La nación como espejismo histórico en el primer cine franquista
p. 75-87
Résumés
El discurso nacional en la guerra civil española no se limitó a la propaganda, sino que se planteó como una auténtica maquinaria mitográfica. Partiendo de las tradiciones de pensamiento de la derecha española, apoyándose en la figura crucial de Menéndez Pelayo y en algunas ideas noventayochistas, los ideólogos falangistas, especialmente aquéllos que tomaron a su cargo la responsabilidad de la prensa y propaganda en 1938, edificaron un discurso compacto sobre la nación española, a saber, sobre la esencia nacional, los orígenes del espíritu español, las batallas con lo extranjerizante y el postrer triunfo de Franco. En la producción cinematográfica, objeto específico de este ensayo, la victoria franquista aparecía aureolada con los ecos, reminiscencias, profecías y augurios de tiempos remotos en los que las mismas hazañas habían sido realizadas por los representantes de la España auténtica. Ritos, símbolos y ceremonias venían a reafirmar una visión de la nación como espejismo en la que el tiempo perdía su función y el ciclo se imponía con plenitud, donde los héroes medievales daban la mano a los nuevos artífices de la patria. El análisis de España heroica (1938) y Ya viene el cortejo (1939), así como diversas noticias del Noticiario Español (1938-1941), lo demuestran.
Le discours national pendant la guerre civile espagnole ne s’est pas limité à la propagande, il a été conçu comme une véritable machine à produire des mythes. À partir de la pensée traditionnelle de la droite espagnole, s’appuyant sur la figure essentielle de Menéndez Pelayo et sur certaines idées de la génération de 98, les théoriciens phalangistes, notamment les responsables de la presse et de la propagande en 1938, ont élaboré un discours fort sur la nation espagnole, c’est-à-dire sur l’essence nationale, les origines de l’esprit espagnol, la lutte contre ce qui s’apparentait à l’étranger et le triomphe final de Franco. Dans la production cinématographique, objet d’étude du présent article, la victoire franquiste est auréolée des échos, des réminiscences, des prophéties et des augures de temps lointains où ces mêmes exploits étaient réalisés par les chantres de l’Espagne authentique. Rites, symboles et cérémonies renouent avec l’illusion d’une nation dans laquelle le temps perd son rôle et où s’impose le retour cyclique, les héros médiévaux donnant la main aux nouveaux artisans de la patrie. C’est ce que montrent l’analyse d’España heroica (1938) et de Ya viene el cortejo (1939), ainsi que plusieurs passages des actualités extraites du Noticiario Español (1938-1941).
The nationalist discourse in the Spanish civil war was not confined to propaganda but was rather conceived as a veritable myth-making machine. Taking their inspiration from the intellectual traditions of the Spanish right, and hinging on the key figure of Menéndez Pelayo along with some notions borrowed from the Generation of ‘98, Falangist ideologues —and especially those who took charge of the press and propaganda in 1938— built up a compact discourse on the Spanish nation, addressing the national essence, the origins of the Spanish spirit, the battles against foreign tendencies and the ultimate triumph of Franco. In the field of film production, the specific subject of this article, Franco’s victory was viewed through a mist of echoes, reminiscences, prophecies and auguries from long-past times when like heroic deeds were performed by representatives of the authentic Spain. Rites, symbols and ceremonies were invoked to reaffirm a view of the nation like a mirage, in which time ceased to function and a history turned full circle as the heroes of mediaeval times joined hands with the new builders of the fatherland. This is clearly reflected in El análisis de España heroica (1938) and Ya viene el cortejo (1939), as well as in various newsreels from the Noticiario Español (1938-1941).
Texte intégral
¡Cómo aplauden las gentes, libres ya del terror,
y lloran las mujeres, de alegría y de amor!
En el fondo de su alma musita el trovador:
¡Oh, Dios, el buen vasallo ya tiene buen Señor!
