Niveles de vida en la minería española (1870-1913)
Historiografía y nuevos enfoques e hipótesis
p. 89-126
Texte intégral
1Gérard Chastagnaret defendió en 1985 su tesis de Estado Le secteur minier dans l’économie espagnole au xixe siècle1. La tesis contenía un capítulo dedicado al estudio de los niveles de vida durante el ciclo expansivo de la minería, razón por la que hemos considerado oportuno participar en el libro homenaje al profesor Chastagnaret con un trabajo sobre un tema del que fue investigador pionero2. Además de sintetizar lo publicado en las tres últimas décadas, proponemos nuevos enfoques y nuevas hipótesis de trabajo.
I. — Un repaso historiográfico
2A comienzos de la década de 1980 predominaba una visión crematística del nivel de vida ya que, por lo general, renta per capita o salario eran considerados sinónimos de bienestar. Sin embargo, en el capítulo de su tesis «La mine et le monde ouvrier», Gérard Chastagnaret abordó el estudio del nivel de vida utilizando tres variables asimilables a las partes que integran el Índice de Desarrollo Humano: salarios, mortalidad y equipamiento escolar. A este indudable mérito se sumaron unas conclusiones premonitorias. Pese a que los salarios nominales de los mineros aumentaron durante el último tercio del xix, Chastagnaret sostuvo que su bienestar debió deteriorarse por la elevada mortalidad de las poblaciones donde vivían y por el escaso equipamiento escolar, situación que cambió entre principios de siglo y la Primera Guerra Mundial ya que entonces crecieron los jornales, aumentó la esperanza de vida y también el número de escuelas.
3Durante las tres últimas décadas se han publicado numerosos trabajos sobre niveles de vida en la minería3. Comentar todos y cada uno de ellos desbordaría los límites razonables de este capítulo, de manera que nos referiremos a los que han estudiado los salarios, la mortalidad, el trabajo infantil y la estatura. Una relación de otras contribuciones sobre consumo, salud, medioambiente, vivienda, siniestralidad laboral y papel que las relaciones laborales jugaron en la mejora del bienestar aparece en nota a pie de página4. También debemos señalar que nos hemos centrado en los años del «boom» minero (1870-1913), por lo que no comentaremos trabajos que versan sobre períodos anteriores y posteriores5.
4Conocemos los jornales nominales de Riotinto, Murcia y Vizcaya. Los primeros son los de los peones de la Rio Tinto Company y proceden de un manuscrito inédito de 1957 reproducido por Harvey6. Información adicional contiene el libro de Carlos Arenas sobre la empresa británica7. La serie de Murcia la ha elaborado Ángel Pascual Martínez Soto con distintas fuentes, entre ellas la contabilidad de la Mina Fuensanta de Mazarrón, una compañía que extraía plomo8. La de los peones de Vizcaya la han confeccionado Antonio Escudero y Pedro Pérez Castroviejo utilizando diversas fuentes9. El cuadro 1 muestra la evolución de los salarios nominales de los peones, el grueso de la mano de obra de esas tres cuencas mineras.
5Los salarios eran inferiores en Murcia debido no sólo a la menor productividad, sino a la existencia de un mayor ejército de reserva y a la debilidad del poder sindical10. Destaca por otro lado la atonía que experimentan las tres series, hecho que debe interpretarse así: durante el ciclo expansivo del sector, el crecimiento de la demanda externa de mineral de hierro, plomo y piritas arrastró consigo la demanda derivada de trabajo y los salarios, pero éstos subieron poco por el simultáneo aumento de la oferta de trabajo provocado por la masiva inmigración a las cuencas mineras desde zonas agrarias próximas con productividad marginal cero.
Cuadro 1. — Jornales nominales de los peones de las minas de España (1876-1913 [pesetas]
Riotintoa | Murciab | Vizcayac | |
1876 | 2,79 | 2 | 2,50 |
1900 | 3,24 | 2,20 | 3 |
1913 | 3,62 | 2,60 | 3,30 |
Tasa media | 0,69 % | 0,71 % | 0,75 % |
6Convertir los salarios nominales en reales exige disponer de un índice del coste de la vida que contemple: 1) los precios al por menor y en la zona objeto de estudio de los bienes y servicios consumidos por los trabajadores; 2) la importancia relativa de cada uno de esos bienes y servicios en el consumo; y 3) las variaciones de la demanda derivadas de la ley de Engel. Estas exigencias hacen difícil construir índices del coste de la vida en períodos preestadísticos, por lo que sólo puede utilizarse el que Pérez Castroviejo y Tusell han elaborado para la ría de Bilbao11. Contiene los precios al por menor de alimentos, vivienda, vestido, limpieza, aseo, luz y calor y la estructura del gasto está dividida en dos períodos (1876-1905 y 1906-1913). Como otros índices del coste de la vida de España y de otras regiones, presenta un moderado crecimiento, si bien los precios aumentaron más en la ría de Bilbao durante la década de 1880 como consecuencia del fuerte proceso de inmigración12. Escudero y Pérez Castroviejo lo han utilizado para deflactar los jornales nominales de los mineros de Vizcaya y, como veremos más adelante, sus salarios reales crecieron modestamente entre 1876 y 1882; se deterioraron entre 1883 y 1890 y volvieron a aumentar de modo ininterrumpido hasta 191313. Ello no obstante, su tasa de crecimiento entre 1876 y 1913 fue inferior a la de los nominales (0,35 % frente a 0,75 %).
7Aunque carecemos de índices con los que deflactar los jornales de Riotinto y Murcia, no es aventurado sostener que la conducta de los precios en ambas cuencas debió ser similar a la de Vizcaya en la década de 1880 y parecida a la del resto de España después. Parece así razonable mantener una doble hipótesis: los salarios reales de Riotinto y Murcia debieron disminuir en los años ochenta como consecuencia del fuerte aumento de la demanda de alimentos y vivienda provocado por la inmigración y luego debieron aumentar modestamente.
8Disponemos de trabajos sobre mortalidad en las principales cuencas mineras. Para Vizcaya, los de González Ugarte, Pérez Fuentes, Arbaiza y Pérez Castroviejo14. Para la sierra de Cartagena, los que han escrito conjuntamente Navarro Ortiz, Martínez Soto y Pérez de Perceval15. Para la cuenca minera de hierro de Alquifes, en Granada, los de Arón Cohen16. Para Linares, el de Moreno Revilla y para la comarca de Riotinto el de Ferrero Blanco17.
9En el cuadro 2 aparecen las tasas brutas de mortalidad del período 1860-1910 en la España rural, en la urbana y en algunas poblaciones mineras. Las tasas brutas están condicionadas por la estructura por edad de la población, de manera que utilizarlas no es el método ideal para efectuar comparaciones sobre la conducta de la mortalidad, pero no por ello dejan de ser indicadores aceptables. El cuadro 2 arroja conclusiones que podemos sistematizar así:
ª. — Las columnas 1 y 2 demuestran que, al igual que otros países, España padeció urban penalty durante su primer proceso de industrialización. Aunque el cuadro abarca el período 1860-1910, la sobremortalidad urbana perduró hasta finales de la década de 192018. 2ª. — El contraste entre la columna 2 (media de la España urbana) y las de las poblaciones mineras evidencia que la urban penalty fue mayor aquí hasta 1900 en casi todos los casos. 3ª. — Llama la atención, finalmente, que en 1910 los pueblos mineros de Vizcaya tuvieran tasas inferiores a la España urbana y rural y que, en cambio, El Beal y Alquife continuaran teniendo tasas superiores a la de la España urbana. Resulta asimismo destacable que, todavía en 1910, la tasa de El Beal fuera de 46,4 por mil. Volveremos sobre ello en el último epígrafe del trabajo ( «Los políticos liberales ante la urban penalty»).
10Un método más afinado para comparar la conducta de la mortalidad es utilizar la esperanza de vida. Hemos confeccionado para ello el cuadro 3, donde aparece la esperanza de vida al nacer en España, en la zona industrial de Bilbao y en la zona minera de la Sierra de Cartagena entre 1867 y 1910. La de la zona industrial de Bilbao es la media aritmética de las que González Ugarte y Arbaiza han estimado para Sestao y Baracaldo, los dos núcleos urbanos más poblados de la margen izquierda de la ría y donde existían barrios mineros19. La de la Sierra de Cartagena es la que Navarro Ortiz, Martínez Soto y Pérez de Perceval ofrecen para la diputación de El Beal, perteneciente al municipio de Cartagena y donde se ubicaban varios pueblos mineros20.
Cuadro 3. — Esperanza de vida al nacer en España, en la zona industrial de Bilbao y en la Sierra de Cartagena
Años | Españaa | Zona | Zona minera de Sierra |
1867 | 29, 8 | — | — |
1877 | — | 36, 5 | — |
1890 | — | 19, 9 | 18, 2 |
1895 | — | 29, 2 | 20, 5 |
1900 | 34, 9 | 30, 4 | — |
1910 | 41, 5 | 39, 1 | — |
11El cuadro ratifica que la urban penalty alcanzó una especial virulencia en los barrios obreros y mineros ya que la esperanza de vida en la margen izquierda del Nervión era de 36,5 años antes de comenzar el «despegue» minero e industrial —cifra sin duda superior a la media de España—; descendió a 19,9 años en 1890; a 29,2 en 1895 y, todavía en 1900 (30,4), no había superado la cifra inicial de 1877, situándose, además, por debajo de la española (34,9). Algo similar ocurrió en la zona minera de Cartagena, donde la esperanza de vida fue de 18,2 años en 1890 y de 20,5 en 1895. En 1910, la zona industrial de Bilbao había alcanzado una esperanza de vida superior a la de 1877, pero todavía inferior a la media de España.
