Chaquetas, insurgentes y callejistas
Voces e imaginarios políticos en la independencia de México
p. 135-149
Texte intégral
1La quiebra de la monarquía hispánica y las guerras de independencia en Hispanoamérica propiciaron el surgimiento de un nuevo léxico político como la soberanía, la nación y el ciudadano, acompañado de imaginarios republicanos y prácticas representativas en sentido moderno, al mismo tiempo que aparecían palabras y conceptos que fueron definiendo nuevas posturas en el conflicto. No obstante que insurgentes y realistas se erigieron como defensores de los derechos del rey, de la religión y la patria, fue esta guerra fratricida la que comenzó a marcar las diferencias entre unos y otros en muy corto tiempo, y el uso de determinados adjetivos por los grupos en conflicto fue su expresión más evidente.
2La guerra también propició la creación de distintos sistemas de representación. Unos estaban orientados a fortalecer la identidad del grupo americano levantado en armas y a insistir en las diferencias que los separaban del español de la Península. El odio al «gachupín», la «guerra de religión» o «guerra santa», el ideal de la «reconquista» y el dejar de considerarse «esclavos» para convertirse en «hombres libres», son sólo algunas de las representaciones construidas por los rebeldes en el transcurso de la guerra. En cambio, para los militares fieles al gobierno español que combatían en el campo de batalla, no había duda de que estaban frente a «una clase de insurrección que jamás han visto los siglos»1. De la noche a la mañana la sociedad novohispana se vio inmersa en una «bárbara y cruel revolución» que sólo les había traído muerte y destrucción2.
3Otra forma de representación de la época es más bien «clasista», ya que identificaba con meridiana claridad a los tres grupos sociales del momento, y esbozaba lo que se podía esperar de cada una de ellos ante el transcurso de la lucha armada: la aristocracia, la plebe y las clases intermedias. Decían los Guadalupes a Morelos:
… la gente del cuarto alto o lo que llaman nobleza, son todos unos realistas, y uno que otro que se llama él mismo insurgente, desea ver la libertad de la patria, pero no quiere exponerse a contribuir a ella, […] y así de esta clase de gente para nada nos es útil.
La plebe son unos autómatas que siguen el primer grito que oyen y no ven más que lo presente […]. La tercera clase de gente es la mediana, que ni son de los nombres ni del estado plebeyo; esta es con la que debemos contar; en el todo o en la mayor parte, es en la que se ven las mejores disposiciones, un verdadero patriotismo y el mayor deseo de la libertad de su patria y que están pronto a sacrificarse por ella3.
4El tercer tipo de representación, que es el que nos interesa, está relacionado con las nomenclaturas políticas que emergieron en el contexto de la crisis de la monarquía española y de la propia insurrección armada en el septentrión novohispano entre 1808 y 1821, las cuales fueron conocidas con los nombres «chaquetas», «insurgentes» y «callejistas». En estos años de guerra ¿de qué manera los habitantes de la Nueva España piensan e imaginan su colectividad? ¿Cómo es que los actores en conflicto construyen la imagen del otro? ¿Qué tanto repercutieron dichos imaginarios en la conformación de identidades y formas de autoconciencia más definidas? ¿Puede decirse que en el caso novohispano, el imaginario político pudo preceder a la identidad política?
5Conscientes de lo complicado que resultaría plantear este estudio desde la formación de las identidades políticas, en el que se pueda demostrar de manera contundente un modo de afirmación o de autoconciencia por parte de los distintos grupos en conflicto, hemos preferido hacerlo desde el análisis de los imaginarios políticos. Con ello queremos referirnos a las diferentes formas en que un grupo humano se piensa a si mismo e imagina a su colectividad con respecto a las autoridades que lo gobiernan, a su régimen político, a los límites de su poder y a las bases de su legitimidad. Pero también, a las ideas y proyectos que de palabra o por escrito, se empeñan en difundir y socializar hasta hacerlos realidad. Hablamos de imaginarios políticos, en plural, porque no todos los miembros de la colectividad los compartían integralmente y porque además, no hubo una sino varias opciones de gobierno que se plantearon en esos años para tratar de constituir la nación.
6De igual manera, ponemos mucha atención en el lenguaje y en los discursos del momento porque son el vehículo privilegiado para acceder al imaginario. Como afirman François-Xavier Guerra y Annick Lempérière,
el lenguaje no es una realidad separable de las realidades sociales, un elenco de instrumentos neutros y atemporales del que se puede disponer de voluntad, sino una parte esencial de la realidad humana y, como ella, cambiante4.
7Es por ello que gran parte de este trabajo se sustenta en las voces y percepciones de los distintos actores de la época que tomaron partido en la lucha, o que fueron identificados por sus adversarios como integrantes de un bando rival y que reenvían a imaginarios políticos específicos.