Ernesto la Orden Miracle,
«Cantar del Caudillo»*
Victoria, apocalipsis, catarsis
1Los fastos de la victoria nacional consumada el primero de abril de 1939 se prolongaron, como es bien sabido, durante meses1. Todas las ciudades ocupadas (liberadas, según el discurso nacional) tiempo antes, renovaron sus celebraciones, pues en ellas resonaba el triunfo total. Los actos de homenaje, las misas de campaña, las conmemoraciones en lugares de memoria y los desfiles, ocuparon una buena parte de la actividad nacional en la vida, y asimismo, lo hicieron en la propaganda radiofónica, periodística, literaria y cinematográfica. No todas estas celebraciones, empero, tuvieron los mismos acentos porque la significación de cada una de ellas difería de las otras en función de militancias históricas, incidencia de la revolución social o la resistencia popular, el anticlericalismo y la persecución religiosa o el nacionalismo. Las tres capitales de la República, caídas sucesivamente en período tardío y cercano al fin de la guerra (Barcelona, Madrid y Valencia) son sintomático ejemplo de reacciones, represiones y ceremoniales de purificación y exhibición de masas bien diferentes.
2Sería con todo ingenuo pensar que fueron los acontecimientos próximos los únicos determinantes del comportamiento de los vencedores tras la conquista o, como les agradaría decir a éstos por sus ecos simbólicos, reconquista. El discurso del régimen se quiso, en este punto espectacular, uniforme y combinado y, cualesquiera fueran las diferencias de énfasis, cada instrumento se afinaba en el mismo diapasón que diera la orquestación catastrófica y global de la victoria. En otras palabras, esta victoria, gestada palmo a palmo en el terreno militar, pero también en el de la propaganda, movilizó a un buen grupo de ideólogos, pensadores, demagogos e intelectuales y fue cuajando durante casi tres años concepciones apocalípticas que entroncaban con una tradición de pensamiento de la derecha española, emblemáticamente representada por Acción Española. Vista bajo esta luz, la victoria resonaba más allá del horizonte militar; se tallaba en la piedra de una honda historia de España, llevando a su cenit esa «comunidad imaginada» que había sido, a decir de los vencedores, su esencia. Fantaseando peripecias, anagnórisis o reconocimientos y lances patéticos, si se me permite seguir la Poética de Aristóteles sobre este particular, todo concluiría con la catarsis definitiva. Pero vayamos por partes y arranquemos de los modestos productos cinematográficos.
Dos desfiles
3Dos películas refieren ese motivo de la Victoria, con mayúsculas, entendida como espectáculo de culminación de la historia: una es El gran desfile de la Victoria en Madrid, número 20 y edición extraordinaria de El Noticiario Español, producida por el Departamento Nacional de Cinematografía y que festejaba la primera jornada de las dos que compusieron el magno evento, a saber, la correspondiente al 19 de mayo de 19392; la otra llevó por título Ya viene el cortejo y fue, en realidad, un ambiguo film producido por Juan de Orduña para Cifesa y dirigido por Carlos Arévalo, que se inspiraba en el poema del nicaragüense Rubén Darío, «Marcha triunfal», incluido en sus Cantos de vida y esperanza tratando de dar forma plástica a un anhelo de España, en el que el acontecimiento inmediato — la victoria representada en su majestuoso desfile madrileño— diera alcance a un ambicioso florilegio de gestas hispanas que se remontan muy atrás en el tiempo. Si el primero de estos films constituye una verdadera apoteosis del universo castrense, con su protocolo y su despliegue, con la condecoración del héroe laureado —Franco—, alma a fin de cuentas del despliegue militar, que recibe la Cruz Laureada de San Fernando de manos del bilaureado Enrique Varela y el paso, siempre realzado por la enfática voz de Ignacio Mateo, de las distintas armas y los distintos Ejércitos, el segundo tiene, por su carácter oblicuo, un interés más revelador3.
4Ya viene el cortejo no alza la voz hasta muy entrado su metraje. En su lugar, se erigen, bajo el imperio todo de la imagen, los robustos a la par que sobrios castillos, con sus almenas, sus catedrales, sus símbolos religiosos. Los alabarderos, luciendo sus vestidos medievales, hacen sonar sus cornetas; las mujeres extraen de los repujados arcones de sabor rancio sus mejores joyas y más arcaica vestimenta. Tañen las campanas. No es, claro, un mundo moderno, reciente, ni siquiera el nervio de una hazaña militar, sino el ritual inmóvil de una plenitud mesetaria, privada de todo conflicto, en particular el del devenir temporal. Un picado sobre la Gran Vía madrileña nos zambulle de bruces en plena orgía del presente: las banderas falangistas ondean, los brazos saludan extendidos «a la romana». No hay que dudarlo: es el Desfile de la Victoria. Entonces comienza la declamación por Rafael Gil del poema de Darío. Y el montaje, acaso no fuera abusivo llamarlo de atracciones, teje una alternancia de resonancias asociativas, por lo demás obvias: las caballerías medievales y los soldados de la victoria, los audaces jinetes en cruenta batalla y los campos regados en sangre de nuestra guerra reciente. Los clarines y los laureles serán el fiel reflejo, algo parásito, ¿por qué no decirlo?, de los alejandrinos del bardo nicaragüense. El yugo y las flechas, síntesis de una fantasía histórica en la que los Reyes Católicos y la Falange se funden, cierra el bucle y la presencia (presidencia) de Franco la sanciona.
