La epopeya según Antonio Machado (1936-1939)
p. 403-415
Texte intégral
1Las relaciones entre Antonio Machado y las modernidades literarias, desde principios de siglo, están obstinadamente marcadas por la distancia y cierta incomprensión recíproca. Machado opta temprano por una vía solitaria y crítica, al margen de las novedades, mirando de reojo los avatares sucesivos de una estética que pretende romper con el orden decimonónico y romántico. Después de la crisis personal que coincide con la Primera Guerra mundial, el divorcio con las nuevas generaciones poéticas se consuma, con fórmulas perentorias que simboliza esta frase lapidaria de una carta a Guiomar: «si esos jóvenes son poetas, yo seré otra cosa»1. Machado no vio en las vanguardias poéticas más que un revoltillo de errores formules y existenciales, una especie de señoritismo literario desprovisto del humanismo más elemental. Los adeptos de la nueva poesía, aunque más comedidos en general (Machado no deja de ser una «figura»), no congenian con este solitario exigente que no comparte —ni, en realidad, comprende— todo lo que se ventila en esos turbulentos años veinte. Como dice Manuel Alvar: «Machado se encastilló en sus ideas sobre la metáfora, sobre el barroco, sobre la realidad, y no llegó a más»2.
2Con la República y la llegada de las vanguardias políticas (esta franja de vanguardistas de la literatura que se vuelcan hacia lo social) las relaciones de Machado con los «jóvenes» podían haber conocido otro rumbo, en la medida en que estas nuevas vanguardias trasladaban sus preocupaciones a un terreno que Machado siempre reivindicó como finalidad privilegiada de la palabra, es decir «lo humano». A esta nueva generación de poetas aludía quizás Machado cuando, en el prólogo de la segunda edición de Soledades, galerías y otros poemas, en 1919, escribía: «Pero amo mucho más la edad que se avecina y a los poetas que han de surgir cuando una tarea común apasione las almas»3. El republicanismo explícito de Machado, público desde el episodio segoviano del 14 de abril de 1931, podía contener una promesa de «reconciliación». En realidad, estéticas ο políticas, las vanguardias no son santas de la devoción de Machado. Republicano moderado y nada militante, el proceso de radicalización ideológica y política de los sectores más avanzados, entre 1931 y 1936, lo desconcierta y lo asusta. Si el «pueblo» aparece siempre como la meta prioritaria de sus preocupaciones respectivas, no se trata del mismo pueblo y, al fin y al cabo, el abismo entre Machado y los poetas comprometidos sigue tan profundo como en los tiempos mordaces de la crítica contra la poesía pura.
Las distancias salvadas: la fraternidad militante
3La insurrección militar, la rebelión de las facciones más conservadoras y clericales del país, logra superar en un día lo que más de treinta años habían acumulado de diferencias y hasta de animosidades. La guerra zanja drásticamente España en dos campos irreconciliables: es ya su primera característica épica, ya que no se admiten término medio ni compromiso. Este maniqueísmo provocado por la historia favorece la consolidación de cada campo alrededor de algunos valores fundacionales que constituyen las dos Causas. En eso, la guerra suscita la reconciliación activa de Machado con la República amenazada y con sus élites intelectuales más militantes. Este reencuentro mutuo, bajo el signo de la poesía y de la epopeya es un episodio revelador de los mecanismos ideológicos y culturales que afectan a Machado y a toda la España involucrada en la defensa de la República. «La poesía humaniza la guerra en el mejor sentido del vocablo humanizar, quiero decir; que da motivos humanos a la lucha entre hombres»4.
4La adhesión sincera, vehemente incluso, de Machado a la República en guerra tiene aspectos complejos, algo ocultados por el énfasis verbal que caracteriza el «momento histórico». El ecumenismo que estimula las energías no implica unanimidad: es una evidencia en el plano político y social, también lo es en el plano cultural y literario, menos conflictivo en apariencia, pero no por eso menos variado5.
5El tenor de las actitudes y producciones de Machado durante la guerra es el de la ausencia de toda concesión y de la continuidad respecto de sus convicciones de siempre. La nueva fraternidad republicana no supone el olvido de ciertas glorias contestadas (Unamuno, por ejemplo), ni elimina del todo la saña explícita contra la poesía pura, contra los de la «torre de marfil» (p. 659), los «novedosos» rabiosos ο el «dandysmo literario» (p. 637). Prolonga sus viejas polémicas, algo a destiempo, compensándolas con la exaltación de las nuevas circunstancias. En la guerra, Machado ve una confirmación de sus reivindicaciones de siempre, algo así como la prueba, por la historia, de la pertinencia de su punto de vista. «La guerra es, a veces, un gran avivador de conciencias adormiladas» (p. 607):
La guerra [...] ha sacudido a nuestros poetas y les ha puesto en rudo contacto con el hombre, al que cada uno lleva consigo, y con el de su pueblo que antes no se les había revelado y con los temas más universales, que todos ellos rebasan las fronteras de su nación6.
