La formación de un archivo familiar: los Lercaro de Tenerife
p. 293-306
Texte intégral
1Una investigación como esta maneja dos objetos de análisis correlacionados: la formación del linaje familiar y la génesis del archivo de familia. Tradicionalmente los historiadores hemos venido interpretando ambos objetos como fenómenos paralelos, procesos sincrónicos que adquieren sentido dentro de una única y común «explicación de proceso», como se corresponde con aquellas actividades humanas que comparten un mismo tiempo y unos mismos actores sociales. Los historiadores, y también los archiveros, hemos llegado a esta conclusión a partir del viejo axioma del «principio de procedencia» que sentó las bases de la archivística moderna1. Si los documentos son producto de la actividad humana, producidos para que sirvan de prueba y registro informativo de lo que hacen los hombres, los documentos son una «representación» de tal actividad, aunque una representación siempre condicionada por su contexto de producción y los intereses de sus productores, lo que los constituye en los «lugartenientes del pasado», nunca fieles y objetivos, cuyo significado debe ser desentrañado con las herramientas metodológicas de la crítica de las fuentes2.
2Partimos siempre del principio de que los documentos son producto de cada generación, de los productores que los crearon para el uso. Conscientes de todas las matizaciones posibles, solemos operar a partir de ese preconcepto de que la actividad de los hombres y los documentos son parte de un mismo proceso, que surgen de manera sincrónica. Los documentos constituyen auténticos artificios del poder que proyectan en el tiempo y el espacio relaciones sociales y formas culturales cargadas de sentido. Así, el documento ha sido visto como un «artefacto cultural» que trasciende más allá del momento en que fue creado, contribuyendo a legitimar en la memoria de la sociedad las visiones hegemónicas y de paso excluyendo otras memorias y el papel de proceso de «archivado» en la formación de la memoria3.
3Esa advertencia fue planteada por É. Anheim y O. Poncet cuando señalaron que los historiadores nos hemos mostrado más interesados en las condiciones de producción y los significados mismos de los documentos que en las condiciones de conservación de los textos en los archivos, cuando la conservación en archivo de los documentos, «mis en archives», es una operación de «pleno derecho» y de gran trascendencia y significado, que no puede presuponerse como un resultado «natural» derivado de la producción documental4. Es precisamente esa circunstancia el objeto de reflexión de M. L. de Rosa al plantear la necesidad de afrontar una «historia social de los archivos» como estrategia para ayudarnos a deconstruir la vieja noción de objetividad de la historiografía positivista. Para ello debemos convertir los archivos (y sus procesos de formación, organización, etc.) en un objeto histórico en sí mismo5.
4En esta misma línea conviene plantearse si el proceso de construcción del archivo es un proceso simultáneo al de creación de los documentos, o si, en ciertas circunstancias, el archivo es una auténtica reconstrucción, muy alejada del propio proceso de creación de los documentos originales que lo conforman. En tal caso, el artificio de elaboración de la memoria no solo consistiría en la re-creación del documento y su función ideológica y legitimadora, sino que va más allá y se plasma en la formación del archivo mismo, que adquiere la forma de un auténtico proceso de construcción retrospectiva, que toma sentido a la luz de las intenciones de los descendientes y no con las actividades reales de sus contemporáneos (los contemporáneos que «crearon» los documentos).
5Es precisamente en el caso de los archivos de familia donde se ha planteado con mayor claridad en qué medida la estructura archivística construida por determinadas familias para justificar la antigüedad de sus linajes ha confundido a los historiadores, encandilados por la apariencia de realidad que transmitían los documentos, una apariencia que solo era el resultado del «enfoque archivístico» producido por la organización y selección de los documentos, por su «mise en archives»6. Precisamente sobre esta cuestión ha señalado J. Morsel que el «enfoque archivístico» ha sido una de las causas de la exportación del concepto de linaje, propio de la sociedad moderna, al mundo medieval, una verdadera «retrotracción» de una representación (el concepto de linaje) que no tenía significado antes de 1500, pero que acabó por tomar apariencia de realidad, imponiéndose entre los historiadores debido a la asunción ingenua del modelo de organización de la documentación con el que fueron formados los archivos nobiliarios de la Edad Moderna, a través de los cuales investigaban a la aristocracia medieval7.