5Desde luego, hoy perturba en esta película el tono relamido y acartonado que presagia los monumentos histórico-kitsch de Cifesa en la década siguiente y de las que el nombre de Juan de Orduña es inseparable. Mas, aun permaneciendo en la rigurosa fecha de este cortometraje, el gesto es elocuente de otros muchos discursos coetáneos. En la asimilación entre dos momentos de la historia española se advierte el gesto puro y amanerado de un espejismo de la victoria, de un anhelo desesperado de dar a esa catástrofe apoteósica la dimensión legendaria. En esa atracción, el presente evoca un pasado que fue glorioso y que ahora viene a colación como presagio y, al propio tiempo, como forma de convertir lo que acaba de ser un triunfo sin precedentes en la paradójica consumación de una esencia inconmovible. Pues paradójico es, al cabo, que este clímax de la historia convierta precisamente en inmóvil el itinerario que aspira a trazar, tornándolo ahistórico, es decir, su pura negación.
6Ahora bien, la Castilla medieval que abre sus puertas al triunfo nacional, la Castilla —digámoslo mejor— soñada por el franquismo, no es una improvisación de Carlos Arévalo ni un capricho de Juan de Orduña; menos aún un resorte de propaganda forjado por los responsables de la empresa Cifesa, deseosa de ganarse privilegios del nuevo Estado por los servicios prestados. Anida en el discurso franquista y en la mitografía que, desde principios de la guerra, se propuso como objetivo armar una visión de España que experimentó una sucesión de acontecimientos (gloriosos unos, vergonzantes otros) conducentes a esa «inevitable cirugía» que fue el alzamiento, la guerra, el triunfo y que se prolongaría en la interminable represión que les siguió. Si el poema de Rubén Darío aporta una idea de raza legendaria, el escueto film presenta los límites, inferior y superior, de un recorrido histórico que la propaganda, cinematográfica o no, desarrollaría extensamente en otras ficciones, en los libros de texto, etc., pero que en manera alguna nacía con él.
7En ese encuentro, en ese espejismo histórico, se cruzarían, combinadas pero no carentes de fracturas, las dos grandes visiones que anidaban en el franquismo y que Ismael Saz definió así: por una parte, el nacionalcatolicismo procedente de una visión romántica basada en el Volksgeist que Menéndez Pelayo definió con rotundas palabras en su epílogo a la Historia de los heterodoxos españoles y que cristalizaría en Acción Española (José María Pemán, Pedro Sainz Rodríguez, ministro de Educación en el primer gabinete franquista, el cardenal Gomá y, por supuesto, Ángel Herrera Oria…); por otro, el proyecto fascista que tuvo su suelo cultural en la generación del 98 y se basaba en el mito palingenésico de la muerte y resurrección de la patria. Si el primero era decididamente contrarrevolucionario y le conviene el nombre de nacionalcatolicismo, el segundo fue, por el contrario, de cuño fascista y revolucionario4.