6Podrá parecer esta visión de las cosas algo trunca ο paternalista, apta quizás para algunos individuos de compromiso reciente, pero que pasa por alto toda la historia literaria y cultural de los años 1931-1936 (a Machado incluso se le debe de olvidar que participé en el n.° 6 de octubre, en abril del 34). Pero la época no es para polémicas estériles. Lo importante no es que Machado se esfuerce por ejercer un patriarcado ο magisterio poético retrospectivo sino que lo ejerza en conformidad con la situación presente.
7La adhesión de Machado a la «Causa popular» (subtítulo de Hora de España y expresión emblemática de la adhesión de la intelectualidad republicana) es particularmente activa7 y polifacética, sobre todo para un hombre mayor (61 años en 1936), cansado y con una salud más que precaria que la guerra quebrantara definitivamente. Desde el principio de las hostilidades, escribe, poesía y sobre todo prosa: artículos, ensayos, homenajes, declaraciones. Tiene una actividad periodística intensa. Su firma aparece en más de 45 periódicos de todos los horizontes políticos y culturales, españoles y extranjeros (París, Tegucigalpa, Manila...). En unos 25 periódicos, se trata de contribuciones originales (Vanguardia, La Voz de Madrid, Lucha contra el analfabetismo, Nuestra Bandera, Notas de actualidad, Ahora, Ayuda, Boletín del Consejo Regional de Defensa de Aragón, sin hablar de su presencia en todos los números de Hora de España); en otros casos el periódico reproduce un poema ο una entrevista (La 110, Atacar, Liberación, Moral del Combatiente, Transmisiones, ERI, Socorro Rojo, Hierro, etc.8. También prologa libros de poesías (Poemas rojos de Alfonso M. Carrasco ο el Homenaje de despedida a las Brigadas Internacionales), participa a algunas ediciones poéticas (Poetas en la España leal...).
8Presta su nombre, su prestigio y, en la medida de sus fuerzas, su presencia activa a toda una serie de organismos culturales de la República, acreditando así la legitimidad de las instituciones leales. Es presidente del Patronato que administra la «Casa de la Cultura» (que llama «hogar para el Espíritu»), en sus diversas épocas (mayo y luego agosto de 1937); es vice-presidente del Consejo Nacional del Teatro9, Presidente honorario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, miembro del Praesidium y del «Bureau» de la Asociación internacional de Escritores. El Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se celebró en Madrid y Valencia en julio del 37, confirma su aureola y la índole de su participación. Presidente de Honor del Congreso, recibe el homenaje de varios ponentes (Malcom Cowley, Ehrenburg y Nicolás Guillén que afirma que «hay un culto de Antonio Machado»10 y que «don Antonio fue, sin duda, la figura central de aquella reunión»11. A pesar de su estado físico inquietante, observado por Guillén, Serrano Plaja y otros participantes del Congreso, la ponencia de Machado matiza el aspecto honorífico de tantas responsabilidades, porque «carece de la improvisación que venía siendo la tónica general de los discursos. Se trata de un trabajo estructurado que poco tiene que ver con la oratoria demagógica, la exacerbación emocional, ο con las alabanzas y los slogans acusadamente reiterativos»12.
9Su abundante producción periodística materializa su fervor hacia la Causa. Multiplica las páginas contra Hitler y «la abominable Alemania hitleriana» (p. 604), contra la Roma fascista y Mussolini (calificado sistemáticamente de «faquín endiosado»), contra Inglaterra y, en general, contra la política conservadora de las democracias occidentales («las plutocracias»), objetivamente aliadas con el Eje. La Sociedad de las Naciones (SDN), en particular, le merece unas páginas en las que su vocación explicativa y didáctica cobra acentos virulentos: la SDN, ese «Puerto de Arrebatacapas del honor internacional» (p. 634), «carece de todo sentido... Es el equívoco criminal que mantienen los poderosos, armados hasta los dientes» (p. 605), Machado comparte y expresa la lucidez del campo republicano español sobre la delicuescencia de la SDN que naufraga en la contienda española. El elogio vibrante de Machado a la actuación de Álvarez del Vayo (p. 613) ilustra el apoyo «militante» a las tesis oficiales del gobierno republicano.
