La falacia mimética en las Novelas contemporáneas de Galdós
p. 73-90
Résumés
Con el término «falacia mimética» se pretende cuestionar el concepto ampliamente aceptado de realismo decimonónico. Se plantea en este artículo que, de un lado, la realidad se resiste en la novela del XIX a ser transpuesta a unos códigos literarios burgueses –los expuestos por Galdós en «Observaciones sobre la novela contemporánea en España» – y que, de otro lado, en ese proceso de resistencia de la realidad a dejarse traducir a unos códigos reductores, el novelista burgués –en este caso Galdós– fue abandonando la escritura realista. Hay, por tanto, una realidad real por encima –ο más allá– de la realidad literaria, la cual se desentiende de la primera cuando contraviene los dictados del esquema mental del supuestamente observador-transcriptor imparcial. De ahí que a partir de Ángel Guerra su realismo se decantara hacia la utopía –espiritualista ο pedagógico-social–. La ideología es un filtro, en consecuencia, que inapelablemente desestabiliza también a la escritura realista. Hablar de realismo, entendido como una copia fidedigna de la realidad real, es –tal se intenta aquí presentar– una falacia. Esta tesis es aplicable –es menos, la intención de este articulo- a otros escritores naturalistas. Zola, el maître d’école naturalista, es un ejemplo – basta recordar lo que separa a Germinal de Travail– paradigmático
Par le terme «tromperie mimétique», on prétend remettre en question le concept, largement accepté, de réalisme du XIXe siècle. Cet article pose, d’un côté, que la réalité se refuse, dans le roman du XIXe siècle, à être transposée selon les codes littéraires bourgeois – ceux qu’a exposés Galdós dans Observaciones sobre la novela contemporánea en España – et, d’un autre, qu’à travers ce processus où il se confrontait avec la résistance de la réalité à se laisser traduire dans des codes réducteurs, le romancier bourgeois-en l’occurrence Galdós – a abandonné peu à peu l’écriture réaliste. Il y a donc une «réalité réelle», située au-dessus-ou au-delà – de la réalité littéraire, laquelle se désintéresse de la première lorsqu’elle s’oppose aux diktats du schéma mental du supposé observateur-transcripteur impartial. C’est pourquoi, à partir d’Ángel Guerra, le réalisme de Galdós évoluera vers l’utopie - spiritualiste ou pédagogico-sociale. Par conséquent, l’idéologie est un filtre qui irrévocablement déstabilise aussi l’écriture réaliste. Parler de réalisme, en tant que copie fidèle de la réalité réelle, est, nous entendons le montrer ici, une tromperie. Cette thèse peut s’appliquer – c’est du moins l’intention de cet article-à d’autres écrivains naturalistes. Zola, le maître d’école naturaliste, en est un exemple paradigmatique – il suffit de se rappeler ce qui sépare Germinal de Travail
The term «mimetic fallacy» was coined to question the widely-accepted concept of nineteenth-century realism. The thesis presented in this article is on the one hand that in the 19th-century novel reality is not readily transposed to fit bourgeois literary codes -as presented by Galdós in Observations on the Contemporary Novel in Spain– and on the other hand that faced with the refusal of reality to conform to a series of restrictive codes, the novelist –in this case Galdós– gradually abandoned realist writing. There is therefore a real reality above –or beyond-literary reality, and literary reality tends to ignore real reality when the latter fails to conform to the mental framework of the supposedly impartial observer-transcriber. Thus, from Ángel Guerra on, his realism tended towards a spiritualist or didactic-social utopianism. Ideology is hence a filter which irretrievably breaks down realist writing too. To talk of realism in the sense of a faithful copy of real reality is –as it is presented here– a fallacy. This thesis also applies –or at least that is the intention of this article– to other naturalist writers. Zola, the maître d’école of naturalism, is a paradigmatic example; suffice it to recall the gulf between Germinal and Travail
Texte intégral
1Hay unos lugares comunes sobre el arte de novelar galdosiano que nadie ο casi nadie cuestiona. Enumeraré unos cuantos:
2– Que Observaciones sobre la novela contemporánea en España de 1870 es el texto programático de las novelas contemporáneas como lo es el prefacio de Balzac a la Comedia humana;
3– Que el proyecto expuesto en Observaciones… no lo pudo poner en práctica hasta la publicación de La desheredada porque en la década de 1870 España estaba demasiado politizada y Galdós no tuvo más remedio entonces que hacer novela tendenciosa;
4– Que noveló a la clase media, porque como escribió en Observaciones…:
Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas, su actividad pasmosa1.
5– Que en el discurso de ingreso a la Real Academia de 1897 advirtió sobre «la relajación de todo principio de unidad social»2, que en 1870 había pivotado en torno a la clase media, y se confesó –en el discurso de 1897– incapaz de «prever qué fuerzas sustituirán a las perdidas en la dirección y gobierno de la familia Humana»3. Con todo, añadió que en esas circunstancias el Arte salía ganando porque este «se avalora sólo con dar a los seres imaginarios vida más humana que social»4. Y a continuación apostillaba Galdós:
Encuéntrome al llegar a este punto con que las ideas que voy expresando, sin ninguna arrogancia dogmática me llevan a una información que algunos podrían creer falsa y paradógica, a saber: que la falta de principios de unidad favorece el florecimiento literario; afirmación que en buena lógica destruiría la leyenda de los llamados Siglos de Oro en esta y la otra literatura. Ello es que la historia literaria general no nos permite sostener de una manera absoluta que la divina Poesía y artes congéneres prosperen más lozanamente en las épocas de unidad que en las época de confusión5.
6– Que Galdós es el novelista por excelencia de Madrid;
7– Por último, que Galdós es un autor que observó y representó miméticamente la realidad, y de suerte tal que se sumó a la corriente del –en palabras de Erich Auerbach– «realismo moderno, que desde entonces ha venido desplegándose en formas cada vez más ricas, en concordancia con la realidad continuamente cambiante y expansiva de nuestras vida»6.
8Pues bien, estos lugares comunes se han ido impregnando de una ganga distorsionadora que afecta, como pretendo demostrar, a la comprensión de la producción novelística galdosiana. El problema estriba, en primera instancia, en que se hayan tornado demasiado literalmente, como ha ocurrido también con otros autores, los textos programáticos de Galdós, Contra esa actitud, había no hace mucho alertado Henri Mitterrand en un incisivo artículo sobre Zola7.
9Ciertamente, Galdós en Observaciones… dijo querer novelar, siguiendo el ejemplo de Ventura Ruiz Aguilera, los «vicios» y «virtudes» de la sociedad de su tiempo8. Pero, por un lado, esa sociedad, ο como también dice Galdós «todos nosotros»9, estaba más bien limitada a la clase media, de la que don Benito formaba parte. Por otro lado, como novelista, adoptaba así un perspectivismo que limitaba el alcance de su visión de la realidad, visión que por añadidura, si leemos con cuidado Observaciones…, estaba además condicionada por una concepción épica de la clase media, pues, en palabras de Galdós, esa clase
[…] es la que determina el movimiento político, la que administra, la que enseña, la que discute, la que da al mundo los grandes innovadores y los grandes libertinos, los ambiciosos de genio y las ridículas vanidades: ella determina el movimiento comercial, una de las grandes manifestaciones de nuestro siglo, y la que posee la clave de los intereses, elemento poderoso de la vida actual, que da origen en las relaciones humanas a tantos dramas y tan raras peripecias10.
10De entrada, nos encontramos, por tanto, con un engañoso perspectivismo de clase, con un prepotente «todos nosotros» que Galdós, a la hora de escribir novelas, afortunadamente corrigió, enmendándole la plana a su discurso teórico con la praxis literaria.
