Esclavitud y normativa ciudadana
Dinámicas sociales de integración y exclusión en las ordenanzas municipales de la Corona de Castilla (siglos xv-xvi)
p. 223-239
Texte intégral
1La publicación de ordenanzas municipales como fuente histórica1 conoció un gran auge a partir de los años ochenta del siglo xx, cuando su estudio se volvió obligatorio para profundizar en el conocimiento de temáticas tan diversas como el gobierno municipal, la impartición de justicia, la fiscalidad concejil, el proceso repoblador, la convivencia ciudadana, la organización del trabajo o la economía urbana y agraria2.
2Sin embargo, en el caso de la Corona de Castilla, esta fuente no se ha examinado demasiado en el estudio de la población esclava, hecho comprensible si se tiene en cuenta que han primado esencialmente aspectos como el volumen y la procedencia, los mecanismos de la trata, el funcionamiento del mercado y los precios, sobre los que las ordenanzas tienen poco que decir. Tras establecer la utilidad y las limitaciones de esta tipología documental en el estudio de la esclavitud, se abordará directamente el núcleo de este análisis que, como en otras ocasiones anteriores y futuras, abarcará la Corona de Castilla en la transición de la Baja Edad Media a la Alta Edad Moderna3.
3Sin pretender una exhaustividad absoluta, se han estudiado más de un centenar y medio de textos, agrupados por reinos. Habida cuenta del predominio de población esclava al sur del Guadiana, de una parte sobresalen las aportaciones del Reino de Granada4 y, de otra, las de los territorios del valle del Guadalquivir en la Baja Andalucía: los reinos de Sevilla5, Córdoba6 y Jaén7. En el extremo suroriental, el Reino de Murcia realiza contribuciones de envergadura8. Como era de esperar, y a excepción de la región extremeña, no se han localizado aportaciones para los reinos de Castilla, León, Toledo, Galicia o los señoríos vascos9. Trascendiendo el ámbito estrictamente peninsular, se incluyen las Islas Canarias10 y el presidio norteafricano de Bujía11. Allí donde no ha sido posible consultar de primera mano las ordenanzas o la documentación municipal, se ha optado por recurrir a estudios específicos en busca de referencias12.
4Para terminar esta introducción, cabe señalar que el objetivo principal es poner de manifiesto las dinámicas sociales de integración y exclusión de la población esclava en la sociedad castellana. Para ello, cabe adoptar una óptica múltiple distinguiendo entre conductas prohibidas —todo aquello que se prohíbe expresamente— e impuestas —de obligado cumplimiento para toda o parte de la sociedad—, según la tipología establecida por el profesor Porras Arboledas13, a través de cuestiones tan complejas como la identidad grupal, el comportamiento social y el orden público.
Identidad grupal, comportamiento social y orden público
5Aunque se hable en sentido genérico del esclavo, hace ya mucho tiempo que está ampliamente aceptada la premisa de que la población esclava no constituía una clase social. En este sentido, Jacques Heers dilucidó la cuestión al afirmar que era un error hablar de «clase servil», dado que los esclavos no formaban, en modo alguno, una «clase» en ninguno de los sentidos de la palabra. El eminente historiador francés fue más categórico aún al afirmar que ni siquiera constituían una verdadera «categoría social», dado que las condiciones de vida en esclavitud diferían notablemente de un individuo a otro14.
6No obstante, no se puede caer en el error de que la negación, acertada, de la clase social, comporte la negación del grupo, dado que son dos categorías independientes, diferenciadas y no equivalentes (aunque una clase social pueda constituir un grupo). Así, desde el punto de vista de la antropología cultural, hay que aceptar la condición del esclavo como miembro de un colectivo cuyo nexo de unión es una cultura externa a la de la sociedad en la que se inserta, y de la que asimila nuevos modos que integra con los anteriores —cuando no los abandona por completo— a través de un proceso que ha dado en llamarse «aculturación», como culminación de un proceso previo de «transculturación»15. En este sentido, en el caso concreto de la Corona de Castilla, se podrían distinguir fundamentalmente dos grupos de esclavos, los moros y los negros, que constituían dos naciones bien diferenciadas en la documentación notarial, la «nación de moros» (en todas sus variantes) y la «nación de negros» (procedentes de Negrería, tierra de Negros, Terranova o Guinea), si bien es cierto que la segunda plantea problemas de identificación y delimitación mucho más complejos que la primera16. El escaso peso de otras procedencias —canarios, turcos, judíos— y su presencia coyuntural impiden que podamos hablar realmente de grupos en esos casos.
7Las ordenanzas castellanas se refieren al individuo privado de libertad de forma genérica (el esclavo o esclava) o de forma colectiva (los esclavos y esclavas), reconociéndolos por tanto como colectivo social a través de la legislación municipal. Son menos las ocasiones en que encontramos ordenanzas dirigidas de manera específica a moros o negros. El denominador común de este corpus documental es que, al regular la convivencia ciudadana y velar por el orden público, ofrece trazas sobre el comportamiento individual y colectivo de todo el espectro social, incluidas las personas esclavizadas. Aun siendo sobrias, estas pinceladas ofrecen una imagen más social que las frías actas notariales, a partir de la que se pueden establecer dinámicas de integración y exclusión de los esclavos en la sociedad castellana. La integración vendría determinada por comportamientos comunes con el resto de la población libre, en un procedimiento claro de aculturación. Por su parte, la exclusión resulta evidente en la prohibición de participar de estas mismas manifestaciones sociales, pero también en la celebración de fiestas propias y el mantenimiento de ritos procedentes de las culturas de origen, aunque resulte imposible ir más allá e identificarlas por la pobreza de las informaciones.
