiene la misma actitud displicente para el austracismo del interior y del exilio: «Los españoles ahora empiezan a venir para verme, después que el Emperador les manifestó su disgusto de la conducta de ellos; pero son ellos tan soberbios y locos, maliciosos como los que quedaron en España»22. En todo caso, nos parece altamente improbable que el marqués de Rialp no hubiera jugado un papel clave en la aprobación del tratado por parte del emperador. Ello no resulta contradictorio con la decisión de que la negociación directa se atribuyera a Sinzendorf, o con el hecho de que el marqués no estampara su firma en el tratado. Aun así, el peso de Vilana Perlas continuaba siendo decisivo, como señala el informe de la diplomacia francesa. Sin duda Rialp participó en la redacción del acuerdo y dio su consentimiento al texto final.
22No nos corresponde aquí analizar globalmente los tratados desde un punto de vista político, diplomático o económico. Pero sí que debemos centrarnos en la solución que plantean a la situación de los exiliados y represaliados políticos y, más en general, al llamado «caso de los catalanes», es decir, a la recuperación de las constituciones y fueros. Como hemos señalado, la opinión pública austracista, en el interior y en el exilio, había puesto importantes esperanzas en ambas cuestiones. La única referencia a ellas se da en el artículo 9 del tratado de paz y amistad, que reproducimos en su totalidad:
Habrá por una y otra parte perpetuo olvido, amnistía y abolición general de cuantas cosas desde el principio de la guerra ejecutaron o concertaron oculta o descubiertamente, directa o indirectamente, por palabras, escritos o hechos, los súbditos de una y otra parte. Y habrán de gozar de esta general amnistía y perdón todos y cada uno de los súbditos de una y otra Majestad, de cualquier estado, dignidad, grado condición o sexo que sean, tanto del estamento eclesiástico como del militar, político y civil, que durante la última guerra hubieren seguido al partido de la una o de la otra potencia. Por la cual amnistía será permitido y lícito a todas las dichas personas y a cualquiera de ellas de volver a la entera posesión y goce de todos sus bienes, derechos, privilegios, honores, dignidades e inmunidades para gozarlas libremente como las gozaban al principio de la última guerra o al tiempo que las dichas personas se adhirieron al uno u al otro partido, sin embargo de las confiscaciones, determinaciones o sentencias dadas, las quales serán nulas y no sucedidas. Y en virtud de dichas amnistía y perpetuo olvido, todas y cada una de las dichas personas que hubiesen seguido los dichos partidos tendrán acción y libertad para volverse a su patria y gozar de sus bienes como si absolutamente no hubiese intervenido tal guerra, con entero derecho de administrar sus bienes personalmente, si presentes se hallaren, o por apoderados, si tuviesen por mejor mantenerse fuera de su patria, y poderlos vender, disponer de ellos según su voluntad en aquella forma en todo y por todo como podían hacerlo antes del principio de la guerra. Y las dignidades que durante el curso de ellas se hubieren conferido a los súbditos de uno y otro príncipe, les han de ser conservadas enteramente y en adelante, y mutuamente reconocidas23.
23Como resulta evidente de la lectura de este artículo, la paz supuso una amnistía recíproca, que permitió la libertad de los presos, el retorno de los exiliados, la recuperación de los bienes secuestrados y, más en general, el goce de derechos, privilegios, honores, dignidades e inmunidades hasta entonces abolidos. Ello afectó por igual a los austracistas encarcelados en España o exiliados en tierras del emperador y a los borbónicos italianos que habían tenido que refugiarse en tierras de Felipe V. Sin embargo, se trataba de una amnistía a título individual, y, por tanto, en ningún caso colectivo. La recuperación de los fueros o constituciones de los antiguos Estados de la Corona de Aragón ni tan solo fue planteada. De hecho, desde este punto de vista, la paz de Viena confirmaba el régimen de las Nuevas Plantas, es decir, el nuevo Estado borbónico. Obviamente, ello suscitó una decepción creciente entre el austracismo del exilio y del interior. La decepción fue en aumento a medida que se conocieron los detalles del acuerdo.