12Los colegas que han estudiado la mortalidad de las zonas mineras han aportado información etiológica que demuestra que se debió a enfermedades infecciosas transmitidas por el aire o por la ingestión de agua o alimentos en mal estado y la han explicado combinando la hipótesis alimentaria de McKeown (nutrición deficiente) con la de salud pública (aumento de los riesgos de enfermar como consecuencia de una urbanización anárquica). En la segunda parte del trabajo volveremos sobre ello ya que, a nuestro juicio, la urban penalty de los pueblos y barrios mineros puede analizarse mediante el reciente modelo ofrecido por Fogel, Floud y Harris, que opera tanto con las medidas de salud pública como con el estado nutricional, fruto, a su vez, de la nutrición, de las condiciones laborales, de la morbilidad y de la generalización del modelo de Male Breadwinner Family.
13El trabajo infantil ha sido estudiado por Borrás, Cohen, Arenas, Ramas Varo, Pérez de Perceval y Sánchez Picón21. El cuadro 4 muestra el porcentaje de mano de obra infantil (menores de 18 años) en algunas cuencas mineras:
14Aunque en el cuadro hemos seleccionado cinco cuencas, los datos que Pérez de Perceval y Sánchez Picón han obtenido para toda España ponen de manifiesto que la minería fue, junto con la agricultura, la actividad que más niños empleó: alrededor del 20 % de la población que trabajaba en el sector, porcentaje que comenzó a disminuir en la década de 1920. La oferta de trabajo infantil es función de los ingresos familiares, de la fecundidad y de la cultura de los padres, mientras que la demanda lo es del salario infantil, todo ello ceteris paribus el marco institucional. Durante la Primera República, se promulgó la conocida como Ley Benot, que prohibía el trabajo en las minas a los menores de 10 años, estableciendo una jornada máxima de cinco horas para los menores de 13 y de ocho para los menores de 17. Sin embargo, la información estadística disponible y los informes de la Comisión de Reformas Sociales demuestran que fue papel mojado entre 1873 y marzo de 1900, fecha en la que se aprobó otra que prohibía emplear a niños menores de 10 años y establecía una jornada de seis horas para los de menos de 14 años, obligando a las empresas a construir escuelas donde los niños estudiaran dos horas al día en caso de que la pública distara más de dos kilómetros de la mina. Los colegas arriba citados coinciden en que tampoco esta ley se cumplió o, en todo caso, sus efectos fueron de poco calado.
15Mediando un marco institucional que de facto no reguló la contratación de menores, las razones de oferta y demanda arriba señaladas pueden explicar que Almería y Murcia tuvieran mucho trabajo infantil y Linares y Vizcaya menos. Nuestra hipótesis es que los bajos salarios de los padres, la elevada fertilidad y el también elevado analfabetismo incrementaron la oferta de trabajo infantil en Almería y Murcia provocando que los jornales de los niños fueran muy bajos, lo que explicaría porcentajes de trabajo infantil del 27 al 33 %. Por el contrario, los mayores salarios de los padres, la menor fertilidad y el menor grado de analfabetismo restringieron la oferta de trabajo infantil en Jaén y Vizcaya encareciendo los jornales de los muchachos, razón por la que la demanda de trabajo infantil fue notablemente menor. Huelga decir que este enfoque general no es óbice para desechar otros factores específicos. Así —y como han señalado Sánchez Picón y Pérez de Perceval—, las características geológicas de muchos criaderos de Almería y Murcia y la nula mecanización del laboreo dado el minifundismo empresarial coadyuvaron a que los patrones emplearan para el transporte subterráneo a niños de corta edad porque podían moverse con facilidad en las estrechas galerías22.
16Un problema que han suscitado las investigaciones es la diferencia entre las cifras de trabajo infantil que aparecen en los libros de Registro de Personal de la Río Tinto Company y en las Estadísticas Mineras. Como puede observarse en el cuadro 4 (p. 95), éstas ofrecen un porcentaje del 10 % entre 1876 y 1913, mientras que los datos obtenidos por Carlos Arenas de la primera fuente son muy distintos: 45 % de niños de 14 años o menos de esta edad entre 1873 y 1900; 52 % entre 1890 y 1900 y 40 % entre este último año y 191023. La disparidad es enorme y requiere una investigación que resuelva problema.
17El abundante trabajo infantil fue un obstáculo para elevar el nivel de vida en las cuencas mineras del sudeste porque los niños vieron mermadas su salud y su educación, dos «derechos de acceso» necesarios para prosperar. Retomaremos este asunto en la parte final del trabajo.
18El servicio militar ha sido obligatorio en España hasta el año 2000. Todos los mozos eran tallados en los ayuntamientos, incluidos los que luego no cumplían el servicio porque pagaban al Estado su «redención»24. En muchos casos, los ayuntamientos han conservado las denominadas Actas de Clasificación y Alistamiento, donde aparece el nombre del mozo, su lugar de nacimiento, su profesión y su estatura. Esta rica documentación ha servido a Martínez Carrión para reconstruir la estatura media en las poblaciones mineras del sudeste y a este mismo colega, Pérez Castroviejo, Pérez de Perceval y Martínez Soto para realizar un muestreo para el conjunto de la minería española25.
19Disponemos así de la evolución de la estatura en cinco municipios mineros: Nerva (Huelva), Vera (Almería), Mazarrón (Murcia), Cartagena (Murcia) y San Salvador del Valle (Vizcaya). El muestreo es significativo porque todos tenían más de 5.000 habitantes y porque contempla piritas, hierro y plomo además de laboreo subterráneo y a cielo abierto. Excepción hecha de la serie de San Salvador del Valle (1856-1949), todas comienzan con los nacidos en 1837 y finalizan con los que los hicieron en 1949 menos la de Cartagena, que termina en 1900 porque no se han conservado las actas del siglo xx. Los datos antropométricos del período 1850-1910 arrojan cuatro conclusiones:
ª. — La estatura de los mineros que pasaron su infancia y adolescencia entre mediados y finales del xix fue inferior a la de las cohortes nacidas antes de 1850.
ª. — La talla de los mineros que pasaron su infancia y adolescencia entre fines del xix y 1910 se situó por encima de la que tenían los nacidos antes de 1850.
ª. — La estatura de los mineros de San Salvador del Valle y de Nerva descendió menos que la del sureste durante el último tercio del xix y aumentó más después.
ª. — La talla del sureste fue la más corta, llegando a disminuir hasta límites liliputienses ya que la media de los mineros de Cartagena nacidos entre 1876 y 1880 fue de 1,57 centímetros.
20A la vista de estos resultados, el nivel de vida biológico de los mineros españoles descendió durante la segunda mitad del xix como consecuencia de una nutrición deficiente, de unas también deficientes condiciones laborales y de una elevada morbilidad, ocurriendo todo lo contrario desde fines del xix a la Primera Guerra Mundial. Cabe asimismo destacar que Huelva y Vizcaya presentan niveles de vida superiores al sudeste y que el deterioro de la estatura fue especialmente grave en las minas de plomo de Cartagena, probablemente como consecuencia del elevado número de niños que trabajaban en labores subterráneas26.
21Los resultados que hemos expuesto datan de 2005 y deben revisarse porque los especialistas han advertido que las Actas de Clasificación y Alistamiento presentan el problema de los cambios en la edad de reclutamiento. Se trata de que no siempre se llamó a filas a jóvenes de 21 años, sino de 19 y de 20, lo que obliga a estandarizar la estatura a los 21 años porque entre los 19 y los 21 todavía se crece27. Varios colegas lo han hecho añadiendo a la estatura media de 19 y/o 20 años el crecimiento medio experimentado por los cortos de talla, crecimiento que conocemos porque estos jóvenes eran obligados a volver a medirse durante tres años y su estatura a los 20 o 21 años se anotaba en las llamadas Actas de Revisión28. Escudero y Pérez Castroviejo han estandarizado la talla de San Salvador del Valle obteniendo unos resultados que se exponen más adelante, pero las otras series mineras no lo han sido todavía.
22¿Qué estado de la cuestión se desprende de las investigaciones que hemos mencionado? Muy en síntesis, el que ofreció Gérard Chastagnaret en su tesis de Estado y que antes calificamos de premonitorio. Entre la década de 1870 y fines del xix, el salario real creció poco, pero este dato moderadamente optimista choca con otros pesimistas: elevada mortalidad y descenso de la talla. Por el contrario —y aunque los salarios reales también aumentaron poco entre 1900 y 1913—, ese crecimiento fue acompañado de una disminución de la mortalidad y de una mayor estatura, lo que indica una mejora del nivel de vida entre principios del xx y la Primera Guerra Mundial. Otro hecho evidente es que el punto más negro del bienestar se situó en la sierra de Cartagena no sólo porque durante la segunda mitad del xix fuera la zona con los salarios más bajos, las mayores tasas de mortalidad y el mayor deterioro de la talla, sino porque las mejoras que se produjeron desde principios del siglo a 1913 fueron inferiores a las de las otras cuencas.
II. — Nuevos métodos y nuevas hipótesis de trabajo
23Presentamos en este apartado sugerencias metodológicas e hipótesis de trabajo que pueden enriquecer el estudio de los niveles de vida de las clases trabajadoras urbanas durante la primera industrialización española. Las sugerencias metodológicas son «cruzar» indicadores del bienestar e incorporar las aportaciones de la Teoría Económica sobre fallos de mercado al análisis de la morbimortalidad en los barrios obreros. En cuanto a las hipótesis, creemos que la urban penalty puede explicarse mediante el modelo que Fogel, Floud y Harris han propuesto recientemente para Gran Bretaña y, con el ánimo de abrir una línea de investigación ya desarrollada en otros países, ofrecemos una posible respuesta a esta pregunta: ¿por qué los políticos liberales de la Restauración tardaron décadas en acometer las medidas de salud pública necesarias para paliar la urban penalty?
«Cruzar» indicadores del bienestar: el caso de los mineros de Vvizcaya (1876-1913)
24Plantearemos primero la conveniencia de estudiar el nivel de vida contrastando varios indicadores para referirnos luego a una reciente investigación sobre el bienestar de los mineros de Vizcaya que ha utilizado esta metodología.