I — Los «chaquetas»
8Los primeros historiadores de la independencia de México coinciden en señalar que el surgimiento de la voz «chaquetas» ocurrió poco después del golpe de Estado contra el virrey José de Iturrigaray, perpetrado la madrugada del 16 de septiembre de 1808. Tomó su nombre del traje que usaba el cuerpo de patriotas «Voluntarios de Fernando VII» y que años después se aplicará a todo el partido europeo. Según Alamán, se trataba del antiguo
regimiento urbano de infantería del comercio, compuesto […] de soldados puestos y pagados por los comerciantes, y cuyos oficiales eran individuos de esta misma clase, todos, con sólo alguna excepción, del partido europeo5.
9Bustamante por su parte señala que los españoles residentes en México, «se aceleraron a levantar compañías de soldados cuyo uniforme era una «chaqueta», de donde les vino tan odiosa denominación, así a ellos como a los que seguían su sistema opresivo»6.
10La voz «chaqueta» no tardó en extenderse a otros lugares del reino. En Valladolid de Michoacán, donde tuvo lugar una importante conspiración criolla alimentada por la lucha de facciones y el rumor, este apelativo fue adjudicado de manera exclusiva a los españoles peninsulares que desde la clandestinidad trataban de hacerse con el control del reino. El padre Vicente Santa María explicó en su proceso que
el origen de todo fue una voz que soltó y voló, de que los chaquetas habían tenido una junta […] para asesinar a los criollos de algún caudal […] para por este modo hacerse del reino, ganando al vil pueblo con la plata7.
11Mucho ayudó a la difusión de esta palabra el hecho de que en algunos lugares, las autoridades españolas vistieran a sus hombres y bautizaran a su cuerpo con el nombre de «Los Chaquetas», como sucedió en noviembre de 1810 en el pueblo de Zacoalco, en la Nueva Galicia, amenazado por el cabecilla José Antonio Torres8. De igual modo, los cantos, bailes y saraos que tenían lugar en las tertulias de ciertos lugares, contribuyeron a difundir aquella voz y a fomentar el odio al español peninsular que lo encarnaba. En enero de 1811 se llegaron a escuchar en Valladolid los siguientes versos:
Viva la guadalupana,
viva por el mundo entero,
y a todos esos chaquetas,
cuero, cuero, cuero9.
12Con el correr de los meses, la voz «chaqueta» dejó de usarse para identificar sólo a los gachupines y comenzó a incluir a personas de distinta calidad étnica. Así lo prueba Eric van Young en uno de sus libros:
El insurgente y ladrón indio Diego Martín y varios compañeros fueron condenados por entrar a las casas de varios indios del pueblo de Teotihuacán en el verano de 1812. Una de las víctimas, Mariano Redonda, dijo que la pandilla se había metido a su casa por ahí de la medianoche dando el quién vive. Cuando Redonda y su esposa respondieron tentativamente «España», Martín replicó: «¡España ni qué diablos, carajos chaquetas alcahuetes!» y les robó sus pertenencias intentando de paso abusar de la mujer10.
13Si bien, dadas las circunstancias, podríamos entender esto como una contraseña usada durante la lucha, en realidad el párrafo parece confirmar la tesis de Bustamante, en el sentido de que el vocablo «chaqueta» no sólo se daba a los españoles provenientes de la Península, sino también a todos aquellos que «seguían su sistema opresivo», sin importar que fueran personas de otra calidad étnica, como en este caso, que eran indios. Para los insurgentes existió siempre la asociación de «gachupín» con «achaquetado», como se observa en el periódico Ilustrador Americano del 10 de octubre de 1812. Lo interesante es la explicación que se hace de esta palabra, cargada de un fuerte sentido político:
Desde la escandalosa sublevación de los gachupines contra el legítimo virrey Iturrigaray, se aplicó el nombre de chaquetas a los que dirigían a aquellos perversos, por usar todos las chaquetas con las insignias que se les antojó arrogarse11.
14Obviamente, esta situación hizo que muchas personas que procuraban permanecer al margen de la guerra, se vieran de pronto en medio de dos fuegos reprimidos por insurgentes y realistas. A finales de octubre de 1812 el escribano de república del pueblo de indios de Huiramba, localidad ubicada al oeste de Valladolid de Michoacán, escribió al doctor José Sixto Berdusco, vocal de la Suprema Junta Nacional Americana:
¡Ah señor!, ¡que nuestra situación es la más amarga!, ¡Cuántas veces hemos experimentado la torpe soberbia europea, y cuántas también por nuestros protectores hemos sido sin razón alguna afligidos, pues los unos nos tratan de insurgentes y los otros con el denigratorio título de chaquetas !12
15Esta situación no fue exclusiva del medio rural o de los sectores indios, también llegó a suceder en los grandes centros urbanos con los reputados «españoles», que en realidad eran criollos. El propio Joaquín Fernández de Lizardi, unos de los articulistas más importantes de la época, respondió a aquellos que le reprochaban no haber tomado partido en la «época fatal» que le tocó vivir:
De esta misma manera han leído algunos de los que me tienen por chaqueta, por insurgente o por neutro, y yo trato de hacer ver cuánto se engañan todos en sus juicios.
