El modelo alfonsí en las crónicas del Canciller Ayala
p. 125-140
Résumés
Con la Crónica real, Alfonso X había elaborado un modelo de composición histórica del que sus inmediatos sucesores supieron aprovecharse sin modificar fundamentalmente su economía. Cuando, un siglo después de la muerte del Rey Sabio, Pero López de Ayala retoma el proyecto por su cuenta, las circunstancias políticas han cambiado mucho y una adaptación del esquema inicial se hace necesaria. El nuevo cronista sabe preservar las apariencias de la fidelidad al modelo pero, de hecho, aporta modificaciones que van a poner en tela de juicio la concepción de la historia imperante hasta entonces. Intento definir la naturaleza y el alcance de los cambios introducidos haciendo hincapié en algunos aspectos esenciales heredados de la tradición alfonsí
With the Royal Chronicle, Alfonso X had produced a model of historical writing which was taken up by his immediate successors without altering its basic premises. When Pero López de Ayala resumed the task on his own account a century after the death of Alfonso the Wise, the political circumstances had changed greatly and the original schema was in need of updating. The new chronicler successfully kept up the appearance of fidelity to the model, but in fact he introduced modifications which would call into question the concept of history prevailing up to that time. Our aim here is to define the nature and the scope of these changes, highlighting a number of essential aspects inherited from the Alfonsine tradition
Texte intégral
1El proyecto de Estoria de España concebido y dirigido, hasta alcanzar cierto estado de elaboración, por el propio Alfonso X se perenniza más allá de la muerte de este rey, merced a la acción conjunta de equipos de redactores que prosiguen la labor empezada y la probable voluntad de su sucesor de llevarla a cabo hasta el término fijado primitivamente, a saber el reinado de Fernando III. Sin embargo, la tarea propia que lleva a cabo más adelante el Canciller Ayala en su redacción de una crónica de los cuatro reyes que le correspondió realizar no se concibe dentro una continuidad absoluta con la obra del Rey Sabio. En efecto, entre él y su supuesto modelo, media todo un proceso de redacción independiente del que dirigió directamente Alfonso X y distinto del que llevarán a cabo los cronistas de los reinos de Alfonso XI y sus sucesores. Aquél es un proceso complejo, que se traduce por realizaciones de diversa índole y que ocupa un espacio de tiempo largo, ya que alcanza ampliamente el siglo XIV. A pesar de la proximidad cronológica entre la etapa primitiva y las ulteriores, se puede considerar que esa etapa de la elaboración ya queda superada cuando los cronistas del siglo XIV emprenden su propia contribución. Dicho de otro modo, para esos cronistas, la Estoria de España es una obra ya rematada, que, por consiguiente, no presenta ningún carácter lagunario. Sólo partiendo de esas premisas, se puede concebir que los cronistas del xiv sintieran la necesidad de proseguir la obra alfonsí, considerada como el preliminar a una obra pensada para prolongarse a lo largo de los siglos1. En esta ponencia, me tocará señalar algunos datos al respecto con el fin de relativizar la herencia historiogràfica recibida por Pero López de Ayala y así poner en perspectiva su propia contribución.
RAZÓN DE SER Y FINALIDAD DE LA CRÓNICA REAL: EL MODELO ALFONSÍ
2Cuando Alfonso X echa las bases de su empresa cronística, está viviendo, hacia 1270, unos momentos cruciales de su existencia de rey. En Castilla, su autoridad se enfrenta a una verdadera rebelión nobiliaria, que pone en tela de juicio su idea de una monarquía encargada de regir según criterios claramente definidos y que se imponen a todos; por otra parte, para su candidatura a la corona imperial se abren perspectivas favorables. Dentro de semejante contexto, la historia se transforma en algo nuevo: la modalidad dominante de la literatura política, encargada de promover una concepción de la monarquía inspirada del Imperio2. Escribir la historia de los tiempos pasados no se limita, pues, a pesar de las afirmaciones reiteradas, a conservar la memoria de los hechos sino que sirve ante todo para ilustrar una concepción del poder a partir de relatos más o menos tergiversados u orientados y puestos al alcance de un público determinado. Alfonso X desarrolla una teoría de la historia como lo hace para otros campos del conocimiento3. Se podrían multiplicar los ejemplos, desde los capítulos dedicados a la accesión de César a la corona imperial, hasta el modo de tratar al rey Bamba y a Pelayo, para no ir más allá de la parte de la Crónica en cuya redacción Alfonso X pudo tener un papel directo.
3Cuando reanuda la composición de la Crónica, para definir la finalidad perseguida, su bisnieto Alfonso XI emplea un lenguaje bastante más directo, por no decir brutal:
E conviene que los fechos de los reyes que tienen lugar de Dios en la tierra sean fallados en scripto, señaladamente de los reyes de Castilla e de Leon, que por la ley de Dios e por acrescentamiento de la fe catolica tomaron muchos trabajos e pusieronse a grandes peligros en las lides que ovieron con los moros echándoles de España4.
4Sigue dominando una visión política, si bien ésta responde a una concepción nueva de la monarquía. La asimilación de la misión real a la misión divina proporciona a la literatura histórica –mutatis mutandis– una calidad que le asemeja a una Auctoritas, con claros tintes religiosos. Es una literatura reservada a los que ejercen el poder y, dentro de esa categoría, debe privilegiar a los que cumplen la misión más próxima a la misión divina. A través de la crónica, se proclama la superioridad del rey y, mediante su persona, se afirma otra realidad, la de una tierra, definida esencialmente por el poder que el rey ejerce sobre ella. El universalismo de la historia, según los criterios propios de Alfonso X, deja paso a una concepción más ligada a una realidad política concreta, por mucho que se la adorne con la apariencia de una legitimidad sobrenatural.