11Me atrevo a aventurar –hay poco riesgo y menos mérito en ello, lo digo sin falsa modestia– que la doctrina literaria presentada en Observaciones… no era suficiente para crear un universo propiamente novelesco, como tampoco hubieran bastado –ya lo dieron a entender Marx y Engels–11 las intenciones hilvanadas por Balzac en su famoso prefacio. Porque la novel a decimonónica no se podía construir sobre el suelo arenoso, nada fiable, de la complacencia épica. O, para ponerlo en la jerga de Mijail Bajtin, la escritura que pone el acento valorativo en el «pasado absoluto», como ocurre con la epopeya, es incompatible con la novela moderna, que está ligada al presente imperfecto12.
12Galdós, en la década de los años setenta, fue progresivamente distanciándose de su propia clase y a medida que esto ocurría, estaba implícitamente cuestionando su texto programático, la declaración de intenciones pergeñada en Observaciones.… Pero nunca renunció, creo que no es menos cierto, a su primera idea de que a la clase media le correspondía la mencionada función rectora/vertebradora de la sociedad. El distanciamiento vino porque se desengañó de su clase, porque los Benignos Cordera se fueron convirtiendo en Baldomeros y Juanitos Santa Cruz.
13Pero en su mente –insisto– siempre permaneció fija la creencia de que el modelo a seguir era el representado por los primeros, por la casta de los Cordero. Incluso cuando ese modelo era representado por Gabriel Araceli, a quien Galdós sitúa, en La batalla de Arapiles, el último Episodio de la primera serie escrito en 1875, en el punto culminante de su ascenso social. Menudo modelo a seguir, cabe pensar. «Soy hombre práctico en la vida y religioso en mi conciencia»13, dice el otrora humilde Gabrielillo. Como buen pícaro, con sus buenas mañas, el ventajoso matrimonio y las excelentes influencias de su suegra, logró una anhelada aura mediocritas, que se encargó él mismo de describir: «Viví y vivo con holgura; casi fui y soy rico; tuve y tengo un ejército brillante de descendientes entre hijos, nietos y biznietos»14. Y Gabriel Araceli no renunció, así las cosas, a convertirse –se trata de un discurso el suyo con pretensiones modélicas, de corte épico– en genuino representante de la clase media. Con estas expresivas palabras termina ese Episodio:
Adiós, mis queridos amigos. No me atrevo a deciros que me imitéis, pues sería inmodestia; pero si sois jóvenes, si os halláis postergados por la fortuna: si encontráis ante vuestros ojos montanas escarpadas, inaccesibles alturas, y no tenéis escalas ni cuerdas, pero sí manos vigorosas; si os halláis imposibilitados para realizaren el mundo los generosos impulsos del pensamiento y sus leyes del corazón, acordaos de Gabriel Araceli, que nació sin nada y lo tuvo todo15.
14Galdós comprendió que debía abandonar el ditirambo de esas aspiraciones burguesas –según Jean Le Bouill y Jean-François Botrel en el siglo XIX se utilizaban indistintamente los términos clase media y burguesía–16, aunque tuvo recaídas, como, por ejemplo, en la prédica de la nota que abre La desheredada y la moraleja final de esa novela, dos textos que reproducen básicamente el ideario de Araceli. Pero, claro está, todas esas prédicas, si bien tienen una función metaficcional, es decir programática, poco ο nada tienen que ver con la escritura de las siguientes series de los Episodios ni con la manera de novelar iniciada precisamente con la novela de Isidora Rufete.
15Hay en las novelas de esa segunda manera, como Galdós las llamó en la conocida carta a don Francisco Giner de los Ríos17, una querencia por la clase media y por su habitáculo, por una encrucijada de calles y edificios madrileños que eran su espacio propio y a menudo exclusivo. Pero a medida que fue escribiendo las novelas de esa segunda manera fue en aumento su desencuentro con la generación de burgueses que, tras el fracaso de la Revolución de Septiembre de 1868 –del que, por cierto, en buena medida los consideraba responsables–, se hallaban aupados en el placentero disfrute del poder económico al tiempo que acaparaban el protagonismo social. Y ello porque a menudo, como ocurría con Baldomero y Barbarita Santa Cruz –el caso de su hijo Juanito era todavía más flagrante–, esa situación se producía por causas ajenas a su propio mérito y esfuerzo. Si en el Ancien Régime se heredaba la nobleza ahora se heredaba el dinero. Por eso, nobleza y dinero –producto más de la especulación que del trabajo– intentaban, por todos los medios, sin el menor escrúpulo –desde los contertulios de los Santa Cruz al mismo Torquemada–, casamentar entre sí.
16La burguesía española se había convertido, en suma, en una clase ociosa –tal es el título del conocido libro de Thorstein Veblen–18, que en vez de crear riqueza se dedicaba a gozar de las plusvalías heredadas, que invertían en bienes inmuebles, en la usura ο en la especulación bursátil. A este tema dedicó Galdós parte de su producción novelística. Así lo atestiguan novelas como Lo prohibido, Fortunata y Jacinta ο la serie de Torquemada.
17A Galdós le resultaba imposible cantar, a la altura de la década de 1880, las virtudes –como había anunciado que iba a hacer en 1870, en Observaciones…– de los retoños de los Cordero y Araceli. El bloque de poder que representaba esa clase hegemónica y el sistema político, la Restauración, sobre el que se asentaba, se habían convertido en un fraude que repercutía negativamente en el siempre anhelado por Galdós proceso de modernización de la nación española. Cuando comprendió estos extremos, su discurso novelesco se volvió contra ese bloque y contra ese sistema político. La novela se alejaba así del «pasado absoluto» de la epopeya para instalarse en el «presente imperfecto», el tiempo de la novela moderna, es decir –en palabras de Bajtin–, «el tiempo real y dinámico de la contemporaneidad»19.
18Todo ello iba a afectar asimismo –como veremos en seguida– a la percepción/descripción/configuración de Madrid, el espacio por excelencia de las novelas contemporáneas.
19El cronotopo galdosiano, el tiempo y el espacio inaugurado en 1881 con La desheredada, había perdido «su pathos antiguo (su relación, su unidad con la vida laboral del conjunto social)» y se convirtió «en el marco de la vida individual»20. Como dice también Bajtin: «Cuando más cerrada sea la serie de la vida individual, tanto más aislada estará de la vida del conjunto social, tanto más elevado y absoluto será ese sentido»21. Esa cerrazón habría de traducirse en una progresiva disgregación y enajenación de los individuos que habría de abocar a la ruptura social. Así, el descrédito se cernió sobre quienes, amparados en la falacia de una ficticia y frágil cohesión asentada en los intereses de clase, hacían peligrar el espacio material donde se estaban desarrollando los ineluctables conflictos interclasistas.
20La novela galdosiana se estaba acercando así más a lo dicho en el discurso de ingreso a la Real Academia de 1879 que a Observaciones…, el artículo de 1870. Porque al naufragar –recuerdo nuevamente– «las grandes y potentes energías de cohesión social» y no resultando «fácil prever qué fuerzas sustituirán a las perdidas en la dirección y gobierno de la familia humana», el Arte «se avaloraba [sic] sólo con dar a los seres imaginarios vida más humana que social»22.
21Pero este proceso –de ahí los motivos de mi desacuerdo en este extremo con Stephen Gilman–23 no significaba renunciar a lo social sino que, al contrario, era una manera de asaltar los predios del «pathos antiguo», lo cual se llevaba a cabo desde la individualidad que acorralada, reducida a la interioridad, se encontraba forzada a revolverse contra la totalidad, contra la vida del conjunto social. La responsabilidad de esa situación recaía en la clase media, porque era ella la que había fracasado en su función de cohesionar y estructurar al individuo en la colectividad. Por consiguiente, como Galdós había depositado sus esperanzas en esa clase y se sentía decepcionado, hacia esa clase dirigió en las novelas contemporáneas sus más acerbas críticas.
