Más allá de la muerte: rituales funerarios y mausoleos reales en la Corona de Aragón (1196-1410)
Posibilidades de una investigación global
p. 177-196
Texte intégral
1El 31 de mayo de 1410 moría en el monasterio de Valldonzella, a las afueras de Barcelona, el rey Martín I el Humano, el último exponente de la dinastía que gratia Dei había reinado en Barcelona desde 870, y después en Aragón, Mallorca, Valencia, Sicilia y Cerdeña. El rey abandonaba esta vida sin dejar un heredero legítimo (su hijo Martín había muerto en Cerdeña el año antes entre grandes muestras de desesperación pública), y su desaparición fue especialmente sentida en todos sus reinos y tierras. El cuerpo fue llevado a Barcelona, y en la capital se celebraron los funerales, en un primer momento, en el Palacio Real, donde se cantaron misas y donde seis caballeros corrieron las armas en el salón del Tinell. Después, el cuerpo fue expuesto primero ante el altar mayor de la catedral y a continuación delante de la misma, cubierto por una tela de oro imperial y debajo de un papalló e bastiment de fusta, una capilla ardiente donde quemaban numerosos cirios. Los restos mortales del rey iban acompañados con su escudo, hecho expresamente para la ocasión, y detrás de su cabeza se hallaba el elm de la víbria, el yelmo de ceremonia con el dragón, tal vez el mismo que aún se conserva en la Real Armería de Madrid. El difunto, que había sido debidamente embalsamado con mirra e altres coses necessàries, para aguantar tanto tiempo, fue finalmente enterrado provisionalmente en la catedral de la Ciudad Condal el día 18 de junio1.
2Estos son solo algunos de los elementos que configuraban el ceremonial fúnebre del último rey del Casal de Barcelona. Y plantean unas preguntas, entre las cuales hay que destacar: ¿desde cuándo se utilizaba este baldaquín ardiente puesto encima del cuerpo del difunto? O, ¿a partir de qué momento los reyes exhibían regalia en su entierro y su muerte era celebrada con elementos caballerescos2? Sabemos que también durante los funerales de su hermano Juan, en mayo de 1396, se exhibía un yelmo junto al cuerpo sin vida del monarca3.
3Ambos funerales se sitúan al final de un largo proceso evolutivo (que tampoco se cierra definitivamente, si nos atenemos a ulteriores pequeñas innovaciones en el caso de los reyes Trastámara y de los apodados «intrusos» a lo largo del siglo xv), proceso del cual se trata de ver las etapas de definición y los problemas que plantea.
4El padre de Martín, el rey Pedro III el Ceremonioso4, quiso ser enterrado con todos sus símbolos reales5. Que sepamos, es el primero en hacerlo, aunque casi seguro que no se cumplió con la voluntad del monarca, ya que fue llevado a su tumba catorce años después de su muerte, en abril de 14016. Esta decisión del rey rompería con una tradición plurisecular de austeridad típica de su familia, ruptura que, por otro lado, sus sucesores no siguieron. ¿Por qué introduce este cambio? ¿Se debe solamente a su visión de la dignidad de la monarquía? ¿Va en línea con una evolución europea de la sacralización de los reyes, o hay una directa imitación del modelo francés7?
5Es tal vez con sus funerales, en enero de 1387, y seguramente con los de su hijo Juan I, cuando encontramos por primera vez documentada la capilla ardiente («quoddam artificium fusteum nigrum, fabricatum ad duas aquas et acutum in sumitate8»), mientras que para la muerte de Jaime II, en 1327, y para la de Alfonso III, en 1336, los últimos dos reyes que habían muerto antes de Pedro, este elemento ritual aún parece que estuviese ausente. ¿Otra vez imitación del modelo francés9?
6En 1310, al fallecer la reina Blanca de Anjou, el rey Jaime proyecta su propia tumba y la de su esposa. En un primer momento parece que quiere seguir cuanto había hecho por su padre, y adoptar un sepulcro de pórfido10. Sin embargo, ante la aparente imposibilidad de hacerse con este material, o tal vez con independencia de ello, cambia de idea y adopta el modelo francés de estatua yaciente, empezando así una tradición que rompe con el pasado. Un acto más de proximidad con modelos franceses, y en oposición a tradiciones hispánicas, diferenciación paulatina que ya había empezado en época condal, a finales del siglo ix.
7Los apuntados hasta aquí son solamente algunos aspectos muy puntuales y concretos, pero de grandes consecuencias, relativos a los rituales funerarios de los reyes de Aragón que derivan del estudio del amplio corpus documental reunido para el proyecto que estamos llevando a cabo11. Desgraciadamente, por abundante que sea la documentación, nunca lo es tanto como nos gustaría, pues siempre quedan interrogantes por resolver. Sin embargo, a veces responder es tan importante como simplemente plantear las preguntas pertinentes, cosa que sí permite la colección documental y el estudio que la acompaña. Preguntas que, confío, pueden ser de utilidad también para espacios que disponen de menor cantidad de documentación de archivo o la tienen para épocas posteriores; pienso especialmente en territorios vecinos y relacionados cultural y políticamente con la Corona de Aragón, como el reino de Francia y, más aún, para las otras monarquías ibéricas, aunque el estudio sobre los reyes de Navarra que incluye este mismo volumen aportará datos muy interesantes para la comparación.
8La extraordinaria riqueza documental presentada por el Archivo Real de Barcelona, que actualmente configura uno de los fondos del Archivo de la Corona de Aragón, junto con el fondo de Real Patrimonio (desgraciadamente no todo consultable por el mal estado de conservación de muchos de sus registros), y con archivos eclesiásticos, nobiliarios y municipales, estaba aún por explotar a fondo en su conjunto, sin haberse sacado partido de sus enormes posibilidades12. Aunque haya muchos trabajos, sobre todo a cargo de historiadores del arte, dedicados al estudio de tumbas o mausoleos, a veces con amplios pero incompletos apéndices documentales que se repiten de uno a otro, no disponíamos de un estudio de conjunto que analizara tanto la época condal como la real13. Además, estos estudios normalmente dedican gran parte de su atención a las cuestiones técnicas y estéticas, a los escultores, ymaginaires en lenguaje de la época, autores de los yacientes y de otras partes del monumento fúnebre, o a las fases de construcción del mausoleo, cuando la documentación permite abordar también el análisis de otros aspectos conectados con la dimensión funeraria de la muerte de los príncipes, en especial los rituales funerarios y otros muchos elementos conexos con la defunción de reyes y reinas. Por eso, la primera tarea era explorar a fondo el material archivístico y formar una colección documental, que, de momento, y aunque seguramente incompleta, reúne unos 1 300 documentos. Esta colección tenía que ser la base previa de cualquier estudio que quisiese ir más allá del análisis en exclusiva del aspecto artístico de las tumbas o de sus emplazamientos y, al mismo tiempo, permitía afinar también estos temas con mejores lecturas de documentos ya conocidos, y con la aportación de muchísimos otros completamente inéditos.
9Es nuestra convicción que la forma del sepulcro y la elección de los lugares donde ser enterrado eran solo partes concretas del mundo funerario de los reyes de la Corona de Aragón, las cuales forman un conjunto con otros numerosos elementos, y que no se pueden entender sin una mirada de conjunto que explore los rituales funerarios y otros temas que no habían sido tratados hasta ahora o que se habían abordado superficialmente. Todos son elementos y cuestiones que pueden ofrecer material de gran interés también fuera de los límites geográficos de la Corona de Aragón. Resulta evidente que tal tarea hacía imprescindible una investigación multipersonal e interdisciplinaria.