8No cabe duda de que los comportamientos ajenos a la sociedad cristiana son los que más recelo despertaban entre las autoridades castellanas. De ahí que se comience abordando las disposiciones que prohibían que los esclavos se juntaran para celebrar fiestas, que además podían degenerar en una alteración de la convivencia, con las consiguientes molestias para el resto de la población. Un extracto de 1464, en Jerez de la Frontera, señala:
Fue hablado cómo muchas personas se quexaban que los esclavos negros y blancos en las fuentes se juntauan con panderos y atabales y otros instrumentos, hasían corros y otros ynstrumentos y bulliçios y en ello se recreçía grand daño a los señores cuyos ellos heran de quantos daños de sus hasiendas. Y, ansímismo, hasían ruidos y daños y se herían vnos a otros y avn herían a otros vezinos desta çiudad. Lo qual, manifiesto daño trayan a los bezinos desta çiudad. E por quitar los dichos ayuntamientos, que no se haga [tinta ida] hordenaron las hordenanças que [se siguen]
[Que no se junten más de diez esclavos] Que ninguna ni algunas personas, esclavos prietos ni esclauas prietas ni blancas, de aquí adelante en alguna fiesta, no sean osados de se juntar vnos con otros en ninguna de las cosas sobredichas en número de diez esclavos o esclavas arriba e en ninguna manera ni en casa ni otra parte alguna. So pena que si fuere hallado, que, por la primera bes, cada vno de ellos estará diez días en la cárçel e, por la segunda bes, veynte días y, por la terçera bes, que le den zinquenta asotes y treynta días de pena de cárzel, el que sea escojençia, del señor cuyo el esclavo fuere, si quisiere que por lo librar sean en asotes. E que pague ansy17.
9No es casual la mención de las fuentes. Su localización en espacios abiertos, plazas y plazuelas las convertía en puntos de encuentro ideales, bien para buscar la oportunidad de mantener relaciones sexuales, bien para juntarse con otros esclavos y celebrar fiestas. Resulta difícil establecer qué grado de espontaneidad tenían estas reuniones dado que incluso se llevaban instrumentos musicales, entre los que se citan panderos, atabales y otros que también pertenecerían a la familia de la percusión, probablemente incluso improvisados con cualquier material. Además, es probable que en los corros se cantara igualmente en árabe o en lenguas del África subsahariana, provocando la consiguiente desconfianza de la población libre.
10Estas reuniones debían alcanzar proporciones importantes, pues la ordenanza limitaba los grupos de esclavos que podían estar juntos a un máximo de diez individuos. Aparte del ruido evidente que conlleva toda concentración humana, queda claro que la exaltación y la sensación de impunidad que siempre proporciona el grupo derivaban en altercados públicos en los que no faltaba la violencia verbal y física, entre ellos y con vecinos de la ciudad. En última instancia se reconoce el daño que recibían los propietarios, que se veían privados del trabajo de sus esclavos, tanto mientras estaban de fiesta, como si eran detenidos y cumplían la pena de cárcel estipulada, para lo que se ofrecía la alternativa de los azotes.
11Estas fiestas representan una exclusión en dos sentidos: de una parte, como elemento marginal de la sociedad, la población esclava no participaba en igualdad de condiciones de otras manifestaciones sociales, recurriendo a una vía propia. A su vez, se trata de celebraciones en las que la población libre no tendría cabida, lo que aumentaría el interés de las autoridades concejiles por controlarlas y erradicarlas. Por otra parte, su mantenimiento a pesar de las prohibiciones también se podría interpretar como un medio de integración del individuo esclavo dentro del colectivo social que constituía la población privada de libertad; más aún, estas reuniones podrían incluso propiciar el desarrollo de relaciones y lazos de solidaridad, que a su vez se podrían revelar fundamentales en el futuro. Por último, cabe recordar que la inmensa mayoría de la población esclava había sido libre —la adquisición de la condición por vía matrilineal era muy reducida—. Por lo tanto, es indudable que los corros y cánticos reforzaban el mantenimiento de la identidad cultural de origen —o cuanto menos una identidad cultural que no era propia de la sociedad libre— a la vez que, en un ejercicio claro de resistencia a la condición esclava, rechazaba la aculturación en una sociedad que tampoco tenía más interés en integrarlos que en someterlos.
12Jerez de la Frontera no fue la única localidad que se enfrentó al problema de convivencia que generaban las celebraciones de sus esclavos. Así, las ordenanzas de Zafra de 1528 prohibían «que ningunos esclavos ni esclavas de vecinos desta villa se ayunten a hazer sus çerimonias ni comidas so pena de cada çinquenta açotes dados públicamente18». Desafortunadamente, las ordenanzas segedanas no ofrecen más datos sobre la naturaleza de las ceremonias, ni sobre sus componentes (si eran moros o negros), aunque sí introducen un elemento nuevo, el de las comidas, de lo que se deduce, más allá de la disponibilidad de determinados alimentos y de la dieta que les reservaban los dueños, que los esclavos tendrían pocas ocasiones de cocinar a la usanza de sus lugares de origen19.
13También parece claro que en las fiestas se bailaba. Es lo que recogen las ordenanzas de Gran Canaria (1531): «Otrosí que los dichos esclavos no se junten de día ni de noche en ninguna casa, calle ni en campo en convite ny en bayle ni en otra manera alguna20».
14A la luz de las ordenanzas recogidas, habría que reflexionar con más profundidad sobre la identidad de grupo de la población esclava y los medios de socialización al alcance de sus integrantes en aquellos núcleos en los que su presencia era lo suficientemente numerosa como para expresarse en manifestaciones culturales al margen de la sociedad libre. En este sentido, los estudios de psicología social convienen en que ha habido numerosos intentos por definir el concepto de grupo y no siempre han coincidido, pero sí se han podido establecer puntos en común recurrentes. En primer lugar, la aceptación de grupo como conjunto de personas interdependientes y cuya función primordial es facilitar la satisfacción mutua de necesidades a través de experiencias de destino común. En segundo lugar, la formación del grupo coincide con la aparición de una identidad social en forma de conciencia colectiva de grupo, lo que a su vez determina la autodefinición del individuo como miembro. Por último, la interdependencia funcional para las relaciones y la identificación de los miembros se traduciría en un sistema que diferenciaría papeles, normas y valores sociales compartidos21.
15En consecuencia, desde el punto de vista de la psicología social solo cabe afirmar la existencia del grupo esclavo, cuya esencia emanaría de la privación jurídica de libertad del individuo. Naturalmente, esta circunstancia obliga asimismo a realizar las matizaciones oportunas respecto a las premisas generales apenas enunciadas. Así, estas personas esclavizadas, arrancadas de sus sociedades de origen de manera violenta, a merced de la voluntad de los dueños y sus circunstancias, no tenían capacidad ni autonomía para formar grupos delimitados duraderos, ni menos aún con una estructura definida en la que se diferenciaran papeles, normas y valores sociales. Sin embargo, el carácter efímero de las fiestas y reuniones no niega el sentido final del grupo: encontrar una satisfacción común y mutua compartiendo expresiones culturales, que podían ser comunes o no en función de la procedencia individual de cada esclavo, pero cuyo límite en cualquier caso raramente sobrepasaba los de la propia población esclava22. Se trata de circunstancias que llevan al desarrollo de una nueva identidad social, la de esclavo. En consecuencia, también se puede afirmar la propia existencia del grupo a través de una conciencia colectiva, la de que todos sus miembros eran esclavos y reconocían su pertenencia al colectivo en la sociedad que los sometía, aunque no se trate de una elección libre, sino forzada tras la pérdida de la libertad.
