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Alcance e impacto de la minería provincial hispanorromana

p. 261-272


Texte intégral

1La investigación sobre minería antigua en la Península Ibérica ha experimentado en las últimas décadas un desarrollo notable, como es evidente en los trabajos que integran esta publicación. El grupo de investigación Estructura Social y Territorio - Arqueología del Paisaje del que formamos parte ha sido uno de los que más ha contribuido a tal actividad y este trabajo pretende ofrecer una visión muy resumida, también necesariamente parcial por los propios requerimientos del espacio disponible, de los resultados obtenidos en sus últimas investigaciones1. Su contenido pretende abordar diversos aspectos referidos a la minería antigua, desde las cuestiones relacionadas con la infraestructura y las técnicas mineras, pasando por su incidencia en la ocupación y explotación del territorio, hasta su contexto social o político. Como es lógico, vamos a basarnos preferentemente en aquellas zonas donde se han centrado nuestros proyectos de investigación y donde, por lo tanto, se han producido las mayores novedades al respecto.

2Las zonas de trabajo han sido esencialmente dos. En el territorio astur nuestro equipo ha seguido trabajando en torno a la singular Zona Arqueológica de Las Médulas y su entorno más próximo, tanto en el Bierzo como en cuenca noroccidental del Duero. La segunda zona se sitúa en el nordeste de Lusitania. Allí hemos investigado durante varias campañas de campo las minas ya conocidas, pero poco estudiadas, de Las Cavenes (El Cabaco, Salamanca), especialmente importantes tanto para el estudio de las diversas fases de la explotación romana, como para comprender su conexión con la actividad agraria y la explotación integral del territorio. En menor profundidad y con el apoyo de colegas portugueses de Coimbra, también se han realizado trabajos de prospección y fotointerpretación dentro de la cuenca de los ríos Erjas y Bazágueda (frontera lusoespañola), que han facilitado su mejor conocimiento y el descubrimiento de nuevas minas de oro.

I. — El peso de la minería en Hispania: alcance de los estudios, construcciones de nuevas hipótesis y líneas futuras

3Buena parte de los avances que han hecho posible en los últimos tiempos profundizar en el conocimiento de la minería antigua se deben a la adopción de enfoques renovados e integradores en la estrategia de su investigación. La finalidad última de esos nuevos enfoques ha sido liberar la investigación sobre la minería de particularismos y facilitar su comprensión dentro del proceso histórico que llevó a la conversión de Hispania en provincia romana. Se trataba, por un lado, de romper con los modelos tradicionales que la consideraban una actividad económica marginal y que minimizaban por lo tanto su importancia por falta de relevancia, de modo que todo quedaba considerado como excepcional por tratarse de casos vinculados a una actividad especial. Pero también era necesario eludir las tendencias que la veían como algo extraordinario, dotado de una importancia que superaba la de cualquier otra actividad y que maximizaban por lo tanto su impacto a través sobre todo de magnitudes cuantificadas de forma abusiva, generalmente basadas en apreciaciones actualistas. Los recientes enfoques integradores son compartidos por los estudios sobre minería prehistórica, donde las interpretaciones han ido también hacia una valoración más comedida de las actividades minero metalúrgicas como motores del cambio social en la historia preindustrial en general y de la Península en particular1.

4Un aspecto capital en la transformación apuntada ha sido el cambio de las aproximaciones metodológicas en los estudios sobre minería antigua. En resumen, se ha pasado de una simple yuxtaposición de los conocimientos técnicos e históricos generados desde sus correspondientes autorías disciplinares, a través de la fase de las ciencias aplicadas a la arqueología, hasta alcanzar por fin la integración más allá de las disciplinas aisladas y la constitución de grupos de investigación de colaboración interdisciplinar2.

5Esa colaboración ha permitido a su vez orientar los estudios sobre la incidencia de la minería hispana dentro de unos marcos espaciales y temporales coherentes, tanto con el contexto histórico sobre el que actuaban, como con el ámbito geográfico en el que se producían. Esto ha hecho, por una parte, que tales estudios adoptasen claramente un formato regional o comarcal, escala en la que ha sido posible considerar el desarrollo de la minería antigua si no de una forma holística, muy difícil de conseguir por los medios humanos y técnicos que ello supone, sí al menos comprendiendo los factores más relevantes implicados en el estudio: su integración en las formas de explotación y ordenación del territorio, según se verá más adelante. Todo ello desde una perspectiva diacrónica, es decir como explicación de un proceso histórico que muy frecuentemente sobrepasa en sus antecedentes o consecuentes, en su evolución, las etapas culturales concretas y de corto alcance y contribuye notablemente a comprender transformaciones y cambios de más largo recorrido como, por ejemplo, la transición entre las fases prerromanas y romanas. Desde el primer momento, esa escala comarcal y esa perspectiva diacrónica ha marcado nuestra investigación de las zonas mineras, particularmente en el noroeste peninsular. Como hitos de referencia pueden ponerse los trabajos de Javier Sánchez-Palencia y Mª Dolores Fernández-Posse en los años 70-80 de la pasada centuria entorno a la Cabrera Alta y Baja y la Valderia3, donde de inició la definición y caracterización de los modelos de asentamiento y ocupación del territorio prerromano y romano4; el trabajo de A. Orejas sobre la Cuenca noroccidental del Duero5, que sirvió para revisar esa misma cuestión e insertar plenamente las labores mineras, previamente estudiadas en profundidad por equipos de la Casa de Velásquez6, en un amplio contexto sobre la estructura social y la explotación integral del territorio de esa zona astur; la síntesis de I. Sastre7 sobre Asturia como ejemplo de provincialización donde predomina una ordenación eminentemente rural y, ya en época más reciente, la síntesis general realizada sobre la Zona Minera de Las Médulas y su entorno como ejemplo destacado de un paisaje cultural minero antiguo8.

