El origen de los archivos de familia en el País Vasco
El proceso de normalización documental (siglos xiv-xvi)
p. 49-61
Texte intégral
Archivo de familia y contexto histórico
1Percibimos los archivos de familia desde nuestra experiencia contemporánea. Y solemos entenderlos, leerlos, de manera descontextualizada, olvidando su naturaleza y peculiaridades. Es un error. Hasta hace no muchos años, la historiografía se ha interesado por estos archivos (tradicionalmente denominados «archivos nobiliarios», «de la nobleza», etc.) solamente como depósitos de documentación. Su mayor o menor relevancia era resultado de la riqueza y antigüedad de sus fondos, un punto de vista hijo de una metodología positivista, a la caza de documentos y «evidencias», y muy de acuerdo, además, con el desarrollo del Estado decimonónico1. Esto está cambiando. Los archivos privados de familia se están convirtiendo en puntos de encuentro de disciplinas heterogéneas: los historiadores y los profesionales de archivo, por supuesto, pero también sociólogos, antropólogos, expertos en ciencias de la comunicación2.
2En este breve artículo, me sitúo en ese espacio de encuentro, como profesional de archivos y como estudioso de la historia social y de los archivos de familia. Desde el mundo de los archivos, estos han perdido su lugar central como laboratorios privilegiados de la «autoridad» para la comprensión del pasado. La emergencia de nuevos paradigmas autónomos supera esta visión positivista, de manera que los archivos se sitúan en una nueva era postcustodial, en la que los individuos y grupos sociales funcionan de manera autónoma y activa, se autorrepresentan y reconstruyen su pasado, su «memoria»3. Esta situación influye en nuestra comprensión, de manera que ya no podemos ignorar
las circunstancias contingentes, el contexto que hace posible, o imposible, el que un documento nazca, se conserve o destruya, y los motivos de ese nacer el documento, de esa conservación o destrucción […] nuestra disciplina debe desplazar su mirada desde el documento hacia las circunstancias sociales en que se genera4.
3Todo esto nos sitúa en un momento magnífico para hacer inteligibles y próximos estos «archivos de familia», en este nuevo régimen de historicidad5 asociado a lo contemporáneo. No es algo banal: para comprender los archivos de familia hasta el siglo xvi —que es, en definitiva, lo que pretendo— es fundamental entender la secuencia de diferentes regímenes de historicidad, en nuestro caso el medieval y el de la primera modernidad. Precisamente, el origen del programa Archifam era el de una aproximación centrada en ese periodo (s. xiii-xvi), con la mirada puesta en comprender la naturaleza de estos archivos.
4El propósito de este artículo es reflexionar sobre la evolución histórica de los archivos de familia en el País Vasco —con particular atención al territorio histórico de Gipuzkoa, objeto de mis principales investigaciones— en su contexto. Archivos entendidos no solo como un depósito documental (lo que, objetivamente, son), sino como lugares de memoria y de identidad de sus creadores y transmisores (lo que, social y antropológicamente, representan), y cuya misma denominación es elocuente de cómo va evolucionando la percepción que tenemos de ellos, de manera que, en el País Vasco, el término «archivos nobiliarios» es incongruente/inoportuno6. Si buscáramos un término para identificar este objeto de estudio, el más adecuado sería, quizás, el de archivos domésticos; fondos de archivo de las élites locales, en su 90 % familias de niveles sociales medios, con dominante presencia urbana. En ellos hay que incluir los archivos de familia de las élites7 rurales o semirrurales, numerosísimos, que permiten ensanchar la base conceptual a cualquier archivo de origen familiar.
Valores y significados del archivo de familia. El País Vasco en el contexto europeo
5Los archivos de familia como hoy los conocemos surgen en el País Vasco con la fractura institucional y social que se fragua y materializa entre fines del xv y la primera mitad del xvi; un divorcio histórico, de una magnitud todavía sin estudiar en toda su complejidad, entre las técnicas y procesos, y objeto tanto de la creación documental y su gestión, como de su conservación, uso inmediato, etc. Un divorcio vinculado, además, al desarrollo de nuevas identidades personales y sociales de las élites emergentes, común a toda Europa, y paralelo al desarrollo de las nuevas formas administrativas de las monarquías centralizadas, basadas en la innovación de la gestión documental.
6Es una época en la que la sociedad vasca (y guipuzcoana en particular) vive un momento de cambios, oportunidades, amenazas e innovación, que coincide con la creación masiva de archivos de familia, y que se materializa en la aparición y difusión de una «cultura de mayorazgo», que marcará la fecha de frontera en la que situaré la instalación de una sociedad documentalmente normalizada8. Es en este contexto en el que el archivo de familia tiene sentido y cumple una función central: «registra a sus propietarios en el largo plazo9».