16Los esclavos no se juntaban únicamente en celebraciones. En realidad, los espacios urbanos públicos en los que se prohíbe la presencia de esclavos son múltiples en función de las alteraciones que se buscan regular a través de las ordenanzas municipales. Así, por ejemplo, en 1465 el concejo de Jerez de la Frontera decretaba: «Que los esclavos, alhameles y mozos no estén entre las Puertas del Real23». Los desórdenes también debían ser frecuentes en la alhóndiga de Málaga, hasta el punto de obligar al cabildo a debatir y legislar sobre el asunto. Así, en julio de 1493 se discutió sobre los negros y los arrieros que llevaban cargas desde el puerto hasta el recinto, donde permanecían a la espera de quien tuviera necesidad de ellos. Mientras aguardaban todos juntos «haçen algunos desórdenes e rebuelven, roydos, furtos e otras cosas». El alcance de los tumultos decidió a las autoridades municipales a promulgar una ordenanza por la que se prohibía que tanto negros como arrieros permanecieran en el interior del edificio. Se resolvió que en lo sucesivo estuvieran «en la plaza de la puerta de la mar que está delante de la puerta de la alhóndiga, o donde quisieran, contando con que no entren, salvo para llevar o sacar los cargos». Sin embargo, es dudoso que las medidas adoptadas fueran efectivas, pues en mayo de 1533 se volvían a ver en el concejo las reclamaciones, quejas e inconvenientes derivadas de que los esclavos siguieran entrando en la alhóndiga24.
17Si las autoridades civiles no veían con buenos ojos que la población esclava deambulara a su antojo por la ciudad de día, con menor razón aún aceptaban que lo hiciera al amparo de la noche25. Ambas circunstancias son las que prohíben unas ordenanzas murcianas aprobadas en mayo de 1503, dirigidas a los esclavos negros de la ciudad:
Los dichos señores conçejo, por quanto a cabsa de andar tan sueltos y exentos los esclavos negros en esta çibdad de Murcia e fazen muchos furtos y entre ellos otros acaesçien muchas quistiones y heridas y muertes. Por ende, los dichos señores conçejo proveyendo e recordando lo susodicho, ordenaron y mandaron las cosas siguientes:
Primeramente, que qualquier esclavo negro de quince años e dende arriba que fuere fallado por la çibdad de noche, después de tañida la campana del agueda sea llevado preso a la carçel y este preso toda la noche y pague su señor por él trynta maravedís de su carçelaje y le sean dados antes que salga de la carçel treynta açotes atado a un naranjo.
Otrosy, que qualesquier negros que los días del domingo e fiestas se juntaren a andar o a bever o andar juntos por la çibdad o sus arrabales e fuera della, sean llevados presos a la carçel y sean dados a cada uno dellos treynta açotes e paguen cada uno treynta maravedís de carçelaje e que se pueda fazer pesquisa sobre dicho juntamento e executar la dicha pena.
Otrosy, que todos los días de los domingos e fiestas después de mediodía no ande ninguno negro por la çibdad ni sus arrabales, syno que estén en casa de sus señores, so pena que sy fuer tomado que sea llevado preso a la carçel y le den treynta açotes e pague de carçelaje treynta maravedís, eçebto syno fuere con asno o arbalda o otra cosa que parezca que va a fazer algund serviçio a su amo, con tanto que vaya solo y no se pare en ninguna parte.
18Dos meses después se revisó la ordenanza aprobada. Las medidas se suavizaron y el texto se redujo a tres puntos básicos, destacando, en primer lugar, que se ampliaba a todo el grupo esclavo la orden de que pudieran andar juntos dos individuos los domingos y días festivos, siempre y cuando no portaran armas, palos ni piedras. En Lorca se adoptaban medidas similares por las mismas fechas: se prohibía que los esclavos mayores de quince años se juntaran para comer o ir por la calle, las huertas y otros lugares en día festivo; los esclavos cristianos podían ir dos o tres juntos, mientras que los negros cristianos podían ir de dos en dos siempre que fueran de la misma casa y aunque el otro fuera moro, pero se les prohibía portar armas, palos y piedras y comer fuera de casa del amo26. Así pues, el ruido, las peleas y los robos son los motivos para impedir que los negros deambularan solos por la ciudad, sus arrabales y su término, de día o de noche, incluyendo los festivos. Únicamente estarían exentos aquellos esclavos que estuvieran realizando un servicio para su señor, siempre que fueran solos.
19Es común encontrar disposiciones obligando a respetar el toque de queda. En el cabildo de Jerez de los Caballeros se adoptó un acuerdo en junio de 1528 por el que se prohibía terminantemente que cualquier esclavo, moro o negro, portase armas defensivas de día o de noche, al tiempo que se vedaban las salidas nocturnas después del toque de queda27. En el mismo sentido se expresó el concejo malagueño. Ya en 1529 había recibido una diligencia del Consejo Real para que se tomaran medidas en el sentido de que los dueños de los esclavos moros no los dejasen andar sin prisiones y los encerrasen de noche para mayor seguridad de la ciudad28. La normativa no debía observarse con excesivo rigor, pues en julio de 1556 las actas municipales recogen la obligación de registrarlos ante el escribano del concejo:
… y que los dueños de ellos los ençierren en sus casas poniéndolos a recaudo, de manera que en tocando el Ave María no paresca ningún esclavo so pena de 50 azotes al esclavo en defeto de no pagar tres reales de pena, los cuales se aplican para ayuda a las costas de los atajadores29.
20Se encuentran otras disposiciones similares en Gran Canaria (1531)30, Lepe (1541)31 y Tenerife32. Todas tienen en común la prohibición de que los esclavos salgan de noche una vez realizado el toque de queda, comunicado por el alguacil tañendo la campana. La pena general era pasar la noche en la cárcel y cincuenta azotes, salvo que el dueño pagara por el esclavo un real, la cantidad más extendida.
