En torno a la paz de Viena (1725): grandes expectativas para una «vacilante monarquía»
p. 19-38
Texte intégral
1Felipe V, consumado el fracaso de su agresiva política mediterránea que puso en entredicho los tratados de Utrecht, intentó superar el aislamiento de España1. A principios de 1720 anunció su entrada en la Cuádruple Alianza y las tropas españolas abandonaron Cerdeña y Sicilia. Carlos VI reconocía a Felipe V como rey de España y este renunciaba a los territorios italianos y a los Países Bajos. Por su parte, el emperador aseguraba la sucesión de Parma, Piacenza y Toscana a don Carlos, hijo de Isabel de Farnesio y de Felipe V2. Un congreso debía reunirse en Cambrai para tratar todos los asuntos pendientes entre los Habsburgo y los Borbones. Primero, Felipe V firmó una alianza con Francia (21 de marzo de 1721) en la que los enlaces matrimoniales constituían el núcleo central del acuerdo: pidió la hija del duque de Orléans, regente de Francia, para Luis, príncipe de Asturias, y propuso que la infanta María Ana Victoria se casara con Luis XV. Las princesas fueron intercambiadas en el Bidasoa el 9 de enero de 1722. A continuación, tuvo lugar el acercamiento entre Francia, Inglaterra y España mediante el Tratado de Madrid (13 de junio de 1721), en el que Jorge I prometió plantear al Parlamento la devolución de Gibraltar. Por fin Felipe V e Isabel de Farnesio podían vislumbrar, después de los fracasos de Utrecht y del irredentismo mediterráneo, prometedoras perspectivas de futuro3.
2Pero antes de proseguir es preciso retener la imagen de la corte que ofrece el duque de Saint-Simon, embajador francés en España, a finales de 1721, porque resulta fundamental para entender los cambios políticos trascendentales que tuvieron lugar en torno a 1725. A su juicio, existían serios obstáculos para lograr la unión entre Francia y España, puesto que la corte estaba bajo la influencia de la cabale italienne («cábala italiana»), que detestaba la unión con Francia, dirigida por el duque de Popoli y que contaba con el apoyo del presidente del Consejo de Castilla y del confesor padre Daubenton4. El retrato de Felipe V, siendo respetuoso, era más bien sombrío: tímido, desconfiado y dependiente del confesor5.
3Saint-Simon culpaba a la reina del aislamiento del rey, después del desmantelamiento de los consejos y del fracaso de Alberoni. Hasta tal punto llegó el descontento popular, aseguraba, que los reyes, en vez de ser aclamados, eran objeto de imprecaciones al pasar por lugares públicos cuando salían de Madrid, especialmente dirigidas a la reina, a quien ofendían vitoreando a su predecesora: «¡Viva la saboyana6!».
4El escenario devino más complejo aún en enero de 1724, cuando Felipe V abdicó en su hijo Luis I, que murió al cabo de pocos meses, el 31 de agosto. Aquel año Gran Bretaña, Francia y España negociaron en Cambrai. Las dos demandas principales de España eran el retorno de Gibraltar (sobre el cual Jorge I había ofrecido vagas promesas en 1721) y poner fin a los obstáculos que el emperador presentaba a don Carlos para tomar posesión de Parma, Piacenza y Toscana, a pesar de que había concedido las cartas de investidura7. No eran los únicos escollos que había que superar: holandeses y británicos se oponían a la Compañía de Ostende creada por Carlos VI. A su vez, Francia y Gran Bretaña se oponían a la Pragmática Sanción a favor de María Teresa de Austria.
5Pasaron los meses y el gobierno de Felipe V no consiguió avances en ninguno de sus grandes objetivos: ni en los territorios italianos ni en Gibraltar. La intransigencia del emperador en el primer punto y la de los británicos en el segundo condujo a la parálisis de las conversaciones. Por este motivo, los reyes de España, además de negociar directamente con Francia (mediante el marqués de Monteleón) para recabar apoyo militar al objeto de que Carlos VI entrara en Italia, optaron por la negociación directa con el emperador. Para ello recurrieron a un personaje poco conocido y atípico, que la República de Holanda había enviado a Madrid como embajador en 1715, Juan Guillermo Ripperda, quien entró al servicio de Felipe V en 1718. En noviembre de 1724 fue enviado a Viena como embajador extraordinario y plenipotenciario. Sus aspiraciones eran maximalistas: pretendía que, mediante los matrimonios de Carlos y María Teresa y de Felipe y María Ana, la Casa de Borbón absorbiera lisa y llanamente las posesiones de los Habsburgo: el Imperio y los dominios italianos, como ha señalado Lucien Bély8.
6En efecto, Ripperda logró el acercamiento entre Felipe V y el emperador9, enfrentados hasta entonces, y consiguió invertir el rumbo de la política exterior española dando lugar a «uno de los cambios diplomáticos más extraordinarios del siglo10», en palabras de Didier Ozanam, mediante el tratado de paz y amistad del 30 de abril de 1725, seguido de los tratados de alianza defensiva y de comercio y navegación, como explicó con detalle Gabriel Syveton11. En contrapartida, en septiembre de 1725 se materializó la Alianza de Hannover, formada por Gran Bretaña, Francia y Prusia, frente al eje hispano-austríaco. A consecuencia del rumbo que habían tomado los acontecimientos, el Congreso de Cambrai se disolvió. «No habían consumido cuatro años sino en banquetes y festines», sentencia el marqués de San Felipe12.
7En virtud de los acuerdos, y en nombre de «la tan deseada paz Universal de la Europa13», Felipe V y Carlos VI renunciaban a los derechos del trono contrario. Felipe V aceptaba la Pragmática Sanción, mientras que el emperador admitía que los ducados italianos de Parma, Piacenza y Toscana pasarían, al extinguirse la rama masculina de los Farnesio, al infante Carlos, sin constituir parte de la monarquía española. Asimismo, sellaron un tratado de ayuda militar ofensivo y defensivo gracias al cual España, en caso de victoria sobre Gran Bretaña, recuperaría Gibraltar y Menorca y, en caso de derrota militar de Francia, una parte significativa del territorio galo pasaría a manos imperiales y españolas. Todo ello acompañado de un compromiso militar que era, a todas luces, desproporcionado para España14. Por su parte, Felipe V ofrecía ventajas comerciales a la Compañía de Indias de Ostende, creada en 1722 por Carlos VI; una concesión que despertó una gran inquietud entre los británicos y holandeses. Finalmente, y este constituía el gran objetivo de Isabel de Farnesio, convinieron el deseo del matrimonio de los infantes Carlos y Felipe con las hijas del emperador, las archiduquesas María Teresa y María Ana, respectivamente.
8Pero, al final, la nueva alianza no se tradujo en resultados tangibles excepto en el ámbito de la reconciliación entre los dos antiguos contendientes y de las medidas de amnistía general, retorno de bienes confiscados durante el conflicto y reconocimiento de títulos y dignidades, disposiciones que se desarrollaron lentamente sin que, en realidad, permitan hablar de «un perpetuo olvido» (como reza el artículo 9) en relación con la guerra civil de 1705 a 171515. En efecto, Carlos VI no aprobó el matrimonio tan anhelado por los reyes de España, entre el infante Carlos y la primogénita María Teresa, ni ninguna otra alternativa de matrimonio de los infantes españoles con las archiduquesas que no fuera más allá de una mera declaración de intenciones, ni quiso entrar en conflicto con el Reino Unido en caso de que España intentara recuperar militarmente Gibraltar o Menorca. Por parte española tampoco se tradujeron en hechos las ventajas comerciales prometidas a la Compañía de Ostende. Lo cierto es que cuando Ripperda, en el cenit de su carrera, devino secretario de Estado, en realidad primer ministro, mientras su hijo Luis se convertía en embajador en Viena, tuvo que adaptarse a la realpolitik e incumplió tanto las alegres promesas realizadas al emperador como las fantasías que aseguró a los reyes de España. Todo ello se vio agravado por su fanfarronería, que puso en alerta a unos y a otros. Así fue como el artífice de los pactos —junto con el secretario de Estado, Juan Bautista Orendain, no hay que olvidarlo— fue hallado en falso por el embajador imperial, Königsegg (que llegó al Pardo el 16 de enero de 1726), y acto seguido Felipe V lo destituyó y lo hizo detener en mayo en casa del embajador de Inglaterra. Entonces Isabel de Farnesio, desengañada con Viena, giró de nuevo la mirada hacia París para buscar garantías de cara a lograr la posesión de Parma y Toscana.