10La adhesión de Machado significa también su participación a la vez personal y tópica a la inflación verbal que caracteriza la guerra, su contribución a los grandes temas en los que se encarna la República. Machado se identifica estrechamente con la retórica común a los combatientes, los de las trincheras y los de la cultura: «El porvenir lo defiende el pueblo», «la gloriosa República española», «la España leal» «Madrid defiende el porvenir del mundo», «el pueblo en armas». Se podría multiplicar las citas de este tipo, lexías y fórmulas que empalman explícitamente con los discursos dominantes en el campo republicano. A este respecto, la identificación verbal de Machado con la Causa representa una aportación indiscutible al esfuerzo de guerra, hasta en la humildad de convención: «Soy […] un español que, en los momentos actuales, cree estar en su puesto, cumpliendo estrictamente su deber» (p. 687, carta a María Luisa Carnelli).
11En el caso de Machado, estamos lejos de una tentativa de recuperación ο de captación, por parte de la República, de una celebridad de las letras cuyo prestigio viene a consolidar la legitimidad del régimen. La República, traicionada por su personal diplomático, transfirió sus misiones de representación y de relaciones internacionales hacia sus intelectuales, artistas y científicos de alto nivel, garantía palpable de su solvabilidad cultural y moral. Machado no se contentó con dejarse querer por la República, como pudo ser el caso de otras glorias literarias (Benavente ο los Álvarez Quintero, por ejemplo), sino que entregó su pluma, su energía y su autoridad a sus firmes convicciones13.
Antonio Machado ο la elipsis política
12La indudable combatividad de Machado a favor de la República, fundada en una rigurosa continuidad de su itinerario pedagógico e ideológico, se mantiene, durante la guerra, en una línea política de neutralidad, al margen de todas las peripecias de la historia política y social que agitan el campo republicano. Machado permanece fiel a una conducta a la vez comprometida y descomprometida, a la vez exaltada y sin concesiones. Su actitud frente a los conflictos que condicionan el presente y el futuro de la sociedad española, mezcla curiosa de adhesión y distancia definitiva, representa el límite de su participación y, a la postre, su mayor fuerza.
13Su ideario político, en la línea del republicanismo sentimental, no se altera en absoluto durante la guerra y se puede resumir por lo que escribe a María Luisa Carnelli: «Carezco de filiación de partido, no la he tenido nunca, aspiro a no tenerla jamás. Mi ideario político se ha limitado siempre a aceptar como legítimo solamente al gobierno que representa la voluntad libre del pueblo» (p. 687), En un período políticamente convulso como el de la guerra, la actitud de Machado llama la atención por su radical distanciamiento respecto de los conflictos, tensiones, luchas de influencias que agitan el escenario político, Su desapego a lo político es perceptible en la ausencia de todo comentario al debate de ideas y hasta a la actualidad militar, ideológica ο social. Su colaboración a Hora de España, en la que ocupa algo del puesto de editorialista, aunque sólo fuera por el lugar privilegiado que le atribuye a sus textos, mantiene —salvo excepciones— la ficción de un Mairena muerto en 1909 que diserta sobre filosofía y cultura, literatura y ética. Ningún eco directo de lo que está pasando, ninguna referencia a episodios concretos, salvo sus comentarios sobre política exterior y la No-Intervención. La defensa de la República, la lleva desde esteras conceptuales que, sólo mediante un esfuerzo deductivo, se aplican al «momento heroico». La nota más concreta de su atención al debate político será su prolija referencia al marxismo y a la Unión Soviética, especie de eco ο respuesta quizás a la intensidad de la competencia ideológica. Pero, sobre este tema, la posición de Machado también se rige por la continuidad, explícita por lo menos desde 1922 (su artículo sobre la lírica rusa). Incluso en plena guerra, Machado mantiene una línea de «antimarxismo teórico»14 que no vacila en exponer, el 1 de mayo de 1937, delante de la JSU:
Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás [...] Tal vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso, de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la idea central del marxismo (p. 690).
14Y los homenajes a la Revolución del 17 ο a la Unión Soviética del 1936-1938 no son más que el contrapunto lógico de su denuncia áspera de las potencias del Eje por un lado, y de las democracias «egoístas» y «cómplices» por otro (su «fascistofilia» dice Machado). La evocación de la URSS y de su ayuda, temas ineludibles durante la guerra, mantiene una formulación «extratemporánea»15, de tipo moral (la exigencia de la «convivencia humana» p. 613) ο evangélico («cuando triunfe Moscú, no lo dudéis, habrá triunfado el Cristo»16.
15La elipsis política de Machado no se limita al marxismo: abarca a todo el espectro español. La enunciación machadiana obedece a reglas precisas que no transgrede casi nunca (por lo menos en sus escritos, la cosa puede variar un poco en las declaraciones orales a la prensa) y se caracteriza por la referencia indirecta y/o la no designación. Así, en contra de la exactitud histórica y geográfica, lo referente a la URSS siempre aparece con el mismo léxico distanciador: «Moscú», «ruso/a», «Rusia» sobre todo («el alma rusa», «la nueva Rusia», p. 665). En los poquísimos casos en que asoma la palabra «soviética» («la gran República de los Soviets» y «esa magnífica Unión de Repúblicas Soviéticas», p. 666), viene con bastardilla y con énfasis oratoria más que referencial.