21En otras ocasiones no estaba prohibido que los esclavos deambularan de noche por la ciudad, sino que realizaran actividades expresamente vedadas al amparo de la oscuridad. Es lo que ocurrió en Jerez de la Frontera en 1511, donde por causa del «estiércol basura que en sus casas se façe lo echan por las calles e muros e barbacanas», por lo que se ordenó:
… que ningunas ni algunas personas, veçinos ni moradores de esta çiudad, ni sus moços, ni esclavos, no sean osados, de oy en adelante, después de tañida la oraçión de el Abe María, fasta esclareçido el día, traer ni llebar ellos, ni sus moços, ni esclabos en cargas, ni a cuestas, ningún estiércol, ni basura a los muladares públicos33.
22De la misma manera, en Gran Canaria había una ordenanza para que «Las esclavas no anden fuera de poblado», en la que quedaba claro que solo podían ir por su cuenta si habían sido tomadas a soldada, pero nunca a ganar dinero al campo o a los ingenios por iniciativa propia. Si se daba el caso de que se hubieran desplazado para hacer ceniza, no podían estar fuera de la ciudad más de dos días34.
23De todos los espacios públicos en los que la presencia esclava estaba vedada o condicionada, los que indiscutiblemente comparecen de manera recurrente son aquellos relacionados con el vino y el juego. Efectivamente, las ordenanzas destinadas a bodegoneros, mesoneros, venteros y taberneros comparten prohibiciones del mismo tenor, en ocasiones solo en relación con la población privada de libertad, en otras englobándola con otros elementos de la sociedad.
24La normativa más antigua la hallamos, como tantas otras veces, en Jerez de la Frontera, cuya «Ordenança venteros e bodegoneros» de 1495 prohibía a todos los propietarios de ventas y bodegones en todo el término de la ciudad que recibieran en sus establecimientos a prostitutas, rufianes, esclavos o criados de los vecinos de la ciudad, ni les permitieran jugar a dados, naipes y otros juegos, ni por supuesto que les compraran cosa alguna35. Más explícitas y expresivas son las ordenanzas de Córdoba y su «Pregón que los esclauos no beuan en las tabernas36»:
En veynte e tres de agosto de quinientos e vno años los señores de Cordoba e corregidor mandaron pregonar lo syguiente:
Que fue platicado en el cabildo desta cibdad que los esclauos beuen e comen en las tabernas, de que roban a sus dueñor para ello, y lo que ganan lo comen e beuen. Sobre lo qual acordaron de proueer que, de aquí adelante, que ningúnd tabernero nin mesonero nin mesonera non sean osados de dar de comer nin de beuer a ningúnd esclauo, blanco nin prieto, nin esclaua, aunque lleue dinero o prenda nin trigo nin pelleios nin ceuada nin otra prenda alguna. E sy fuere por vyno para su dueño con jarro, que ge lo den a la puerta de la taberna sy lleuare dyneros, sy non prenda, que non ge lo den, so pena de treynta açotes.
25En Antequera (1531) la Ordenança de taverneros contiene una entrada específica para esclavos en la que el juego estaba igualmente prohibido, y el vino solo si no iba por él para su amo «con la vasija en la mano37», como en Murcia (1503), donde si los negros «vinieren por vino para sus amos con alguna vasija antes de la dicha hora que ge lo den y no después38». En Baeza (1524) el sentido de «Que en las tabernas no den de comer a esclavos» era asimismo evitar que robaran a sus amos para acudir a ellas, donde «se enborrachan muchas veces y de buenos esclavos se hazen malos39».
26Las prohibiciones se repiten a lo largo y ancho de la Corona de Castilla al sur del Guadiana, en Carmona (1492)40, Trujillo (1521) y Zafra (1528)41, Jaén42, Loja43, Gran Canaria (1531)44, Ronda45, Archidona (1598)46 o La Palma (1610)47. La ordenanza de los bodegoneros de Murcia de 1585 es particularmente reveladora sobre a qué acudían los esclavos a estos establecimientos, y se muestra especialmente tajante sobre el sentido de la normativa48:
Por experiencia se ha visto que de dar de comer en los dichos bodegones y bever a esclavos y acogerlos a dormir en ellos de noche se siguen grandes incomvinientes, y para escusarlos:
Ordenamos y mandamos: que en manera alguna no se les pueda dar ni de comer, ni de bever en los dichos bodegones, ni los acoger a dormir, sestear, reposar, ni en otra manera, ni les puedan comprar leña, fruta, yerba, ni otra cosa de prendas, ni prestar dinero sobre ellas, porque el fin de esta ordenanza es proibir, como se proíbe, todo género de trato y comunicazión con los dichos esclavos, so pena de mil maravedís por cada cosa de las susodichas en que excedieren, aplicados según dicho es.
27Igual de explícitas se muestran las ordenanzas de Ronda49:
Título LVII. Del arancel de los taberneros y bodegoneros […]
5. Ittem que no tomen de esclavo, ni esclava en su casa para vender, ni en prendas, ni por ninguna casa que le hayan dado, trigo, ni harina, ni cevada, ni salvado, ni otra ninguna cosa, so pena que demás de pagallo por de hurto pague trecientos maravedises de pena repartidos como dicho es.
28No es difícil suponer que la combinación de vino y juego derivaría con frecuencia en conflicto entre los asistentes. Y aunque resulta complicado conocer el alcance del cumplimiento normativo, hay indicios que apuntan a que, al menos en Málaga, la población esclava sí encontró dificultades para acceder a estos establecimientos, lo que le llevó a buscar alternativas fuera de ellos. Surgía así un nuevo problema, que obligó al cabildo malagueño a ampliar la ordenanza pertinente en 1529, según queda recogido en las actas capitulares del concejo50:
[ordenanças para que no den de bever a los esclavos a se de pregonar]
En XXXI de agosto de I U DXXIX años en la plaça de Málaga se pregonó esta hordenança por boz de Gonçalo Rodrigues, pregonero, presente muncha gente:
Los dichos señores platicaron en el dicho cabildo sobre que la çibdad tiene hecha ordenança para que ningund tavernero dé a bever ni comer a ningund esclavo por escusar muchos ynconvinientes que sobre esto an sub[çe]dido, so çierta pena contenida en la dicha ordenança que son seysçientos maravedíes e como los dichos esclavos no pueden bever en las tavernas agora nuevamente buscan donde van a bever fuera de las dichas tavernas en casa de vecinos e señores de viñas, que porque desto na[çe] mal enxenplo e otros daños que está notorios que podrían sub[çe]der e por los evitar la dicha çibdad demás de la ordenança que de suso se haze mynçión ordena e manda que ningund vecino desta çibdad ny señor de viña que vendiere vino por menudo sea osado de dar a bever ni a comer a nyngund esclavo so la pena que an los taverneros que lo hazen, lo qual mandaron que ansy se guarde e cunpla e mandan que se pregone públicamente.