22Así pues, ¿no resultaba obsoleto a la altura de los años ochenta el proyecto novelístico articulado en Observaciones…? Y, por otra parte, ¿cómo desvincular de lo social –vuelvo a insistir– el énfasis en lo humano por el que había abogado Galdós en el discurso de ingreso a la Real Academia de 1879? Porque si ya estaba claro para Galdós, tras el fracaso de la Gloriosa –sus novelas contemporáneas así lo atestiguan–, que la burguesía había renunciado a ejercer la función que de ella esperaba en 1870, no es menos cierto que recurrir a lo humano –es decir, a lo individual– se convertía en una manera de reconocer la inviabilidad de realizar un proyecto común, colectivo. Al individuo no le quedaba otro remedio que enfrentarse, apoyándose en sus siempre insuficientes fuerzas, a esa mascarada de Estado de/para los integrados en el poder factual, y de esa suerte, desde la marginación y el desamparo, empezar la ardua labor de denunciar, patalear, protestar, incluso de amenazar con el espantajo del petróleo –al que acude el pobre don Ramón Villaamil en el momento de mayor desesperación– al bloque de poder y a su sistema político, esa farsa de la democracia que fue la Restauración de 1875. Digo su sistema político –esto es, el de la burguesía–, porque hay en las novelas contemporáneas muchas declaraciones en ese sentido. Pienso, por ejemplo, en la casta de los Peces, en La desheredada; en Manolito Peña y su esposa Irene, en El amigo Manso; y en diversas conversaciones del entorno de los Santa Cruz, en Fortunata y Jacinta, que ilustran sin lugar a equívocos las diversas maneras de medrar cuando se conocían los mecanismos del status quo y se carecía de escrúpulos.
23La gran novela de costumbres había nacido bajo el signo de la transgresión y de la ruptura. Este doble signo se traducía en una constante irrupción de fisuras en el concepto de tiempo y espacio tradicionales. Al tiempo cíclico, propio de las edades primitivas y de una concepción burocrático-estamental, que persistía durante la Restauración como un apéndice grotesco de las viejas estructuras feudales y caciquiles, fue sucediendo en medios no contaminados por el statu quo otro tiempo, difícil de prever y de controlar, y por tanto potencialmente revolucionario: me refiero al tiempo de la conciencia. Estoy seguro que John Berger24, de quien tomo esta idea, estaría de acuerdo con Maximiliano Rubín: «¿Qué es el mundo? Fíjate bien y verás –le decía a Fortunata su raquítico enamorado– que no es nada, cuando no es la conciencia»25. Ο como dice Bajtin: «Dentro de los límites de la serie individual de la vida se descubre el aspecto interior del tiempo»26. Pues bien, de un lado, medir el tiempo según este criterio suponía romper con una concepción estática, ο sea cíclico-ritual, del tiempo, concepción que amordazaba las deseables expectativas de cambio. Y de otro, ese tiempo de la conciencia, interior, era el tiempo de la novela moderna.
24El espacio, según estos mismos criterios, segrega, sutil pero férreamente, a los individuos. En la ciudad burguesa decimonónica no se notan las murallas, son invisibles, nadie las puede ver, pero existen. Porque, desde luego, nadie las puede traspasar. Isidora Rufete entra, bajo falsos pretextos, en el palacio de Aransis pero, tras entrevistarse con la marquesa, se le prohibirá en adelante que vuelva a cruzar el umbral. Fortunata, enloquecida de pena tras ser abandonada por segunda vez por Juanito, se empeñó en visitar a los Santa Cruz, pero cuando llegó a la plaza de Pontejos, dice Galdós: «Ver el portal [de la casa de los Santa Cruz] fue para la prójima, como para el pájaro, que ciego y disparado vuela, topar violentamente contra un muro»27. Nos hallamos, en suma, ante espacios protegidos, que simbolizan distintos niveles de hegemonía y discriminación social.
25Así, el espacio, como ocurría con el tiempo, debía, a largo y corto plazo, ser cuestionado y transgredido. Todo abocaba, en suma, a que había que construir desde la conciencia, desde la interioridad, una nueva ciudad.
26Pero la pregunta que uno inevitablemente se hace es cómo sería factible romper con esa dualidad espacio-temporal, que era instrumentalizada para justificar y emblematizar una sociedad jerarquizada. Aquí necesariamente tenemos que acudir a Galdós, a su ideología. Porque debemos dilucidar si él realmente pensaba que ese mundo era capaz de ser reformado, y si, por tanto, le cabía desempeñar finalmente el protagonismo que le adjudicó en 1870, en Observaciones…, ο si no había otra alternativa que destruirlo.
27Sus opciones –pienso yo– se reducen a estas dos: reformismo ο anarquía. Nunca revolución proletaria. Pero como Galdós, al igual que Zola, rechazaba todo tipo de violencia, la tentación anarquista, siempre latente en ambos escritores, era, salvo en determinados momentos de desesperación, rechazada. Y, claro, uno también ha de preguntarse adónde les llevó meterse en el callejón sin salida del reformismo. Pues, a Galdós al utopismo neocristiano; a Zola, al utopismo fourierista. Pero, como sea, en ambos casos acabaron sus novelas en espacios aledaños de la ciudad burguesa –los barrios del Sur donde comienza Nazarín y termina Misericordia, las rondas periféricas de París en La Taberna– ο fuera de esa ciudad –donde se desarrolla la casi totalidad de la acción de Nazarín, Halma, El caballero encantado, ο Trabajo de Zola–.
28He sacado varias veces a colación a Zola porque las novelas galdosianas de la segunda manera tenían contraída una fuerte deuda con el naturalismo. Zola, como por cierto también Balzac, escriben –incluso a pesar de lo que éste último dijera en el prefacio a la Comedia humana– sobre una sociedad burguesa que estaba inmersa, por múltiples desequilibrios morales, políticos, sociales, económicos…, en un proceso de crisis e incipiente descomposición. De ahí que en las novelas de estos autores exista una continua dialéctica entre los espacios urbanos del centra –donde convivían la vieja nobleza de sangre y la nueva del dinero– y los espacios urbanos de la periferia –donde malvivían las clases menesterosas–. Zola describe en La Taberna a los obreros adentrándose como cansinos rebaños desde los misérrimos bulevares de Paris al centra, para ellos lugar de trabajo, nunca de residencia. Sólo a una hetaira de lujo como Nana, hija de los obreros Gervaise y de Coupeau, le será permitido instalarse en los espacios vedados a su clase. Pero para escarmiento de la burguesía, porque es presentada como fermento destructor, como una termita que hacía, con su inoportuna/desaconsejable presencia, peligrar el espacio burgués. Balzac, por su parte, concluye Le père Goriot, con esa magnífica escena en la que el joven Rastignac, desde las colinas del Père-Lachaise se dirige desafiante a la ciudad de Paris y en tono amenazador le espeta: «Ahora a vernos las caras.» La ironía de Balzac resulta demoledora, pues añade el narrador a continuación: «Y como primer acto de desafío que lanzaba a la sociedad, Rastignac se fue a cenar a casa de la señora de Nucingen [una de la hijas de Goriot]»28.
29En la novela galdosiana también se reproduce con regular persistencia esta dialéctica de los espacios urbanos. Porque, Galdós, al igual que Balzac y Zola, escribía sobre la obsesión por medrar y ascender socialmente al precio que fuere. Aquí no está de más recordar el modelo de Julien Sorel, el héroe trepador que presentó magistralmente Stendhal en Le Rouge et le Noir.