25Estimar el nivel de vida mediante la renta per capita o el salario posee ventajas ya que el ingreso monetario constituye una parte del bienestar; guarda relación con los demás elementos del nivel de vida; escapa a juicios de valor y sirve para realizar comparaciones nacionales e internacionales29. Sin embargo, renta por persona o salario presentan a veces asimetrías con otros componentes del bienestar como esperanza de vida, niveles sanitario y educativo, condiciones laborales, tiempo de ocio disponible, costes de la vida urbana o degradación del medio ambiente30.
26Estos inconvenientes han hecho surgir indicadores alternativos al ingreso. Destaca entre ellos el Índice de Desarrollo Humano, que contempla la salud y la educación, dos elementos del bienestar no necesariamente dependientes del ingreso que son asimismo «derechos de acceso» necesarios para prosperar31. El IDH tiene tres partes (PIB per capita en dólares constantes y ajustados a la paridad del poder adquisitivo, esperanza de vida al nacer y nivel cultural) y se obtiene mediante su promedio simple32. Este indicador parece más adecuado que el ingreso, pero también posee inconvenientes porque no contempla el tiempo de ocio disponible, los costes de la vida urbana o la degradación del medio ambiente, incurriendo además en un juicio de valor al asignar un tercio del nivel de vida a cada una de sus partes33. Aunque el IDH se ideó para medir el bienestar de países o regiones, veremos más a delante que es posible estimarlo en casos concretos como el de los mineros vascos sustituyendo la variable PIB per capita por el ingreso por miembro de familia y la de cultura por la tasa de alfabetización.
27En la década de 1980 —y al calor del debate sobre el nivel de vida de la clase obrera británica durante la Revolución industrial—, comenzaron a desarrollarse estudios de antropometría, otra forma de estimar el bienestar utilizada ya a mediados del xix y olvidada luego por economistas e historiadores. Prueba de ello es que, en el primer tomo de El Capital, Marx relacionaba las largas jornadas de trabajo con el descenso de la talla de los soldados, citando este texto de la obra de Justus von Liebig La química orgánica y su aplicación a la agricultura y a la fisiología publicado en 1840:
En general, dentro de ciertos límites, el rebasar el grado medio de su género es, en los seres orgánicos, síntoma de prosperidad. La talla del hombre disminuye al disminuir su prosperidad, sea por causas físicas o por condiciones sociales. En todos los países europeos en que rige el servicio militar obligatorio, se viene observando que la talla media del hombre adulto, y en general su actitud [sic] para el servicio disminuye constantemente desde la implantación de este régimen. La talla mínima del soldado de infantería en Francia, antes de la revolución (1789), eran 165 centímetros; en 1818 (ley del 10 de marzo), 157 y según la ley del 21 de marzo de 1832, 156 centímetros; por término medio, en Francia, se declaraban exentos por falta de talla y por enfermedad, más de la mitad de los reclutados. En Sajonia, la talla militar era, en 1780, de 178 centímetros; en la actualidad, es de 155. En Prusia, 157. Según los datos comunicados en la «Bayrische Zeitung» de 9 de mayo de 1862 por el doctor Meyer, sacando la media de 9 años, se ha observado que, en Prusia, de cada 1.000 reclutas que entran en caja son declarados inútiles para el servicio 716: 317 por no dar la talla y 399 por enfermedad […] En 1858, la ciudad de Berlín, no pudo cubrir el cupo de reclutas suplentes; faltaron 156 hombres». (J.v. Liebig, «Die Chemie in ihrer Anwendung auf Agrikultur und Physiologie», 1862, 7ª ed., t. I, pp. 117, 118)34.
28Aunque en la estatura existe una carga genética, es potencial y se altera por tres factores que, junto con lo genético, terminan modelándola hasta los 20-22 años. Se trata de la nutrición, la morbilidad y el desgaste físico porque la talla es resultado del «input nutricional neto», la diferencia entre el «input nutricional bruto» —los nutrientes ingeridos— y la energía gastada vía metabolismo basal, actividad física y enfermedades. Todo ello hace de la estatura media un indicador sintético del denominado «nivel de vida biológico» o «estado nutricional» ya que la nutrición refleja el ingreso monetario y la morbilidad y el desgaste algunos de los más importantes elementos no crematísticos del nivel de vida (medio ambiente epidemiológico, nivel sanitario y condiciones laborales)35. Por otro lado, la talla es especialmente sensible a esos tres factores en los primeros años de vida y, sobre todo, durante el «tirón» de la adolescencia ya que, mientras que condiciones desfavorables en la infancia pueden ser compensadas luego, resultan prácticamente irreversibles cuando acontecen entre los 13 y 17 años.
29Además de ese carácter sintético, la estatura posee la ventaja de que existen fuentes militares que informan sobre su evolución desde finales del siglo xviii. Ello no obstante, también tiene defectos porque no recoge elementos del bienestar como el consumo de bienes industriales y de servicios, la alfabetización, el tiempo de ocio disponible o la degradación del medio ambiente.
30Todo lo dicho evidencia que no existe un indicador que capte todas las dimensiones del bienestar o que lo haga sin incurrir en juicios de valor, de manera que el estudio de los niveles de vida puede enriquecerse «cruzando» varios. Este método ha sido utilizado con éxito para analizar la evolución del bienestar de la clase obrera británica durante la Revolución industrial y Escudero y Pérez Castroviejo lo han empleado en el caso de los mineros vascos contrastando salarios reales, IDH y estatura durante el período 1876-193636. Ofrecemos a continuación los resultados de este trabajo ciñéndonos a los años del «boom» minero (1876-1913).
31Los jornales nominales proceden de varias fuentes37 y han sido deflactados con el citado índice del coste de la vida de Pérez Castroviejo y Tusell38. La fig. 1 muestra la evolución del primer indicador del nivel de vida de los mineros de Vizcaya: sus salarios reales. El segundo indicador (su IDH) aparece en el siguiente cuadro.
32A falta de datos sobre la esperanza de vida en los municipios eminentemente mineros, se ha optado por utilizar como «proxy» la esperanza de vida al nacer en Sestao y Baracaldo calculada por María Eugenia González Ugarte y Mercedes Arbaiza39. Dado que se trata de los dos núcleos urbanos más poblados de la zona industrial de Bilbao, donde también se ubicaron los pueblos mineros y, teniendo además en cuenta que en Baracaldo existían barrios mineros, parece razonable utilizar esa esperanza de vida. Las tasas de alfabetización proceden de los Censos de la Población Española y son la media ponderada de los siete municipios eminentemente mineros (Abanto y Ciérvana, Galdames, Güeñes, Musques, San Salvador del Valle, Sopuerta) y de otros tres con barrios mineros (Baracaldo, Basauri y Santurce). Estimar el componente renta por persona resulta complicado ya que no existe información sobre ingresos familiares que pueda dividirse por un dato que sí que conocemos, el tamaño medio de la familia (4,7 personas)40. Sin embargo, el modelo de Male Breadwinner Family fue predominante porque hubo poco trabajo infantil y femenino en las minas — solo un 6 % de los obreros eran muchachos menores de 16 años y un 2 % mujeres—41. Parece, pues, razonable utilizar como «proxy» el ingreso anual del cabeza de familia dividido entre 4,742. El componente renta así estimado está sesgado a la baja ya que un número indeterminado de familias ingresaba más dinero al ejercer algunas mujeres el pupilaje, pero Escudero y Pérez Castroviejo consideran sensato utilizar las cifras que aparecen en la columna 3 del cuadro 5 (p. 102). El IDH se ha calculado siguiendo las normas que el PNUD recomienda para su elaboración, pero introduciendo dos modificaciones: 1) no se emplea un indicador compuesto de la variable educación, sino la tasa de alfabetización43; 2 se ha operado con valores mínimo y máximo de la esperanza de vida de 19,9 y 85 años y no de 25 y 85 porque la esperanza de vida de 1890 en la cuenca minera fue de 19,9 años.
33Para estimar la evolución de la estatura de los mineros de Vizcaya, se ha escogido la de los mozos tallados en el municipio de San Salvador del Valle por dos razones. La primera es que fue el pueblo minero más grande (6.500 habitantes) y cerca del 93 % de los mozos constan como peones de las minas. La segunda es que se ha conservado la documentación de todos los años comprendidos entre 1878 y 1935. La serie ha sido estandarizada (fig. 2, p. 103) recurriendo para ello al acta de reclutamiento de 1885 ya que, por necesidades militares, ese año se midió a jóvenes de distintas edades. Esta información conduce a incrementar en 0,55 centímetros la estatura media de los tallados a los 20 años y en un centímetro la de los tallados a los 19, cifras similares a las que han utilizado para estandarizar otras series los colegas antes citados44.
34En la fig. 1 (p. 103) se observa que los salarios reales disminuyeron entre 1883 y 1890 porque el coste de la vida subió entonces un 20 % como consecuencia de la fuerte inmigración y de una oferta poco elástica de vivienda y alimentos. Fuera de esos años, el salario real aumentó, pero su crecimiento fue más pequeño que el salario nominal: una tasa media acumulativa de 0,35 % si se efectúa la estimación jornal de 1876 —jornal medio de 1909-1913 para contrarrestar el efecto perturbador del último año45. Tomando, pues, el salario como indicador, el bienestar de los mineros mejoró modestamente entre 1876 y 1913 habiéndose deteriorado sin embargo entre 1883 y1890.