10Un primer aspecto, que evidencia también la bibliografía internacional, es que los rituales funerarios y todo lo que precede y sigue a la muerte de un rey o una reina se va definiendo y formando a lo largo del tiempo y, dependiendo del país, empieza a asumir ciertos rasgos definitivos entre la segunda mitad del siglo xiii y la primera del xiv, aunque no deje de evolucionar en el tiempo14.
11Por otro lado, hemos de recordar (o plantear) que los rituales funerarios no se limitan a las ceremonias inmediatamente sucesivas a la muerte del rey, de la reina o de un infante, que son el objeto principal de esta investigación; al contrario, empiezan incluso antes de redactar las voluntades testamentarias, que es cuando normalmente se establece (o mejor dicho, al menos en la Corona de Aragón, se reafirma o se replantea) el lugar escogido para ser enterrado y, eventualmente, se fijan distintas ceremonias posteriores a la muerte que tienen como finalidad la salvación del alma, como son rezos, misas, aniversarios o limosnas.
12La elección de un lugar de sepultura es un hecho que implica significados tanto políticos como religiosos. Elegir un monasterio o un convento, una orden religiosa u otra, además de la formación de mausoleos, está claramente conectado con modas y afinidades religiosas, y no es casual el abandono de los antiguos benedictinos para buscar ayuda y soporte bien del Císter o bien de las nuevas órdenes mendicantes, en especial los franciscanos. Además, la iglesia, como lugar de memoria donde se reúnen una o más tumbas, acaba perfilando un discurso político, ya sea por el estilo de la sepultura, ya sea por el significado de quienes conforman el mausoleo, de manera que, hasta la consolidación de Santa María de Poblet, hacia la década de 1340, aparece un mosaico de establecimientos y un continuo emerger de potenciales mausoleos, entre los cuales, en época real, destacan el monasterio de Santes Creus y el convento de los frailes menores de Barcelona.
13De hecho, al menos en la Corona de Aragón, y desde su misma creación, existe la costumbre de escoger el lugar de entierro con mucha antelación. Normalmente es el padre quien decide dónde se va a enterrar su primogénito y heredero; y por lo general este, una vez muerto su progenitor, cambia de idea. Esta dinámica recurrente muestra una situación contradictoria: el lugar de entierro responde a un significado político, a veces de continuidad dinástica que se quiere se vea representada en un mausoleo; al mismo tiempo, esta idea de mausoleo dinástico, con su implicación simbólica de memoria regia, no es tan fuerte y enraizada como para que, en la generación siguiente, no se desvíe hacia otras ideas y otros símbolos.
14Un caso elocuente, justo al principio de la época real, es el del conde-príncipe Ramón Berenguer IV. Él, fiel a su padre y a su reinterpretada tradición condal, se entierra en Santa María de Ripoll, y quiere que su hijo Alfonso haga lo mismo, a pesar de que este será el primero en unir la corona real de Aragón con la condal de Barcelona (que ya representaba toda Cataluña)15, dando lugar a una importante novedad respecto a sus antepasados. Una vez rey, Alfonso I el Casto sí que percibe la nueva significación también simbólica de su persona, en tanto que porfirogénito y cabeza de una nueva configuración estatal, y por eso abandona tanto el mausoleo condal de Ripoll como el real aragonés de San Juan de la Peña y la protección de los monjes benedictinos, para escoger Santa María de Poblet y los cistercienses, aunque su deseo era, en caso de llegar a conquistar el reino de Valencia, fundar un nuevo monasterio en el Puig de Santa María, lugar donde se haría enterrar16.
15Resulta evidente que el nuevo rey quiere marcar la novedad institucional de su persona estableciendo un nuevo lugar donde celebrar la memoria dinástica de la nueva monarquía, aunque privilegie de alguna manera a Cataluña. Y lo hace también dejando la protección de las montañas para trasladarse más al sur, más cerca de la frontera y de la expansión sobre el islam, como marca claramente el deseo de adueñarse de Valencia. Él también quiere que su hijo le siga17. Pero este, Pedro I el Católico, no comparte la concepción de su padre y, una vez rey, cambia de idea. Lo que prima para él parece ser el equilibrio entre territorios, junto al espíritu de cruzada y la proximidad de su madre, la reina Sancha de Castilla. Resultado: Sigena, en la frontera entre Aragón y Cataluña, y bajo el amparo de las monjas hospitalarias18.
16Un caso que se puede considerar paradójico es el de Jaime I, el cual, siguiendo el ejemplo de sus antepasados, en un primer momento jura ser enterrado en Sigena, junto a su padre, su abuela y dos de sus tías19, para después cambiar de idea y escoger Poblet, junto a su abuelo20. Él también, como de costumbre, decide dónde se va a enterrar su heredero, pero no le quiere junto a él, y establece que su segundogénito, el heredero de Cataluña en aquel momento, el futuro Pedro II el Grande, sea enterrado en el cenobio cisterciense Santes Creus, hecho que marca una excepción por ser este el único, hasta Martín I, que va a mantener su promesa21.
17En vez de seguir recordando todos los lugares de enterramiento de los reyes de Aragón hasta Martín I, procederemos a destacar algún hecho especialmente remarcable, como es el contraste, ya apuntado, entre ideas dinásticas y voluntades particulares. En cierto modo, muchos de los monarcas —con la excepción de los dos Alfonsos, el II y el III, que escogieron los franciscanos—, vislumbraban la constitución de un mausoleo dinástico; todos centrados en unos objetivos político-propagandísticos: el avance territorial sobre el islam caracteriza la primera fase de Poblet, con Alfonso I y Jaime I. Esta idea, además de la expansión mediterránea y la herencia imperial, está detrás de Santes Creus, con Pedro II y Jaime II, acompañados por la reina Blanca y el almirante Roger de Llúria; la reunión de todos los reinos, con la unidad de la Corona y de su historia, junto a la afirmación del poder monárquico, expresa la segunda fase de Poblet, con Pedro III, sus esposas y sus hijos, seguidos por los reyes de la nueva dinastía Trastámara, que escenifican así su continuidad con el pasado y el poder.
18En contraste con estas ideas, unos cuantos de sus sucesores prefirieron otros lugares, siguiendo otros motivos o creencias. En estos casos —en concreto los de Alfonso II el Liberal y de Alfonso III el Benigno, que escogieron distintas casas de franciscanos, el primero de Barcelona, el segundo de Lleida22—, se ve bien la proximidad con los ideales minoritas, que habían penetrado hondo tanto en el seno de la familia real de Aragón como en la de Mallorca23, y al mismo tiempo la aparente disconformidad con los idearios políticos de sus padres. Que estas sean elecciones personales sin voluntad de continuidad, se percibe por el hecho que Alfonso III, caso único, no condicionó de ninguna manera la elección de su hijo, Pedro III el Ceremonioso (Alfonso II murió sin herederos).
19Por otro lado, también tenemos que ver estos comportamientos en relación con la evolución de las ideas monárquicas y su visualización en diferentes actos públicos, como en la plasmación de distintos rituales (tanto de coronación como de muerte)24, en los tipos de tumbas, o en la constitución, por lo general frustrada, de un mausoleo.
20Al mismo tiempo, podemos también comprobar cómo, al menos hasta Jaime II, estos preparativos no son coincidentes con una preparación anticipada del sepulcro. En el mejor de los casos, como para Jaime I y Alfonso II, nos encontramos con disposiciones testamentarias que, en un momento u otro, definen el tipo de sepulcro que se quiere, pero sin que el rey haya tomado medidas para que esto se realice antes de su traspaso, confiando así las decisiones a sus herederos, que no siempre cumplen25. Es Jaime II quien empieza a edificar su doble sepulcro justo después de la muerte de su esposa, Blanca de Anjou, y en el momento de fallecer ya dispone de una tumba acabada; algo que volveremos a ver con Pedro III y Juan I.