Entonçe era Castyella un pequenno rryncón
8En septiembre de 1938, el nada inocuo Víctor de la Serna evocaba, en un lírico texto que trazaba caprichosas variaciones sobre aquel célebre verso del Poema de Fernán González (« Era Castilla —entonces— un pequeño rincón»), la imagen del joven conde, los monjes de Silos, la cetrería y el retiro espiritual del guerrero. Esa alma —la de Fernán primero, la de Castilla al mismo tiempo y después— que iba levantándose día a día formó las columnas sobre las que «había de descansar durante siglos primero un pueblo, luego un reino, después un imperio y finalmente un orbe»5. Mas no era de la Serna hombre proclive a la añoranza ni a la melancolía y, tras celebrar en cinética metáfora el gesto en el que «Castilla se derramaba por España», proclamaba a los cuatro vientos la reencarnación de tan alta causa en los días que corrían:
Esta epifanía de Castilla, que nacía, se bautizaba y emprendía su paso que aún no ha cesado, ocurría exactamente hace mil años. Pongamos entre 932 y 940. La indecisa cronología castellana no permite más precisiones. En 1933 tuve el honor de proponer la celebración del milenario de Castilla. Afortunadamente mi iniciativa cayó como avena loca en un arenal. Era Castilla misma quien había de celebrar su milenario levantándose nuevamente contra lo extranjerizo y femenino —cruelmente femenino—. Era Castilla misma con su sangre y su romance, leal a sí misma, la que iba a renovar su juventud a los mil años6.
9Y la propuesta ceremonial, que seguía así, en el lenguaje performativo de esta mitografía, a los hechos heroicos, fue dirigida a los servicios de propaganda que en 1943 (a estas alturas eran ya otros sus representantes), con la indolencia hacia la precisión de las fechas que emana de la atemporalidad del universo mitológico, emprendieron la tarea, construyeron una espectacular escenografía… en la que brilló lo que nuestro autor aún (quizá significativamente) no enfatizaba, ni siquiera nombraba, el espejismo del nuevo líder —Francisco Franco—, el caudillo, con Fernán González. Los trajes de época, los ritos medievales, la misa de pontifical celebrada el 5 de septiembre de ese mismo año de 1943 en la catedral de Burgos fueron recogidos por las cámaras del nuevo noticiario —el popularmente conocido como NO-DO— en el primer año de su nacimiento (n° 38 B, estrenado la tercera semana de septiembre) y el acontecimiento, me refiero ahora al cinematográfico, es decir, escenográfico, no dejó perezosas a las plumas de la época7.
El espejismo histórico franquista
España fue siempre un país codiciado. Colocado en el mismo cruce de las más importantes vías históricas, fue con frecuencia víctima de diversos pueblos que asentaron en ella sus pies [?] sus guerras de expansión imperialista. Fenicios, griegos, cartagineses, romanos, godos, árabes llegaron a España para someterla y dejaron impresa en su suelo la huella de sus diversas civilizaciones. Mas la fuerza étnica del suelo español ha sido siempre tal que todos sus dominadores acabaron por ser absorbidos por España. Y esa poderosa fuerza espiritual fue quien dio a la Península Ibérica el impulso que la lanzó a crear el imperio más grande que registra la historia.
Hoy se nos salta el alma de dolor al recorrer los pueblos de esa España maravillosa; esos pueblos en donde todavía bajo la capa más humilde se descubren gentes dotadas de una elegancia rústica que no tiene un gesto excesivo ni una palabra ociosa; gentes que viven sobre una tierra seca en apariencia […], pero que nos asombra con la fecundidad que estalla en el triunfo de los pámpanos y de los trigos.
Cuando recorremos esas tierras y vemos esas gentes, velada la esplendidez de su alma por el rasgo de hiel que pone en el ambiente tanta vida segada en flor por una cruenta guerra entre hermanos, tenemos que pensar lo mismo que ese pueblo cantaba del Cid al verle errar por campos de Castilla:
¡Dios, qué buen vasallo se oviera [sic] buen señor!
De esta tierra, de estos cielos, de esta luz y de este aire ha salido una raza magnífica a la que hicieron perder la conciencia de su destino en lo universal. Aún se conservan con su majestad imperial las piedras romanas.
Granada, la Alhambra. La unidad nacional se cerró con este broche magnífico. Desde las crestas de la Sierra Nevada, ya se veía el África como misión del imperio español y las águilas españolas se preparaban para volar sobre las aguas del Atlántico para la conquista de un Nuevo Mundo.
Aún las piedras de los castillos de Castilla, vientre fecundo de España, son testimonio patente de glorias imperiales, de la piedra de los castillos y el habla castellana en la que se entienden cien millones de hombres.
Escorial, monumento y panteón de la grandeza de España. Aquí, bajo la piedra y el viento del Guadarrama, Felipe II gobernaba un mundo en el que cada continente daba provincias al imperio. El Escorial renovó en el mundo el asombro que parecía terminado con las maravillas antiguas. Aquí, bajo el mármol negro de su cripta, descansan los restos de su majestad católica8.