35Por su parte, la evolución del IDH (cuadro 5, p. 102) arroja estas conclusiones:
ª. — Entre 1877 y 1890, el IDH pasó de 0,316 a 0,232. Se trata de un notable descenso que tuvo como causa principal la caída de la esperanza de vida y, secundariamente, la de la renta. La esperanza de vida pasó, en efecto, del índice 0,277 (36,5 años) al 0 (19,9 años), mientras que el componente renta descendió ligeramente. ª. — Entre 1890 y 1895, el IDH pasó de 0,232 a 0,302 —una cifra todavía inferior a la de 1877— porque, si bien los componentes renta y alfabetización superaron en 1895 los índices de 1877, el de esperanza de vida de 1895 (0,155 —29,2 años—) fue todavía muy inferior al de 1877 (0,277 —36,5 años—). ª. — El indicador alcanzó en 1900 la misma cifra que en 1877 (0,316) ya que el aumento combinado de renta y alfabetización lo colocó al nivel inicial pese a que la esperanza de vida (0,175 —30,4 años—) continuó siendo menor que en 1877 (0,277 —36,5 años—). ª. — El índice de 1910 (0,395) se situó por encima del de 1877 (0,316) porque renta y alfabetización continuaron mejorando y la esperanza de vida (0,320 —39,1 años—) ya superó a la de 1877 (0,277 —36,5 años—). 5ª. — La caída del IDH entre 1877 y 1900 fue por lo tanto consecuencia de la elevada mortalidad y, como veremos más adelante, ello debe relacionarse con fallos de mercado derivados de una urbanización anárquica así como con el deterioro del estado nutricional. Por el contrario, las medidas de salud pública acometidas en los pueblos y barrios mineros desde principios de siglo y la mejora del estado nutricional aumentaron la esperanza de vida y coadyuvaron a que el IDH del período 1900-1910 fuera superior al de 1877.
36Así pues, si utilizamos el IDH como indicador, el bienestar de los mineros empeoró entre 1876 y 1900 y mejoró después.
37Antes de comentar la evolución de la estatura, conviene aclarar el problema que suscita el hecho de que la cuenca de Vizcaya fuera receptora de inmigrantes de menor talla que los oriundos. Entre 1876 y 1911, la mitad de los reclutas aparecen como nacidos en San Salvador o en pueblos de la zona industrial y minera y la otra mitad como nacidos fuera de Vizcaya. Los trabajos de Pérez Castroviejo y Arbaiza demuestran que el grueso de la inmigración fue de familias durante su ciclo vital más problemático, esto es, con hijos pequeños46. Por lo tanto —y aunque es imposible conocer la proporción exacta de mozos nacidos fuera de Vizcaya que pasó toda o parte de su infancia y/o adolescencia en la cuenca minera—, es lógico sostener que se trató de la mayoría, razón por la cual Escudero y Pérez Castroviejo han utilizado la estatura media de todos los reclutas. Por otro lado, la talla media descendió primero y aumentó después tanto entre los nacidos en Vizcaya como entre los nacidos fuera de la provincia.
38Si se observa la fig. 2 (p. 103) [serie estandarizada], se verá que:
Los jóvenes de la primera cohorte (tallados entre 1876 y 1880) medían una media de 163,65 centímetros y las cinco cohortes siguientes (medidos entre 1881 y 1905) perdieron estatura con respecto a la primera. Los jóvenes medidos entre 1876 y 1880 nacieron entre 1856 y 1860 y, por lo tanto, su infancia y adolescencia transcurrieron antes de que se iniciara el «boom» minero en 1876. En cambio, las cinco cohortes siguientes (medidos entre 1881 y 1905) pasaron su infancia y adolescencia entre 1876 y 1901, período de nutrición pobre en proteínas, elevada morbilidad y malas condiciones laborales, hechos que explicarían el descenso de su estatura con respecto a la primera cohorte47.
La fig. 2 también muestra que la séptima cohorte (medidos entre 1907 y 1911) superó la talla de la primera (164.07 frente a 163.65). Estos jóvenes pasaron casi toda su infancia en la década de 1890 y su adolescencia entre 1902 y 1906, período éste de mejor nutrición, menor morbilidad
y mejores condiciones laborales. De especial relevancia para el descenso de la morbimortalidad fue la reforma sanitaria de los pueblos y barrios mineros (infraestructuras de conducción de agua, alcantarillado y control bromatológico de alimentos)48.
39Así pues, si tomamos la estatura como indicador, el bienestar de los mineros se deterioró entre 1876 y fines del siglo xix y mejoró desde principios del xx.
40El «cruce» de los tres indicadores conduce a conclusiones que entendemos enriquecen el análisis. Aunque los salarios reales de los mineros crecieron modestamente entre 1876 y 1900, IDH y estatura muestran un descenso de su bienestar durante ese período porque el ingreso monetario no plasma el deterioro de la salud y de las condiciones laborales. En cambio, el hecho de que salarios, IDH y talla crezcan entre principios de siglo y 1913 certifica que el nivel de vida mejoró.
41Estas conclusiones concuerdan con recientes investigaciones sobre el bienestar de los trabajadores durante la Revolución industrial. Ciñéndonos al caso británico, los salarios reales crecieron modestamente; la esperanza de vida disminuyó; las condiciones laborales empeoraron y también lo hizo el «nivel de vida biológico», de manera que la balanza se ha desnivelado hacia el pesimismo, aunque nadie niega que la industrialización elevara a la larga el nivel de vida de los trabajadores49. El caso de los mineros de Vizcaya arroja un balance similar: pesimismo durante los primeros 25 años de la expansión de la minería y optimismo después.
Urbanización, fallos de mercado y sobremortalidad
42Como dijimos, una segunda propuesta metodológica es incorporar las aportaciones de la Teoría Económica sobre fallos de mercado al análisis de la morbimortalidad en los barrios obreros, un enfoque que no aparece de modo explícito en los trabajos sobre los niveles de vida durante la Revolución industrial50.
43El mercado posee enormes virtudes —recuérdese la metáfora de la mano invisible—, pero también adolece de fallos. Para el caso que nos ocupa, destacaremos cuatro:
— Bienes públicos. Se denominan así los bienes de cuyo consumo gratuito no se puede excluir a nadie, de manera que ninguna empresa privada los ofertará. El ejemplo paradigmático es el del faro de un puerto. Aunque sea necesario, ningún empresario lo construirá porque no podrá excluir a los free riders o «gorrones» de su utilización gratuita.
— Fallos derivados de información imperfecta. Un ejemplo es el de los alimentos ya que, en muchos casos, el consumidor no puede saber si están en buen o mal estado.
— Lentitud en la oferta de algunos bienes preferentes (vivienda, sanidad, educación, carreteras). Estos bienes se llaman preferentes porque sin ellos no puede existir un nivel de vida satisfactorio.
— Externalidades negativas. Se trata de las consecuencias negativas que la acción de un agente económico tiene sobre el bienestar de otras personas, por ejemplo, la instalación de una empresa química que contamina un río impidiendo la pesca o el baño.
44Los economistas han propuesto tres formas de evitar los fallos de mercado. La primera es la intervención directa del Estado. La segunda es la creación de impuestos denominados «pigouvianos» en honor de Arthur Cecil Pigou, quien hizo hincapié en su utilidad en una obra clásica publicada en 1920 (The Economics of Welfare). Estos impuestos tienen la finalidad de reducir las externalidades negativas. Una tercera solución es la que en 1960 propuso el premio Nobel de Economía Ronald Coase. Según él, el sector privado podía evitar externalidades negativas mediante la negociación vía precios entre los agentes que las provocan y los que las padecen. En caso de acuerdo, la externalidad se «internaliza» sin necesidad de intervención del Estado.
45Veamos ahora por qué durante la Revolución industrial las enfermedades infecciosas transmitidas por el agua, los alimentos y por el aire fueron externalidades negativas derivadas de fallos de mercado propios de una urbanización anárquica:
— Agua contaminada. En lo fundamental, fue consecuencia de la ausencia de alcantarillado. Dado que éste no se conectaba entonces a las viviendas mediante tuberías, reunía las características de bien público porque las aguas residuales se evacuaban en cubos a los sumideros de la calle. La empresa privada no acometió por lo tanto su construcción porque no podía excluir a nadie de su uso gratuito. Paul Krugman lo pone como ejemplo de bien público en su reciente manual de Economía, relatando cómo los poderes municipales se vieron obligados construir el moderno alcantarillado de Londres después del Gran Hedor de 185851.
— Alimentos en mal estado. El fallo de mercado provino de una información imperfecta. La manipulación, las deficientes condiciones higiénicas de almacenes y tiendas y la adulteración desembocan en la venta de alimentos en mal estado que los consumidores no podían reconocer. Huelga decir que este hecho fue más grave en el caso de la clase obrera ya que clases medias y burguesía tenían acceso a comercios con «credenciales», lo que paliaba la información imperfecta.
— Aire contaminado. Esta externalidad negativa también fue más grave en los barrios obreros y provino de dos causas. La primera guarda relación con la lentitud del mercado para proveer un bien preferente como es la vivienda y la segunda con la libertad de urbanizar y construir sin ningún tipo de regulación. La bibliografía sobre economía de la construcción demuestra que la oferta de viviendas es inelástica en el corto plazo52. Si a este fallo de mercado añadimos que la demanda de pisos se «disparó» en los barrios obreros como consecuencia de una inmigración en avalancha y del propio crecimiento vegetativo, se entiende que los precios de alquiler alcanzaran un nivel que obligó a las familias a recurrir al pupilaje, lo que generó hacinamiento y aire contaminado. Otro factor añadido fue que se permitió construir calles estrechas, edificios altos y pisos de pequeñas dimensiones, lo que impidió una ventilación adecuada.
46¿Podían haberse combatido esas externalidades negativas vía impuestos «pigouvianos» o soluciones privadas? El impuesto «pigouviano» reduce la externalidad, pero no la anula, de manera que hubiera persistido una elevada mortalidad incompatible con el aumento del bienestar. Tampoco la negociación privada entre agentes que provocan externalidades negativas y quienes las padecen hubiera sido eficiente en el caso que nos ocupa por los incalculables costes de transacción y porque una negociación que implique que una de las partes pueda fallecer exige un precio demasiado elevado (cuesta imaginar, por ejemplo, a decenas de miles de personas con enfermedades infecciosas transmisibles por inhalación negociar con decenas de miles de personas sanas contratos privados en cada uno de los cuales se establece un precio que estas últimas reciben de las primeras en caso de estornudar o toser en su presencia).