21Como apuntaba Alain Erlande-Brandenburg para Francia, es a lo largo del siglo xiii cuando los rituales funerarios monárquicos empiezan a definirse y a diferenciarse de los de cualquier otro noble26. En cuanto a la Corona de Aragón, podemos decir que hay unos cuantos años de retraso con respecto a Francia, y que en este aspecto, como en muchos otros, la figura fundamental es Jaime II. Al mismo tiempo, quiero volver a subrayar que no hay que entender los rituales simplemente limitándose a las ceremonias religiosas que siguen a la defunción del rey o de la reina (con las diferencias que se tienen que marcar en los dos casos que ya destacaba el mismo Erlande-Brandenburg), sino que es preciso extender estos rituales también a las características formales del sepulcro, a las diferentes ceremonias (en presencia o en ausencia del cuerpo, oficiales o municipales) y también a la comunicación pública de la muerte, todos ellos aspectos para los cuales, en el marco de una paulatina evolución, similar a otros territorios europeos, el reinado de Jaime II marca claramente un antes y un después.
22Los años en que fue rey de Sicilia fueron determinantes, no solo por formarse unas ideas estéticas que habían de permitirle superar los simples sarcófagos de piedra de sus predecesores, sino también para dotar de valor simbólico a la misma tumba y al mausoleo. Y el sepulcro de su padre representa un momento de transición desde este punto de vista, con la necesaria corrección aportada por la penetración de ideas artísticas francesas, también a raíz de su matrimonio con Blanca de Anjou, ya que la realización del sepulcro para el rey Pedro, formado por una bañera de pórfido, que trae consigo aires imperiales27, y culminado por un templete sobrepuesto, no tiene paralelo en otras tumbas en la Corona de Aragón, ni antes ni después.
23El cambio de rumbo político, con el abandono del partido gibelino para pasar al lado del papa y los güelfos, posterior a la paz de Anagni de 1295, y materializado, el mismo año, mediante el matrimonio con Blanca, la hija del rey Carlos II de Nápoles, modificó los criterios estéticos del mausoleo, con la introducción del yaciente, además de constituir una tumba doble, pues, por primera vez, un rey se hacía enterrar con su esposa en la misma iglesia. Aun así, la fidelidad a su padre, y lo que había representado, no disminuyó. Al menos desde el momento de su traslado al sepulcro definitivo, en 1300, el rey Jaime celebró cada año, allí donde se encontrase, un aniversario por la memoria del rey Pedro. Esta parece ser una novedad absoluta, a la cual seguirá también la celebración de aniversarios para monarcas extranjeros. Lo que es importante destacar es cómo el rey Jaime unía a sus súbditos en la conmemoración de quien había conquistado Sicilia.
24Y no es ni la única ni la más importante forma de involucrar a la población por parte de la Corona en un hecho político funerario, en un acto que con estas características no conozco documentado en otros reinos. Porque tenemos que hablar de una comunicación constante, dirigida tanto al interior de la Corona como hacia el exterior, relativa a la muerte de miembros de la familia real, con diferencias remarcables según su importancia. Y esta es una costumbre que se mantendrá con los reyes posteriores, así como el hecho de celebrar aniversarios también para príncipes extranjeros.
25Evidentemente esta, como otras afirmaciones, necesita unos matices. Desde el reinado de Jaime II, el traslado de documentos en los registros de la Cancillería Real es altísimo; no se puede asegurar que del cien por cien, pero casi, sobre todo cuando se trata de cartas importantes o dirigidas a destinatarios extranjeros. No es posible afirmar lo mismo de la correspondencia entrante, ya que su conservación responde a criterios más aleatorios, y si el fondo Cartas Reales para el reinado de Jaime II cuenta con unos 20 000 documentos, de los cuales un número importante está justamente representado por la correspondencia entrante, no se puede decir lo mismo para otros reinados. Esto significa que, si podemos estar casi seguros de a quién escribió el rey, no es posible afirmar lo mismo de quién le escribía, aunque la eventual respuesta del monarca ayuda a veces a hacernos una idea.
26Es posible que el ensayo general de esta comunicación pública se produjera con ocasión de la muerte de la madre del rey, la reina Constanza Hohestaufen, el Viernes Santo 8 de abril de 1300. Si nos tenemos que fiar de la documentación conservada, hasta ese momento la muerte de una reina había sido un acontecimiento prácticamente privado, limitado a la familia real y a la iglesia donde se celebraban las exequias28. Tampoco respecto a los monarcas sabemos de grandes ceremonias públicas en el momento de su fallecimiento, debido también a situaciones particulares, bien de carácter bélico u otras circunstancias, como de la lejanía de los herederos, como se verá más adelante.
27Eso, siempre con la salvaguarda de posible documentación no conservada, nos permite destacar lo ocurrido con la reina madre Constanza, no tanto por lo que afecta a las ceremonias fúnebres que, considerada la condición de terciaria franciscana de la reina, tuvieron que ser bastante austeras, sino más bien por cómo su hijo la utilizó. Efectivamente, el día siguiente al traspaso, el rey Jaime informaba al arzobispo de Tarragona, a todos los obispos de sus dominios junto con los cabildos de las iglesias, además a de los abades de Ripoll, Sant Cugat, Santes Creus y Poblet y sus respectivas comunidades. El rey les pedía que:
quatenus eius exequias ordinetis in dicta ecclesia honorifice ut condecet celebrari, et nichilominus per totam diocesim vestram cunctis clericis iniungatis ut eiusdem regine exequias cum omni devocione debeant modo debito celebrare, manifestis indiciis ostendentes quod sicut in gaudiorum nostrorum tripudiis exultatis ilariter, sic et doloribus nostris moti videamini devocius condolere29.
28El mismo día escribía a las ciudades porque «eius exequias in dicta civitate Valencie a civibus et aliis civitatis eiusdem ordinetis universaliter celebrari, ut quilibet in ecclesia congregati animam regine prefate ei qui offert spiritum Deo vivo specialiter recomendent30».
29En esta ocasión, hay que apuntar que no existe constancia de ninguna carta remitida al papa o a otros mandatarios extranjeros. Asimismo, debemos tener presente que la reina madre apenas tenía familiares vivos, que su óbito coincidió casi con el final «oficial» de la guerra de las Vísperas Sicilianas (con la paz de Castelbellotta de 1302), y que hacía tiempo que llevaba una vida retirada junto a una pequeña comunidad de mujeres31. Sin embargo, lo que resulta muy claro es cómo el rey Jaime II promueve una unión pública general junto con la monarquía centrada en la liturgia de la misa en ayuda del alma de la reina, ya que se tenían que celebrar misas prácticamente en todos los centros religiosos a lo largo y ancho de sus tierras.
30El caso de la reina Blanca, aunque nos falten elementos concretos del ritual, es todavía más elocuente en cuanto al uso e importancia de la comunicación pública. El martes 13 de octubre de 1310 moría en Barcelona, a la edad de veintisiete años, como consecuencia de su décimo parto, más dos abortos conocidos32. Nada nos obliga a dudar de la sinceridad del afecto que el rey tenía por la reina, a pesar de las profundas diferencias que puede haber entre los sentimientos de un monarca medieval y los de un hombre común de hoy en día. Lo que es seguro es que Jaime II veía en Blanca algo más que una querida esposa que había cumplido perfectamente con sus deberes como instrumento de paz y que, sobre todo, con su fertilidad había asegurado con creces la perpetuación de la familia.
31Hay algunos aspectos que se tienen que examinar con más detalle, como la cantidad de destinatarios de la comunicación de la muerte de la reina, además de su rapidez, y la complejidad de las ceremonias de duelo público.