24También en este caso una correspondencia nos permite modular las actitudes ante la paz, que van de un convencido optimismo a una total frustración. Partimos de la correspondencia entre dos grandes intelectuales austracistas que habían compartido aula en la Universidad de Barcelona durante la guerra de Sucesión: el catalán Josep Ignasi Graells, que después fue profesor en la Universidad de Cervera, y el valenciano Gregori Mayans, una de las figuras más relevantes de la Ilustración en España; como muchos otros valencianos austracistas, la familia Mayans se refugió en Barcelona tras la batalla de Almansa (1707), y su tío, el teniente coronel Francesc Mayans, fue uno de los mandos de la de defensa de la ciudad en 1714, por cuyo motivo se encontraba entonces encarcelado en Segovia con otros oficiales (tras la paz obtuvo la amnistía y marchó a Viena).
25De la correspondencia, editada por Antonio Mestre24, se desprende que Graells mantenía algún tipo de contacto epistolar con el exilio vienés (comportamiento claramente penado, como hemos visto), a través del cual fue informado de los primeros rumores sobre la paz. Las informaciones y los comentarios iniciales resultan, según se puede comprobar, ampliamente optimistas. Así, en una carta a su compañero de estudios valenciano datada el 21 de junio de 1725, pocas semanas después de la firma de la paz, Graells explicaba:
Las novedades que por acá corren, discurro serán las mismas esparcidas por toda la corona de Aragón; sólo puedo asegurar por punto fixo que lograremos alivio, cómo y quándo lo ignoro; en llegando un correo de Viena, que será a mediado julio, que hasta aquel día nos difieren las cartas de Viena, que pueden decir algo, hasta ahora nos mantienen de esperanzas; en lo demás no se puede assegurar cosa por no tener fundamento, sino que los deseos y gana de nuestro restablecimiento figura a muchos, lo que esperamos con toda ansia.
26Un mes después, el 2 de agosto, Graells se hacía eco de diversas noticias que habían llegado a Barcelona procedentes de Viena y del Estado de Milán, y que parecían confirmar los mejores augurios:
Con el último correo de Italia nos avisan la restitución de las haziendas del Estado de Milán en el día 26 del mes pasado. En el antecedente vinieron algunas cartas de Viena ratificando las primeras noticias de la reintegración de nuestros fueros en toda la corona. Yo he visto algunas de sugetos de primera jerarquía de aquel Ministerio, pero no explican si se tardará mucho tiempo en la execución, aunque suponen que no será tan presto. Discurro que llegará antes a Madrid el conde Coningsech, embaxador elegido por la Corte imperial, a cuya petición hará su Magestad la gracia acordada. Un amigo mío tuvo carta del marqués de Rialp, en que le assegura que el tratado de las paces ha de ser con doblados consuelos de esta provincia. Estimaré a V.M. el secreto, que me lo ha comunicado en confianza, y por ahora este assumpto es vidrioso.
27Sin embargo, transcurría el tiempo y, aunque se mantenía la esperanza, no aparecían indicios de su confirmación. El 3 de octubre Graells confiesa a Mayans: «No puedo decir a V.m. cosa particular de novedades, pero me atengo a lo dicho en las antecedentes, que he visto nuevamente confirmadas25». Y en los días siguientes, unos y otros buscan documentos de la etapa austríaca que permitan confirmar títulos y mercedes para su pronta convalidación por parte de las autoridades borbónicas. La última referencia a la paz de Viena se produce el 27 de marzo de 1726. A la vista de su contenido, cabe reconocer que ambos amigos habían caído en una profunda depresión:
Siento mucho la noticia me participa de su indisposición, y quedo con ansia de saber el estado de su enfermedad, deseando se halle ya V.m. enteramente recobrado, lo que ruego a Dios con todas las veras de mi cariño. Yo, aunque no hago cama, no estoy para cosa, pues no sé qué mala disposición se ha apoderado de mí, que no me dexa acción para nada; espero con el buen tiempo y los remedios poder superarle; y entre tanto es preciso aguantar la tormenta26.
28Resulta imposible expresar de una manera más plástica y eficaz el paso de la esperanza al más profundo desencanto.