16De la misma manera, Roma (y Mussolini) y Berlín (casi nunca Hitler) suplantan las escasísimas alusiones al «fascio» ο al fascismo («los verdugos del fascio», p. 672, «la traición fascista», p. 676). Por lo que se refiere a la situación política interior, la elipsis es todavía más evidente. En una España saturada de ideologías, Machado elude sistemáticamente la mención de todo partido ο sindicato: hasta evita las siglas más lexicalizadas y tan empleadas. Incluso en sus «Discursos a la JSU», en el que la referencia era difícilmente eludible, sólo menciona la organización una vez, y con su denominación completa. Es difícil no ver en esta actitud un procedimiento destinado a marcar la distancia. Las palabras «comunismo» ο «comunista» (2 o 3 ocurrencias), no remiten nunca al PCE sino a las democracias europeas «entre dos pavuras y dos imanes, germanismo (sic) y comunismo», p. 617) ο a la «experiencia» de la URSS (p. 670). Machado prefiere la palabra «marxismo», más abstracta ο más neutral (excluye la noción de partido). «Socialismo, -ista» son igualmente escasos, igualmente exteriores al PSOE u otra entidad explícita: sirven para ironizar sobre Blum («¡Blum! ¡un socialista!», p. 628). Socialismo —con mayúscula—, en los «Discursos a la JSU», también define «una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase» (p. 690) es decir, una acepción más moral que doctrinal, y nada vinculada con la historia del socialismo español. En cuanto al anarquismo, tan omnipresente en el escenario político español desde hace más de medio siglo, está casi ausente: una vaga alusión a «la vejez anárquica» (p. 690), con el sentido peyorativo de «desorden», apenas templado, a renglón seguido, por una incisa («y un anarquista verdadero puede ser un santo»). Del republicanismo orgánico, ni una sola mención.
17En resumen, toda la producción de Machado durante la guerra se caracteriza por la ausencia de toda referencia al panorama político nacional, por la elisión de todas las organizaciones comprometidas en la empresa colectiva, militar, económica, social, política e incluso cultural: ni una sola mención a los sectores militantes de la ΑΙΑ u otros, un sólo poema en Mono Azul, reproducido de Ayuda. Para Machado, la historia actual se limita a un gobierno unívoco y abstracto.
18El concepto que definiría mejor a Machado, incluso en la guerra, es el de «demofilia», el único que se atribuye («nosotros [...] demófilos incorregibles», p. 664, «la demofilia es entre nosotros...», p. 670). El concepto de «democracia» («mi fe democrática», p. 660), también aparece, siempre opuesto al de aristocracia (la historia del Cid es «la lucha entre una democracia naciente y una aristocracia declinante», p. 661). Es evidente que este demos machadiano, poco tiene que ver con el pueblo real, el que hace la guerra y/o la revolución, el que se opone físicamente al fascismo, el que consiguió, por vez primera en la historia de España, una inversión a su favor de las hegemonías. El pueblo de Machado, «raza», «tierra» y «habla» (p. 659), es todo lo contrario del pueblo-masa, de las masas hacia las cuales siente una gran prevención. Si le es difícil ya proclamar: «a las masas, que las parta un rayo» (p. 470), sigue fiel a su visión del hombre, una visión totalizadora y a-histórica:
Existe un hombre del pueblo, que es, en España al menos, el hombre elemental y fundamental y que está más cerca del hombre universal y eterno. El hombre masa no existe: las masas humanas son una invención de la burguesía, una degradación de las muchedumbres de hombres, basada en una descalificación del hombre [...] Desconfiad del tópico «masas humanas» (p. 664)17.
19Su demofilia que «no podía confundirse con el halago ο el sometimiento a lo antihumano de las masas», como dice Guillermo de Torre18, tiene un gran parentesco con otra demofilia, la de su padre. Su concepto de pueblo, en plena guerra, sin desentenderse de los problemas sociales y de actualidad (muy poco aparentes), no pasa de ser, como afirma Mainer, una «utopía populista»19 Las páginas de Hora de España ο de «Desde el mirador de la guerra» lo desarrollan insistentemente:
Algún día resurgirá [...] la fe idealista, la creencia, hoy algo apagada, aunque no muerta, en el verdadero ser de lo pensado20.