47A la vista de lo anterior, el único modo eficaz de combatir los fallos de mercado que hemos mencionado es la intervención del Estado que, además, provoca enormes externalidades positivas: la construcción del alcantarillado, por ejemplo, incrementa el bienestar de todos los habitantes de una ciudad. Como veremos en la última parte del trabajo, los políticos liberales de la época conocían esos fallos de mercado y cómo evitarlos porque los higienistas propusieron medidas que coinciden con las que hoy recomienda la Teoría Económica y la Economía de la Salud: conducción de agua no contaminada y alcantarillado; control bromatológico de alimentos; construcción de casas baratas que paliara el hacinamiento y regulación higiénica de la urbanización y de la construcción de viviendas.
Un modelo explicativo de la urban penalty
48El estudio de la mortalidad durante la Revolución industrial ha suscitado una polémica a la que debemos referirnos antes de entrar en el modelo explicativo recientemente propuesto para el caso británico por Fogel, Floud y Harris. Se trata del debate que han mantenido los defensores de la conocida como hipótesis alimentaria y los de la denominada hipótesis de salud pública.
49Utilizando el General Register Office británico, Thomas McKeown observó que el grupo de enfermedades que más contribuyó al declive de la mortalidad entre mediados del xix y principios del xx fue el de infecciones transmitidas por aire (tuberculosis, bronquitis, gripe, pulmonía, tosferina, sarampión, escarlatina, difteria y viruela). A este grupo le seguía el de infecciones transmitidas por agua y alimentos (cólera, diarrea, disentería y tifus). Tras argumentar que la reforma sanitaria de las ciudades no pudo contribuir demasiado al descenso de la mortalidad porque el segundo grupo de enfermedades no originó el grueso de la morbilidad y porque los efectos de la reforma se hicieron palpables sólo a fines del xix - inicios del xx, sostuvo que el factor primordial del descenso de la mortalidad fue una mejor nutrición, hecho que extendió a los siglos xviii y xix53. McKeown avaló de este modo una hipótesis alimentaria ya presente en la teoría maltusiana y en el pensamiento neoclásico —Malthus destacó como principal freno positivo la escasez de alimentos y los economistas neoclásicos creyeron que para combatir la mortalidad bastaba con que el mercado incrementara la oferta de alimentos y, por ende, la esperanza de vida—54.
50La hipótesis alimentaria ha recibido críticas: visión inexacta del proceso de transición demográfica al ignorar el papel jugado por el aumento de la fertilidad y considerar el declive de la mortalidad como un proceso ininterrumpido55; asimetría entre la hipótesis alimentaria y la conducta de salarios reales y estatura en algunos períodos56; errores etiológicos57; minusvaloración de la urban penalty y del papel que la reforma sanitaria de las ciudades jugó en el descenso de la mortalidad58 y también confusión entre nutrición y estado nutricional, lo que conlleva descartar factores como la sinergia existente entre las infecciones y la desnutrición y la cantidad y naturaleza del trabajo efectuado por una persona. Los antropómetras han insistido en ello distinguiendo el input nutricional bruto del input nutricional neto. El primero corresponde a las calorías ingeridas y el segundo, que afecta a la estatura, es la diferencia entre esa energía y la gastada por metabolismo basal, esfuerzo físico y enfermedad59. Una última crítica es que McKeown priorizó la nutrición, cuando el descenso de la mortalidad entre mediados del xviii y principios del xx fue consecuencia de múltiples factores interrelacionados entre sí (simplificando, estos cinco que, a su vez, fueron resultado de otros: estado nutricional, reforma sanitaria, nivel de renta, nivel educativo y progresos de la medicina). Merece la pena destacar en este sentido el enfoque pluricausal conocido como transición sanitaria o el modelo propuesto por Fogel Floud y Harris al que nos referimos más adelante60.
51Investigadores como Preston, Szreter, Mooney o Easterlin entre otros han planteado una hipótesis de salud pública alternativa a la de McKeown61. La hipótesis parte de un hecho hoy constatado: la esperanza de vida en Gran Bretaña y Gales se estancó entre 1810 y 1870 por culpa de un proceso de urbanización anárquico que aumentó los factores de riesgo para la salud originando una sobremortalidad en las ciudades. Szreter ha escrito en este sentido que la urbanización provocó cuatro D (Disruption, Deprivation, Disease, Death) dos de las cuales —enfermedad y muerte— disminuyeron desde la década de 1870 como consecuencia de una reforma sanitaria que cuajó gracias al progreso científico y tecnológico, a la existencia de capital social y a la democratización62. El progreso científico y tecnológico permitió llevar a la práctica medias de salud pública que redujeron el riesgo de contraer enfermedades: conducción de agua no contaminada, construcción de alcantarillado, pavimentación, recogida de basuras, dotación de servicios bromatológicos, regulación de la construcción de viviendas y calles, vacunación, gotas de leche, campañas de divulgación sobre alimentación y cuidado de niños y sobre higiene personal y doméstica. En cuanto al capital social, entendido como grado de colaboración entre distintos grupos de un colectivo, buena parte de la reforma sanitaria no hubiera dado sus frutos sin la cooperación de médicos, arquitectos, enfermeras, visitadoras, inspectores sanitarios, oficiales de viviendas y voluntarios. Tampoco la reforma hubiera prosperado sin mediar un proceso de democratización en el parlamento y en los ayuntamientos.
52Si la hipótesis alimentaria tuvo precedentes en la economía liberal, la de la salud pública es heredera del higienismo y de Marx y Engels y entronca con la moderna Economía de la Salud ya que, simplificando, la primera sostiene la línea argumental más mercado → mayor renta per capita → más nutrición → menos mortalidad y la segunda opera con esta otra: más mercado → urbanización no regulada → fallos de mercado → aumento de riesgos para la salud → mayor mortalidad63.
53Aunque todavía se discuten algunos aspectos de la hipótesis de la salud pública, lo cierto es que está suficientemente acreditada64. Ello no significa, sin embargo, que pueda explicar por sí sola el declive de la mortalidad en el largo plazo por dos razones. La primera es obvia: la hipótesis se ciñe al período 1870- 1910, de manera que el aumento de la esperanza de vida en Gran Bretaña entre 1750 y 1810 se debió a otros factores65. La segunda, apuntada por Fogel, Floud y Harris, es que no valora el papel jugado por el estado nutricional tanto en sentido negativo primero como positivo después.
54Estos historiadores han propuesto un modelo explicativo de la urban penalty en los barrios obreros de las ciudades británicas que «matrimonia» la hipótesis de salud pública y el estado nutricional66. El modelo sostiene lo que sigue: los salarios reales y el input nutricional bruto de las familias trabajadoras aumentaron ligeramente entre 1810 y mediados del xix sin que ello conllevara una mejora del input nutricional neto o estado nutricional por las peores condiciones laborales, la elevada morbilidad y, en el caso de mujeres y niños, también por la generalización del modelo de Male Breadwinner Family, que supuso una distribución de alimentos en el seno del hogar favorable al marido. Dada la sinergia existente entre nutrición e infección, el deterioro del estado nutricional contribuyó a incrementar los riesgos de enfermedad derivados de una urbanización anárquica. Por el contrario, durante la segunda mitad del xix esos riesgos disminuyeron como consecuencia de la reforma sanitaria de las ciudades y de la mejora del estado nutricional, fruto, a su vez, del aumento de los salarios reales, de las nuevas condiciones laborales y de la menor morbilidad.
55Creemos que este modelo también puede explicar la urban penalty de los barrios obreros españoles. De hecho —y ciñéndonos al caso de los mineros de Vizcaya—, durante el período de urban penalty (1876-1900) aparecen tanto el deterioro de su estado nutricional como un proceso de urbanización anárquico, mientras que entre 1900 y 1913 están documentadas una reforma sanitaria y una mejora del estado nutricional.
Los políticos liberales ante la urban penalty
56Desde principios del siglo xix, el ambientalismo —doctrina hipocrática dominante para explicar la enfermedad y la muerte— comenzó a prestar menos atención a los factores climáticos y telúricos para destacar los relacionados con la urbanización porque la información estadística de las topografías médicas ponía de manifiesto que la elevada morbimortalidad de las ciudades estaba relacionada con la suciedad. Comenzó así a desarrollarse el higienismo, un movimiento en el que participaron médicos, arquitectos y reformadores sociales que emplazaron a los poderes públicos a prevenir la sobremortalidad urbana mediante medidas de salud pública que evitaran la propagación aérea de miasmas o emanaciones fétidas provenientes de la descomposición de materias orgánicas67. Aunque la teoría miasmática fue refutada por la bacteriológica, todos los estudios demuestran que resultó eficaz ya que en la práctica, medidas higienistas como la dotación de agua, el alcantarillado, la pavimentación, la recogida de basuras, la regulación de la construcción de calles y viviendas y las campañas a favor de la limpieza pública y privada disminuyeron notablemente el riesgo de contraer enfermedades infecciosas68. A estas medidas se añadió desde la década de 1880 otra fruto de la teoría bacteriológica: el control bromatológico de alimentos.
57Gran Bretaña fue el país donde el higienismo obtuvo sus primeros éxitos ya que en la década de 1830, el gobierno encargó a Edwin Chadwick, líder de la Health of Towns Association, un informe sobre la salubridad en los barrios populares que sirvió para que en 1848 se promulgara la Public Health Act y se creara la General Board of Health, cuya acción fue boicoteada durante algún tiempo por grupos de presión a los que nos referimos más adelante. Ello no obstante, en la década de 1850 se inició la reforma sanitaria de Londres y desde 1870 la de las demás ciudades, que se financió mediante préstamos a largo plazo solicitados por los ayuntamientos y garantizados por sus ingresos fiscales así como con la subida de algunos impuestos. La bibliografía sobre la reforma sanitaria en Gran Bretaña permite conocer las razones que explican su demora y posterior éxito69.