10No es un tratado de historia ni un manual de aquéllos que hasta la reforma de la enseñanza de 1953 circularon prolijamente en nuestras escuelas: es el preámbulo de una de las más rotundas películas de propaganda realizadas por el bando nacional —España heroica—, el film que, en diversas versiones, ideó la mente despierta de Joaquín Reig Gozalbes desde Berlín y que produjo Hispano-Film-Produktion como documental de montaje. Reig, por añadidura, no conocía, tal vez sí acariciaba ya, la victoria consumada, sino apenas el progreso de una campaña exitosa y prometedora como la caída del cinturón de hierro y la toma de Bilbao. Mucha batalla quedaba por delante, pero la lección épica está ya escrita, sustituyendo a la historia, con pulcritud llameante: anunciando una esencia que es —nada en el texto persigue su camuflaje— previa a toda historia, es decir, a la llegada de extraños que serán siempre invasores. Crisol y envidia de los extranjeros; suelo patrio y etnia espiritual. No deja de ser curioso que en película tan cercana a una óptica fascista pueda hallarse incólume una lectura, una alucinación, de la historia tan cercana a lo que los primeros textos del bachillerato franquista, bajo la égida de Pedro Sainz Rodríguez y su equipo conservador, sostendrán desafiando al tiempo y al olvido9.
Rimas, presagios
11El «Noticiario Español» (1938-1941) es en buena parte un instrumento de combate, realizado en plena guerra, de furibunda y vertiginosa operatividad, de deslumbrantes resultados, si consideramos por añadidura las dificultades tecnológicas (escasez de película, inexistencia de laboratorios para revelado en zona nacional, etc.). Quizá por su primacía de la propaganda y del discurso ideológico, amén de su sello bélico, no duró más de lo que lo hizo ese pequeño grupo de intelectuales, artistas, poetas y pensadores que, en torno a Serrano Suñer, Dionisio Ridruejo y al centro de Burgos gestó algunos de los más encendidos proyectos totalitarios: las revistas Vértice o Escorial y llevó a buen puerto la propaganda que había caído en manos falangistas a diferencia de la Educación que, en el primer reparto, había ido a parar al poder de la Iglesia y de los sectores más conservadores.
12Precisamente por la primacía de la información y propaganda de choque en sus ediciones —las del Noticiario— sorprende más el esfuerzo de construir un discurso mitográfico que sustituya a la historia, pero que se presente como tal en el adoctrinamiento de la población. Me detendré en una noticia que condensa esta voluntad y lo hace a partir de un hito, a la vez histórico y conmemorativo: la conquista de Granada por los Reyes Católicos.
13La noticia fue rodada el 2 de enero de 1939 y está incluida en el número 15 del noticiario, que vio la luz en febrero de 1939, en vísperas del definitivo triunfo nacional. Su título es «Granada. Conmemoración de la conquista por los Reyes Católicos». Sobre una visión lejana de Sierra Morena, con la Alhambra presidiendo la ciudad, se desliza una panorámica lenta que las instrucciones conservadas para el montaje de la noticia recomiendan que no resulte «sucesivamente [probablemente por excesivamente] lentas»10. Abajo, la ciudad que, por el emplazamiento, muestra unas casitas desperdigadas que no parecen fechadas históricamente. Esa panorámica larguísima, amén de suspender la temporalidad, nos ofrece una imagen del pasado, una suerte de congelación de aquella Granada avistada por quien acababa de conquistarla. La panorámica sigue ahora en la misma dirección, pero la escala se ha acortado drásticamente, pues recorre los bajorrelieves de la Fundación para, en el plano siguiente, seguir en la misma dirección, pero ya en un plano muy amplio desde la montaña describiendo la moderna ciudad, con sus casitas, ahora sí bien identificables y fechables.
14En estos tres planos hallamos el pórtico, sin escenografía, sin protagonistas, sin apenas movimiento interno al encuadre, de la mecánica de la noticia. Acto seguido, se disparan las representaciones: los actos conmemorativos de la entrega de las llaves por Boabdil, donde la vestimenta de los actores que representan el pasado aparece montada, por una suerte de atracción deliberada, a los nuevos uniformes militares que, éstos sí, debían de poseer un sello actual indudable. El desfile portando el estandarte de los Reyes Católicos contiene, a continuación, un signo de anacronía pues lo lleva el nuevo ejército de España. La cámara, guiada por la voz, se detiene entonces en una suerte de microscopía del detalle fetichista, aislando en planos de detalle los símbolos del ajuste de épocas, los signos de veneración y reconocimiento: el altar de campaña de la reina Isabel, la corona y el cetro, la espada del rey Fernando.
