Modernidades múltiples
Los proyectos económicos de Ramón Lázaro de Dou y Bassols en tiempos de reforma y revolución, siglos xviii-xix
p. 187-210
Texte intégral
1Ernest Lluch1 empleó en 1996 una fórmula que desafiaba la naturaleza profunda de la cultura política catalana: «Cataluña es un país de paradojas: es industrial pero triunfan las ideas ruralistas»2, en referencia a los valores que acompañaron el éxito del arte modernista. Esta contradicción, la de la modernidad económica y la de las ideologías defensivas, quizás más aparente que real, nos lleva a revisar la controvertida personalidad de Ramón Lázaro de Dou y Bassols (1742-1832) y sus ideas económicas, políticas y sociales. Un itinerario que arranca del humanismo ilustrado de corte mercantilista, continúa con sus propuestas reformistas durante las Cortes de Cádiz, y desemboca en el reaccionarismo antiliberal. Una figura que lleva a repensar la diversidad del pensamiento ilustrado y la pluralidad de procesos de modernidad política y económica.
2Dou fue una un sujeto destacado en los ambientes académicos de la Cataluña y España de su tiempo, representativo no obstante de la escala de grises y de la tónica común de la época, que no de su nervio más innovador. Fue jurista de prestigio y autor de una de las obras más importantes de historia del derecho en el cambio de siglo, que llevó el significativo título de Instituciones de Derecho Público general de España, con noticias del particular de Cataluña y de las principales reglas de gobierno en cualquier Estado, escrita entre 1776 y 1794, y publicada en Madrid en nueve volúmenes entre 1800 y 1803. Accedió a cancelario (rector) en la única universidad catalana existente tras la guerra de Sucesión Española, Cervera, emplazada en un interior árido con una agricultura especializada dedicada a la comercialización (viñedos, cereales, olivares y almendros), que sin estar alejada de los centros manufactureros (la producción sedera de Manresa, los curtidos de Igualada, las innovaciones en las máquinas de hilar en Berga), sí lo estaba relativamente de la industriosa Barcelona y de su hinterland. Con todo, la Universidad de Cervera fue un centro decadente pero clave en la formación de élites y en la defensa del derecho particular, determinante en la regulación legal de la transmisión de la propiedad y el amparo al individualismo agrario.
3No en vano, Dou será el primer presidente de las Cortes constituyentes de Cádiz en 1810, aspecto que no lo hace ni más ni menos liberal, ni más ni menos absolutista, pero que no dejaba de tener su carga simbólica. En cambio fue uno de los portavoces más notorios de los intereses de la clase dirigente catalana en el espacio político y económico gaditano, de los sectores mercantiles y de negocios. Después de algunas investigaciones recientes sobre la clase dirigente y las elites políticas de esos años3, sabemos que Antonio de Capmany no fue el único interlocutor del grupo de diputados catalanes presente en Cádiz, y que debemos incorporar a Dou u otros diputados como Felipe Aner. La apertura de una nueva esfera pública en Cádiz permite ver a diputados y miembros de las juntas antinapoleónicas mucho más representativos de los intereses del patriciado dirigente de lo que hubiéramos podido pensar. Una clase nutrida por la baja nobleza, las elites de negociantes de productos agrarios especializados y productos manufacturados para el mercado norte-europeo, americano y peninsular, y por el sector eclesiástico, involucrado en el engranaje económico y la economía de las familias4.
4Dou y otros autores como él, nos brindan una buena ocasión para explorar la diversidad de culturas económicas católicas, más allá del relevante sector parajansenista5. Una oportunidad para profundizar en el carácter diverso del reformismo católico ilustrado y meditar cómo la aversión al cambio político radical no tenía por qué ser incompatible con determinadas formas de reformismo económico. La crisis del espacio público imperial se nos ofrece, pues, como una oportunidad para apreciar los intereses económicos globales de ese sector6.
5Con todo, las ideas de Dou plantean diversos problemas. Uno de los primeros es que difícilmente encaja en las genealogías ortodoxas del pensamiento político y económico, situándose en sus márgenes, en un callejón sin salida. Tradicionalmente ha sido calificado como uno de los ejemplos más claros de pensamiento inmovilista y absolutista, partícipe de las estructuras de la Nueva Planta borbónica, y contrario al traslado de la Universidad de Cervera a Barcelona7. El Dou económico no ha entrado en el cánon de autores que conectaban el mercantilismo tardío con el incipiente liberalismo económico: Francesc Romá y Rosell, Jaume Caresmar, Jaume Amat y Antonio de Capmany, hasta llegar más tarde a Eudald Jaumeandreu8. Autores que formaban parte de una «ilustración aplicada» en contraste con otra más teórica y especulativa, protagonizada por funcionarios al servicio del Estado, el núcleo astur-castellano. Una generación definida por el tránsito del patriciado comerciante representado en la Real Junta Particular de Comercio, al relevo protagonizado por los fabricantes a partir de los años 20 y 30 del siglo xix. De todos modos, el estudio a fondo de la figura de Ramón Lázaro de Dou nos obliga a matizar, cuando no a modificar, algunos de los anteriores presupuestos, porque en su figura Ilustración aplicada y teórica se complementan, y el modelo catalán se ve menos uniforme y más dispar internamente9.
6Se trata, pues, de mejorar la tipificación del mercantilismo acorde con la modalidad singular del desarrollo económico catalán y de su estructura social. Expresado a su vez en un incipiente desarrollo capitalista, no lo olvidemos, en el marco de una sociedad estamental, caracterizado por la defensa relativa de los gremios y del proteccionismo comercial, entre otros. En ese complejo «casisistema»10, como veremos, las ideas económicas de Dou tienen un encaje difícil y prueba de ello ha sido su discordante calificación: reformista pero también reaccionario; ilustrado y antiliberal; absolutista y mentor de futuros ideólogos carlistas, o bien enlace originario de posteriores generaciones de juristas, abogados y notarios de filiación conservadora.
7Ernest Lluch, que consideró los textos de Dou merecedores de una atención particular11, vio en sus Instituciones una obra imprescindible para la historia económica del siglo xviii, ni que fuera por su dominio de la legislación tributaria y hacendística. Ahora bien, situó a Dou fuera de la cultura prohibicionista y, por ende, industrialista catalana. Para Lluch, las fuentes principales de su mercantilismo eran castellanas (Ustáriz, Ward, Campomanes), mientras mantenía diferencias con otros paisanos suyos sobre los gremios y basculaba hacia la agricultura, tibio con las exigencias prohibicionistas de los industriales de Barcelona. En una segunda tanda de razones, expuso que Dou enseñaba aislado en una universidad poco conectada con la difusión del pensamiento económico europeo —su desconocimiento de Say era hiriente—, vinculada además con los jesuitas y no con los clérigos parajansenistas más abiertos al cambio.
8Nuestro propósito es revisar algunos de estos presupuestos aceptando otros — como su magnífico análisis de la lectura smithiana de Dou—, reconsiderando algunas de sus tesis como la que califica el carácter tardío de su economía política, o la existencia de una última etapa de su pensamiento como arbitrista, a causa de su defensa de la enfiteusis. En las páginas que siguen propondremos otro modelo. En su base está la crítica al enfoque historiográfico general que ha predominado en Cataluña sobre la misión modernizadora de los industriales respecto a la España atrasada. Una dualidad en la que una parte era portadora de valores modernizadores y la otra no, siendo impensable la existencia de otro tipo de futuros con planteamientos económicos llenos de matices y encima ideológicamente muy conservadores. Por contra, la figura de Ramón Lázaro de Dou fue representativa de los intereses del patriciado encumbrado con la crisis de 1808 —menos analizados en su día por Lluch—, en un contexto de crisis finisecular en la que muchos volvieron su mirada hacia la tierra.
9La obra de Dou tuvo un claro sentido práctico en el conocimiento del derecho y de la legislación económica, y por ello no solo debe verse perteneciente al campo de los especulativos, sino de los prácticos. Ciertamente, Dou expuso su deuda con los mercantilistas castellanos, pero también con otros autores como Bielfeld y Galiani, por no decir del influjo de la ilustración jurídica de Filangieri, y reivindicó bien temprano las obras de Capmany y Amat. Su inclinación por la agricultura respondía al proyecto de dirección social y política de los «vasallos acomodados», de los que ya estaban confortablemente instalados como terratenientes, y a la defensa de la enfiteusis, de las reformas, pero no de la movilidad social. De ahí que sustentara en la religión y en la moral los necesarios equilibrios sociales y sus obligaciones con el bien común.