Demos, ethos y epos
20Si Machado, pese a una ideología tan poco al unísono de los individuos y grupos que protagonizan la guerra, tan poco enraizada en lo concreto y lo actual, se identifica tan estrechamente con la Causa y goza de un prestigio unánime, es que el clima general de epopeya autoriza el entusiasmo más exacerbado a partir de razones y valores que sacan su eficacia de su misma sencillez. La epopeya moderna de la guerra de España se define, antes de todo, por un tipo de enunciación que afirma la aptitud de una serie limitada de valores (de los cuales el campo republicano se instituye el depositario exclusivo) a desempeñar un papel motor en la historia nacional y, concretamente, en la inminencia de una victoria natural21. Necesariamente reductor ο simplificador (Lukacs habla de «infantilismo normativo»), el discurso épico saca su fuerza de su maniqueísmo y de su ecumenismo. La enunciación épica, centrada en la Justicia, la Razón, la Paz, el Hombre, el Bien, ofrece una tensión unificadora y ejemplificadora de la Historia; borra lo que diferencia y suscita una cohesión alrededor de grandes conceptos positivos. En este aspecto, la inflación verbal escrita u oral, poética ο propagandística, ο lo que fuera, provocada por la guerra, ofrece un terreno expresivo que cimienta las participaciones. La sangre vertida y el esfuerzo cotidiano (producir, militar, vivir siquiera) justifican y acreditan la inevitable abstracción épica: la realidad dramática, individual y colectiva, redimen el discurso épico de todo lastre utópico. En una guerra (como la de España), la grandilocuencia verbal es la medida exacta de los acontecimientos, como dijo Roland Barthes.
21En este aspecto, no cabe la menor duda de que Machado entronca totalmente con las tensiones épicas del momento. Su apoliticismo de sistema se funde naturalmente con las modalidades expresivas de la retórica común, enriquecida por su manejo experto del idioma y su conocimiento de la literatura, para señalar las pautas de la identidad cultural española. Ahí, el pedagogo tiene donde emplearse útilmente. Frases como «la verdad del pueblo», etc., instauran una comunidad lingüística e histórica22, sin la necesidad de explicitar el contenido exacto de cada vocablo que cada locutor ο receptor asimila a su manera. La amplitud semántica no es aquí inconveniente sino ventaja, palabra positiva y eficaz. Como dice Sánchez Barbudo, la epopeya favorece la síntesis: «es un retorno [...] a la objetividad, por un lado, y a la fraternidad, por otro. Una nueva fe [...] se ha iniciado se torna a creer en lo otro y en el otro, en la esencial heterogeneidad del ser»23. Es la expresión de esta fraternidad la que recogen los contemporáneos de Machado, incluso los que profesan ideología que Machado rechaza. Todos comulgan con la misma oratoria-arma. Cuando el periodista de Milicia Popular presenta a Machado como «el cantor del eco racial más profundo de nuestro pueblo»24, plasma así una comunidad espiritual y verbal de índole más épica que política, pero admitida por todos.
22El carácter sintético de la enunciación épica se armoniza también perfectamente con la tensión esencialmente moral del pensamiento y del discurso machadiano, con su «amor al ethos» del que habla G. de Torre25. Las palabras «ética» y «moral» reaparecen con alta frecuencia, y completan significativamente la parquedad de vocablos del registro político tradicional:
El marxismo, por muy equivocado que esté [...] tiene un valor ético indiscutible (p. 548);
...la política conservadora [... reconoce) implícitamente, que una política cimentada en principios éticos sería una política de ilusiones (p. 613);
...una superioridad ética [...] militaba a favor de los aliados (p. 614);
...la guerra carece de todo valor ético (p. 619);
...nos preguntamos si el desprecio de las razones y de los principios morales pueden de algún modo contribuir a fortalecer a los pueblos (p. 614).
23El rigor ético, en primera instancia, delimita el Derecho, la «legitimidad» y la inapelable victoria del justo: «la guerra civil, tan desigual éticamente» (p. 674) determina siempre la derrota de los adversarios «moralmente vencidos» porque «entre ellos no hay un átomo de energía moral» (p. 688). La constante moral y moralizante de Machado tenía que coincidir plenamente con el substrato naturalmente ético de toda epopeya, viniera de donde viniera, común a todas las ideologías.
24La más clara manifestación de la compenetración de Machado con la epopeya sigue siendo su poesía. De la misma manera que el Romancero de la Guerra de España (la suma poética de esta unidad histórica) constituye el monumento y la expresión más adecuada de la epopeya, los poemas de Machado son su contribución más identificada (y lograda) con el momento, en la medida en que el verso épico sanciona la asunción del signo en la verdad del decir y del hacer inmediato, fuera de toda doctrina (la elipsis, siempre) sólo nutrido de absolutos y de percepciones sensibles de esos absolutos26. La participación poética de Machado ofrece, además, la misma dualidad de adhesión afectiva e histórica y de distancia que acaba integrándose en la corriente general como aportación personalizada.