6Tales estudios de alcance regional o comarcal están, por otro lado, muy bien representados a escala europea, como se puede constatar en los Atlas de zonas mineras de Europa, publicados con motivo de una acción COST G2 PASTA bajo la dirección de A. Orejas9 y en varios de los volúmenes surgidos de la colaboración europea a través de la Acción COST A27 LANDMARKS10. Pero, más allá de sus resultados concretos, esos estudios de alcance regional nos han situado en condiciones de plantear renovadoras hipótesis de trabajo y nuevas interpretaciones. En último término han permitido construir unos modelos de zonas mineras contrastables a escala provincial romana y avanzar notablemente en el estudio de aspectos relacionados con la estructura social en esas mismas zonas mineras considerando esta actividad en el marco global de explotación de recursos provinciales.

II. — La minería y la explotación de los recursos provinciales, el contexto socio-político de la puesta en marcha de las explotaciones

7Centrándonos ahora en el caso de las dos grandes zonas mineras auríferas referidas al principio, las del territorio meridional de Asturia y las del sureste de Lusitania, las interpretaciones realizadas sobre diversas fuentes documentales nos permiten poner de relieve una serie de puntos clave para entender el inicio de las labores mineras y el amplio contexto socio-político en el que se sitúan. Nuevamente, hay que subrayar en ellos la importancia de combinar las perspectivas desde la Arqueología y la Historia Antigua:

  • La puesta en explotación de las minas se sitúa en el contexto inmediatamente posterior a la conquista, aquel en el que se produce la de definición del suelo y de las comunidades provinciales sometidas, es decir, la explotación y regulación tributaria de los recursos provinciales. El texto del Edicto del Bierzo es una excelente muestra de la complejidad de esta etapa y la precocidad de las intervenciones estatales romanas11. Tales intervenciones están evidenciando ya en una tempranísima fecha, el 15 a. C., tanto la existencia de una ordenación del suelo como de unas prácticas imperialistas que iban a propiciar la diferenciación social desde el primer momento a favor de los intereses romanos.

  • En el noroeste peninsular se trata básicamente de la configuración de civitates (cuyas denominaciones aparecen en la epigrafía y en textos como los conocidos de Plinio o de Ptolomeo, más tarde), relacionada con un cambio radical en la estructura de las comunidades, social y territorial (y no sólo en zonas mineras), aspecto que queda nítidamente reflejado en el registro arqueológico.

  • La definición territorial de las civitates implicó a su vez la creación de nuevas entidades reconocidas por Roma, sometidas como peregrinas tras procesos de deditio. Esto se tradujo básicamente en exigencias fiscales sobre el ager tributarius. En este punto las diversas y complejas piezas que inciden en la organización de las zonas mineras empiezan a encajar.

8Un aspecto clave es la articulación de minas y ciuitates. La explotación de las minas se inicia en el marco de unos particulares intereses del Estado romano y paralelamente a la constitución de las entidades político-administrativas que son la base para la explotación de los recursos y para el control de las poblaciones provinciales. Es la dominación tras la conquista la que permite:

  • La determinación de espacios conservados bajo control del Estado (el fisco) como ager publicus (metalla publica), «extraterritoriales» o mejor, con una territori5alidad específica (controlada por el procurator metallorum) y dinámica.

  • La construcción del mapa de civitates peregrinas según hemos propuesto ya bajo la figura mencionada por los agrimensores del ager mensura comprehensus, tal y como aparece definida por Frontino12, asignado uniuersus modus a la comunidad, figura que parece ligada a intervenciones en etapa augustea.

  • Todo ello en un proceso conflictivo, como indica el mismo texto del Edicto con descis-centes y los que permansisse in officio.

9El control fiscal se convierte en la marca del sometimiento y en el mecanismo más eficaz de ejercicio del poder efectivo sobre el suelo y las comunidades. Del mismo modo la inmunidad se convierte en marca de premio (inmunidad al castellum de los paemeiobrigenses, en el citado edicto) y origen de desigualdades en el seno de la comunidad peregrina.

III. — Los sistemas de explotación como elementos de diferenciación: el filtro de la tecnología y las aportaciones de la arqueominería

10En los anteriores puntos hemos desarrollado una serie de conceptos relacionados con el marco geohistórico: la imbricación en una política provincial que contemplaba de explotación de todos los recursos y el marco administrativo y jurídico en el que se inscribía la explotación de los recursos mineros.