9Paralelamente prosiguieron los contactos con Gran Bretaña para tratar el espinoso asunto de Gibraltar. El embajador británico, William Stanhope, aseguró que el rey estaba «deseoso y dispuesto a la restitución de Gibraltar, pero que era necesario dar tiempo a que el Parlamento asintiese a ello de conformidad16». Felipe V respondió que no quería romper con Gran Bretaña, pero que reclamaba Gibraltar basándose en la posibilidad que apuntó Jorge I el 1 de junio de 1721, porque de los ofrecimientos a Alberoni en 1718 no existían documentos17. En una de las audiencias, Felipe V le reprochó a Stanhope que durante cuatro años y medio había trasladado la responsabilidad al Parlamento cuando, sin embargo, el rey disponía de medios para hallar una solución18. En otra ocasión le reiteró que el acuerdo de comercio dependía de la restitución de Gibraltar, y adujo que Jorge I siempre manejaba la Cámara a su antojo «siendo todos sus miembros hechuras y pensionarios suyos19». En realidad, Stanhope demoró la respuesta sobre Gibraltar hasta la reunión del Parlamento de enero del 1726. A resultas de la negativa de Felipe V a esperar hasta entonces, decidió reforzar la vía de la Alianza de Hannover20. Además Orendain, consciente de las dificultades para resolver aquella cuestión, tuvo que advertir a Ripperda de que, en contra de lo que prometía en sus cartas acerca de la devolución de Gibraltar y Menorca por parte de los británicos, estos solo se habían referido a Gibraltar21.
10Tras un tenso compás de espera en 1726 que hacía temer un ataque por parte de la Alianza de Hannover, tuvo lugar el intento frustrado por parte de España de recuperar Gibraltar en 1727. En mayo de 1727 Francia, Gran Bretaña y Austria firmaron el Tratado de París. Al cabo de un año España se incorporó en el bloque de Hannover y, finalmente, España, Francia y Gran Bretaña firmaron el 9 de noviembre de 1729 el Tratado de Sevilla, que garantizaba al infante Carlos el trono de los ducados de Parma y Toscana y ponía fin al efímero acuerdo hispano-austríaco urdido por Ripperda.
Cábalas, jesuitas y embajadores en Madrid: 1724 y 1725
11¿Pero qué sucedió en 1724-1725 en la corte de Madrid? ¿Cuál fue el impacto de la renuncia de Felipe V a la corona y de su reincorporación al trono? ¿Cómo fue recibida la paz de Viena en España y cuáles fueron sus repercusiones inmediatas?
12Felipe V renunció a la corona el 10 de enero de 1724 —se ha argumentado que por motivos religiosos o porque acariciaba la idea de reinar en Francia, un deseo que abrigó hasta 172722— y se retiró en San Ildefonso. El marqués de San Felipe avala la opción del retiro y descarta la ambición del trono francés por su «aversión a los negocios» y por «la falta de sus fuerzas para grande aplicación» como era regir la monarquía francesa, al tiempo que apunta que dejó la Tesorería «agotada»23. Por su parte, Saint-Simon aduce un argumento a tener en consideración:
… se creía un usurpador. De esta idea se alimentaba su esperanza de volver: no tanto porque prefiriese aquella otra corona y vivir en Francia, como porque sobre todo buscaba tal vez acallar sus escrúpulos abandonando España. No es posible negar que todas estas ideas pasaban por su cabeza en desorden; la realidad es que así era24.
13Pero la razón de fondo la ha aportado en su tesis María Rosa Pigrau al demostrar, mediante un análisis clínico basado en testimonios diversos, que Felipe V padecía un trastorno bipolar desde su adolescencia, proceso en el que, a partir de 1715, las crisis de depresión mayor predominaron sobre los episodios de hipomanía, con la aparición de síntomas psicóticos en 1717, percibiéndose un agravamiento notorio entre 1717-1719, 1726-1728 y 1731-173325. Sin duda, el diagnóstico de presunción que elabora permite ir más allá de las vagas calificaciones que la documentación atribuye a Felipe V del tipo «vapores», «fluxiones» o «melancolía» y proporciona un instrumento interpretativo válido para explicar los extraños comportamientos del rey, arrebatados y agresivos en ocasiones, que inquietaron a los cortesanos y llamaron la atención de los embajadores extranjeros. Ello, sin duda, realza el protagonismo creciente de la reina Isabel de Farnesio en la dirección política de la monarquía.
14Luis I recibió el trono y, según el marqués de San Felipe, «como se había criado con los españoles se empezaba a rozar y familiarizar con los grandes26». El nuevo rey confió plenamente en Juan Bautista Orendain, secretario del Despacho Universal, mientras que el presidente del Consejo de Castilla, el marqués de Miraval, asumió la función de jefe del Gabinete. William Coxe señala que no faltaron tensiones entre San Ildefonso, donde se encontraban los reyes acompañados de Grimaldo, y el gabinete de Luis I, dando lugar a una cierta bicefalia que desconcertaba a las potencias extranjeras. De hecho, se refiere a dos partidos: el de Felipe V y el de Luis, en Madrid, que ganaba adhesiones como rey español27. Por ello, colige, a la muerte de Luis existía un partido opuesto al retorno de Felipe V, convencido de su incapacidad para gobernar y a causa de la «ambición desordenada» de la reina. Un partido que tuvo enfrente al «partido francés» encabezado por Tessé28.
15Lo cierto es que, tras la muerte de Luis I, Felipe V albergó dudas sobre su retorno al trono. Según parece, otros intentaban decidir por él. A principios de septiembre de 1724 el secretario de la embajada francesa, Robin, opinaba que el confesor Bermúdez estaba influenciado por el «partido español», que quería excluir a Felipe V del trono y gobernar mediante una larga minoría de edad29.
16Sabemos, gracias a Teófanes Egido, que poco antes de la muerte de Luis I surgió el partido fernandino, entroncando con el «partido español», nacido al socaire del cambio dinástico, favorable a la proclamación de Fernando como rey y opuesto al retorno de Felipe V. En él confluían los interesados en beneficiarse de una minoría larga, los que sostenían razones teológico-morales que aducían que el rey después de renunciar no podía regresar al trono y, finalmente, los que rechazaban a Isabel porque respondía a un perfil antinacional y extranjerizante. De este modo, señala, el «partido castizo» aglutinaba a aristócratas, buena parte del clero y a un sector popular, cuya cabeza visible era el marqués de Miraval, presidente del Consejo de Castilla, apoyado por los teólogos que prestaban «el fondo doctrinal de la oposición30». En este sentido lord Walpole escribía que, según Fleury, «la influencia en la gestión de los asuntos era plenamente española31».
17Sea como fuere, el partido no logró contrarrestar la fuerza de la reina y de Tessé. Una vez derrotado, sus miembros sufrieron represalias y fueron apartados del Gobierno cuando Felipe V recuperó el trono, aunque tuvo continuidad e impulsó una notable campaña de opinión pública cuestionando abiertamente la abdicación del monarca —por sus intereses en Francia— y denunciando el desgobierno que imperaba. A su vez, convirtió a Isabel, Ripperda y Grimaldo en el blanco de sus críticas32. Según el marqués de San Felipe, «los grandes, en general, no gustaron de esta resolución del rey Felipe de volver al gobierno en propiedad, porque los trataba con rigidez, siguiendo el sistema con que empezó a gobernar33». El restablecimiento de Felipe V fue seguido de la caída del marqués de Miraval, «considerado de los franceses poco afecto a su nación34», y de la de su protegido Fernando Verdes Montenegro, secretario del Despacho de Hacienda y superintendente de Rentas Generales y de Salinas.