5La relación entre el proyecto histórico y su función política se hace más directa, menos teórica5. Es la que hereda y asume Pero López. En la época en que escribe, los reyes de Castilla están enfrentados a dificultades gravísimas, que, de un modo u otro, someten a crítica su propia legitimidad6. Juan I ha vivido la ilusión de una monarquía restaurada en la totalidad de sus prerrogativas, capaz de imponer su voluntad al vecino Portugal. El fracaso de su proyecto le hace retroceder al peor momento del reinado de su padre, cuando las secuelas de la guerra civil, que había estallado a consecuencia de la usurpación del poder, no se habían extinguido aún. A consecuencia de ello, la Corona ha emprendido una amplia reflexión sobre el podery su ejercicio en Castilla, con ocasión de las diversas reuniones de las Cortes convocadas por aquel rey. No debe sorprendernos sobre manera que se llevara a cabo, dentro de semejante contexto, la composición de una historia de ese reinado y de los reinados inmediatamente anteriores.
6Si bien existe una constante perceptible, aunque no explícita, que permite dar cuenta de la permanencia a lo largo de los siglos de una empresa de tanta envergadura como la de la Crónica real, se supone que ésta no se mantiene sola, por el único peso de su evidencia, sino que depende de las circunstancias que, en cada momento en que se reanuda la redacción, hacen factible el acto mismo de la composición. Con el paso del tiempo, éstas no son ni mucho menos idénticas. ¿Qué medida común puede haber entre un proyecto ordenado por un iniciador –Alfonso X–, inspirado por complejas motivaciones de tipo político y cultural, el cual sigue adelante bajo el doble efecto de un poder político y de una tecnoestructura eficiente; con la voluntad personal de un monarca –Alfonso XI, casi un siglo más tarde– deseoso de utilizaren beneficio exclusivo propio un monumento heredado; y con la ambición de un intelectual –Pero López, medio siglo después– de ordenar una visión aceptable de unos acontecimientos recientes, a la vez que de contribuir al nacimiento de una historia nacional? Al parecer ninguna. Sin embargo, la constancia con la que se van añadiendo eslabones a esa cadena de estorias nos demuestra que existe una aptitud latente a retomar la obra y que esa reanudación no se debe solo a situaciones analógicas capaces de facilitar nuevos engarces, sino que supone una dinámica propia a la composición histórica.
7No se pretende aquí, en el espacio de una ponencia, dar cuenta exacta de tan complejo fenómeno. Por lo menos se intentará proporcionar información capaz de alumbrar algún tanto la reflexión.
RETOMAR EL HILO
8Veamos primero las circunstancias de la reanudación de la composición a lo largo del siglo XIV. ¿En quién recae la iniciativa? En el caso de las llamadas Cuatro crónicas, la de Alfonso X y sucesores, la cosa parece clara, si nos referimos al prólogo que encabeza la primera:
E por esto el muy alto [Alfonso XI] aviendo voluntad que los fechos de los reyes que fueron ante que él fuesen fallados en scripto, mandó catar las corónicas e estorias antiguas. E falló scripto por corónicas en los libros de su camara los fechos de los reyes que fueron en los tiempos pasados [...] E porque acaesçieron muchos fechos en los tiempos de los reyes que fueron despues de aquel rey don Fernando, los cuales non eran puestos en corónica, por ende este rey don Alfonso, que es llamado Conqueridor, entendiendo que aquellos fechos fincaban en olvido, e porque fuesen sabidas las cosas que acaescieron en el tiempo del rey don Sancho su abuelo, el Bravo, e en tiempo del rey don Ferrando su padre, mandólas escrebir en este libro, porque los que adelante vinieran sepan en commo pasaron las cosas en tiempo de los reyes sobredicho7.
9Según este prólogo, la iniciativa de la composición de la crónica recae en el propio rey. Más aún, en ningún momento el texto menciona a Alfonso X como iniciador de una obra a la que reconocería una anterioridad. Se nos describe el proyecto cronístico como si hubiera sido concebido por este rey Alfonso XI8, como si nada equivalente a lo que proyecta realizar hubiera existido anteriormente. Si bien admite la existencia de una crónica ya escrita y no demuestra en ningún momento querer sustituir a aquélla su propia versión, parece hacerlo sólo para aminorar la Estoria de España, limitándola a un texto desprovisto de intencionalidad, sencillamente un hecho documental. En cambio, sobrevalora su propia iniciativa, que se equipara a una manifestación de autoridad monárquica.
10El rey no menciona a Alfonso X como cronista; tampoco lo menciona como rey. En efecto, justifica su iniciativa por la necesidad de dejar constancia de los hechos ocurridos en tiempos de su abuelo y de su padre. Sin embargo, sabe que la crónica existente se detiene en Fernando III. Parece admitir, pues, en principio, una interrupción del hilo cronístico entre la Estoria y las crónicas de sus dos antecesores. Puede que se trate de un mero lapsus; aún así, no deja de ser significativo que el rey se considere autorizado no solo a ordenar la composición de la crónica sino también a definir sus contornos. Además, parece querer imponer cierta visión precisa de los antecedentes. No cabe concepción más política de la historia9.