29No solo el austracismo organizado en el interior y en el exilio visualizó la paz de Viena como un fracaso, e incluso como una rendición. La documentación imperial prueba que el mismo entorno del marqués de Rialp fue consciente del riesgo que podía suponer la oposición de los pueblos de la antigua corona de Aragón al nuevo escenario internacional. Un informe encargado por la corte de Viena en 1726 consideraba que, si se producía en aquel contexto una invasión francesa de la península ibérica por el País Vasco y Cataluña, en alianza con Gran Bretaña y los Países Bajos, los pueblos de la corona de Aragón se levantarían en armas de nuevo, como ya lo habían hecho los catalanes en el marco de la guerra de la Cuádruple Alianza, en defensa de sus constituciones y fueros:
Los catalanes, los aragoneses y los valencianos, que no pueden consolarse por la pérdida de sus antiguos privilegios, están siempre prestos a revoltarse desde que notan el menor descontento en el interior del reino, de manera que incluso cuando todo está tranquilo el rey está obligado a mantener una gran parte de sus tropas en estas tres provincias para controlar a sus habitantes, y si sobreviniera una guerra contra Francia se vería primero a estos pueblos tomar las armas, con la esperanza de recuperar sus privilegios27.
30En este contexto, el marqués de Rialp envió el 16 de noviembre de 1726 al flamante embajador imperial en Madrid, conde de Königsegg, un memorial titulado Discurso y reflexión sobre el actual sistema y designios de los Aliados de Hannover, en que daba por creíble dicha hipótesis, y recomendaba al embajador que intentase convencer a Felipe V de la necesidad de moderar su política con los catalanes. Vilana Perlas llegaba incluso a proponer medidas concretas: la exención del catastro, que había multiplicado por ocho la presión fiscal directa en Cataluña y había generado una fuerte oposición28; el retorno de la universidad a Barcelona, que había sido desplazada a la ciudad de Cervera provocando graves inconvenientes entre estudiantes y profesores29; la exención de alojamientos por parte de las ciudades y la nobleza; la no introducción del sistema de quintas para la movilización militar forzosa; e incluso el derecho de uso de armas para determinados colectivos. Todas ellas, en opinión del marqués de Rialp, eran medidas que no ponían en cuestión el absolutismo borbónico, por lo que podían ser aceptadas por Felipe V. Así, el exiliado y antiguo enemigo del primer Borbón español se permitía aconsejarle, en tono entre corporativo y paternal, a través de su embajador en Madrid:
Hasta ahora el ánimo del rey [Felipe V] ha estado firme en su irritación porque no ha visto en los catalanes aquel sufrimiento y tolerancia que se debe desear en los vasallos. Pero llega el caso al extremo en que es necesario que disimule la soberanía [porque] jamás su autoridad y soberanía pueda revivir perjuicio mientras no se trata del restablecimiento de los Comunes, ni de darles aquella mano que tenían por la Deputación y estamentos30.
31La voluntad del marqués de Rialp de querer consolidar el gobierno del monarca borbónico en aquel contexto a costa de las reivindicaciones catalano-aragonesas ciertamente sorprende, e inevitablemente nos conduce a una cierta acepción del concepto «maquiavelismo», como plantea Joaquim Albareda, sin duda el mejor conocedor de la personalidad de Ramon de Vilana Perlas: «¿Hemos de calificar de maquiavélica una propuesta como esta, tal como haría la historiografía que estigmatiza al marqués de Rialp por sus manejos políticos y por su falta de escrúpulos31?». Si la paz de Viena supuso una gran frustración política para el austracismo de a pie, es decir, entre los exiliados sin vinculación con la administración imperial, con los años también el personal adscrito al Consejo de España hizo la misma valoración. Es el caso de Juan Amor de Soria, quien durante más de veinte años fue oficial segundo de la Secretaría de Estado y del Despacho Universal y hombre de máxima confianza del marqués de Rialp. Amor, en las Addiziones y notas históricas desde el año 1715 hasta el 173632, que constituyen un balance de su experiencia política y diplomática, afirma:
El tratado de alianza defensiva con la España era muy perjudizial entonzes al emperador porque le quitaba sus amigos antiguos y le convertía los enemigos en amigos, máxima poco segura y de sumo daño, porque el enemigo por interés o razón de estado siempre es enemigo, y la Casa de Austria no puede fiarse de la de Borbón, émula suya, ni a aquella convenía apartarse de ingleses y holandeses, sus antiguos confederados33.