25La producción poética de Machado, durante la guerra, consta de unos veinte poemas, incluyendo una versión del Himno de la República española: producción modesta, pero comparable con la de la mayoría de los grandes poetas de la guerra. Si se observa cierta variedad estrófica, domina el endecasílabo, combinado clásicamente con el heptasílabo. El «contagio» del romance es discreto: en «Federico de Onís», «Meditación» y en fragmentos de «El crimen fue en Granada» y «Meditación del día» (y una copla). Como lo sugieren los sonetos (casi la mitad de sus poemas de guerra) es una poesía muy elaborada que implica una adecuación entre rigor formal e historia (una tendencia que se confirma en toda la guerra). Pese a su carácter «clásico» que la diferencia del alud de composiciones poéticas del Romancero, la producción de Machado accedió a una verdadera popularidad. Sin hablar de Hora de España que le publica diez poemas, en el número 18, casi todas sus poesías fueron reproducidas por lo menos una vez en la prensa de la época y en algunas antologías. «El crimen fue en Granada», sin duda la más difundida, se reprodujo más de quince veces, en España y en Hispanoamérica27. Otros poemas como los sonetos «A Líster» ο «Trazó una odiosa mano...», como «La Meditación del día» ο «Alerta», gozaron de una evidente difusión popular, en periódicos del trente y en diarios regionales. Esta presencia de la poesía de Machado en el «trente» de la prensa y de la creación poética confirma su prestigio y su participación activa.
26El éxito de estas obras reside esencialmente en su vigor, su «virilidad», su densidad rítmica y formal, incluso en las composiciones más íntimas ο copleras. Todo pasa como si la guerra le hubiera permitido reanudar con la función social del verso, con la eficacia del mensaje. La poesía épica dejó de ser lo que llamaba un «palimpsesto», de lectura dudosa: gracias a la guerra (¿y al amor?) vuelve a sus raíces del gesto y de la comunicación colectiva, inmediatamente asequible y humana, Ya no hay ruptura entre el signo y el mundo, entre lo social y lo íntimo. Algunas obras poseen una indiscutible fuerza:
Trazó una odiosa mano, España mía
—ancha lira, hacia el mar, entre dos mares— (p. 651)
¿Madrid, Madrid! ¡qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas (p. 654).
27En cuanto a Alerta, «Himno para las juventudes deportivas y militares», con sus imperativos y sus exhortaciones, con su ritmo de letanía y sus sentencias exaltadas, es un ejemplar logradísimo del dinamismo épico:
No basta despertar cuando amanece:
Hay que mirar al horizonte, ¡Alerta! (p. 655).
28En resumen, su obra de guerra evidencia una nueva te en la palabra, un impulso creador que contrasta con el pesimismo ο incluso la resignación de poesías anteriores. También desapareció ese humor crítico y zumbón, en provecho de un humanismo directo: «la poesía vuelve a humanizarse» (p. 636). Hasta los poemas de la nostalgia («Meditación» y el soneto III, dedicados a una Valencia de paz bucólica) ο del amor (soneto V, a Guiomar), participan del vitalismo nuevo que no ignora el lirismo y la intimidad, si remiten a una armonía compatible con la épica. La obsesión machadiana de un mundo y un lenguaje reconciliados, de un verbo capaz de actuar, es decir el «afán de totalidad» —a la vez «contar y cantar»28—, se concretan por fin, como liberados de toda preocupación ideológica. La poesía de Machado, que se podría definir como la espera utópica de la llegada de la epopeya, encuentra inesperadamente su cauce natural, su objetivo deseado, su madurez29.
29La responsabilidad del intelectual y del artista —otra constante que comparte Machado con los «soldados de la cultura»— no se limita a una participación activa a la epopeya nacional. Adherir a una empresa histórica y cultural de índole popular no significa que haya que seguir a la rémora del fenómeno masivo. Ser poeta, ser un «profesional» del verso y del lenguaje, tiene sus exigencias que implican otro tipo de contribución. La estrecha relación de Machado con Hora de España se explica por la preocupación de una creación estéticamente lograda, nada servil. Las masas pueden contribuir al Romancero pero los «poetas de oficio» tienen la misión de velar por los fueros del arte: ésta es su responsabilidad última e insoslayable:
Escribir para las masas no es escribir para nadie, menos que nada para el hombre actual (p. 664).
30Afirmar esto, en 1937, no es una provocación sino la expresión (personal) de una necesidad histórica. Como para muchos de los poetas y escritores de Hora de España, la comunión afectiva y cultural con la historia, indispensable, tiene como corolario la búsqueda de una respuesta estética. El arte no puede renunciar nunca a la investigación (al progreso si se quiere, póngase lo que se ponga detrás de este vocablo), con mayor razón aún si la Causa cobra tal énfasis. Quizás por esto juzgue Machado que su poema a la muerte de Lorca es «la expresión poco estéticamente elaborada de un pesar auténtico» (p. 671). En cuanto a «la poesía futura», la ve como «la continuación de un arte eterno» (p. 664). La epopeya, al favorecer el retorno a cierto clasicismo (romances, sonetos), también en este plano le brinda un terreno favorable. La inflación épica de la guerra se alimenté de la tradición, a la vez como patrimonio ο humus y como tensión creativa. Machado tenía que comulgar con todo esto, y con el aforismo de Malraux: «la tradición no se hereda, se conquista»30.