11El punto de vista del Canciller Ayala es necesariamente muy distinto:
E porque de los fechos de los Reyes de España, los quales fueron muy antiguos, del tienpo que los reyes e principes Godos començaran fasta aqui, ouo algunos que trabajaron de los mandar escriuir, porque los sus nobles e grandes fechos e historias non fuessen oluidadas, assi ouo despues otros que quisieron tomar carga10.
12Aunque no cite a Alfonso X ni a ningún agente de la composición de la Crónica real castellana, demuestra tener buen conocimiento de las etapas del proceso que dio lugar a la composición de aquélla: una etapa primera que inicia el proyecto y una continuación realizada por un equipo distinto del primero y posterior a él.
[...] E del dicho Rey don Alfonso fasta oy ouo despues quatro, que fueron don Pedro, don Enrique, don Juan e don Enrique que Reyna. E de todos finca remembrança por escritura de todos los sus fechos grandes e conquistas que fizieron los sobredichos reyes Godos e de los que despues del rey don Pelayo reynaron fasta el dicho rey don Alfonso que venció la batalla de Tarifa. Por ende de aqui en adelante yo, Pero Lopez de Ayala, con la ayuda de Dios, lo entiendo continuar assi [...]11
13La parte que se atribuye Pero López en la gran empresa es forzosamente más modesta, como corresponde a un mero súbdito castellano, por muy noble que sea, pero gana en tecnicidad lo que pierde en ideología proclamada. Su mención de los reyes cuya crónica queda por redactar tiene más carácter de acto notarial que de proclamación solemne. Sin embargo, hay que subrayar cómo demuestra tener conciencia de proseguir una obra que ha alcanzado no solo una existencia histórica sino que lleva dentro de sí la necesidad de su propia continuación, sin que se necesite encontrarle un padrinazgo ilustre. Esa toma de conciencia es un elemento que debemos tener en cuenta si queremos valorar objetivamente el proyecto ideológico del Canciller porque supone una menor supeditación de su labor a la mentalidad ilustrada por Alfonso XI, en la medida en que su propio proyecto le lleva a considerar la Crónica real iniciada por Alfonso X como una empresa de conjunto insecable.
MÁS ALLÁ DEL REINADO
14Entre las normas heredadas de la obra alfonsí por los dos cronistas del s. xiv, debemos señalar su facultad por concebir su intervención en un marco más amplio que el de un solo reinado. El Prólogo firmado por Alfonso XI no deja lugar a dudas al respecto. En cuanto a Pero López, queda constancia, ya en la primera versión de su proyecto, de su intención de proseguir la historia más allá del reinado de Pedro I, en el mismo momento en que está componiendo ésta.
E commo quier que los de los otros sennorios e rreynos dexaron esta costunbre pero finco en espanna de gran tiempo que asy lo escriuian maguer en aragon ya non lo usauan nin en castilla de poco tienpo aca quel rrey don juan lo ordeno segund adelante lo diremos en los fechos del rrey don juan12.
15Como lo recuerdan oportunamente los editores, el abandono oficial del cómputo de la Era hispánica y la imposición de la Era cristiana fueron efectivos a partir del 25 de diciembre de 1384. Se supone pues que, poco después de aquella fecha, Pero López, que estaba componiendo lo que sería la versión primitiva de su crónica, ya tenía previsto proseguirla hasta el reinado de Juan I. Dicho de otro modo, su proyecto se conformaba más a la tradición heredada de la Crónica real alfonsí, que exigía mantener sin solución de continuidad la sucesión de los reinados, que a la necesidad histórica del momento que hacía urgente una historia del pasado reciente13.
16Sin embargo, esta observación debe matizarse. En efecto, el que los dos cronistas del xiv hayan concebido un proyecto que sobrepase la narración de un solo reinado resulta también de la necesidad de conceder a uno de esos reinados una atención privilegiada14. En cuanto a Fernán Sánchez de Valladolid, el motivo parece claro: el objetivo era componerla crónica de Alfonso XI; por lo tanto, y como no se podía romper el hilo cronológico, era necesario dar cuenta de los reinados anteriores, incluido el de Alfonso X del que se hace tan poco caso, por otra pane. La situación que corresponde a Pero López es de otro tipo. Su contribución se abre con la crónica más problemática, la de Pedro I. Limitarse a componer aquélla tendría como consecuencia exacerbar un conflicto ideológico en vez de aplacarlo. La composición de la crónica sólo se puede considerar viable y útil si se realiza desde la perspectiva del contexto político creado por el advenimiento de la nueva dinastía. Para ello, es necesario englobar el reinado de Pedro dentro de un conjunto mayor capaz de dar sentido al cambio que ha sufrido la Corona castellana con la muerte y sucesión del rey legítimo.
17Así se observa cómo el modelo alfonsí de una crónica ininterrumpida se adecúa a las exigencias ideológicas de la historiografía del xiv, y cómo saben sacar los cronistas todo el provecho que les ofrece ese antecedente.