10El mundo económico de Dou no era el de una Cataluña poco vertebrada internamente, una agrícola y otra industrial, distantes entre sí, porque el proceso de crecimiento económico dibujó una madeja de relaciones inseparables entre las dos, y un tipo de élites económicas que vivieron a caballo de la sociedad estamental y de la naciente sociedad capitalista. Efectivamente, como bien anotó Lluch en su día, el perfil de Dou en relación al comercio exterior y su proteccionismo, que no prohibicionismo, le hace singular respecto el tronco común del mercantilismo catalán. Pero ello no refleja sino la pluralidad diacrónica y sincrónica interna de las ilustraciones regionales y los condicionantes de las tradiciones económicas, como la aristotélica y escolástica que apuntó Lluch. Una mixtura mercantilista alejada del simple modelo unitario con excepciones, y que integra opciones de mercantilismo tardío no exclusivamente agrarista, como el de Dou12.
11Así mismo, una comprensión mecánica de la relación entre lo económico y lo político, llevaría a un cul de sac interpretativo: así, un país que presentaba dinámicas económicas más avanzadas que el resto de España, quedaría a simple vista al margen del constitucionalismo liberal, sin destacados teóricos liberales en lo político. Lo cierto es que en Cataluña junto al desarrollo económico se dieron las condiciones de un conflicto social y político de suficiente capacidad amenazadora como para producir estrategias precoces de moderación y acomodación de las clases dirigentes. Así, un capitalismo agrario y comercial incipiente, en el seno de una sociedad estamental, condujo con el tiempo a la coexistencia de estrategias relativamente continuistas (la salvaguarda de la propiedad imperfecta y de los vasallos acomodados en el mundo agrario) con otras proclives al cambio. Compatible con la existencia de un mercantilismo tardío favorecedor de algunas prácticas liberal económicas —como la libre contratación—, y opuesto al liberalismo político de los discursos que pusiera en peligro la redistribución de la propiedad, predominante al menos hasta la nueva coyuntura de 1820.
12¿Cómo relacionar la multiplicidad de planteamientos reformistas de Dou en el ámbito del derecho y de la economía, con las posiciones económicas de la generación de la ilustración aplicada? ¿Cuál debería ser la comprensión de las redes y los contactos del personal académico de Cervera, implicado en una universidad denostada por su falta de adecuación a las exigencias de formación técnica de la economía catalana, en claro contraste con la labor educativa promovida por la Junta de Comercio? Tal vez, el análisis de la existencia de caminos diversos e incluso contradictorios hacia la modernización, y el concepto señalado por la tradición sociológica de modernidades múltiples, nos ayudarían a definir la composición y la reconstitución de la multiplicidad de programas culturales asumidos por las clases dirigentes catalanas en el tránsito de siglo y la singularidad de su modernidad política13. Quizás deberíamos ver algunos acontecimientos decisivos, como 1808 y las Cortes de Cádiz, como la culminación de todo un proceso de intentos de reforma y de expectativas anteriores, y no solo como un punto de partida, una tabla rasa a partir de la cual se edifica el nuevo régimen liberal. Una oportunidad, para algunos, de reproducir y mejorar el sistema utilizando para ello elementos de transformación provenientes de la cosmovisión política católica14.
13En síntesis, mi propuesta es considerar a Ramón Lázaro de Dou como un reformista ilustrado desde el punto de vista de la modernización del derecho; como un mercantilista identificado con las exigencias proteccionistas — que no las prohibicionistas— sentidas como compatibles con el desarrollo agroindustrial; y, en el plano político, como un defensor del absolutismo primero, y con ocasión del vacío de poder de 1808, defensor de una monarquía constitucional a la inglesa, que asegurase la representación estamental y la del territorio, consolidase la influencia del patriciado negociante, y los logros económicos de su país natal como medios para superar los problemas endémicos de la Monarquía.
i. — El tiempo de Ramón Lázaro de Dou y Bassols
14Nuestro autor nació en el seno de una familia de la pequeña nobleza catalana, en 1742, con altas responsabilidades en la administración borbónica del Principado, vinculada a la Iglesia y la orden de los jesuitas. Se formó en el colegio de Cordelles, destinado a la formación de élites, siguiendo después los estudios de derecho en la Universidad de Cervera bajo la protección del humanista Josep Finestres (1749-1765). Los años siguientes realizó sus tesis en leyes y cánones hasta volver a Barcelona y trabajar en el despacho de su hermano en la resolución de asuntos comerciales, ya que este era uno de los abogados asesores de la Junta de Comercio (1771-1776). En 1794 fue nombrado canónigo subdiaconal del obispado de Barcelona y ordenado sacerdote en 1795, aunque no tomó los hábitos.
15Tras su regreso a Cervera, ocupó diversas cátedras hasta ser nombrado cancelario (rector) de la Universidad en 1805, cargo que ostentará hasta su muerte en 1832. Elegido diputado para las Cortes constituyentes, fue su primer presidente, en 24 de septiembre de 1810. Más adelante, se mantuvo como diputado suplente de las Cortes ordinarias hasta septiembre de 1813. Desde entonces se mantuvo hostil a la extensión de los derechos de ciudadanía y a una libertad de imprenta sin límites. En 1821 se resistió al traslado a Barcelona de su universidad. En 1827 asesoró al rey Fernando VII con motivo del levantamiento ultra realista de los Agraviados, y se fue rodeando de un núcleo de profesores que acabarían teniendo un peso clave en el futuro carlismo.
16En 1800, la Barcelona que había conocido Dou era una ciudad en plena ebullición cercana a los cien mil habitantes. Contaba con un territorio de influencia inmediato muy dinámico, compuesto por una decena de pequeñas ciudades de diez mil habitantes cada una, y que integraba —a diferencia de Madrid y de las principales urbes andaluzas— un área fuertemente interrelacionada. La producción agraria catalana (cereales, vinos y aguardientes para la exportación) e industrial (textil, aunque no en solitario), conformó unas redes de comercialización compenetradas —basadas en las tiendas, las factorías y las corresponsalías—, con proyección al interior catalán, hacia la Península, el norte europeo y América. Esas redes fueron las que favorecieron la existencia de una conciencia industrialista densa, compartida más allá de Barcelona15.
17La producción agraria orientada hacia el mercado fue la base del desarrollo económico catalán del setecientos, y la elaboración de vinos y aguardientes tuvieron un papel clave. Los beneficiarios del crecimiento fueron tanto los propietarios de las grandes masías detentadores del dominio útil, como los arrendatarios de los derechos señoriales y la pequeña nobleza local. En paralelo tuvo lugar el desarrollo manufacturero, basado en la industria tradicional lanera especializada en trapería de calidad, y la nueva industria del algodón con la estampación de indianas, que también sufrió grandes transformaciones con el cambio de siglo, el colapso del mercado colonial y la introducción de la mecanización de la hilatura. En ese conjunto de procesos, el patriciado, del cual formaba parte Dou, navegó socialmente entre la ordenación estamental y la creciente valoración de la riqueza como nueva categoría de distinción. Una prueba de ello fue el ennoblecimiento de elites comerciales y manufactureras, muchas de ellas con un marcado liderazgo en la Junta de Comercio, o las estrategias económicas de la pequeña nobleza urbana tendente a aburguesarse como hacendados o participando en los negocios urbanos.
18La interrelación de las redes económicas y la participación del patriciado en los espacios de sociabilidad predominantes, nos llevan a sugerir que el mundo de la enseñanza del derecho representado por la Universidad de Cervera y el sentido práctico de la formación técnica representado por las escuelas de la Junta de Comercio, no deberían verse como polos opuestos sino paralelos o incluso complementarios. Que el mecanicismo newtoniano no entrara en las aulas de Cervera y que eso comportara contradicciones insalvables es muy cierto, pero ello no es óbice para que la lógica de la propiedad y de la herencia pudiera verse salvaguardado por quienes, como Dou y otros, fundaban en el derecho la columna vertebral de la propiedad y de su reproducción social. Por esa razón, el protagonismo del programa industrialista de ilustrados primero, y liberales después, debe contemplarse de manera plural.
II. — El espacio público del patriciado ilustrado catalán
19Como es sabido, el siglo xviii se ha denominado «el siglo del autor», debido al gran aumento de producción y consumo de palabra impresa. El autor adquirió una nueva identidad cultural y política, bajo la creencia que lo impreso era el mejor instrumento para generar opinión. En sus inicios, Dou se adaptó al modelo típico de autor gracias al patrocinio real y eclesiástico que buscó en sus Instituciones, pero también vivió los drásticos cambios provocados tras la aparición de una nueva esfera pública en 1808, principalmente en Cádiz, imprimiendo sus escritos para polemizar y defender los intereses de las elites catalanas en la capital constitucional. En esos años cruciales, se convirtió en el autor más prolífico de esa clase dirigente, junto al brillante Capmany.