Si por chaqueta hemos de entender (como se debe) el fiel patriota, yo no me desdeñaré de este artículo; pero si se toma esta voz en algún ridículo diccionario para denotar a un adulador vil, cuya sumisión no es efecto de los justos y santos sentimientos que deben inspirar al vasallo honrado, sino de su único interés y conveniencia, desde luego yo ni he sido ni aun pienso ser chaqueta. Si por insurgente debemos entender precisamente un sedicioso, un traidor a su patria y a las legítimas potestades, un asesino, un ladrón y un inmoral, sería un loco quien quisiera cargar con tantas notas vinculadas sobre un nombre no sin razón desagradable.
[…] y por esta razón claro es que no puedo ser neutral, como algunos creen; forzoso es que siga aquel partido en que resplandezca la justicia y que ame a aquellos hombres que se han constituido defensores de la más justa causa, como que los considero amantes de las virtudes más heroicas13.
16La voz «chaqueta» no tardó en ser aplicada por los rebeldes a los criollos que se oponían a la independencia y que aceptaban sin mayor juicio las noticias exageradas que el gobierno virreinal publicaba en la Gaceta. Las mismas mujeres partidarias de los insurgentes que radicaban en la capital, se carteaban entre sí para criticar el proceder de algunos americanos, como fue el caso del «chaquetón don Gervasio» quien se dedicaba a distribuir ejemplares del periódico contrainsurgente El Verdadero Ilustrador Americano14. Ni siquiera aquellos que dieron muestras de un aparente arrepentimiento escaparon a la crítica de los letrados rebeldes. En la lista de insurgentes a quienes les fueron asignados algunos empleos en la ciudad de Oaxaca, figuraban don José María Gris y don Nicolás Reyes; el primero calificado por Bustamante como «chaqueta detestable» y el segundo, como «chaqueta manso»15. Para advertir a la población, los editores de los periódicos insurgentes aprovechaban las planas de sus periódicos para escribir diálogos y artículos propagandísticos, en los que se decía que los «criollos chaquetas» eran peores que los propios gachupines16.
17Para la organización de los Guadalupes, los llamados «chaquetas» estaban concentrados en el corazón de la ciudad de México y lo conformaban tanto «gachupines» como «criollos»; aborrecían el movimiento insurgente, particularmente al caudillo Morelos y a todos aquellos que luchaban por la libertad17. En la Nueva España del virrey Calleja, «chaqueta» significaba mexicano partidario de los españoles. En una carta que le envió Ignacio Oyarzábal a Ignacio Rayón, le externó su parecer en estos términos:
Tocayo: Ya está concluida la expedición de Zitácuaro con felicidad, estoy reponiendo este cantón al estado que tenía antes, y no hay recelo de anarquía. Sólo los chaquetas dan más guerra que los gachupines, en especial nuestro tocayo el cura [Ignacio Arévalo] que pidió a Castillo Bustamante un destacamento de 200 hombres18.
18El mismo Morelos decía que «los americanos tienen fondo para todo y recuerdos infinitos, pero el español en tierra ajena no tiene más que el que quieran darle los chaquetas», es decir, los criollos contrarios a la independencia19. A eso se debe que en el Correo Americano del Sur editado en Oaxaca por Bustamante, se asiente lo siguiente:
Los chaquetas son semejantes a los incrédulos de nuestros tiempos. Conocen de adentro la justicia de nuestra causa, […] pero ya la codicia, y la adulación vil un poco del bello sexo, ya las preocupaciones de la educación los detiene. Hermanos chaquetas, abrid los ojos porque si vencen los gachupines (que lo dudo) seréis esclavos. Si nuestras armas [salen] victoriosas (como se verificará tarde o temprano) para nosotros los insurgentes siempre seréis sospechosos. Sabed que la política rehúsa también los sacrificios lentos. ¡Ea! Amados chaquetas20.
19Ante esa situación, Morelos no dudó en ordenar a sus intendentes que «limpien» las provincias de su mando de los «chaquetas» que hubiera en ellas, sin importar que fuesen hombres o mujeres, remitiéndolos a su comandancia para determinar su destino21. En 1814 Vicente Díaz Romero decía a las autoridades que en los caminos fueron perjudicados los vecinos de Maravatío a título de chaquetismo, voz con que los insurgentes distinguían a los leales vasallos de su majestad.
Algunas veces me vi perseguido de muerte, ultrajado en la persona, preso y sumergido; y a pesar de todo, me manejé firme a favor de la justa causa22.
20Chaquetas no sólo eran los ricos peninsulares de la capital del reino, o los criollos que defendían el gobierno monárquico; también se les llamaba chaquetas a los integrantes del clero diocesano que se negaban a obedecer las órdenes de los órganos de gobierno insurgentes, como fue el caso de los curas del Valle de Santiago, intendencia de Guanajuato, Manuel González y Manuel Conejo. Mientras el primero se negaba a cantar la misa mayor y utilizaba el confesionario para seducir a los fieles, Conejo tenía probado su «chaquetismo», por omitir el pago de algunas libranzas a favor del gobierno insurgente, por no querer hacer matrimonios entre los adictos a la insurgencia, ni haber querido decir misa a la tropa, a pesar de que la comandancia se lo ordenó en dos ocasiones23.