32De hecho, Amor considera que aquella paz fue provocada por el despecho de la reina Isabel de Parma al ver despreciada a su hija María Ana de Borbón por la corte de París, y añade lo que tal vez era entonces una máxima política: «acuerdo de reyna enojada, dura poco y vale menos».
33En la nueva coyuntura iniciada en 1734, con la ocupación de los reinos de Nápoles y Sicilia por las tropas de Felipe V, también el exilio no cortesano redobló sus críticas a los responsables de la paz de Viena. Destaca, en este sentido, el opúsculo de grandes dimensiones Via Fora als Adormits, del cual se publicaron, en algún lugar incierto de Europa, dos ediciones, en catalán y francés, destinadas respectivamente al consumo interior y al mundo diplomático. El texto, supuestamente escrito por quien había sido secretario del ministro plenipotenciario inglés en el tratado con Cataluña firmado en Génova en 1705, Mitford Crowe, se dirige a un supuesto corresponsal barcelonés. Se trata de una obra de combate, que recuerda, en un nuevo contexto bélico internacional —el de la guerra de Sucesión de Polonia—, el llamado «caso de los catalanes», para el que llega a proponer de nuevo la formación de una «República libre del Principado de Cataluña en su antigua integridad» (es decir, con los condados de Rosellón y Cerdaña incorporados al reino de Francia por el Tratado de los Pirineos de 1659). En todo caso, Via Fora als Adormits supone un claro viraje estratégico, pues el sector del exilio que lo redactó ya no esperaba por entonces una iniciativa política de Viena y se dirigía directamente y en exclusiva a Londres34.
34El texto se convierte en una furibunda y amarga crítica al marqués de Rialp, a quien califica de «ambicioso antipatricio» y de haberse dejado comprar por la avaricia. Escribe el supuesto secretario de Crowe, ante la queja de su corresponsal barcelonés por el abandono británico a los catalanes en 1713:
Ya que con razón me objeta, en su carta, alguna avaricia inglesa particular que abandonó el interés común de Europa, para replicarle, con igual sentimiento, los incrementos de otros ministros (bien conocidos algunos en esa ciudad de Barcelona) en otras cortes, cuyos tesoros y grandeza, se dice en Londres, haber sido el precio de la libertad catalana y de esos reinos35.
35Rialp y su entorno aparecen así como los auténticos responsables del tratado de paz y amistad de 1725:
En dicho instrumento público he leído solemnizarlo, vergonzosamente suscritos, algunos españoles elevados por el emperador a empleos supremos de presidentes. Sabemos en Londres, y yo conozco a muchos, el numeroso concurso de españoles en Viena que, sin la condición o empleo que merecen, viven de las esperanzas de tiempos mejores. De estos yo puedo asegurar que tienen el consuelo de que la posteridad no leerá sus nombres en instrumentos que omiten la libertad de sus nacionales. (Si se hacía público un catálogo individual de españoles que siguieron al emperador, con la condición, méritos y empleo de cada uno de ellos, muchos que viven en el error de distinguirlos por los grados que obtienen harían más justicia a quien la merece y no medirían el mérito por la suerte. Muchos lo desean, como yo, por un común desengaño). Volviendo a dicha cesión, no contienen ni una voz explícita de privilegios de aragoneses y catalanes; tan garbosamente se ceden estos a Felipe V, como si el renunciante [Carlos VI] fuese señor absoluto, y el cesionario entrase en el dominio más despótico36.
36En esta misma línea crítica, hay que recordar que el cronista Francesc de Castellví, aunque en el título de las Narraciones históricas se refiere al período 1700-1725, cierra su magna obra en 1724, sin entrar en una descripción razonada (ni mucho menos en una valoración) de las negociaciones que llevaron a la paz de Viena ni de su contenido. Castellví, autor de una muy valorada objetividad, tal vez no podía entrar en contradicción con la administración imperial, que al fin y al cabo financió su obra, pero tampoco podía justificar todas sus acciones.
Las consecuencias sociales en el exilio
37En términos cuantitativos, la amnistía proclamada por la paz de Viena tuvo efectos muy menores sobre el retorno de los exiliados. De hecho, la tendencia al retorno tan solo fue significativa tras la ocupación borbónica de Nápoles y Sicilia en 1734, y más aún en el marco de la guerra de Sucesión de Austria, en la década de 174037.