11Cuando hablamos de la tecnología romana como conjunto de conocimientos que condicionaron los sistemas de explotación, consideramos habitualmente la información transmitida por las fuentes literarias clásicas (la Geografía de Estrabón, la Historia Natural de Plinio el Viejo, etc.) o, en el mejor de los casos, su «contrapartida» en las evidencias sobre el terreno, sean positivas o negativas. En realidad la cuestión es más compleja y por lo tanto el camino metodológicamente debe ser bidireccional y estar en permanente contraste. Vamos a acudir a dos ejemplos que ponen en evidencia esa necesaria contrastación.

Los sistemas de prospección aurífera a partir de los trabajos de campo y la Historia Natural de Plinio

12Partimos de que los conocimientos geológicos romanos serían equiparables a los que en la actualidad consideramos propios de la Geología Económica y la Petrología13, ya que se interesan por el origen de los metales y de los minerales y lo hacen para comprender su utilidad y poder así llevar a cabo su explotación. En ese contexto hay que entender la diferenciación de los yacimientos auríferos y de las diversas fases de su prospección que propuso Plinio (Naturalis Historia, XXXIII, 67)14:

— El aurum fluminum ramentis es, literalmente, el oro en raeduras de los ríos, o sea, las partículas del preciado metal que se encuentran en los placeres fluviales móviles transportados por los ríos y arroyos que drenan las zonas auríferas. El nombre es muy descriptivo y apropiado porque efectivamente se trata de oro «raído» de las rocas o tierras que erosionan las corrientes de agua a su paso. Una vez conocido ese hecho de forma empírica, lo primero que se hacía cuando se buscaba el metal precioso era obtener en los ríos el segullum o segutilum, nombre que daban al oro que quedaba depositado en el fondo de la batea después de lavar la tierra aurífera. Esa muestra les servía de indicio para conocer la riqueza aurífera de la zona donde se bateaba. De esta forma, la técnica del bateo, conocida ya por las poblaciones prerromanas del noroeste y aplicada por ellas para la explotación artesanal de los placeres fluviales (Estrabón, III, 2, 8 y 9), adquirió un nuevo significado y una función de mayor alcance, puesto que se convirtió en un procedimiento sistemático de prospección, equivalente a lo que hoy se denomina muestreo a la batea. Investigaciones geológicas, como las realizadas por V. Suárez15 en torno a los yacimientos primarios explotados por los romanos en la cabecera del río Narcea (Allande, Asturias), habían demostrado ya la eficacia de este sistema de prospección a la batea. Para corroborarlas, nuestro equipo de investigación llevó a cabo más recientemente una cam paña de prospecciones geoarqueológicas en la Zona Arqueológica de Las Cavenes (El Cabaco, Salamanca)16 (fig. 1, p. 265). Ambos ejemplos constituyen un acercamiento experimental para entender los pasos dados por los romanos para descubrir a través de los placeres fluviales los yacimientos auríferos consolidados, primarios y secundarios, que a la postre explotaron.
— El aurum talutium es el oro encontrado en superficie cuando la tierra subyacente también es aurífera. No se diferencia como una de las tres formas en que puede aparecer el oro (Plinio, Naturalis Historia, XXXIII, 66), puesto que de hecho no lo es, pero dentro de ese concepto de Geología Económica que tiene su discurso posee una importancia que hasta ahora no se ha valorado adecuadamente, según quedó demostrado en los trabajos sobre Las Cavenes. Su significado real es el de un segundo paso del proceso prospectivo, realizado fuera de los cauces fluviales —que era el caso del muestreo a la batea o segullum— que se ejecuta a través de la remoción de terrenos consolidados. Los trabajos que documentan la búsqueda del aurum talutium en todo el cuadrante noroccidental son muy numerosos. Aparecen por doquier desde las labores en aluvión de la zona lusitana de Penamacor-Meimoa (Castelo Branco, Portugal)17 hasta las cortas sobre yacimientos primarios alterados del Puerto del Palo y del río del Oro (Allande, Asturias)18, pasando por los espectaculares desmontes sobre secundario de Las Miédolas de Las Omañas19, por poner sólo unos ejemplos. Las trincheras y lavados superficiales que se aprecian en todos ellos, que han quedado ya aislados y desvinculados de la red hidráulica, permiten deducir que la labor en ellos emprendida no debió prosperar, puesto que, en tal caso, se habrían realizado cortas más grandes y no se habrían conservado. Por ello, lo más coherente es interpretarlas como trabajos superficiales que documentarían el intenso trabajo de prospección romano antes del inicio de la explotación sistemática. Este tipo de sondeo realizado en la búsqueda del aurum talutium, confirmado o no en la aurosa tellus subyacente, permitiría, como un segundo paso tras el muestreo a la batea, ir delimitando las áreas donde la ley de oro era más interesante. El aurum talutium con ese sentido de prospección tendría especial relevancia en los yacimientos secundarios, donde se documenta ese tipo de lavado superficial casi siempre, salvo que el yacimiento sea de muy pequeñas dimensiones. Pero también debió practicarse en los yacimientos primarios, en particular cuando se trataba de rocas alteradas, caso muy frecuente, y que por ello podían tener auténticas concentraciones en su superficie o en sus inmediaciones. Un ejemplo muy claro serían las labores realizadas sobre los coluviones periglaciares, depósitos fluvio-glaciares, eluviones o arrastres de ladera de la Sierra del Teleno (León)20 o los menos extensos y de características parecidas existentes en las cabeceras de los arroyos de la margen izquierda del río Cabrera (León). En algunos casos puede resultar difícil discernir si se trata de labores de prospección o son pequeñas labores justificables por sus leyes relativamente elevadas.