21Tener trato con «chaquetas» era algo que se pagaba con la cárcel o inclusive con la suspensión de toda actividad militar, como ocurrió con el padre José Antonio Torres, quien en enero de 1816 fue relegado del mando por órdenes de la Junta Subalterna Gubernativa «por condescender con un padre chaqueta que en esto y en todas sus cosas estaba procediendo de acuerdo con los gachupines, como no dilataría en quitarse la máscara enteramente…»24.
22La voz «chaqueta» se mantuvo vigente hasta la consumación de la independencia y ha llegado a nuestros días con algunas variantes léxicas, como «chaquetero» por ejemplo, para hacer alusión a una persona que cambia de bando o de partido. En 1821 el bachiller José Valdés definió muy bien lo que aquella palabra había significado en el transcurso de la lucha armada:
¿Quieres Fabio saber quién es chaqueta?
Todo rival del suelo americano,
el que contra su patria es inhumano
y sus mismos derechos no respeta.
Quien a la antigua España se sujeta
dominada de extraño soberano,
quien ama al extranjero y no al paisano
y el que a puño cerrado cree en Gaceta.
Lo es también el egoísta, el ignorante
el que ve quebrantar sus justos
fueros y mantiene sereno su semblante.
Quien se ve sin sustento y anda en cueros
y al gobierno reputa por amante,
siendo causa de males tan severos25.
II — Los «insurgentes»
23María Teresa García Godoy señala en una de sus obras que
un caso frecuente en el nacimiento de las nomenclaturas políticas es el del apelativo lanzado por el enemigo como dicterio y aceptado por el partido peyorativamente aludido, como una forma eficaz de identificación política26,
24y esto es lo que ocurrió con el que se dio a la voz «insurgente». Esta denominación evolucionó rápidamente de epíteto a forma de auto-identificación, es decir, a una forma de autoconciencia del grupo en armas con objetivos comunes y un proyecto político bien definido.
25Fueron los franceses los primeros en llamar «insurgents» a los norteamericanos que luchaban por la emancipación de las Trece Colonias de la corona británica. En Perú, insurgente se documenta en 1781 en la sentencia de Túpac Amaru y desde entonces se ligó al sector oficial. Posteriormente, Napoleón Bonaparte utilizó el adjetivo para denominar a los españoles que se le habían resistido en la Península durante la guerra de Independencia de 1808 a 1814, y así fue asumido por estos últimos desde que participaron en el levantamiento popular del 2 de mayo. Sin embargo, el contenido ideológico de insurgente varió radicalmente cuando se trató de los sucesos revolucionarios de Nueva España27. Hasta donde tenemos noticia, la palabra «insurgente» comenzó a hacerse popular en aquel reino a partir de que el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad Queipo, expidiera su edicto instructivo dirigido a sus diocesanos de fecha 30 de septiembre de 1810, en el que de manera reiterada hizo uso de este vocablo para condenar a todos aquellos que tomaran las armas para seguir los «inicuos proyectos» del cura Miguel Hidalgo y su compañero Ignacio Allende. Lo mismo se observa en la carta que remitió al cabildo eclesiástico el 6 de octubre del mismo año, poco antes de la entrada de Hidalgo en Valladolid28.
26Fueron sobre todo los miembros del clero secular y regular quienes se encargaron de difundirla ampliamente entre su feligresía, tratando de contener a una muchedumbre que día a día se incorporaba a sus filas. Fray Ramón Casaus llamó a Hidalgo en su carta duodécima: «caudillo de los espíritus insurgentes», mientras que a sus seguidores los calificó de «insurgentes malignos contra Dios y su Cristo, …»29. Por su parte, fray Simón de Mora, un religioso crucífero del convento franciscano de Querétaro, en diversos escritos que envió a sus superiores se refirió a los levantados en armas como «pueblos insurgentes»30.
27La voz «insurgente» se fue difundiendo a tal grado entre la gente que con el correr de los meses llegó a convertirse no sólo en un singular timbre de orgullo, sino en el más importante símbolo de identidad ligado a un proyecto político: acabar con el mal gobierno y luchar por la independencia del país. Desde mediados de 1812 los rebeldes la hicieron suya, aceptaron el insulto de insurgentes que les hacían sus adversarios ideológicos para intentar dignificarlo, pero nunca sustituirlo31. El partido insurgente es lo que el doctor José María Cos, ideólogo de la Junta de Zitácuaro, identificaba como
el partido de la Nación […] la Nación levantada en masa, que reclama y sostiene sus derechos con la espada, que tiene ya un gobierno organizado, establecidos los fundamentos de su Constitución y tomadas sus providencias para llevar a cabo sus justas pretensiones.
28Era por tanto «el partido de la justicia» que velaba por los intereses de los americanos32.