18Anne Dubet ha tratado de forma exhaustiva el asunto de la exclusión del poder de Verdes Montenegro y el juicio a que fue sometido, un proceso en el que observa no solo el enfrentamiento entre dos clientelas sino también sobre la forma de organización de la Hacienda. Pero Dubet discrepa de la versión de Tessé sobre la cábala «austriaca» formada por Miraval y el padre Ramos, opuestos al pleno ejercicio de la autoridad real y hostiles a la unión con Francia, partidarios de restablecer la forma de gobierno de Carlos II. Sobre todo porque la calificación de «partido español» alimenta una lectura en clave nacional, como se desprende de la obra de Baudrillart, a su juicio difícil de sostener35. Ciertamente, Miraval no era un austracista ni sus proyectos perseguían el retorno al sistema de Carlos II. Ello no obstante, se mostró capaz de construir una alternativa política: fue crítico con la política fiscal del marqués de Campoflorido, en especial con las rentas provinciales, y promovió una consulta del Consejo de Castilla al rey el 19 de octubre del 1723 que significó una reprobación de la política fiscal aplicada desde el final de la guerra de Sucesión. Dos años antes el cardenal Belluga había arremetido contra la «tiranía» de los arrendadores de millones, alcabalas y cientos. También había denunciado la sustitución de los consejos por los ministros para elogiar las virtudes del sistema polisinodial. Miraval compartía aquel punto de vista y mostraba su preferencia por los órganos colegiales a la hora de administrar justicia y gobernar, frente a la arbitrariedad de los secretarios del Despacho. Pero, al mismo tiempo, consideraba el Gabinete como el órgano asesor del rey más importante y un instrumento de coordinación del trabajo de los consejos. Así pues, pretendía «aunar el gobierno colegial y cierta efectividad en el despacho de los negocios, confiando a los consejos parte de las tareas asumidas por los secretarios del Despacho36».
19No se trata, a mi entender, de analizar aquellos acontecimientos en clave nacional —lo cual resultaría erróneo— sino de tener en cuenta las suspicacias que despertaban el modelo de gobierno francés y la dependencia (política y económica) hacia la monarquía vecina37. Por esta razón podían confluir en la facción tanto los partidarios de los Austrias como de los Borbones. A partir de tal premisa, y a sabiendas de que el testimonio del embajador Tessé era partidista, las impresiones que dejó escritas sobre la corte española no dejan de ser ilustrativas y, en buena medida, coincidentes con las de otros diversos testimonios.
20El plenipotenciario de Francia en España, René de Froulay de Tessé, declarado enemigo del marqués de Grimaldo y del marqués de Miraval, dio cuenta de la compleja situación que desembocó en la abdicación de Felipe V en 1724. En una larga carta apuntaba los problemas que, a su juicio, propiciaban un escenario de una notable inestabilidad38. Señalaba que entre los partidarios de Fernando se encontraban el presidente del Consejo de Castilla, Luis de Miraval, y «otros señores de la cábala», los cuales consideraban que después de abdicar el rey no podía recuperar el trono. Pero, además, el plenipotenciario apuntaba directamente a Grimaldo y al confesor de la reina (el padre Ramos) como enemigos declarados de la unión con Francia. En cambio, Orendain le merecía confianza y lamentaba que no fuera el responsable de las relaciones exteriores. Después de la audiencia que el rey le concedió, salió convencido de que Felipe V retomaría el cetro, aunque no quedó del todo tranquilo39.
21Ante las dudas sobre quién debía ser el rey, el padre Gabriel Bermúdez, confesor real, planteó que para que la Diputación del Consejo de Castilla pudiera aprobar el retorno de Felipe V era necesario el beneplácito de la comisión de teólogos nombrada por él mismo. La resolución de los teólogos fue que no podía recobrar el trono y que había que dar paso a la regencia de su hijo Fernando durante dos años, gobernada por un consejo. Bermúdez asumió el dictamen y Felipe V mostró su intención de volver a San Ildefonso, afirmando que los teólogos hicieran lo que quisieran con el trono pero que él salvaría su alma40. Entonces el embajador se empleó a fondo para que Felipe V reconsiderara su decisión, argumentando que Francia no podía tratar con un consejo de regencia que, influido por los grandes y por toda España, desearía volver a la dominación de los Austrias. Tessé auguraba que si Felipe V marchaba a San Ildefonso no volvería a poner los pies en Madrid41. Ciertamente su implicación resultó fundamental para que Felipe V resolviera recuperar el trono, como recuerda C. Désos. Incluso recurrió al nuncio Pompeo Aldrovandi para que ayudara al rey a despejar las tribulaciones que le atormentaban42, tarea en la que también resultó decisiva la intervención de la reina. Al cabo de aquellas presiones, Felipe declaró que estaba preparado para gobernar y que estaba casado, condiciones que no reunía el infante Fernando.
22A finales de año, superado aquel crítico lance, Tessé insistía en que persistían las cábalas. Ahora apuntaba directamente a Grimaldo, a quien acusaba de haber perjudicado al comercio francés colocando durante veinte años en todo tipo de empleos, grandes y pequeños, a gentes próximas a la Casa de Austria y a Gran Bretaña43. La reina explicó al embajador que Grimaldo, el confesor y los jesuitas del Colegio Imperial alimentaban las sospechas del rey en el sentido de que quería gobernarle al margen de ellos. Aseguraba que el rey deseaba prescindir de Grimaldo pero que aún no estaba en condiciones de hacerlo, preso de sus indecisiones, desconfianzas y escrúpulos religiosos44. En realidad, según Tessé, el rey no era francés ni español, y temía la autoridad de los franceses, a los que amaba. En resumen: quería actuar por su cuenta y no hacía nada. De este cúmulo de factores contradictorios se desprendía la falta de un proyecto global de gobierno, lo que obligaba a Felipe V a actuar paso a paso, sin criterio alguno. Mientras tanto, la facción española permanecía unida contra Francia. A su juicio, el confesor lideraba la cabale espagnole («cábala española»)45. Hasta tal punto había llegado la división interna, sostiene Tessé, que la reina había dicho al confesor que preferiría recibir la comunión de Judas antes que de él46.
23En cuanto a Grimaldo, que a su juicio era tan indeciso como el monarca en los asuntos de Estado, añadía que no era trigo limpio, ya que según los reyes había recibido dinero de los británicos, de los franceses, de los portugueses y del emperador. Sin lugar a dudas el ministro disfrutó de una notable influencia política entre 1719 y 1724, y de una gran confianza por parte del rey47. A partir del retorno de Felipe V volvió a ocupar la Secretaría de Estado, pero Orendain, su protegido, fue nombrado secretario de Hacienda y superintendente general, con facultad para suplir las bajas por enfermedad de Grimaldo. En aquel momento era ya una figura en declive, que no contaba con el apoyo de Isabel de Farnesio y esta no sintonizaba con sus proyectos de política internacional48. Su relación con Ripperda no resultó fácil. El holandés también consideraba que Grimaldo era «muy amigo y protector de las naciones inglesa y francesa49». Grimaldo, por su parte, mientras duraron las gestiones de Ripperda en Viena, no dudó en manifestar sus reservas señalando «no solo la impropiedad, pero aún lo aventurado» de las gestiones del holandés. Orendain se puso a la defensiva porque consideró que Grimaldo «todo lo ignora pero ya con los recelos que tiene le considero lleno de veneno contra [Ripperda] y contra mi50», y daba por supuesto que junto con los británicos y franceses les «querrán asaetear51».
Rechazo francés de la infanta María Ana Victoria y protagonismo de Ripperda
24A principios de 1725, según los informes enviados por el embajador francés en Viena, la confusión imperaba en la corte de Madrid, situación que se agravó por el desequilibrio mental que sufría Felipe V, con recaídas constantes, especialmente graves a partir de 1726, que desembocaron en nuevas abdicaciones en 1728 y 1729, aunque Isabel las dejó sin efecto52.
25Pese a contar con la confianza del rey, a finales de enero Tessé constataba su difícil relación con el padre Bermúdez y con el marqués de Grimaldo «los dos mayores enemigos de las dos coronas53». En una de las audiencias le expresó al rey las dudas que albergaba sobre su sistema de trabajo, sin contar con ministros fieles sobre los que poder descargar la responsabilidad de los asuntos. Aún más: le recordó que todos los días pasaba tres horas con su confesor y que, acto seguido, este se iba a trabajar cuatro horas con Grimaldo, ante cuya crítica el rey expresó su deseo de hacer recaer en Orendain la máxima responsabilidad. Entonces la reina intervino para cargar sin contemplaciones contra Grimaldo, su esposa y el abate Grimaldo. A continuación, hablaron sobre posibles nuevos ministros como Orendain, el marqués de Castelar o Patiño54. Si bien la capacidad de influencia de Tessé era notablemente inferior a la de algunos embajadores que le precedieron, como Orry o Amelot, esta no debe infravalorarse. El nuevo embajador, el abate de Livry, insistió, tal como hicieran sus antecesores, en la debilidad estructural del gobierno español y subrayó que Tessé se había opuesto sistemáticamente a la influencia de los jesuitas en el Gabinete55.