7A partir de estas consideraciones, lo que tradicionalmente sería el objeto prioritario de una investigación de esta clase se convierte en algo secundario. No se trata de saber cuántos y cuáles10 son los archivos de familia medievales que tenemos, sino de comprender y cartografiar el proceso de su creación, y la densidad social y geográfica de este. Los archivos de familia son siempre imagen del poder social. Cuando seamos capaces de identificar ese poder podremos averiguar de qué archivos hablamos.
8Nuestro propósito, en consecuencia, no puede ser más que el de estudiar las prácticas sociales asociadas a esta manifestación, que, además, es un hito en la historia común a toda Europa desde, por lo menos, el siglo viii, y que ve surgir archivos de familia de estructura, contenido, funciones y representaciones similares en todo el continente11. Archivos que son
la objetivación de las prácticas sociales por otras prácticas, las de todos aquellos […] que a lo largo del tiempo han participado en la redacción, conservación y clasificación de estos documentos […] (a los que se les reconoce) la naturaleza de objetos del pasado pero todavía materialmente presentes12.
9Los archivos de familia, además de una reunión de documentos, son, siempre, un lugar. Ocupan «el núcleo simbólico y espacial de las casas13». Se sitúan como el punto de encuentro de los valores inmateriales de la adquisición, la transmisión y la perpetuación de la identidad del individuo dentro del grupo familiar y social. Espacios con valores vivos, de construcción social, y, como tales, dinámicos, en cuya configuración intervienen experiencias y realidades sociales de longue durée («larga duración»), con un permanente hacer y deshacer, reunir y dispersar, ir y venir, de papeles, individuos y linajes/familias. En ellos toma cuerpo desde el básico arsenal de derechos hasta el ámbito intimista en el que los papeles de familia adquieren todo su significado14. En feliz expresión de L. Bourquin:
el cartulario […] es un organismo vivo, que cambia según las necesidades de su propietario. […] El análisis de un cartulario es, por tanto, similar al de la arqueología: los estratos documentales más antiguos han sido alterados por los usuarios más recientes15.
10El archivo va a transmitir una imagen intencionada, buscada por su titular. Imagen vinculada al poder, el estatus, la reputación y la distinción de una élite. Los archivos son el amarre del linaje con su pasado, y el solo hecho de poseer este pasado —a través de la conservación y transmisión de los documentos que lo atestiguan— es un elemento de distinción. Se puede acumular riqueza, pero no se puede comprar el pasado. Al ser la escritura, además, una práctica social vinculada a la distinción elitaria, manifestación y expresión de su dominación, esta élite crea archivos porque contribuyen a definir su identidad. Élite y archivo ilustran los dos elementos de la ecuación:
La conservación de los documentos, que da lugar a los archivos, no es un proceso natural, normal y obvio, a pesar de nuestra propensión a considerar que todo lo antiguo debe conservarse: es un proceso social, basado en selecciones que corresponden a lógicas institucionales específicas susceptibles de evolucionar. El historiador se enfrenta, pues, a una doble codificación: la de la producción de documentos y la de su conservación16.
Siglos xii-xv: la lenta manifestación de una sociedad documentada
11Escribir, manipular, conservar, utilizar documentos, es un rasgo distintivo de las élites europeas, desde al menos los siglos vii-viii17. La primera acumulación de documentos de familia replica las prácticas monásticas que les preceden: el archivo adopta la forma material de cartulario, que «encapsula» las escrituras relevantes, según criterios no siempre fáciles de determinar18. Estos sirven para expresar
los fundamentos territoriales, históricos y geográficos de la riqueza y el poder de la familia […] (convirtiéndose en) la declaración escrita de esos fundamentos y, por tanto, de la memoria institucional de la familia en el tiempo […]. Los cartularios, las crónicas y leyendas familiares, las genealogías, los dispositivos heráldicos, los monumentos funerarios formaban parte de la parafernalia del culto a la continuidad de una familia en el tiempo. Eran elementos esenciales en el ejercicio de autovalidación y autopromoción en un mundo en el que la autoridad del pasado era la carta de presentación para confirmar el estatus presente19.
12La sociedad vasca es, hasta inicios del xiv, una sociedad documentalmente silenciosa, casi muda; este hecho nos obligará a repensar las mejores maneras de comprenderla, que, quizás, no sean solo las documentales. Eusko Ikaskuntza – Sociedad de Estudios Vascos ha auspiciado la edición de una colección de Fuentes documentales medievales del País Vasco20, y ha editado 150 volúmenes en 30 años: 16 de Álava, 49 de Bizkaia, 48 de Gipuzkoa y 37 navarros. A falta de fondos medievales sustanciosos (en contraste con los magníficos volúmenes navarros, estos sí plenamente medievales), se prolonga el «Medievo», con desparpajo, hasta el primer tercio del xvi, de donde resulta una colección muy interesante para estudiar la primera modernidad y muy útil para ilustrar el tema que nos ocupa. Una iniciativa precedente de documentación guipuzcoana hasta 1397 identificaba y editaba solo 596 documentos21. Ocurre en otros espacios europeos22.
