La embajada de Ripperda en Viena
p. 53-72
Texte intégral
El «siglo diplomático»
En medio de una contradanza, que bailaban las archiduquesas pequeñas, y que miraba la Emperatriz de pie y yo solo a su lado, me dijo S.M. con risa y a voz baja: «Os encomiendo essas niñas, no las puedo alabar, porque son mías, Vuestra Merced las ve, su crianza Vuestra Merced la sabe, Vuestra Merced me entiende». Satisfice con el respeto del silencio, y hice aquellas profundas reverencias cuia indiferencia obsequiosa ni quita confianza ni establece esperanza1.
1De esta manera reaccionó el embajador español en Viena, Demetrio de Mahony, invitado en febrero de 1762 a presenciar en el palacio de Schönbrunn un ballet protagonizado por las pequeñas archiduquesas y archiduques, con edades comprendidas entre los seis y los ocho años, a las palabras de la emperatriz María Teresa, tomando como principio de su actuación diplomática no quitar confianza ni establecer esperanza. En su despacho, Mahony informaba a Ricardo Wall, secretario de Estado, de cómo le había sido comunicado que la emperatriz María Teresa había manifestado el deseo de que viese a los bailarines por la tarde, y el mismo emperador Francisco Esteban le había acompañado personalmente hasta la sala.
2La buena disposición de la emperatriz María Teresa a establecer alianzas matrimoniales con España se concretó poco después, siguiendo una tendencia que había empezado con la boda entre el futuro emperador José II e Isabel de Parma, nacida esta última en el palacio de El Retiro en 1741, hija del duque de Parma, por lo tanto nieta de Felipe V e Isabel de Farnesio, pero fallecida en 1763. En 1765 tuvieron lugar en Innsbruck las bodas entre la infanta María Luisa, hija de Carlos III de España y María Amalia de Sajonia, y el archiduque Pedro Leopoldo, gran duque de Toscana y emperador tras la muerte de su hermano José II, el primer enlace dinástico entre Borbones y la Casa de Habsburgo-Lorena tras decenas de años de conflictos diplomáticos y militares como consecuencia de la guerra de Sucesión. Además de esta boda2, que convirtió a la infanta en gran duquesa de Toscana y en emperatriz en 1790, tuvo lugar otra entre Fernando IV, el hijo y sucesor de Carlos III en Nápoles, y la archiduquesa María Carolina, en 1768. El acercamiento político a España, finalmente definitivo, tuvo su origen en la llamada «inversión de alianzas» en Europa después de 1750. El nuevo clima entre Madrid y Viena se manifestó ante todo en el entendimiento sobre las esferas de influencia en la península itálica entre las dos cortes en cuyo proceso las bodas de Innsbruck constituyeron un hito fundamental. El acercamiento a través de un diplomático español en la corte de Viena es un ejemplo de la importancia que tenían estos canales y de la necesidad de encontrar personajes capaces de moverse con soltura en la corte imperial.
3Además de ser conocido como el Siglo de las Luces, al siglo xviii también se le ha aplicado últimamente el calificativo de «diplomático», dando como explicación que si siempre existieron, a lo largo de la historia, contactos de este tipo, fue precisamente en este momento cuando proliferaron y se empezaron a utilizar los términos «diplomacia» y «diplomático», «carrera diplomática» y «cuerpo diplomático», y tuvo lugar la paulatina profesionalización de este último. La «diplomacia humanística», propia del Renacimiento, periodo histórico al que más se acerca el siglo xviii, tendría un equivalente en la llamada «diplomacia clásica» o «diplomacia ilustrada»3. El siglo fue proclive a tratados y congresos y a todo tipo de manifestaciones ligadas a la diplomacia encaminadas a mantener el «equilibrio» entre las potencias, para que ninguna dominase a las demás como había ocurrido en el siglo precedente, en el que se buscó el predominio de una sobre otras. Fue un intento por evitar terminar a tiros, como explica gráficamente algún historiador; por lo tanto, sus productos se caracterizaron por ser imperfectos, ambiguos y limitados temporalmente en general. Un aspecto de esta diplomacia fue el secretismo utilizado precisamente para evitar las consecuencias de la afectación de ese equilibrio por parte de aquellas naciones que habían visto mermada su posición internacional como consecuencia de dichos tratados, y ganar tiempo era fundamental en la consecución de los propios planes, como es el caso que nos ocupa. España tuvo un gran protagonismo político a lo largo del siglo, y aunque su calificación como potencia haya sido matizada, incluyéndola entre los países en decadencia4 o que recuperaban posiciones5, conservaba el innegable poderío mundial procedente de sus inmensas posesiones ultramarinas. El estudio de la diplomacia española dieciochesca ha recibido fundamentales aportaciones de Miguel Ángel Ochoa Brun y de Didier Ozanam6.
La política de Felipe V hacia Viena: «el caso raro»
4Cuando se realizaron los matrimonios referidos al inicio, mucho tiempo había transcurrido desde los años veinte del siglo xviii, momento en que se intentó un doble proyecto nupcial entre Borbones y Habsburgo. Así, los que fueron de manera fugaz y potencialmente prometidos esposos siendo casi niños en 1725, el futuro Carlos III y la futura emperatriz María Teresa, se habían convertido en suegros cuarenta años después. Esto nos lleva a la segunda década del siglo, durante la cual tuvieron lugar sucesivos intentos de diversa índole para remontar las decisiones adversas a España a que habían dado lugar los tratados de Utrecht, Rastatt y Baden, como consecuencia de la guerra de Sucesión. Precisamente una de las acciones más sonadas de la política exterior de Felipe V entra dentro de lo que puede calificarse de recurso a la «diplomacia secreta». Se trataba de conseguir una alianza entre España y Austria que el monarca consideraba imprescindible para que el emperador Carlos VI (fig. 1, p. 000), que continuaba llamándole «duque de Anjou», le apoyase en sus reivindicaciones. La puesta en práctica del plan exigió una diplomacia basada en conversaciones secretas, una solución considerada «revolucionaria» que se apartaba del lento e ineficaz discurrir del congreso que se había convocado en Cambrai a imitación de los de Münster y Osnabrück del siglo anterior. Lo excepcional de la misión también requirió como actor a una persona especial, elección que recayó en un holandés «de maneras extrañas», al decir de sus contemporáneos, un hijo de su siglo en realidad, representante de su país en España, que posteriormente pasó al servicio de Felipe V como superintendente de las manufacturas de paños de Guadalajara: Juan Guillermo Ripperda7. El estudio de la embajada de Ripperda, a quien sucedió su hijo Luis, un jovencísimo embajador de veinte años de edad que permanecería un año en el cargo, proporciona un elocuente ejemplo de los canales y métodos empleados en la época para actuar con el mayor secretismo posible.