Fig. 1. — Resultado del muestreo a la batea llevado a cabo en 2001 en las inmediaciones de la mina de oro de Las Cavenes de El Cabaco

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La adecuación morfológica de los sistemas de explotación en las zonas mineras de acuerdo con el período y el régimen de laboreo

13Como es lógico, el interés mostrado por el poder romano en las minas varió según los momentos y según el tipo de metales extraídos. Desde las primeras noticias sobre la explotación en la fase republicana de las minas de Carthago Noua y Sierra Morena, tenemos constancia del interés del Estado romano por apropiarse de recursos mineros. En las zonas mineras del levante y mediodía peninsular, en una primera fase, Roma obtuvo beneficios canalizados a través de vectigalia, y algunos itálicos se enriquecieron gracias a la explotación de estos recursos21. Las zonas mineras eran consideradas agri publici. Tanto los textos antiguos como el registro material reflejan la intensa actividad en estos sectores hispanos, quizás sólo comparables en ese momento a las explotaciones de Macedonia.

Fig. 2. — Fotografía aérea de 1962 de un sector de las minas de oro de época republicana de La Bessa (Biella, Italia)

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14En el caso de las labores para el beneficio de oro, su explotación ha dejado impresionantes vestigios y, al contrario con lo que ocurre en las que acabamos de referir, la actividad moderna apenas ha alterado su topografía. En la época en que se estaban iniciando en la Península las explotaciones de zonas como las de Cartagena - La Unión o Sierra Morena, en el norte de la península itálica se desarrollaban las famosas explotaciones auríferas sobre yacimientos de origen fluvioglaciar de la Bessa (Biella, Italia), datadas entre fines del siglo ii y mediados del i a. C.22, a las que Plinio se refiere cuando habla de la ley censoria de las minas de oro de Victumulae en el territorio de Vercelli, por la que se prohibía que los publicani que las explotaban tuviesen en el trabajo más de cinco mil hombres (Plinio, Naturalis Historia, XXXIII, 78). La morfología que poseen estás minas de oro es bastante irregular (fig. 2), fruto de un sistema de explotación sin duda fraccionado, y tal irregularidad resalta aún más cuando se compara con la uniformidad geométrica de labores en contextos geomineros similares del noroeste de Hispania, pero ya de época altoimperial23 (fig. 3, p. 268).

15Sin duda, esa configuración morfológica de las zonas mineras republicanas no es casual y está relacionada con un sistema de locationes o bien de occupationes: cada explotación recaía íntegramente en él o en los adjudicatarios de la misma. Ellos eran responsables de la preparación de los yacimientos, del desarrollo de las labores extractivas, de la resolución de problemas de seguridad o relacionados con el agua y seguramente del tratamiento del mineral. En definitiva, este ejemplo muestra que la contribución de la arqueominería no se restringe a la identificación e interpretación morfológica, sino que permite construir nuevas interpretaciones o completar documentalmente las existentes y abrir así sólidas hipótesis de trabajo.

Fig. 3. — Fotografía aérea del vuelo americano (1956) de las labores de oro romanas de época altoimperial de Las Miédolas de Las Omañas (León)

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IV. — Las minas y las comunidades locales, el trabajo en las minas

16Los enfoques adoptados desde la Arqueología del paisaje y las aproximaciones territoriales al registro material resultan también especialmente pertinentes para nuestros objetivos porque nos conducen al estudio de las relaciones surgidas entorno a las zonas mineras, cuyas dinámicas configuraron en el pasado los espacios sociales.

17Las investigaciones sobre el trabajo en las minas se sitúan en la encrucijada de varias tendencias en la investigación reciente, en particular las investigaciones sobre arqueominería y arqueometalurgia que han tenido en cuenta la vertiente social, en especial la obra de Cl. Domergue24, que supo mostrarnos que el registro material arqueominero puede leerse en términos sociales; y los estudios sobre formas de dependencia en la Antigüedad, que han ido mostrando la complejidad de las relaciones sociales y que el sometimiento de individuos y comunidades en el sistema imperialista romano no pasó necesariamente por la esclavitud, sino que históricamente presenta un panorama mucho más rico, complejo y cambiante.

18En nuestra investigación siempre hemos tratado de entender las relaciones establecidas en torno al trabajo en las minas en el marco de la organización provincial romana, en su contexto geopolítico y cronológico25. La explotación del trabajo en minas públicas no es algo que pueda considerarse al margen de la organización administrativa, las regulaciones jurídicas, las imposiciones fiscales y la ordenación de territorios en suelo provincial. Nuestra propuesta forma parte de un proceso de «rehistorización» de la minería antigua.