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31La guerra favorece las reconciliaciones, en aras del hombre y de la eficacia: hizo posible la reconciliación de Machado con los jóvenes poetas comprometidos de los años 30, reconciliación entre la historia y el lenguaje, reconciliación también de Machado con su propia creación poética y su definición de la poesía. Aunque le llegó la epopeya un poco tarde para las fuerzas que le quedaban, no cabe duda de que le permitió entrever lo que él consideraba como la verdadera función del poeta. La epopeya, a la que se inclinó siempre, le ofreció el cauce esperado que lograba la fusión de todas las actividades cognitivas, intelectivas y afectivas, limando asperidades y divergencias en un ejercicio constructivo del lenguaje. El Machado poeta de guerra confirma, a mi parecer, la preeminencia de su labor poética sobre las demás producciones verbales. En todo caso, su participación física, moral y poética en la epopeya de la guerra, ha contribuido poderosamente a forjar la imagen mítica del Machado después de su muerte.
Annexe
Apéndice
Dos declaraciones de Antonio Machado a Milicia Popular
Ν.° 109 (24-11-1936), p. 3 (la guerra y la cultura)
«Sabios españoles en la Casa del Quinto Regimiento»
...«El gran poeta contestó en nombre de los ilustres viajeros diciendo»:
«Y no me hubiera marchado; estoy viejo y enfermo. Pero quería luchar al lado vuestro. Quería terminar una vida que he llevado dignamente, muriendo con dignidad. Y esto sólo podría conseguirlo cayendo a vuestro lado, luchando por la causa justa como vosotros lo hacéis.»
(Declaración reproducida por el Boletín del Quinto Regimiento, n.° 79 (25-11-1936), p. 1.
N.° 115 (30-11-1936), p. 3
El gran poeta Antonio Machado dice: «El fascismo es la fuerza de la incultura».
Antonio Machado, el poeta más popular de España, cantor del eco racial más profundo de nuestro pueblo, está en Valencia.
Ha llegado de Madrid con otros valores de a ciencia y del arte, arrancados de la ciudad heroica, por la preocupación cultural de nuestro gobierno y por mediación del Quinto Regimiento de Milicias.
«El fascismo —habla Machado—, es la fuerza de la incultura, la negación del espíritu. El pueblo guarda las obras de arte con calor, y el fascismo, las destruye con saña, intencionadamente, por ser obras del espíritu y de la cultura. Yo lo afirmo rotundamente. El Museo del Prado, la Biblioteca Nacional, el palacio del Duque de Liria, han sido bombardeados sin otro objetivo bélico que la fatal necesidad de destruir que siente el fascismo.
El porvenir lo defiende el pueblo —prosigue el insigne poeta—. Y el pasado, los museos son el recinto de la historia del espíritu del pasado espiritual. Los fascistas los bombardean e incendian. El pueblo monta guardias en el Museo del Prado, en la Biblioteca Nacional, en el palacio del duque de Alba... Los milicianos custodiando estas obras indican un fondo de cultura superior y se erigen en milicianos de la humanidad al defender sus intereses espirituales.»
Notes de bas de page
1 Antonio Machado. Obras: Poesía y Prosa, Buenos Aires, Losada, 1964, (= Ο. P. P.) p. 934. En adelante, todas las indicaciones de páginas remitirán a esta edición.
2 Manuel Alvar, prólogo a Los Complementarios, Madrid, Cátedra, 1987, p. 35. En su «Poética» de la antología de Gerardo Diego de 1932, Machado escribe: «Me siento, pues, algo en desacuerdo con los poetas del día.»
3 A. Machado, O. P. P., p. 48.
4 Citado por Julio Rodríguez Puértolas, «Antonio Machado, Luis Cernuda y los poetas en la España leal», Ínsula, n.os 506-507, 1989, p. 69.
5 Sobre el fenómeno de la guerra, véase Serge Salaün, La poesía de la guerra de España. Madrid, Castalia, 1985, y «La guerre d’Espagne ou l’épopée du signe», Imprévue, Études Sociocritiques, Université de Montpellier, 1986, 2, p. 19-36.
6 Artículo de Machado titulado «El influjo de la guerra sobre la poesía joven española. El influjo de la poesía joven en los campos de batalla», Tegucigalpa, 1938, citado por J. Rodríguez Puértolas, op. cit.