32El matrimonio con Blanca de Anjou había significado la posibilidad de ver el final de una guerra de quince años, y representaba la nueva posición de la Corona de Aragón en el escenario internacional, así que su importancia política era grande. Además, el rey acababa de volver de la costosa y fracasada expedición a Almería, en ayuda del rey Alfonso XI de Castilla-León33, condiciones que juntas aconsejaban cierta comunicación pública. Sin embargo, el obligado soporte ceremonial y, aparentemente, la respuesta colectiva, fueron muy superiores a lo que ya había ocurrido en tiempos de la muerte de la reina Constanza, también en el interior de los territorios de la misma Corona.
33Como se puede comprobar fácilmente, tanto la nómina de personalidades eclesiásticas, como de monasterios y ciudades, no solo es mucho más amplia que en el caso de Constanza, sino que a ellos se añade un elenco de nobles aragoneses34. La retórica emotiva del documento con el cual se anuncia la muerte de la reina es considerable, y se verá que el rey está muy dispuesto a perseguir un tono de comunicación dedicado a la moralización, como también es importante la petición de misas y otras obras piadosas en favor del alma de la reina:
Ad noticiam vestram, non sine cordis amaritudine, verum etiam anxio dolore, defferimus per presentem quod illustris domina Blancha, felicis memorie regina Aragonum, karissima consors nostra, post dolores gravissimos quibus racione partus sui extitit per dies aliquos multipliciter lacessita, demum ipsorum dolorum angustia superante, die martis proxime preterita, in vespere, prout Altissimo placuit, viam fuit universe carnis ingressa, et ut regina catholica spiritum Deo dedit. Igitur vos affectuose ducimus deprecandos quatenus circa missarum celebracionem, elimosinarum, oracionum et aliorum operum piorum sufragia que salutem anime dicte domine regine respiciant tam in civitate quam locis aliis vestre diocesis, ut vestro congruit officio, tam per vos quam diocesanos vestros sollicitam operam, dilacione postposita, effectualiter et efficaciter impendatis35.
34Más allá de cualquier duda con respecto a la suerte del alma de su esposa, que no debían ser demasiadas, es evidente la voluntad por parte del rey de unir toda la Corona en una serie de actos rituales junto a la institución monárquica. A los nobles, por su parte, requería sustento emocional: «Hec igitur vobis intimanda curavimus, ut sicuti in nostris prosperis naturaliter dileccionis, sic ex huius nostre tociusque regni adversitati articulo tristiciam senciatis». Por la respuesta de los ciudadanos de Berga36, intuimos que por todo el país se celebraron misas, oraciones y otras solemnidades a lo largo dos días.
35El rey, además, involucra en los actos de duelo ceremonial también al papa y a buena parte de los cardenales: «ut animam antefate quoniam regine sanctitas vestra habere dignetur in suis sanctis oracionibus commendatam». El pontífice le responde el 1 de noviembre comunicándole su pésame37, y con una bula proclama, después de haber exaltado la sangre real de la reina y sus preclaras virtudes, que a todos aquellos que rezaran «singulis diebus apud Deum et Reginam celorum, pro ea orationes devotas et humiles effundendo de omnipotentis Dei misericordia et beatorum Petri et Pauli apostolorum» les perdonará cien días de penitencia38.
36Por otra parte, el rey pide también que se haga mención de la reina en los sermones de los tres domingos siguientes al miércoles 21 de octubre, y que los predicadores «diguen en lur sermó a la gent que preguen a Déu per la ànima de madona la regina39». Finalmente, en la capilla del Palau Reial, en el altar de san Nicolás, se tenían que celebrar misas a diario, y para hacerlo encarga un cáliz especial40.
37Pruebas del impacto de la noticia y de su difusión son al menos las cartas que Albert de Mediona, el conde de Urgell, Ponç de Ribelles, Jaume de Xèrica, la priora de las monjas dominicas de Zaragoza y el infante Sancho de Mallorca escribieron al rey para expresar su pésame41.
38Sin embargo, la diferencia tal vez más notable con respecto a la muerte de la reina Constanza es la cobertura internacional. Disponemos de cartas, en las cuales se pone especial énfasis sobre las profundas relaciones entre el monarca y sus colegas:
vinculum ac causas multiplices que vos et nos in amoris et hilaritatis dulcedine tenaciter nos corroborant et confirmant, dignum esse decrevimus ut successus nostros, sive in prosperum sive in aversum eos disponat Altissimus, ad vestram noticiam perducimus42.
39Las cartas van dirigidas a numerosos miembros de las familias reales francesa, mallorquina, siciliana, napolitana, castellana y portuguesa, todas ellas unidas por lazos de parentesco al rey Jaime. Con María, esposa de Carlos II el Cojo y madre de la reina Blanca, y otros miembros de la familia real napolitana, el intercambio de cartas será más fecundo, con una ulterior misiva, en respuesta a una de María, repleta de elocuencia consolatoria43.
40Es decir, el rey Jaime transforma la muerte de su esposa en un acto de solidaridad con la Corona, y de comunidad ritual en el duelo, no solamente con sus súbditos, sino también con buena parte de Europa, toda aquella parte, al menos, con la cual, mediante el parentesco adquirido gracias a diferentes matrimonios, podía presumir de tener lazos de alianza política. Si treinta años antes, en 1282, eran muchos los ojos que dirigían su mirada hacia Barcelona, en espera de saber lo que haría el rey Pedro II, ahora vuelven de nuevo a observar en la misma dirección por causas dolorosas que, al mismo tiempo, habrían de estrechar las relaciones de paz entre las diferentes casas reinantes. Otro momento, al fin y al cabo, de la intensísima actividad diplomática del rey.
41Considerada esta intensa actividad, surge un interrogante: ¿es esta comunicación funeraria, tanto interna como externa, una invención del rey Jaime II, en paralelo a la «invención» de la diplomacia, según la opinión de Stéphane Pequignot44? O ¿tenemos que verla como un desarrollo, ya sea de prácticas existentes en la Corona, o bien en línea con comportamientos internacionales?
42No es fácil ofrecer una respuesta segura. En primer lugar, tenemos que considerar que, tal como se ha visto, la presencia del monarca en el momento de la defunción del familiar es importante, aunque no sea fundamental como en Francia45. Más allá de la aparente ausencia de un protocolo fijo, tenemos que considerar que, a la muerte de Jaime I, el hijo y heredero Pedro se encontraba en medio de operaciones militares; a la muerte de Pedro II, además de la difícil coyuntura política, el nuevo rey Alfonso II estaba lejos conquistando Mallorca a su tío, y más alejado aún estaba a la muerte de este su hermano y sucesor, Jaime II, que se encontraba en Sicilia. Así que la muerte de la reina Constanza es la primera ocasión en que nos encontramos con una situación ideal para poder desplegar la estrategia comunicativa, y más aún a la muerte de Blanca.
43En segundo lugar, hemos de valorar la evolución de la redacción de cartas y de la comunicación pública, además de los diferentes criterios en la conservación de las misivas o de su copia en los registros de la cancillería. A este respecto es fácil comprobar el enorme aumento, tanto en la producción como en la conservación, que experimenta la Cancillería Real a lo largo del reinado de Jaime II. Así mismo, si hubiese habido comunicación oficial de la defunción de algunos de los reyes precedentes a alto nivel europeo, parece razonable creer que se hubiese copiado en los registros, o al menos quedaría algún rastro de ella.
44El conjunto de estas consideraciones lleva a creer que, si consideramos la importancia de la diplomacia para el rey Jaime y lo avanzado que era su sistema46 —aunque había desarrollado al extremo tendencias que había recibido en herencia, especialmente de su padre47—, no es demasiado atrevido pensar que, si bien es cierto que no nos encontramos con una creación de la nada, sí que es a él a quien se debe gran parte de la innovación en el uso de la comunicación funeraria; hasta el punto de que hablaríamos de diplomacia funeraria48 y de la utilización de hechos luctuosos como medio para fortalecer las relaciones entre súbditos y monarca, en paralelo con la elaboración e importancia creciente de la concepción de la res publica49.