30En las dos primeras novelas de la segunda manera, La desheredada y El amigo Manso, sigue Galdós a pie juntillas, como el discípulo aventajado de Stendhal, Balzac y Zola que era, esa temática. Isidora Rufete llega de provincias a Madrid con la alocada aspiración de heredar un quimérico marquesado, instalarse en un palacio y conquistar el centro de la capital. Pero va en el capítulo II nos presenta a Isidora caminando por los horribles y sucios desmontes de la calle Peñuelas, en las afueras de Madrid, donde vive su tía Encarnación Guillén, alias la Sanguijuelera. El error de la joven manchega, como el de Gervaise en La Taberna, fue no entender el simbolismo de las aguas del riachuelo que, en los primeros capítulos de las dos novelas, ambas heroínas ven lentamente deslizarse frente a ellas29. Porque esas aguas residuales simbolizan el insalvable destino –son dos novelas naturalistas– que les esperaba a las dos. En definitiva, las dos heroínas son eso: residuos, desechos, carne de canon. Así pues, a las dos les estaba por igual vedada la ciudad burguesa. Gervaise, que se movió casi siempre por los barrios periféricos, apenas puso pie en esa parte de la ciudad; Isidora estuvo más cerca del Madrid de la nobleza y del dinero, pero siempre como advenediza y peor aún, como prostituta. Y como las aguas de la calle-zanja del capítulo II se perdió en un pozo negro, sin habla y sin memoria, desterrada de sus sueños. Ο lo que es en su caso lo mismo, del espacio urbano nobiliario-burgués.
31Manolito Peña, hijo de un carnicero adinerado, tendrá mejor suerte. Bajo la férrea dirección de su madre, que quiere borrar los orígenes del dinero familiar, sigue estudios con el único y exclusivo fin de poder moverse –qué inquina al trabajo honrado descubre constantemente Galdós en la sociedad española– en los círculos carreristas de la política y el poder. El interés personal tiene prioridad sobre el de los demás para este joven, como para su esposa Irene, prototipos los dos con su conducta de la sociedad de la Restauración. Máximo Manso, maestro frustrado y desengañado de Manolito, tendrá el buen sentido de autoexcluirse de ese mundo que empezaba, para narices tan sofisticadas como las suyas, a apestar, a oler a sentina.
32Ciego deseo de ascenso y a menudo forzosa exclusión, teniendo como telón de fondo un cronotopo cargado de simbolismo, he ahí los paradigmas estructuradores de muchas ficciones decimonónicas.
33Si ahora recordamos otra novela galdosiana, El doctor Centeno, vamos a encontrar de nuevo ese paradigma. Felipín Centeno, que ha oído contar la novela idealista de los Golfín, abandona Socartes y viene a Madrid para hacerse médico30. La conquista de la ciudad la inicia por los desmontes y cerrillos de San Blas, por los áridos oteros de Getafe y Leganés. Como Isidora Rufete, entra en la ciudad por los arrabales más despoblados y humildes. Estos espacios suburbanos, esta geografía de la miseria y la marginación social, anticipan que la novela de Felipín Centeno no se iba a parecer en nada a la de los hermanos Golfín, de la misma manera que la de Isidora Rufete nada tuvo que ver con los folletines en los que aparecían hijas de nobles abandonadas que finalmente eran recogidas por sus auténticos padres. El naturalismo había desplazado al idealismo. La novela española salía, sin duda, ganando.
34Pero en El doctor Centeno hay dos héroes, Felipín Centeno y Alejandro Miquis. Galdós, que recuerda en esa novela su juventud, se identifica con el romanticismo rezagado de Alejandro. Pues como éste, llegó a Madrid de provincias, estudió Derecho, abandonó las aulas, escribió dramas que nunca publico y descubrió las calles madrileñas, donde habría posteriormente de situar la acción de sus novelas. En El doctor Centeno presenta Galdós el Madrid de la década de los sesenta, el Madrid de sus juveniles fracasados anhelos de gloria artística. Y, por tanto, aparece el tema balzaciano de las ilusiones perdidas y el flaubertiano de la educación sentimental.
35En El doctor Centeno, libro nostálgico y entrañable, asoma ya el semblante lírico y a la vez duro y difícil de Madrid, ciudad que habría de entrar, en las décadas siguientes, en la vorágine de los pronunciamientos, de las contiendas políticas, de la especulación urbanística y bursátil, del lujo y el despilfarro, también del envilecimiento y la miseria moral y material… Todo lo cual ya estaba anunciado en la sentencia de Ido: «Mal terrible es ser hombre-poema en esta edad prosaica»31.
36Tras este interludio, eso es en buena medida El doctor Centeno, Galdós vuelve al asalto crítico, desmitificador, de Madrid. Pues en Tormento pondrá en boca de Agustín Caballero comentarios que rebosan el más amargo sarcasmo: «Vine a Madrid –dice Agustín Caballero–, y Madrid me gustó, créalo usted. Este pueblo donde es una ocupación pasearse, me agrada a mí […]»32. Madrid, también comentará Agustín Caballero, ahora de manera más explícita, era un espacio poblado de pretensiones, de vanidad, de frivolidad y de una moralidad intransigente y noria. Y como ya ese mundo le resulta irrespirable, la inevitable ruptura se produce. Agustín Caballero llega finalmente a estas conclusiones: «Te criaste en la anarquía, y a ella, por sino fatal, tienes que volver. Se acabó el artificio. ¿Qué te importa a ti el orden de las sociedades, la religión, ni nada de eso?»33. Y se ve forzado a abandonar ese espacio, yéndose a vivir con Amparo a Burdeos.
37De la capacidad destructora de la sociedad española –porque Madrid funciona, en definitiva, como un microcosmos alegórico, como un espacio metonímico– da cumplida razón este horripilante comentario sobre Pedro Polo, que tomo también de Tormento:
Era un hombre que no podía prolongar más tiempo la falsificación de su ser, y que corría derecho a reconstituirse en su natural forma y sentido, a restablecer su propio imperio personal, a efectuar la revolución de sí mismo, y derrocar todo lo que en si hallara artificial y postizo34.
38La ventura de Agustín Caballero consiste en que al haber salido de España sin ser nadie, había logrado, con su trabajo y valía personales, atesorar una fortuna. A Pedro Polo no le tocó esa breva. Tuvo él la desventura de haberse quedado en su país. Las palabras de Galdós así lo confirman:
Las grandes energías que su alma atesoraba y que le habrían valido para ganar épicos laureles en otros días, lugares y circunstancias, no le valieron nada contra su desvarío. Todas las armas se embotaban en la dureza de aquella sangre y vida petrificadas, que protegían su pasión como una coraza inmortal a prueba de razones morales y sociales35.
39Rosalía de Bringas, escandalizada porque Amparo y Agustín Caballero se habían ido a vivir juntos a Burdeos sin contraer matrimonio, llega a pronosticar equivocadamente, pues nada sabía todavía de las tropelías que ella misma iba a ser capaz de hacer: «No habrá ya cataclismo que me coja de nuevo»36.
40La ironía galdosiana que hay en esta frase de Rosalía sirve de pórtico a la siguiente novela de la serie, La de Bringas, cuya acción, situada en los momentos previos a la Revolución de Septiembre de 1868, transcurre en el Palacio de Oriente. Galdós apunta al corazón mismo de España, a la residencia de la Reina Isabel II, con quien Rosalía tiene un sorprendente parecido físico y moral. Por otra parte, la esposa de Francisco de Bringas se prostituirá como los ideales de la Gloriosa. La relación novela/Historia alcanza así unas nuevas cotas y es tal la degradación de la Historia en La de Bringas que la novela se puede leer en clave esperpéntica; es decir, como lo que es, un antecedente del mejor Valle-Inclán. En una famosa escena del Salón de Columnas, donde Isabel II da un Jueves Santo comida a unos pobres, comenta Galdós que se estaba allí representando una «comedia palaciega», que aquel cuadro teatral era una «farsa»37.
41Rosalía habrá de escuchar de Refugio, hermana de la vilipendiada Amparo, lo que pensaba Galdós de Madrid y de muchas madrileñas. Como señalan Alda y Carlos Blanco, el narrador al que alude Refugio en esta cita, que una vez más remite al esperpento, es el propio Galdós:
¡Ay!, qué Madrid éste, todo apariencia. Dice un caballero que yo conozco, que es un Carnaval de todos los días, en que los pobres se visten de ricos. Y aquí, salvo media docena, todos son pobres. Facha, señora, y nada más que facha. Esta gente no entiende de comodidades dentro de casa. Viven en la calle, y por vestirse bien y poder ir al teatro, hay familia que se mantiene todo el año con tortillas de patatas… Conozco señoras de empleados que están cesantes la mitad del año, y da gusto verlas tan guapetonas. Parecen duquesas, y los niños principitos. ¿Cómo es eso? Yo no lo sé. Dice un caballero que yo conozco, que de esos misterios está lleno Madrid38.