15Es el momento propicio para la síntesis. En un marcado contrapicado, un militar de hoy pronuncia los gritos de rigor, al tiempo que ondea la bandera. Y tales gritos son, si se nos permite decirlo así, un collage en el que se funden, pero no sin chirriantes ahistoricidades, el presente y el mito: «¡Viva España!, ¡Viva Franco!, ¡Viva Granada!». El extraño orden, difícilmente climático si atendemos al discurso de la época, es una variante sui generis de los gritos triádicos de aquellos años. Mas el ondear de la bandera, el sonido de los compases del himno nacional y, en contraplano, el saludo brazo en alto de los asistentes difícilmente nos remiten a los símbolos de antaño; por el contrario, apuntan un baño de actualidad desbordante.
16La celebración en cuestión no fue creada por el franquismo, claro está, mas sí la interpolación de los signos del presente, los uniformes militares, los brazos en alto, las consignas, etc. Se diría que el revestimiento de la ceremonia está en los signos del presente, pero también podría afirmarse lo contrario, que el presente se encierra en el ceremonial del pasado, depositando en él algunos símbolos de rabiosa actualidad. Cabe hablar de síntesis, de collage o de bucle, pero estos términos, aunque pertenecientes a la misma red semántica, no son equivalentes. Es más certero, creo, denominarlo espejismo histórico, pues lo que tiene lugar es una fusión, no de dos tiempos, sino de la anulación del sentido mismo de tiempo histórico. En esa eficacia simbólica, por tomar el término con el que Lévi-Strauss definió la inmersión de un colectivo en un ritual metafórico, se anula el tiempo, se reconoce y se hace presente, como en una transubstanciación, la esencia inconmovible de una nación. Mas para que la esencia se manifieste será precisa la intervención sacrificial y sacramental, ritual11.
El documento audiovisual
17Una tarea nada banal es la de reconocer en estos actos, en estas palabras y en su significación simbólica y performativa una visión mitológica y, al tiempo, mitográfica, pues se afana por escribir los hechos en forma de mito y no sólo repetir parásitamente el sentido de un mito ya asentado. Así, por ejemplo, nada tiene de inútil recorrer el complejo y entreverado tejido que conecta ilusiones mitográficas, espejismos nacionales, lecturas fetichistas de momentos históricos privándolos de su materialidad y sus coordenadas. La forma épica aparecía, por proseguir con el contenido de la noticia anterior, sostenido en el ensayo lírico que Federico de Urrutia había publicado casi año y medio antes en la revista Vértice (número 5, septiembre de 1937): «12 de octubre. Primer día del Imperio». De Urrutia componía el verso de otra manera, pues, aunque su motivo central fuera la conquista de América y la evangelización del mundo en la empresa imperial, no podía por menos que remontarse a Granada, como podría haberse remontado a Covadonga si su afán no hubiese sido el primer éxito, sino la primera intención. Dice:
Era nuestra Granada.
Isabel y Fernando —Yugo y Flechas— habían cerrado con la cristianización de los minaretes de la ciudad mora, el broche de la reconquista que iniciara Pelayo en Covadonga.
España era nación, apretada en su unidad de destino.
La judería cruza las fronteras, o inclina su perfidia siónica ante la Cruz […].
Agoniza el siglo xv. La antorcha civilizadora empieza a deslumbrar las conciencias dormidas de hierro y Edad Media, y es precisamente entonces, cuando el visionario Cristóbal Colón, cuenta a la Reina Católica sus sueños de horizontes y lejanías.
El orbe de la cristiandad que más tarde tendrá su centro espiritual en Valladolid con el César Carlos y en el Escorial con el Rey Felipe, siente paroxismo de Imperio, voluntad de expansión y ansia de almas y horizontes para la Justicia y para Dios […].