19La concepción del trabajo en las minas está estrechamente ligada a la percepción misma de las minas en el pasado y en el presente26. Ya las escasas referencias en escritos de autores antiguos dejan constancia de lo antinatural del trabajo en las minas (por ejemplo, Séneca, Naturales Quaestiones, V, 15). Se describen las minas como auténticos hormigueros humanos (Carthago Noua o la mencionada zona de Victimulae), la explotación del oro del noroeste peninsular como un trabajo de gigantes (Plinio, Naturalis Historia, XXXIII, 70), el peligro, la esterilidad de los territorios ricos en minas, su carácter periférico geográfico y mental (Plinio, Naturalis Historia, XXXIII, 67 y 96 para la Península Ibérica; Estrabón, IV, 6, 6-7 para territorios mineros alpinos), las condiciones de trabajo (como las que describe Agatárquides sobre las minas del Egipto ptolemaico: Diodoro de Sicilia, III, 12,1-14,5), la contaminación27, la oscuridad del mundo subterráneo… A estas imágenes se unen las más cercanas a nosotros de la minería industrial a gran escala o de la explotación de yacimientos en función de una economía de mercado globalizada, y las connotaciones negativas a ella asociadas. Pese a no ser comparables son referentes muy asumidos.

20La amplitud de la escala, la agresión a la naturaleza, la dureza del trabajo son ideas ligadas a la extracción minera. No es extraño, por lo tanto, ante la espectacularidad de restos de explotaciones antiguas, como el caso de Las Médulas, que se asumiese de una forma irreflexiva, como se hacía hasta no hace mucho y aún se puede leer en noticias generales, que tales labores sólo pudieron ser producto del trabajo de miles de esclavos.

21Como venimos haciendo en los anteriores apartados, abordar el entramado de relaciones sociales y de poder en el que se entiende el trabajo en las minas exige atender, sin jerarquizarlas, a varias cuestiones: el registro material relacionado con la ocupación y la explotación del territorio en zonas mineras, la documentación escrita y el contexto geopolítico de la explotación de las minas.

22Centrándonos en las explotaciones del cuadrante noroccidental de Hispania, ya Claude Domergue28 avanzó explicaciones en dos líneas esenciales contra la opinión generalmente asumida de la existencia de una mano de obra fundamental o exclusivamente esclava en las minas de oro. Por una parte, en términos de rentabilidad, argumentó que el empleo de esclavos públicos habría supuesto un coste más elevado que la producción misma de la explotación. Por otra parte, las características del hábitat de las zonas mineras y del registro material encontrado en su interior indican que se trataba de poblaciones rurales, libres, sin ningún tipo de estructura poblacional de confinamiento y que podían desplazarse libremente por la zona. Resumiremos a continuación nuestras aportaciones al respecto, a partir de las investigaciones realizadas, tanto a partir del cada vez más rico registro arqueológico, como a través de las fuentes literarias antiguas.

El registro arqueológico

23Sintetizando los aspectos esenciales que ahora nos interesan, en las zonas mineras del noroeste peninsular, es evidente la necesidad por parte del Estado romano de ejercer un control territorial a gran escala para garantizar la explotación minera: no sólo sobre las grandes áreas de ager publicus (para garantizar el funcionamiento de los frentes de explotación, el trazado de la red hidráulica o la evacuación de los estériles), sino también para asegurar las relaciones territoriales cambiantes con las comunidades vecinas, cuya definición territorial pudo verse modificada según el proceso de explotación.

24Se detecta en estas zonas un poblamiento rural indígena cuyo registro arqueológico muestra su autoctonía. En especial a lo largo del siglo i se documentan ajuares domésticos con predominio de producciones locales conocidas como «de tradición indígena» y formas de construir y materiales locales. Estos rasgos han servido estas para hablar de pervivencias del registro prerromano y de una débil romanización; en realidad características se insertan en patrones de poblamiento y en un marco de relaciones territoriales radicalmente distinto al de la última etapa castreña. Por el contrario, no hay indicios de llegada de mano de obra exterior, de modo que, de ser entendida esta mano de obra en términos de esclavitud, habría supuesto una esclavización colectiva de las comunidades locales.

25Lo esencial es que ese poblamiento se inserta en una configuración espacial, funcional y morfológica radicalmente distinta a la documentada en el registro prerromano de estas mismas zonas. Es evidente que se produce un reajuste en la distribución, lo que implicaría desplazamientos a escala comarcal o regional y el aumento de población en sectores de explotación o construcción y mantenimiento de la red hidráulica, pero no es detectable un crecimiento demográfico si se pasa a la escala comarcal29. En la redistribución influyó sobre todo la creación de civitates y evidentemente, en ellas, los intereses del fisco y, por lo tanto, la minería.

26Las comunidades instaladas en el entorno inmediato de las minas no están, sin embargo, exclusivamente dedicadas a las labores mineras. Claramente desarrollan otras actividades, lógicamente agropecuarias. No puede hablarse de una sectorialización, sino más bien de un carácter complementario y poco especializado de la economía de estas comunidades. Un ejemplo muy claro al respecto es el poblado metalúrgico de Orellán en Las Médulas30; a pesar de su proximidad a los frentes de explotación de la mina, su característica más relevante es una intensa actividad siderúrgica, pero además posee un registro en el interior del poblado relacionado con una variada actividad agropecuaria campesina, que está corroborada por el registro paleoambiental de un entorno ampliamente cultivado. Algo semejante ocurre en la zona minera de Las Cavenes de El Cabaco (Salamanca)31; aquí, en medio prácticamente de las labores mineras, entre sus frentes de explotación, no sólo se instaló un poblado campesino obviamente relacionado con la mano de obra minera, sino que se documentan unas terrazas de cultivo fosilizadas de época romana cuya explotación se pudo hacer en parte con el aprovechamiento de la red hidráulica de las propias minas.