45Más difícil es saber qué acaecía en los otros reinos cristianos, ya que la documentación conservada no parece que permita sacar ninguna conclusión clara. Lo que se puede decir es que la normalidad con la cual, según parece, los monarcas extranjeros, familiares o los mismos papas contestan, da a entender que había de ser una práctica considerada como relativamente normal, al menos desde finales del siglo xiii. Sin embargo, es posible que no fuera tan extensa y regular, al menos a nivel europeo, como muestran algunos casos en que la noticia de la muerte de un monarca no llega directamente al rey desde la familia del difunto, sino a través de algún informador; y, en unos casos, es el propio rey Jaime quien la transmite a otras personas que cree dignas de ser informadas.
46Sea como fuere, podemos afirmar que es durante el reinado de Jaime II cuando empezamos a percibir la existencia, si no la creación, de una intensa red de solidaridad funeraria que se extiende por el interior y hacia el exterior de los confines de la Corona, con diferente intensidad según el vínculo emocional o la importancia política del difunto, hecha de discursos y de ceremonias siempre más extensas y complejas, que acaban involucrando a buena parte de la población.
47Este tipo de correspondencia la encontramos con gran frecuencia a lo largo del siglo xiv, con importantes diferencias que en este contexto solo se pueden mencionar brevemente, tanto en las formas y contenido como en los destinatarios. Es muy notable, por ejemplo, el contraste existente entre la comunicación ocasionada por la muerte de la reina Blanca y la de su sucesora, la muy poco considerada reina María de Chipre50, y, también, a pesar del peso político que había tenido, dentro y fuera de la Corona, la ocasionada por la tercera esposa de Pedro III, la reina Leonor de Sicilia, que se presenta muy fría, cuando el rey, su marido, era bien capaz de utilizar prosa dramática tanto en cartas como en textos literarios51.
48En este contexto de comunicación internacional de la muerte de un monarca, hay un documento absolutamente único y que se debe a unas circunstancias excepcionales. El 5 de enero de 1387, el rey Pedro III moría en el Palau Reial menor de Barcelona. La situación era harto complicada: el heredero, Juan, estaba totalmente enemistado con su padre52 y no acude a su lecho de muerte; con la excusa de no encontrarse bien de salud, espera primero en Hostalric y más tarde en Granollers, decidiendo no entrar en Barcelona hasta después de completadas la ceremonias fúnebres, y el día 7 se limita a enviar a la ciudad a su esposa Violante53. Mientras tanto, tampoco se halla en Barcelona su hermano Martín, que ha salido para perseguir a la última mujer de su padre, la reina Sibila de Fortià, quien se había fugado de la ciudad unos días antes, con sus bienes y joyas, ya que temía por su vida a causa de la profunda hostilidad que siempre le habían manifestado sus hijastros54. En medio de este vacío de poder, el día 6 de enero, los consejeros de Barcelona escriben al padre de la nueva reina, el duque Roberto de Bar, y le comunican la muerte del rey. Es un gesto absolutamente fuera de protocolo, ya que este tipo de comunicación al extranjero es prerrogativa del nuevo monarca. Y no solo eso, sino que además tranquilizan al duque asegurándole que Juan y Violante serán reyes:
E, jassia que nós tots quants som, romangam molt desconsolats de l’òbit e passament del dit senyor rey nostre, emperò, con nós pensam e cogitam en la dolça e benigne senyoria que havem e esperam haver ab gran confiança del dit senyor en Johan, ara regnant, e de la dita senyora Yolanda, regina, havem près e prenem en nós per açò confort e consolació, car esperam sens dubte obtenir del dit senyor, migensant la dita molt alta senyora ara regina nostra e companyona sua molt cara e filla vostra, axí con de aquella qui devalla de alta sanc reyal e és dotada e insignida de moltes virtuts e dons divinals, moltes gràcies e utilitats redundants en augmentació e honor del ceptre e corona reyal d’Aragó, entenents que nostres afanys, vexacions e mals se covertesquen d’açí a avant en gran prosperitat e tranquil·litat55.
49Finalmente, le piden que escriba a su hija, la nueva reina, para que quiera tener por recomendada la ciudad que: «no ha molt ha sofertes diverses tribulacions, perills e afanys, per la discòrdia que era entre los dits senyors rey defunt e lo senyor rey ara regnant e la dita senyora vostra filla».
50En cuanto al tono y al contenido de estas cartas, merecen un estudio aparte y que las ponga en relación con los Artes moriendi que en esta misma época empiezan a difundirse. Sin embargo, ofreceré aquí unos pocos ejemplos para dar una idea. El tono puede ser dramático, con uso de diversos recursos retóricos, como cuando el rey Jaime II informa a su suegra, la reina María de Nápoles, de la muerte de Blanca:
Dolentes et anxio corde scribimus, et utique materia de qua refferimus, si placuisset Altissimo, non fuisset, que nunc scribentis siquidem viscera amara amaritudine conturbavit, vestreque audientis audito, ut pro firmo et certo cognoscimus, fletus, dolo usque vehemenencia concassabit necque pati56.
51En algunos casos, los argumentos y el discurso pueden ser absolutamente protocolarios, mientras que, por su parte, los motivos de consolación acostumbran a ser más o menos siempre los mismos, como la carta de pésame que envía a Jaime el infante Sancho de Mallorca en la misma ocasión: «de quo vehementi dolore angustiamur, et merito pluribus causis et racionibus vobis et nobis manifestis tamen consolamur in Domino, quia ipsa domina regina catolice et devote spiritum reddidit suo altissimo Creatori57».
52Por norma general, son las mujeres quienes, también debido a razones emocionales, se sienten más libres para expresar sentimientos dramáticos, como los que encontramos en la carta que la reina Violante de Bar escribía a su padre, y al resto de su familia, para comunicar la muerte de su esposo. Parece reveladora muestra de su estado anímico el hecho que les escribiese el día 5 de junio, cuando Juan, como se ha visto, había muerto el 19 de mayo (y la comunicación oficial había sido a cargo de la nueva reina María de Luna)58:
E jatsia molt car pare e senyor, yo callàs volenters scriure de açò, emperò car en gotgs ha covengut vós ésser stat participant, no ho puix scusar a vós scriure la dita mort, per la qual romanch molt trista e desconortada, e seré tots temps de ma vida. E qui pot pensar, molt car pare e senyor, quanta dolor és en mon cor romasa per la privació de tan alt marit, príncep e senyor, no ho puch, senyor, scriure ne per letra sprimir59.
53La eventual efectividad de los argumentos esgrimidos como consuelo la encontramos en la respuesta que la reina Violante dirige el 10 de junio a Carlos III de Navarra:
E com, molt car e molt amat cosin germà, nós més vegades legíam la dita letra, més trobàvem en aquella consolació e repòs en nostres dolors, tristors e desconorts, d’on havem conegut la amor cordial que tosts temps nos havets demostrada en nostra prosperitat e benanança ésser ferma e continuada en nostra adversitat e tribulança60.
54Sin embargo, el alivio de la pena no siempre es efectivo, y el dolor probado por la sensible reina Violante se muestra superior a sus fuerzas y a los argumentos dados, como cuando, el 11 de septiembre de 1388, agradece a Juan I de Castilla sus palabras y consejos ante la muerte del delfín de Girona, el infante primogénito Jaime:
Sabet, rey hermano mut caro, que recebimos vuestra buena letra, et aquella entendida, et las cosas que nos ha ditas muyt distretament et bien de vuestra part fray Toribio, custodio de los Freyres Menores de Palencia, vuestro familiar, creyemos firmament que vos también, por las razones en vuestra letra posades, como ahún por vuestra piadosa humanidat, havedes participat et participades con nos en el gravio desplazer et dolor transcendent que hovimos et hemos de la muerte de nuestro fillo muyt caro, el delfín. E esto, el lo muyt savio et sano consiello que nos dades, et el qual paresce bien que procedeix de vuestra muyt gran saviesa, vos regraciamos quanto podemos. Emperò, d’aquello usar no podemos ahún buenament, como por nuestra fragilidat, constrenyent ley de natura, non nos podamos de tanta et tan greu separación consolar61.