ESCRITURA Y ACTUALIDAD
18Al estrechar las relaciones entre la crónica y las circunstancias históricas que acompañan su composición, a través de una visión privilegiada de los reyes y de la tierra, Alfonso XI había sometido la redacción de la historia al influjo del contexto político. El hecho tiene poca incidencia en el momento en que dicta el prólogo ya citado, porque la Corona disfruta entonces de una estabilidad y autoridad indiscutibles y, por lo tanto, la labor del cronista no corre más riesgo que el de recibir una influencia real algo excesiva15. No así cuando, unos cuarenta años más tarde, Pero López pone mano a la pluma. La crónica ha cobrado una innegable dimensión política, puesto que debe servir para justificar un comportamiento colectivo en principio condenable, a saber la desavenencia de los súbditos con respecto a su rey legítimo y su apoyo a una maniobra de usurpación del poder. La posición del cronista se hace mucho más delicada, ya que las presiones posibles se han multiplicado, y él mismo está implicado en esa operación. Por otra parte, la crónica sólo puede cumplir su papel justificatorio si salva las apariencias de una objetividad indiscutible; en caso contrario, podría pasar por un mero libelo partidista y quedar desacreditada. La solución adoptada por Pero López consiste en colocarse bajo la autoridad de hecho que supone la Crónica real de Alfonso X, lo que le permite valerse de la necesidad de mantener en la composición de su obra unos criterios heredados y suprimir la manifestación más evidente de la implicación de los actores en el relato de una historia demasiado reciente.
19Ilustraré lo que acabo de decir tomando dos ejemplos.
20El Canciller concede una gran importancia a la división cronológica de los reinados, hasta el punto de dedicarle parte de su Prólogo general:
E en este libro terne esta orden: que començare el año que el Rey Reyno, según el año del nascimiento de nuestro Saluador Jesu Christo: e de la Era de Cesar que se conto en España de grandes tiempos aca: e en cada año destos partire la historia de aquel año por capitulos: e de todo esto fare tabla: por que el leedor pueda fallar mas a su voluntad la historia que le ploguiere: la qual tabla esta aqui de yuso deste prologo: antes de la historia de los fechos16.
21Como bien lo ha demostrado Inés Fernández Ordóñez17, la Estoria de España opta por el reinado como principio de organización cronológica de la narración. Fernán Sánchez de Valladolid sistematiza esa práctica, situando cada año, al iniciar el relato correspondiente, con referencia a la Era hispánica y a la Era de la Encarnación. Según lo que escribe en su Prólogo, Pero López parece atenerse a ese mismo criterio. En realidad, no es así, ya que añade sistemáticamente dos informaciones más a las acostumbradas.
En el año terçero que el rey don Pedro rregno, que fue en el año del Señor mill e trezientos e çinquenta e dos e de la era de Çesar segund costunbre de España mill e trezientos e nouenta e del criamiento del mundo segund la cuenta de los ebreos en çinco mill e çiento e doze años e del año de los alarabes, que Mahomad començo, sieteçientos e çinquenta e quatro, llego el rey don Pedro a la çibdat de Cordoua e dende fue para Aguilar18.
22Llama la atención ese recargamiento de menciones cronológicas, porque viene a reforzar una división por años ya visible dentro del texto propiamente dicho19. La ordenación de esas referencias es distinta de la práctica que se observa en la Crónica de Alfonso X y en la de Sánchez de Valladolid, donde la Era hispánica antecede siempre a la cristiana. Pero López coloca primero la Era de la Encarnación, luego la hispánica. Por fin, innova mencionando la Era hebraica y la Héjira. El criterio seguido por el Canciller se señala, pues, por un reforzamiento de la estructura formal de su modelo.
23El hecho es tanto más sorprendente cuanto que las circunstancias no exigían semejante opción. Los acontecimientos narrados son lo bastante recientes como para no exigir más cómputo que el vigente en la época de la composición. A todas luces, el cronista no sólo busca el medio más eficiente para situar los hechos narrados, sino que quiere satisfacer a una obligación que sobrepasa su misión del momento. Si mantiene el cómputo según la Era hispánica, cuando ésta ha dejado de ser oficial en Castilla, será para no romper con la tradición constante de la Crónica alfonsí. Si se refiere al cómputo de los judíos y de los árabes, será para marcar la estrecha relación de la nación castellana con esas dos culturas. Sea ésta u otra la explicación, el efecto de tal medida consiste en reforzar la dependencia formal entre las historias que se están escribiendo y la Estoria. El corolario es que el cronista toma sus distancias con las necesidades más inmediatas de su tarea, al reivindicar unos antecedentes que le colocan más en un nivel simbólico que en el simple papel de relator de unos hechos concretos20.
24Otro ejemplo, quizás más anecdótico pero muy significativo también, es el modo de implicarse que tiene el cronista en su propio relato. En la primera versión de su texto –la mal llamada versión abreviada–, menciona todas sus intervenciones como actor de los hechos, como lo hace para los demás personajes presentes. En la revisión de su texto –la también mal llamada vulgar, que es la que solemos manejar–, borra casi todas las menciones de su presencia, recurriendo a la omisión o a fórmulas despersonalizadas21. Explicar semejante actitud por el deseo de guardar el recato propio a un observador imparcial, de borrar algunos hechos poco halagadores de su vida, o por simple prudencia satisface sólo a medias. No cabe duda de que sus contemporáneos estaban al tanto de lo que había hecho por aquellos tiempos y que resultaba algo infantil pretender engañarlos de ese modo. Cualquiera que fuera la verdadera intención de Pero López, lo que nos interesa aquí es notar que semejante actitud queda perfectamente autorizada por el modelo seguido, ya que en ningún momento, ni en la Crónica alfonsí ni en las siguientes, el cronista da fe de sí mismo, sino que se refiere únicamente a sus fuentes22. Por otra parte, el Canciller pudo muy bien querer mostrar así que no escribía sólo para sus contemporáneos, testigos vivos de lo narrado –o descendientes inmediatos de esos testigos–, sino para la posteridad, que lo que decía estaba destinado a permanecer como el documento intemporal que serviría de referencia en los tiempos venideros.