26Recordemos que las conferencias secretas entre Ripperda y Sinzendorf se habían iniciado el 24 de febrero de 1725 y que el 1 de marzo ya disponían de un borrador del tratado de amistad y de alianza defensiva56. Justo aquel día, el 1 de marzo, partía de París la carta con la decisión del duque de Borbón de casar rápidamente a Luis XV con Maria Leszcynka para asegurar en breve su descendencia. De este modo se rompía el compromiso contraído con la pequeña infanta María Ana Victoria, provocando una grave crisis diplomática con España. Sin lugar a dudas, aquel incidente aceleró las conversaciones en Viena. Entonces el acuerdo de los matrimonios devino, en palabras de Orendain el 24 de marzo de 1725, «absolutamente preciso y necesario». Se trataba de «la obra de las obras»57. El enviado británico Saint-Saphorin, desde Viena, informaba que Ripperda aseguró a aquella corte que cuando regresara a España sería primer ministro y amo del Gobierno. Señalaba que una de las personas del entorno del emperador que había mostrado el mayor entusiasmo por la unión era el secretario de Despacho Universal, marqués de Rialp58. Según Syveton, Rialp contaba con la confianza del emperador y su influencia en la corte era «preponderante». En cambio Starhemberg, del «partido alemán», junto con Eugenio de Saboya, acusaban al secretario de Despacho de querer convertir Austria en una «provincia española59». Saint-Saphorin escribía que el príncipe Eugenio y el marqués de Rialp argüían que se convertirían en los árbitros de Europa. Estaban satisfechos con el acuerdo de matrimonio de Carlos de Borbón con la archiduquesa y con las promesas de Ripperda de que a su regreso a España sería el primer ministro y que, por lo tanto, gozaría de gran poder en Madrid —ante el cual la reina debería transigir60—.
27El abate de Livry pudo constatar, en su primera audiencia con los reyes, el profundo dolor que les causó el rechazo de la infanta, hasta el punto de que Felipe V se negó a leer la carta de justificación que le había escrito el duque de Borbón y la reina intervino largamente sin dejar hablar al embajador. Tan grande era su desengaño que no parecía que tuviera punto de retorno61. No se equivocó. Al cabo de diez días, Livry recibía la orden de Felipe V de abandonar la corte antes de veinticuatro horas62. Orendain escribió a Tessé que preveía consecuencias fatales63. Sin darlo todo por perdido, Livry dio a leer a Grimaldo la carta del duque de Borbón y no dudaba que alimentaría las esperanzas del «partido español» de lograr la ruptura entre las dos cortes64». A las primeras noticias recibidas en París sobre el profundo desengaño de los reyes, una mezcla de cólera y de dolor, les siguieron informaciones puntuales sobre la preparación de la guerra en España. El marqués de Monteleón intentó tranquilizar a los reyes en el sentido de que no había que precipitarse para aquilatar la respuesta65.
28A pesar del malestar provocado por aquel duro revés, no hay que perder de vista que la corte de Madrid, entonces indignada por el rechazo de la infanta, había estado tratando secretamente con Viena desde hacía cuatro meses para preparar los acuerdos de paz. Así lo advirtió el militar al servicio de Felipe V, informador del duque de Borbón, el conde de Marcillac66. De hecho, la reina contemplaba la ruptura del compromiso de la infanta con Luis XIV67. De todos modos, Marcillac observó un cambio de actitud por parte de Grimaldo, Bermúdez y Castelar a la vista de las consecuencias que aquel incidente podía provocar en la relación entre las dos coronas. Él mismo tuvo ocasión de comprobarlo a partir del contacto con el padre Bermúdez, que le expresó su buena disposición para reconciliar a ambas68. Intentó enderezar el entuerto el cardenal Fleury, preceptor de Luis XV, mediante una carta a Felipe V que pretendía restablecer las relaciones. Después de afirmar que en España existía una auténtica prevención contra todos los franceses, admitía que Francia había actuado erróneamente en el caso de la infanta. Al mismo tiempo advertía de que la manera de proceder de Ripperda conducía inexorablemente a una guerra en la que no saldría beneficiada ninguna de las dos coronas, sino el ambicioso emperador69. Pero, como hemos adelantado, Felipe V se negó a recibir la misiva y exigió la presencia del cardenal70. Aquella reacción hizo temer a Orendain una alianza de Francia con los protestantes71. En efecto, el conflicto parecía derivar irremisiblemente hacia la guerra con Francia y Gran Bretaña, cuyos gobernantes estaban alarmados ante las bodas con las archiduquesas que se anunciaban en las gacetas de aquellos países72. En aquel momento Orendain decía contar con 70 000 soldados (incluyendo 12 000 de caballería)73. A los pocos días, Marcillac confirmaba que las condiciones que el rey de España reclamaba eran totalmente impracticables y que se apartaban de la reconciliación74. Aún peor: los preparativos de guerra que tenían lugar en España hacían presagiar que esta sería inevitable75. Pero una carta del padre Bermúdez en la que aseguraba que los reyes no querían la guerra con Francia sino rehacer la amistad calmó los ánimos76.
Efectos inesperados de la paz
29Sea como fuere, el nuevo escenario político dio lugar a algunas manifestaciones inesperadas. La noticia de la firma de la paz en Viena —«a toda esta monarquía un día de los más felices y alegres que han amanecido», en palabras de Orendain77, «grande obra de la paz tan importante a la cristiandad78»—, fue festejada en Madrid con toques de campana, iluminación en las casas y corridas de toros. Pero la publicación de los tratados ocasionó cierto desencanto al poner en evidencia que Felipe V había cedido en casi todos los puntos que había defendido en Cambrai y que incluso había retrocedido con relación al Tratado de la Cuádruple Alianza: reconocía Parma, Piacenza y Toscana como feudos imperiales y renunciaba a instalar guarniciones en aquellos ducados y al envío de don Carlos a Italia; reconocía la Pragmática Sanción y se comprometía a defender la Compañía de Ostende. Todo al objeto de conseguir los anhelados matrimonios austriacos79.
30Por si fuera poco, la celebración tomó un cariz inesperado a causa de las expresiones públicas a favor del emperador y de la persecución de franceses, que se cobró una víctima en Aranjuez. El rey se apresuró a publicar una orden que dictaba que los que agredieran a los extranjeros con piedras serían colgados y que los que gritaran «gabacho» serían enviados a galeras80. Por aquellos días, también, en Madrid ocurrió un incidente cargado de simbolismo político: un grupo de gente que protestaba por la ausencia de los reyes llevaba una figura de paja con una corona y un cordón azul, y después de haberla paseado por la calle le prendieron fuego afirmando que quemaban al rey de los gabachos81. Además circulaban rumores que apuntaban que Felipe V debería renunciar a la corona a favor del príncipe de Asturias, y del emperador en relación con los derechos que poseía en la corona de Aragón y en los Estados de Italia, y que la archiduquesa pasaría a España para contraer matrimonio con el príncipe, convirtiéndose en reyes de España82.
31Por contra el marqués de Monteleón, que como embajador extraordinario había estado negociando un acuerdo bilateral con Francia y cuyo posicionamiento profrancés era incuestionable, escribía desde Madrid que, una vez conocidas las condiciones de una paz tan precipitada, se habían desatado las críticas sin excluir a la reina, como protagonista de la misma83. A su juicio, el artículo secreto del matrimonio de Carlos con la archiduquesa era lo único de lo que se sentía orgullosa la reina, al ver asegurada la sucesión en Toscana. Del entorno del rey solo salvaba al presidente del Consejo de Castilla84. Recibido por los reyes, intentó desengañarlos de las expectativas vienesas y sostuvo la conveniencia de la unión con Francia. Argumentó que se trataba de una paz precipitada y fundada en la cólera, con la sola esperanza de asegurar la sucesión de Toscana y de Parma, así como el matrimonio de Carlos con la segunda archiduquesa85.