13Al no ser la documentación conservada de una cantidad y calidad suficientes, podemos servirnos de algún testimonio indirecto. Me refiero a los cronistas Fernán Pérez de Ayala (1305-1385) y Lope García de Salazar (1399-1476)23. Ayala, fundador del monasterio de Quejana (1375), y autor (hacia 1371) de una crónica de su linaje24, escribió, además, un relato —inédito—, a medio camino entre oralidad y escrituralidad, sobre la formación de su hacienda25. Describe pormenorizadamente adquisiciones entre parientes, corrige, se contradice26, con un carácter práctico, casi «mercantil». Transcribe documentos y noticias familiares, de manera que el texto sería lo más parecido a un embrión de chartrier («cartulario») híbrido. Por ser Ayala, por otra parte, un cortesano de altos vuelos, es quizás prematuro suponer que las prácticas de archivo que este manuscrito refleja sean comunes a las élites autóctonas coetáneas. En este, como en tantos otros casos, la falta de documentación impide afirmarlo, de la misma manera que, en sentido inverso, no conservar casi ningún testimonio escrito confirma la hipótesis.
14Todavía a mediados del xiv, parece que en el País Vasco —no perdamos nunca de vista que nos referimos solo a una pequeña élite letrada y/o interesada en la redacción/conservación de escrituras— el documento escrito no posee los valores necesarios que justifiquen las correspondientes inversiones de dinero, espacio y tiempo, ni que esa sociedad posea las destrezas precisas de instrucción, lectura, compresión. Todo induce a suponer que se trata de sociedades con fuerte implantación de relaciones sociales consuetudinarias, en territorios poco poblados…, sociedades que poseen medios alternativos que hacen innecesario el recurso al escrito, que requiere medios intelectuales, legales y económicos, quizás considerados suntuarios.
15Es a lo largo del primer tercio del xiv cuando comienza a emerger, lentamente, una «sociedad documentada». Un proceso geográfica y socialmente asimétrico, cuyo vigor irá consolidándose a lo largo de la primera mitad del xv, para llegar a una situación de normalidad documental (en los parámetros que esto significa para nosotros) solo a fines de siglo. Se trata de una etapa en la que familias y linajes empiezan a acumular escrituras (correlato indudable de la acumulación de riqueza), y que corresponde al momento decisivo en la construcción de ese objeto histórico, de ese concepto de linaje tal y como lo entendemos hoy día. Una construcción que es un proceso cuyo resultado (linaje y archivo) quizás hemos asumido un poco a la ligera, como algo natural y originario, cuando en realidad es, a todas luces, más moderno de lo que suponemos27.
16Tenemos un caso singular: la Casa de Guevara, único linaje del Medievo vasco cuya documentación familiar mantiene una cierta continuidad (si bien con algún sobresalto entre los siglos xii-xiii) desde el siglo xi, y cuyo archivo parece tener alguna consistencia ya a mediados del xiv28. El primer Guevara cuya firma se conserva es Beltrán Ibáñez de Guevara, señor de Oñate, como consta al pie de un pergamino de 132029. Pero lo interesante es que cien años después encontramos instalada, en el castillo de Guebara, una pequeña corte, desde donde gobierna la Casa durante casi 50 años una dueña poderosa, inteligente y prestigiosa, doña Constanza de Ayala y Sarmiento (ca. 1395-1472), señora propietaria de Ameyugo y Tuyo, viuda prematura (1421) del señor de Guebara y valle de Léniz, Pero Vélez de Guevara y Castilla (m. 1421). Es imposible saber hasta qué punto influyó en la organización de la Casa doña Constanza —o su padre Fernán Pérez de Ayala y Toledo, el embajador, que aparece constantemente a su lado—, pero lo cierto es que hay indicios de que en Guebara se instala una pequeña cancillería señorial30, al estilo de otras casas de la nobleza castellana; y está claro que doña Constanza vive rodeada de secretarios, contadores, criados y ayos de ambos sexos, gente de confianza con la que se establecen relaciones no solo clientelares, sino personales, al parecer cordiales, como queda patente en los oficios y beneficios que obtienen de ella entre 1420-1470. A su sombra se desarrollan varios linajes poderosos de letrados, entre los que descuellan los Lazarraga de Álava-Oñate, los Berganzo y los Amezaga, creadores de una red de redes elitarias familiares… que pervive, al menos en el caso guipuzcoano, hasta casi nuestros días, en un magnífico caso de cómo el archivo contribuye de manera eminente a perfilar esa identidad elitaria, base del entramado social hasta el fin del Antiguo Régimen31.