38El 11 de agosto de 1725 el emperador ordenó al Consejo de España que destinase 7 500 florines «para satisfacer al presente y ayudas de costa a algunas personas que tienen mi real permiso para passar a España a gozar del reposo de sus casas en conseqüencia del tratado de la paz». La cifra se aumentó con 6 500 florines más el 6 de noviembre, «siendo el fin de esta disposición el que no se retarde su viage, ni se les cause el daño de hacerle en la fuerza del hybierno». Entre los más destacados exiliados que entonces optaron por volver cabe citar el conde de Oropesa, el conde de Galve, la marquesa del Carpio y la marquesa de Erendazu con sus dos hijas (quien recibió 4 438 florines en agosto de 1725)38.
39Por el contrario, las grandes familias exiliadas intentaron recuperar sus patrimonios secuestrados al final de la guerra, y también los títulos y mercedes que en su momento les había reconocido Carlos III el Archiduque. Muchos de los que entonces no volvieron nombraron procuradores y agentes y, aunque en muchos casos los pleitos fueron largos y costosos, como ha señalado Virginia León, muchos terminaron recuperando sus haciendas39. Sin embargo, los bienes de los exiliados fueron secuestrados de nuevo por Felipe V en un decreto de 27 de junio de 1734, en el marco de la guerra de Sucesión de Polonia en que el Borbón español y el emperador volvieron a ser enemigos. La medida fue derogada en marzo de 1737, tras el fin de la contienda40.
40Muchas familias optaron a la vez por el retorno de algunos de sus vástagos y la permanencia en tierras imperiales de otros. Esta estrategia familiar fue la seguida, de una manera particularmente exitosa, por los Desvalls41, a quienes ya nos hemos referido. A la muerte de Antoni Desvalls i de Vergòs, marqués del Poal (1724), le sucedieron sus hijos Francesc Desvalls i Alegre, segundo marqués del Poal, y Manuel. El primogénito (hereu) retornó a Cataluña en 1732 y consiguió restablecer el patrimonio familiar y, a través de una hábil estrategia matrimonial, consolidar su hacienda y hacerse con el título borbónico de marqués de Alfarràs; sus descendientes construyeron una enorme villa que incluía el actual Parque del Laberinto, en la villa de Horta, en las afueras de Barcelona, y fueron anfitriones de algunos de los reales descendientes de Felipe V. Por su parte, Manuel Desvalls i d’Alegre, el segundogénito, quien no disponía de patrimonio familiar, realizó una fulgurante carrera política en Viena, que le convirtió en época de la archiduquesa María Teresa en consejero íntimo de Estado, mayordomo mayor y preceptor del futuro emperador José II. Con él prosperó también su tío, Manuel Desvalls i de Vergòs, quien fue nombrado gran chamberlán (y murió en 1774 a la edad mítica de cien años).
41Por otra parte, la paz de Viena supuso la amnistía de los presos, entre los que destacaban los mandos militares de Barcelona de 1714, por entonces encarcelados en las fortalezas de Segovia y La Coruña (sin que nunca se les hubiera abierto proceso judicial alguno). De Segovia partieron para Viena el general de batalla Josep Bellver i Balaguer (quien murió en la capital imperial en 1732, a la edad de 102 años), el coronel Sebastià Dalmau i Oller (muerto en Viena en 1762), el coronel Josep Vicent Torres i Eiximeno (1733) y los tenientes coroneles Nicolau Aixandrí (1732), Francesc Vila i Lleó (1745) y Francesc Maians (sin fecha conocida). Sin embargo, permaneció en Segovia tras su liberación el general de batalla Joan Baptista Basset i Ramos, gravemente enfermo, quien murió en dicha ciudad castellana en 1729. Por su parte, partieron de La Coruña rumbo a Viena el general de batalla Miquel Ramon i Tord (quien murió en la capital imperial en 1728), el teniente coronel Eudald Mas i Duran (1732) y el sargento mayor Juan Sebastián Soro (sin fecha conocida). El teniente mariscal, comandante y gobernador militar de Barcelona Antonio de Villarroel Peláez permaneció en La Coruña, aquejado de una grave enfermedad, y murió en 172642. No fueron, sin embargo, los únicos que aprovecharon la paz de Viena para marchar a tierras del emperador, Carlos VI. Entre los que lo hicieron entonces cabe destacar Francesc de Castellví, quien, como hemos visto, se convirtió en el exilio en el gran cronista de aquella guerra.