32La paz también provocó reacciones en Cataluña. La inestable situación política del Principado, con los catalanes descontentos con el Gobierno y molestos por la supresión de las constituciones, reclamó la atención de las autoridades86. En Valencia se había gritado públicamente «Viva Carlos Tercero, muera España y Castilla» y festejado con fuegos el restablecimiento de los fueros, creyendo que ya no tendrían que pagar el equivalente, un retrato de Felipe V fue destrozado a pedradas y saqueada una casa que había sido confiscada lanzando los muebles por la ventana. También hubo incidentes en Alzira y en San Felipe (Xàtiva)87. En efecto, según Orendain, los valencianos estaban convencidos de que la paz restituía sus fueros y las antiguas libertades, «como si por la paz concluida quedasen fuera del dominio del rey». Ante aquella realidad sostenía que «estos excesos, tan perjudiciales a la tranquilidad y buen gobierno de esta monarquía y al respeto debido a su Majestad, que debe fundarse principalmente en la sumisión reverente de sus vasallos, necesitan del más pronto severo remedio»88. Es cierto que los negociadores del emperador habían reclamado el restablecimiento de las libertades catalanas, pero Ripperda cumplió a rajatabla la instrucción de Orendain sobre los fueros que rezaba: «no oiga ninguna [condición] que toque a ellos89». El propio Ripperda informó a Felipe V de que
los españoles desde Madrid a esos de acá, y ellos al Imperador han insinuado quanto han podido contra los intereses de V.M. y me han causado más trabajo que los franceses e ingleses juntos, y últimamente ha sido preciso exponerme a todo para que no entrase en los tratados la restitución de los privilegios de la corona de Aragón, Valencia y los catalanes; y sobre todo eso creyéndose perdidos, y a mi vencedor en este punto, ha sido la malicia tan grande que han tratado de insinuar al Imperador como si V.M. otra vez tomaría la resolución de hacer dejación de la corona90.
33Aún más: en 1726 el embajador imperial Königsegg pidió instrucciones al canciller Sinzendorf para ver de qué forma podía continuar reclamando las libertades de la corona de Aragón91.
34A principios de julio de 1725, Marcillac expresaba sus dudas de que Orendain pudiera sostenerse en el Gobierno, pese a ser el protegido de la reina frente al partido que se había formado en su contra, en el que se encontraban el confesor y los marqueses de Grimaldo y de Castelar92. Más adelante informó aliviado de que España no tenía intención de declarar la guerra a Francia y que tanto Bermúdez como Grimaldo y Castelar estaban dispuestos a trabajar para lograr la unión de las dos coronas93.
35Mientras, llegaban noticias a París de los preparativos de guerra en Cataluña —los efectivos militares concentrados allí eran importantes, unos 15 000 soldados de infantería y 3 000 de caballería— tanto de armas como de comestibles, además de la presencia de tropas en las poblaciones para obligar a pagar el catastro94. El impuesto era percibido mediante grano para abastecer a las tropas, siendo almacenado en diversas localidades95. En Barcelona, una vez publicada la orden de restitución de bienes y dignidades a los austracistas (en virtud del artículo 9 del tratado)96, la inminente llegada del embajador imperial Königsegg dio lugar a extraños movimientos políticos o, tal vez, meras suposiciones que no dejan de ser ilustrativas de aquel momento confuso. En efecto, según informaba Le Gras desde Perpiñán, el Gobierno pidió el libro que acreditaba los nombres de aquellos que habían formado parte del Consell de Cent barcelonés y de la Diputació, cosa que le hizo pensar que el rey quería devolver los privilegios a Cataluña. Pero el correspondiente añadía que el gobernador Vilaplanes de Puigcerdà había recibido una carta del regente de la Audiencia de Barcelona en la que pedía los nombres de los que habían formado parte de la Diputació, además de posibles sustitutos para los que habían muerto, con la condición de que no hubieran servido a Carlos III. Según él, el capitán general marqués de Risbourg había enviado la misma orden. También aludía a una presunta carta del emperador en la que reclamaba el retorno de los privilegios de los catalanes, que habría recibido el consentimiento del gobierno de la monarquía. Incluso circulaba el rumor de la convocatoria de Cortes97. El artífice de aquellas y de otras demandas a Königsegg, como la reducción de la carga del catastro o el restablecimiento de la Universidad de Barcelona, era el activo marqués de Rialp98.
Ripperda en Madrid
36Pronto, el nuevo secretario de Estado, Ripperda, que llegó a Madrid el 11 de diciembre de 1725, acaparó todas las miradas. Su rol de primer ministro en el Gobierno equivalía al de Alberoni. Con él, la ruptura (si no la guerra) con Francia y Gran Bretaña se preveían inminentes. A poco tardar, Marcillac recibió órdenes de Felipe V de abandonar España. Entonces Ripperda escribía complacido a su hijo Luis, que le sustituyó en Viena como embajador: «todo va ya dirigido por esta mi Secretaría. Ya van las cosas acá de otra manera siendo todo debajo de mi mano99».
37El ministro británico Charles Townshend, en un encuentro con el embajador español Jacinto del Pozobueno, expresó su disconformidad con los métodos poco ortodoxos de Ripperda, no solo por sus declaraciones provocativas y extemporáneas sino por los sobornos que practicaba: «que este modo de negociar de Ripperda tan fuera de política, del buen modo, de la atención que se debe tener entre los ministros de príncipes, junto con las ventajas que el rey ha concedido a los imperiales, le hace notable rubor y no deja de cavilar sobre ello100». Una impresión que era compartida por el embajador británico Stanhope, que conocía bien al holandés desde hacía años, y a quien consideraba tan «absoluto» como podía haberlo sido Alberoni. Aseguraba que Ripperda era una «espèce de sauvage» que utilizaba discursos «extravagantes y contradictorios». Nada más desembarcar en Barcelona hizo una larga exposición de las cuestiones que, supuestamente, había negociado en Viena, señalando que el emperador contaba con 150 000 hombres a punto de movilizarse y que, en caso de guerra, Felipe V debería alzar una cifra equivalente, tal como él prometió al príncipe Eugenio. A juicio del embajador, Ripperda, con su discurso insolente, mostraba un gran desprecio por Francia, además de anunciar que no solo quitaría al rey de Gran Bretaña sus posesiones en Alemania, sino que el pretendiente Estuardo le echaría del trono. Después de conversar con él, y de que el ministro matizara sus opiniones, Stanhope desconfió más que nunca de un hombre que cambiaba de discurso con tanta facilidad, mientras que los preparativos que España llevaba a cabo para la guerra no se detenían, los cuales culminaron en el sitio de Gibraltar en 1727101.
38El embajador imperial Könnigsegg, una vez llegado a Madrid a principios del 1726, no tardó en descubrir las falacias de Ripperda. Y no solo eso, sino que trazó un sombrío panorama que hacía desvanecer las grandes expectativas depositadas en el Tratado de Viena:
Cuatro son los casos o accidentes que supone pueden llegar. El primero que es el presente es el de la imbecilidad del rey que de cuando le incapacita para el gobierno. El segundo es si devido a esta imbecilidad se inclinasse a renunciar segunda vez la corona sin que la reyna pueda impedirlo. El tercero es si esta imbecilidad llegasse al excesso de melancolía y furor como ha sucedido alguna vez en el Pardo sin que la reyna pudiesse ocultarlo y que fuesse necesario establecer una regencia. Y el quarto es si llegasse la muerte del rey102.
39Tras su encuentro con Ripperda, escribió que este casi no le dejó ni abrir la boca ni reunirse con Orendain103.
40La cruda realidad no tardó en imponerse y Ripperda se vio obligado, poco a poco, a modular su discurso. Así, escribió a su hijo Luis en relación con la demanda de Königsegg de un millón de pesos para cumplir con el tratado de alianza, asegurándole que estaba ocupado día y noche en arreglar las finanzas, «y que por amor de Dios, no vengan otras cartas tan temerosas de una guerra», ya que estaba convencido de que los franceses y holandeses se armaban por motivos defensivos y no ofensivos, «y todas las infamias que ejecutan e intentan es de miedo que tienen por la unión de ambas majestades». No escondía que «la falta de dinero me cuesta muchos trabajos»104. Ello no fue óbice para que siguiera alimentando el fantasma de la guerra: «Haré todo lo que pudiere para aprontar con toda brevedad los caudales que el rey destinará para remitir a S.M. Imperial105». Y pidió a su hijo Luis que sondeara la intención de Carlos VI «tocante a las operaciones de guerra que S.M. piensa será preciso declararla luego que los ingleses o los franceses cometan el menor acto de hostilidad, o contra el rey o contra el Sr. Emperador106» , para informar de ello a Felipe V. «Parece ya que los ingleses quieren la guerra», apuntaba en otra carta107.
41Como es sabido, la carrera meteórica de Ripperda tocó fin en mayo del 1726. Preso en Segovia, culminó su rocambolesca trayectoria escapándose y huyendo a Tetuán, donde se convirtió al islam y llegó a dirigir un ataque marroquí contra la plaza de Ceuta108. Fue apartado del cargo el fiel Grimaldo, sustituido por José Patiño, hombre de confianza de la reina. Entonces Isabel de Farnesio, tras casi diez años de gobierno en la sombra, consolidó su protagonismo, como ha señalado M.ª V. López-Cordón109. Así lo remarcaba un informe austríaco que subrayaba su fortaleza y su influencia en el rey, aunque no había podido contar con un buen primer ministro y con un Gobierno sólido110.