29Por su parte, Andrés Quintana Roo, director del Semanario Patriótico Americano que se editaba en Tlalpujahua, en la carta que remitió a las damas de México les pedía que cada vez que hablaran con los «insurgentes tímidos y vergonzantes» que permanecían pasivos en la capital, les dijeran «que un insurgente, un verdadero patricio no se compone de papeles y quejos, sino de gloriosas acciones que se consiguen ensangrentando las armas en los combates»33.
30Mientras en la Península el uso de insurgente que se daba a los patriotas que peleaban contra Napoleón no tuvo mayor repercusión y se olvidó al poco tiempo, en México triunfó de manera contundente, refiriéndose con ello «al independentista mejicano decimonónico cuya acción política se dirige, principalmente, al abatimiento de todo sistema de gobierno que tenga resonancias españolas»34.
III — Los «callejistas»
31Mientras los vocablos «chaquetas» e «insurgentes» hacían alusión a colectivos sociales amplios, la voz «callejista» y otros derivados léxicos tenían su origen en la trayectoria vital y la fama alcanzada por un sólo hombre: el brigadier Félix María Calleja. En las primeras etapas de la guerra insurgente, él fue el único capaz de aglutinar a su favor a diversos sectores de la población, en su mayoría criollos, y de utilizar todos los medios posibles para acrecentar su fama y prestigio hasta lograr la formación de un grupo de seguidores que respaldaran su política y sus medidas de gobierno. Esto hay que remarcarlo porque no ocurrió así con los virreyes Francisco Xavier Venegas o con Juan Ruiz de Apodaca, ni con ninguno de los militares de prestigio de ese tiempo, como José de la Cruz o Joaquín de Arredondo.
32La fama de Calleja creció primero entre los militares bajo su mando y posteriormente entre los sectores de peninsulares y criollos que se vieron favorecidos con su política represora contra la insurgencia. Por otro lado, desde años atrás, entre los insurgentes se hablaba de los «encallejados» para identificar a todas aquellas personas que secundaban las órdenes y disposiciones de dicho comandante en materia militar y política. Fue el caso de don José Flores, teniente de una compañía realista, nombrado juez real del partido de Tepezalá por el cura comandante José Francisco Álves. En un proceso judicial, aquel señaló que
el dicho José María Marentes fue uno de los primeros que lo persiguieron a caballo, lo amarraron y llevaron para Asientos con la mayor ignominia y amenazas, teniendo presente que el tal Marentes le gritaba: por encallejado y le quitó el belduque que tenía en la bota.
33El motivo de este mal trato por parte del insurgente, no era otro que el haber ordenado publicar varios bandos sobre indulto y buen gobierno, uno de los cuales había sido expedido por Calleja35. Más adelante, se ratificó en su declaración agregando que Cenobio Mares:
tomó su cabresto y amarró al que declara […] diciendo que debían haberlo arrastrado y muerto hasta el juzgado, y allí colgado para ejemplo de los encallejados […], y enseguida se fueron para la casa del que declara, saqueando cuanto encontraron, y […] que le dieron a Máximo Tinajera varios efectos y cohetes para que tiraran y Tinajera lo verificó así diciendo al tiempo de quemar cohetes: Viva nuestra señora de Guadalupe y mueran los gachupines y encallejados, entre vocería con brincos y saltos que daba el expresado Tinajera36.
34De igual forma, el epíteto «acallejado» era dado por los rebeldes a los curas que «predicaban contra el sistema insurgente» y que se encargaban de recaudar las cuentas de cada curato. Encontramos de nuevo esta voz en enero de 1812 en boca de un grupo de insurgentes que amenazó de muerte al cura de La Piedad por mostrarse partidario de aquel jefe realista:
Permanecí unos días en La Piedad al abrigo de las tropas, y quedé después solo; más sabedor de que intentaban asaltarme los enemigos porque predico contra su sistema, huí en compañía de unos cuantos sujetos fieles a las doce de la noche hasta el pueblo de La Barca, en donde estuve un mes; y el día de ayer he vuelto a este pueblo (La Piedad) con el mismo señor Negrete con el ánimo de ver lo que puedo arreglar interín dure aquí este señor, pues si quedo sólo pereceré sin duda, respecto a que el día que huí, entraron y solicitándome, quebraron la puerta del curato, etcétera profiriendo muchas amenazas contra un cura tan Acayejado37.
35Además de lo anterior, otros aspectos contribuyeron a difundir el imaginario «callejista». Primeramente, los triunfos en campaña obtenidos por el brigadier Calleja, ya que desde el punto de vista militar Aculco, Guanajuato, Puente de Calderón y Zitácuaro, fueron victorias que contribuyeron enormemente a consolidar su fama. Otra cosa que incrementó su prestigio fue la parada militar que realizó en la ciudad de México en febrero de 1812 luego de la toma y destrucción de Zitácuaro, acontecimiento narrado muy bien por María José Garrido Asperó. Todo el «aparato» puesto en escena en esa ocasión contribuyó a que Calleja ganara simpatizantes. En realidad, poco afectó al brigadier español el incidente ocurrido a la entrada de la ciudad cuando fue derribado por su propio caballo y que Alejandro Valdés recordará años después en una pieza poética38.