27Es más, está claro que en las zonas mineras del noreste peninsular se produjo una diversificación e intensificación global en el poblamiento y en la explotación agraria, con la ocupación entorno a las minas de espacios especialmente fértiles obviamente destinados a una producción de excedentes. Nuevamente hay que reiterar que se trata de poblaciones en las que puede darse un trabajo especializado, el minero o el metalúrgico, pero llevado a cabo por comunidades campesinas no especializadas. En una perspectiva diacrónica, esas nuevas tareas al servicio de los intereses romanos suponen lógicamente una diferenciación y diversificación funcional dentro del patrón de asentamientos respecto a época prerromana: si en la fase prerromana la unidad social, la comunidad, y de territorialización era el castro, la ordenación romana impone una nueva estructura de referencia administrativa y territorial, la civitas, que se convirtió en el marco de articulación de nuevas relaciones sociales.

28Evidentemente, junto a esas poblaciones rurales no especializadas, fue imprescindible una presencia de mano de obra cualificada que atendiese a la planificación y coordinación de los trabajos y de sus aspectos técnicos. A este respecto, sabemos de la presencia de la administración romana en estas zonas y tenemos testimonios, conocidos desde antiguo, de la actividad de militares posiblemente en relación con labores técnicas32.

Las fuentes escritas

29Aparentemente el carácter ambiguo de las escasas referencias directas a la mano de obra en las minas del noroeste peninsular no resuelve nada. Pero esa indefinición es significativa: según Plinio33 son simplemente operati y según Floro34 astures. En ambos casos, lo más congruente es entender que están refiriéndose a las poblaciones locales (astures) que desarrollan trabajos (operae) en las minas. La clave es definir la naturaleza de esas operae, tanto en términos de condición socio-jurídica del trabajo, como en términos de las tareas materiales desarrolladas y su ritmo. Por el momento sólo podemos responder muy parcialmente a estas cuestiones. La documentación epigráfica proporciona algunas pistas al respecto35.

30En primer lugar, hay escasas menciones a esclavos en zonas mineras y nada indica que estén ligados al trabajo en las minas; parecen básicamente domésticos, como el caso de Lubaecus Cabruleicus, siervo de Nomia y Longinus Lusitanus36. Lógicamente, sólo una parte de las comunidades locales está presente en el registro epigráfico que, en estos casos, no refleja la existencia de un cuerpo cívico, pero sí la articulación de grupos de poder de alcance local. Más adelante volveremos sobre este punto.

31Aunque reiteradamente se ha llamado la atención sobre la existencia de inmigrantes en las zonas mineras, extrayendo a partir de ello diversas interpretaciones37, es escasa la presencia de gentes que no procedan de los conventus del noroeste: nueve clunienses (ocho en Tres Minas, uno en el Turienzo), un uxamense en el Narcea, además de un lusitano en el Turienzo. El mismo origen comarcal tienen los antropónimos conocidos en las inscripciones de los canales38.

32Hemos visto en anteriores apartados cómo se fijan los parámetros básicos del control territorial que hizo posible la explotación de estos territorios provinciales desde momentos tempranos. Además de la riqueza metalífera, el recurso que indudablemente más interesaba a Roma de estas comunidades próximas a los yacimientos auríferos era su empleo en ellos como mano de obra. Los datos arqueológicos y del registro escrito convergen en su interpretación en términos de trabajo tributario, algo en absoluto ajeno al mundo antiguo (recordemos las referencias a operae y munera en comunidades de diverso tipo). Obviamente, esto no excluye la recaudación de otro tipo de tributos (básicamente producción agraria).

33La lectura en términos de civitas permite entender mejor la relación entre trabajos especializados y complementariedad de las actividades desarrolladas a escala comarcal. Según la concepción de Roma, estas civitates funcionaron internamente de manera bastante autónoma (según el ius peregrinum), tributaban globalmente y como unidades fiscales canalizarían el trabajo. Pero ¿mediante qué mecanismos se efectuaba la exacción de ese trabajo-tributo? Nos referimos a la distribución de cargas, al tipo de tareas asignadas, a su distribución estacional… Evidentemente el papel de los intermediarios entre la comunidad y la administración romana de las minas era esencial, y seguramente es una de las claves para entender las diferencias sociales que se van marcando en el seno de los grupos indígenas y distanciándose en su relación con Roma, como marca el Edicto del Bierzo respecto al castellum de los paemeiobrigenses39. También el registro material permite detectar esas diferencias: la difusión desigual del modelo de domus (tanto en términos de planta como de ornamentación) y la distribución desigual de productos como las cerámicas de mesa o el vidrio, etc., según se puede comprobar comparando los diversos asentamientos documentados, por ejemplo, en la zona de Las Médulas40. Del mismo modo, el registro epigráfico indica cómo un grupo asume prácticas romanas como expresiones de nuevas pautas religiosas y funerarias. El registro epigráfico se presenta así como una rica fuente para entender el proceso de configuración de grupos de poder en estas civitates, que aseguran su posición por su intermediación ante la administración romana mediante el establecimiento de redes locales de base clientelar. Podemos proponer que muy verosímilmente su papel como «gestores» de la aportación de las civitates de trabajo a las minas contribuyó en algunos sectores de forma notable a su consolidación y promoción (el caso de Bergidum constituye un buen ejemplo con relativamente bastantes ciudadanos y algunas carreras notables como la del flamen provincial C. Valerius Arabinus)41.