42El discurso sobre Madrid, que era también –como ya he recordado y supongo nadie cuestiona– un discurso dirigido contra la Restauración y la sociedad española en general, se estaba, a lo largo de las novelas que estoy comentando por orden cronológico, radicalizando. Una vez más hay que recordar lo lejos que quedaba ya aquella visión épica de la clase media a la que hizo Galdós referencia en Observaciones…, en el ya repetidamente mencionado artículo de 1870.
43Como sea, esa radicalización había de alcanzar en Lo prohibido, en Fortunata y Jacinta y en Miau todavía nuevas cotas. Montesinos en la introducción a su edición de Lo prohibido comenta que aquel Madrid de la novela es el del «nuevo régimen –transcurre ésta en la década de 1880– ya consolidado, curado, al parecer, de la fiebre política y revolucionaria a costa del sacrificio de todos los ideales; el Madrid que parece haber matado definitivamente a don Quijote […]»39.
44Lo prohibido es la novela donde la sociedad madrileña está pintada con tonalidades más decadentes y enfermizas. Acaso porque, como apuntaba Montesinos, las aguas cenagosas de la Restauración se habían detenido en un pestilente remanso y el aire resultaba ya insoportable.
45Al repasar la nómina de los personajes que pueblan las novelas que van de La desheredada a Lo prohibido, se llega fácilmente a la conclusión de que la gente que llegaba a Madrid, ο que estaba ya allí instalada, es cada vez más degenerada. Tal vez porque Madrid se había convertido a la altura de la década de los ochenta en un espacio del todo corrupto y depravado. Por ello, sin duda, atraía a una cohorte de desechos capaces de las mayores y más sofisticadas perversiones.
46José María Bueno, que decía «saber el precio de las cosas»40 y que pronto descubrirá que el lema de Madrid es «el eterno quiero y no puedo»41, se dedica a comprar a sus primas porque a él solo le gustaba disfrutar esa fruta prohibida.
47Pero, con todo, su prima Eloísa le dará, para sorpresa suya, alguna que otra lección de cómo se amasaban fortunas en aquel Madrid de la Restauración:
Vamos a ver –le dijo Eloísa en una ocasión a José María–: ¿por qué tú que tienes dinero y sabes manejarlo, no vas a la Bolsa a hacer dobles? ¿Por qué no te haces amigo, muy amigo, de los ministros, para ver si cae un empréstito de Cuba […]? Con que el ministro de Ultramar te encargara de hacer la suscripción, dándote el I por ciento de comisión ο siquiera el medio, ganarías una millonada. […] ¡Lástima que no hubiera guerra civil! pues si la hubiera, ο te hacías contratista de víveres ο perdíamos las amistades. […] Si yo pudiera seguir en mi tren de antes, invitaría al ministro de Hacienda, a todos los ministros, y los embobaría con cuatro palabras amables, y me haría dueña de todos los secretos de la alta banca… […] También se procuraría que el Gobierno comprara acorazados para que tú, como quien hace un favor, te encargaras de hacer los pagos… Porque sí, hay que fomentar nuestra marina de guerra. Cómo crees que ha pagado Villalonga sus trampas sino con lo que va sacando de las compras de máquinas en Inglaterra. ¡Oh!, yo sé mucho […]42.
48Pero Galdós pensó acertadamente que tal vez estaba cargando demasiado las tintas en Madrid. Así, introdujo, en Lo prohibido, unos comentarios de Raimundo, quien en la Memoria que acompañaba a su Mapa moral gráfico de España, llegaba a estas conclusiones:
Pásmate: hasta en política lleva ventaja Madrid a las provincias, y las capitales de éstas, a las cabezas de partido. En la Memoria pruebo que los políticos de aquí, tan calumniados, son corderos en parangón de los caciques de pueblo, y que el ministro más concusionario es un ángel comparado con el secretario de Ayuntamiento de cualquiera de esas arcadias infernales que llamamos aldeas43.
49Fortunata y Jacinta es la novela por excelencia de Madrid. Como sobre este tema se ha escrito profusamente, a mí ahora me gustaría tan solo destacar que si Galdós proyectó –así lo prueba sobre todo el manuscrito Alpha– escribir una gran novela en torno a una familia de ricos comerciantes matritenses, a medida que fue redactando el manuscrito final se fue percatando que ese mundo había dejado de ser novelable. Porque la clase media, tomando como modelo a los Santa Cruz y a su círculo, al tener todos sus deseos satisfechos no ofrecía apenas resquicios para poder insuflar en ella una acción novelesca.
50Así las cosas, Galdós fue en busca de la novela en el cuarto estado. Y, de ese modo, pudo dar protagonismo a una mujer de la clase media, Jacinta. Las «Dos historias de casadas», en realidad una sola historia, no se hubiera podido tejer, textualizar, sin esa incursión, novelísticamente regeneradora, en los barrios pobres del Madrid de los años 1869-1876.
51El espacio tomaba así, en Fortunata y Jacinta, una nueva e inédita dimensión. Una novela tan extensa como ésta, en la que más de una cuarta parte estaba dedicada a describir con toda suerte de detalles, con una técnica puntillista, el mundo de los Santa Cruz, necesitaba el soporte novelesco de una mujer del pueblo, que para colmo empieza a entrar propiamente en la novela cuando ésta va aproximadamente por la mitad. Ya no podía seguir escribiendo Galdós desde la perspectiva de la clase media; ahora había tornado su pluma un nuevo derrotero.
52Galdós, ya lo he mencionado al comienzo, estuvo siempre identificado, aun cuando le defraudó en sus expectativas, con la clase media, a la que él mismo pertenecía. Por eso, al empezar a novelar desde la perspectiva de otra clase, el cuarto estado, su conocimiento de esa realidad era muy endeble. De resultas de ello, su discurso se fue haciendo más abstracto. Quizás en ello se encuentre una de las claves explicativas de la dialéctica sociedad/naturaleza ο de la idea de conciencia que estallan, como motivos principales, en Fortunata y Jacinta. Esta nueva vereda, que Galdós pisaba con demasiado gravosa impedimenta, dado su talante ideológico, le fue empujando hacia una confrontación interclasista, que resolvió, como enseguida veremos, en clave de inmolación personal –caso de Miau– ο en clave neocristiana –caso de las novelas llamadas espiritualistas–.
53Debe destacarse con especial énfasis que este proceso –algo que ya quedaba definitivamente apuntado en Fortunata y Jacinta– había hecho que emergiera en el horizonte novelesco galdosiano, porque así ocurría en la realidad, el cuarto estado. Esta clase, sin protagonismo en la novela como en la sociedad, empezaba a tenerlo –en Francia, ocurrió antes; Germinie Lacerteux data de 1864 y La Taberna de 1877– porque estaba tomando conciencia de que después de tantos años de ser instrumente u objeto, ahora, finalmente, le correspondía actuar, ser sujeto de la Historia. Su hora había comenzado a sonar y esa nueva realidad debía necesariamente dejarse notar en el cronotopo galdosiano. Se le podrá acusar a Galdós de connivencia con su clase, a pesar de que nunca dejó de criticarla, pero ello, si efectivamente fue así, nunca le cegó hasta el extremo, como ha señalado certeramente Manuel Tuñón de Lara, de «identificarse con la parálisis de la historia de España […]»44.