5El año de 1724 constituye un hito en el largo reinado de Felipe V: en él se produjo su abdicación (10 de enero), la subida al trono de su hijo Luis I y su fulminante fallecimiento (31 de agosto), su segunda ascensión al trono (6 de septiembre), el abandono de la anterior política bélica de Alberoni y de la del ineficaz Congreso de Cambrai y la elección de la «diplomacia secreta» para la recuperación del imperio europeo por medio de un sorprendente acercamiento a la Casa de Austria con la intención de volver a ser «el Mayor Monarca de la Europa8» (noviembre).
6Después de la muerte de Luis I, Ripperda bombardeó a los reyes con cartas ofreciendo sus servicios para «evitar el último saqueo y la quiebra total de estos reinos9» , sobre todo insistiendo en la reforma de la Hacienda. En ellas nunca se hace mención a un plan de acercamiento a Viena, que fue concebido, pues, por Felipe V, la reina y Juan Bautista Orendain10 —secretario de Estado títere a las órdenes de José de Grimaldo11—, quienes harían de él la persona indicada para llevarlo a la práctica.
7Se redactaron unas instrucciones, fechadas el 22 de dicho mes, que recogían las aspiraciones de Felipe V y, sobre todo, de Isabel de Farnesio, que quería hacer valer sus derechos como heredera de las Casas de Medici y Farnesio, en curso de extinción, e instalar a sus hijos don Carlos y don Felipe en Italia. El detonante de las instrucciones fue, junto al lento discurrir de Cambrai, la intención por parte francesa de anular el matrimonio acordado entre la hija de Felipe V, la infanta María Ana Victoria, que se educaba en París, y Luis XV de Francia, intento del que se había tenido noticia a través de redes de espionaje a cargo de Ripperda antes del 14 de abril de ese mismo año, y que había sido un secreto a voces desde la muerte del rey Luis I, solo presentado oficialmente a los reyes españoles el 8 de marzo de 1725, y no —como se ha creído generalmente— ocurrido por sorpresa en el transcurso de la misión. Así daba cuenta de las citadas pesquisas Orendain a Grimaldo, que se encontraba con los reyes en el ficticio retiro de La Granja, en una carta de esta fecha:
El barón de Ripperda queda bien encargado de la atención con que deberá seguir la idea que él mismo ha propuesto. Y aunque le considero un poco fantástico en sus pensamientos, todavía espero proceda con celo y con amor. He prevenido al rey de la proposición del barón y de la respuesta de ello y me ha mandado que también yo de mi parte ponga todo mi cuidado a descubrir los pensamientos de los tres sujetos de malas o traviesas cabezas. Nada pueden prometer que sea bueno12.
8El nombramiento de un embajador dependía del Consejo de Estado, que proponía nombres de candidatos adecuados, entre los cuales el rey escogía uno, pero en esta ocasión fueron los reyes y el secretario de Estado, Juan Bautista Orendain, quienes lo decidieron para mantener el secreto. La elección de Ripperda, que recibió el grado de embajador extraordinario plenipotenciario el 22 de noviembre de 1724, parece la conclusión lógica a su precedente involucración en el tema, su disponibilidad, su conocimiento del alemán y sus relaciones en la corte vienesa, además de ser una persona ajena al Gobierno, lo que permitiría apartarle con facilidad si fracasaba la misión. Se estudiaron los aspectos logísticos de la misma referentes a los viajes, la financiación y el correo, a través del cual se permanecería en contacto con el enviado. Ripperda refirió a Felipe V la gran dificultad de sus viajes, iniciados, tanto la ida como la vuelta de Viena, en el mes de noviembre:
Cosa dura, Sire, para mí que no teniendo culpa ninguna y habiendo servido a Vuestra Majestad con tanta aplicación, amor y celo, tanto en tratar las Paces, cuanto a las Bodas, haciendo en el rigor del invierno con mi quebrantada salud viajes tan ásperos13…
9Su ida y regreso de Viena fueron un misterio para sus contemporáneos. Los viajes se planearon en el más riguroso secreto, y le llevaron de Madrid a Pamplona, Bayona, París, Metz, Fráncfort y Viena en la ida. Particularmente difícil fue llegar a Fráncfort:
Y Dios sabe cómo me mortifica el horroroso tiempo y caminos, los que en mi vida no he conocido tales cuales se han puesto por las lluvias continuas, y ahora muchos están cerrados por las nieves, como ayer más que cuatro horas seis hombres con palas me han abierto un tránsito entre las montañas14.
10Al regreso desde Viena pasó por Milán, Génova, Barcelona y Lérida para llegar a la corte madrileña.
11La financiación de esta misión exigió laboriosas gestiones, dadas las enormes sumas que fue necesario emplear. Cuando Ripperda llegó a Viena había que empezar de nuevo y poner en marcha una embajada después de casi un cuarto de siglo de ausencia de un representante diplomático español en la capital del Sacro Imperio. Los gastos secretos eran la partida más abultada, encaminados al buen éxito de la misión y a pagar a personajes que pudieran facilitarla, junto con espías y confidentes de los que no se podía prescindir. Se consiguió el dinero a través de una compañía italiana que operaba en Madrid, la de Rodolfo Firidolfi (los Cantuchi), y de un banquero holandés amigo de Ripperda, Meynardo Troye. También se recurrió al empleo de doblones de oro que procedían de la Casa de la Moneda de Cuenca. Firidolfi exigía ser pagado en efectos de cruzada, subsidio y excusado del año anterior y del corriente o sobre el encabezamiento de los gremios de Madrid, ya que no quería ni oír hablar de aventurar un negocio tan importante sobre el oro de Indias15.