20Dou se movió en un entorno universitario erudito, periclitado a principios del xix, el de la Universidad de Cervera, pero no exento de proyectos de modernización en el cultivo del derecho romano y en el intento de incorporación del derecho catalán al derecho patrio español. Cervera le proporcionó, además, una extensa red de contactos entre profesores y antiguos alumnos, muchos de los cuales formaron los cuadros más notables de la abogacía del Principado. Relaciones que se extendían a miembros importantes de la Academia de Buenas Letras y de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, como José de Vega Sentmenat, o de la Junta de Comercio, como Mariano Alegre, un negociante ennoblecido en 1797 con el título de barón de Castellet y que presidió la Junta en 1807. Una madeja de relaciones entretejida con los jesuitas y las diversas dignidades eclesiásticas de obispados y monasterios; mencionemos la amistad con el obispo de Gerona, con el arzobispo de Tarragona, los bibliotecarios del obispado de Barcelona, los archiveros e historiadores de los monasterios de Ripoll y Sant Cugat, e incluso con el entonces canónigo Félix Torres Amat, de fama jansenista.
21¿Cómo caracterizar esos círculos y redes de comunicación de opinión en los que Dou edificó sus relaciones? Nuestro autor formó parte de la esfera pública y doméstica del patriciado y de la clase dirigente catalana de la época, influyente al menos hasta llegar a la revolución de 1820. De entrada, la no separación entre lo público y lo privado, característica de la sociabilidad de Antiguo Régimen16, no constituye la única dimensión a considerar, y eso es muy relevante para comprender el lugar de lo político y lo económico en la sociedad catalana. Y eso es así porque el cambio no se condujo únicamente a través de los nuevos espacios, a saber, el café o las escuelas de la Junta de Comercio, sino también a través de los antiguos. Proponemos considerar, por tanto, el tránsito de la economía política a través de espacios sociales e institucionales híbridos, entrelazados por el mundo de las academias y universidades, las escuelas técnicas, las gacetas y la prensa, sumando a ello los encuentros familiares en salones y aposentos alimentados por el circuito epistolar, junto a los nuevos espacios de los cafés. La distinción entre una Ilustración especulativa y otra aplicada no debe prescribirse de manera tan concluyente, al menos en cuanto a las esferas de circulación del saber.
22Barcelona agrupó diversas instituciones dedicadas a la formación y difusión del conocimiento ilustrado. Y no solo formando parte de una ilustración aplicada. La Real Academia de Buenas Letras de Barcelona fue una institución de prestigio, que reunió buena parte del criticismo histórico y la cultura literaria de Barcelona durante el siglo xviii y el xix. En ella predominó la razón cristiana tradicional y la ilustración católica, y entre sus miembros predominaron los aristócratas, eclesiásticos, profesionales (abogados) y en menor grado el sector de los negocios17. Con todo, se trataba de un tipo de pequeña nobleza educada, más urbana y aburguesada, íntimamente relacionada con la Iglesia y la administración, con la abogacía y la burguesía mercantil del Principado. Uno de sus presidentes en el cambio de siglo fue precisamente José de Vega Sentmenat, representante de ese patriciado como pequeño aristócrata de la comarca que circundaba la Universidad de Cervera, amigo personal de Dou —acabó siendo uno de los que cuidaron de la observación de sus disposiciones testamentarias—, y amigo íntimo de otro de los más conspicuos historiadores catalanes, el monje de Bellpuig de las Avellanas Jaume Caresmar, bien conectado a su vez con Antonio de Capmany y la Junta de Comercio. Las conexiones no se acaban aquí. Vega mantenía correspondencia con otros conocidos de Dou, el hermano de Gregorio Mayans, Juan Antonio, y también con otro aristócrata, dirigente de la Junta de Comercio y diputado suplente en Cádiz, el barón de Castellet, que fundaría una revista en Barcelona dedicada al fomento, la innovación y la difusión de la tecnología de la primera industrialización, titulada Memorias de Agricultura y Artes y que se vendió por toda España, entre 1815 y 1821.
23José de Vega era en 1808, con la ocupación francesa, regidor síndico del ayuntamiento de Barcelona y como tal fue enviado a representar la ciudad a las Cortes de Bayona. El estallido de la guerra le sorprendió en el viaje y finalmente desistió, aunque sí fue escogido diputado en Cádiz y se expresó muy molesto con el carácter liberal de la Constitución, llegando a catalogar a Capmany y al mismo Dou de liberales. José de Vega ejemplifica el tipo de redes con los que estaba imbricado Ramón Lázaro de Dou, y cómo las relaciones propias del cultivo de la amistad —la correspondencia epistolar, las visitas o la participación en tertulias—, debe de tenerse en cuenta como uno de los elementos singulares de la esfera pública de esa clase dirigente. Y lo que puede ser más relevante, constatar que el patriciado mercantil protagonista del crecimiento económico que abrió el capitalismo en el Principado pudo desarrollarse, no necesariamente, ni principalmente, a través de la nueva esfera pública burguesa, sino imbricada de forma mucho más compleja en redes y espacios tradicionales anteriores.
24Por otro lado, de todos es conocido que el café fue concebido en Europa como el espacio de sociabilidad por excelencia de los sectores mercantiles y burgueses emergentes, el modelo opuesto al salón aristocrático. En este sentido, la sociabilidad compartida por autores como Dou no correspondería con las nuevas formas sino con las todavía existentes, más extendidas entre las elites de su tiempo. Unos espacios mantenidos con el nervio de las relaciones familiares que a su vez estaban íntimamente cimentadas a través de vinculaciones de tipo económico. Sabido es que las estrategias matrimoniales marcadas por la primogenitura, fueron en Cataluña uno de los caminos más usualmente trazados en la conservación y reproducción del patrimonio. Aquella sociabilidad era, en cierta manera, la expresión cultural y social del modelo económico catalán, mantenido en bailes, veladas y cenáculos musicales y literarios. Las mansiones dispusieron al efecto una cierta especialización del espacio, con cuartos destinados al consumo de chocolate, aposentos para la librería y el archivo, el comedor de los hombres y la sala de visitas18. Unas relaciones fundamentales para iniciar y sellar enlaces matrimoniales, aumentar el patrimonio y cerrar negocios.
25Barcelona, en ese tipo de rituales, no estuvo separado del resto del territorio catalán. La ciudad, como centro director, controlaba buena parte de la producción y del negocio. Reunía los elementos de las familias más poderosas y recogía a hijos solteros y segundones. Creaba una densa madeja de alianzas, cosidas también por lazos de amistad y de confianza. Un mundo donde no existía una separación nítida entre lo microeconómico y lo político, entre los negocios, las amistades, el acceso al poder y las expectativas políticas. Es probable, pues, que ese complejo de correspondencias sociales se sintiera amenazado desde el espacio público por el café y la prensa.
26En la Barcelona del siglo xviii, la introducción del café aparece ligada a la evolución de los hostales, las botillerías y, más adelante, de las fondas19. A pesar de las reticencias mostradas por las oligarquías municipales en los reglamentos, el café se abrió paso alternando años de permisividad y de vigilancia. La relación de estos sectores dirigentes con el mundo del café fue ambivalente. Por un lado, se reconocieron las excelencias de la bebida y su idoneidad para con la conversación y el ajuste en los negocios, pero también su peligrosidad porque acogían imprevisibles estándares de trato social. Todavía en 1839, los cafés serán descritos por un diccionario de comercio como aposentos o salones bien adornados, «reunión de los Señores o Potentados en las horas de descanso, y el lugar destinado para saber de las novedades»20.
27En 1750 el italiano Andres Caponata abrió el primer café de Barcelona. Contaba con billar y una sala de conversación donde se ponían a disposición de los clientes gacetas y papeles impresos. Barcelona tuvo el primer servicio de iluminación pública de España, inaugurado en 1757, mediante faroles con depósitos de aceite. En 1772 se inauguró otro establecimiento, el Café de los Tres Reyes, situado en uno de los ejes urbanos de la fachada marítima, concebido como café de negocios, distinto de los cafés de la Rambla, más lúdicos. Abrió sus puertas tan solo un año después que la Junta de Comercio recuperara y renovara el cercano edificio de la Lonja de Mar, situado en la plaza Palau, enclave político y comercial. En ese clima, en 1788, se estrenó en el nuevo Teatro de la Santa Cruz la comedia El Café de Barcelona, del sainetero Ramón de la Cruz.
28Barcelona contaba todavía con pocos locales de este tipo ya que predominaba la sociabilidad tradicional. No es de extrañar que entre las elites se desconfiara de esas nuevas concurrencias, donde prosperaban las figuras ridículas de los jóvenes petimetres y currutacos, tan denostados en las memorias de Rafael de Amat y de Cortada, barón de Maldá, según el cual
Una turba de subjectes de poca educación, de quasi ninguns principis, y de una religió freda, y de máximas opusades a ella, te la reunió en semblants casas, diuhen tant grans disbarats, que há estat precís al Govern prendrer algunas providencias contra sá desenfrenada llibertat21.
29Más adelante, en plena conflagración bélica antinapoleónica, a su paso por la población montañesa de Berga, comentó ácidamente en su diario la instalación de un café y billar, cual hervidero de militares y jóvenes que en clase de jugadores tomaban café por no saber qué hacer22. A pesar de esas reservas, no por ello dejaba de consumir café en sus fiestas y bailes, servido por el cafetero Caponata, fruto irónico de la inclusión de lo público en su espacio doméstico.