6Partir del cuestionamiento del archivo de familia como un proceso «natural», como un proceso de acumulación consustancial a las actividades de los miembros de la familia a medida que estas se fueron realizando, es una buena precaución para el historiador8. Ya desde 1991 F. B. de Aguinagalde, en un trabajo clásico de la archivística española, planteaba que «el archivo de familia no es un elemento accidental producto de una acumulación aleatoria de papeles por una familia» sino que, por el contrario, es producto de un modelo históricamente dado de familia, característico de la sociedad del Antiguo Régimen, que suele presentar distintas fases desde su formación hasta su dispersión final9.
7Aunque buena parte de las características de los archivos de familia y de sus fases de génesis documental son hoy conocidas, nos ha llamado la atención el proceso de «reconstrucción» del archivo que se produce en algunas familias donde el legado documental aportado por las generaciones anteriores es sumamente escaso y para suplir esta carencia se lleva a cabo un auténtico proceso de reelaboración de los antecedentes documentales de la familia. Nuestra investigación es uno de estos casos, pues el fondo documental de los Lercaro de Tenerife fue resultado del proceso de «reconstrucción» de los antecedentes documentales familiares llevado a cabo durante el siglo xviii por algunos de sus miembros para justificar su ascendencia y aspirar a un privilegio que el azar había puesto a su alcance, la gobernación del albergo Lercaro en Génova10.
Los Lercaro-Justiniano de Tenerife en los siglos xvi y xvii: establecimiento y ascenso social
8Para comprender el proceso de conformación y constitución del archivo familiar de los Lercaro es imprescindible tener claros una serie de aspectos de la evolución de la familia desde su llegada al archipiélago en la segunda mitad del siglo xvi en adelante. Gracias a ello podremos comprobar cómo, en este caso, el archivo que hoy conocemos como el de la familia Lercaro no es el producto de la acumulación documental desde esos momentos iniciales de presencia en las islas.
9El primer miembro de la familia en Canarias fue Jerónimo Lercaro, que se estableció en Las Palmas de Gran Canaria en torno a 1550 sin que podamos precisar esa fecha, en un período algo posterior al primer momento de instalación de personas de origen genovés en el archipiélago. Era natural de Génova y debía ser ya un hombre maduro cuando se estableció en Gran Canaria, pues ya había celebrado dos matrimonios anteriores, y falleció en Las Palmas en 1563. Su hijo mayor, Francisco Lercaro de León, parece seguir paso a paso la misma estrategia de ascenso social de su padre. Graduado en leyes, ejerció como teniente de gobernador de Tenerife entre septiembre de 1589 y abril de 1597, a donde pasó a avecindarse. Su estrategia matrimonial muestra preferencia por los enlaces dentro de la comunidad genovesa, aunque su boda en 1593 con Catalina Justiniano-Justiniano supuso más que un matrimonio genovés: era un auténtico salto adelante en su carrera de promoción social y supuso el origen del apellido compuesto Lercaro-Justiniano en Tenerife, consecuencia de la cláusula impuesta por Catalina Justiniano en la fundación de su mayorazgo (cuadro 1).
10A partir de ese momento la familia Lercaro-Justiniano se constituyó como uno de los referentes en el escenario de poder de la isla, y continuó una carrera ascendente hacia el encumbramiento social. Ya en el siglo xvii reforzó su posición a partir del enlace de Bernardo Lercaro-Justiniano, hijo de Francisco Lercaro y primero de la familia nacido en Tenerife, con Jacobina Westerling, única heredera de una notable familia de origen flamenco que había seguido una trayectoria paralela a la de los Lercaro en su proceso de integración en la isla. Este enlace trajo aparejado el comienzo del proceso de ennoblecimiento de la familia, que se puede constatar de manera notoria en el archivo familiar. La estrategia matrimonial dio un giro en la segunda mitad del siglo xvii, momento en el que se fraguan una serie de matrimonios con «hombres nuevos», como los Urtusaústegui y los Herrera-Leiva.
11El siglo xviii fue un período clave para el archivo familiar, ya que en él se le ofreció a la familia una oportunidad única de obtener el máximo reconocimiento social, con la posibilidad de acceder a la gobernación del albergo Lercaro en Génova, algo que lograron tras largos y costosos pleitos. La enconada pugna legal por el control de las «columnas Lercaras» contribuyó tanto al empobrecimiento de la familia como a su prosperidad, pues los efectos sociales del reconocimiento de su estatus nobiliario como gobernadores del albergo Lercaro abrieron expectativas absolutamente nuevas de conseguir enlaces matrimoniales con la más encopetada nobleza titulada de Tenerife.