España, ecuménica, imperial y romana, sólo tiene abierta una ventana grande a la altura de sus destinos: el azul sin fin del océano, tras el que todas las auroras los sueños de Colón, ven desde los alféizares granadinos, abrirse nuevas rutas de luz para la Historia […].
Alba en Flandes, San Francisco Javier en el Japón y en China, Carlos V en Italia, Francia y África, y los Jesuitas en el Paraguay, completan después nuestra misión y la luz eterna de España llena el mundo al salir el sol cada mañana.
La Raza ha cumplido su misión y el Cristianismo impera defendido por el Yugo y las Flechas en todos los meridianos […].
Pasan los siglos y el Imperio va demoliéndose, a falta de Reyes auténticos, de Césares geniales y de Capitanes cristianos.
Fuerzas extrañas a la raza van ahogando su razón de ser y desviando la senda de su destino, y el Imperio se hunde en lo visible, en lo geográfico y en lo económico.
Pero no importa.
Aires saturados de constituciones, enciclopedismos, teorías rousseaunianas, mitos liberales, órdenes secretas, cuevas masónicas y traiciones de lesa patria, no han podido hacer mella en el imperio espiritual de la Raza.
España ha sabido esperar a su joven César, y otra vez tras el Yugo y las Flechas de la Conquista, ha iniciado su reconstrucción imperial.
Vuelve América sus ojos a nosotros y mientras el Pilar de la Virgen se afirma en Zaragoza ante la bárbara embestida, los cimientos del Kremlin se tambalean, en Moscú como un día los templos de Moctezuma en México.
Los ejércitos de Franco alzan la cruz en Covadonga y en Granada […].
En ese II año Triunfal de España en que se cumple el 445 aniversario del primer día de nuestro Imperio, todos los hispanos extendemos nuestros brazos, a ambos lados del mar, en el saludo que nos impone nuestra unidad de destino, porque la Raza está en peligro, y para salvarla, el joven César y capitán cristiano Francisco Franco, nos llamó a todos en aquel atardecer del 18 de Julio, que fue también el primer día de un nuevo y trascendental ciclo histórico.
18Septiembre de 1937. ¡Qué lejos estaba el destino de la guerra! Sin victoria en el horizonte, la maquinaria se ha puesto en marcha; es una maquinaria mitográfica, hecha de presagios, de bucles y ciclos que se cierran en mágica retórica. ¿No se lee en cada símbolo, en cada énfasis de una palabra, la doctrina joseantoniana superpuesta, alboreando, desde el interior de la fórmula histórica?, ¿no se reconoce la voz de don Marcelino al fondo?; y muchos más nombres. La unidad de España, el catolicismo esencial, la conquista, la decadencia, la injerencia extranjera y, por fin, la catástrofe catártica, el desastre demoledor, pero también apoteósico. ¿Es tan extraño, después de esto, leer el catastrofismo con ribetes masoquistas de esa « arquitectura hermosa de las ruinas» que preconizara Agustín de Foxá y, tras él, tantos otros restauradores paradójicos de pueblos y lugares de memoria?
19Estos bardos y estos celebradores se comportan como romanceros que cortan, a su antojo y para cada ocasión, un pequeño fragmento, un episodio o un motivo, una etopeya, de un gran poema épico, el cual, pese al detalle que se canta en ese preciso momento, se deja leer como telón de fondo. Lo curioso para el historiador moderno es que dicho relato se percibe con más diafanidad y precisión cuanto más elemental es el soporte en el que se manifiesta. No debe sorprender la paradoja si recordamos que estamos en un territorio habitado por el mito: la simplicidad no es un defecto, sino una virtud. Por esta razón, los libros de texto de la primera enseñanza franquista, aquella que surgió con la reforma de 1938 y que perduró hasta 1953 son reveladores de esta visión de España y tampoco resulta escandaloso pensar que los de los cursos inferiores resultan tanto más esclarecedores12.
20Mas la pregunta crucial es ésta: si los libros de texto de Bachillerato nos revelan, por su falta de aparato crítico consustancial, lo que se encuentra más entreverado en discursos de la historiografía franquista, si las revistas de propaganda nos aportan el tono épico que es, a un mismo tiempo, loa, sí, de su objeto, pero también emulación, y a veces retóricamente muy lograda (otras ridícula hasta provocar el sonrojo), de su estilo propio de la época soñada (la sobriedad castellana, el límpido gesto épico, la forma, el ritmo y la rima del romancero), ¿de qué nos sirve el documento cinematográfico?, ¿qué nos aporta de propio e intransferible a otro orden? En otros términos, ¿es la ilustración en imágenes de cuanto podemos reconocer y analizar en el discurso escrito? ¿O, por el contrario, el documento audiovisual, verbigracia cinematográfico, nos ofrece algo sustancial, complementario, sí, pero ineludible si se aspira a una comprensión de conjunto?