34En último término, la explotación del trabajo en las minas de oro del noroeste peninsular produce un beneficio directo al fisco —que extrae el metal necesario para las acuñaciones de suelo público y, a la par, lleva a cabo una explotación fiscal de la población como mano de obra—, y un beneficio indirecto al grupo que establece una relación de colaboración con respecto al poder romano, facilitando el acceso a los recursos necesarios. Estas minas se entienden así en el contexto gestado en el Principado de explotación de recursos y poblaciones provinciales. Pero, dentro de las mismas coordenadas, las formas de explotar los recursos provinciales no siempre fueron iguales.

V. — Un punto de referencia y contraste: las minas altoimperiales del suroeste peninsular

35Los periodos de máxima actividad en las explotaciones del suroeste peninsular y en las minas de oro del noroeste fueron básicamente contemporáneos, pero con rasgos marcadamente distintos en los aspectos que ahora nos ocupan42. Las distintas formas de intervención en el suelo provincial marcan las diferencias; como es sabido el beneficio altoimperial de los yacimientos del suroeste se basó en un sistema de explotación de las minas como res fiscales bajo la forma de concesiones, que implicaba que la responsabilidad de la explotación pasaba, básicamente, a los coloni que habían adquirido derecho de explotar los pozos, mediante occupatio o assignatio (Vip. II, 18) y tras el pago de un pretium para iniciar los trabajos y de la pars dimidia ad fiscum pertinens. Ellos mismos se encargaban, como refleja la ley de Vipasca, de la organización de las labores. Sólo tareas relacionadas con la planificación global de la explotación, la infraestructura común (galería de evacuación) y la seguridad estarían directamente bajo responsabilidad del fisco (que pudo recurrir a esclavos, condenados, tributo). Los bronces de Vipasca indican que los trabajadores eran libres-asalariados o esclavos (mercenarii, servi) y los beneficios directos de las explotaciones tenían dos destinos: a) el fisco imperial (que lo recibe en forma de diverso tipo de tasas), y b) los coloni que comercializarían el metal extraído. Nos parece que las necrópolis vinculadas a los sectores de explotación y la epigrafía de estas zonas43 son buenos indicadores de las diferencias sociales configuradas en torno a estas minas. En nuestra opinión son los coloni los que quedan reflejados en la epigrafía de estas zonas, casi exclusivamente funeraria.

36Tendría que tratarse de individuos con recursos propios y/o capacidad de asociarse para entrar en el procedimiento establecido por el fisco y controlado por el procurator y su officina. En la mayor parte de los casos se trata de onomástica indígena romanizada (Pontio Caburo, Cilius Cularus…), pero la epigrafía refleja, de hecho, la existencia tanto de peregrinos como de un grupo de ciudadanos romanos o latinos como el interamnico de la tribu Galeria Publius Plotius P.f. Reburrus44. Muchos proceden de áreas vecinas (Arucci, Turobriga, ambas cerca de Aroche, también de Talabriga y Lacinimurga), pero también este registro da cuenta de la llegada de gentes de otras áreas que interpretamos como parte de esos coloni que acuden al suroeste; en algunos casos lo hacen desde civitates algo más lejanas como Olisipo, Arabriga, Serpa o Emerita, pero también desde el noroeste, la Lusitania septentrional y la Meseta Norte: limici, interamnici, o individuos originarios de Novaugusta y Termes. Hay además onomástica indicativa de procedencia de estas regiones (Reburri, Camalus, Boutia, Avellius, Ovatius, Galucus y uso de la C invertida).

37Un aspecto esencial que falta por investigar en profundidad es la relación de estos metalla con las comunidades vecinas: Vipasca y Pax Iulia; Riotinto y Arucci o Turobriga; las minas onubenses y las comunidades de La Campiña. También la onomástica documentada en diversas zonas mineras y el significado de la repetición de nombres en la epigrafía de estas zonas y en los núcleos cercanos (Baebii, Vivii, Sertorii), de forma que habría que analizar mejor la implantación de estas familias.