42En suma, más allá del cambio radical de alianza internacional y del protagonismo extraordinario de Ripperda, conviene analizar el contexto que alumbró su ascenso. Entonces, el revival of Spain plasmado en las empresas mediterráneas, llevadas a cabo mediante sus propios recursos, no resulta tan convincente como sostiene Ch. Storrs, si bien es cierto que el revisionismo español supo aprovechar la debilidad relativa de Gran Bretaña y de Francia y que recuperó protagonismo en el norte de África111.
43En el fondo, la tozuda realidad que subyace y que marca su impronta es la de un rey que no gobierna, con problemas mentales que se agudizan inhabilitándole para gobernar durante largos periodos y que, en el mejor de los casos, atenazaban su capacidad de decisión. El juicio del duque de Saint-Simon, al que hemos aludido al principio, aunque interesado, no era erróneo. El de Felipe V era un «gobierno nominal», en palabras de Béthencourt112.
44La otra realidad que persistía era la de una estructura de gobierno débil y de curso errático, por más que a aquellas alturas se hubieran consolidado las secretarías y el Consejo de Despacho. No solo eso, sino que la división entre el «partido español» y una facción en torno a la reina Isabel de Farnesio dificultaban el desarrollo de una política de gobierno tanto interior como exterior e impedían cierto consenso entre los grupos dirigentes. Lo cierto es que en aquel contexto la figura de la reina emergió con fuerza e impuso como prioritaria la política de sucesión en los territorios italianos. Pero debemos preguntarnos hasta qué punto ello beneficiaba a España, más allá de colmar los intereses dinásticos y un cierto orgullo nacional herido en 1713. De lo que no cabe duda es de que hubo un incremento espectacular del gasto militar entre 1717 y 1742, como ha demostrado José Jurado, coincidiendo con el proceso de consolidación del Estado fiscal-militar y que aquella escalada se saldó con la suspensión de pagos de 1739113.
45Solo en estas coordenadas puede explicarse —como sucedió con Alberoni— la carrera fulgurante de un embaucador que logró confundir a propios y extraños con sus promesas, adulando a los reyes, exagerando sus propios méritos y sobornando a los negociadores (Sinzendorf, Starhemberg, Eugenio de Saboya, entre otros) para allanar el camino de sus fantasías114. Aquella «expresa independencia» de los extranjeros que llegaron a tomar las riendas de la política exterior constituyó una singularidad del reinado de Felipe V115. ¿Acaso no había recibido el rey informes negativos del embajador en Francia, Patricio Lawles, que sostenían que Ripperda era «un hombre sin principios, de un espíritu desordenado y alocado», despreciado en su propio país, así como del representante español en Holanda, el marqués de Beretti Landi, que después de valorarlo desfavorablemente recomendó que no se le confiaran asuntos importantes116? Bastó, en cambio, la sola presencia de Königsegg en Madrid y su intercambio de impresiones con los reyes para desbaratar aquel gran castillo de naipes construido en el aire ante la inopia —y complicidad— de Felipe V, Isabel de Farnesio y sus ministros.
46Sea como fuere, una décima publicada antes de su caída en mayo de 1726 da perfecta cuenta de la desconfianza que suscitaba Ripperda entre determinados sectores de la sociedad:
La fe, la honra y el dinero
se entregó en un duque que,
sin dinero, honra, ni fe,
nació en casa de Lutero117.
Notes de bas de page
1 Este trabajo se enmarca en los proyectos «La política exterior de Felipe V y su repercusión en España (1713-1740)» [MINECO, HAR2014-52645-P], «España y Francia: intereses dinásticos e intereses nacionales (1701-1733)» [Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades PGC2018-097737-B-100] y del «Grup d’Estudi de les institucions i de les cultures polítiques (segles xvi-xxi)» [2017 SGR 1041]. Tomo la expresión de «vacilante monarquía» de un papel de 1738, escrito por un seguidor del «partido español», a favor del príncipe Fernando (Egido López, 2002, p. 115).
2 Sallés Vilaseca, inédita; Bély, 2015b, pp. 52-63; Id., 2007b, p. 447.
3 Id., 2015b, pp. 52-63; Id., 2007b, p. 447; Ozanam, 1985, p. 595.
4 Saint-Simon, Papiers inédits du duc de Saint-Simon, pp. 282-283.
5 «Ignorant au possible et entièrement conduit sur la religion et la justice comme la pluspart des princes timides et peu éclairés qui ne savent distinguer le fonds de la simple écorce, il s’attacha servilement à celle-la comme étant de perception et de pratique, et de dispense plus aisée. Cette disposition donne au confesseur quel qu’il soit, étant qu’il l´est, un crédit principal qui balance supérieurement tous les autres, même celui de la reine quelquefois, qui est l’autre seul vrai crédit […] Ordinairement facile et complaisant, quoique naturellement opiniâtre, souvent à l’exces, quelquefois sans ressource aucune. Méfiant de soi et des autres, ce qui le rend silencieux, embarrassé et particulier jusqu’à la mésseance […] L’abus qui a été si continuellement fait de son nom et de son autorité en tout genre que ses qualités ont donné lieu à usurper et qu’il a ensuitte reconnu, l’a jeté dans une telle apréhension de retomber dans la même dépendance, qu’il est devenu ombrageux sur tout, et que, voulant tout faire par lui-même, rien ne se fait plus qu’avec des peines et des longueurs qui ne vont à rien moins qu’à la destruction de la monarchie» (ibid., pp. 352-353).
6 Ibid., pp. 356-357. Todas las traducciones son del autor del artículo.
7 Lindsay, 1970, pp. 198-202.
8 Bély, 2007b, p. 455; Alabrús Iglesias, 2007.
9 Véase el estudio introductorio de Mur Raurell, 2011, t. I, pp. 13-60.
10 Ozanam, 1985, p. 599.
11 Tratado de paz, ajustado entre esta corona, y el emperador de Alemania; Archivo Histórico Nacional (AHN) [Madrid], Consejos, leg. 17707, no 47; Syveton, 1896.
12 San Felipe, Comentarios de la guerra de España, ed. de Seco Serrano, 1957, p. 369.
13 Tratado de paz, ajustado entre esta corona, y el emperador de Alemania, p. 25.
14 Ozanam, 1985, p. 603.
15 León Sanz, 2003, pp. 317-329; Albareda Salvadó, 2005, pp. 200-217.
16 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 351, carta de Juan Bautista Orendain a Ripperda, 24 de junio de 1725.
17 Ibid., pp. 368-369.
18 Ibid., pp. 362-364.
19 Ibid., p. 404.
20 Ibid., pp. 438-439.
21 Ibid., pp. 308-309.
22 Bély, 2007b, pp. 460-461; Kamen, 2000, pp. 197-198; Martínez Shaw, Alfonso Mola, 2001, pp. 113-114.
23 San Felipe, Comentarios de la guerra de España, pp. 352 y 355.
24 Saint-Simon en España, ed. de Pérez Samper, 2008, p. 329.
25 Pigrau Santpere, inédita.
26 San Felipe, Comentarios de la guerra de España, p. 361.
27 Coxe, L’Espagne sous les rois de la maison de Bourbon, pp. 96-97.
28 Ibid., pp. 103 y 115.
29 Según Robin, Felipe V «était gagné par une cabale espagnole qu’on prétend être attachée à la maison d’Autriche, et qui voudrait une longue minorité, exclure totalement le roi Philippe de la couronne et de la Régence, gouverner en sa place, marier ensuite le prince D. Ferdinand à une archiduquesse et introduire ainsi des Allemands pour y être les maîtres avec cette cabale» (Désos, 2009, p. 410, 7 de septiembre de 1724).
30 Egido López, 2002, pp. 284-286; véase también Albareda Salvadó, 2018b.
31 «The steps taken already at Madrid, in the administration of affaires, were entirely Spanish» (Coxe, Memoirs of Horatio, Lord Walpole, p. 84).
32 Egido López, 2002, pp. 143-163.
33 San Felipe, Comentarios de la guerra de España, p. 362.
34 Ibid., p. 363.
35 Dubet, 2015, pp. 241-248.
36 Ibid., p. 337; véanse, en general, pp. 253-353.
37 Albareda Salvadó, 2018b.
38 Empezando por el rey: «Le roi est naturellement opiniatré et à moins que la religion et la confiance ne le determinent, toutes les meilleures raisons deviennent inutiles» {Archives diplomatiques du ministère des Affaires étrangères (AMAE) [La Courneuve], Correspondance Politique (CP), Espagne, vol. 339, fo 2, 3 de septiembre de 1724}.