12Antes de la partida de Ripperda se tuvo que estudiar el problema de primera magnitud de cómo iba a mandar sus despachos y cómo le llegarían a él las cartas-órdenes de los reyes y de la Secretaría de Estado. Se encargarían de ello los correos de gabinete del rey y personas de confianza. Además, el intercambio debía protegerse, lo que se hizo de tres maneras: con el envío del correo a una tercera persona que se ocupaba de hacerlo llegar a su destinatario bajo nombre ficticio; con la adopción de un sistema de palabra clave; y con el empleo de correos de incógnito y rutas alternativas, básicamente evitando Francia. El sistema de palabra clave puede parecer simple e infantil, pero si se desconocía se creaban problemas de comprensión, además de la posesión de un documento que parecía irrelevante e inutilizable: Ripperda era «Tiburcio Rosas», Carlos VI «Don Lelio», Felipe V «Don Andrés» e Isabel de Farnesio «Don Bernardo», entre otros términos empleados.
13Las rutas marítimas fueron la mediterránea, de Génova a Barcelona, y la atlántica —utilizada sobre todo mientras Ripperda negociaba secretamente en Viena—, que realizaba el trayecto Bilbao-Texel (Holanda) en cuatro días. Las terrestres eran consideradas más seguras porque evitaban los riesgos y accidentes del mar. Unían Génova con Viena pasando por Venecia o Mantua o Milán, aunque acabó prefiriéndose esta última. Una parada opcional era Parma. El correo procedente de Holanda pasaba por Aquisgrán, donde vivía el cuñado de Enrique Wispien, secretario de la embajada española, desde donde se encaminaba a Fráncfort y Viena. El de Bruselas pasaba por las ciudades alemanas de Colonia y Heidelsheim. Cuando se llevaba dinero, la ruta más segura era la de Francia por París y Bruselas, y se prefería a las rutas marítimas y a la terrestre por Cataluña, Rosellón, Lenguadoc, Saboya y Estado de Milán. Otra era la del Rosellón y costa de Francia, Parma y de allí a Viena. Cuando el contenido de los documentos era de la máxima importancia se prefería la vía marítima antes que atravesar Francia, como manifestó Ripperda a Isabel de Farnesio16.
14El 20 de enero de 1725 Carlos IV informó por escrito al príncipe Eugenio de Saboya, considerado «el criado mayor» del emperador y partidario del principio de adhesión a las potencias marítimas, de que le transmitía una noticia sobre «un caso raro y, al mismo tiempo, delicado e importante17». Un extranjero se había presentado de forma secreta y este era el mismo Ripperda, enviado por el «duque de Anjou» con una plenipotencia cuyo original había mostrado al conde Felipe Luis de Sinzendorf, canciller y mayordomo mayor del emperador, con el fin de intentar alcanzar un acuerdo por separado con él. A las conversaciones se añadiría el conde de Starhemberg, antiguo general de las tropas del archiduque Carlos en España.
15Las instrucciones18 antes mencionadas, que exigían de Ripperda «un religioso secreto», proponían unas dobles bodas entre el infante don Carlos, quien debía ser nombrado rey de romanos por todos los medios posibles, con la primogénita del emperador, María Teresa, quien llevaría en herencia los Estados hereditarios de los Habsburgo, y la boda del infante Felipe con la segunda archiduquesa, María Ana, quien, a su vez, llevaría aparejada la sucesión sobre los Estados italianos del emperador, es decir, Toscana, Parma y Piacenza. Muriendo sin descendencia el infante Felipe y la archiduquesa María Ana, pasarían al infante don Carlos, y los demás Estados de Italia a la corona de España. Si el emperador se opusiera absolutamente al desmembramiento de los Estados de Italia, no se insistiría en ello, pero se procuraría concluir el matrimonio, que era lo más importante. Por su parte, el infante don Fernando, a quien se presentaría como débil de salud y de escasas dotes intelectuales —aquí se detecta la mano de la reina— se casaría con la princesa de Orléans, anteriormente prometida de don Carlos. En cuanto a reivindicaciones territoriales, España pretendía la cesión de Flandes (si el emperador se opusiese se propondría que se diese en dote a la archiduquesa María Ana, y si esta moría sin descendencia, que volviera a la corona de España), de Cerdeña, compensando al duque de Saboya con alguna parte del Milanesado, y de Gibraltar y Menorca. La recuperación de los territorios perdidos en Utrecht estaba, pues, en gran parte estrechamente ligada a la realización de los matrimonios con las archiduquesas. Un tercer bloque de reclamaciones afectaba a los títulos y la jefatura de la Orden del Toisón de Oro, de la cual el emperador quería ser exclusivo gran maestre, al considerarse sucesor de los duques de Borgoña. Se proponía un tratado de alianza defensiva y ofensiva contra terceros, entre ellos turcos y protestantes, y se establecían las aportaciones en dinero, tropas y barcos. Una concesión comercial al emperador consistía en que los barcos de la Compañía de Ostende, creada el 19 de diciembre de 1722 con el privilegio exclusivo de navegar y comerciar durante treinta años en las Indias Orientales y Occidentales y costas de África, serían admitidos en los puertos españoles. Otros puntos se referían a la defensa de los intereses del duque de Parma, la sucesión del príncipe elector de Sajonia al reino de Polonia, el perdón general para los seguidores de ambos bandos durante la guerra de Sucesión, y la disponibilidad de Felipe V para que don Carlos se educase en la corte imperial de Viena. Así pues, Ripperda se fue a Viena con unas instrucciones de Felipe V en las que se tenía en cuenta a Francia, al príncipe de Asturias y a la nación española, mediatizadas en gran medida por los intereses de Isabel de Farnesio, que eran básicamente los matrimonios, a cuya consecución había que subordinar todo lo demás. En el momento de su partida hacia Viena, la política española se movía con planes diferentes en diversos lugares. En Cambrai se trataba con las potencias sin resultados aparentes mientras en París el embajador Monteleón mantenía contactos secretos con Francia e Inglaterra contra Austria, en previsión de un fracaso de la misión secreta de Ripperda, que era susceptible de una doble lectura: lo redactado siguiendo los deseos de Felipe V y el plan de la reina, conseguir los matrimonios, lo que llevarán adelante Orendain y Ripperda con una negociación con el emperador contra Francia e Inglaterra de la que el príncipe de Asturias será inmediatamente apartado, y de cuya gestión Ripperda excluirá finalmente a Orendain para conseguir sus ambiciones personales. Es decir, una misión de extrema dificultad y de consecuencias inquietantes.