55Por su parte, la misma reina Violante se dirige con estas palabras a su cuñada María de Luna, en ocasión de la muerte de su hija Margarita:
Molt cara sor, entès havem ab gran desplaher que a Deús à plagut que nostre nebode e vostre filla és passade d’esta vida. E com, cara sor, hajam entès vós fer dol desmesurat de la mort de la dita filla, de la qual attenent que natural cosa és les persones morir et que és trahut que humana natura pagar és tenguda, no deuríets fer ço que·n fets, car Déus, qui us ho havia donat, vos ho ha levat. Per què, molt cara sor, effectuosament vos pregam que la ira et lo dol vullats lexar et pendre consolació en Nostre Senyor qui és smenador et guardonador de totes coses. E d’açò, molt cara sor, farets a vós et a nostre car frare l’infant, vostre marit, gran plaher, et del contrari haurie·n gran deplaher, et no parria de vostre saviesa62.
56Un capítulo aparte merecerían algunas cartas sicilianas, escritas en romance y enviadas al rey Martín por la muerte de su hijo, Martín el Joven, rey de Sicilia, por su desbocado dramatismo, fundado en unos modelos retóricos completamente diferentes. Para hacerse una idea, veamos un par de ejemplos:
Tachiariamu vulunteri la dolorosa materia di la quali a lu presenti tractari ni conveni, ne forte siamu causa di renovari li plagi li quali ja havianu richipitu medela; ma non si po celari lu immensu et profundu doluri, et la angustia contenta non si po ritiniri. Dolisi adunca et exclama questa misera et inconsolabili chitati, orbata di signuri patri et consolaturi, la virtuti, la gracia, la memoria et gloria di lu quali tantu plui ha distributu amaritudini a la anima nostra, quanto plui amuri, benignitati et clemencia sintemu in la vita. Et maiuri ancor doluri ni macera, considerandu qual cutellu passau la anima di lu mestu patri et signuri in la perdicioni di lu gloriusu figlu63.
57De esta forma se dirigían al rey el estratigoto y los jurados de Messina; mientras que así lo hacían las autoridades y la Universidad de Palermo:
Cu stimuli di duluri ardenti li nostri curaggi, perpetualmenti lacrimi currenti a fiumara et lamenti et ululati dulurusi novamenti intisimu la morti inopinata et dulurusa di lu nostru illustrissimu princhipi signuri re di Sichilia, dive memorie re Martinu, vostru benedictu figlu et primogenitu di Araguna, di la quali morti cussì inopinata, licet ni rendimu certissimi ki tuttu quistu regnu hagia factu grandissumu dolu quali a tali et tantu amatu princhipi conveni, tam quista vostra chitati di Palermu, hactenus felichi, ma per la morti di lu so naturali signuri divintata infelichi et infelichissima supra tutti in quantu e capud regni indi havi fattu tantu et si longu tribulu et sollempni exequii quali no esti in memoria homini ki fussiru facti64.
58Con anterioridad se ha visto el modo como el rey Jaime II hacía participar con misas a todos sus súbditos por la muerte de su madre y después de su esposa. Desgraciadamente, no tenemos información más precisa de cómo, para esta época, con excepción de Lleida65, los municipios celebraban los rituales funerarios en ausencia del cuerpo del difunto, más allá de las misas. Es muy posible que no hubiese un ritual establecido ni demasiadas ceremonias, si nos atenemos a las dudas expresadas por el Consejo de Valencia en el momento de la muerte del rey Pedro III, ya que se establece que:
fos appel·lat et ajustat gran consell demà per lo matí, al qual fossen demanades en special alcunes antigües persones, les quals versemblant sabessen o haguessen vistes tals solemnitats, per ço que entre et per tots sabents-ho tot, mils hi fos deliberat et proveït, ajudant Déu66.
59La extensa relación, por ejemplo, de cuanto se hizo en Valencia en esta ocasión, con procesiones, misas, sermones y un cuidado ceremonial relativo a quién tenía que llevar vestiduras de duelo, refleja claramente la importancia y el poderío económico que las ciudades habían ido adquiriendo a lo largo del tiempo.
60Este tipo de participación popular lo podemos percibir también en el momento de las traslaciones, si comparamos el relato, seguramente exagerado, de Ramón Muntaner cuando se trajo el cuerpo del rey Jaime I desde Valencia a Poblet67, con el preciso ceremonial, seguido también de convocatorias para las poblaciones situadas a lo largo del trayecto, la estricta organización de quien tenía que llevar el féretro y la presencia de religiosos que le acompañaban o que tenían que salir a acogerlo.
61Por otro lado, esta evolución también planteaba otro problema denso de simbolismo: ¿cómo se tenían que celebrar unos funerales en ausencia del cadáver del monarca difunto? La primera vez que se presenta en la documentación este problema es en el momento de la muerte del rey Alfonso III, que sucede el 24 de enero de 1336 en Barcelona, mientras su heredero se encuentra en Zaragoza sin posibilidad de moverse «circa magna et periculosa negocia que in frontera regni Aragonie existunt68».
62Esto no solo apunta al hecho de que, a diferencia de lo que pasaba en Francia, como ya se ha visto, la presencia del heredero sí que era aconsejable pero no necesaria, y que en este caso, después de Lleida en 1327, es la segunda vez que tenemos testimoniada la existencia de un féretro vacío en el centro de la ceremonia, como prueba esta entrada en una rendición de cuentas: «duas pecias de marromachs auri ad opus monumenti quod factum fuit in Cesaraugusta racione dicti domini regis Alfonsi, bone memorie69».
63En 1387, los consejeros de Valencia decidieron que «sia fet I bastiment a manera de lit gran et alt, et sobre aquell sia feta et posada una gran tomba, tot fornit de fins draps d’aur70». Finalmente, también encontramos la existencia de tumbas vacías con ocasión de la celebración de aniversarios, al menos desde 1405 en la catedral de Barcelona71.
64Sin poder entrar en los entresijos de la problemática, tanto por no ser este el lugar como por falta de bibliografía al respecto, es evidente que nos tenemos que plantear si el significado de estos ataúdes vacíos es práctico, o político y simbólico. Quiero decir, ¿simplemente se trata de hacer más fácil el desarrollo de las ceremonias y el duelo de los que acudían, focalizando la atención en un ataúd, aunque sin cuerpo, y no en el vacío? ¿Hay alguna representación simbólica de la entidad política del rey desaparecido? O ¿tenemos que buscar un punto medio, y de relación con otras monarquías?