Siglos xv-xvi: el archivo de familia entendido como socio-génesis histórica
17La fortuna y el poder identifican a la élite. Pero en esta época ya no hay élite sin escritura, una escritura cuyo uso hace que unos y otros se reconozcan formando parte de ese estamento superior, y cuyo desconocimiento segrega a los analfabetos. Determinadas prácticas culturales siempre han sido patrimonio de las élites. Compartir estos códigos, oscuros para los demás, es, además de un reconocido y eficaz instrumento de dominación social, un símbolo de distinción32.
18Ello obliga a repensar el papel de las élites sociales hasta inicios del xv. No me voy a extender en ello33, pero, a todas luces, se trata de:
- un proceso tardío, en referencia al contexto europeo.
- un fenómeno sobre todo urbano, o asociado a este entorno.
- una difusión capilar de prácticas, en sentido vertical. Como todas las prácticas asociadas a la distinción, el uso de la escritura se difunde de arriba a abajo, en primer lugar a las clientelas de esta élite superior, de la que surgirá una red territorial-local letrada de base más amplia, para la que el uso escrito conforta su estatus, y, siendo esto así, son activas promotoras de su uso.
19Solo a lo largo del primer tercio del xv podemos empezar a describir con algún detalle linajes y familias de los que cien años antes sabemos muy poco. Y solo en el último tercio del xv podemos mapear el surgimiento paralelo de modestos stocks de escrituras familiares (que serán los «vetustos monumentos» de la memoria de las élites cuando organicen sus archivos a lo largo del siglo xviii)34. Esta sociedad que parecía descuidada en conservar testimonio escrito de sus actividades económicas, sociales o administrativas (hasta el punto de inducir a pensar que no fuera necesario en su vida diaria), transmitiéndonos la sensación de que relegaba la conservación de su memoria al entorno de la tradición oral y consuetudinaria, cien años después parece haber tomado conciencia de que no hay futuro sin escritura, sin memoria, y se convierte en una sociedad decididamente escritora35.
20Pero, historiadores que somos, siempre nos parecerá anómalo, casi inconcebible, que la sociedad vasca no haya conservado sólidos vestigios documentales precedentes36. En el ámbito rural podría tener su lógica, en un entorno generalizadamente analfabeto, de tradiciones consuetudinarias y transmisión oral; pero, en el urbano, es insólito. Los archivos municipales, que debieran de ser ricos y variados, son bien pobres hasta el reinado de los Reyes Católicos. Algunas villas como Vitoria, Salvatierra, Oñate, Bergara, Arrasate, Lekeitio o Segura conservan un archivo apreciable. Y poco más.
21Como señalaba antes, quizás debamos interrogar de manera diferente a linajes y archivos, e indagar sobre si esta sociedad responde a otras urgencias y necesidades, y funciona según pautas y lógicas diferentes. Coincido con J. Morsel en su diagnóstico:
el establecimiento de instrumentos de representación del Geschlecht a partir del siglo xv incluyó también una reorganización de la gestión del escrito, destinada a servir de soporte a las prácticas conmemorativas (no litúrgicas)37.
22Los escasos archivos de familia creados en este entorno y que conservamos (Artazubiaga, de Arrasate38; Lazarraga, de Oñate-Zalduondo; o Mans-Engómez, de Donostia, como los principales39) confortan, desde luego, esta visión. Las villas vascas, en esto como en tantas otras cosas, son semejantes a las europeas coetáneas40.
23En cualquier caso, hay que reconocer que las frecuentes quemas padecidas por las villas guipuzcoanas en el Medievo juegan a favor de la tesis clásica de una pérdida masiva de archivos; y tampoco el clima y las circunstancias políticas y sociales han sido las idóneas para conservar pergaminos y escrituras, como suelen referir, por cierto, quienes empiezan a preocuparse por su conservación, entre fines del xv e inicios del xvi. Preocupación muy difundida, como atestiguan numerosos casos que confirman esa impresión de descuido o desinterés previo. Así, por ejemplo, Pedro de Segura, vecino de San Sebastián, solicita en 1481 copia de
una carta y contrabto de ençenso y donaçion sygnada de escriuano y notario publico e enseguiente unas cartas de alualaes de resçibos y conosçimientos firmados de çiertos nombres segund por ellas paresçe […] por quanto el se rezelava que los dichos contrabto e alvalas se le podrian perder por furto o robo o por fuego o agoa o polilla o por otro caso fortuyto41.