30Rafael de Amat, en el relato de su periplo durante la guerra de la Independencia, narró el tipo de escenas familiares que disfrutaba en los momentos de sosiego, y en las veladas musicales en el alojamiento de su amigo José de Vega Sentmenat, en Guissona, junto a otro buen amigo de ambos, Ramón Lázaro de Dou, y varios miembros de la pequeña nobleza local como el marqués de Capmany. Y es en esos espacios domésticos de sus posesiones y en las casas de sus familiares en Solsona o Berga, donde se recibían noticias y se comentaban las cartas e impresos venidos de Cádiz, cuestión que revela la confianza puesta en las informaciones, y el comentario público y familiar de las cartas en la creación de la opinión sobre lo que sucedía en las Cortes.
31En cierto sentido, la correspondencia epistolar dilata las concepciones clásicas de lo que entendemos por espacio privado, en la medida que favorece enlaces sociales entre lo escrito y los lazos imaginarios creados con los destinatarios, relaciones reguladas por reglas y normas de convivencia propias del trato social. Las cartas mezclan lo público y privado, las obligaciones económicas y las novedades familiares. Un género epistolar horizontal practicado entre las clases privilegiadas, que conformaba una sociabilidad distinguida y reforzaba los espacios por dónde transcurría la comunicación y, por ende, el mundo político y cultural en el que se movían las elites catalanas y el tipo de personal definido en Ramón Lázaro de Dou23.
32A su vez, la emergencia de la nueva prensa jugó un notable papel en la extensión de los nuevos espacios públicos. Prensa y cafés, además, se presentaban unidos. Poco antes de 1792, fecha de la fundación del Diario de Barcelona, su primer periódico moderno, la reducida prensa de la ciudad tendió a imitar a la de Madrid reeditando los originales allí publicados, adaptando las gacetas de novedades y cubriendo con informaciones diversas las transacciones comerciales y la arribada de buques al puerto. El semanario de corta duración El Caxon de Sastre Cathalan (1761), en su papel primero, reflejó el carácter híbrido de la nueva y vieja sociabilidad. En su primer número daba a conocer la localización de sus puntos de venta y lectura, marcando una significativa y amplia topografía social:
Con solo mudar de traje puede hallarse, sin nota particular, en el Palacio entre los cortesanos más cultos; en las Juntas Particulares, entre aquellos que se llaman gacetistas que se rompen la cabeza sobre la situación y ventajas de los ejércitos; en las Academias, entre los más hábiles críticos; en los cafés, entre militares juiciosos e instruidos; y aún en las porterías de los conventos, entre los más tunantes pordioseros.
33De todos modos, los diarios no consiguieron la atención de los sectores económicos hasta que el Diario de Barcelona publicó gratuitamente anuncios de comercio y de avisos de particulares, al lado de artículos dedicados a la vida cultural y científica24.
34En 1808, con la ocupación francesa de la ciudad, el número de cafés aumentó a 22, y también el número de diarios estables, de uno a seis, repartidos entre diversas ciudades catalanas, hasta alcanzar un total de 39 durante esos años, incluyendo gacetas militares y otros noticiarios. El fraccionamiento del poder político y la consiguiente descentralización de la prensa, condujeron a una dilatación de las publicaciones, sobre todo en Andalucía y el foco gaditano. El impacto de la guerra de la pluma, el continuo juego del desmentido y de la réplica protagonizado por la nueva figura del redactor, coadyuvó a la apertura de un nuevo espacio público de facto plural, aceleró la circulación de noticias y de polémicas, la profusión de correspondencias particulares y la observación crítica individual25.
35El espacio en el que se desarrolló la nueva esfera pública estuvo integrado, desde la perspectiva catalana, por cuatro grandes ámbitos geográficos: en primer lugar, las ciudades del Principado no ocupadas, Tarragona, Manresa, Reus, Vic, entre otras; después, el espacio mallorquín, que contaba con familias e impresores emigrados muy destacados; en tercer lugar, el espacio gaditano, en el cual los diputados y comisionados catalanes publicaron manifiestos, opúsculos y memorias vindicativas; y, por último, el espacio americano, integrado gracias al carteo con los grupos de comerciantes catalanes asentados hacía años, semejante a su presencia en Cádiz, situación que favorecía la existencia de un desmigajado mercado americano de noticias sobre el Principado.
36En todo este proceso ocupó un lugar principal el debate sobre la libertad de imprenta como herramienta capaz de crear una opinión pública ilustrada cual Tribunal Supremo26. Sin embargo, para la mayoría de diputados catalanes y, entre ellos Dou, una deficiente aplicación de la ley que no tuviese en cuenta la censura previa, disminuiría la autoridad moral y política. Los diputados catalanes, a excepción de Capmany y José Espiga, mantuvieron esta posición. Quizás, les preocupó más la seguridad del Estado que no la libertad individual, porque los derechos consignados por la Nación y el Estado no eran vistos como garantías de derechos ciudadanos y sí como parte de la balanza de poderes.
37Dou vivió en su propia piel el tránsito del concepto de opinión apoyado en la reputación y el decoro, a otro de tipo elitista basado en el apoyo que toda política pública debía recibir de las minorías cultas. Las nuevas condiciones abiertas por la revolución y las Cortes, dieron lugar a problemáticas originales sufridas por los diputados en la medida que no controlaban sus propias palabras, seleccionadas por escritores y periodistas o censuradas por murmullos de reprobación en los balcones de la cámara. Situaciones que vivieron Dou y el resto de diputados, cuando tuvieron que desmentir los rumores de traición de los catalanes por haber perdido el castillo de San Fernando en Figueras, o las violentas diatribas soportadas por Capmany en el agrio debate sobre el traslado de las Cortes a Madrid, por no hablar de su querella particular contra Manuel José Quintana.
38Ramón Lázaro de Dou participó en controversias respondiendo a la difamación de un antiguo capitán general, Domingo de Traggia, que había calumniado a los catalanes acusándoles de disparar antes a los españoles que a los franceses, y que mudaban su opinión según quien pagase su salario; las respuestas fueron vertidas en Sueño del Marqués de Palacio, y desvelos de la Provincia de Cataluña, utilizando el pseudónimo de Antonio Filopolita (1812). En realidad lo que estaba en juego era un aspecto crucial: el de conservar la confianza entre las tropas, las Cortes y la Regencia, con los españoles (y catalanes) de América. El flujo de intercambios que mantenía el comercio con los puertos todavía libres, como Tarragona, y el uso de los caudales producidos por las mercancías transportadas por negociantes catalanes y depositadas en Cádiz, se veían vitales para el sostenimiento de la intendencia del Principado. Justamente, esa había sido la misión encomendada en 1810 por la Junta de Comercio y por el Congreso provincial de Tarragona a Guillermo Oliver, uno de los futuros teóricos introductores del liberalismo económico, para liberar los recursos catalanes procedentes de América —granos y harinas— retenidos en Cádiz27.
39Nuestro autor formó parte de un grupo de diputados que representaron a su provincia y no a la nación en un sentido liberal, manteniendo un sentido de la representación política expresada a través del mandato imperativo del territorio28. Los diputados tuvieron instrucciones precisas de los temas a despachar o debatir, y atendieron sucesivas peticiones de la Junta de Comercio o de la Junta Suprema del Principado. Sirva de ejemplo el debate surgido a raíz de la supresión de la Inquisición. En él, los diputados catalanes pidieron más tiempo para «consultar la opinión» de la provincia, o su «voluntad general» antes de emitir su voto en las Cortes. Para ellos, la verdadera opinión, el auténtico tribunal, era el formado por el personal de las Juntas y los órganos representativos levantados tras el desmoronamiento del Estado en 1808, es decir, el patriciado y su clase dirigente. En cambio, Antonio de Capmany y el Conde de Toreno se situaron en una posición antagónica acusando a sus señorías de no distinguir suficientemente el hecho capital de ser diputados por Cataluña y de la Nación, y que era el órgano de la Nación plasmado en Cortes el que debía decidir, y no la provincia.