FACULTAD DE ADAPTACIÓN DE LA CRÓNICA
25Esos dos ejemplos ilustran bien, según creo, que Pero López sabía que su labor estaba destinada a tener cabida en la tradición cronística y que, además, conocía todas las ventajas que suponía para él saber acogerse a esa tradición, imitando y hasta superando el modelo seguido. Vista así, la composición de la crónica no debe enjuiciarse tanto desde el contexto histórico de su redacción como desde su capacidad a mantener vivo un proceso literario, a través del cual las instituciones se afirman y se identifican. Más allá de las coincidencias fortuitas, existen razones profundas para que se mantenga vigente una obra que va cobrando, a medida de que pasa el tiempo, el carácter de fenómeno literario excepcional, no equiparable a ninguna otra realización del campo, llamésele género, corriente literaria, o de cualquier otro modo23. La principal de esas razones es la adecuación de ese tipo de realización discursiva para rendir cuenta de manera satisfactoria de una realidad tan dúctil como la historia humana, la cual supone tanto una atención a las cosas más nimias como el tratamiento mitificador de algunos de sus actores. Esa adecuación se debe a la capacidad de la narración histórica a asumir toda clase de escritura, según lo que exija la opción ideológica adoptada.
26La crónica puede ser receptáculo de documentación histórica, sin apenas tener que modificar la forma del material documental. De la misma manera, se adapta perfectamente al estilo jurídico. Dispone naturalmente, –casi por esencia–, de la facultad de ordenar los hechos merced al hilo proporcionado por la cronología. De este modo, está en condiciones de acoger toda clase de narración, desde el relato pormenorizado de un acontecimiento concreto hasta el apólogo. El diálogo no aparece fúera de lugar sino que le sirve de adorno. Admite la lectura parcelada y, hasta cierto punto, la favorece porque exige un mínimo de bagaje por parte del lector, ya que a ella le toca proporcionar los elementos necesarios a su comprensión. Dicho de manera sintética, la única exigencia a que le obliga el ser obra literaria es mantener la ficción de la objetividad: ésa es la única norma de verosimilitud que le corresponde. Sus capacidades de adaptación son, pues, enormes, lo mismo que sus posibilidades de desarrollo. Pero, por eso mismo, exige, por parte del que la cultive, una evidente capacidad para sacar provecho de todas esas posibilidades24.
27Este parece ser el caso de Pero López de Ayala en el momento en que emprende la redacción de las crónicas de Pedro I, Enrique II y Juan I. La idea que sostengo es que, en aquel momento, es decir a partir de 1385, el señor de Ayala ha alcanzado una madurez, como intelectual y como escritor, que le permite emprender una tarea tan difícil como la composición de una historia de la época que le tocó vivir. Su primer aprendizaje ha consistido en familiarizarse con la obra de grandes autores, por medio de la traducción. La más notable manifestación de esa etapa consiste en el trabajo que realiza sobre la obra de Gregorio Magno, traduciendo y adaptando bajo varias formas sus Moralia sobre el Libro de Job. Durante su cautiverio en Aljubarrota, se dedica a dar forma escrita a una introspección sistemática, asociándola a una reflexión sobre la sociedad de su tiempo. El resultado es ese objeto mixto, entre confesión personal y tratado político-moral, que constituye el Libro rimado del Palaçio. ¿Qué duda cabe de que Pero López ha sufrido de los límites que suponían las normas de composición del mester de clerecía para llevar a cabo semejante ambición? A su vuelta a la Corte, se encuentra sumido en los numerosos quehaceres políticos que se derivan de la situación catastrófica en que se encuentra la Corona. Queda constancia de su contribución a la reflexión colectiva de aquella época en los diversos discursos que dirige al rey y a los estamentos en las asambleas de Cortes. Es probable que ese tipo de actuación, impuesto por la urgencia de los casos por resolver, no le satisface porque no aporta una solución de conjunto a una situación que, sin embargo, la exige. Sería lógico pensar que la idea de componer una crónica de los reyes recientes se le ocurriera como la mejor manera de resolver las dificultades del momento y, al mismo tiempo, de culminar su obra personal, ofreciendo a su pensamiento un marco suficientemente amplio para que pudiera desenvolverse a sus anchas. Además, así se le proporcionaba una manera ideal de conciliar su reflexión y su contribución personal a la reflexión colectiva, lo que no le había sido posible cuando había optado por la forma del mester de clerecía.
FUNCIÓN IDEOLÓGICA DE LA CRÓNICA
28Todos los recursos mencionados, heredados por Pero López de la crónica alfonsí, alumbran el proceso creador del cronista pero no explican del todo por qué sintió la necesidad de lanzarse en una iniciativa tan difícil y hasta arriesgada. Quisiera mostrar que la crónica constituía también un modo privilegiado de dar sentido, por medio de la exposición de los hechos, –por medio del discurso racional– a una historia reciente que no había encontrado más solución que el recurso a la violencia y la evidencia de un poder ejercido desde la sola legitimidad de la fuerza de los vencedores.
29La piedra de toque de esa capacidad excepcional de la crónica reside en su facultad para conciliar una objetividad aparente con lo que resultaba inconcebible, dentro de una mera interpretación histórica que privilegiaba el poder monárquico, a saber la existencia concomitante de dos reyes. A ese dilema estuvo enfrentado Pero López. Considero que la solución le fue proporcionada por los recursos discursivos de la Crónica real25.