16Desde el inicio fue evidente la gran reticencia de Carlos VI a las bodas con el argumento de que los implicados eran niños, lo que no le había impedido decidir en 1723 la de María Teresa con Francisco Esteban de Lorena19, ducado de gran valor geoestratégico situado al noroeste de Francia, de lo que se tiene noticia fehaciente20. Carlos VI tenía un estrecho parentesco con el duque de Lorena, Leopoldo I, ya que los padres de este eran Carlos V y Leonor María Josefa, hija del emperador Fernando III. Fue al morir el primogénito del ducado, Leopoldo Clemente, en 1723, y pasar los derechos de sucesión a su hermano, Francisco Esteban, cuando este matrimonio adquirió particular interés para Carlos VI. Francisco Esteban ya se educaba en esta fecha en Viena junto a la familia imperial y el representante del ducado, el barón Nicolás de Jacquemin, fomentó por todos los medios que el llamado grande affaire de los Lorena —emparentarse con el emperador— tuviese una feliz conclusión. Estos sólidos planes constituyeron, por lo tanto, un obstáculo añadido para Ripperda y las propuestas españolas de matrimonios, como lo confirma el embajador español en una carta a Isabel de Farnesio21. La tenaz oposición del emperador llevaría a proponer las bodas de don Carlos con María Ana y de don Felipe con la tercera hija, María Amalia, con tal de no interrumpir las conversaciones, como se le ordenó a Ripperda desde Madrid el 10 de marzo de 172522. Carlos VI también se negó a mediar con Inglaterra sobre la devolución de Gibraltar y Menorca, y con el duque de Saboya para Cerdeña. Puntos particularmente innegociables eran los títulos y la jefatura del Toisón. Carlos VI llevaría el título de rey de España hasta su muerte y la orden se escindiría en dos ramas para siempre. En apariencia, aceptaba la sucesión de don Carlos al Gran Ducado de Toscana, algo que, sin embargo, tenía en mente entorpecer con todos los medios a su alcance. A pesar de ello, acabó mediando con Inglaterra, a cambio de que Felipe V lo hiciese con Holanda a favor de la Compañía de Ostende, y se empezó a hablar de bodas, aunque no con la primogénita sino con sus hermanas, siendo más de su gusto que don Fernando se casara con la hija del duque de Lorena, si bien, en realidad, España estaba ya tratando bodas con Portugal. En este punto se produjo la temida devolución de la infanta por Francia, lo que dio un impulso redoblado a las conversaciones, que desembocaron en la firma de una serie de tratados23 que sellaron el nuevo acercamiento entre España y Austria. El 30 de marzo de 1725 se firmaron el de paz y amistad (18 artículos) y el de alianza defensiva (6 artículos). El 1 de mayo, el de comercio y navegación (47 artículos) y el 7 de junio el tratado con el Sacro Imperio (6 artículos). En ninguno de ellos se hacía referencia a los matrimonios y tampoco a los fueros de Cataluña, Aragón y Valencia, lo que fue para Felipe V una condición innegociable para la puesta en marcha de la misión24.
17Un gran secreto rodeó la firma del tratado de paz. A través de las redes de espionaje francesas se supo que Ripperda y Eugenio de Saboya se habían reunido en el palacio del Belvedere los días 25 y 30 de abril y que el secretario Buol había llevado allí un gran paquete de documentos. En el curso de una cena con amigos íntimos ese último día, Eugenio de Saboya manifestó con expresión satisfecha que había firmado la paz con España25. A pesar del secreto, no se hizo esperar la reacción de Gran Bretaña, Francia y Prusia, que formaron la Liga de Hannover, firmando un tratado el 3 de septiembre de 1725. Austria firmó a su vez con España el «muy secreto» primer Tratado de Viena el 5 de noviembre de 1725. Carlos VI renunciaba a España y España a los Países Bajos y territorios italianos, se garantizaba el reconocimiento español de la Pragmática Sanción, que lastraba pesadamente la política imperial al tener que conseguir la adhesión de las potencias a su sucesión femenina en la persona de su hija María Teresa, y se ofrecían ventajas para la Compañía mercantil de Ostende. Ripperda, que esperaba que el Tratado de Hannover hiciera desengañar al emperador sobre la actitud de Francia26, consiguió, después de arduas e intensas conversaciones27, que este prometiese finalmente dos hijas suyas para don Carlos y don Felipe cuando tuviesen la edad adecuada, más un artículo en el que se establecía que, en el caso de morir antes de que su hija primogénita tuviese la edad para casarse, quedaría prometida a don Carlos. Se garantizaba mantener la separación de las coronas de Austria, España y Francia. Como tal alianza podría ser el origen de un conflicto armado con Francia, ambas potencias se prometían ayuda recíproca para repartirse los territorios que se pudiesen recuperar28. El emperador aseguraba su apoyo para la devolución de Gibraltar y Menorca.
18Ripperda abandonó Viena el 8 de noviembre de 1725, dejando a su hijo Luis a cargo de la embajada, cuyas cartas credenciales están fechadas el 4 de octubre. Al llegar a Madrid desplazó de su cargo a Orendain, asumiendo la Secretaría de Estado, luego la de Hacienda y la de Guerra. Desde su nueva posición pensaba llevar a cabo los planes encaminados a una gran reforma del Estado, «el proyecto más hermoso del mundo29». Aunque se ha reconocido el acierto de algunas de sus medidas30, debió alarmar a amplios sectores de la población con ellas: despido de 21 000 pequeños funcionarios —definidos como innecesarios y ladrones—, devolución de las fortunas ganadas a base de fraude y malversación, reforma de la corte real, aumento en 100 000 soldados del ejército terrestre y pago correcto a oficiales y soldados —aún esperaban sus pagas los hombres que participaron en 1718 en la guerra en Sicilia—. Otros aspectos se referían al intento de organizar una eficaz y bien dotada marina construyendo de 15 a 20 navíos, reforma de la justicia, propósito de terminar con la inmunidad eclesiástica, creación de una policía civil subordinada a las tropas y reforma general en las Indias Occidentales para aumentar los ingresos del rey —disminuidos por la codicia de virreyes y gobernadores, entre otras cosas— en el plazo de dos años entre 18 000 000 y 24 000 000 de reales de vellón31. Al mismo tiempo que se ocupaba de la administración española, movía los hilos en Viena a través de su hijo, intentando conseguir una alianza de Portugal, Suecia y Rusia que oponer a la Liga de Hannover. Sin embargo, los tratados eran endebles y el deseo de cumplirlos era limitado por ambas partes. Además, Ripperda no pudo hacer frente al pago de los subsidios millonarios prometidos, como manifestó Königsegg, el recién llegado embajador imperial en Madrid. El matrimonio de don Carlos con María Teresa se demostró inviable, la mediación del emperador con Inglaterra para recuperar Gibraltar no fue aceptada y lo mismo ocurrió con la española sobre la Compañía de Ostende32.