12Estas se materializaron en el enlace con los Ponte de la rama menor (los Ponte Fonte y Pagés), familia que ostentaba algunos de los más antiguos títulos de Castilla de la isla, lo que no solo situó a los Lercaro en el centro de una red de relaciones que los vinculaban con lo más encumbrado de la sociedad insular y canaria sino que supuso el reforzamiento de las estrategias familiares puramente «nobiliarias» que habían comenzado a utilizar durante la generación anterior. A partir de ese momento empezó un proceso de declive social, refrendado por una serie de anodinos matrimonios que no lograron resituar a la familia en el lugar que había mantenido en los siglos precedentes.
El archivo familiar de los Lercaro de Tenerife
La situación actual del archivo Lercaro: fragmentación y representatividad
13En la actualidad, las tres partes que conocemos del fondo familiar Lercaro están depositadas en tres instituciones diferentes de la isla de Tenerife: la Biblioteca de la Universidad de La Laguna, el Museo de Historia y Antropología de Tenerife y el Archivo Histórico Provincial. La más extensa con gran diferencia es la que posee la biblioteca universitaria, que permanece aún sin catalogar, aunque disponemos de fichas catalográficas, a nivel de documento compuesto, de casi la mitad del volumen documental. Por otro lado, las partes más pequeñas del fondo pertenecientes al Museo de Historia y al Archivo Histórico Provincial cuentan con dos catálogos, de consulta directa en el archivo, muy completos. El estudio detallado de las tres partes del fondo nos permite establecer con seguridad las siguientes conclusiones, determinadas a partir de las evidencias documentales:
- Las tres partes conocidas del fondo Lercaro tienen un mismo origen.
- La fragmentación se produjo en fecha reciente, que tuvo que ser previa a 1978, pero no mucho antes.
- Las tres partes que conocemos en la actualidad no comprenden todo el archivo familiar originario.
- A pesar de la pérdida documental, la repetición frecuente de muchos documentos (sobre todo escrituras notariales que aparecen muchas veces duplicadas) y el gran volumen de lo conservado nos permiten afirmar que el fondo documental Lercaro es un repertorio representativo.
Un intento de análisis orgánico de la «genealogía de los documentos»
14Conforme con los objetivos de la investigación que hemos planteado, se ha intentado diseñar un método de investigación que nos permita aislar el proceso de producción documental, en cuanto creación original de los documentos, de su proceso de acumulación, que puede resultar muy posterior y obedecer a razones de gestión de la información completamente diferentes (o diferenciadas) de las que movieron a sus creadores originales. Admitir este supuesto —que la creación y acumulación documental pueden corresponder a tiempos y procesos históricos distintos— comporta cuestionar la visión ingenua del archivo familiar como un «archivo de archivos» cuyo proceso de acumulación marcha más o menos en paralelo con los hitos demográficos que afectan a la familia (enlaces y extinciones familiares), sucesos que obligan a integrar en el sistema de información familiar nuevos corpus documentales a medida que se van incrementando antecedentes y derechos11. Aunque el proceso de acumulación derivado de la concentración de patrimonio, antecedentes y derechos puede ser lo más común, la mecánica concreta de formación de algunos archivos de familia dista mucho de responder a mecanismos tan sencillos. Esta constatación nos ha llevado a plantearnos la posibilidad de diseñar un método de análisis retrospectivo de la «genealogía del documento» que podamos comparar con la «genealogía basada en el parentesco», construida por la familia a través de los árboles genealógicos y las pruebas de nobleza. La contraposición de ambas genealogías (del documento y del parentesco) nos permite comprobar en qué medida la identidad de la familia moderna era una proyección del contenido explícito en los documentos del archivo o, por el contrario, si tal identidad fue un auténtico factor de producción que contribuyó a construir el archivo tal como nos ha llegado hasta hoy, primando determinadas relaciones sobre otras, seleccionado los documentos que las ponían de manifiesto y dotando así de un significado particular, preciso, a su sistema de información familiar, a su archivo.