30Enrique deTrastámara se autoproclama rey y se corona en Burgos en 1366, año que corresponde al XVII del reinado de Pedro I. Esta decisión unilateral del pretendiente no modifica la titulación de Pedro: el Canciller lo sigue llamando rey hasta su muerte en 1369. Varias eran las posibilidades que se ofrecían al cronista para respetar esa realidad nueva. La primera hubiera consistido en dar fin al reinado de Pedro I sustituyéndole el de Enrique, valiéndose de la evolución ulterior de los hechos. Si semejante solución no se adoptó, se puede suponer que fue porque tenía el defecto de imponer un fuerte matiz partidista a la crónica y hubiera contribuido a desacreditarla en su pretensión a ser no sólo la verdad oficial del momento sino la verdad «tout court», como ya se ha subrayado más arriba. La segunda solución hubiera consistido en proseguir el reinado de Pedro y no iniciar el de Enrique hasta la muerte de su antecesor. Si bien se mantenía así el tratamiento privilegiado que ha merecido la institución monárquica en la Crónica real, el método empleado conllevaba una insoportable contradicción, al condenar prácticamente el proceder del nuevo rey y fundador de la nueva dinastía. La solución era imposible en términos políticos26. Sin embargo, es la que adoptaron los editores modernos y lo que hace que nos resulte tan difícil hoy entender ese tema, al no disponer de una versión conforme con el original concebido por Ayala27. Éste propone una solución original, expresada en una fórmula muy explícita, aplicada al rey don Pedro, en el momento de cerrar su crónica: e regno tres años en contienda con el Rey don Enrique.
31Se entiende cuál era la obligación del cronista: reconocer, desde el momento en que empieza a manifestarse, la condición real de Enrique sin, por eso, dejar de tener en cuenta otra realidad indiscutible, el que Pedro siguiera ejerciendo las prerrogativas reales hasta su muerte, si bien en condiciones precarias en los últimos meses. Esa doble exigencia, Ayala la respeta en la letra de su crónica y también, de modo más significativo aún, en su estructuración.
32Para expresar la nueva condición de rey del Trastámara, utiliza una fórmula sencilla a la par que desprovista de ambigüedad: e de aqui adelante se fizo llamar rey. Esa hábil fórmula, al atribuir la iniciativa del cambio al protagonista, exime al cronista de tomar partido y lo mantiene en una prudente expectativa. Introduce un matiz dentro de la misma titulación –el que se fizo llamar, y el que lo es–, lo que le permite llevar adelante paralelamente el relato de los hechos de cada uno sin tener que crear dos contextos distintos, entre los que tuviera que alternar. No deja de tratarse de una sola crónica, aunque albergue a dos soberanos28.
33Donde mejor se marca la solución elegida por el cronista, es en la estructuración de su relato. Observemos el cómputo cronológico, tal como figura en los epígrafes y en cabeza del primer capítulo anual después de la proclamación de Enrique.
En el segundo año que el sobre dicho rrey don Enrrique rregno, que fue en el año diez e ocho que el rrey don Pedro auia rreynado, e fue en el año del Señor mill e trezientos e sesenta e siete, e de la era de Çesar mill e quatroçientos e çinco, e del Criamiento del mundo, segund la cuenta de los ebreos en çinco mill e çiento e veynte e siete años, e de los alarabes en sieteçientos e sesenta e nueue años29.
34Se observa que, en el orden de cita, el cómputo correspondiente a Enrique precede al de Pedro. La intención parece evidente: se trata de dotar al nuevo rey de una legitimidad, colocándolo en situación privilegiada con relación con su contrincante. Más aún, no deja de ser hábil ese modo de actuar porque prepara una solución «indolora» para cuando llegue el momento de separarse de Pedro. Esa medida no provocará ningún trastorno en la presentación, ya que la mención condenada a desaparecer no es la que encabeza la serie, sino un elemento interior de la misma.
35La muerte de Pedro se produce durante el vigésimo año de su reinado y cuarto del de Enrique. El cronista señala estructuralmente la desaparición del rey incluyendo su semblanza, fórmula que generalizará a todos los reyes tratados, incluido Alfonso XI, como veremos más adelante30. Pero no interrumpe el relato correspondiente a ese año, sino que se limita a cerrar un capítulo y abrir uno nuevo, encabezándolo con la fórmula: otro dia despues que el rey don Pedro fue muerto [...]31. El 1 de enero de 1370 inicia el quinto año del reinado de Enrique II. Este tratamiento, que concede a la condición real de Pedro lo mínimo que se le podía dar, muestra que Ayala se acogió a una solución puramente formal, cuya función consistía en mantener el valor simbólico de la institución que pretendían encarnar ambos príncipes. No cabe duda de que, para él, la condición real de Enrique no se puede poner en tela de juicio desde el momento en que se proclama. Con todo, la institución imponía que la figura del rey antecesor permaneciera en pie, –¿aunque sólo fuera en efigie?–, hasta el final.
36Más original aún resulta ser la solución adoptada en lo que respecta la estructura externa del relato32. En efecto, la clave principal del proceso seguido por Ayala se encuentra en la manera de incluir el tema de la doble monarquía en un proyecto más amplio. Bien se sabe que la crónica de Alfonso XI quedó inconclusa. Cuando la retomó Ayala, le faltaba el relato de los seis últimos años del reinado del Conqueridor, desde Pascua de 1344 hasta marzo de 1350, fecha de la muerte del rey. El Canciller se preocupó de completarla parte que faltaba por medio de un largo capítulo inicial, colocado al principio de la crónica de su hijo, Pedro.