19El descrédito popular y la comprensible animosidad hacia su poder por los políticos españoles desplazados le llevaron a ser acusado de un crimen de lesa majestad, de haber revelado secretos de sus negociaciones a potencias enemigas y de haber actuado por propia iniciativa sin el conocimiento de Felipe V. El secreto fundamental era el de los «Augustísimos matrimonios», como él mismo manifestaba en una de sus últimas cartas a Felipe V desde su refugio en la embajada inglesa:
Y juro a Vuestra Majestad que no he revelado, ni lo haré en mi vida, el tratado secreto de los Augustísimos Matrimonios, los que Dios haga sean ejecutados como mi verdadero corazón desea; y siendo obra trabajada de mi mano, me intereso sumamente en su perfec[c]ión, como lo sabe Vuestra Majestad33.
20También fue acusado de haber acordado con Inglaterra y las potencias marítimas la entrega de las islas de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico, además de la ciudad de Buenos Aires. Las acusaciones no pudieron probarse y los delitos de lesa majestad tampoco. En Viena, a su hijo, de veinte años de edad en el momento de la caída de su padre en Madrid, le había endilgado materializar la citada alianza, mientras que Sinzendorf, ante el temor de una guerra, manifestó que el joven tendría que «abrir la bolsa cuando fuese necesario34».
21Ripperda fue destituido el 14 de mayo de 1726 y, temiendo por su integridad física, se refugió en la embajada de Inglaterra. Su hijo fue reemplazado por Miguel José de Bournonville, barón de Capres, que llegó a Viena a inicios de 1727. Al final, Carlos VI abandonó el rumbo de la guerra, y el 22 de febrero de 1727 comenzó, sin ayuda militar de parte de Viena, el sitio de Gibraltar. Los tratados, que habían costado tantos esfuerzos, eran papel mojado. La ruptura definitiva de Felipe V con Carlos VI tuvo lugar con el Tratado de Sevilla de 9 de noviembre de 1729, que selló la alianza entre España, Francia e Inglaterra, los cuales aceptaban la sucesión española en los ducados italianos contra la voluntad del emperador.
Los paradigmas de la nueva diplomacia: la génesis de una embajada
22Nos detendremos ahora en el análisis de algunos aspectos de la misión de Ripperda en la corte imperial desde la firma de los tratados de abril de 1725 hasta el muy secreto de noviembre del mismo año. Una vez en la escena pública de la corte vienesa, Ripperda procedió a la búsqueda y organización de un nuevo edificio donde instalar la embajada española en Viena, desde la cual se regularon el protocolo, las relaciones con los otros diplomáticos y con la comunidad española en el exilio, la devoción y la diversión, los regalos y las redes de información. A partir de este momento se tenía que representar a Felipe V tanto en la corte como en los espacios públicos con la grandeza que correspondía al primer monarca europeo.
23La sede de la embajada, en competencia con el embajador francés Richelieu, se consiguió instalar en el considerado mejor palacio de Viena, el palacio Batthyány (fig. 2, p. 000). El embajador francés, de quien se esperaba su llegada a finales de junio de 1725 a la capital austriaca, y que también buscaba una sede representativa y espaciosa, capaz de alojar a su numerosa familia (300 personas), había hecho gestiones para ocupar este mismo palacio, que había tenido arrendado anteriormente el enviado francés, el conde de Luc. En este momento estaba alquilado al elector de Baviera Maximiliano Manuel, a quien Ripperda escribió para informarse de si tenía necesidad de él. La respuesta fue negativa, y a esto se añadió el deseo de la propietaria, la condesa Batthyány, de no querer alojar allí al embajador francés. De esta manera Ripperda consiguió alquilarlo por tres años35. El segundo intento del embajador Richelieu tuvo como objetivo el palacio Daun-Kinsky, a pocos metros de la residencia del embajador español, para lo cual no se le quiso fiar dinero, como explica maliciosamente Ripperda. Finalmente, Richelieu encontró acomodo en el palacio Questenberg, donde habitó de 1725 a 172836. Por lo visto, no le bastaba y alquiló dos medias casas y para el verano una casa con jardín en los alrededores de la ciudad.
24Dos funciones llamadas a tener una gran repercusión cortesana y popular fueron la introducción pública del embajador y la primera audiencia de los emperadores, que correspondían en teoría al comienzo de una nueva era, un nuevo orden en Europa. La primera tuvo lugar el 22 de agosto de 1725 y todos acordaron en que «una tan majestuosa entrada no se ha hecho igual en mucho tiempo37». El número de carrozas que le acompañaron fue de 79, además de 500 caballos. El recorrido partió de la calle Kärntnerstrasse, atravesó la plaza de la catedral de San Esteban, tomando a continuación las calles Graben, Kohlmarkt y Herrengasse, y al final giró hacia la derecha en la plaza Freyung y llegó a la calle Renngasse, delante de su residencia. No puede extrañar que Richelieu manifestase a su corte la preocupación por intentar superar con su introducción pública, que tuvo lugar el 7 de noviembre, a la del español. Ripperda criticó que el francés hubiese ordenado que se fabricasen las guarniciones y los adornos de los caballos de oro falso, con lo cual la plebe de Viena no iba a tener una gran opinión de él38. La audiencia imperial a Ripperda tuvo lugar el 23 de agosto, al día siguiente de su entrada en Viena. Al igual que la entrada, la audiencia era una ceremonia regulada hasta en sus más mínimos detalles con instrucciones para el Audienzkommissar («conductor de embajadores»). Ripperda ofreció una descripción pormenorizada de esta ceremonia a Orendain en despacho fechado el 25 de agosto39.