58Muy en síntesis, cuatro factores explican la demora: 1) un liberalismo radical que propugnaba la fe ciega en el mercado; que criticaba el gasto público porque toda libra gastada por el Estado era detraída a la agricultura, comercio e industria y que consideraba la sobremortalidad de los barrios obreros una consecuencia natural de la indigencia y de los malos hábitos de los pobres; 2) un sufragio censitario muy restringido tanto en las elecciones al parlamento como a los ayuntamientos; 3) unos grupos de presión opuestos a la reforma: políticos conservadores, contribuyentes, compañías de agua y de basuras, carniceros, tenderos, aguadores, dueños de mataderos y de tabernas e incluso médicos y farmacéuticos; 4) una falta de autonomía fiscal de las haciendas municipales. Estos cuatro obstáculos desaparecieron gracias a la batalla emprendida por el higienismo que, entre otras cosas, logró asentar la idea de que disminuir la morbilidad y aumentar la esperanza de vida incrementaba la productividad, y también gracias al surgimiento de grupos de presión favorables a la reforma sanitaria, a la existencia de capital social y a las reformas electorales de 1832, 1867, 1872 y 1885, que establecieron el sufragio secreto y prácticamente universal.
59Los políticos liberales españoles conocían las causas de la urban penalty. Prueba de ello es que las leyes municipales de 1870, 1876 y 1877 permitían a los ayuntamientos crear arbitrios para financiar la reforma sanitaria y también solicitar préstamos, si bien es cierto que todo ello requería autorización del gobierno70. También conocían la efectividad de las medidas de salud pública porque la propaganda higienista hizo hincapié en el éxito que habían tenido en Gran Bretaña, Francia y Alemania. Pese a ello, la reforma sanitaria de las grandes ciudades españolas, de Alcoy71 o de los núcleos urbanos de la margen izquierda del Nervión data de principios del xx y, a tenor del testimonio de los higienistas, en 1913 poco se había hecho en el resto de municipios:
No podemos menos de hacer constar que nos ha causado honda pena leer los informes enviados por los Inspectores de Sanidad, que revelan el abandono completo en el que se encuentran muchos centros de población, hallándose desprovistos las mayor parte de ellos de un sistema regular de saneamiento y de una policía sanitaria adecuada […] Si esto ocurre en las capitales de provincia de primer orden, ¿qué no pasará en las capitales de segundo y tercero, donde impera la voluntad del Alcalde, generalmente ignorante en materia de salud pública, o del cacique poco escrupuloso de los intereses de la población, contra la opinión del Inspector de Sanidad72?
Los Ayuntamientos, con sus mezquinos presupuestos; con sus pasiones políticas en un organismo esencialmente administrativo; con funciones y obligaciones tan importantes e ineludibles como las de sanidad e higiene, únicamente para las cuáles el Estado los declara autónomos y árbitros, por tanto, en sus decisiones, se muestran desdeñosos o francamente opuestos a estas reformas de higiene que, como el saneamiento, entrañan gastos que suponen intolerables dentro de sus presupuestos73.
60Conocer las causas del retraso de la reforma sanitaria en España requiere estudios monográficos basados en fuentes municipales. Ello no es óbice, sin embargo, para que planteemos una hipótesis general que debe ser ratificada o desmentida por futuras investigaciones. Pensamos que la reforma prevista en las leyes municipales de la década de 1870 no se emprendió pronto porque concurrían las cuatro condiciones negativas antes señaladas para el caso británico: liberalismo radical del partido de Cánovas y de Sagasta, grupos de presión que se oponían, sufragio censitario y falta de autonomía fiscal de los ayuntamientos. Ahora bien, allí donde apareció una fuerte presión higienista apoyada por republicanos y socialistas —las grandes ciudades, Alcoy, la margen izquierda del Nervión… —, los partidos del turno pacífico tuvieron que ceder y la reforma se realizó a principios de siglo. Por el contrario, donde esa presión fue menor, los ayuntamientos —siempre en manos del partido conservador o liberal por la adulteración del sufragio universal— hicieron poco o nada. Esto debió ocurrir, por ejemplo, en los pueblos mineros de Alquife y sierra de Cartagena, donde las tasas de mortalidad se situaban en el 30 y 46 por mil todavía en 1910.
61El problema del atraso de España durante la primera industrialización se ha enriquecido al incorporarse al análisis factores institucionales. Los políticos liberales de la Restauración conocían los beneficios de la reforma sanitaria de las ciudades llevada a cabo en Gran Bretaña, Francia y Alemania y también conocían los beneficios de las leyes que en estos países habían regulado el trabajo infantil. Creemos, pues, que fueron responsables del retraso de la reforma sanitaria y del incumplimiento de la legislación sobre trabajo infantil, hechos ambos que mermaron la salud y la educación, dos «derechos de acceso» necesarios para prosperar.
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Notes de bas de page
1 La tesis se publicó con posterioridad bajo el título de L’Espagne, puissance minière dans l’Europe du xixe siècle.
2 El primer apartado del trabajo y el primer epígrafe del segundo apartado ( «“Cruzar” indicadores del bienestar») son, en lo esencial, obra de Antonio Escudero. No así los tres siguientes epígrafes, fruto del trabajo conjunto de Carlos Barciela y Antonio Escudero. Para la elaboración de este trabajo, Antonio Escudero se ha beneficiado la ayuda del proyecto I+D HAR2010-21941-C03-01 del Ministerio de Ciencia e Innovación titulado «La minería y su contribución al desarrollo económico, social y territorial de España (1700-2000). Niveles de vida y relaciones laborales».
3 J. M. Martínez Carrión presentó un excelente estado de la cuestión en «Niveles de vida en la minería española».
4 Sobre consumo, P. M. Pérez Castroviejo y I. Martínez Mardones, La alimentación de los pobres; P. M. Pérez Castroviejo, «Consumo, dieta y nutrición» e Id., «Niveles de bienestar de la población minera vizcaína». Sobre salud, A. Cohen Amselem, «Análisis demográfico e historia social» e Id., «Los registros hospitalarios de una gran compañía minero-metalúrgica»; A. Cohen Amselem y A. Ferrer, «Accidentes y enfermedades profesionales de los mineros»; P. M. Pérez Castroviejo, «La formación del sistema hospitalario vasco»; Á.P. Martínez Soto y M. Á. Pérez de Perceval Verde, «El Hospital minero de La Unión»; Á. P. Martínez Soto, «La asistencia sanitaria en la sierra minera de Cartagena». Sobre medioambiente, M.D. Ferrero Blanco, Capitalismo minero y resistencia rural e Id., «Los humos de Huelva»; J.D. Pérez Cebada, «Conflictividad social y contaminación atmosférica» e Id., «Relaciones laborales y contaminación»; A. Sánchez Picón, «Minería y medio ambiente»; M. Á. Pérez de Perceval Verde y M. Á. López-Morell, «Introducción. Una visión general del sector minero». Sobre vivienda, P. M. Pérez Castroviejo, «Aproximación al estudio de la vivienda de los trabajadores mineros». Sobre siniestralidad laboral, A. Cohen Amselem y A. Ferrer, «Accidentes y enfermedades profesionales de los mineros»; A. Cohen Amselem et alii, «La siniestralidad laboral en la minería y la industria de Peñarroya»; A. Galán García, «Siniestralidad laboral en Río Tinto»; Á. P. Martínez Soto y M. Á. Pérez de Perceval Verde «El Hospital minero de La Unión»; Á. P. Martínez Soto, «La asistencia sanitaria en la sierra minera de Cartagena»; M. Á. Pérez de Perceval Verde y M. Á. López-Morell, «Introducción. Una visión general del sector minero». Sobre relaciones laborales, A. Escudero, «Mercado de trabajo, salarios y distribución de la renta»; C. Arenas Posadas, «Mercados, comunidades mineras y construcción del Estado», Id., «Los inicios de la intervención del Estado en materia de asistencia social» e Id., «Trabajo y relaciones laborales en el despegue de la minería mundial»; J. D. Pérez Cebada, «Relaciones laborales y contaminación».
5 Por ejemplo, los de R. Dobado González, «Salarios y condiciones de trabajo en las minas de Almadén», Id., El trabajo en las minas de Almadén e Id., «Salarios y niveles de vida en Almadén», y A. Menéndez Navarro, Un mundo sin sol. La salud de los trabajadores de las minas de Almadén, sobre los trabajadores de Almadén, que estudian el período 1750-1850. Para los años 1913 a 1936, A. Escudero, «El nivel de vida de los mineros vascos», Id., Minería e industrialización de Vizcaya e Id., «The Living Standards of Miners in Biscay»; P. M. Pérez Castroviejo, «Poder adquisitivo y calidad de vida de los trabajadores vizcaínos»; A. Escudero y P. M. Pérez Castroviejo, «The Living Standard of Miners in Biscay»; Á. P. Martínez Soto et alii, «Minería y salarios en el sureste español»; Á. P. Martínez Soto, «Salarios y niveles de vida»; J. J. Martínez Ortiz y A. Tarifa Fernández, Medicina social, demografía y enfermedad.
6 C. E. Harvey, The Rio Tinto Company, p. 128. El manuscrito se titula «Notes on the Modern History of the Rio Tinto Mines» y fue escrito por Leonard U. Salkied. Nótese que empleamos el término Riotinto para referimos a la comarca y Rio Tinto para el nombre de la empresa británica.
7 C. Arenas Posadas, Empresa, mercados, mina y mineros. Río Tinto, cap. v, pp. 149-171.
8 Á. P. Martínez Soto, «Salarios y niveles de vida». Además de la contabilidad de esa empresa (1894-1938), ha utilizado los informes consulares y las Estadísticas Mineras.
9 A. Escudero y P. M. Pérez Castroviejo, «The Living Standard of Miners in Biscay». En la segunda parte del trabajo nos referimos a esas fuentes.
10 Á. P. Martínez Soto, «Salarios y niveles de vida».
11 P. M. Pérez Castroviejo y F. Tusell, «Using Overlapping and Incomplete Time Series». Á. P. Martínez Soto et alii, «Minería y salarios en el sureste español» y Á. P. Martínez Soto, «Salarios y niveles de vida» han confeccionado un índice del coste de la vida para la minería del sudeste con información procedente del Instituto de Reformas Sociales, pero no abarca el período 1876-1913, sino 1907-1935.