65La bibliografía sobre estos aspectos es amplia y muy discutida, al menos desde los años 50 con la aparición del libro de Kantorowitz y, una década más tarde, con el de Giesey, donde se analiza cómo llega a extremas consecuencias esta concepción de los dos cuerpos del rey con la creación de una efigie real presente en la ceremonia que impedía la presencia física del heredero hasta el momento del entierro72. También es larga la discusión con respecto al caso «particular» de la Corona de Castilla73, con el cual, tal vez, la situación que ofrece la Corona de Aragón tiene más puntos de contacto, ya que, como ya se ha visto, el hecho que no fuera necesaria, por ejemplo, la presencia del heredero en las ceremonias del monarca difunto de cuerpo presente, garantiza una estabilidad de la monarquía que no precisa del elemento sacro de la coronación para su continuidad. Y esto aparte del hecho de que un organismo multicéfalo como era la Corona de Aragón veía un único acto de coronación en Zaragoza, mediante una ceremonia que tenía validez para todos los otros reinos y territorios que configuraban la Corona. Además, este acto, en el cual era el mismo monarca quien se ponía la corona74, no era el más importante institucionalmente, hasta el extremo, por ejemplo, de que Juan I nunca se coronó por problemas económicos. El acto verdaderamente determinante para la institución monárquica era aquel que garantizaba la relación real entre el monarca y sus súbditos: el de juramento de la observancia del derecho (fueros, libertades, privilegios, costumbres, etc.) de sus tierras, y esto se repetía tres veces, en Zaragoza, en Barcelona y en Valencia, con frecuentes problemas de protocolo entre catalanes y aragoneses sobre quién debía ser el primero en recibirlo. La suspensión de este acto de jura, como fue el caso de Pedro II, generaba una especie de vacío legal que el rey podía, o esperaba, utilizar para emprender profundas reformas. Aun así, el rey Pedro, ante la amenaza de invasión francesa, en 1283 se vio obligado a ceder a la presión de sus súbditos y tuvo que jurar, acompañando el juramento con la proclamación de textos legales fundamentales, como los privilegios generales para Aragón, Valencia y Cataluña, o el Recognoverunt proceres para Barcelona, y otros privilegios para otras ciudades75.
66Con estos argumentos no quiero dar por cerrado el tema, ni mucho menos, ya que requiere un estudio en profundidad, pero sí aportar algún material que permita encuadrar mejor la problemática en la Corona de Aragón, que no podemos ver desvinculada del pactismo en sus diferentes formas y dinámicas en los tres territorios centrales de la Corona76.
67La razón para presentar estas rápidas consideraciones sobre el ordenamiento institucional de la Corona de Aragón se debe a la estimación de que los rituales de la monarquía, los de inicio y los de finales del reinado, tienen una estrecha vinculación entre ellos, y que sin una visión de conjunto, también de carácter político-institucional, tal vez no sea posible entenderlos en su verdadera esencia, o plantear el camino para hacerlo correctamente, aunque esto sea otro tema de investigación totalmente por desarrollar, y que nos llevaría demasiado lejos.
Notes de bas de page
1 Archivo de la Corona de Aragón (ACA), Reial Patrimoni (RP), Mestre Racional (MR), reg. 2252 [= doc. 1284, en Cingolani (dir.), en prensa 1]. No sería llevado a Poblet hasta el 25 de enero de 1460, junto a la reina Violante de Bar y con muy poca participación del rey Juan II; véase Dietaris de la Generalitat de Catalunya, pp. 152-153. Los números de documentos citados con la acotación [= doc.] remiten, como se indica, al apéndice documental de Cingolani (dir.), en prensa 1; muchos aspectos que en este artículo simplemente se esbozan se encuentran desarrollados en la citada publicación con mucha mayor profusión.
2 Para la ceremonia de correr las armas véase Español Bertrán, 2007, aunque se tienen que revisar los tiempos de aplicación a la realeza.
3 ACA, Cancelleria, reg. 2344, fo 3v.o [= doc. 1021, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
4 Utilizo aquí y a lo largo del estudio la numeración catalana, y no la aragonesa, que sería Pedro IV, más difundida internacionalmente, porque es según esta como se veían a sí mismos los monarcas, como demuestra Riera i Sans, 2011.
5 Por ejemplo, Real Academia de la Historia, ms. M. 78, fos 104r.o-121r.o [= doc. 544, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
6 ACA, RP, MR, reg. 927, fos 94v.o-95r.o [= doc. 1104, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
7 Véase Erlande-Brandenburg, 1975, pp. 40-46.
8 Cronicó de Mascaró, Biblioteca de Catalunya, 485, fos 245r.o-v.o [= doc. 1024, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
9 Véase Gaude-Ferragu, 2005, p. 199, quien ya la tiene testimoniada desde 1305.
10 Miquel i Vives, Sarobe i Huesca, Subiranas Fàbregas (eds.), 2016, apèndix documental, doc. 54 [= doc. 127, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
11 Cingolani (dir.), en prensa 1. El origen de este estudio parte del proyecto de restauración y análisis de los sepulcros reales de Santes Creus, en el que hemos participado Ramon Sarobe y yo mismo; en esta ocasión organizamos una colección documental, ampliando el número de documentos conocidos relativos a la construcción de las tumbas y mejorando la edición, aunque nuestros trabajos destinados al estudio de estas y de los rituales funerarios fueron refundidos en otro texto colectivo: véase Miquel i Vives, Sarobe i Huesca, Subiranas Fàbregas (eds.), 2016.
12 Buena muestra de estas se encuentra en el estudio de Sabaté i Curull, 1994, que sin embargo se centra en la época posterior a la aquí analizada.
13 No los voy a mencionar todos, porque ya se encuentran reseñados y discutidos en el estudio; el principal precedente con una vocación global es la obra de Arco y Garay, 1945.
14 Véase Erlande-Brandenburg, 1975 y Cingolani (dir.), en prensa 1.
15 Para este aspecto véase Cingolani, 2015a, pp. 140-153.
16 Alfonso II, ed. de Sánchez Casabón, 1995, doc. 208 [= doc. 1, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
17 Pedro el Católico, ed. de Alvira Cabrer, 2010, doc. 13 [= doc. 2, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
18 Ibid., doc. 235 [= doc. 5].
19 Arco y Garay, 1945, p. 187 [= doc. 10, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
20 Els testaments, ed. de Udina i Abelló, 2001, doc. 19 [= doc. 11, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
21 Diplomatari de Pere el Gran. 1, ed. de Cingolani, 2011, pp. 26-27 [= doc. 16, en Cingolani (dir.), en prensa 1]. Lo que resulta cuanto menos curioso es que atribuya especial significado al heredero de Cataluña pero no al de Aragón, su hijo primogénito el infante Alfonso, que tuvo de su primera esposa, Leonor de Castilla; tal vez, su intervención en este asunto solo se dé después de la muerte de este, en 1260, ya que el infante había escogido los dominicos de Huesca {Sagarra i de Siscar, 1920, pp. 295-297 [= doc. 17, en Cingolani (dir.), en prensa 1]} pero fue enterrado en el monasterio cisterciense de Santa María de Veruela, orden que, tras Poblet, Santes Creus y Vallbona de les Monges, donde yacía la reina Violante, en este momento tenía el monopolio de la tumbas reales, con excepción de Sigena.
22 En Barcelona, entre otros, se hallaba también la madre del rey, la reina Constanza; en Lleida Alfonso III sería acompañado por su segunda esposa, la reina Leonor de Castilla, y tenemos que añadir los franciscanos de Zaragoza, donde escogieron ser enterrados el hermano de Alfonso II, el infante Pedro, y la primera esposa de Alfonso III, Teresa de Entenza, con sus dos hijos, Sancho y Elisabet.
23 Véase Español Bertrán, 2014, y Jaspert, 2010.
24 Aparte del trabajo de Palacios Martín, 1975, este es un tema que merece, y espera, un estudio de conjunto.
25 Por ejemplo, Jaime I en su segundo testamento establece que quiere «sepeliri in monasterio Populeti et in tumulo non depicto, set sub terram ante altare sancte Marie eiusdem monasterii, et in loco per quem vadant ad altare transeuntes» { Els testaments, ed. de Udina i Abelló, 2001, doc. 20 [= doc. 13, en Cingolani (dir.), en prensa 1]}, mientras en el tercero establece que «sepeliri mandamus iuxta monumentum illustris Ildefonsis, felicis recordacionis avi nostri, subsequenter scilicet post ipsum monumentum; volumus enim quod eius monumentum sit prius» [ibid., doc. 21 (= doc. 21)]; su nieto, Alfonso II, en sus últimos codicilos establece que «non fiat tumulus regius in quo sepeliatur corpus nostrum, set tumulus Fratris Minoris in quo sepeliamur» [ibid., doc. 29 (= doc. 40)].