29La situación apenas expuesta revela sin asomo de duda que el colectivo esclavo encontraba facilidades para acceder a la bebida de manos del resto de la población. Lo confirman asimismo las actas capitulares de la villa de Écija, que en 1518 recogían la siguiente ordenanza51:
Otrosí, que ningún tavernero ni mesonero sea osado de reçevir en su casa ningún esclavo para comer ni beber ni jugar, so pena quel que lo contrario hiziere, pague trezientos maravedís de pena por la primera vez y por la segunda la dicha pena y diez días de cárçel. Y si fuere otra persona que no sea tavernero ni mesonero público, que pague por la primera vez trezientos maravedís y por la segunda quinientos maravedís; y si acaeçiere que dicho esclavo vendiere o conprare prenda o se hallare en su poder de qualquier de las personas susodichas, ora diga que se la vendió o se la enpeñó o se la dio en guarda, que caiga en pena de ladrón demás de las penas pecuniarias susodichas.
30En consecuencia, no extraña que las ordenanzas de diversos núcleos extremeños se dirigieran a «persona alguna que bendiere bino» (Cáceres, 1569), a «qualquiera persona que vendiere vino» (Los Santos de Maimona, 1583) o a «ninguna persona de cualquier calidad que sea, que vendiere vino, o tuviere taberna e casa de cojer huéspedes» (Llerena, 1585) para prohibirles que dieran de comer y beber a esclavo alguno. Esta prohibición se repetía de nuevo en Jerez de los Caballeros, cuyas actas capitulares se hacían eco de ordenanzas similares en 1521, 1530 y en dos ocasiones más en 154352. En Andalucía se expresaban en el mismo sentido las ordenanzas de Marchena (1528)53.
31Por lo tanto, se puede afirmar que para la población esclava las tabernas, mesones, bodegas y ventas constituían puntos donde socializar y asumir comportamientos propios de la población libre, que acudía a estos establecimientos igualmente a descansar, pasar la noche, beber, comer y jugar. La presencia esclava en ellos, confirmada por numerosas ordenanzas en toda la Corona de Castilla al sur del Guadiana, revela un proceso evidente de aculturación, en el que negros y moros —y esclavos de otras procedencias a buen seguro— asumieron costumbres de la población castellana, con la que también se podían integrar en vista de la aceptación social que demostraba. Esta tolerancia se manifestaba ulteriormente no solo en la aquiescencia para compartir espacios y actividades, sino incluso en la predisposición de la población libre para acoger esclavos en sus casas, facilitándoles un acceso a la comida y la bebida fuera del ámbito doméstico de los dueños y de los espacios públicos mencionados, y que las autoridades concejiles se empeñaban en impedir sistemáticamente por los perjuicios que se derivaban.
32Las razones argüidas por los poderes municipales para reprimir el acceso de los esclavos a estas actividades son siempre de orden público, esto es, evitar que pagaran con lo obtenido de la venta de objetos robados, cuya dudosa procedencia no debían cuestionar quienes regentaban estos locales ni quienes los frecuentaban. Por otra parte, los problemas de embriaguez están sugeridos en las ordenanzas, según se ha visto. Así, en Baeza denunciaban que los esclavos «se enborrachan muchas veces y de buenos esclavos se hazen malos», mientras que en Málaga se recordaban los «muchos ynconvinientes que sobre esto an sub[çe]dido54».
33La documentación notarial deja traslucir que en Málaga el abuso del alcohol era un problema más extendido entre los negros que entre los esclavos de origen musulmán, quizá debido a que estos observaban en cierta medida la prohibición que imponía su religión de consumir bebidas etílicas. El número de esclavas alcohólicas era similar al de los varones, pero, en todo caso, resulta imposible ofrecer una valoración del alcance del problema de la bebida, pues no abundan los documentos en los que los esclavos eran vendidos «por borracho». En todo caso, es evidente que era un problema recurrente asimismo en otros centros esclavistas peninsulares55.
34No se puede considerar que la adquisición de hábitos alcohólicos fuera una adaptación positiva dentro del proceso de aculturación de los esclavos. Los perjuicios que se derivaban, sanitarios, económicos y laborales, debieron ser los mismos que empujaron a las autoridades malagueñas a prohibir en julio de 1532 que los esclavos acarrearan vino en la ciudad56.
35Después del alcoholismo, el segundo vértice de este triángulo de conflictividad que se desarrollaba en las tabernas, dentro del mismo marco de aculturación de la población esclava, era el juego. Efectivamente, está claro que los esclavos robaban —el hurto es el tercer vértice que cierra el triángulo— tanto para beber como para jugar, de ahí que algunas de las ordenanzas ya vistas asociaran en un mismo veto el acceso al vino y cualquier clase de juegos57. Sin embargo, también encontramos ordenanzas exclusivas dedicadas al juego. Así, por ejemplo, en noviembre de 1478 el concejo de Murcia dispuso que los esclavos que jugaran a los dados y otros juegos prohibidos pagaran una multa de seiscientos maravedíes, perdieran el dinero que tuvieran en sus manos y recibieran cincuenta azotes58. Por su parte, las ordenanzas de Los Santos de Maimona (1583) castigaban a los individuos libres que jugaran con esclavos, pero no a estos59. En este sentido, sin duda las ordenanzas con las penas más duras son las del presidio norteafricano de Bujía, en las que también se revelan qué objetos se jugaban la población privada de libertad y otro personal de servicio60:
Otrosí, por quanto de jugar los esclavos, moços y criados de caballeros y otras personas que sirven y biben con amos se siguen ynconbinientes de hurtos y mal serviçio y otros semejantes, ordeno y mando que ninguna persona de qualquier calidad y condiçion que sea no juegue dineros, ni armas, ni ropas ni otra cosa alguno con los dichos esclavos, ni persona de serviçio a ningund juego que sea, so pena de los dichos seisçientos maravedís y tres días en la cárçel de pies en el çepo y de perder todo lo que oviese ganado para quien lo aplican las dichas leyes y premáticas de su majestad y demás de esto, bolver al dicho moço de serviçio o a su amo por él lo que oviere ganado y perder lo que a él le oviere ganado y él aya perdido.