54En Miau se produce la ruptura con el Estado, con el sentido colectivo de la vida social. La vida individual es el único refugio, pero la impotencia y la enajenación son tan absolutas que no hay otra salida que la autoinmolación. Ramón Villaamil antes de suicidarse, advierte a tres muchachos, seguramente por las trazas «jóvenes labradores que han dejado la oscura pobreza de sus aldeas por venir a esta Babel a pretender un destino que les dé barniz de señorío y aire de personas decentes […]»:
— Jóvenes, pensad lo que hacéis. Aun estáis a tiempo. Volved a vuestras cabañas y dehesas, y huid de este engañoso abismo de Madrid, que os tragará y os hará infelices para toda la vida. Seguid el consejo de quien os quiere bien, y volved al campo45.
55Galdós saca de Madrid, como aconsejado por don Ramón Villaamil, la acción de Ángel Guerra, de Nazarín, de Halma, de El caballero encantado. Misericordia se desarrolla donde acaba la ciudad, en sus arrabales más derrotados. Pero en ellos, todo hay que decirlo, la luz y el aire son más límpidos, más traslúcidos. Algo que también descrubrirá Torquemada, demasiado tarde, al final de su vida, de su novela46.
56A las cabañas y dehesas huirá Ángel Guerra, desengañado, después de una sonada algarada republicana, de la política y de Madrid. Nazarín se alejará de Madrid, «buscando más campo, más horizonte y echándose en brazos de la Naturaleza, desde cuyo regazo podía ver a Dios a sus anchas». Y exclamará: «¡Cuán hermosa la Naturaleza, cuán fea la Humanidad!… Vivir en la Naturaleza, lejos de las ciudades opulentas y corrompidas, qué encanto!»47. En Halma las ideas de Cristo solamente pueden llevarse a la práctica fuera de Madrid, porque esta ciudad representa un espacio en donde ha cristalizado la impiedad, «roda la vulgaridad y toda la insulsez de la sociedad presente»48. En El caballero encantado, don Carlos de Tarsis, metamorfoseado en el labrador Gil, recorrerá las parameras y serranías, las áridas tierras de España, donde se redimirá de su anterior vida de ocio y despilfarro señoritil. Entrar en el surco, le recuerda que «la tierra ha sido dada a la Humanidad para su sustento […]»49.
57Madrid está, de todos modos, siempre presente en estas obras. Porque Galdós, a fin de cuentas, pretendía, desencantado como Ángel Guerra de la política de partido, buscar otras vías para salvar al país del hundimiento político y social. Más que discursear sobre cuestiones de viejo y nuevo cristianismo, tema que desde luego le preocupaba, su objetivo principal –se trata de su más vehemente empeño– era encontrar nuevas maneras de regenerar a España. Su discurso, a finales de siglo, fue coincidiendo con el de la generación del 98, con las distancias que interpuso en su artículo «Soñemos, alma, sonemos»50 De ahí que se distanciara de Nazarín, quien dijo no entender el lenguaje de un alcalde que le hizo estas consideraciones que, por contra, si debía compartir Galdós. Como sea, estas palabras las habría suscrito Zola, quien, en términos parecidos, se las dirigió a Tolstoi51:
¡Ah, señor mío –le decía el alcalde a Nazarín– el día que tengamos una Universidad en cada población ilustrada, un Banco agrícola en cada calle y una máquina eléctrica para hacer de comer en la cocina de cada casa, ¡ah!, ese día no podrá existir el misticismo! Y yo me permito creer…, es idea mía…, que si Nuestro Señor Jesucristo viviera, había de pensar lo mismo que pienso yo, y sería el primera en echar su bendición a los adelantos, y diría: «Este es mi siglo, no aquél…; mi siglo éste, aquél no»52.
58Galdós puso en boca de Ángel Guerra unos recuerdos que enlazan con la cita anterior y que bien podía haber tornado de su propia experiencia, que bien podían remitir a él mismo:
Desde niño, es decir, desde la segunda enseñanza, sentía yo en mí la exaltación humanitaria. Estudiaba la historia, oía contar sucesos antiguos y modernos, y en lo leído y en lo contado, así como en lo visto directamente por mí, me impresionaba el dolor y la injusticia, compañía inseparable de la humanidad, y se me antojaba que el mal debía y podía remediarse. ¡Ensueños de chiquillo despierto y algo pedante! Ya hombre, persistió en mí la idea de que la sociedad no está bien como esta, y que debemos reformarla53.
59Reformar la sociedad, he aquí una de las claves del conjunto de la novelística galdosiana. La serie espiritualista no fue una excepción. De ahí que el dominismo de Ángel Guerra no renunciara al materialismo de remediar los males nacionales. Así de contundente había sido a este respecto:
Pues yo quiero renovar el carácter profundamente evangélico de las órdenes antiguas, y vaciarlo en los moldes de la vida contemporánea. […] Pues aquello no puede resucitar sino en la forma que propongo: el espiritualismo encarnado en las materialidades de la existencia, pues si Dios se hizo Hombre, su doctrina tiene que hacerse Sociedad54.
60Don Juan, su contertulio, no pudo menos, al escucharle estos argumentos, que expresarle el temor de que «con coda su vocación religiosa y su misticismo, no había [sic] dejado de ser tan revolucionario como cuando se desvivía por alterar el orden público, antes de venir a Toledo»55.
61Descartada la anarquía –como señalaba más arriba–, apuesta Galdós decididamente, también en estas novelas espirituales, por el reformismo social. Pero esa apuesta es planteada desde un individualismo extremo y virulento. Tanto es así que, por paradójico que parezca, salta la sospecha de que Galdós no se había desprendido, ni siquiera en sus novelas espirituales, de su querencia anarquista. A Ángel Guerra se le escapa esta frase, que habría hecho feliz a don Ramón Villaamil, y sin duda hubiera bastado para que éste se apuntara al dominismo: «el Estado mismo se ha de subordinar a nosotros»56.
62Pero, por otra parte, cabe relacionar ese tipo de anarquismo con el culto galdosiano a la locura quijotesca. Hay toda una serie de personajes que avala esta idea. Son tantos los ejemplos que me limitaré a poner solo estos dos. El ejemplo de un Maxi Rubín, quien dice al entrar en el manicomio: «No encerrarán entre murallas mi pensamiento. Resido en las estrellas»57 y el de un Ángel Guerra, quien es no menos contundente: «No pienso ser nunca un organillo que se toca desde fuera con manubrio. No; mi música dentro de mi está»58.
63En cualquier caso, estos santos ο locos de las novelas espirituales son expulsados ο ellos mismos se expulsan de la ciudad. Resultaba total y absoluta la incompatibilidad entre unos individuos con esa personalidad e ideales y el espacio urbano de Madrid, del que Ándara dice en Nazarín que era «la perdición de la gente honrada»59.
64Sin embargo, Galdós, como los personajes de estas novelas espirituales, tenía también sus miras puestas en las materialidades de la sociedad civil. Entre el Toledo de Ángel Guerra, capital religiosa de España, y Madrid, la capital laica, se inclina Galdós por esta última. Incluso Nazarín aconseja en Halma a Catalina de Artal que se deje de misticismos y se case. El falansterio de doña Catalina se iba así a convertir en el lar de un matrimonio acomodado60.
65Tras haber logrado la reforma moral, urgía regresar a casa –a esto se reduce la salida espiritual de la novela galdosiana– para hacer habitable el espacio urbano en un mundo en el que el egoísmo, el arribismo, el hedonismo y, en suma, el culto al dinero habían desquiciado las relaciones sociales, las instituciones políticas e incluso las religiosas. Lo que Benigna le dijo a Juliana es, coincidiendo con la recomendación de Nazarín a Catalina en Halma, lo que quiso decir Galdós con sus novelas espirituales a la clase media de su tiempo: «… y ahora vete a tu casa, y no vuelvas a pecar»61.