42La paz de Viena no marca el final de una etapa para el exilio. No lo hace en términos humanos, y solo lo hace parcialmente en términos políticos, ya que la guerra de Sucesión de Polonia volvió a abrir aún una nueva oportunidad para el «caso de los catalanes». En ambos sentidos, el auténtico punto de inflexión es, pues, 1734. La invasión de Nápoles y Sicilia por parte de las tropas de Felipe V en aquella fecha forzó la reemigración de muchos exiliados, el cierre de hecho del Consejo de España en Viena, la paralización de todas las pensiones y salarios imperiales y la ubicación de una parte del exilio en las tierras recién conquistadas al Imperio otomano en el banato de Temesvar, donde se llegó a fundar la Nueva Barcelona, que debía ser la «nueva patria» del exilio43. En dicho contexto, aún se renovaron los esfuerzos diplomáticos y publicísticos en el exterior, mientras en el interior reapareció la guerrilla. Pero, en todo caso, la paz de Viena fue percibida por toda una generación como una oportunidad perdida y, ahora sí, como el principio del fin.
Notes de bas de page
1 Este trabajo se inscribe en los siguientes proyectos de investigación financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad: «La política exterior de Felipe V y su repercusión en España (1713-1740)» [HAR2014-52645P] y «Articulación del territorio y relaciones mediterráneas en la Cataluña de la época moderna» [HAR2015-64954-P].
2 Alcoberro Pericay, 2002 y 2015b.
3 León Sanz, 2003.
4 Alcoberro Pericay, 2015a.
5 Id., 2002; Castellví y Obando, Narraciones históricas, ed. de Mundet i Gifre, Alsina Roca, 1997-2002 constituye la mejor crónica de la guerra de Sucesión, redactada en Viena.
6 Giménez López, 2005; Alcoberro Pericay, 2007.
7 Castellví y Obando, Narraciones históricas, vol. 4, p. 648. Sobre la familia Desvalls, véase Fernández Trabal, 2013.
8 Castellví y Obando, Narraciones históricas, vol. 4, pp. 663-664.
9 Ibid., vol. 4, pp. 705-706.
10 Ibid.
11 Ibid., vol. 4, pp. 498-499.
12 Alcoberro Pericay, 2003.
13 «Les coses del món estan tan crítiques y encontrades les unes ab les altres que no y ha home, per linse que sia, que ab seguritad puga dir lo que serà, ni puga dir en què pararà esta gran tragèdia. Sols se coneix que totom va ab malícia y engany, y còmpran lo temps arman-sa tots, posant tots los dias dificultats, motiu que hallarga la obertura del Congrés [de Cambrai]. Y los més reflecsius suposen que si arriba eixe cas serà per a mayor rompiment, puix tot lo que passa y sucsceeix vuy és violent, y en totes parts se obra sens temor de Déu» (ibid., p. 345, todas las traducciones al castellano son del autor del artículo).
14 «És sert que estam en lo cas que en breu temps se veurà o la pau o la guerra; a esta m'enclino, en la qual se poden asigurar millor nostres interesos. […] Si Déu o disposa me sembla és lo únich medi, segons estaven les coses, per a què vinga lo cas de nostro remey» (ibid., pp. 351-352).
15 Ibid., pp. 350, 357 y 359, respectivamente.
16 Ibid., p. 360.
17 Castellví y Obando, Narraciones históricas, vol. 4, p. 709.
18 San Felipe, Comentarios de la guerra de España, ed. de Seco Serrano, 1957, pp. 343-344. La obra fue publicada en Génova en 1725.
19 Castellví y Obando, Narraciones históricas, vol. 4, pp. 709-710.
20 «On ne parle point ici du Conseil Espagnol parce que en effet son influence dans les affaires est aussy legere à present, qu’elle a esté considerable autre fois, mais le marquis de Perlas que l’on doit regarder comme representant luy seul tout ce Conseil, est pour ainsi dire, le seul Ministre que soit écouté, et qui ait de crédit à pres de son Maitre» (Albareda Salvadó, 2005, pp. 202-205).