36Todas las ordenanzas recogidas exponen cuestiones relacionadas con la identidad grupal, el comportamiento social y el orden público de la población esclava a través de procesos de socialización y aculturación que contienen tanto dinámicas de exclusión como de integración en la sociedad que los sometía. El hecho de que con frecuencia se le asimile con los estratos sociales más bajos y de peor fama conduce a otro aspecto del «ser esclavo», el que consideraba al individuo privado de libertad un peligro social por sí mismo, al margen de que su comportamiento fuera parejo al de otros sectores de la sociedad libre. Pero ese punto se abordará ya en otra sede.
37El análisis expuesto pone de relieve la riqueza de informaciones albergada por las ordenanzas municipales de la Corona de Castilla para el estudio social de la esclavitud en los siglos xv y xvi. Aunque no se puede hablar de política municipal coordinada, las coincidencias recogidas en las ordenanzas analizadas ponen de manifiesto problemas y soluciones comunes en muchas localidades castellanas al sur del Guadiana, independientemente de su entidad y de la envergadura de la presencia esclava en ellas.
38El objetivo principal era poner de manifiesto las dinámicas sociales de integración y exclusión de la población esclava en la sociedad castellana desde una óptica múltiple. Así, las referencias a celebraciones y reuniones de carácter festivo ofrecen oportunidades para profundizar en la identidad grupal del colectivo esclavo, siguiendo premisas de la antropología y la psicología. En consecuencia, es preciso aceptar que el esclavo era miembro de un colectivo cuyo nexo de unión era la privación jurídica de libertad y la adscripción a culturas externas a la de la sociedad en la que se insertaba, y de la que asimilaba nuevos modos que integraba con los anteriores en un proceso de aculturación. Las ordenanzas distinguen entre dos naciones culturales diferenciadas, la de moros y la de negros, con todas las variantes y limitaciones de identificación precisas. Una vez establecido este punto, se puede afirmar que la integración de la población esclava en la sociedad castellana vendría determinada por comportamientos comunes con el resto de la población libre, mientras que la exclusión resulta evidente en la prohibición de participar de estas mismas manifestaciones sociales, pero también en la celebración de fiestas y el mantenimiento de ritos propios de las culturas de origen, los que despertaban más recelos entre las autoridades castellanas.
39Como elemento marginal de la sociedad, la población esclava no participaba en igualdad de condiciones de otras manifestaciones sociales, por lo que recurría a una vía propia. Se trata de celebraciones en las que la población libre no tendría cabida, lo que aumentaría el interés de las autoridades concejiles por controlarlas y erradicarlas. Por otra parte, su mantenimiento a pesar de las prohibiciones también se podría interpretar como un medio de integración de la persona esclavizada dentro del colectivo social que constituía la población privada de libertad, lo que podría incluso propiciar el desarrollo de relaciones y lazos de solidaridad. Además, cabe recordar que la inmensa mayoría de los esclavos habían sido libres, por lo que es indudable que los corros y cánticos reforzaban el mantenimiento de la identidad cultural de origen —o cuanto menos una identidad cultural que no era propia de la sociedad libre— a la vez que rechazaban la aculturación en una sociedad que tampoco tenía mayor interés en integrarlos que en someterlos, en un ejercicio indiscutible de resistencia a la condición esclava.
40La existencia del grupo esclavo se ve confirmada asimismo desde la óptica de la psicología social, que situaría su esencia en la privación jurídica de libertad del individuo. Este punto central significa asimismo que las personas reducidas a esclavitud no tenían capacidad ni autonomía para formar grupos delimitados duraderos, ni menos aún con una estructura definida en la que se diferenciaran papeles, normas y valores sociales. Sin embargo, el carácter efímero de las fiestas y reuniones no niega el sentido final del grupo, encontrar una satisfacción común y mutua, en este caso compartiendo expresiones culturales, cuyo límite raramente sobrepasaba los de la propia población esclava, con independencia del origen concreto de cada individuo. En este contexto se desarrollaría una nueva identidad social, la de esclavo, de la que derivaría la conciencia colectiva del grupo, en la que todos sus miembros eran esclavos y reconocían su pertenencia al colectivo en la sociedad que los sometía, aunque no se tratara de una elección libre, sino forzada tras la pérdida de libertad.
41Toda concentración de población esclava era percibida como una alteración de la convivencia ciudadana, no solo por el peligro de que derivara en altercados y peleas, sino también porque podía favorecer la comisión de otros delitos, como hurtos o la realización de actividades vetadas. Es lo que llevó a las autoridades concejiles a prohibir que los esclavos deambularan a su antojo por la ciudad y su término, de día o de noche. El toque de queda establecía en todos los casos la hora límite para estar fuera de casa del dueño.
42A lo largo y ancho de la Corona de Castilla al sur del Guadiana, tabernas, mesones, ventas y bodegones constituyen los espacios prohibidos por excelencia, en los que confluían los tres vértices del triángulo de conflictividad social asociado a la población esclava: bebida, robo y juego. Era un círculo vicioso en el que los esclavos robaban para destinar las ganancias al juego y la bebida, lo que a su vez obligó a legislar previniendo que se les comprara nada, ni que se les aceptaran artículos en depósito o trueque, en una acción que demuestra una clara connivencia de los estratos más bajos de la sociedad. Para la población esclava constituían puntos en los que socializar y asumir comportamientos propios de la población libre, que acudía a ellos igualmente a descansar, pasar la noche, beber, comer y jugar, en un proceso evidente de aculturación, a través del cual los individuos privados de libertad asumieron costumbres de la población castellana, con la que también se podían integrar en vista de la aceptación social que demostraba.
43Esta tolerancia no solo se manifestaba ulteriormente en la aquiescencia para compartir espacios y actividades, sino incluso en la predisposición de la población libre a acoger esclavos en sus casas, facilitándoles un acceso a la comida y la bebida fuera del ámbito doméstico de los dueños y de los espacios públicos mencionados, y que las autoridades concejiles se empeñaban en impedir sistemáticamente por los perjuicios que se derivaban.
44No se puede considerar que la adquisición de hábitos alcohólicos fuera una adaptación positiva dentro del proceso de aculturación de los esclavos, en vista de los perjuicios sanitarios, económicos y laborales que se derivaban. El juego también podía figurar desligado de tabernas y mesones y del consumo de vino. Lo que todas las ordenanzas tienen en común es que exponen cuestiones relacionadas con la identidad grupal, el comportamiento social y el orden público de la población esclava a través de procesos de socialización y aculturación que contienen tanto dinámicas de exclusión como de integración en la sociedad que los sometía.