37Esta necesidad de volver a atar el hilo de la Crónica real, que ya hemos encontrado en el caso de la crónica de Alfonso XI, si bien Ayala la cumple con una gran economía de medios, fue lo que, no sólo facilitó su tarea, sino lo que la hizo posible. En efecto, daba pie para concebir no ya la crónica de un reinado sino un conjunto mayor, que integrara el final del reinado de Alfonso XI y la totalidad de los de sus dos sucesores. Los editores modernos han ocultado el hecho, separando las crónicas una de otra, aún a riesgo de caer en las aberraciones que no dejaría de provocarla convivencia de los dos reyes.
38Algunos manuscritos reproducen un epígrafe general que resulta más significativo de la voluntad de Ayala, en el momento en que emprendió la composición de su crónica:
Aqui se comiença la Coronica de los fechos que acaesçieron en los tienpos que rregnaron en Castilla e en leon los Rreys don Pedro e don enrrique su hermano fijos del rrey don alfonso honzeno de los rreys de Castilla e de leon que ouieron este nonbre33.
39La mención expresa de Alfonso XI ofrecía la posibilidad de asociar de modo indisoluble, por ser los dos hijos suyos, a Pedro y Enrique. El resultado consiste en crear una nueva división dentro de la Crónica: no ya la del reinado, sino una periodización correspondiente a la herencia disputada de un rey, que se agota con la muerte del segundo de los protagonistas. Estaba claro que la estructura propia al reinado no podía dar una solución aceptable a la situación original de la que el cronista tenía que dar cuenta, porque le obligaba a privilegiar un partido o, peor todavía, a no ordenar claramente su discurso. Lo más lógico, dentro del contexto político en que le tocó escribir su crónica, hubiera sido prescindir del reinado de Pedro I, con todos los inconvenientes que ello suponía, entre los que figuraba el de romper una de las normas más severas de la Crónica real, la continuidad histórica. Esa misma crónica le proporcionó el medio para salvar la dificultad: tomar como tema básico ya no el reinado, sino la sucesión de un rey indiscutido.
CONCLUSIÓN
40Creo que, al término de estas observaciones, se puede afirmar que la concepción de la historia propugnada por Alfonso X conserva, un siglo después de su invención, un valor modélico indudable para los cronistas reales. No se trata solo del inicio de un corpus que deberá prolongarse mientras los fundamentos ideológicos que lo asentaron sigan vigentes, sino de un instrumento para aprehender los hechos históricos y para verterlos en un discurso coherente y convincente. El genio de Pero López de Ayala ha consistido en saber captar todas las posibilidades de adaptación a una realidad concreta que ofrecía la Crónica, y aplicarlas al período extraordinariamente complicado que le tocaba relatar. Lo hace con una mezcla impresionante de pragmatismo y de fidelidad a la norma que resultará difícil mantener para sus sucesores. Al encontrar una solución al dilema de los dos reyes, Ayala ha salvado de algún modo la Crónica real, que amenazaba desaparecer ante la imposibilidad de cumplir su cometido. Pero conviene preguntarse si no ha creado al mismo tiempo las condiciones de un cambio que irreversiblemente llevaría a la desaparición de la fórmula heredada, al desplazar el enfoque de la noción de reinado hacia otra, menos normativa, la de realeza, al colocar la personalidad del rey en un segundo plano frente a la institución.
Bibliographie
BIBLIOGRAFÍA
EDICIONES DE LAS CRÓNICAS REALES
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Notes de bas de page
1 Como consecuencia de ese supuesto, el proyecto alfonsí se designará como la Estoria pero también como la Crónica real por antonomasia.
2 Estas afirmaciones deben mucho a las ideas adelantadas, en distintos trabajos y en su seminario, por Georges Martin.
3 Se deriva de ello que la materia misma de la crónica, por lo que tiene de anecdótico, carece relativamente de interés y que se pueda echar mano de toda clase de fuentes, incluidas las que pertenecen a la literatura no culta. [Es una afirmación que merece discusión. Nota del autor].
4 Crónica del Rey don Alfonso Décimo, BAE, LX VI, p. 3.
5 Esos cambios podrían explicar que el proyecto de General Estoria se haya interrumpido, mientras que el de Estoria de España haya cundido después de la muerte de su iniciador.
6 Sigo considerando que Pero López empezó la redacción de las cuatro crónicas después de 1385. Véase mi Obra y personalidad del Canciller Ayala, Madrid, Ed. Alhambra, 1983, pp. 155-171.
7 Crónica del Rey don Alfonso Décimo, p. 3.
8 El rey aparece además «en majestad», con el calificativo de «Conqueridor».
9 Semejante actitud deja perplejo acerca del influjo de la labor cultural de Alfonso X en las generaciones posteriores.
10 Pero López de Ayala, Crónica del Rey Don Pedro y del Rey Don Enrique, su hermano, hijos del rey don Alfonso Onceno, edición crítica y notas de Germán Orduna, estudio preliminar de Germán Orduna y José Luis Moure, Buenos Aires, SECRIT, 1994, 1 (citado Crónica del Rey Don Pedro y del Rey Don Enrique), p. lxxxvii.
11 Ibidem, p. lxxxviii.
12 Ibidem, p. xlvii. El subrayado es mío.
13 No se sabe si, en el momento en que escribía Pero López lo citado, Juan I había muerto ya. No hay que descartar esa posibilidad aún si parece retrasar con exceso la composición de la primera versión de las crónicas y deja muy poco tiempo en vida del cronista para su revisión; en efecto, como lo señalan los editores, puede tratarse de una mención añadida más tarde a un testigo de la primera versión. Si suponemos que no había muerto el rey Juan, habrá que admitir que el ejemplo de Alfonso XI, cuya crónica se escribió cuando estaba envida, ha cundido y que la crónica es compatible con una relación de los hechos actuales. Esa nueva perspectiva puede interpretarse como una compensación a la pérdida de universalidad que experimenta la crónica con respecto al modelo alfonsí.