21 «non content d’avoir dans son departement les États d’Italie, qu’il gouverne despotiquement, il a souhaité d’avoir encore les affaires de Flandres, qu’il regarda com un Perou pour luy» (ibid.).
22 Mur Raurell, 2011, t. II, pp. 22-23 y 53-58, respectivamente.
23 Cantillo, Tratados, convenios y declaraciones de paz, p. 205.
24 Mayans y Siscar, Epistolario XXI, ed. de Mestre Sanchís, 2006, pp. 54-58.
25 Ibid., pp. 56-57.
26 Ibid., p. 58.
27 «Les catalans, les arragonnois et les valenciens, qui ne peuvent se consoler de la perte de ses anciens privileges sont toujours prets à se revolter des qu’ils remarquent le moindre mécontentement dans l’interieur du royaume en sorte même que quand tout est tranquille, le roi est obligé de faire rester une grosse partie de ses troupes dans ces trois provinces, à fin d’y tenir les habitants en bride, et s’il survenoit une guerre contre la France on verroit d’abord ces peuples prendre les armes, dans l’espérance de recouvrir leurs privilèges» (Albareda Salvadó, 2005, pp. 211-212).
28 Alcoberro Pericay, 2005 y 2015c.
29 Ferté, 2001 documenta el gran número de estudiantes catalanes matriculados en la Universidad de Toulouse durante la posguerra para evitar la Universidad de Cervera.
30 Albareda Salvadó, 2005, pp. 211-212.
31 «¿Hem de qualificar de maquiavèl·lica una proposta d’aquesta mena, tal com faria la historiografia que estigmatitza el marquès de Rialp pels seus maneigs polítics i per la seva falta d’escrúpols?» (ibid., p. 212).
32 La primera parte ha sido editada en ibid., pp. 360-418. El manuscrito original se encuentra en la Real Academia de la Historia, ms. 9/5603.
33 Ibid., p. 376.
34 Via fora als adormits, ed. de Lluch Martín, 2005.
35 «Ja que ab raó m’objecta, en sa carta, alguna avarícia inglesa particular que abandonà lo interès comú de l’Europa, per replicar-li, ab igual sentiment, los increments d’altres ministres (ben coneguts alguns en eixa ciutat de Barcelona) en altres corts, los tesors i grandesa dels quals, se diu en Londres, haver estat lo preu de la llibertat catalana i d’eixos regnes» (ibid., p. 91).
36 «En dit instrument públic, he llegit solemnitzar-lo, vergonyosament subscrits, alguns espanyols elevats per lo emperador a empleos supremos de sos presidents. Sabem en Londres, i jo en conec molts, lo numerós concurs d’espanyols honrats en Viena que sense lo caràcter o empleo que han merescut, viuen de les esperances de millor temps. Estos, jo asseguraré que tenen lo consuelo de què la posteritat no llige sos noms en instruments que ometen la llibertat de sos nacionals. (Si es donava al públic un individual catàlogo d’espagnols que seguiren a l’emperador ab la condició, mèrits i empleo de cada un, molts que viuen en l’error de distingir-los per los graus que obtenen, farien més justícia a qui la mereix i no medirien lo mèrit per la sort. Molts ho desitgen com jo, per un comú desengany). Tornant a dita cessió, ni una veu expressa conté de privilegis d’aragonesos i catalans: tan garbosament se cedeixen estos a Felip V, com si lo renunciant [Carlos VI] fos senyor absolut i lo cessionari entràs al domini més despòtic» (ibid., pp. 64-65).
37 Alcoberro Pericay, 2002.
38 Ibid., vol. 1, pp. 234-236, y vol. 2, pp. 103-106.
39 León Sanz, 1992.
40 Carreras i Bulbena, Villarroel, Casanova, Dalmau, p. 112.
41 Fernández Trabal, 2013.
42 Hemos descrito la etapa de exilio de los mandos de Barcelona en Alcoberro Pericay, 2002. Para su etapa como presos, véase Muñoz, Catà, 2011.
43 Alcoberro Pericay, 2011.
Auteur
Universidad de Barcelona
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