15La plasmación de este supuesto metodológico implica un análisis pormenorizado de la producción documental, a nivel de unidades documentales (documento a documento), una labor que por su envergadura de años precisa de una maqueta previa de experimentación. Los resultados que aportamos aquí constituyen tal maqueta de experimentación de la técnica de análisis empleada. Aunque desconocemos el número de unidades documentales que componen la parte del fondo Lercaro perteneciente a la Universidad de La Laguna, creemos que una estimación de 20 000 documentos puede aproximarse al volumen final de casos estadísticos que presentaría un estudio detallado de la composición del archivo Lercaro. Ante tal supuesto necesitábamos de una muestra que pudiese admitirse como una representación aproximada de la composición del fondo, tanto en cuanto a su estructura por tipologías y tradiciones documentales, como en cuanto a sus productores. Obviamente la muestra no podía construirse mediante los muestreos al azar propios de la estadística inferencial, por lo que decidimos procesar una serie documental que, formada por los organizadores primitivos del archivo, respondiese aproximadamente a la imagen familiar construida en los siglos xviii y xix acerca de la familia, su genealogía y los documentos que consideraban de interés sobre la actividad de sus antepasados.
16Por lo que hemos averiguado, el proceso de organización del archivo familiar fue llevado a cabo en el último cuarto del siglo xviii por el capitán Diego Ignacio Lercaro-Justiniano y Ponte (1741-1828) y retomado a mediados del xix por su nieto Antonio Pedro Lercaro-Justiniano y Ponte (1826-1899). La labor de este último consistió básicamente en reunir la documentación familiar que consideró más importante a partir del archivo formado por su abuelo para organizar dos series de libros encuadernados: (a) los Protocolos de la Casa Lercaro-Justiniano Ponte Fonte y Lugo y (b) los Libros sobre los intereses en Génova pertenecientes a la Casa Lercaro-Justiniano Ponte Fonte y Lugo. En concreto, la serie de protocolos estaba compuesta al menos por 20 volúmenes, de los cuales actualmente se conservan 13 y comprenden una recopilación de 566 documentos que abarcan desde 1413 hasta 1866 (fechas del original). Al tratarse de una recopilación de documentos producida por la familia y elaborada por quien seguramente tomó a su cargo la gestión del archivo como memoria y prueba de los derechos familiares, puede asumirse aproximadamente como una representación del conjunto de la documentación de todo el archivo Lercaro, salvo por algunas diferencias que hemos apreciado:
- Los Protocolos de la Casa no reflejan el gran volumen de documentación relativa a los intereses de la familia en Génova durante el siglo xviii, pues esta documentación se recopiló en una serie aparte.
- La documentación que comprenden los Protocolos de la Casa no refleja el gran volumen de cartas que compone el archivo familiar.
- Los Protocolos de la Casa no reflejan proporcionalmente la gran cantidad de documentos referentes a la administración de las propiedades rústicas de las tres últimas ramas que confluyeron en la formación del linaje, es decir, de los Lercaro-Justiniano Ponte Grimaldi, de los Ponte Fonte y Pagés y, sobre todo, de los marqueses de Celada.
17Aunque estas diferencias no nos permiten asumir que existe una estricta equivalencia entre la composición de los Protocolos de la Casa y el conjunto del archivo Lercaro que conocemos hoy en día, sí podemos afirmar con mayor convicción que la recopilación documental que realizó Antonio Pedro Lercaro-Justiniano Ponte (1826-1899) fue escrupulosa a la hora de registrar y compilar todos los documentos disponibles de las ramas más primitivas del linaje, incluidas las ramas colaterales como los Justiniano, Mesa, Westerling, Urtusáustegi, Herrera-Leiva y Grimaldo Rizo.
18La primera cuestión a destacar tras el análisis de la composición documental de los Protocolos de la Casa es que nos encontramos básicamente ante un archivo de copias, como resulta común en un archivo familiar. El análisis de la tradición documental de la serie muestra las frecuencias siguientes (gráf. 1):
19Llama la atención que, a pesar de la gran cantidad de copias impresas de las relaciones mandadas a publicar en Génova, en los Protocolos de la Casa no se incluyera ninguna de estas relaciones, como tampoco en los Libros sobre los intereses en Génova, lo que nos permite suponer que alguno de los protocolos perdidos se hubiese destinado a recopilar estos impresos, de los que hay numerosas copias en el resto del fondo documental. También destaca la frecuencia con que se incluyeron copias simples de escrituras de propiedad como compraventas, escrituras de censo, etc., sin valor probatorio legal, lo que nos induce a pensar que Antonio Pedro Lercaro-Justiniano Ponte prefirió estas copias simples para no incorporar al protocolo documentos notariales autorizados que pudiesen necesitarse en un pleito o gestión oficial.