39 «Je dis ce que je veux et j’expose les verités, mais il n’y a pires sourdes que ceux qui ne veulent pas entendre». La resolución no fue fácil, y se lamentaba de que «la pattience humaine ne va jusques à la profondeur des abismes de la caballe espagnole et des moines qu’il y a longtemps que je connais» (AMAE, CP, Espagne, vol. 339, fo 8, 3 de septiembre de 1724 y fo 9, 3 de septiembre de 1724).
40 AMAE, CP, Espagne, vol. 339, fo 10, 3 de septiembre de 1724.
41 Y añadía que «et il faudra sous une regence aparante regarder l’Espagne pour les français comme les sables d’Arabie» (AMAE, CP, Espagne, vol. 339, fo 11vo, 3 de septiembre de 1724).
42 Désos, 2009, pp. 410-411.
43 Grimaldo era «le plus grand petit cachoteur et le plus grand ennemi de l’union entre la France et l’Espagne». Las intrigas estaban «soutenues par la indecision naturelle du roi, par l’impossibilité de lui faire prendre aucun parti, par l’impunité de tous ceux qui l’offensent et par les graces qu’il repend sur tous ceux qui l’ont offensé» (AMAE, CP, Espagne, vol. 339, fos 209-209vo, 11 de diciembre de 1724).
44 Ante lo cual Tessé se lamentaba: «Il n’y a pas sous le ciel, je ne dis pas un prince, mais un homme, si indecis ni si défiant que le roy. Il trouve toujours dans la religion un hidre de scrupules dans lesquels son confesseur l’entretient». El problema principal, según Tessé, eran las contradicciones del monarca: «le roi a envie d’estre bon français, il a le sang de nos maistres, mais au même temps voulant contenter les espagnols il n’est ni françois ni espagnol. Il haite la maison d’Autriche comme l’on haite les viperes. Il en est en défiance des anglois dont il a esté le dupe» (AMAE, CP, Espagne, vol. 339, fos 271-271vo y 272-272vo, 15 de enero de 1725).
45 Se encontraba la «faction espagnole unie contre la France ayant pour principal objet que le roi n’ait ni troupes ni vaisseaux ni authorité […] et le reduire au mesme etat que Charles Second» (AMAE, CP, Espagne, vol. 339, fos 303-303vo, 29 de enero de 1725).
46 AMAE, CP, Espagne, vol. 339, fos 288-288vo, 24 de enero de 1725.
47 «Le roi et la reine me disent que Grimaldo est un homme livré aux anglois, de qui il a receu de l’argent. Il en a receu de France, il en a receu de Portugal, il en a mesme peut estre receu de l’empereur» (AMAE, CP, Espagne, vol. 339, fos 271-272vo, 15 de enero de 1725).
48 Castro Monsalve, 2004, pp. 371-378.
49 Mur Raurell, 2011, t. II, p. 92, carta de Ripperda a Orendain, 7 de julio de 1725.
50 Ibid., t. I, pp. 318-319, carta de Orendain a Ripperda, 2 de abril de 1725.
51 Ibid., pp. 322-323, carta de Orendain a Ripperda, 14 de mayo de 1725.
52 Le Blond sostenía que «Le roi d’Espagne est incomprehensible. Tout homme qui sera son confesseur sera toujours son premier ministre, consulté sur tout» (AMAE, CP, Autriche, vol. 146, fo 138, carta de Le Blond, 24 de enero de 1725); Kamen, 2000, pp. 197-206. Véase, principalmente, Pigrau Santpere, inédita.
53 Tessé afirmaba «me trouver quasi brouillé avec le père Bermúdez et le marquis de Grimaldo qui sont les deux arcs boutants et qui certainement sont les deux plus grands ennemis des deux couronnes». Y describía así el frágil equilibrio que reinaba en la corte: «c’est marcher comme l’on dit avec des sabots sur des oeufs frais. Je n’en ai point encore écrassé, mais j’ai lieu de croire qu’un beau matin il s’en fera une belle ommelette» (AMAE, CP, Espagne, vol. 340, fos 46-47, 24 de enero de 1725).
54 Según la reina, Grimaldo «[il] estoit despotiquement gouverné par sa femme qui estoit despotiquement gouvernée par l’abbé Grimaldo [hermano del marqués]. Que l’abbé Grimaldo estoit un fripon qui entretenoit des commerces à Vienne et avec tous les ennemis du roi» (AMAE, CP, Espagne, vol. 340, fos 138-139, 26 de febrero de 1725).
55 Que resumía en «des princes faibles, l’empire d’un confesseur et l’habitude de vivre avec un ministre qui les gouverne dépuis longtemps» (AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fo 42 y fo 43, 13 de febrero de 1725).
56 Syveton, 1896, pp. 88-92.
57 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 318, carta de Orendain a Ripperda, 24 de marzo de 1725, y p. 302, carta de Orendain a Ripperda, 2 de abril de 1725.
58 «Ripperda les avoit assurés qu’à son retour en Espagne il étoit sûr qu’il y seroit le premier ministre, et y gouvernairoit tout, et ils comptent tellement icy que par la reine et par Ripperda ils disposeront entiérement de ce royaume» (AMAE, CP, Autriche, vol. 147, fos 182-183, 1 de mayo de 1725).
59 Syveton, 1896, pp. 134-135.
60 Decía que «[ils] s’expliquent dans leurs conversations particulieres, comme si, par cette paix avec l’Espagne, ils alloient devenir les arbitres de l’Europe, et je suis persuadé qu’ils l’ont fait croire à l’empereur» (AMAE, CP, Autriche, vol. 147, fos 197-198, carta de Du Bourg, 1 de mayo de 1725; fos 180vo-181, 182vo-183, carta de Saint-Saphorin, 1 de mayo de 1725; el mismo documento en AMAE, CP, Autriche, 146, fos 264-271vo).
61 «En un mot, aucun motif ni instances les plus pressantes et les plus tendres n’a rien operé sur le roy et la reine d’Espagne et je le comprends qu’il n’y a aucun moyen capable de les reduire jamais à changer là dessus de sentiments. L’air froid et tranquille en apparence dont ils m’ont parlé et écouté pendant près deux heures ne me laisse rien à esperer, il me donne lieu, au contraire, de croire que de longueur ils ont pris leur parti sans retour» (AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fos 81-88, 9 de marzo de 1725; la cita en fos 87-87vo).
62 AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fo 112, 19 de marzo de 1725.
63 «Tout cela me laisse dans une agitation d’esprit inconcevable prevoyant les fatales consequences» (AMAE, CP, Espagne, vol. 340, fo 198vo, 19 de marzo de 1725).
64 «La cabale espagnole ne cherchera qu’à aigrir l’esprit de S.M.C. dans la veue de rompre l’intelligence des deux cours, ce qui toujours a été son objet» (AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fo 124, 28 de marzo de 1725).
65 «Qu’il falloit que la vengeance fust possible ou que la reconciliation fust utile» (AMAE, CP, Espagne, vol. 340, fo 326, 12 de abril de 1725).
66 AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fo 158, 22 de mayo de 1725.
67 Bély, 2015b, p. 60.
68 AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fos 209-210, carta de Bermúdez, 24 de julio de 1725.
69 AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fos 225-229, 7 de agosto de 1725.
70 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 414, carta de Orendain a Ripperda, 9 de agosto de 1725.
71 Ibid., p. 392, carta de Orendain a Ripperda, 24 de julio de 1725.
72 Ibid., pp. 401-402, carta de Orendain a Ripperda, 5 de agosto de 1725.
73 Ibid., p. 409, carta de Orendain a Ripperda, 9 de agosto de 1725.
74 «[Elles] sont absolument impraticables et il n’est pas difficile de s’appercevoir qu’elles lui sont dictées par ses propres ennemis, puis qu’elles tendent à éloigner une reconciliation» (AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fos 239-239vo, 21 de agosto de 1725).
75 AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fo 240, 29 de agosto de 1725.
76 AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fos 272-272vo, 2 de septiembre de 1725.
77 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 325, carta de Orendain a Ripperda, 26 de mayo de 1725.