7 En las nuevas Obras completas, publicadas por Espasa-Calpe, en 1989, (la versión en 3 tomos), un tomo entero está dedicado a su producción de guerra.
8 La lista de sus colaboraciones a la prensa proviene de la lista de Monique Alonso, «Y cuando llegue el día del último viaje...», Ínsula, n° cit., p. 5, completada por mis propios archivos.
9 Manuel Aznar Soler, II Congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura (1937): literatura española y antifascismo (1927-1939). Valencia, Generalitat Valenciana, Consellería de Cultura, Educació i Ciencia, 1987, p. 100-119.
10 M. Aznar Soler y Luis Mario Schneider, II Congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura (1937): actas, ponencias, documentas y testimonios, Valencia, Generalitat Valenciana, Conselleria de Cultura, Educació i Ciencia, 1987, p. 89.
11 Ibid., p. 395. Stephen Spender, en sus memorias (1948), presenta a Machado «absorto en su mundo de valores poéticos puros», ibid., p. 444.
12 L. M. Schneider, II Congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura (1937): inteligencia y guerra civil española, Valencia, Generalitat Valenciana, Conselleria de Cultura, Educació i Ciencia, 1987, p. 174-175.
13 Machado firma unas cartas colectivas que confirman su participación combatiente: «Llamamiento a los intelectuales del mundo de los hombres de ciencia y artistas de la Casa de la Cultura de Valencia», Verdad, 27-12-1936, «La intelectualidad española protesta ante el mundo civilizado de la criminal agresión alemana y la intervención fascista en España», Frente Rojo, 2-6-1937, «Los intelectuales de España por la victoria total del pueblo». Vanguardia, 1-3-1938.
14 Carlos Serrano, «Una dialéctica inconclusa: Antonio Machado y la crisis del liberalismo español», Actas del Congreso sobre A. Machado, Sevilla, 14-19 de febrero de 1989, de próxima publicación, p. 24.
15 Ibid., p. 13.
16 Hora de España, n.° 16 (abril de 1938), p. 8. En el n.° 20 (agosto), se tee: «Stalin no es un fanático de la Revolución pero no carece del prejuicio antirrevolucionario. Hay en Stalin una claridad de ideas y una virtud suasoria», p. 11, Véase también, Antonio Domínguez Rey, Antonio Machado, Madrid, Edaf, 1979, p. 158.
17 Artículo titulado «Los milicianos del 36»... donde no hay milicianos. Subrayo yo (S.S.). En una carta a Juan Ramón Jimenez, de 1912 (p. 903), escribe: «Creo que la conquista del porvenir sólo puede conseguirse por una suma de calidades. De otro modo, el número nos ahogara.»
18 A. Machado, Ο. P. P., ed. cit., introducción de Guillermo de Torre, p. 11. El subrayado es mío.
19 José Carlos Mainer, Historia y Crítica de la literamra española. tomo VI, modernisme y 98, Barcelona, Grijalbo, 1984, p. 412.
20 Hora de España, n.° 11 (noviembre de 1937). En la entrevista que recoge Milicia Popular, n.° 115 (30-11-1936), Machado utiliza seis veces la palabra «espíritu» ο «espiritual» en unas pocas líneas.
21 S. Salaün, La poesía de la guerra de España, op. cit., p. 240 y ss.
22 Los artículos EL y LA, remiten aquí claramente a la categoría, hacia to absoluto.
23 Antonio Sánchez Barbudo, El pensamiento de Antonio Machado, Madrid, Guadarrama, 1976, p. 68.
24 Milicia Popular, n.° 115 (30-11-1936), sobre la llegada a Valencia de los intelectuales y artistas evacuados.
25 G. de Torre, op. cit., p. 8.
26 S. Salaün, La guerre d’Espagne ou l’épopée du signe, art. cit., p. 30.
27 Al total, contabilizo unas 50 publicaciones de poemas de Machado, sin mencionar las reproducciones de poemas anteriores a la guerra (14 casos).
28 G. de Torre, op. cit., p. 12. Se puede aplicar a Machado lo que él mismo dice de Alberti: «alcanza hoy su plenitud», p. 638.
29 Manuel Tuñón de Lara escribe que sus poemas de guerra: «no responden a un imperativo ético, es decir a razones heterónomas a la esencialidad de la poesía [...], parten de una necesidad poética tal como él la concebía desde antes de la cuarentena», Antonio Machado, poeta del pueblo, Barcelona, Editorial Nova Terra, 1967, p. 130.
30 G. de Torre, op. cit., p. 9, que también cita a T. S. Elliot: «La tradición no se puede heredar y si uno la quiere, tiene que ganársela con un arduo esfuerzo.»
Auteur
Universidad de París III
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