25Al inicio de su misión, solo mantuvo contactos secretos con el nuncio apostólico, Girolamo Grimaldi; después con la mayoría de representantes diplomáticos de los países relacionados con su misión (Portugal, Rusia, Sajonia y Polonia, el Electorado Palatino y el de Tréveris, el ducado de Parma, el Gran Ducado de Toscana, la república de Lucca, el ducado de Lorena y el círculo jacobita de Viena). Quedaron excluidos el francés, con quien desde Madrid se le había prohibido cualquier relación por la devolución de la infanta, y aquellos de naciones enemigas como Inglaterra y Holanda —François Louis de Pesme de Saint-Saphorin y Jan Jakob Hamel Bruynincx, respectivamente—, pero de los que se tenía continua noticia de sus movimientos a través de informadores40. Ripperda evitó contactos con las capas más altas de la comunidad española en el exilio, a cuyos componentes consideraba intrigantes, pues, entre otras cosas, habían difundido el rumor de una nueva abdicación de Felipe V, sin que pudiera identificar a los responsables. Solo tras la firma de los tratados empezaron a visitarle, aunque para convencerles de que lo hicieran fue necesaria la intervención del emperador. A pesar de que la paz de Viena hizo concebir ciertas esperanzas a los austracistas, en realidad consolidó el régimen borbónico41. Una excepción a las reticencias de los españoles en Viena a contactar con Ripperda fue Ramón de Vilana Perlas, marqués de Rialp, que ocupaba la Secretaría de Estado y del Despacho Universal, hilo directo entre el emperador y el Consejo de España, una institución que Carlos VI instauró por decreto en 1713 y que el archiduque, como rey español, tuvo ya en Barcelona. Tenía su sede en el céntrico palacio Caprara, en la calle Wallnerstrasse, cerca del Palacio Imperial. El marqués de Rialp tuvo una importante participación en la firma de los tratados de Viena, sobre todo en la devolución de bienes a los exiliados por el artículo 9 del tratado de paz42.
26Las fiestas cortesanas estaban relacionadas tanto con acontecimientos ligados al devenir vital de los miembros de la dinastía (onomásticas y aniversarios, nacimientos), aprovechadas para enaltecer sus personas, como con eventos que marcaban logros conseguidos por ella (paces, firma de tratados, ratificaciones), todo ello unido indisolublemente a ceremonias religiosas destinadas a realzar el papel legitimador de la Iglesia católica (misas, Te Deum, acción de gracias)43. En el caso de Felipe V y Carlos VI, es sabido que la devoción constituía un aspecto dominante de sus personalidades. Las ceremonias religiosas podían servir, además, para marcar diferencias. Ripperda fue invitado junto al nuncio apostólico, como un privilegio único, al sermón y misa cantada en la capilla imperial de la Favorita, mientras que Richelieu no dejó de subrayar en sus Mémoires el fastidio que le producían su duración y número, durante las cuales Carlos VI se hacía seguir de los embajadores como si fueran sus criados. Ripperda y Richelieu nunca coincidieron en ellas, pues la corte de Viena quiso evitar de esta manera situaciones embarazosas por la delicada y rancia cuestión de la precedencia entre los embajadores de España y Francia44, aunque desde Madrid se ordenó mantener la igualdad como principio llegado el caso45. Ripperda y su hijo celebraron las onomásticas de Carlos VI y Felipe V y los aniversarios de la emperatriz Isabel Cristina y de Isabel de Farnesio, principalmente con un banquete en la embajada al que asistían los primeros ministros de la corte. Las firmas de los tratados se celebraron con un Te Deum en la catedral de San Esteban y las ratificaciones con solemnes ceremonias en los palacios del príncipe Eugenio.
27Ripperda fue informado minuciosamente de la entrada de la infanta María Ana Victoria en Madrid, cuya prevista devolución, al fin y al cabo, era el origen y la razón de la colosal maquinaria puesta en marcha para conseguir la alianza. Orendain trazó su retrato, fuertemente influenciado por la personalidad de Isabel de Farnesio:
… porque es su Alteza bellísima de cara, de un cuerpo el más proporcionado a su tierna edad y que promete desde ahora y se reconoce que ha de ser el más gentil, muy al contrario de lo que maligna y falsamente se ha hecho divulgar en Francia, y sobre todo manifiesta su Alteza un discurso tan superior a sus años, una capacidad tan adelantada en su niñez y una viveza tan extraordinaria, que solo se puede comparar con la de la Reina, nuestra Señora, su madre, a quien por toda ponderación da muestra de ser muy parecida46.
28Para la difusión a un gran público de la paz de Viena se utilizó el «multimedia» de la época, que se basaba en las noticias de las gacetas, la distribución de los tratados impresos y la ejecución de grabados y medallas. Los grabados en almanaques escenificaron fantasiosos encuentros personales de ambos monarcas en espacios monumentales, que nunca tuvieron lugar en la realidad (fig. 3, p. 000), o escenas de las conversaciones que precedieron a la firma de los tratados o la misma entrada de Ripperda en Viena. Se acuñaron medallas: una en bronce de Maria Antonio di Gennaro, que refleja la importancia dada al comercio; otra en plata de Georg Wilhelm Vestner47, de la que conocemos un ejemplar en oro48 (fig. 4 a y b, p. 000).
29La paz de Viena tuvo un precio en el que la diferencia entre regalos y sobornos adquiría contornos imprecisos. Se regalaron doce caballos andaluces al emperador y otros doce al príncipe Eugenio, siguiendo una asentada tradición de la corte española, además de retratos de los infantes implicados encargados a Jean Ranc, que nunca llegaron a Viena al ser más rápidos los cambios en las constelaciones políticas que los pinceles del maestro, junto a dinero, joyas, pensiones, empleos, propinas49. Sin lugar a dudas, las sumas más elevadas de dinero fueron a parar a manos del príncipe Eugenio, que había terminado apenas en 1723 la construcción del palacio del Belvedere en el curso de su costosa actividad arquitectónica destinada a perpetuar los hitos de su gloria política y militar, y los de un insaciable Sinzendorf. Las buenas intenciones de ambos se cifraron en 120 000 doblones, que agradecieron considerando los tratados «como el fundamento de la libertad de la Europa y la Iglesia, si no el único remedio para garantizar la una y la otra contra los evidentes peligros50». Además, se hicieron fundir para Sinzendorf, reacio por escrúpulo a aceptar las monedas solo por orden del emperador, cuatro mil doblones de oro en forma de palangana con su plato y cuatro candeleros, que el interesado consideró un regalo «honorífico y real51». No puede sorprender que en Londres se reprochase al embajador español, el marqués Jacinto de Pozobueno, que España estuviese tratando grandes sumas de dinero en Viena, aunque este fuese un sistema generalizado52.