24De la misma manera que, en otro contexto, el comendador Ochoa Álvarez de Ysasaga (m. 1548), uno de los más importantes cortesanos guipuzcoanos del primer tercio del siglo xvi42, al redactar una historia de su linaje, es tajante al afirmar cómo en épocas anteriores
no se puede allar razón porque como en aquellos tiempos sollia aver guerras de entre Honaz y Ganboa y estar esta casa en el campo, sollian tener sus escripturas en la dicha villa de Villafranca en una arca y alli se quemaron quando se quemo la dicha villa la primera vez43.
25Pero esta nueva riqueza documental —indudable reflejo de la riqueza económica, desconocida con esa magnitud en Euskadi hasta entonces—, que va a marcar un antes y un después en lo que respecta a nuestro conocimiento de la historia vasca, no crea archivos de familia de una manera formal. Es innegable que crece de manera exponencial el uso de lo escrito, y lo natural es que las familias empiecen a acumular escrituras y papeles de toda clase, pero —hasta donde yo conozco— no se dan las condiciones precisas para «crear» el archivo. Nunca hay que perder de vista ambos aspectos: acumular es conditio sine qua non, pero no significa, por sí mismo, voluntad de crear un archivo. Como tampoco un cierto orden —necesario— nos habilita a identificar un archivo (de hecho, el libro de cuentas puede —y suele— suplir este)44. Es esa voluntad creadora, reflejo de nuevos hábitos sociales y culturales (además de económicos), la que marca la diferencia.
Una novedad documental con desarrollo asimétrico: su influencia en la creación de archivos
26Esta nueva riqueza se declina de maneras muy diferentes, según los contextos, contenidos y significados. Pero, en su conjunto, es el germen preciso para la creación, esta vez sí, de archivos públicos y privados.
27En primer lugar, surge un formato de escrituración completamente nuevo, normalizador, nominalista y definidor de identidades personales: los registros sacramentales recogidos por la Iglesia (los más antiguos en Euskadi son del último decenio del xv)45. Son registros que, de la noche a la mañana, tienen que «dar nombre» al conjunto de vecinos o parroquianos: escrituran tradiciones locales, pero también crean otras, al generalizar y consolidar apellidos, gentilicios, etc. Es un proceso extremadamente importante para entender esta sociedad, sus jerarquías y funcionamiento interno, en el contexto de un ejercicio improvisado y completamente nuevo de historia social «total». Es también uno de los marcadores más valiosos y ricos para comprender la evolución social de las comunidades, además de puerta de acceso a la progresiva alfabetización de las comunidades (y por ende, de las prácticas de archivo).
28En segundo lugar, la implantación de la práctica notarial del protocolo in extenso, regulada para la Corona de Castilla en 1503 (en Gipuzkoa, en 1494 se establece una nueva planta de escribanos adscritos a cada villa), es el hito central de la creación normalizada y la conservación hasta hoy día de ricas series de registros, que suelen empezar durante el primer tercio del xvi en la mayor parte de las villas46. Tenemos indicios de que la práctica notarial era común, al menos desde el siglo xiv. El de escribano es un oficio de gran prestigio, que se convierte en hereditario, de manera que en todas las villas florecen dinastías de escribanos, de las que la más antigua conocida es la de los Iribe, instalada en Ordizia, Segura, Deba y Azkoitia desde, al menos, 1380. La práctica documental es la del registro de apuntaduras, resumen abreviado del documento del que se extiende (no siempre) copia engrosada para los otorgantes. Solo conservamos dos anteriores a 1500, del escribano Juan Pérez de Eizaguirre, de Azpeitia, de 1487-1488 y 1495-149647. Conocemos la existencia de estos registros de apuntaduras por las peticiones de engrosar in extenso que hacen los particulares en procesos civiles posteriores, para prueba de su derecho. Las peticiones no suelen llegar más allá de 1450-146048. Da toda la sensación de que los registros —que, no se olvide, eran propiedad del notario— no se conservaban por parecer innecesario o poco práctico.
29Y, en tercer lugar, se produce un crecimiento administrativo exponencial, tanto en el ámbito contencioso (en las instancias municipal, provincial y territorial), que también se conserva, como en el general territorial. Villas y alcaldías, la misma provincia, regulan la gestión y creación de archivos, cuya variedad y riqueza de fondos se conserva hasta la fecha49.
30La progresiva alfabetización, en fin, tiene como lógico correlato el aumento de las relaciones epistolares, que empiezan a conservarse por administraciones y particulares, testimonios estas de una expresión de lo personal e íntimo. Que se produce una especie de explosión documental es obvio; y que esta se va fraguando unas décadas antes, también. La mejor prueba de ello es que se manifiestan con cierta rapidez nuevas prácticas para organizar y describir, para las que el oficio experto es el de letrado y/o notario, el primer archivero «nato» de la comunidad. La manera de redactar los más antiguos inventarios ilustra muy bien ese nuevo momento de formalización memorial que el linaje quiere inscribir en la larga duración. Es la creación de una memoria organizada, que incluye y excluye, y que incorpora valores prácticos, sobre todo económicos.