20En cuanto a la composición de la serie según la tipología documental, hemos realizado una clasificación sintética atendiendo a su tipología jurídica (el asunto tratado) y no respecto a sus formas diplomáticas. Esta clasificación acredita el valor fundamental del documento de archivo en tanto que «valor de prueba», dado que la práctica totalidad de lo que se conservó eran documentos notariales o judiciales destinados a servir de prueba de los derechos y privilegios o de la gestión de estos, como poderes, transacciones, contratos, etc. En todo caso, casi un tercio son escrituras y títulos acreditativos de transmisiones del patrimonio como compraventas (24,2 %) escrituras de constitución o redención de censos (8,6 %), o testamentos y codicilos (7,9 %). Los documentos judiciales tales como cuadernos de autos, informaciones judiciales o provisiones de la Real Audiencia constituyen el segundo grupo de importancia en cuanto a su número de documentos, fundamentalmente del siglo xviii, en tanto que los relativos a la administración del patrimonio, como poderes para administrar, obligaciones y fianzas, recibos y cartas de pago, etc., suponen algo más del 10 % del total. Los documentos de carácter genealógico y nobiliario resultan muy abundantes, como resulta común en todos los archivos de familia, donde la genealogía, las informaciones de pureza de sangre, las ejecutorias de nobleza y otros documentos por el estilo formaban una parte sustancial de la construcción de la memoria familiar12 (gráf. 2).
21La recopilación de Antonio Pedro Lercaro-Justiniano Ponte (1826-1899) incorporó todos los títulos, nombramientos y mercedes pertenecientes a la familia Lercaro-Justiniano o cualquiera de sus ramas, de manera que las patentes de oficiales de milicias, los títulos de regidor o las concesiones de oratorio y sepultura fueron puntualmente recopiladas y además se nota que estos documentos se conservaban en original. Así, podemos establecer que la primera fase de acumulación documental de la familia Lercaro-Justiniano se llevó a cabo en tiempos del regidor Bernardo Lercaro-Justiniano (1594-1653) y su mujer Jacobina Westerling de Ocampo (?-1678) y que estos documentos relativos a cargos públicos, eclesiásticos y empleos militares fueron el núcleo inicial de formación del fondo.
22La recopilación documental que comprende los Protocolos de la Casa no solo excluye los documentos personales como la correspondencia, que tiene abundantes muestras no protocolizadas en el fondo, sino que además dejó fuera otro tipo de documentos muy frecuentes en los archivos familiares de la segunda mitad del siglo xviii y xix, como son los documentos literarios, los cartapacios de apuntes o los documentos «curiosos», tan abundantes en ese periodo de tránsito entre los archivos familiares y los archivos personales13.
23Ahora bien, aunque la composición de la serie de protocolos de la Casa Lercaro pudiera servirnos para conocer las funciones primordiales del archivo como prueba y memoria familiar, su aspecto más destacado radica en la cronología de su formación y la genealogía de los documentos que contienen los trece protocolos cuantificados. La distribución cronológica de los documentos utilizando como referencia la fecha de creación (fecha del original), muestra cómo el número de documentos de la serie Protocolos de la Casa Lercaro, atendiendo a sus fechas de creación, comienza a ser significativo a partir del último cuarto del siglo xvi, aumenta considerablemente su importancia durante todo el siglo xvii y hasta mediados del xviii, para disminuir de manera notable a finales del Setecientos y sobre y todo en el xix. La comparación con el único archivo familiar de Canarias para que el tenemos datos equivalentes, el fondo Cabrera-Renshaw, presenta alguna similitud en su cronología de formación, pues los documentos de aquel fondo comienzan a aparecer a fines del xvi y alcanzan sus frecuencias más altas entre finales del xvii y mediados del xviii14.