45En definitiva, queda patente la necesidad de recurrir a las ordenanzas municipales en todo estudio global o particular sobre la esclavitud castellana, así como la utilidad de abrir las fuentes empleadas a nuevas metodologías, procedentes de otras disciplinas como la antropología y la psicología, para obtener nuevos resultados que permitan seguir profundizando en el tema.
Notes de bas de page
1 Este trabajo forma parte del Proyecto I+D «Las ciudades de la Corona de Castilla. Dinámicas y proyección de los sistemas urbanos entre 1300 y 1600» (HAR2017-82983-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad y dirigido por los profesores María Asenjo González y David Alonso García; así como de la Red de Excelencia «Esclavitud, servicio doméstico, mestizaje y abolicionismo en los mundos hispánicos» (HAR2017-90783-REDT), dirigida por la profesora Aurelia Martín Casares.
2 Ladero Quesada, Galán Parra, 1982; Ladero Quesada, 1988; Ordenanzas de los Concejos castellanos…; Porras Arboledas, 1994.
3 González Arévalo, 2014. Sobre las fuentes, ibid., pp. 435-440.
4 Por motivos de espacio en esta y en las siguientes notas se citarán solo las ordenanzas con referencias a esclavos: Ordenanzas del concejo de Málaga; Ordenanzas de Antequera (1531); Ordenanzas de Archidona (1598); Ordenanzas de Granada de 1552; Pérez Boyero, 1995; Andújar Castillo, Vincent, 1994; Ordenanzas de Loja; Porras Arboledas, 2005; Ordenanzas municipales de la ciudad de Ronda.
5 Galán Parra, 1986; Ead., 1988; Las ordenanzas de Moguer (1538); Transcripciones del Libro de las Ordenanzas Antiguas de Lepe; Quintanilla Raso, 1986; Lora Serrano, 1986; Ordenanzas del Concejo de Carmona; Ordenanzas del Concejo de Écija (1465-1600); Las ordenanzas de la villa de Marchena (1528); Carmona Ruiz, Martín Gutiérrez, Recopilación de las ordenanzas del concejo de Xerez de la Frontera. Siglos xv-xvi; Fernández Gómez, 1991; Ordenanzas de Sevilla.
6 Véase El libro primero de las ordenanzas del concejo de Córdoba.
7 Argente del Castillo Ocaña, Rodríguez Molina, 1980; Ordenanzas de la muy noble, famosa y muy leal ciudad de Jaén…
8 Ordenanzas de la ciudad de Murcia (1536); Bejarano Rubio, Molina Molina, 1989; Salmerón Juan, Caballero González, 2005.
9 Motivos de espacio obligan a eliminar las referencias bibliográficas consultadas.
10 Morales Padrón, 1974; Peraza de Ayala, 1976; Ordenanzas del Concejo de La Palma.
11 López Beltrán, 1984.
12 El estudio de Rocío Periáñez Gómez ha permitido acceder a las ordenanzas municipales de Llerena (1585), Los Santos de Maimona (1583), Cáceres (1513) y Fregenal de la Sierra (1668), así como a los acuerdos municipales de los cabildos de Trujillo (1521) y Jerez de los Caballeros (1521, 1530, 1543), a la vez que confirma la ausencia de noticias sobre esclavos en las ordenanzas de Valencia de Alcántara, Mengabril (1548) y Villalba (Periáñez Gómez, 2010).
13 Porras Arboledas, 1994, pp. 58-59.
14 Heers, 1996, p. 285.
15 Resultan fundamentales los siguientes estudios: Herskovits, Redfield, Linton, 1936 y Grenon, 1992. Para la problemática del uso actual de estos términos en Antropología véase la contribución de Gianfranco Rebuccini en este mismo volumen. Sobre la ideologización de la noción de aculturación por la noción de raza/nación se hace referencia asimismo a la contribución de Michel Giraud, presente igualmente en esta publicación.
16 Se pueden encontrar numerosos ejemplos en diversos mercados castellanos como Sevilla, Granada o Málaga. Además, resulta particularmente interesante el tratamiento de Aurelia Martín Casares sobre la percepción de los negroafricanos en la sociedad cristiana. Diversos autores han expuesto la necesidad de aclarar el criterio de clasificación etnogeográfico a partir del sentido de la terminología empleada por la documentación. Véase Franco Silva, 1992, pp. 69 y 137; Martín Casares, 2008, pp. 145-157 y González Arévalo, 2006, pp. 59-66. En este sentido, resulta llamativo que el volumen más reciente e importante dedicado a la esclavitud de la población negra en la Castilla moderna no se detenga en esta cuestión, como se desprende de la lectura de Martín Casares, García Barranco, 2008. Para una síntesis sobre el discurso académico cada vez más relativista sobre la noción de cultura y las objeciones a la noción de raza véase, de nuevo, el estudio de Michel Giraud presente en este volumen.
17 Carmona Ruiz, Martín Gutiérrez, Recopilación de las ordenanzas del concejo de Xerez de la Frontera. Siglos xv-xvi, p. 392; las cursivas son del original.
18 Periáñez Gómez, 2010, p. 381.
19 En general no resulta fácil conocer la alimentación de los esclavos. En Málaga encontramos un ejemplo único, las cuentas de gastos realizados con cargo a los bienes del difunto armador Pedro Ruiz, hombre de cierta posición en la ciudad, cuyos esclavos comían lo mismo que sus hijos menores de edad. Véase González Arévalo, 2006, p. 185. Además, había una ordenanza específica sobre la obligación de dar de comer y beber a los esclavos, de la que solo se ha conservado el recordatorio en las actas del cabildo: «La ordenança de dar de bever e comer a negros e esclavos se guarde so pena de seisçientos marauedís cada vez» (AMM, Libro de Actas Capitulares, VI, fo 123vo, 15-IX-1522).
20 Morales Padrón, 1974, p. 106.
21 Para una introducción a la noción de grupo y su estructura se hace referencia a la bibliografía contenida en el volumen de Blanco, Caballero, Corte, 2004. El volumen constituye un puente entre la investigación clásica sobre los grupos y los fenómenos grupales de mayor actualidad, en los que se pueden observar manifestaciones que presentan ciertas similitudes con las recogidas en las ordenanzas municipales castellanas sobre los esclavos. Se agradecen las consideraciones formuladas en este punto y las orientaciones bibliográficas de Carmen Navarro Aparicio.
22 La excepción más evidente la constituiría la coincidencia de esclavos moros en lugares de amplia población mudéjar y morisca, con una cultura islámica común.