40No obstante, no debemos olvidar la gravísima situación política y social que se vivía en el Principado, y la peligrosidad que podía tener una lectura generosa de la Constitución. Los diputados catalanes llegaron a hacer una valoración general positiva de la experiencia constitucional, pero no de las consecuencias nocivas que podía tener la interpretación que el pueblo podía hacer de aquélla. Así, en uno de los pocos documentos, sino el único, firmado por todos los diputados por Cataluña, también Capmany, se decía con cierta suficiencia «tenemos autorizado todo el poder de la Nación en el modo más libre y más legítimo que se ha visto hasta ahora»; sin embargo, para obtener recursos de las Cortes y de la Regencia se debía conservar el orden político y la obediencia a las autoridades militares. Por todo ello, «Las noticias que acabamos de recibir de esa provincia, nos tienen en el mayor sobresalto: en Cádiz, en Londres y en todas partes en que triunfa la libertad civil, el honor de la tribuna solo se concede al ciudadano, representante del pueblo con facultad de discutir y resolver las proposiciones de que se trata; el extenderlo a más tiene gravísimos inconvenientes…»29. Esta última frase es muy elocuente. Por un lado, se congratulaban de obtener la interlocución parlamentaria pero, por el contrario, negaban la extensión de derechos al resto de la población. En cierta manera, la precocidad del desarrollo económico catalán en el marco de la sociedad estamental condujo a un tiempo de inteligibilidad distintivo, determinado por la conservadurización temprana de las elites protagonistas del cambio, temerosas ante las contradicciones del proceso modernizador. Las demandas de un poder político fuerte no hizo falta verlas esperar a mediados del siglo xix, con el nuevo antagonismo de clases, si no que se produjeron antes, durante la guerra contra Napoleón, aspecto que no puede dejarse de lado a la hora de interpretar el rumbo futuro de antiguos ilustrados como Dou, por más templados que estos fuesen.
III. — Las soluciones económicas de Dou a través del derecho
41Recordemos. La posición destacada de la economía catalana se había basado en el protagonismo de grupos de tenderos de telas de Barcelona y de comarcas tarraconenses, que financiaron con la producción y exportación de aguardiente la compra y venta de tejidos (lienzos de tela en crudo franceses, holandeses y alemanes) procediendo a su reventa en las colonias americanas una vez estampados en Barcelona. El retorno de los buques favoreció la consolidación industrial algodonera en introducir fibra mejicana y colombiana, primero, y brasileña, después. Un modelo que sufrió los embates del contexto bélico de final de siglo, tan solo paliado en parte con la exportación hacia los mercados del norte de Europa y el uso de marinas mercantes de países neutrales.
42No es extraño, pues, que Dou, en ese contexto de progresivo predominio económico inglés, confesara en la encuesta conocida como Consulta al País de 1809, su respeto por los países que basaban la Felicidad en los «que poseen bienes y el influjo que tienen los propietarios en Inglaterra», admiración que extendía a su parlamento como «cuerpo estable e independiente de las mudanzas de la Corte». Atendiendo a los cambios operados en los grandes estados desde el siglo xvi, sus repercusiones sobre la guerra y el comercio, lo más perentorio era hacer escuadras, ejércitos «y nuevas leyes en cuanto a todo lo que comprendiendo (sic) la economía política»30. Sin duda, para mantener en la buena senda el proyecto imperial, resultaba estratégico que la Monarquía priorizara la política industrial, la protección de sus géneros y la tranquilidad de los mares, y en eso Dou seguía fielmente la carta de navegación expuesta por Romá y Rosell. Más adelante, en las sesiones de Cortes de diciembre de 1811, manifestó su tributo a la moderna agricultura y a la «la gloria de los ingleses en haber promovido la ciencia y el adelantamiento de esta parte de la economía». En otros textos, expuso su admiración a la frugalidad y moderación holandesa, no solo como modelo económico sino moral, apoyándose en su crítica al gasto excesivo, el lujo y ocio fuera de control. Los holandeses habían enseñado a gastar menos y vender más barato, sin derrochar demasiado en la administración.
43Ese fue el horizonte general de la obra de Dou. De hecho, antes de escribir sus Instituciones, trabajó unos años en el despacho de su hermano en Barcelona cuando este era asesor de la Junta de Comercio, labor que le permitió conocer de primera mano la jurisprudencia vinculada a los conflictos mercantiles y marítimos. Incluso barajó la posibilidad de participar en un proyecto de actualización del derecho mercantil marítimo, sentido entonces como una necesidad práctica en la gobernanza comercial. Precisamente, una de sus oratios como joven estudiante en Cervera tomó por título De Dominio Maris (1765), teniendo entre otras referencias a Grocio, tratando en ella sobre las condiciones de dominio del mar por parte del Estado, en los casos como el americano donde fuera necesario asegurar su defensa y comercio.
44En otro orden de cosas, a pesar de la epistemología de Dou, preventiva frente a la Ilustración anticlerical más corrosiva, conjugó en ocasiones una concepción de la construcción del saber empírica. Frecuentó expresiones del estilo «no quedarse con una lectura superficial de los datos», «ver la luz de la Historia y la experiencia», «cultivar la economía perspicaz», u otras «como que el conocimiento era fruto de la experiencia de todos los días». En realidad, una teoría de la ciencia concordante con la cultura política del conservadurismo, reacia a especular con planteamientos abstractos y el uso de la razón. Al comenzar sus escritos o alguno de los capítulos de su obra Instituciones, precisaba al lector que el tema que iba a tratar había suscitado ya una división de pareceres y que él tan solo quería aportar su propia visión. Esa fue la actitud que adoptó en la valoración de los gremios, del prohibicionismo o la de reforma fiscal. Jugó cuidadosamente a formar parte de un debate económico más general sobre los asuntos económicos, pero mencionando tan solo los autores con los que estaba de acuerdo o eran parte de una fuente de información relevante.
45Las influencias y el género de apropiaciones que realizó fueron muy diversas. En derecho, la obra principal que le sirvió de guía para su proyecto de modernización fue la del jansenista y racionalista francés Jean Domat, las Lois civiles dans leur ordre natural, obra que le orientaría en el esfuerzo de recomposición del desorden legal en el que se encontraba el derecho español, y al mismo tiempo incorporar el derecho particular catalán al derecho patrio. Un proyecto compartido por la generación de juristas de Cervera, ciertamente, aunque la fiebre codificadora fue participada por otros muchos en España y América. Desde ese prisma, las Cortes de Cádiz fueron sin duda una plataforma en la que hacer triunfar sus posiciones como jurista, una oportunidad que se saldaría en fracaso y que formaría parte de su negativo balance constitucional.
46La incorporación de los derechos propios, del derecho municipal catalán al nuevo derecho español, debía de hacerse a través del derecho romano y no del castellano, que era lo que triunfaba en la Corte y en las academias. Empezó a trabajar en su magna obra a los 34 años, en 1776, y la acabó a los 52, en plena madurez, en 1794. Durante seis años pasó la censura del Consejo de Castilla y de varios profesores de la Universidad de Salamanca, que alegaron tener ante sí un texto que recogía insuficientemente el derecho castellano. En realidad el objetivo de Dou era muy práctico y delimitaba claramente su público: establecer un proyecto de enseñanza para jóvenes universitarios en formación como abogados, no solo para poder aprender el derecho público de forma sistemática, sino para instruirse en «materias útiles, plausibles, de Economía y Policía». De los nueve volúmenes, una gran parte trataron de economía, más de quinientas páginas en total, teniendo en cuenta que el noveno era un índice. Interesa sobremanera la introducción del primer tomo, los comentarios sobre el comercio del segundo, pero sobre todo los capítulos correspondientes de los tomos tercero, cuarto y quinto. Como decíamos, la obra tuvo la oposición de uno de los censores de Salamanca, el catedrático de Código Francisco Forcada; avisado Dou por un anónimo presuntamente amigo suyo, Forcada fue calificado como un jurista joven imberbe, que detestaba como bárbaro al derecho romano y defendía los principios del derecho natural31.
47Como era de esperar de su formación humanista, Ramón Lázaro de Dou se nutrió de la cultura clásica, de Cicerón, pero también Aristóteles, Virgilio, Horacio y Tito Livio. Igualmente de la cultura constitucional catalana de los siglos xvi, xvii e inicios del xviii, no en vano su abuelo había ocupado el cargo de asesor del archiduque Carlos en las Cortes de Barcelona de 1705-1706. En primer lugar Lluís de Peguera, vindicado y recopilado por el mismo Capmany, en su Práctica y estilo de celebrar cortes en el reino de Aragón, principado de Cataluña y reino de Valencia y una noticia de las de Castilla y Navarra, como también Joan Pere Fontanella. Dou incorporó La Ciencia de la legislación de Gaetano Filangieri, como tantos otros que formaron parte de la ebullición compiladora europea y americana, antes de estar prohibido por el Santo Oficio. Compartió con dicho autor la proporcionalidad de los delitos y las penas, que el objeto de la pena fuera el preventivo, y que la pena de muerte, en caso de aplicarse, se hiciera sin servir la crueldad. Del mismo modo, con Filangieri tuvo diferencias substanciales. Para Dou el fundamento del derecho estaba en última instancia en Dios y los hombres eran su mero instrumento, mientras que para el napolitano lo era el pacto social.