24Ahora bien, las fechas de creación de los documentos son un indicio equívoco para conocer las fechas de formación del archivo, su verdadero proceso de acumulación. Muchos de los documentos más antiguos (la mayoría) son producto de búsquedas y recopilaciones tardías, de modo que la fecha de creación no coincide generalmente con sus fechas de acumulación. Habitualmente, los escribanos que expedían una copia por testimonio de un documento antiguo que constaba en su escribanía solían asentar en la fe de testimonio una diligencia señalando la fecha de la copia (no sucedía lo mismo con las primeras copias entregadas a los otorgantes días después de su suscripción). El vaciado de datos que hemos realizado nos ha permitido conocer la fecha de copia de unos 212 documentos15; el análisis de esta variable nos permite apreciar la siguiente distribución (gráf. 3):
25Como puede apreciarse en el histograma, la formación del archivo familiar Lercaro tuvo un fuerte impulso a partir de la década 1690-1699 y la actividad de incorporación de documentos se proyectó con intensidad durante las décadas que duró el pleito inicial para hacerse con las «columnas Lercaras», es decir, hasta la década de 1730-1739; a partir de entonces solo se reactivó la incorporación de copias legalizadas durante las décadas 1760-1769 hasta 1780-1789, coincidiendo con el periodo de intensa actividad de organización del archivo familiar que llevó a cabo Diego Ignacio Lercaro-Justiniano Ponte (1741-1828).
26Estos datos, en realidad, no suponen una explicación demasiado novedosa, pues hace ya más de dos décadas que F. B. de Aguinagalde afirmaba que el proceso de acumulación definitiva (de fundación) de los archivos de familia se aceleró a fines del xvii y se concentró sobre todo en las décadas centrales del siglo xviii, pero lo que quizá resulte más interesante sea el estudio del proceso de acumulación distribuido por ramas familiares, pues nos permite comprobar hasta qué punto el archivo familiar se corresponde con la línea principal de la familia (fig. 1).
27Como puede comprobarse en el árbol genealógico, el aporte documental de las ramas primitivas de la Casa Lercaro (las generaciones «genovesas» de los Lercaro y los Justiniano) es minúsculo; de hecho la familia solo disponía de un documento del primer Lercaro (Jerónimo Lercaro) y de seis documentos de su hijo, el doctor Ángel Lercaro, en su mayoría recopilados en 1720, cuando se realizó la gran búsqueda de antecedentes en las escribanías de Las Palmas. Igual sucedió con los antecedentes documentales aportados por los Justiniano, apenas unas pocas escrituras pertenecientes al regidor Bernardino Justiniano que fueron recopiladas en 1774; es más, las genealogías manejadas por la familia ni siquiera conocen algunos de los primeros Justiniano asentados en Tenerife tras la conquista, como Tomás Justiniano. La conclusión es evidente: los Lercaro-Justiniano apenas si tenían documentos y derechos que conservar antes de comienzos del siglo xvii. Fue entonces, tras la fulgurante carrera social y política de Bernardo Lercaro-Justiniano y su matrimonio con Jacobina Westerling, cuando la familia comenzó a recopilar documentos, sobre todo los procedentes del mayorazgo fundado por Leonor de Mesa (29 documentos) También proceden de la época de Bernardo Lercaro-Justiniano la mitad de los documentos correspondientes al linaje Justiniano Zapata, del que provenían los derechos al vínculo de Marina de Mirabal, si bien otros fueron documentos generados entre 1704 y 1707 en el marco del pleito que siguió la familia por hacerse con el control de este vínculo, que estaba en manos de los Soria Pimentel.
28El enlace con los Westerling fue un proceso decisivo en la formación del archivo familiar, pues incorporó un gran volumen documental procedente de la mejora del tercio y quinto establecida en 1657 por Ambrosio Westerling. A estas alturas, la genealogía de los documentos nos permite confirmar una cuestión planteada hace ya décadas: los mayorazgos tienen una importancia decisiva en la formación de los archivos familiares, pues se aprecia que la formación del archivo de familia marcha en paralelo a los periodos de fundación de las vinculaciones y cómo el volumen documental aportado por las ramas colaterales está más o menos en consonancia con la importancia de los bienes de sus mayorazgos. Pero la genealogía de los documentos implica algo más que la proyección de los parentescos entre los productores, es una genealogía de la propiedad y los derechos de la familia, que a veces no se ha derivado del parentesco. La familia acumula documentos de linajes que nada tienen que ver con sus ancestros en cuanto al parentesco, pero que corresponden a antecedentes de propiedades sobre las que disponían de algún tipo de derechos. El ejemplo más significativo es el de la familia Perdomo. Los 35 documentos referidos a esta familia que llegaron a acumular los Lercaro en los Protocolos de la Casa (la mitad de ellos eran copias realizadas en el periodo 1768-1779) acreditan los antecedentes de las tierras y aguas del barranco de los Perdomo en Tejina que habían adquirido los Westerling a los herederos de Juan Perdomo, a su vez obtenidas en 1504 por cesión de Rodrigo Montañés, conquistador, que las tuvo en 1501, como data en el repartimiento de Tenerife.