23 «Por quanto fue dicho que los esclabos y mozos que andan a la plaza y están entre las Puertas del Real y allí hazen grandes daños a los que pasan con sus frutas como a los mozos de los vezinos y otros honbres desta çiudad y porque en ello se rebuelben ruydos. Y por esto evitar […], mandaron y ordenaron que, de aquí adelante, todos los esclabos y mozos alhameles desta çiudad questán y se acoxen en el llano de la salida de la Puerta del Real al rincón del lado derecho, como salen del postigo primero de la dicha Puerta adentro e detrás de los esparteros, por manera que la entrada y salida de la çiudad sea a todos libre en ninguna cosa susodicha no aya» (Carmona Ruiz, Martín Gutiérrez, Recopilación de las ordenanzas del concejo de Xerez de la Frontera. Siglos xv-xvi, p. 393).
24 AMM, Libro de Actas Capitulares, I, fo 230, 10-VII-1493; ibid., VIII, fo 282vo, 9-V-1533. Este es uno de tantos ejemplos de los inconvenientes de no tener compiladas las ordenanzas: se volvía a debatir sobre los mismos asuntos, sin recordar que ya existía legislación al respecto.
25 En Llerena las autoridades se hacían eco del «desorden que ay en los esclavos desta villa, que andan en quadrillas de noche, e aun remanece que ay muchas quistiones, e hurtos de gallinas e otras cosas, de que a la villa viene mucho daño, e a los vezinos e moradores della» (Periáñez Gómez, 2010, p. 454).
26 Molina Molina, 1978, pp. 115, 116 y 125
27 Periáñez Gómez, 2010, p. 453.
28 AMM, Originales, V, fo 329; AMM, Provisiones, XII, fo 62, 8-I-1529.
29 Reproducido en Marchant Rivera, 2002, p. 82.
30 «Otrosí que qualquier esclavo que fuere hallado de noche después de la campana el alguacil lo prenda e lleve a la cárcel e aya de pena cincuenta açotes al aldavilla o pague un rreal su amo por él para el alguacil qual más quisiere salvo si no llevare cédula de su amo o quando no viere salido con él, que en estos casos no cayga en pena alguna» (Morales Padrón, 1974, p. 106).
31 «[Quel esclavo que fuere tomado tañida la campana que lo lleven a la cárcel, lo tengan en el cepo e pague su amo un rreal si no quisiere que pague çinquenta açotes]» (Transcripciones del Libro de las Ordenanzas Antiguas de Lepe, p. 54).
32 En cabildo del 7 de marzo de 1522 se recordaba que «de noche hacen más daños que de día; para excusar los dichos daños ordenaron que en esta ciudad y lugar del Araotava, en tañendo la campana de queda, no anden más por la dicha ciudad ni lugar, y si fuere tomado el tal esclavo o esclava después de la campana tañida, sea llevado al calabozo y por la mañana sea suelto y pague treinta mrs. los 22 para el alguacil y los 8 para el carcelero», (Acuerdos del Cabildo de Tenerife. IV, 1518-1525…, p. 128). Además, las ordenanzas establecían que «Que los esclavos no anden de noche. Yten que cada vno tenga encerrados y con guarda sus esclavos; y no los dexe salir de noche, después de tañida la queda, so pena que el tal esclauo o esclaua sea preso y pague su dueño vn real al alguacil, de más del carcelaje» (Peraza de Ayala, 1976, p. 218).
33 Carmona Ruiz, Martín Gutiérrez, Recopilación de las ordenanzas del concejo de Xerez de la Frontera. Siglos xv-xvi, p. 381.
34 Morales Padrón, 1974, pp. 140-141.
35 Carmona Ruiz, Martín Gutiérrez, Recopilación de las ordenanzas del concejo de Xerez de la Frontera. Siglos xv-xvi, pp. 359-360.
36 Véase El libro primero de las ordenanzas del concejo de Córdoba, pp. 499-450.
37 Ordenanzas de Antequera (1531), p. 38.
38 Molina Molina, 1978, pp. 125-126.
39 Argente del Castillo Ocaña, Rodríguez Molina, 1980, p. 71.
40 «Título de la entrada de vino e taverneros: [viii que no den de comer a casados ni esclauos]» (Ordenanzas del Concejo de Carmona, p.121).
41 Periáñez Gómez, 2010, p. 421.
42 Rodríguez Molina, 1983, p. 495.
43 Ordenanzas de Loja, pp. 131, 132 y 188.
44 Morales Padrón, 1974, p. 152.
45 Ordenanzas municipales de la ciudad de Ronda, p. 213.
46 Ordenanzas de Archidona (1598), pp. 71-72.
47 Ordenanzas del Concejo de La Palma, p. 34.
48 Salmerón Juan, Caballero González, 2005, p. 264.
49 Ordenanzas municipales de la ciudad de Ronda, p. 264.
50 AMM, Libro de Actas Capitulares, VII, fo 225vo, 31-VIII-1429. La normativa se abordó de nuevo en mayo de 1532, y tal cual se incluyó en la recopilación de 1556. AMM, Libro de Actas Capitulares, VIII, fo 102, 8-V-1532; Ordenanzas del concejo de Málaga, p. 183.
51 Ordenanzas del Concejo de Écija (1465-1600), p. 180.
52 Periáñez Gómez, 2010, pp. 383 y 421.
53 Las ordenanzas de la villa de Marchena (1528), p. 146.
54 Véanse notas 39 y 50. Además, las actas capitulares de Carmona recogen cómo el cabildo se hacía eco en 1492 del daño que producían las tabernas porque los esclavos se hacían ladrones, robando a sus dueños, para divertirse en ellas. Posteriormente, en septiembre de 1499 se prohibía que mesoneros y taberneros dieran vino a los esclavos y se ordenaba que les impidieran jugar con dinero. Véase Franco Silva, 1992, p. 216.
55 González Arévalo, 2006, p. 162. Para Sevilla, Alfonso Franco Silva ofrece un porcentaje entre el diez y el quince por ciento para la población esclava con problemas de alcoholismo (Franco Silva, 1992, p. 217).
56 AMM, Libro de Actas Capitulares, VIII, fo 125vo, 5-VII-1532. Recogido así en Ordenanzas del concejo de Málaga, p. 339.
57 En Jerez de la Frontera se les prohibía «jugar dados, ni naipes, ni otros juegos», además de beber en las tabernas. Véase nota 34.
58 Molina Molina, 1978, p. 115.
59 Periáñez Gómez, 2010, p. 382.
60 López Beltrán, 1984, p. 233.
Auteur
Universidad de Granada
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