48En la sesión de Cortes de 4 de diciembre de 1811, en la discusión del proyecto de Constitución, Dou hizo referencia al número de magistrados en las audiencias. Lo hizo valiéndose de «la libertad y estilo de los romanos», y también «con ideas procedentes de los ingleses». Ante la pregunta cuál era la finalidad de toda sociedad, Dou respondió que la defensa de la vida y de sus bienes, sujetas a las leyes nacionales del Estado. Valiéndose del De Officiis de Cicerón respecto la libertad civil, dijo que la libertad suponía no ser juzgado sin el consentimiento ni la voluntad del ciudadano, «de un modo similar hablan los ingleses», aducía, porque ambos, «romanos e ingleses», se han vanagloriado de que al ciudadano particular no se le podían imponer tributos sin su consentimiento o el de su representante. Nuevamente, un discurso que mostraba su conocimiento y admiración por las ideas y debates alumbrados en Inglaterra. Actitud no lejana a la cultivada por otros ilustrados españoles o por el mismo Capmany.
49Dou reconoció el ascendiente de la obra de Jerónimo de Ustáriz, Teórica y práctica de comercio y de marina, los discursos de Campomanes y, más explícitamente, los libros del proyectista Bernardo Ward, Obra pía. Medio de remediar la miseria de la gente pobre en España, y su Proyecto económico en que se proponen varias providencias. Durante las sesiones a Cortes, Dou mencionó en diversas ocasiones como argumento de autoridad el Informe de la ley Agraria de Jovellanos, y de igual modo Montesquieu, El Espíritu de las leyes, y Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia. Manejó los Diálogos sobre el comercio de trigo del abate Galiani, y también aludió al barón de Bielfeld, Instituciones políticas, mostrándose implícitamente conforme con la corriente cameralista en la defensa de los gremios y de la industria, la reforma de la Hacienda, la defensa de la contribución única, y la existencia de un ejército y una marina poderosos en la reserva del mercado americano.
50En el segundo tomo de sus Instituciones, la economía se vislumbraba como una de las seis virtudes de todo Estado, junto a la religión, la justicia, la fortaleza, la sabiduría y la policía. Para el autor no era suficiente que el gobierno se sirviera de sabios en materia económica, puesto que ello no había servido en el pasado y los intereses particulares de cada uno podían ir en contra del interés general del Estado. El mejor remedio era una ley justa. El problema práctico para Dou era que los juristas conocían muy poco de economía y que gran cantidad de cédulas y leyes eran todavía desconocidas. De ahí su insistencia, como volvió a remarcar después en las sesiones de Cádiz, en hacer una nueva síntesis legal, un Código y no una Constitución. El desconocimiento del derecho dificultaba la eficacia económica, como ponían de relieve diversos asuntos como la legislación existente sobre falsificación de moneda, la reforma de propios y arbitrios, la introducción de nuevos instrumentos y máquinas, la libre circulación en el reino o el fomento de la industria y el trabajo. La intención del autor también era una forma de dar a conocer determinadas disposiciones arancelarias al conjunto de la población y sobre todo a la opinión más juiciosa de especialistas y estudiantes.
51El buen gobierno debía dirigir sus miras hacia el comercio, entendido como nervio del Estado. En el capítulo xii, del tomo tercero, dedicado a «De las personas destinadas para el cuidado de la economía», razonaba que la buena economía de los estados y una arreglada y prudente administración de las rentas, radicaba en «tener más que vender que comprar a los extranjeros», y por ello dedicó diversos epígrafes a dar a conocer las bondades de vender a precios moderados. Si la nación vendía más, saldría menos oro y plata de sus arcas, pensaba como buen mercantilista, pero Dou sustentaba el predominio del imperio no necesariamente por el recurso de las armas, si no por medio del comercio y de la economía, porque proporcionaba más estabilidad32. En el análisis de Dou, el descubrimiento del Nuevo Mundo y el incremento de riquezas había supuesto una revolución y un nuevo sistema en las naciones, con lo que hacía derivar del cambio económico las nuevas estructuras políticas. Desde entonces, los pequeños países en territorio y habitantes, gracias al comercio, habían asombrado al mundo por su fuerza y poder, sin necesidad de sangre ni guerras (sic), «chupando la sangre de los poderosos»33. Según el autor, el impacto del descubrimiento de América para España y la expulsión de judíos y moriscos, fueron muy negativos. La adquisición de oro y plata podía ser positiva pero «sin pretensión avara», siempre que se facilitase la circulación de dinero para que todos participasen de él. Pocos años después, en las Cortes, continuó con su prudencia inveterada. Partidario de la libertad de comercio tal y cómo proponía la comisión, aconsejó que fuera de aplicación provisional, para evitar la escasez de granos y el hambre mientras durase el conflicto. En obras posteriores insistió en que la riqueza no era ni el oro ni la plata, sino el alimento, el vestido y el albergue. Los metales preciosos no eran la finalidad, sino que habrían de servir de fomento del trabajo productivo al lado de la política impositiva.
52Sobre la organización del comercio catalán, citó el buen ejemplo de su famosa Junta de Comercio así como la utilidad de las sociedades económicas, sin contraponer unas a otras. Las sociedades económicas las consideraba de tanta utilidad que era ocioso justificarlas con más detalle. Así, constituía un gran error confiar la educación de los labradores a la tradicional transmisión de saberes de padres a hijos, sin haberse «tratado científicamente los asuntos pertenecientes a ellos, o por haberse dejado que hombres sin luces, sin instrucción y sin combinación de experiencias y reflexiones» dirigieran las explotaciones agrarias34. En cada capital debía de existir una cátedra de Matemáticas y ejemplares de las obras de Campomanes, junto a los «que acomodan a nuestra nación», los Ustáriz, Ulloa o Ward. También refirió como útiles el dibujo para las artes prácticas, aludiendo a la escuela existente en Barcelona respaldada por la Junta de Comercio.
53El papel de los gremios es otro tema sobre el cual Dou fue consciente de las controversias. Para él era incuestionable que los gremios presentaban aspectos censurables como el hecho de estar afectados por continuos pleitos, no disponer de recursos para pagar ciertos derechos y que no se pudiera ejercer aunque se tuviera talento; así mismo, algunos maestros imbuidos de espíritu de monopolio impedían vender o comprar si no se pertenecía al cuerpo. Ahora bien, objetaba Dou, todas esas razones no «deben valer tanto, que por ellas hayan de destruirse o quitarse del todo los gremios». Se debían corregir determinadas antiguas ordenanzas y moderarlas, y sobre todo, debían prescribirse las reglas convenientes para mejorar los artefactos, pero aún así los gremios eran útiles «al adelantamiento de las artes prácticas, especialmente de las que necesitan de particular enseñanza». Igual que eran buenas las universidades y los colegios para las artes abstractas, la buena educación de los maestros acostumbraban a la «juventud popular» «a la sujeción y dependencia, y tener fácilmente con este medio informes de la conducta de cada uno, lo que conviene en muchos casos…», para el exterminio de vagos y ociosos, y formar padrones para el Estado más fiables y para las contribuciones35. Dou quiso fundamentar su tesis en una obra de Antonio de Capmany escrita con el pseudónimo Miguel Palacio, Discurso económico político en defensa del trabajo mecánico de los menestrales, y la de Jaime Amat, Observaciones de un comerciante; es decir, una buena parte de la literatura ilustrada aplicada catalana. Concluyó Dou diciendo que «la regla, como en todas las demás cosas de economía, es que la libertad es el alma del comercio y de la industria», bajo el manto protector, eso sí, del proteccionismo aduanero y el control militar de los mares36.
54Claro está que Dou podía mantener esas posiciones sin necesidad de convertirse al liberalismo político, porque su concepción sobre la Suprema Potestad no dejaba lugar a dudas. Para él, la necesidad había llevado a la natural inclinación a unirse en familias y grupos, y la suprema potestad sujetaba y unía al cuerpo político. La Monarquía, legitimada por la Biblia, era el mejor sistema, aunque también consideraba que al Estado le era muy positivo contar con la articulación de cuerpos «republicanos» y hasta «democráticos» en su seno, y lograr que los «particulares miren la causa y pública como propia, interesándose con esfuerzo, que es la gran ventaja de las repúblicas»37. Junto a eso, tomando prestado a Aristóteles, la autoridad del rey serviría para atajar los disturbios y disensiones civiles. ¿Qué tipo de cuerpos? Los ayuntamientos, las universidades literarias, los cabildos eclesiásticos y, especialmente, los consulados de comercio. Contar con los votos de muchos y no con el arbitrio de uno solo.
IV. — Las ideas económicas de Dou en tribuna parlamentaria. las cortes de Cádiz como oportunidad
55Ramón Lázaro de Dou se contó entre los diputados catalanes que más participaron en comisiones durante el proceso constituyente, en once de ellas, agrupadas en el funcionamiento interno de las Cortes y en la política económica; en este segundo caso las comisiones de Comercio, Plan de Hacienda y la de examen de las memorias referidas a ese ramo, Mayorazgos y Comercio de negros. Participó en los grandes debates de naturaleza económica: sobre gremios, la proyección americana, el papel del clero regular, el régimen señorial, la reforma fiscal y de Hacienda.