14 El hecho queda patente en la amplitud que reservan los cronistas, por un lado, a la crónica de Alfonso XI y, por otro, a la de Pedro I.
15 De esa influencia el cronista de Alfonso XI no se salva siempre, como lo demuestra la comparación de los distintas versiones de ese texto. Cf. Gran Crónica de Alfonso XI, preparada por Diego Catalán, Madrid, Gredos, 1977.
16 P. López de Ayala, Crónica del Rey Don Pedro y del Rey Don Enrique, I, p. lxxxviii.
17 Inés Fernández-Ordóñez, Las Estorias de Alfonso el Sabio, Madrid, Istmo, 1992, p. 33.
18 Pero López de Ayala, Crónica del Rey Don Pedro y del Rey Don Enrique, I, p. 71.
19 Esa división queda resaltada, a su vez, por la rúbrica de cada capítulo, en la que figurael cómputo cronológico correspondiente a la Era hispánica y a la Era de Cristo: «Año terçero que el rrey don Pedro rregno que fue año del Señor mill e trezientos e çinquenta e dos e de la era de Çesar segund costunbre de España en mill e trezientos e nouenta» (ibidem).
20 Pero López impone a su entorno un argumento de autoridad que se deriva de su función de intelectual. Nunca se insistirá bastante en esa conciencia que tiene el señor de Ayala de desempeñar una misión ilustradora entre sus contemporáneos. Por otra parte, entre los modelos posibles se menciona aquí esencialmente al de la Estoria, pero quedaría por estudiar la posible influencia de la General Estoria en los cronistas del xiv, la que, según creo, no se he estudiado hasta hora.
21 Cf. mi Obra y personalidad del Canciller Ayala, pp. 136-140.
22 En su Prólogo general, Pero López pretende aportar también su contribución cuando le ha tocado ser testigo presencial de los hechos narrados. Sus fuentes pueden, por consiguiente, ser personales. Pero lo que se señala aquí es la mención del cronista como protagonista de los hechos y no como testigo.
23 Para enfocarla Crónica real como fenómeno literario, quizás fuera eficiente aplicarle categorías bien conocidas, tales como la de género, de corriente, o de tema: es decir, toda clase que supone una permanencia en el tiempo. Este método permitiría relativizarel papel propio de los autores y privilegiar el fenómeno de escritura propiamente dicho.
24 Esas enormes posibilidades demostradas por la historia deben entenderse dentro de un marco relativamente estricto: quiero resaltar aquí la capacidad asimiladora de la historia y no la de ser asimilada. Puede que esa facultad explique todas las formas que inspiró más adelante, como los florilegios históricos, el romancero, y demás silvas, etc. Pero todas esas formas suponen la renuncia a los dos componentes más irreductibles de la crónica, a saber la unicidad como obra y la amplitud para cubrir todas las circunstancias del período estudiado.
25 Este tema ha sido tratado en profundidad por G. Orduna y J. L. Moure en su Introducción a la edición citada (capítulo «La Crónica del rey don Pedro y del rey don Enrique su hermano, hijos del rey don Alfonso Onceno como unidad de estructura e intencionalidad», pp. lv-lxi), de la que hago una reseña en Atalaya, 6 (otoño 1995). Quedo en deuda hacia ellos para lo esencial de mi argumentación.
26 Esta solución contenía también un riesgo, el de subrayar el eclipse que conoció el rey recién auto-proclamado después de su derrota en Nájera.
27 Esa laguna estará colmada con la edición completa de la edición de Germán Orduna y José Luis Moure señalada más arriba.
28 Convendría estudiar el tipo de alternancia que se da en la narración entre los hechos de Pedro y los de Enrique, ¿A qué necesidad responde esa alternancia, cuando se realiza?
29 Pero López de Ayala, Crónica del Rey Don Pedro y del Rey Don Enrique, II, p. 155. Conviene recordar que el cronista inicia cada año el uno de enero, y no en el día aniversario de la accesión al trono del rey concernido: «Queremos aca declarar cada cuento destos por que se puso o commo se guarda e se falla en el año segundo que el sobre dicho rrey don Pedro rregno, començando los años de aqui adelante sienpre en el primero dia de enero» (ibidem, I, p. 29).
30 Pero López de Ayala no inventó la inclusión de la semblanza del rey en la crónica, sino que le dio una importancia nueva, transformando la semblanza en verdadero retrato. Cf. Madeleine Pardo, «Place et fonction du portrait du roi dans les chroniques royales castillanes du XVe siècle», Razo. Cahiers du Centre d’études médiévales de Nice, 10, 1990, pp. 71-96.
31 Como lo señalan Orduna y Moure, en la version Primitiva de la crónica, por lo menos en una de sus ramas, ni siquiera se observa una interrupción del hilo narrativo. En la Vulgar, el cronista suavizará su relato.
32 Se trata de la tesis más original y convincente propuesta por Orduna y Moure.
33 Pero López de Ayala, Crónica del Rey Don Pedro y del Rey Don Enrique, I, p. LIX. Los editores optaron por incluir esta fórmula en el título de su edición.
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Université Paris III
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