36No menos importante fueron las campañas publicitarias a su favor. La excesiva propaganda oficial difundida en la Gaceta del Gobierno de México se encargó de mostrarlo ante el público como el nuevo «padre de la patria», el verdadero salvador de los derechos del rey y guardián de los buenos españoles. Finalmente, el rol que desempeñaron no pocos simpatizantes que escribían marchas, odas y folletos apologéticos en su honor. En mayo de 1812 se anunció en la misma Gaceta que en la librería de Arizpe se vendía una Marcha en honor del Sr. general D. Félix María Calleja y de su victorioso ejército al precio de medio real39. En junio siguiente, otro simpatizante puso en circulación el folleto: El señor Calleja en Cuautla mismo que se podía adquirir por dos reales en dicha casa impresora40. Fue tal el éxito que alcanzó, que en la Gaceta del 18 de julio siguiente se anunciaba la tercera impresión por el mismo precio41. En el mes de octubre, apareció un folleto más en honor del brigadier realista titulado: Elogio del señor Calleja, el cual se vendía en la imprenta de Jáuregui, calle de Santo Domingo y esquina de Tacuba, al precio de dos reales42.
37Tanta propaganda dio pie a que algunos publicistas, aprovechando el decreto de libertad de imprenta, cuestionaran la desinformación, la exageración en las cifras, la vulgar apología que se hacía del militar y la serie de desatinos que se decían en el último impreso, tal como ocurrió con el licenciado Bustamante, quien firmaba sus producciones con el seudónimo de «El Censor de Antequera»43. El debate público puso el nombre de Calleja y el de sus seguidores en boca de mucha gente. Primero apareció el folleto titulado: Respuesta del elogiador del señor Calleja al Censor de Antequera44, y luego vino: Latigazo al Censor de Antequera que se vendía en el puesto de la Gaceta, portal de Mercaderes al precio de medio real45.
38No pocos de sus seguidores le facilitaron dinero y alimentos a cambio de proteger sus familias e intereses. En febrero de 1812 todas las panaderías de la ciudad de México le regalaron «miles de raciones de pan […] en reconocimiento de los sacrificios y fatigas con que se han consagrado a la defensa de las principales provincias del reino»46. La Regencia de España nombró a Calleja virrey de Nueva España el 16 de septiembre de 1812 y esto consolidó su fama47. No había duda de que había llegado al poder un hombre muy distinto a sus predecesores, según informaron los Guadalupes al cura Morelos:
Este nuevo virrey que posee diversos conocimientos que Venegas, más sagacidad, grandes relaciones y conexiones, más conocimientos militares, más valor, más disposición; que la tropa lo quiere, que en México tiene un gran partido, compuesto de criollos y gachupines; este es un gran político y ésta la posee en superior grado, acompañado de una culta ambición48.
39Ahora bien, parece evidente que la llegada de Calleja al poder alentó las aspiraciones de sus seguidores, pero al mismo tiempo, eran conscientes de que tenían que lidiar con los llamados chaquetas, que no querían al virrey muy bien, y contra los insurgentes de dentro y fuera de la capital que se esforzaban en destruir su gobierno49.
40Contrario a lo que ocurrió con las voces de «chaqueta» e «insurgente» que sobrevivieron hasta la consumación de la independencia y aún más allá, la voz «callejista» que hacía alusión al grupo de seguidores de Calleja fue relativamente efímera y dejó de usarse poco después de que éste dejara el mando. El propio Calleja intervino para ya no se les mencionara en un futuro, pues la Audiencia publicó un decreto que ordenaba que a los insurgentes les llamaran «traidores» y a los realistas, «patriotas», convirtiendo la contienda política en sólo dos partidos y anulando la existencia de los que a él le seguían. En efecto, en la Audiencia de México convocada por el virrey el 9 de mayo de 1815, a la que asistieron el propio Calleja, los oidores, alcaldes y fiscales de la corporación, se leyeron siete impresos rebeldes que les había remitido el coronel Agustín de Itúrbide. Se fijó un plazo para leerlos y determinar al respecto, cosa que sucedió el 17 de agosto siguiente. En él se estipulaba: mandar quemar por mano de verdugo los siete impresos, «o el testimonio de ellos si no hubiese más que un testimonio de cada uno», y lo mismo ejecutarían los comandantes en las capitales de provincia con los primeros ejemplares que llegaren a su poder.
41Además, se ordenó que todas aquellas personas que poseyeran alguno lo entregaran a la autoridad más inmediata, pena de la vida y confiscación de todos sus bienes; que se castigue sin misericordia a los rebeldes; que en lugar de los nombres de «insurrección» e «insurgentes» con que se les denominaba anteriormente, se usare en los sucesivo el de «rebelión», «traición» y «traidores», y que el de «patriotas» cambiara por el de «fieles» de la ciudad. También se le pidió a la jerarquía eclesiástica y demás miembros del clero secular y regular, dictaran providencias para contrarrestar «la idea triste que presenta su nuevo calendario», que había sustituido las festividades religiosas y de la realeza por otras efemérides que la insurgencia había creado. Asimismo, se acordó dar cuenta del asunto al ministro universal de Indias, a los infantes Carlos y Antonio, al Supremo Consejo de Indias y hasta al papa Pío VII, para que vieran de qué modo podían contribuir a la pacificación de la Américas50. A pesar de esta medida, las voces de «insurgentes» y «acallejados» no desaparecieron del todo, pues se siguieron difundiendo en la lírica popular.