12 El más reciente índice del coste de la vida para España en J. Maluquer de Motes, «Consumo y precios». Para Castilla La Vieja, J. Moreno Lázaro, «El nivel de vida en la España atrasada»; para Navarra, J. M. Lanaberasaín, «Aproximación a los salarios reales en la Navarra rural, 1785-1945», y para Mallorca, R. Molina de Dios, Treball intensiu, treballadors polivalents.
13 A. Escudero y P. M. Pérez Castroviejo, «The Living Standard of Miners in Biscay».
14 M. A. González Ugarte, «Mortalidad e industrialización en el País Vasco»; P. Pérez-Fuentes Hernández, Vivir y morir en las minas; M. Arbaiza Vilallonga, «Mortalidad y condiciones de vida de los trabajadores de la industria vizcaína»; M. Arbaiza Vilallonga et alii, «Mundo rural y mundo urbano en la transición de la mortalidad vizcaína»; Pérez Castroviejo, «Niveles de bienestar de la población minera vizcaína».
15 D. Navarro Ortiz et alii, La vida en la sierra minera de Cartagena; D. Navarro Ortiz, «La evolución de la mortalidad y causas de muerte en la diputación de El Beal».
16 A. Cohen Amselem, «Capitalismo minero, morbilidad y causas de muerte» e Id., El Marquesado del Zenete, tierra de minas.
17 A. Moreno Rivilla, «Las repercusiones de la actividad minera en la demografía linarense»; M. D. Ferrero Blanco, Capitalismo minero y resistencia rural.
18 Véanse D.-S. Reher, «Urbanization and Demographic Behaviour in Spain» e Id., «In search of the urban penalty»; D. Ramiro Fariñas y A. Sanz Gimeno, «Cambios estructurales en la mortalidad infantil».
19 Véase, más adelante, la n. 39.
20 D. Navarro Ortiz et alii, La vida en la sierra minera de Cartagena, p. 159.
21 J. M. Borràs y A. Cohen Amselem, «Aproximación al trabajo infantil y juvenil»; J. M. Borràs, «Zagales, pinches, gamenes… aproximaciones al trabajo infantil»; A. Cohen Amselem, «Le travail des enfants entre droit et pratiques sociales»; C. Arenas Posadas, Empresa, mercados, mina y mineros. Río Tinto; M. L. Ramas Varo, La protección legal de la infancia en España; M. Á. Pérez de Perceval Verde y A. Sánchez Picón, «El trabajo infantil en la minería española».
22 Las cuadrillas de niños de corta edad cargaban con espuertas a la espalda pesos de 20 kilos durante 10 horas diarias (M. Á. Pérez de Perceval Verde y A. Sánchez Picón, «El trabajo infantil en la minería española»).
23 C. Arenas Posadas, Empresa, mercados, mina y mineros. Río Tinto.
24 La redención (derecho a no realizar el servicio militar si se pagaba al Estado una determinada cantidad) fue suprimida en 1912.
25 J. M. Martínez Carrión, «Salud, ambiente y bienestar biológico» e Id., «Estatura, salud y nivel de vida»; J. M. Martínez Carrión et alii, «Dinámica de la estatura de las poblaciones mineras».
26 J. M. Martínez Carrión, «Estatura, salud y nivel de vida».
27 Más en concreto, entre 1856 y el primer reemplazo de 1885, se midió a jóvenes de 20 años; entre el segundo reemplazo de 1885 y 1899, de 19; en 1900 no hubo alistamiento; entre 1901 y 1905, a jóvenes de 20 años; en 1906 tampoco hubo alistamiento y, por último, desde 1907 se midió a jóvenes de 21 años.
28 J. M. Martínezcarrión y J. Morenolázaro, «Was there an urban heigth penalty in Spain?»; H. García Montero, «Antropometría y niveles de vida en el Madrid rural»; J. M. Martínez Carrión y J. Puche-Gil, «Alfabetización, bienestar biológico y desigualdad»; A. D. Cámara, «Long-Term Trends in Heigth in Rural Eastern Andalusia»; J. M. Ramón i Muñoz, «Bienestar biológico y crecimiento agrario en la Cataluña rural»; R. Hernández García y J. Moreno Lázaro, «El nivel de vida en el medio rural de Castilla y León».
29 En el caso de comparaciones internacionales, renta por persona o salario deben transformarse en dólares constantes y ajustados a la paridad de poder adquisitivo.
30 Sobre los inconvenientes del ingreso como indicador del bienestar, véase el trabajo pionero de W. D. Nordhaus y J. Tobin, «Is Growth Obsolete?».
31 Sobre los «derechos de acceso», A. Sen, El nivel de vida.
32 El nivel cultural se estima mediante la media ponderada de la tasa de alfabetización de los adultos (entendidos como los mayores de 14 años) y la tasa bruta combinada de matriculación en enseñanza primaria, secundaria y universitaria, teniendo la primera un peso de dos tercios y la segunda de un tercio. El índice de cada parte del IDH se expresa en una escala de 0 a 1, y se estima de la siguiente forma —donde yi es el indicador—: (valor yi efectivo - valor yi mínimo) / (valor yi máximo - valor yi mínimo). Los valores mínimo y máximo de la esperanza de vida son 25 y 85 años. En el caso de la cultura, el nivel máximo se alcanza cuando todos los adultos (mayores de 14 años) están alfabetizados y cuando la escolarización en primaria y secundaria es del 100 % y del 33 % en la Universidad. El tratamiento de la renta es más complejo porque se ajusta en función de la utilidad marginal decreciente del dinero mediante la fórmula (log y - log y min) / (log y max - log y min) de forma que, conforme aumentan los niveles de renta, los incrementos de ésta influyen de forma decreciente en el nivel de bienestar. Los valores máximo y mínimo usados para la renta per capita son 200 y 40.000 dólares medidos en paridad de poder adquisitivo. Calculados los valores de las tres variables, el IDH se obtiene mediante su promedio simple. Según los valores de Naciones Unidas, los países con un IDH superior a 0,8 poseen un elevado bienestar; los de 0,50 a 0,80 un bienestar medio y los que no alcanzan el 0,50 un bajo nivel de vida. Para todo lo dicho, PNUD, Informe sobre el Desarrollo Humano.
33 Sobre las ventajas e inconvenientes del IDH, N. F. R. Noorbakhsh, «The Human Development Index». Más recientemente G. Ranis y F. Steward, Success and Failure in Human Development, y L. Prados de la Escosura, «Improving Human Development».
34 C. Marx, El Capital, t. I, p. 184.
35 La bibliografía sobre antropometría es muy numerosa, de manera que nos limitamos a citar cuatro trabajos que consideramos relevantes: R. W. Fogel et alii, «Exploring the Uses of Data on Height»; J. M. Tanner, Foetus into man; J. Komlos, Stature, Living Standard and Economic Development; R. W. Fogel, The Escape from Hunger and Premature Death.
36 Trabajos que comparan renta o salarios con otros indicadores como IDH, estatura e Índice Físico de Calidad de Vida son, por ejemplo, éstos: G. Federico y G. Toniolo, «Italy»; N. F. R. Crafts, «Some Dimensions of the “Quality of Life”«, Id., «The Human Development Index and Changes in Standard of Living» e Id., «The Human Development Index»; D. Costa y R. H. Steckel, «Long-Term Trends in Health, Welfare, and Economic Growth in the United States»; y C.H. Feinstein, «Pessimism perpetuated: real wages and the standard of living».
37 Los salarios del período 1876-1899 proceden de dos informes de los ingenieros del Servicio de Estudios Financieros del Crédit Lyonnais de París sobre las minas de Bilbao. Los ingenieros elaboraron dos cuadros donde, año a año, aparece el jornal más bajo y más alto de los peones de las dos grandes compañías del sector, Orconera Iron Ore y Franco-Belge des Mines de Somorrostro según los datos que les proporcionaron en sus respectivas oficinas. Los salarios nominales del período 1876-1899 son la media aritmética del jornal medio de las dos empresas. Los de los años 1900-1913 son la media aritmética de los jornales que han obtenido de otras dos fuentes: el ayuntamiento del municipio minero de San Salvador del Valle y dos organizaciones patronales (la Asociación de Patronos Mineros y el Círculo Minero).
38 El índice contiene los precios al por menor de alimentos, vivienda, vestido, limpieza y aseo y luz y calor y la estructura del gasto está dividida en dos períodos (1876-1905 y 1906-1913), pasando la partida de alimentos del 70 % al 63 % y aumentando ligeramente las de vivienda (13 % a 14 %), vestido (7 % a 10 %), limpieza y aseo (4 % a 5 %) y calor y luz (6 % a 8 %).
39 M. E. GonzálezUgarte, «Mortalidad e industrialización en el País Vasco», ofrece la esperanza de vida en Sestao y/o Baracaldo y M. Arbaiza Vilallonga, «Mortalidad y condiciones de vida de los trabajadores de la industria vizcaína», la de Baracaldo. La esperanza de vida que aparece en el cuadro 2 (p. 93) es la media de Sestao y Baracaldo en 1877, 1890, 1910 y 1930. En 1895 y 1900 es la de Baracaldo y en 1925 la de Sestao.
40 M. ArbaizaVilallonga ha estudiado el tamaño medio de los hogares mediante los Padrones de Población ( «Mortalidad y condiciones de vida de los trabajadores de la industria vizcaína»).
41 La mano de obra femenina trabajaba en las cintas de estrío de los «trómeles» (deslodadores) y los muchachos ( «pinches») en la clasificación y escogido (A. Escudero, Minería e industrialización de Vizcaya, pp. 210-212).
42 Para estimar el ingreso anual de cabeza de familia hemos multiplicado el jornal real por el número de días trabajados al año, un total de 285 ya que la patronal minera estimó que, por término medio, se trabajaba ese número de días ya que, además de los festivos, no se laboreaba los días de lluvias intensas.