30Ripperda creó una red de confidentes formada por personajes influyentes de la corte vienesa. Empezó por contar con un informante en el mismo corazón del gobierno imperial: la Conferencia Secreta, principal institución que asesoraba al emperador en los más importantes asuntos de la política exterior. El secretario de la misma, Juan Jorge de Buol, le tenía al corriente de todo lo que se trataba y, especialmente, de si el conde de Sinzendorf y el príncipe Eugenio cumplían sus promesas a cambio de una pensión anual de 800 doblones. Otros favores se podían pagar con encomiendas, rentas eclesiásticas, puestos en el ejército o pendientes de brillantes. Algunos de los nombres de los destinatarios son conocidos, de otros se respetó el anonimato. Luis de Ripperda manifestó a Orendain que uno de los apartados más importantes en los gastos de la embajada era el pago a espías. Unas actividades que enrarecían la vida política eran la difusión de rumores y noticias falsas (las fake news de la época), que se esparcían para influenciar a la opinión pública y desestabilizar a los gobiernos. Los Ripperda eran regularmente informados sobre ello53.
La correspondencia: cartas-órdenes y despachos
31Las distintas fases por las que pasaron las conversaciones que cristalizaron en los tratados de Viena de 1725 se pueden seguir a través de la abundante correspondencia conservada a la que dio origen. Se divide en la mantenida entre los reyes de España y los emperadores y sus embajadores en Viena, las cartas-órdenes de la Secretaría de Estado y los despachos de los embajadores, y entre la embajada en Viena y las sedes diplomáticas españolas en Europa.
32Como la embajada de Ripperda suponía la reanudación de relaciones diplomáticas entre las dos cortes, una vez firmados los tratados se inició el contacto epistolar entre los reyes de España y los emperadores, que supuso la resolución previa de problemas de índole formal. Las cartas de los reyes a sus embajadores, desaparecidas quizás cuando terminó la embajada de Ripperda, en número de once, se centraban sobre todo en el logro de los matrimonios y en la concesión de la tutela del infante Carlos al duque de Parma para ir allanando su establecimiento en Italia, es decir, los temas centrales de las negociaciones y en general de los decenios siguientes. Las de Ripperda a los reyes, en número de dieciséis, permiten reconstruir el contenido de las enviadas por estos. Las cartas-órdenes de la Secretaría de Estado a los embajadores constituyen el grueso de la correspondencia. Su génesis se iniciaba con la redacción de esquelas en las que Orendain anotaba las decisiones tomadas por Felipe V después de haber despachado con él, pasando luego a la redacción del texto definitivo. En estas cartas ha quedado reflejada de manera fehaciente la postura de Orendain, filofrancesa al inicio —«Nadie ha sido más sinceramente que yo apasionado y amigo de los franceses54…»—, tras declararse el creador de la alianza con Austria55. A ella ligará su carrera política, quizás también para desvincularse de la orientación filobritánica de Grimaldo, con el visible temor, plenamente justificado, de ser sustituido por Ripperda. Este último, aduciendo el mantenimiento del «secreto» deseado por Carlos VI, consiguió que la correspondencia, hasta un cierto punto, se estableciese solo con los reyes, dejando apartado al perplejo secretario de Estado, que recibía noticias irrelevantes o de gacetas y al que ni siquiera comunicó su regreso a España. Este abrupto relevo ilumina la vieja cuestión de si lo que hacían los reyes era política de nación o esencialmente personal y familiar. Una conducta parecida puede deducirse de los despachos cruzados con los diplomáticos españoles en Europa. Mientras los del holandés son lacónicos, los de los diferentes embajadores reflejan la buena voluntad por transmitir la auténtica situación de lo que estaba ocurriendo en las capitales en las que estaban destinados. La obsesión de Ripperda de mantenerles al margen del «secreto» fue su objetivo principal. Se puede decir que toda la política española quedó en sus manos brevemente, haciendo de Viena su punto neurálgico, durante el tiempo que gozó de la confianza/esperanza de los reyes56.
El personaje: de la diplomacia al poder
33Mediante su puesto de embajador holandés en España, después de haber participado activamente en la vida pública de su tierra de origen, puede decirse que Ripperda aspiró a dirigir la política española desde el inicio. El camino recorrido le llevó de las manufacturas de paños a la presentación a los reyes de planes orientados a una gran reforma del Estado y de las intrigas en la corte y en las cortes europeas, sobre todo la francesa. A su caída, el príncipe Eugenio, que nunca fue partidario de la alianza hispano-austriaca, no pudo menos que realizar una defensa de su gestión:
Sin embargo, hay que confesar que Ripperda poseía muy buenas cualidades, gracias a las cuales hubiera podido en una cierta situación adquirir gloria y honor. Yo creo que brillante y audaz como era, hubiera podido rendir al rey servicios que no se podrían esperar de otro. En particular ningún español de nacimiento no hará algo parecido, ya que un español no osará intervenir en ciertos abusos que son muy perjudiciales al rey. Al menos me ha comunicado aquí ciertas ideas que, puestas en práctica, habrían sido de la mayor utilidad a las finanzas del rey y al renacimiento del comercio en España57.
34El breve episodio de la política exterior de Felipe V que cristalizó en los frágiles tratados de Viena de 1725 debe ser visto como el primer intento serio en el largo camino a la instauración de los infantes en Italia que no se materializará para don Carlos hasta 1731 y para don Felipe hasta mucho más tarde, en 1748, en el marco de complicadas combinaciones de las potencias para mantener el «equilibrio».
35Ripperda no puede ser considerado responsable del fracaso de los aspectos más sustanciales de su misión, las bodas, sino la falta de disposición de Carlos VI ante las exorbitantes propuestas que le fueron presentadas, sobre todo respecto a los matrimonios y a Italia. Los tiempos no estaban maduros para ello, como tampoco para la visionaria reforma del Estado propugnada por el holandés. Sin embargo, fue mérito suyo la trabajosa reanudación de relaciones diplomáticas, que se abriesen las puertas de las respectivas embajadas y concluir una alianza con Viena que duraría casi cinco años. La firma de los tratados constituyó el momento álgido de su carrera política. A partir de su destitución, continuó su famosa vida errante, que viene a ilustrar en gran medida el espíritu de una época que fomentó todas las experiencias como norma.