56Sobre el primer punto, el de los gremios, defendió junto al grupo de diputados catalanes la conservación de la obligación de los maestros de acreditar el aprendizaje del oficio, aunque se lamentaba que las reformas no se podían saldar con un debate tan parco, porque los gremios podían continuar teniendo un papel relevante en el control fiscal y social del pueblo38. Respecto del sistema imperial, el asunto era demasiado importante como para interesar solo a un puñado de diputados. Incluso en la convocatoria de Bayona, el diputado por Cataluña designado por Murat, el científico José Garriga, intervino para reconocer que los españoles de América y de la metrópoli debían de disfrutar de los mismos derechos, aunque cuando se tratase de las relaciones comerciales se debía promover la industria catalana y evitar los riesgos que surgieran si se fomentase la americana39. Por su parte, las autoridades de las juntas catalanas consiguieron de la Junta Central, en 1808, suspender la orden que había dado el gobernador de Cádiz de permitir introducir géneros ingleses en la Península y en tierras americanas. Como vemos, la preocupación de no perder los vínculos americanos fue transversal, y más aún tras la caída del principal puerto que defendían los patriotas, Tarragona. Inquietud manifestada en el debate sobre la representación política de los diputados americanos, derecho que fue reconocido aplicable en unas cortes venideras40.
57Para Dou, siguiendo la obra de Bernardo Ward, la Iglesia podía participar en el crédito público para sostener la guerra, hipotecando parte de sus bienes, siempre y cuando se obtuviera el permiso de la Santa Sede. La Iglesia debía de ponerse al servicio del Estado y este debía de permitir su participación directa en las transformaciones económicas, no a espaldas a ella. La iglesia estaba demasiado involucrada en la propiedad y en los patrimonios familiares. En el debate sobre la reforma de regulares, en principio no se opuso a introducir cambios. Apeló como otros al derecho de propiedad con el objeto de mantener salvaguardadas dichas instituciones. Según él, el cierre de conventos supondría una pérdida económica y por ello pidió consultar a «la voluntad general de la Nación». Poco después publicó una memoria justificativa titulada Voto separado del Sr. D. Ramon Lázaro de Dou acerca la reforma de los regulares.
58En relación a la espinosa cuestión de los señoríos, en la consulta al país respaldó la posibilidad de poner en circulación esa riqueza. Los pueblos, para librarse de la jurisdicción de señorío, «pagarían con gusto dos o tres capitalidades», y así se podría satisfacer a las partes en unos tiempos en los que «justamente», según Dou, se había limitado su jurisdicción. Pero fue cambiando el tono en las sesiones con el pretexto de que la Nación no disponía de recursos. Con farragosa erudición, consideró que era una medida que entraba en «contradicción con todos los principios liberales», al no respetar los derechos de propiedad de algunos ciudadanos41.
59Con el fin perentorio de obtener recursos para ganar la guerra, Dou participó en los debates sobre la venta de bienes de vacantes, baldíos y comunales. Sobre la reforma de baldíos, mencionó a Jovellanos, Campomanes y Floridablanca junto «a la experiencia de todos los días», para preguntar a sus señorías si nadie dudaba que eran un mal para la economía. No obstante, fue cambiando de tono a medida que avanzaban las sesiones, y de reducirlos a propiedad privada pasó a preocuparse por su utilidad pública; en tiempos de guerra se venderían por debajo de su precio real y por eso aconsejaba la fórmula del arrendamiento. Una actitud que haría extensiva a otro tipo de instituciones, como la del mayorazgo, sobre la cual emitió un voto particular para defender la vinculación como consecuencia directa del derecho natural. Para Dou los mayorazgos no eran los culpables del secular atraso agrario, y significativamente propuso para su reforma la generalización del censo enfitéutico.
60Las posiciones de Dou y de otros como Felipe Aner, fueron calculadamente ambiguas. Estos fueron conscientes del avance del individualismo agrario en su tierra, y aunque reconocieron el adelanto de la legislación sobre cercamientos42, también mostraron su desazón en no acabar con las mieses puesto que los usos tradicionales de las hierbas reportaban beneficios a los pequeños ganaderos y propietarios. En líneas generales, se trataba de retocar con minuciosidad las interferencias de los feudos en la propiedad, haciendo respetar los derechos de propiedad que los propios señores tuvieran en los señoríos. Dou no hacía más que compartir los miedos de los «vasallos acomodados», de los propietarios del dominio útil enriquecidos secularmente, atentos a las interpretaciones demasiado radicales del marco legal43.
61Años más tarde, nuestro autor se convirtió en uno de los escritores que más defendieron las bondades del censo enfitéutico como la fórmula que permitiría salir de la crisis al resto de España y de paso garantizar la reproducción del modelo catalán. Lo hizo a través de dos textos titulados Proyecto sobre laudemios. Conciliación económica y legal de pareceres opuestos en cuanto a laudemios y derechos enfitéuticos (1829), y Pronta y fácil ejecución del proyecto sobre laudemios fundado principalmente en una autoridad del Dr. Adam Smith (1831). En ese segundo escrito, reconoció haber recibido numerosas cartas de lectores del primero de ellos, de 1829, tanto de mérito como de crítica. Una de las dificultades que le exponían tenía que ver con el sistema de sucesión de la propiedad en Castilla, distinto al catalán, o las diferencias existentes en el sistema de propiedad en Galicia o Asturias. Con tozudez, propuso su proyecto para toda España puesto que se conseguiría la «uniformidad en todos los pueblos, cesarían todas las cuestiones sin que nadie pudiese quejarse de obligación alguna…», y por fin se compensarían en parte las pérdidas que ha padecido la nación». En cualquier caso, no se trató de una especie de «vocación tardía» arbitrista por parte de Dou, puesto que como hemos visto, persistía en posiciones anteriores. Ernest Lluch, en su trabajo maestro de 1973, no concedió credibilidad al apoyo dado a la enfiteusis, pero atendiendo a lo escrito por los especialistas posteriores, varió su opinión y propuso integrar la enfiteusis en el estudio del proceso de industrialización catalana. De hecho, de la idea generalizada que vinculaba enfiteusis con atraso feudal, se ha pasado a constatar44 el carácter modernizador de las mutaciones agrarias de los siglos xviii y xix junto al auge de la enfiteusis45.
62Por lo que se refiere a la hacienda y a la fiscalidad, se manifestó abiertamente partidario tanto en sus Instituciones como en Cádiz de la contribución única, tal y cómo existía en Cataluña, y cómo se había planteado en el proyecto de reforma del catastro de Ensenada o en los escritos de Bernardo Ward. Culpó enérgicamente a la legislación del sistema tributario castellano de haber sido la causa principal de la crisis, «diametralmente opuesta a la economía pública», de haber dado «la carga a quien no debe llevarla», y de entorpecer y destruir la industria nacional. Sus ideas las reforzó con la pluma en 1812 con una Memoria sobre la teoría y práctica con que en tiempo de paz pueden equitativamente arreglarse todas las contribuciones de España.
63En paralelo, el problema creado por los Vales Reales exigía de otra reforma urgente. Sus altos intereses iban en detrimento de la economía del Estado, de la agricultura, las artes prácticas y el comercio. Las memorias y proyectos presentados por Dou a las Cortes, sobre la creación de una deuda nacional o la reforma de los vales, fueron significativamente elaborados mediante la consulta y concurso de las autoridades del Principado y de importantes comerciantes gaditanos, lo cual no hacía más que robustecer el protagonismo que adquirió Dou entre el patriciado catalán. Las propuestas fueron desestimadas una tras otra tras escribir una Memoria sobre los medios de hallar dinero para los gastos de la guerra en que está empeñada la España, mediante una deuda nacional con la correspondiente hipoteca, impresa en 1810.
64Ramón Lázaro de Dou demostró su actividad casi inagotable con otro debate —ahora ya como diputado suplente—, pionero, y de gran alcance los años venideros. La controversia afectaba las cantidades que deberían pagar cada uno de los territorios de la Monarquía y las reglas que aplicarían las nuevas diputaciones, una vez abiertas las nuevas Cortes en 1813. En este caso confrontó sus opiniones con el diputado por Granada Miguel Jiménez Guazo, y con los proyectos de los hermanos Galiano, aunque contó con el apoyo de José Canga Argüelles. Dou quiso contrarrestar el informe sobre rentas provinciales de Vicente Alcalá Galiano, antiguo tesorero general en la Junta Central. Nuestro diputado utilizó argumentos de tipo historicista, algo muy común en todos los diputados, ya fueran absolutistas, realistas o liberales, partiendo de la injusta política fiscal recibida por Cataluña de resultas de la guerra de Sucesión, cuando fue tratada «con dureza y crueldad». Barcelona fue destruida en una tercera parte y sus habitantes tuvieron que padecer el escarnio de ver levantada una ciudadela. En otras sesiones Dou ya había comparado la pérdida de libertad de los catalanes y de su sistema constitucional en 1714, con la perdida de la libertad de los españoles de 1808. En el Congreso, los diputados Guazo y Antonio Alcalá Galiano, hermano de Vicente, ya difunto, sostuvieron que Cataluña debía triplicar su catastro para igualarse al castellano. En lugar de novecientos mil pesos tenía que pagar ahora tres millones seiscientos mil. La respuesta de Dou no se hizo esperar: «con demostración matemática se puede hacer ver que en todo el siglo xviii ha pagado Cataluña más que Castilla»46. Las propuestas de Dou tampoco fueron admitidas a discusión, las espadas quedaron en alto esperando reanudar esas polémicas durante el trienio liberal, en 1835 o en 1843, y también motivaron por parte de Dou la publicación de otra memoria titulada: Equivalencia del Catastro de Cataluña con las rentas principales de Castilla, en 1822.