43 N. F. R. Crafts, «Some Dimensions of the “Quality of Life”«, Id., «The Human Development Index and Changes in Standard of Living», e Id., «The Human Development Index»; D. Costa y R. H. Steckel, «Long-Term Trends in Health, Welfare, and Economic Growth in the United States»; E. Horlings y J.-P. Smits, «The quality of life in the Netherlands»; A. Escudero y H. Simón, «El bienestar en España»; y P. Astorga et alii, «The Standard of Living in Latin America», han confeccionado series largas de IDH para varios países empleando la tasa de alfabetización dadas las dificultades que entraña estimar para el siglo xix el indicador de educación propuesto por el UNDP. Por otro lado, los primeros informes de Naciones Unidas también utilizaron la tasa de alfabetización como «proxy» del nivel educativo.
44 Infra, n. 28.
45 El salario real en 1913 fue de sólo 107 porque ese año el coste de la vida se elevó diez puntos con respecto al de los años anteriores. Es razonable, pues, estimar la tasa de crecimiento 1876- media del período 1909-1913 (salario real de 114).
46 P. M. Pérez Castroviejo, La inmigración, factor clave en el crecimiento demográfico; M. Arbaiza Vilallonga, «Movimientos migratorios y economías familiares».
47 Datos sobre nutrición, morbilidad y condiciones laborales en ese período en A. Escudero y P. M. Pérez Castroviejo, «The Living Standard of Miners in Biscay».
48 Datos sobre nutrición, morbilidad, condiciones laborales y reforma sanitaria en ese período en A. Escudero y P. M. Pérez Castroviejo, «The Living Standard of Miners in Biscay».
49 El modesto crecimiento de los salarios reales (C. H. Feinstein, «Pessimism perpetuated: real wages and the standard of living»; G. Clark, «Farm Wages and Living Standards») no fue acompañado de un descenso de la mortalidad infantil (D. Kuh y G. Davey Smith, «When is mortality risk determined?»; P. Huck, «Infant Mortality and Living Standards of English Workers») de una mayor esperanza de vida en los barrios obreros (S. Szreter y G. Mooney, «Urbanization, Mortality, and the Standard of Living Debate») o de mejores condiciones laborales (H.-J. Voth, Time and work in England), existiendo discusiones sobre si aumentó o no la tasa de alfabetización entre las clases trabajadoras (M. Sanderson, Education, economic change and society). Síntesis de la polémica pesimistas-optimistas para Gran Bretaña en A. Escudero, «Volviendo a un viejo debate» y H.-J. Voth, «Living Standards and the Urban Environment».
50 Una excepción en R. A. Easterlin, «How Beneficent is the Market?».
51 P. Krugman et alii, Fundamentos de Economía, pp. 258-259.
52 Se trata de que la construcción de viviendas requiere de una serie de condiciones previas que dilatan el tiempo de ejecución de la obra (realización del proyecto, compra de los terrenos, licencia de construcción, préstamos bancarios, contratación de la empresa constructora y tiempo de ejecución raramente inferior a dos años). Aunque son numerosos los trabajos que explican por qué el ajuste en los mercados inmobiliarios no se produce en el corto plazo, destacaremos el de L. B. Smith et alii, «Recent Developments in Economic Models of Housing Markets».
53 T. McKeown, The modern rise of population.
54 R. A. Easterlin, «How Beneficent is the Market?»; J. A. Tapia Granados, «Economía y mortalidad en las ciencias sociales»; B. Harris et alii, Diet, Health and Work Intensity.
55 E. A. Wrigley y R. Schofield, The Population History of England.
56 B. Harris, «Public Health, Nutrition and the Decline of Mortality»; B. Harris et alii, Diet, Health and Work Intensity.
57 MacKeown sobreestimó la tuberculosis por un problema de definición; ignoró que la reforma sanitaria contribuyó a la disminución de enfermedades de transmisión aérea como la propia tuberculosis, la viruela, la difteria y la escarlatina y tampoco apreció que hubo un aumento sustancial de otras infecciones también de transmisión aérea como bronquitis y neumonía. Para todo ello, J. Woodward, «Medicine and the city»; S. Szreter, «The Importance of Social Intervention in Britain’s Mortality Decline», Id., «Mortality and Public Health»; P. Razzell, «The conundrum of eighteenth-century English population growth»; R. Woods, The Demography of Victorian England and Wales.
58 S. H. Preston, Mortality Patterns in National Populations; G. Kearns, «The urban penalty and the population history of England»; R. Woods y J. Woodward (eds.), Urban Disease and Mortality in nineteenth-century England; J. Vögele, Urban Mortality Change in Britain and Germany; S. Szreter, «The Importance of Social Intervention in Britain’s Mortality Decline», Id., «Mortality and Public Health», Id., Health and Wealth; S. Szreter y G.Mooney, «Urbanization, Mortality, and the Standard of Living Debate»; R. A. Easterlin, «How Beneficent is the Market?»; R. Woods, The Demography of Victorian England and Wales; B. Harris, «Public Health, Nutrition and the Decline of Mortality»; B. Harris et alii, Diet, Health and Work Intensity.
59 N. Scrimshaw et alii demostraron que existe una sinergia entre desnutrición e infección, esto es, que la desnutrición agrava las infecciones y que, a su vez, las infecciones aumentan la gravedad de la desnutrición (Interactions of nutrition and infection). Críticas a McKeown por no contar con la sinergia ni con el esfuerzo físico en R. Floud et alii, Height, Health and History; P. G. Lunn, «Nutrition, Immunity and Infection»; R. Floud, «Medicine and the Decline of Mortality»; B. Harris, «Public Health, Nutrition and the Decline of Mortality»; R. W. Fogel, The Escape from Hunger and Premature Death; B. Harris et alii, Diet, Health and Work Intensity.
60 Sobre la transición sanitaria, J. Bernabeu Mestre, Enfermedad y población.
61 S. H. Preston, Mortality Patterns in National Populations, Id., «Causes and Consequences of Mortality Decline in Less Developed Countries»; S. Szreter, «The Importance of Social Intervention in Britain’s Mortality Decline», Id., «Mortality and Public Health», Id., Health and Wealth; G. Mooney, The geography of mortality decline in Victorian London; S. Szreter y G. Mooney, «Urbanization, Mortality, and the Standard of Living Debate»; R. A. Easterlin, «How Beneficent is the Market?».
62 S. Szreter, «A central role for local government? The example of late Victorian Britain», Id., «The Relationship Between Public Health and Social Change», Id., «Health, class, place, and politics», Id., Health and Wealth. También F. Bell y R. Millward, «Public health expenditures and mortality»; H. Fraser, «Municipal Socialism and Social Policy»; B. Luckin, «The metropolitan and the municipal»; B. Harris, The Origins of the British Welfare State.
63 R. A. Easterlin, «How Beneficent is the Market?», Id., Health and Wealth; J. A. Tapia Granados, «Economía y mortalidad en las ciencias sociales».
64 La acreditan las cifras sobre urban penalty, el aumento de la esperanza de vida desde que se iniciara la reforma sanitaria en la década de 1870 y ejercicios estadísticos que muestran una elevada correlación entre tamaño de las ciudades y/o densidad de población y variables como esperanza de vida, mortalidad infantil y juvenil o virulencia de enfermedades transmitidas por aire, agua y alimentos. Véase, por ejemplo, G. Kearns, «The urban penalty and the population history of England»; R. Woods y J. Woodward (eds.), Urban Disease and Mortality in nineteenth-century England; G. Mooney, The geography of mortality decline in Victorian London; S. Szreter y G. Mooney, «Urbanization, Mortality, and the Standard of Living Debate»; R. Woods, The Demography of Victorian England and Wales.
65 Mejora del estado nutricional, inoculación contra la viruela, mejoras en la construcción de la vivienda y drenaje de zonas pantanosas. Véase E. A. Wrigley y R. Schofield, The Population History of England; R. Schofield, «British population change, 1700-1871»; P. Razzell, «The conundrum of eighteenth-century English population growth»; R. Woods, The Demography of Victorian England and Wales; B. Harris, «Public Health, Nutrition and the Decline of Mortality»; B. Harris et alii, Diet, Health and Work Intensity.
66 B. Harris, «Public Health, Nutrition and the Decline of Mortality»; R. W. Fogel, The Escape from Hunger and Premature Death; B. Harris et alii, Diet, Health and Work Intensity.
67 La bibliografía sobre el higienismo es muy abundante, de manera que nos limitamos a citar tres trabajos que nos parecen relevantes: uno ya antiguo, G. Rosen, A History of Public Health, y otros dos más recientes, C. Hamlin, Public Health and Social Justice in the Age of Chadwick y C. A. Nathanson, Disease Prevention and Social Change.
68 Merece la pena destacar en este sentido dos trabajos donde se establece una clara correlación estadística positiva entre esas medidas y el descenso de la mortalidad urbana: G. Casselli, «Health Transition and Cause-Specific Mortality»; D. M. Cutler y G. Miller, «The role of Public Health Improvement in Health Advances».
69 Sobre la reforma sanitaria en Gran Bretaña, G. Rosen, A History of Public Health; H. Fraser, «Municipal Socialism and Social Policy»; F. Bell y R. Millward, «Public health expenditures and mortality»; S. Szreter y G. Mooney, «Urbanization, Mortality, and the Standard of Living Debate»; S. Szreter, «Health, class, place, and politics» e Id., Health and Wealth; B. Harris, The Origins of the British Welfare State; B. Luckin, «The metropolitan and the municipal»; B. Harris et alii, Diet, Health and Work Intensity.
70 E. Perdiguero Gil, «Problemas de salud e higiene en el ámbito local»; S. Salort Vives, La hacienda local en la España contemporánea.
71 A. Beneito Lloris, «Alcoi, 1813-1936».
72 P. Hauser, La Geografía Médica de la Península Ibérica, p. vii.
73 C. Milla Basallos, Saneamiento de poblaciones (urbanas, rurales) y Policía urbana, p. 3.
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