36En el anverso de la citada medalla de plata de Georg Wilhelm Vestner aparece el busto de Carlos VI, mientras, en el reverso, Felipe V y el emperador, de cuerpo entero, con sus vestiduras de gala, se tienden sus manos derechas sin llegar a estrecharlas, enmarcados por la frase «Pyrenen Alpesque Tibi Mea Dextera Cedit». La cita, tomada de la La guerra púnica de Silio Itálico, reproduce un fragmento de un diálogo entre el general cartaginés Aníbal, que trata de invadir la península ibérica, y el hispanorromano Murro, defensor de Sagunto, que quiere, matándole, ahorrarle las fatigas de la ascensión a los Pirineos y a los Alpes en su avance hacia Roma, que en el año 218 a. de C. no se pudo impedir:
Esperaba tu llegada con impaciencia. Hace tiempo que mi corazón tiene ansias de combatir y arde en deseos de acabar contigo. Recibe la recompensa que tu perfidia merece y ve a pretender Italia en los infiernos. El largo camino hacia la región dardania, el paso a través de los nevados Pirineos y a través de los Alpes te los va a ahorrar mi brazo58.
Notes de bas de page
1 Mur Raurell, 2015, p. 246.
2 Rudolf, Mur Raurell, 2000.
3 Ochoa Brun, 2012, pp. 11-16.
4 Duchhardt, 1997.
5 Kamen, 2003.
6 Ozanam, 1998.
7 Mur Raurell, 2011. Hemos preferido usar la forma neerlandesa del apellido, sin tilde.
8 Ibid., t. II, p. 127.
9 «prevenir la dernière désolation et ruine totale de ces Royaumes» (ibid., p. 335, todas las traducciones son de la autora del artículo).
10 Sobre su carrera véase ibid., t. I, pp. 24-31, 40-45.
11 Castro Monsalve, 2004.
12 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 43. Los «tres sujetos» solo pueden ser el duque de Borbón, el mariscal Villars y el financiero París-Duvernay, creadores del plan; veáse Syveton, 1896, p. 95.
13 Mur Raurell, 2011, t. II, p. 380.
14 Ibid., t. I, p. 89.
15 Ibid., pp. 212-213.
16 Ibid., p. 245.
17 «… ein curiosen aber zugleich haklich und wichtigen casus» (Arneth, 1858, p. 546).
18 Mur Raurell, 2011, t. I, pp. 56-60 y pp. 287-290.
19 Zedinger, 1994.
20 «Copia de carta original de D. José de Viana y Eguiluz al Marqués de La Paz», p. 402.
21 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 112.
22 Ibid., p. 297.
23 Cantillo, Tratados, convenios y declaraciones de paz; CD-ROM en Mur Raurell, 2011.
24 Ibid., t. I, p. 116.
25 Braubach, 1965, p. 227.
26 Mur Raurell, 2011, t. II, pp. 182-183.
27 Ibid., pp. 212-216.
28 Para Carlos VI el territorio belga, el condado de Borgoña, Alsacia con la ciudad de Estrasburgo, y los tres obispados de Metz, Toul y Verdún, además de devolver el ducado de Lorena a la situación en que se hallaba en 1633. Para Felipe V los condados del Rosellón y de la Cerdaña y parte de la Baja Navarra.
29 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 269.
30 Voltes Bou, 1991, pp. 304 sqq.
31 Mur Raurell, 2011, t. I, pp. 265-269.
32 Ibid., pp. 269-276.
33 Ibid., t. II, p. 375.
34 Ibid., t. I, p. 277.
35 Ibid., p. 146. Construido en estilo barroco, su autoría es atribuida a Fischer von Erlach, aunque algunos aspectos decorativos y soluciones arquitectónicas hacen pensar más en Johann Lucas von Hildebrant. Actualmente es conocido como el palacio Batthyány-Schönborn, y conserva el mismo número que entonces, el no 4 de la vienesa calle Renngasse.
36 Ibid., pp. 149-150. Propiedad entonces del consejero imperial conde Johann Adam von Questenberg. Empezó a construirse en la segunda mitad del año 1701 y se terminó poco antes de la entrada de Richelieu. Se encuentra en la calle Johannesgasse, actualmente nos 5 y 5A.
37 Ibid., pp. 180-181.
38 Ibid., t. II, p. 195.
39 Ibid., t. I, pp. 183-187.
40 Ibid., pp. 95-115.
41 Albareda Salvadó, 2002, p. 240.
42 Mur Raurell, 2011, t. I, pp. 115-131.
43 Ibid., pp. 191-200.
44 Ochoa Brun, 2004.
45 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 171.
46 Ibid., p. 344.
47 Bernheimer, 1984, pp. 86, 130, 228.
48 Mur Raurell, 2011, t. I, pp. 194-197.
49 Ibid., pp. 201-210.
50 Ibid., p. 207.
51 Ibid., p. 208.
52 Ibid., p. 84.
53 Ibid., pp. 258-259.
54 Ibid., p. 345.
55 Ibid., p. 318.
56 Ibid., pp. 62-85.
57 «Cependant il faut avouer que Ripperdá possédait aussi de très bonnes qualités, grâce auxquelles il eût pu dans une certaine situation acquérir gloire et honneur. Je crois même que, vif et audacieux comme il l’était, il eût pu rendre au roi des services que l’on ne saurait attendre d’un autre. En particulier aucun Espagnol de naissance n’en fera autant, car un Espagnol n’osera jamais porter la main sur certains abus […] qui sont extrêmement nuisibles aux interêts du roi. Tout au moins, il m’a communiqué ici certaines idées qui, mises á execution, n’auraient pu être que de la plus grande utilité aux finances du roi et à la renaissance du commerce en Espagne» (Arneth, 1858, p. 190).
58 «… exoptatus ades, mens olim proelis poscit / speque tui flagrat capitis, fer debita fraudum / praemia et Italiam tellure inquire sub ima. / longum in Dardanios finis iter atque niualem / Pyrenen Alpesque tibi mea dextera donat» (Silio Itálico, La guerra púnica, ed. de Villalba Álvarez, 2005).
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Investigadora independiente
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