Dicen que soy insurgente,
De eso no me da cuidado,
Más vale ser insurgente
Que no ser acallejado51.
42Las representaciones políticas que se crearon en Nueva España durante el proceso de independencia, se enraízan en imaginarios sociales específicos y se politizan a favor de la revolución de independencia. Surgieron en coyunturas y circunstancias históricas particulares y distintas, pero enmarcadas todas ellas entre la crisis política de la Monarquía en 1808 y la consumación de la independencia en 1821. El de los «chaquetas» fue producto de una coyuntura política relacionada con la aprehensión del virrey José de Iturrigaray en septiembre de 1808: el de los «insurgentes» fue resultado del estallido social del 16 de septiembre de 1810 que logró aglutinar a miles de personas bajo sus filas; y el de los «callejistas» se fue perfilando desde el inicio de la revolución hasta su gradual disolución a partir de 1816, cuando Calleja dejó de ser virrey de Nueva España.
Bibliographie
Fuentes
Archivos
Archivo General de la Nación (AGN)
Archivo Histórico Casa de Morelos (AHCM)
Archivo Histórico Municipal de Morelia (AHMM)
Periódicos
Correo Americano del Sur (1813)
Gazeta del Gobierno de México (1811-1812)
Ilustrador Americano (1812)
Semanario Patriótico Americano (1812)
Sud (1813)
Fuentes impresas
Alamán, Lucas, Historia de Méjico. Desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, ed. facsimilar de 1849, México, Instituto Cultural Helénico - Fondo de Cultura Económica, col. «Clásicos de la Historia de México», 1985 (5 vols.).
Boletín del Archivo General de la Nación, tercera serie, t. IV, 3 (13), [México], julio-septiembre de 1980.
Bustamante, Carlos María de, Juguetillo, México, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, 1987 (reimpresión de la ed. facsimilar de México, números del 1 al 10).
— Hay tiempos de hablar y tiempos de callar [1833], México, Editorial Joaquín Mortiz, 2002.
Casaus, Fray Ramón, El Anti-Hidalgo. Cartas de un doctor mexicano al Br. Miguel Hidalgo y Costilla, ex cura de dolores, ex sacerdote de Cristo, ex cristiano, ex americano, ex hombre y generalísimo capataz de salteadores y asesinos, presentación y bibliografía de Ramón Casaus por Masaé Sugawara, Morelia, CECN-UMSNH, Biblioteca de Nicolaitas Notables (38), 1988.
Cos, José María, Escritos políticos, ed. Ernesto Lemoine Villicaña, México, UNAM, Biblioteca del Estudiante Universitario (86), 1967.
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Valdés, José, Delirios y corduras poéticas, México, Imprenta de Mariano Ontiveros, 1821.
Notes de bas de page
1 Gazeta del Gobierno de México, 2 (51), martes 30 de abril de 1811, pp. 384-385. Proclama que dirige el comandante de armas de Toluca a los habitantes de Taximaroa, Real de Tlalpujahua, 18 de abril de 1811.
2 Gazeta del Gobierno de México, 3 (182), martes 11 de febrero de 1812, pp. 155-158. Bando publicado en la villa de San Juan Zitácuaro, por el Sr. Mariscal de campo D. Félix María Calleja, Zitácuaro, 5 de enero de 1812.
3 Los Guadalupes a Morelos, México, 5 de agosto de 1813, en E. de la Torre Villar (ed.), Los Guadalupes, pp. 46-47. Las cursivas son nuestras.
4 F. X. Guerra, A. Lempérière et alli, Los espacios públicos en Iberoamérica, p. 8.
5 L. Alamán, Historia de Méjico, t. I, p. 243.
6 C. Mª de Bustamante, Hay tiempos de hablar, pp. 20-21.
7 E. Lemoine Villicaña, «Fray Vicente de Santa María», t. I, pp. 76-77.
8 J. Olveda, Gordiano Guzmán, p. 74.
9 C. Juárez Nieto, El proceso político, p. 115.
10 E. Van Young, La otra rebelión, p. 564.
11 Ilustrador Americano, 26, 10 de octubre de 1812, p. 82, nota, en G. García, Documentos históricos mexicanos, t. III.
12 AGN, Operaciones de Guerra, 522 (189), fos 261-262. «La República de Huiramba envía un comisionado a Berdusco».
13 «Mi vindicación», 22 de abril de 1814, en J. J. Fernández de Lizardi, Obras III. Periódicos, pp. 441-442.