V. — Una lectura mercantilista de Adam Smith
65Después de la guerra de la Independencia, se fue configurando un espacio público autónomo y cada vez más apartado de los círculos de influencia del patriciado tradicional. Aparecieron escuelas científico-técnicas bajo el amparo de la Junta de Comercio. Las cátedras mercantiles, que habían tenido un primer intento de creación en 1775, se reanudaron en 1811 en la Barcelona ocupada. Como es sabido, en 1814 se abrió la primera cátedra de Economía Política, utilizando como libro de texto el Tratado de Economía Política de Jean-Baptiste Say, logro que tuvo otro importante aldabonazo en la senda liberal con la publicación en 1816 de los Rudimentos de Economía Política del profesor de la cátedra Eudald Jaumeandreu.
66Pocos años más tarde, Dou revisó Adam Smith, en La riqueza de las naciones nuevamente explicada (1817) a través de la traducción o «alteración» de José Alonso Ortiz en la segunda edición de 1805. En el libro siguió un método en el que combinaba los escritos de Smith con ejemplos de la legislación española, superponiendo trozos enteros de sus Instituciones para impugnar así las tesis de Smith. Dou calificó a Smith como el «Newton de la economía política», autor de una de las obras más aplaudidas internacionalmente y más dignas de serlo. Con todo, reconocía que había tenido que leer varias veces la obra para entenderla. El libro de Dou se convirtió en una lectura de matices mercantilistas, una apropiación de las ideas de Smith a la realidad de la economía catalana y un intento de compatibilizar las ideas del escocés con la defensa de los aranceles. Convertir a Smith en una especie de «proteccionista catalán».
67Alegó en defensa de sus posiciones que los países que no eran potencias industriales de primera fila, no podían permitirse abrir sus fronteras a la penetración de géneros de otras naciones, a riesgo de perder su propia industria. Además, Inglaterra tampoco sostenía siempre y en cualquier lugar un comportamiento librecambista. De este modo, Dou planteó una estrategia complementaria a la de Smith en lo que se refiere al libre comercio, y una defensa contundente de la industrialización catalana por medio de la política de aranceles. Reconocía algunos de los males de los gremios, pero añadía que también podía decirse lo mismo de las tasas o las leyes suntuarias. «Cuanto más lejos esté una nación de igualar o superar a las otras en industria, tanto más lejos debe de estar de adoptar el sistema de Smith», una sentencia ya expuesta en las Instituciones, lo que demuestra que Dou desarrollaba convicciones adoptadas con anterioridad.
68Nuestro autor consideró el trabajo como la única fuente del valor, al lado de la tierra y el capital, y añadió además los impuestos como las tres fuentes no independientes de riqueza, con lo que en realidad se separó de Smith. Como observó en su día Ernest Lluch, esta fue una posición que tuvo una cierta repercusión entre el mercantilismo inglés y en la tradición económica católica; justamente, Dou creyó ver en Smith —probablemente por desconocimiento de sus verdaderas ideas—, una coincidencia con la postura eclesial sobre el interés y la usura, y la bondad de los tipos reducidos.
69En definitiva, Ramón Lázaro de Dou participó de los rasgos comunes de la ilustración catalana y del programa industrialista de su patriciado dirigente, y ocupó un lugar apreciable en el amplio campo semántico mercantilista. Defendió como pocos la extensión de la bondad del modelo catalán a España, del catastro y del censo enfitéutico. Acumuló un apreciable background de ideas, convirtiéndose en un claro precedente del tradicionalismo y del conservadorismo catalán. Representó además una cierta ética católica capitalista en su análisis sobre la obra de Adam Smith. Finalmente, compartió con los ilustrados españoles su deseo de reformar el sistema, aunque en gran medida sus proyectos naufragaron en Cádiz y en los alborotos populares de la guerra napoleónica.
Notes de bas de page
1 El trabajo forma parte del proyecto de investigación I+D del MEC, «Memoria y olvido de la constitución, 1812-1912», con referencia HAR2009-13529 (2009-2012), dirigido por Antonio Moliner.
2 La frase apareció en el titular de una entrevista concedida al diario El País, de 14 de noviembre de 1996.
3 M. Ramisa, Polítics i militars; Ll. F. Toledano González, «El projecte català per a Espanya».
4 Ll. Ferrer i Alòs, «L’Església com a institució de crèdit»; M. Jiménez, L’Església catalana sota la monarquía.
5 E. Lluch, «Una dotzena de qüesstions jansenistes».
6 F. Valls, La Catalunya atlántica.
7 E. Lluch, La Catalunya vençuda; J. Prats, La Universitat de Cervera.
8 E. Lluch, El pensament econòmic a Catalunya.
9 J. Astigarraga, «Emergencia de la economía política»; J. Usoz, «El enfoque regional del pensamiento económico».
10 Ll. Argemí, Història del pensament econòmic a Catalunya.
11 En concreto, Ernest Lluch le dedicó su capítulo ix titulado «Dou: Adam Smith del mercantilisme», pp. 309-340.
12 S. Almenar, «Economía política y liberalismos en España».
13 J. Beriain, Modernidades en disputa.
14 J. Mª Portillo, Revolución de nación; J. P. Luis, «Cuestiones sobre el origen de la modernidad».
15 J. Fontana, «Les ciutats en la Història de Catalunya».
16 J. V. H. Melton, La aparición del público; F. X. Guerra, A. Lampérière et alii, Los espacios públicos en Iberoamérica; J. Fernandez y J. Chassin (eds.), L’avènement de l’opinion publique.
17 M. Campabadal, La Reial Acadèmia de Bones Lletres.
18 A. García, Barcelona entre dues guerres, p. 54.
19 P. Villar, La ciutat dels cafès.
20 J. Boy, Diccionario teórico, práctico, p. 565.
21 P. Villar, La ciutat dels cafès, p. 39.
22 R. d’Amat i de Cortada, Calaix de Sastre, p. 252.
23 N. Bouvet, La escritura epistolar.
24 J. Guillamet, L’arrencada del periodismo liberal.
25 M. Cantos, F. Durán y A. Romero (eds.), La guerra de la pluma; I. Fernández Sarasola, «La opinión pública».
26 J. Álvarez Junco y G. de la Fuente Monge, El nacimiento del periodismo político.
27 G. Oliver, Relación que don Guillermo Oliver presentó.
28 Ll. F. Toledano González, «Ramón Lázaro de Dou y Bassols».
29 Biblioteca de Catalunya, Fondo del Barón de Castellet, 200/5, carta de los diputados en Cádiz a la Junta Superior de Cataluña (información facilitada por el historiador Jordi Roca Vernet).
30 Respuesta a la Consulta al País de Ramón Lázaro de Dou y Bassols, Cervera (29-VIII-2809), Archivo de la Corona de Aragón, Junta Superior, caja 11.
31 Archivo Histórico Nacional, Consejos Suprimidos (Aragón), legajo 50850, caja 1. Carta anónima escrita «por un hombre docto grave de Salamanca a un amigo y corresponsal suyo en Madrid», mayo de 1794.
32 R. L. de Dou y Bassols, Instituciones del derecho público, t. I, p. xxxi.
33 Ibid., t. IV, p. 339.
34 Ibid., t. III, p. 270.
35 Ibid., t. III, pp. 274-276 y t. V, pp. 180-181.
36 Ibid., t. V, p. 182.
37 Ibid., t. II, p. 19.
38 Sesión de 3 de junio de 1813.
39 Ll. F. Toledano González, «Négociants et fanatiques».
40 Sesión de 23 de enero de 1811.
41 Sesión de 1 de junio de 1811.
42 F. Sánchez Salazar, «La redefinición de los derechos de propiedad».
43 J. Millán, E. Tello y G. Jover, «La crisi de coexistencia de les formes de propietat».
44 No puedo estar más de acuerdo con lo apuntado por R. Congost en «L’emfiteusi a Catalunya», pp. 205-214.
45 R. Congost, Tierras, leyes, historia.
46 Sesiones de 11 de junio de 1813 y de 19 de julio del mismo año.
Auteur
Universitat Autònoma de Barcelona
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