21Retomemos la cuestión desde un poco más atrás y hagámosla extensiva a los objetos que acabamos de considerar. El lenguaje épico se revelaba más eficaz que el científico-histórico para convencer, para reconocerse en un ideal y, al tiempo, para que el historiador comprendiese el efecto performativo de los actos simbólicos, de los rituales, de los espejismos. La pregunta está, pues, deficientemente planteada: el historiador a que aspiramos no es el que revela los hechos, sino el que analiza discursos, es decir, las formas de intercambio simbólico entre las gentes, los rituales y discursos que provocan su consenso, más o menos activo, y su reacción. Esa historia es precisamente la que a nuestro juicio está todavía en mantillas: la que estudia no tanto los documentos en función de la correspondencia con los hechos, sino que añade a ello el estudio de lo que revelan respecto a las intenciones, al reconocimiento. No es historia de los hechos, pero son hechos que producen historia13.
Bibliographie
Bibliografía
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Ménendez Pelayo, Marcelino, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2000, t. II.
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Notes de bas de page
1 El presente texto ha sido concebido en el marco de un proyecto I + D del MEC titulado «Función de la imagen mecánica en la memoria de la Guerra Civil española» (HUM2005- 02010/ARTE).
2 El DNC, constituido el primero de abril de 1938, fue el resultado, en el terreno cinematográfico, de la reestructuración de la Jefatura de Prensa y Propaganda y, más lejanamente, de la constitución del primer gobierno franquista en sentido estricto (30 de enero de 1938), con su organización en ministerios, la promulgación de la Ley de Administración Central del Estado, el Fuero del Trabajo y una vida política que sustituyó ya definitivamente al «estado campamental» que Serrano Suñer dijo haber encontrado en la zona nacional en 1937 cuando logró alcanzar su territorio.
3 Precisamente algunos planos de El gran desfile de la Victoria en Madrid revelan, en el entramado del héroe y sus gentes, un conocimiento de la celebérrima película de Leni Riefenstahl El triunfo de la voluntad [Triumph des Willens, 1935], pero esas masas que corean, en su majestuosa arquitectura escénica diseñada por Albert Speer, la sublimidad del Führer, se convierten en la película española en una suerte de grandiosa, pero poco más, revista de tropas por un jerarca military en absoluto no por un líder político dotado de poderes espirituales —carismáticos— sobre sus gentes.
4 I. Saz, España contra España, p. 53. Éstas eran las celebérrimas palabras de don Marcelino: «España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio […]; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas» (M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, p. 1038).
5 V. de la Serna, «Se propone la celebración solemne del milenario de Castilla».
6 Ibid.
7 La revista cinematográfica Primer Plano, por ejemplo, elogiaba especialmente el ritmo y la agilidad de la cámara (n° 154, 26 de septiembre de 1943, p. 30). Una descripción bien detallada del acto analizando los énfasis legendarios se encuentra en P. Preston, Franco. Caudillo de España, p. 619.
8 La cursiva es nuestra.
9 Veáse el libro de A. Alted Vigil, Política del nuevo Estado sobre el patrimonio cultural y la educación.
10 «Fiestas conmemorativas de la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Orden riguroso para el montaje de la noticia», AGAC, caja 1 (ver apéndice 1, p. 85).
11 Véase el texto de la locución en el apéndice 2, p. 86.
12 E. Martínez Tórtola, La enseñanza de la historia en el primer bachillerato franquista; R. Valls, «Ideología franquista y enseñanza de la historia en España», y J. Fontana, «Introducción» a Enseñar Historia con una guerra civil por medio.
13 Éste es el enfoque que damos a la representación de la guerra civil y su papel en la conformación de la (s) memoria (s) en nuestro reciente libro Cine y guerra civil española.
Notes de fin
* Recogido en J. Rodríguez Puértolas, Literatura fascista española, pp. 564-566.
Auteur
Universidad de Valencia
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