31Los ejemplos son numerosos, y marcan un cambio de tendencia que será definitivo50. Veamos uno de ellos: el inventario del Archivo de la Casa de Loyola, redactado a la muerte (1538) de su dueño, Martín García de Oñaz51. Se descubren —porque se describen— varias estrategias, que expresan un modelo de orden, de organización del linaje y de su memoria, y contribuyen a crear su propio locus memoriae. Se inventarían, primero, 40 «escripturas […] en pergamino», que todo hace suponer se consideran las más importantes; siguen las escrituras en papel que soportan la titularidad de los bienes que forman el mayorazgo de la Casa, fundado por el mismo Martín García en 1536:
las quales dichas escripturas están en papel, e son de las pertenecientes al mayorazgo, e se allaron en el cofre de las escripturas, donde quedan assí mismo en uno con un rrollo de escripturas baldías.
32La fundación del mayorazgo marca un antes y un después, además de convertir en inútiles muchas escrituras anteriores. Y, en fin, se concluye con lo que se consideran «documentos menores»: «ciertas cartas misibas y escripturas y memoriales, las quales por la prolixidad no las declararon aquí […] las que heran ynportantes y azian al caso […] arían ynbentario por menudo», además de «un bolumen de testamentos de los señores de Loyola, antepasados del dicho señor Martín García», y 43 asientos de «rrecibos», aunque se indica expresamente que de muchos de ellos «no ay escriptura» o «no ay çedula», pero de los que hay constancia, «por rrelaçion del libro del dicho Martin García», libro de cuentas, o de «dares y tomares», del señor de Loyola52.
33Escrituralidad y archivo en un contexto de claroscuros, memoria robusta pero incierta. Pergaminos, documentos inútiles, «recibos» de los que solo consta un asiento en el libro de cuentas. El archivo que se «organiza» en 1538 es un modelo inmejorable de cómo serán los archivos del País Vasco hasta nuestros días: un marcador social que expresa una identidad, y que pervive de manera estable, como la propia élite que lo crea y alimenta. Pero, para que podamos considerarlo tal archivo, será preciso que adquiera las características propias a este: organización, destrucción —al crear el archivo se eliminan grandes cantidades de documentos, por lo general— y redacción final de inventario, prácticas todas ellas que, en Europa, se producen entre la segunda mitad del xviii y primer tercio del xix. El archivo de Loyola se inventaría-crea de manera definitiva solo en 1784.
Notes de bas de page
1 El Estado asumió, sin ninguna ingenuidad, el protagonismo de la memoria colectiva, la memoria «de la esnación», en cuyo diseño los «papeles familiares» no tenían sitio. Véanse Barret-Kriegel, 1987-1989 y Aguinagalde Olaizola, 2013a.
2 Por ejemplo, Cornu, Fromageau (dirs.), 2004 y Giuva, Vitali, Zanni Rosiello, 2007.
3 Blouin, Rosenberg, 2011.
4 Delgado Gómez, 2010, p. 43.
5 Russo, 2012; Hartog, 2003, es un texto muy interesante para abordar esta controvertida cuestión.
6 Favier (ed.), 2006, por ejemplo, y Casella, Navarrini, 2000.
7 Coste, Minvielle, Mougel (eds.), 2014.
8 Es útil no perder de vista la clásica diferencia entre archivos de «creación» y archivos de «recepción», que son los de familia (en la tradicional clasificación de Brennecke, 1953); es decir, estos se nutren de documentos no originales. De hecho la documentación «privada» (correspondencia y documentos similares), que es la verdaderamente original de estos archivos, aparte de la administrativa y contable, no entrará a formar parte de la categoría «de archivo» para la propia familia hasta mucho después, merced a los cambios de percepción de esta sobre su memoria, su situación social, etc.
9 «inscrit ses possesseurs dans la durée» (Pinçon, Pinçon-Charlot, 2007, p. 21, todas las traducciones de este artículo son del editor).
10 Gramatica, Mecacci, Zarrilli (eds.), 2007.
11 Véase el interesante taller de Société des historiens médiévistes de l’enseignement supérieur public (SHMESP) [ed.], 2009, pp. 316 sqq; Aguinagalde Olaizola, 2017; una visión internacional en Rosa (ed.), 2012a.
12 «l’objectivation de pratiques sociales par d’autres pratiques, celles de tous ceux […] qui à travers le temps ont participé à l’écriture, à la conservation et au classement de ces documents […] (a los que se reconoce) la nature d’objets venus du passé mais encore matériellement présents» (Anheim, 2004, p. 179).