26 Erlande-Brandenburg, 1975, pp. 18-26.
27 Aires que siguen planeando sobre la familia, ya que el hijo menor del rey Pedro, una vez llegado al trono de Sicilia, utiliza el nombre de Federico III, empezando la numeración con el emperador Federico I Hohenstaufen Barbarroja, que no fue rey de Sicilia.
28 De hecho no tenemos ninguna información relativa a las reinas Sancha y Violante.
29 La muerte en la Casa Real de Aragón, doc. 2 [= doc. 79, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
30 Ibid., doc. 3 [= doc. 80].
31 Esto lo sabemos por su testamento y las mandas que hay en el mismo para Benigna, Jacoba, Constanza, Berenguera y Margarita con la condición de que, una vez muerta la reina, «intrent aliquid monastrium ordinis sancte Clare in quo serviant Deo et rogent Deum pro anima nostra, vel saltem vivant in castitate et penitencia sicut nobiscum usque modo vixerunt» (Diplomatari de Pere el Gran. 1, ed. de Cingolani, 2011, pp. 33-34).
32 La muerte en la Casa Real de Aragón, docs. 8-12 [= doc. 136, en Cingolani (dir.), en prensa 1]. El análisis forense sobre los restos de la reina confirma dicha teoría, también por la relación de sus partos; véase Miquel i Vives, Sarobe i Huesca, Subiranas Fàbregas (eds.), 2016.
33 Véase Baydal Sala, 2009.
34 Aunque en la carta falten los nobles catalanes y valencianos, es seguro que se escribió a estos también, como muestran algunas cartas de respuesta, por ejemplo: Miquel i Vives, Sarobe i Huesca, Subiranas Fàbregas (eds.), 2016, apéndix documental, doc. 57 [= doc. 139, en Cingolani (dir.), en prensa 1]; ibid., doc. 59 [= doc. 141]; ibid., doc. 60 [= doc. 142].
35 Ibid., doc. 53 [= doc. 135].
36 Ibid., doc. 65 [= doc. 147].
37 Ibid., doc. 68 [= doc. 151].
38 Ibid., doc. 69 [= doc. 1521].
39 Ibid., doc. 61 [= doc. 143].
40 Ibid., doc. 74 [= doc. 159].
41 Ibid., docs. 57-59, 70 y 73 [= docs. 139-141, 154 y 158, respectivamente]; las cinco primeras las conocemos porque conservamos la respuesta de Jaime II, mientras que disponemos de la misiva original del infante Sancho.
42 Ibid., doc. 53 [= doc. 135].
43 Ibid., doc. 63 [= doc. 145].
44 Péquignot, 2009.
45 Erlande-Brandenburg, 1975, pp. 12-14 y Giesey, 1987, pp. 73-86.
46 Péquignot, 2009.
47 Véase al respecto Diplomatari de Pere el Gran. 2, ed. de Cingolani, 2015, pp. 9-101.
48 Para este concepto véase Cingolani, en prensa 2.
49 Véase Id., 2015a, pp. 204-212.
50 La muerte en la Casa Real de Aragón, docs. 45 y 46 [= docs. 277 y 278, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
51 ACA, Cancelleria, reg. 1249, fo 37r.o y fo 40r.o; La muerte en la Casa Real de Aragón, doc. 126; ACA, Cancelleria, reg. 1249, fos 37r.o y 39r.o. [= docs. 712-716, respectivamente, en Cingolani (dir.), en prensa 1]. Por ejemplo, al escribir a su hijo, el infante Juan, se limita a decir: «Molt car primogènit, ab gran dolor de cor vos fem saber que la reyna vostra mare vuy vers ora de migdia és passada d’esta vida. Plàcia a Nostre Senyor que haja la sua ànima. E vós, car fill, prenets sobre la sua mort aquella complació que de hom virtuós se pertany» {ACA, Cancelleria, reg. 1249, fo 37r.o [= doc. 712, en Cingolani (dir.), en prensa 1]}.
52 Véase Epistolari. Pere III el Cerimoniós, ed. de Cingolani, 2019, docs. 312, 314, 316, 318, 319 y 320.
53 La muerte en la Casa Real de Aragón, doc. 157; ACA, Cancelleria, reg. 1760, fo 6v.o; ACA, Cancelleria, reg. 1953, fo 10v.o, ACA, Cancelleria, reg. 1760, fos 8v.o-9r.o [= docs. 905, 908, 925 y 913, respectivamente, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
54 Belenguer Cebrià, 2015, pp. 258-263.
55 Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona, 1B.VI-2, Lletres closes 2, fo 60r.o [= doc. 911, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
56 Miquel i Vives, Sarobe i Huesca, Subiranas Fàbregas (eds.), 2016, apéndix documental, doc. 53 [= doc. 135, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
57 Ibid., doc. 58 [= doc. 140].
58 Véase Juncosa Bonet, en prensa 1.
59 La muerte en la Casa Real de Aragón, doc. 181 [= doc. 1029, en Cingolani (dir.), en prensa 1]. La reina Violante acostumbraba a escribir en catalán a su familia y a otros mandatarios extranjeros, como por ejemplo el rey de Navarra, al cual se queja de que ella no sabe aragonés; véase Cingolani, 2015a, pp. 272-274, pero no con los reyes de Castilla, con quienes sigue el protocolo y se dirige a ellos en castellano.
60 La muerte en la Casa Real de Aragón, doc. 183 [= doc. 1034, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
61 Ibid., doc. 163 [= doc. 947].
62 Ibid., doc. 156 [= doc. 897].
63 ACA, Cancelleria, Cartes Reials Martí I, caixa 11, carta 1234 [= doc. 1265, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
64 ACA, Cancelleria, Cartes Reials Martí I, caixa 11, carta 1339 [= doc. 1265 nota, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
65 La detallada relación de las ceremonias merece un estudio aparte, ya que parece una excepción para esta época {Arxiu Municipal de Lleida, registre 700, Llibre del Cerimonial Antic, fos 51r.o-56v.o [= doc. 303bis, en Cingolani (dir.), en prensa 1]}.
66 Arxiu Municipal de València (AMV), Manual de consells, 1383-1388, A-18, fos 188r.o-194r.o [= doc. 922, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
67 Les quatre grans Cròniques, ed. de Soldevila, 2011, pp. 65-66.
68 La muerte en la Casa Real de Aragón, doc. 75 [= doc. 361, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
69 ACA, Cancelleria, reg. 1295, fos 169v.o-173v.o [= doc. 375, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
70 AMV, Manual de consells, 1383-1388, A-18, fos 188r.o-194r.o [= doc. 922, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
71 Por ejemplo, en Arxiu de la Catedral de Barcelona, Llibre de comptes de la Sagrestia, 1407-1409, fo 4r.o [= doc. 1156, en Cingolani (dir.), en prensa 1].
72 Kantorowitz, 2012 y Giesey, 1987, así como las observaciones de Boureau, 1996.
73 Véase Arias Guillén, 2015, pp. 644-647, con bibliografía y discusión.
74 Véase Palacios Martín, 1975.
75 Véase Cingolani, 2010 o González Antón, 1975; la edición del privilegio en Diplomatari de Pere el Gran. 1, ed. de Cingolani, 2011, pp. 664-676.
76 Véase Juncosa Bonet, 2011; Id., en prensa 2, con bibliografía precedente y discusión.
Auteur
Universitat de Barcelona
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