29Durante la segunda mitad del xvii se aprecia que la rama principal del linaje está acumulando documentos (algunos originales de nombramientos militares y otras distinciones y primeras copias de escrituras notariales), pero las ramas colaterales producidas por sus matrimonios con las casas de Urtusáustegui y Herrera-Leiva apenas si aportaron documentos a la formación del archivo de familia. Con todo, esa acumulación documental de finales del siglo xvii no tiene nada que ver con el acelerado proceso de acumulación de documentos que se produce desde las primeras décadas del xviii, cuando se unen las gestiones para recopilar los antecedentes documentales de su conexión familiar con Génova y los aportes derivados de la gestión de las propiedades de Grimaldi-Rizo y los Ponte Fonte Pagés. Es a finales del xvii y sobre todo a comienzos del xviii cuando comienzan a aparecer en el archivo familiar de los Lercaro los libros de cuentas con la administración de la hacienda de San Jerónimo (todavía en manos de sus antepasados los Ponte Fonte y Pagés) y donde empieza a apreciarse la auténtica avalancha de documentos que producía la «agregación de segundo nivel», un fenómeno que hasta entonces solo había tenido en antecedente de los papeles procedentes de la rama Westerling.
30En definitiva, atendiendo exclusivamente a la composición por linajes del organigrama anterior, podemos afirmar que la composición de esta serie de Protocolos de la Casa que hemos analizado muestra que el archivo familiar Lercaro es tanto más un archivo de los Ponte Fonte y Pagés que un archivo del linaje Lercaro-Justiniano, como blasonaba la familia, pues el aporte documental de los Lercaro-Justiniano a la formación del archivo familiar es francamente minoritaria y solo se compensa con la aportaciones de documentos de algunas líneas colaterales procedentes de las ramas Mesa, Justiniano-Zapata y Westerling.
Notes de bas de page
1 Martín-Pozuelo Campillos, 1996; Villanueva Bazán, 2000.
2 Chartier, 2006.
3 Cook, 2001; Ribeiro, 2001; Cook, Olivera (eds.), 2007.
4 Anheim, Poncet, 2004, p. 3.
5 Rosa, 2009.
6 Ibid., p. 11.
7 Morsel, 2008b, p. 11.
8 Hasta hace pocos años se admitía la vigencia de tal simultaneidad entre generaciones familiares y documentos; así, en 1993 Olga Gallego definía la génesis documental en los archivos familiares conforme al viejo modelo de producción y acumulación «natural» (Gallego Domínguez, 1993, p. 17).
9 Aguinagalde Olaizola, 1991.
10 Los estudios acerca de los Lercaro de Canarias son muy escasos y en general se limitan a la genealogía publicada en la reedición de la obra de Fernández de Béthencourt, 1952, t. I, pp. 510-543, y a algunos opúsculos de carácter laudatorio como Pelegrini, 2004.
11 Aguinagalde Olaizola, 1991.
12 Gómez Vozmediano, 2007, pp. 167-178.
13 Aguinagalde Olaizola, 2000, pp. 25-26. Estos documentos sí aparecen en el archivo, como por ejemplo «el documento curioso sobre la edad de madurez sexual, duración del embarazo y vida media de los animales de diferentes especies» o la «receta para el tratamiento del sarampión» (Biblioteca de la Universidad de La Laguna, Fondo Lercaro, caja 67, doc. 6 y caja 71, doc. 1).
14 González Zalacain, 2006.
15 El total de copias testimoniales es mayor, unos 273 casos, pero en muchas de ellas no se incluyó la fecha de realización de la copia, sobre todo las escrituras otorgadas por algunos escribanos de La Orotava.
Auteurs
Universidad de La Laguna
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