13 «le cœur symbolique et spatial des maisons» (Feschet, 2005).
14 Servais, van Ypersele, Mirguet (eds.), 2007.
15 «le chartrier […] est un organisme vivant, qui se transforme au gré des besoins de son propriétaire. […] L’analyse d’un chartrier s’apparente donc à de l’archéologie : les strates documentaires les plus anciennes ont été altérées par les utilisateurs les plus récents» [Contamine, Vissière (eds.), 2010, p. 211]. Magnífica revisión de conjunto. En este mismo volumen de actas, diversos autores estudian los Trésor des chartes, que simbolizan el poder real emergente en el Medievo. Los archivos de familia representan significados similares.
16 «La conservation des documents, qui donne naissance aux archives, n’est en effet pas un processus naturel, normal, évident, malgré notre propension à considérer que tout ce qui est ancien doit être conservé : c’est un processus social, qui repose sur des choix correspondant à des logiques institutionnelles spécifiques et susceptibles d’évoluer. L’historien est donc confronté à un double codage : celui de la production des documents, et celui de la conservation» (Morsel, 2004a, p. 106).
17 Véanse las reflexiones en Brown et alii (eds.), 2013, y Gasparri, La Rocca (eds.), 2005.
18 Contamine, Vissière (eds.), 2010.
19 «the territorial, historical and geographical foundations of the family’s wealth and power […] (convirtiéndose en) the written declaration of those foundations and thereby of the family’s institutional memory in time […]. Cartularies, family chronicles and legends, genealogies, heraldic devices, funerary monuments were all part of the paraphernalia of a family’s cult of its continuity through time. They were essential elements in the exercise of self-validation and self-promotion in a world in which the authority of the past was the charter for present status» (Davies, 2009, p. 38). Salvo el caso de los Ayala —al que luego me referiré—, nada de esto se conserva en el País Vasco, donde, además, parece que no existió este tipo de práctica hasta bien entrado el xvi. Conozco un único caso de «cartulario familiar», que corresponde a la casa de Zarauz y se recopiló muy a finales del siglo xvi.
20 Se pueden descargar los volúmenes en su página web [en línea].
21 Colección de documentos medievales, ed. de Martínez Díez, González Díez y Martínez Llorente, 1991-1996; otras ediciones monográficas en Lema Pueyo et alii, 2000; Dacosta Martínez, 2011.
22 Así, por ejemplo, en el reino de Dinamarca, donde, bajo el expresivo epíteto de indigencia documental, «il n’existe plus […] que 93 testaments […] antérieurs à 1450, sur un total de 10 000 actes diplomatiques conservés depuis 1100, et entre 50 et 100 […] de 1450 à la Réformation pour 20 000 actes.» (Mornet, 2007, p. 198).
23 Hay otros cronistas menores. Véanse Mañaricúa y Nuere, 1971; Aguirre Gandarias, 1994.
24 La crónica ha sido objeto de interés por cronistas e investigadores desde el siglo xvi. La versión más completa, anotada de mano del insigne Salazar y Castro (basada en un estudio precedente de Pellicer), se conserva en su colección: Real Academia de la Historia, vol. B-98. Véase Dacosta Martínez, 2007.
25 Algunos detalles en Aguinagalde Olaizola, 2016.
26 Es un tesoro para estudiar la élite de fines del xiii – inicios del xiv. Se conservan dos códices independientes, de letra del xv-xvi, lo que conforta su originalidad y autenticidad. Una copia aparece en un manuscrito (Biblioteca Nacional de España, ms. no 9281, con copia del xviii, no 8122) de letra del xvi procedente de la biblioteca del rey de armas Juan Alfonso de Guerra, pero en origen procedente probablemente de los Ayala, escrito en vitela y encuadernado con las armas familiares. De este manuscrito hay una copia coetánea (quizás incluso precedente) en la Bibliothèque nationale de France, Manuscrits espagnols, no 285 (Morel-Fatio, Catalogue des manuscrits espagnols, no 506).
27 Morsel, 2004a.
28 Ayerbe Iríbar, Historia del condado de Oñate. Véanse detalles en Aguinagalde Olaizola, 2016. El otro gran linaje indiscutible, los Haro, se integra en la dinastía Trastámara y, hasta donde yo conozco, no hay restos de archivo propio.
29 Archivo municipal de Salvatierra-Agurain, caja 2, no 13, en Archivo municipal de Salvatierra-Agurain, ed. de Pozuelo Rodríguez, 2010.
30 De noviembre de 1422 tenemos un magnífico ejemplo de documento de cancillería señorial, por el que doña Constanza de Ayala escribe a Johan Bañez de Artazubiaga y parientes de la Casa de Báñez (de Arrasate/Mondragón), para que acudan a las honras de su difunto marido.