66El final de El caballero encantado viene a coincidir, aunque en clave laica, con ese mismo mensaje. Carlos de Tarsis y Cintia, después de sus andanzas por el mundo al revés del encantamiento vuelven en Madrid, a la realidad, a la «vida normal»62. Madrid, que al comienzo de la novela era calificado de «capital muy provinciana», «arrabal distante que recibía de lejos la irradiación de la cultura europea…»63, se va a convertir en un espacio reificado por Tarsis. Recién llegado a su casa donde todo estaba como lo había dejado en fecha remota, descubre una carta de Cintia en la que le invitaba a un encuentro y le comentaba que había corregido el orgullo y desprecio con el que, antes del encantamiento, miraba «a los que no poseían caudales como los que por herencia, no por trabajo, poseo yo…», entonces Carlos, exultante, exclama: «Madrid, mío, ¡qué bello eres! Dentro de un rato me darás la compensación de las horribles noches de Sigüenza y Piatarque»64. Cintia, de regreso a la «vida normal»65, descubre –así se lo comunica a Carlos en su encuentro– que todavía es más rica que antes porque un tío suyo había encontrado en sus dominios de Colombia una mina de plata66. Todas las enseñanzas sacadas en el encantamiento-castigo por los inhóspitos y azarosos pedregales de la Castilla rural se reducen a este programa de corte regeneracionista: «Construiremos 20.000 escuelas aquí y allá y en toda la redondez de los estados de la Madre. Daremos a nuestro chiquitín una carrera; lo educaremos para maestro de maestros»67.
67La clase media retomaba, con caudales no ganados con el trabajo sino heredados, el perdido protagonismo social y su acción se limita, como ya había ocurrido en los breves prólogo y epílogo de La desheredada, a pregonar un mensaje pedagógico, de escuela –se trata de un reformismo de muy corto vuelo, de una utopía pequeño-burguesa– sin despensa. Como Carlos y Cintia, y la clase que representaban, tenían bien repleta la despensa, sin duda podían permitirse hablar de abstracciones escolares.
68En parecidos términos se expresaba Galdós en La primera República, que escribió en 1911, dos años después de El caballero encantado. En ese Episodio de la quinta serie Tito Liviano, alter ego de Galdós, dice haber encontrado en la figura de su novia Floriana, a quien los dioses habían creado para el «fin sin fin de la educación de los pueblos»68, la clave para la regeneración de la vida española con la que, de manera especial en esta última serie, se había mostrado en extremo pesimista. Tito Liviano da cuenta de la panacea para sanar los males de España y, no satisfecho con ello, también los de los países de su entorno:
Las divinidades que gobiernan el mundo han dispuesto que el Fuego plasmador se una en coyunda estrecha con la Feminidad graciosa y fecunda, para engendrar la felicidad de los pueblos futuros. Antes de que acabe esta generación se ha de ver en pos de Floriana un enjambre de 1.000 niñas, que al llegar a la edad juvenil encarnarán la belleza, la ternura, la gracia y la sutileza educativa… Cada una de esas 1.000 criaturas, hijas de Floriana, data al mundo otras 1.000. Ya puedes comprender que con un 1.000.000 de maestras como esta que has visto, tu patria y las patrias adyacentes serán regeneradas, ennoblecidas y espiritualizadas hasta consumar la perfecta revolución social69.
69Galdós, el narrador de esta escena, confiesa no tener respuesta «a predicción tan sublime» y reconoce que su «papel en el mundo no era determinar los acontecimientos, sino observarlos y con vulgar manera describirlos para que de ellos pudieran sacar alguna enseñanza los venideros hombres»70. Pero, ¿observaba la realidad ο simplemente miraba las quimeras que inventaba en su fuero interno? ¿A eso se había reducido la teoría novelística que él mismo, desde la década de 1870, había estado elaborando en torno a la mimesis, a la observación de la realidad exterior?
70Galdós terminó volcando en estas novelas y episodios la ironía –lo que no deja de ser, valga la redundancia, una terrible ironía– sobre su propio discurso. Porque después de haber negado validez a la epopeya, es decir al bajtiniano «pasado absoluto», y de apostar por el «presente imperfecto», reificaba un hipotético-utópico futuro perfecto en donde la clase novelable, a la que había aludido en Observaciones… de 870, reconquistaría su hegemonía. Sin embargo, la épica imposible de la clase media, dentro de los presupuestos del realismo –lo cual, como he intentado mostrar más arriba, el propio Galdós evidenció en sus novelas desde La desheradada a Miau y, en particular, en los Episodios de la quinta serie, alegatos todos de una enorme dureza contra la clase media–, le fueron conduciendo a un discurso redencionista dirigido a esa clase, a su salvación moral y social. No encontraba, reformista avant la lettre., incompatibilidad alguna entre ambas salvaciones.
71La falacia mimética de la novela galdosiana de su segunda manera consiste –al menos es la conclusión a la que llego yo– en la pretensión de imponer, so pretexto de representar la realidad no como era sino tal como debería ser, un tropo voluntarista que, en última instancia, aspiraba a la transposición literaria, more redencionista, de una mimesis inexistente, carente de referentes reales y/o históricos. Esta carencia fue precisamente la que arrastró a Galdós –insisto por última vez– a la utopía espiritualista-reformista.
72Acaso optó por esta alternativa porque su relación con la realidad española había alcanzado con el tiempo un nivel tan insostenible, de desesperación tal –en alguno de los últimos Episodios llega incluso a decir que la sociedad de la Restauración le deprimía–71, que todo apuntaba irremediablemente a soluciones que un liberal progresista, un ilustrado como él, no podía aceptar: la solución del petróleo a la que alude don Ramón Villaamil en Miau ο la solución de la violencia revolucionaria pregonada por José Izquierdo en Fortunata y Jacinta.
Notes de bas de page
1 Benito Pérez Galdós, Observaciones sobre la novela contemporánea en España (citado Galdós, Observaciones) en Ensayos de crítica literaria, ed. de L. Bonet, Barcelona, Península, 1972 (citado Ensayos, ed. de L. Bonet), p. 122.
2 B. Pérez Galdós, La sociedad presente como materia novelable (citado Galdós, La sociedad), en Ensayos, ed. de L. Bonet, pp. 176-177.
3 Ibid., p. 177.
4 Ibid., p. 180.
5 Ibid., p. 181.
6 Erich Auerbach, Mimesis, México, Fondo de Cultura Económica, 1993 (2a reimpr.), p. 522. Sobre las formulaciones teóricas de Auerbach, cf. R. Wellek, «El concept» de realismo en la investigación literaria», en Historia literaria. Problemas y conceptos, Barcelona, Laia, 1983, pp. 205-206. La contradicción que apunta Wellek, en el libro de Auerbach, entre historicismo y existencialismo, esta también latente, como intento desarrollar en este artículo, en las Novelas contemporáneas de Galdós.
7 Henri Mitterand, « La préface et ses lois : avant-propos romantiques », en Les discours du roman, Paris, PUF, 1980, pp. 21-34.
8 Pérez Galdós, Observaciones, p. 127.
9 Ibid., p. 125.
10 Ibid., p. 123.
11 Hay abundante bibliografía sobre este tema, pero destaca en particular el libro de A. Wurmser, La Comédie inhumaine, Paris, Gallimard, 1970.
12 Mijail Mijailovich Bajtin, «Épica y novela. (Acerca de la metodología del análisis literario)» (citado Bajtin, «Épica»), en Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, 1989 (citado Teoría y estética), pp. 458-485 passim.
13 Β. Pérez Galdós, La batalla de Arapiles, en Obras completas. Episodios nacionales, Madrid, Aguilar, 1981, vol. II, p. 143.
14 Ibid.
15 Ibid.
16 Jean Le Bouill y Jean-François Botrel, « Sur l’idée de clase media dans la pensée bourgeoise en Espagne au XIXe siècle », en La question de la « bourgeoisie » dans le monde hispanique au XIXe siècle, Burdeos, Bière, 1973, pp. 137-151.