14 Ilustrador Americano, 23, 12 de septiembre de 1812, p. 72, en G. García, Documentos históricos mexicanos, t. III.
15 «El gobierno insurgente en Oaxaca», Oaxaca, 15 de enero de 1813, en C. Herrejón Peredo, Morelos. Documentos inéditos, doc. 120, p. 253.
16 Sud, del 25 de enero de 1813, p. 11, en G. García, Documentos históricos mexicanos, t. IV.
17 Los Guadalupes a Morelos, México, 5 de agosto de 1813, en E. de la Torre Villar (ed.), Los Guadalupes, pp. 46-47.
18 Oyarzábal a Rayón, Tlalpujahua, 28 de octubre de 1813, en V. Guedea (ed.), Prontuario, p. 157.
19 Proclama de Morelos dirigida a los españoles y mexicanos, Tlacosautitlán, 2 de noviembre de 1813, en E. Lemoine, Morelos. Su vida, doc. 133, p. 418.
20 Correo Americano del Sur, 39, Oaxaca, 25 de noviembre de 1813, pp. 315-316, en G. García, Documentos históricos mexicanos, t. IV.
21 Morelos a Ignacio Ayala, diciembre de 1813, en V. Guedea (ed.), Prontuario, pp. 390-391.
22 AHMM, caja 7, exp. 31, año de 1818. «Valladolid. Año de 1818. El vecindario de Maravatío sobre que el juez de aquella jurisdicción sea independiente de la subdelegación de Zitácuaro».
23 Mª T. Martínez Peñaloza (ed.), Morelos y el poder judicial, pp. 169-170.
24 Ibid., p. 260.
25 J. Valdés, Delirios y corduras poéticas.
26 Mª T. García Godoy, Las Cortes de Cádiz y América, p. 294.
27 Ibid., pp. 292-293.
28 M. Guzmán Pérez, Miguel Hidalgo, pp. 211, 223.
29 Fr. R. Casaus, El Anti-Hidalgo, pp. 145, 146.
30 J. E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos, t. I, pp. 98 y 101.
31 Mª T. García Godoy, Las Cortes de Cádiz y América, p. 294.
32 J. Mª Cos, Escritos políticos, doc. 5, pp. 23, 24.
33 Semanario Patriótico Americano, 19, 22 de noviembre de 1812, p. 168, en G. García, Docuntos históricos mexicanos, t. III.
34 Mª T. García Godoy, Las Cortes de Cádiz y América, pp. 294-295.
35 L. Villa y Gordoa, El movimiento revolucionario de independencia en Aguascalientes, p. 24.
36 Ibid., pp. 26-27. Las cursivas son nuestras.
37 AHCM, Diocesano, gobierno, sacerdotes, correspondencia, caja 419, años 1810-1813, carpeta 72. Pedro José Borja Valenzuela al obispo Abad Queipo, curato de la Piedad, 24 de enero de 1812. Subrayado en el original.
38 Véase. J. Mª MiqueliVergés, Diccionario de insurgentes, p. 583. Decían los versos: «Entra Calleja a México triunfante/ entre vivas de aquella misma gente/ que había ofendido injusto y arrogante/ derramando su sangre inicuamente: / Mas Dios permite en ese mismo instante/ que lo tire el caballo de repente, / y que en lugar de vivas percibiera/ del bruto, aunque a su modo: muera, muera».
39 Gaceta del Gobierno de México, 3 (231), jueves 21 de mayo de 1812, p. 534.
40 Gaceta del Gobierno de México, 3 (245), martes 16 de junio de 1812, p. 630.
41 Gaceta del Gobierno de México, 3 (261), sábado 18 de julio de 1812, p. 756.
42 Gaceta del Gobierno de México, 3 (298), jueves 8 de octubre de 1812, p. 1058.
43 Segundo Juguetillo al elogiador del señor mariscal D. Félix María Calleja del Rey, México, Manuel Antonio Valdés, 1812, p. s. n., en C. Mª de Bustamante, Juguetillo.
44 Gaceta del Gobierno de México, 3 (307), martes 27 de octubre de 1812, p. 1134.
45 Gaceta del Gobierno de México, 3 (309), sábado 31 de octubre de 1812, p. 1150.
46 Gaceta del Gobierno de México, 3 (182), martes 11 de febrero de 1812, p. 162.
47 Boletín del Archivo General de la Nación, tercera serie, 4 (3), p. 4.
48 Los Guadalupes a Morelos, México, 3 de marzo de 1813, en E. de la Torre Villar (ed.), Los Guadalupes, p. 15. Las cursivas son nuestras.
49 Los Guadalupes a Morelos, México, 3 de marzo de 1813, en E. de la Torre Villar (ed.), Los Guadalupes, p. 15.
50 Acuerdo de la Audiencia de México convocada por el virrey para condenar públicamente la Constitución de Apatzingán y otros papeles insurgentes, México, 9-17 de mayo de 1815, en E. Lemoine Villicaña, «Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán», pp. 622-624.
51 G. Saldívar, Mariano Elízaga y las canciones de la independencia, citado por M. Molina Cardona, Breve colección, p. 27.
Auteur
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México
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