31 Los Lazarraga de Oñate, además de laboriosos cronistas, son el único caso conocido de linaje que construye torre y archivo otorgando a este la suficiente relevancia como para incrustarlo en los muros de piedra de la torre, con puerta de hierro colado como cierre de seguridad. Véase Aguinagalde Olaizola, 2014.
32 Véanse Bougard, Bührer-Thierry, Le Jan, 2013; Coste, Minvielle, Mougel (eds.), 2014; Le Jan, 1995; Luther-Viret, 2014.
33 Aguinagalde Olaizola, 2016.
34 Como es el caso del vizcaíno J. B. de Iturriza, quien organiza entre 1780 y 1811 nada menos que 43 «papeleras», la práctica totalidad de los archivos de los mayorazgos vizcaínos de la época.
35 Se trata, de cualquier modo, de un fenómeno básicamente urbano. Todos los especialistas coinciden en señalar que la sociedad vasca urbana segrega una élite de gobierno, cuya nómina nos va siendo conocida [Irijoa Cortés, 2006, pp. 296-305; Aguinagalde Olaizola, 2016, para 1480-1520 (en su mayor parte nacida hacia 1440-1470)]. Se trata de un grupo perfectamente organizado, con una arquitectura y una jerarquía social que se basa en una constelación de parentescos y contra-parentescos, que actúa como un eficaz mecanismo para reproducirse socialmente. Algo que, de manera visual, podríamos definir como un frondoso árbol genealógico patricio, imagen del poder y al servicio de esa arquitectura, cuya sencilla cartografía soporta una propuesta de mapeo de la realidad social y familiar (el estudio de los usos del árbol genealógico, que es un objeto-imagen cultural que tiene su propia historia, revela interesantes detalles sobre las relaciones sociales o el imaginario colectivo). Véase la magnífica presentación de la cuestión de Butaud, Pietri, 2006, y el trabajo pionero de Bizzocchi, 1995.
36 Lo que sucede en la vecina Navarra, con sus riquísimos archivos medievales, puede darnos algunas pistas. Véanse, por ejemplo, los resultados en Ramírez Vaquero, 1990.
37 «la mise en place d’instruments de représentation du Geschlecht à partir du xve siècle inclut en effet également une réorganisation de la gestion de l’écrit, destinée à servir de support à des pratiques (non liturgiques) de commémoration» (Morsel, 2004a, p. 98). Véase también Id., 2000c.
38 Achón Insausti, 1995.
39 Su documentación, procedente del Archivo de los Marqueses de San Millán, fue parcialmente editada por Banús Aguirre, 1971, 1972 y 1973.
40 Dutour, 1998 y 2007; Collas, 2010.
41 Archivo del Marqués del Valle de Santiago (mayorazgo de Olazabal-Veroiz), Sección 7.1.
42 Noticias en Aguinagalde Olaizola, 2016.
43 Archivo del Monasterio de Aránzazu, «Libro de memorias domésticas y personales del comendador Ochoa Álvarez de Ysasaga». Véanse este y otros ejemplos en Aguinagalde Olaizola, 2013a.
44 Klapisch-Zuber, 2009.
45 El índice completo de estos registros sacramentales (hasta 1900) se puede consultar en la página web del Archivo Histórico de Euskadi [en línea].
46 Bono y Huerta, 1979.
47 Archivo municipal de Azpeitia, Serie de documentación de escribanos. En el Archivo de Protocolos de Gipuzkoa (Oñate), se conserva un volumen (aproximadamente 1464-1494), mezcla de registro, chartrier personal y protocolo, del escribano Pero López de Lazarraga, cuyos padres formaban parte de la «corte» de Guebara que he citado antes.
48 Se pueden consultar los procesos vascos de fines del Medievo conservados en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid en la citada página web del Archivo Histórico de Euskadi.
49 Y es fácilmente accesible en los diferentes portales web de cada institución del País Vasco. El más general, el ya citado relativo al Censo de Archivos de Euskadi.
50 Varios ejemplos en Aguinagalde Olaizola, 2013a.
51 Las escrituras de los Loyola, en Fontes documentales de S. Ignatio de Loyola, ed. de Dalmases, 1977, pp. 601-622.
52 «un libro pliego entero, encoadernado en cuero colorado, donde tengo asentado y escripto por mi propia mano y letra todo lo en el contenido y lo que a unos y a otros devo y lo que asymismo unos y otros me deven […] e porque ay en el dicho libro algunas cosillas que no ay por qué manifestarlas, les rrequiero a los que tendrán cargo de este testamento no lo exiban sy no fuere por necesidad» (ibid., p. 577).
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Archivo Histórico de Euskadi
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