17 Fernández Montesinos, Galdós, II, Madrid, Castalia, 1969, p. ix.
18 Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, Barcelona, Οrbis, 1987.
19 Bajtin, «Épica», p. 465.
20 Id., «Las formas del tiempo y del cronotopo en la novela» (citado Bajtin, «Las formas»), en Teoría y estética, p. 366.
21 Ibid., p. 367.
22 Galdós, La sociedad, p. 180.
23 Stephen Gilman, «The art of genesis», capítulo X de Galdós and the art of the European novel: 1867-1887, Princeton, Princeton University Press, 1981, pp. 291-319. Anteriormente, publicado bajo el título «The birth of Fortunata», Anales galdosianos, 1, 1966, pp. 55-66.
24 John Berger, en And our Faces, my Heart, Brief as Photos, Londres, Writers and Readers, 1984, p. 9, dice: «The likely duration of a life is a dimension of its organic structure. […] Man is unique insofar as he constitutes two events. The event of his biological organism –and, in this, he is like the tortoise and hare– and the event of bis consciousness. Thus in man two times coexist, corresponding with these two events. The time during which he is conceived, grows, matures, ages, dies. And the time of his consciousness. […] It is indeed the first task of any culture to propose an understanding of the time of consciousness, of the relations of past to future realized as such».
25 B. Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta, ed. de F. Caudet, Madrid, Cátedra, 1992, 3a edición (citado Pérez Galdós, Fortunata), t. I, p. 507.
26 Bajtin, «Las formas», p. 366.
27 Pérez Galdós, Fortunata, t. II, p. 83.
28 Honoré De Balzac, Papá Goriot, ed. de J. Albiñana, Barcelona, Planeta, 1985, p. 246.
29 Pérez Galdós, en La desheredada, 6a ed., Madrid, Alianza Editorial, 1980, p. 38, hacía bien patente esa relación: «Y siguiendo en su manía [Isidora] de recargar las cosas, como viera correr por la calle-zanja aguas nada claras, que eran los residuos de varias industrias tintóreas, al punto le pareció que por allí abajo se despeñaban arroyuelos de sangre, vinagre y betún, junto con un licor verde que sin duda iba a formar ríos de veneno».
30 Francisco Caudet, «El doctor Centeno: la educación sentimental de Galdós» en Zola, Galdós, Clarín. El naturalismo en Francia y España, Madrid, Universidad Autónoma, 1995, pp. 196-215.
31 B. Pérez Galdós, El doctor Centeno, Madrid, Alianza Editorial, 1985, p. 338.
32 Id., Tormento, Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 58.
33 Ibid., p. 245.
34 Ibid., p. 95
35 Ibid., pp. 95-96.
36 Ibid., p. 252.
37 Id., La de Bringas, ed. de Alda Blanco y Carlos Blanco Aguinaga, Madrid, Cátedra, 1983, p. 86.
38 Ibid., p. 283. Véase en esa página la nota 118 de Alda Blanco y Carlos Blanco Aguinaga.
39 B. Pérez Galdós, Lo prohibido, Madrid, Clásicos Castalia, 1971 (citado Pérez Galdós, Lo prohibido), p. 20.
40 Ibid., p. 115.
41 Ibid., p. 161.
42 Ibid., pp. 200-201.
43 Ibid., pp. 304-305.
44 Manuel Tuñón de. Lara, Medio siglo de cultura española (1885-1936), Madrid, Tecnos, 1970, p. 25.
45 B. Pérez Galdós, Miau, Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 272.
46 Id., Las novelas de Torquemada, 5a ed., Madrid, Alianza Editorial, 1982, p. 582: «Ordenó al cochero que le llevara por las afueras… No bien salió el carruaje a las rondas sintió Torquemada que se le iba metiendo en el alma la placidez de aquel hermoso día de mayo; y al avanzar hacia los suburbios, cuanto veía, suelo y casas, árboles y personas, se presentaban a sus ojos cual si hubieran dado a la Naturaleza una mano de alegría ο pintándola de nuevo. Así vio el tacaño lo que veía: los transeúntes, gente de pueblo que habitaba en aquellos arrabales, se le antojaron felices que iban por la calle ο carretera pregonando, con la expresión del rostro más que con la palabra, la dicha de que se hallaban poseídos aquel día supremo».
47 B. Pérez Galdós, Nazarín, Madrid, Alianza Editorial, 1986 (citado Pérez Galdós, Nazarín), pp. 64.
48 Id., Halma, ed. de J. J. Mora, Salamanca, Almar, 1979 (citado Pérez Galdós, Halma), p. 316.
49 Id., El caballero encantado, Obras completas. Novelas. Miscelánea, Madrid, Aguilar, vol. III, 1982 (citado Pérez Galdós, El caballero), p. 1111.
50 Ibid., pp. 1258-1260. Este artículo se publicó en 1903, en el primer número de Alma Española.
51 E. Zola, Prefacio a L. Tolstoi, L’argent et le travail, Parts, Librairie Marbon & Flammarion, 1892, pp. χι-χιι.
52 Pérez Galdós, Nazarín, p. 164.
53 Id., Angel Guerra, Madrid, Alianza Editorial, 1986, t. 1 (citado Pérez Galdós, Angel Guerra), p. 141.
54 Ibid., t. II, pp. 607-608.
55 Ibid., pp. 608-609.
56 Ibid., p. 608.
57 Pérez Galdós, Fortunata, t. II, p. 542.
58 Id., Ángel Guerra, t. II, p. 610.
59 Id., Nazarín, p. 73.
60 Y así terminó todo aquel «sainetón grotesco –que inventara, según un pariente de la Catalina (cf. Pérez Galdós, Halma p. 194), ésta y Nazarín, su limosnero– de llevarse a Pedralba toda la cuadrilla nazarista…».
61 B. Pérez Galdós, Misericordia, ed. de L. García Lorenzo, Madrid, Cátedra, 1982, p. 318.
62 Id., El caballero, p. 1130.
63 Ibid., p. 1013.
64 Ibid., p. 1129.
65 Ibid., p. 1130.
66 Ibid., p. 1130.
67 Ibid., p. 1131.
68 B. Pérez Galdós, La primera República en Obras completas. Episodios nacionales, Madrid, Aguilar, 1981, vol. V, p, 416.
69 Ibid., pp. 436-437.
70 Ibid., p. 437.
71 Cayó en ese estado en parte por su entonces ya incipiente ceguera y además –acaso sobre todo– porque, como decía en De Cartago a Sagunto, en Obras completas. Episodios nacionales, vol. V, op. cit., p. 503: «Contiendas tan vanas y estúpidas como las que vio y aguantó España en el siglo XIX, por ilusorios derechos de familia y por unas briznas de Constitución, debieran figurar únicamente en la historia de las riñas de gallos. Así lo pensaba yo en aquellas horas siniestras de mi vida, y así lo pienso todavía».
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Les sociétés de frontière
De la Méditerranée à l'Atlantique (xvie-xviiie siècle)
Michel Bertrand et Natividad Planas (dir.)
2011
Guerras civiles
Una clave para entender la Europa de los siglos xix y xx
Jordi Canal et Eduardo González Calleja (dir.)
2012
Les esclavages en Méditerranée
Espaces et dynamiques économiques
Fabienne P. Guillén et Salah Trabelsi (dir.)
2012
Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo
Stéphane Michonneau et Xosé M. Núñez-Seixas (dir.)
2014
L'État dans ses colonies
Les administrateurs de l'Empire espagnol au xixe siècle
Jean-Philippe Luis (dir.)
2015
À la place du roi
Vice-rois, gouverneurs et ambassadeurs dans les monarchies française et espagnole (xvie-xviiie siècles)
Daniel Aznar, Guillaume Hanotin et Niels F. May (dir.)
2015
Élites et ordres militaires au Moyen Âge
Rencontre autour d'Alain Demurger
Philippe Josserand, Luís Filipe Oliveira et Damien Carraz (dir.)
2015