78 Ibid., pp. 373-374, carta de Orendain a Ripperda, 24 de julio de 1725.
79 Ozanam, 1985, p. 601.
80 AMAE, CP, Espagne, vol. 341, fos 170 y 171vo, «Extrait d’une lettre de Madrid», 21 de mayo de 1725.
81 AMAE, CP, Espagne, vol. 341, fo 215, carta de Marcillac, 28 de mayo de 1725.
82 AMAE, CP, Espagne, vol. 341, fos 216vo-217, carta de Le Gras, Perpinyà, 1 de junio de 1725.
83 Decía que «tout le monde crie sur la paix, faite avec l’empereur si precipitée, aprés qu’ils ont vues les conditions imprimées, l’esprit autrichien qui est toujours le plus dominant a converti sa joye en des terribles reproches, sans espargner la reine qu’on la regarde comme l’instrument principal de cette paix et de tout le reste» (AMAE, CP, Espagne, vol. 341, fos 247vo-248, 248vo y 250vo, 11 de junio de 1725).
84 Monteleón acababa exclamando: «Dieu veuille que puisse encore une fois avec honneur sortir de cette Babylone pour n’y retourner jamais» (AMAE, CP, Espagne, vol. 341, fos 247vo-248, 248vo y 250vo, 11 de junio de 1725).
85 AMAE, CP, Espagne, vol. 341, fos 305-310vo, 18 de junio de 1725.
86 «Leurs dispositions ne sont pas difficiles à remarquer: le mécontentement qu’ils ont du gouvernement, la suppression de leurs privilèges et leur antipathie contre les castillans se font aisement connoitre dans cette conjoncture» (AMAE, CP, Espagne, vol. 341, fo 96, carta de Le Gras, 17 de mayo de 1725; fo 79, carta de Le Gras, 9 y 11 de mayo de 1725).
87 AMAE, CP, Espagne, vol. 341, fos 316-317vo, carta de Le Gras, 20 de junio de 1725. No sucedió lo mismo en Reus, donde un borbónico proclamaba, haciendo mofa de los imperiales: «Hai aligots [imperiales], pau voleu, esclaus quedareu» («¡Ay aguiluchos, paz queréis, esclavos quedaréis!») [Vilà Torroja, Amor al rey y a la pàtria, p. 110].
88 Mur Raurell, 2011, t. I, carta de Orendain a Ripperda, p. 342, 5 de junio de 1725.
89 Ibid., p. 294, carta de Orendain a Ripperda, 22 de enero de 1725; Ibid., t. II, p. 32, carta de Ripperda a Orendain; Albareda Salvadó, 2005, pp. 171-217.
90 Rodríguez Villa, 1897, p. 48.
91 Syveton, 1896, pp. 90, 104 y 135.
92 AMAE, CP, Espagne, vol. 342, fos 2-4, carta de Marcillac, 2 de julio de 1725.
93 AMAE, CP, Espagne, vol. 342, fos 134-135vo, carta de Marcillac, 17 de septiembre de 1725.
94 AMAE, CP, Espagne, vol. 342, fo 96, carta de Le Gras, 17 de mayo de 1725; fo 79, carta de Le Gras, 9 y 11 de mayo de 1725; fos 152-153, carta de Le Gras, 26 de septiembre de 1725.
95 AMAE, CP, Espagne, vol. 342, fos 159-161, carta de Le Gras, 30 de septiembre de 1725.
96 AMAE, CP, Espagne, vol. 342, fo 277, carta de Le Gras, 28 de octubre de 1725.
97 «Ce qui fait presumer que le roi veut rendre les privilèges à la Catalogne, mais tout le monde convient que ce ne sert qu’à preparer l’arrivée du general Königsegg» (AMAE, CP, Espagne, vol. 342, fos 298-299vo, carta de Le Gras, 9 de noviembre de 1725; fo 104, carta de Le Gras, 5 de septiembre de 1725).
98 Albareda Salvadó, 2005, pp. 210-217.
99 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 480, carta de Ripperda a Luis, 12 de enero de 1726, y p. 484, carta de Ripperda a Luis, 20 de enero de 1726.
100 Ibid., pp. 427-428, carta de Orendain a Ripperda, 28 de agosto de 1725.
101 AMAE, CP, Espagne, vol. 342, fos 412-423 (la cita en fo 421), carta de Stanhope, 27 de diciembre de 1725.
102 Haus-, Hof- und Staatsarchiv (HHStA) [Viena], Spanien-Varia, Kart. 52, fo 596, 1724.
103 HHStA, Spanien, Diplomatische Korrespondenz, Kart. 69, fos 8-9, carta de Königsegg al marqués de Rialp, 21 de enero de 1726.
104 Mur Raurell, 2011, t. I, p. 493, carta de Ripperda a Luis, 23 de febrero de 1726.
105 Ibid., p. 506, carta de Ripperda a Luis, 4 de junio de 1726.
106 Ibid., p. 503, carta de Ripperda a Luis, 23 de marzo de 1726.
107 Ibid., p. 506, carta de Ripperda a Luis, 6 de junio de 1726.
108 Juan Vidal, Martínez Ruiz, 2001, pp. 218-219.
109 López-Cordón Cortezo, 2009, p. 150.
110 «C’est elle qui gouverne la monarchie d´Espagne avec une fermeté et une grandeur d’ame peu ordinaire aux personnes de son sexe, mais il lui manque un habile ministre pour bien conduire et diriger tous les dessins», si bien dejaba claro que su único objetivo era colocar su hijo en Italia «comme elle s’est emparé de l’esprit du roi». En cuanto al Gobierno, precisaba que «Le peu de solidité qu’il y a eu jusqu’à présent dans les ministres est sans doute la cause du mauvais gouvernement et de la mauvaise administration qui regne dans tous les affaires» (HHStA, Spanien-Varia, Kart. 53, Fasz alt 66, fos 66-80, «Relation de l’Espagne, de ses forces, de ses revenus, de ses constitutions et du génie du gouvernement… l’année 1726», documento anónimo, publicado en Albareda Salvadó, 2005, pp. 322-344, las referencias en pp. 333 y 334).
111 Storrs, 2016b, pp. 10-13.
112 Béthencourt Massieu, 1998, p. 42.
113 Jurado Sánchez, 2006, pp. 50-52.
114 Mur Raurell, 2011, t. II, pp. 165-166; Ibid., t. I, p. 382.
115 Véase el prefacio de M. Á. Ochoa Brun en ibid., p. xvlii.
116 Rodríguez Villa, 1897, pp. 11-12; Id., 1898, p. 225.
117 AMAE, CP, Espagne, vol. 343, fo 325, 26 de abril de 1726.
Auteur
Universitat Pompeu Fabra
Le texte seul est utilisable sous licence Licence OpenEdition Books. Les autres éléments (illustrations, fichiers annexes importés) sont « Tous droits réservés », sauf mention contraire.
La gobernanza de los puertos atlánticos, siglos xiv-xx
Políticas y estructuras portuarias
Amélia Polónia et Ana María Rivera Medina (dir.)
2016
Orígenes y desarrollo de la guerra santa en la Península Ibérica
Palabras e imágenes para una legitimación (siglos x-xiv)
Carlos de Ayala Martínez, Patrick Henriet et J. Santiago Palacios Ontalva (dir.)
2016
Violencia y transiciones políticas a finales del siglo XX
Europa del Sur - América Latina
Sophie Baby, Olivier Compagnon et Eduardo González Calleja (dir.)
2009
Las monarquías española y francesa (siglos xvi-xviii)
¿Dos modelos políticos?
Anne Dubet et José Javier Ruiz Ibáñez (dir.)
2010
Les sociétés de frontière
De la Méditerranée à l'Atlantique (xvie-xviiie siècle)
Michel Bertrand et Natividad Planas (dir.)
2011
Guerras civiles
Una clave para entender la Europa de los siglos xix y xx
Jordi Canal et Eduardo González Calleja (dir.)
2012
Les esclavages en Méditerranée
Espaces et dynamiques économiques
Fabienne P. Guillén et Salah Trabelsi (dir.)
2012
Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo
Stéphane Michonneau et Xosé M. Núñez-Seixas (dir.)
2014
L'État dans ses colonies
Les administrateurs de l'Empire espagnol au xixe siècle
Jean-Philippe Luis (dir.)
2015
À la place du roi
Vice-rois, gouverneurs et ambassadeurs dans les monarchies française et espagnole (xvie-xviiie siècles)
Daniel Aznar, Guillaume Hanotin et Niels F. May (dir.)
2015
Élites et ordres militaires au Moyen Âge
Rencontre autour d'Alain Demurger
Philippe Josserand, Luís Filipe Oliveira et Damien Carraz (dir.)
2015