38Como vemos, el trabajo en las minas públicas del occidente de la Península no se basó en esclavización sistemática de poblaciones locales, ni en la aportación de esclavos públicos procedentes de otras zonas. Resultó, sin embargo, clave en el noroeste peninsular la explotación de mano de obra local y libre que forma parte de estructuras sociales, fiscales y administrativas como marco de explotación. Un mejor conocimiento integrado del registro en el suroeste podrá llevar a caracterizar mejor a su vez la mano de obra de esas minas y la relación de los metalla con las civitates vecinas. La variedad de las soluciones adoptadas depende básicamente de los intereses fiscales y no es independiente de la construcción y consolidación de tramas de poder a diversos niveles. En fin, hay que subrayar que la integración de las diferentes fuentes documentales es esencial, al igual que tener en cuenta una perspectiva territorial amplia y el correspondiente juego de escalas. Cubrir los diversos registros de información puede dar visibilidad a grupos sociales que dejaron huellas de diverso tipo y avanzar en la lectura histórica de las relaciones económicas, sociales y políticas que tomaron forma en las zonas mineras hispanas.

Notes de bas de page

1 I. Montero, El origen de la metalurgia; S. Rovira et alii, La primeras etapas metalúrgicas, t. I; G. Delibes e I. Montero (coords.), Las primeras etapas metalúrgicas, II; S. Rovira y P. Gómez, Las primeras etapas metalúrgicas, t. III.

2 Cl. Domergue, «Dix-huit ans de recherche», pp. 8-12; A. Orejas et alii, «Minería y metalurgia».

3 F.-J. Sánchez-Palencia y Mª D. Fernández-Posse, La Corona y el Castro de Corporales I; Mª D. Fernández-Posse y F.-J. Sánchez-Palencia, La Corona y el Castro de Corporales II.

4 Mª D. Fernández-Posse, La investigación protohistórica, pp. 197-234; Mª D. Fernández-Posse, F.-J. Sánchez-Palencia, «Las comunidades campesinas».

5 A. Orejas, Estructura social y territorio.

6 Cl. Domergue y G. Herail, Mines d’or romaines d’Espagne.

7 I. Sastre, Las formaciones sociales rurales.

8 F.-J. Sánchez-Palencia et alii, Las Médulas.

9 A. Orejas, Atlas historique, t. I y II.

10 Entre las publicaciones surgidas en relación con esta red de colaboración y que abordan casos de estudio de zonas mineras antiguas: L. Lévêque (ed.), Paysages de mémoire; M. Ruiz del Árbol et alii (eds.), Journeys through European Landscapes; F. Reduzzi (ed.), Sfruttamento, tutela e valorizzazione del territorio; C. bartels et alii (eds.), Landmarks; C. Bartels y C. Küpeer-Eichas (eds.), Cultural Heritage and Landscapes; M.-Ch. Bailly-Maître et alii (eds.), Archéologie et paysages des mines anciennes; E. Hermon (ed.), Vers une gestion intégrée de l’eau; A. Orejas et alii (eds.), From present to past through landscape.

11 F.-J. Sánchez-Palencia y J. Mangas (coords.), El Edicto del Bierzo; F.-J. Sánchez-Palencia et alii, «La primera ocupación romana de Asturia».

12 Frontino, De agrorum qualitate, Th. 1-2.

13 J. F. Healy, Mining and Metallurgy, p. 15.

14 El texto y la traducción propuesta por D. Plácido y F.-J. Sánchez-Palencia en un estudio actualmente en preparación es el siguiente: 67 «Aurum qui quaerunt, ante omnia segullum (o segutilum) tollunt; ita uocatur indicium. Alueus hic est harenae, quae lauatur, atque ex eo, quod resedit, coniectura capitur. Inuenitur aliquando in summa tellure protinus rara felicitate, ut nuper in Delmatia principatu Neronis singulis diebus etiam quinquagenas libras fundens. Cum ita inuentum est in summo caespite, talutium2 uocant, si et aurosa tellus subest. Cetero montes Hispaniarum, aridi sterilesque et in quibus nihil aliud gignatur, huic3 bono fertiles esse coguntur». 67 «Antes que nada, quienes buscan oro recogen un “segulo” o “segútilo”; que es como se llama la muestra. Consiste en una batea de arena, que se lava y, de lo que se deposita, se saca una conjetura. A veces se obtiene inmediatamente en la superficie de la tierra, gracias a un raro golpe de suerte, igual que recientemente en Dalmacia, en el principado de Nerón, cada día se llegaba a fundir cincuenta libras. El que se ha obtenido así en la capa superficial se llama “talutio”, siempre que también haya tierra aurífera debajo. Por lo demás, los montes de las Hispanias, áridos, estériles y en los que nada más nace, son obligados a ser fértiles para obtener este bien».

15 F.-J. Sánchez-Palencia y V. Suárez, «La minería antigua de oro en Asturias», p. 226.

16 F.-J. Sánchez-Palencia et alii, «Las zonas mineras romanas del noroeste peninsular», pp. 270-272; F.-J. Sánchez-Palencia et alii, «Geoarchaeology of gold».

17 F.-J. Sánchez-Palencia y L. C. Pérez, «Mineria romana de oro Erges/Erjas y Bazágueda», pp. 273-274.

18 F.-J. Sánchez-Palencia y V. Suárez, «La minería antigua de oro en Asturias», p. 225.

19 F.-J. Sánchez-Palencia et alii, «Las zonas mineras romanas del noroeste peninsular», pp. 266, fig. 3.

20 L. C. Pérez, Los sedimentos auríferos, pp. 176-178; L. C. Pérez y F.-J. Sánchez-Palencia, «Yacimientos auríferos ibéricos en la Antigüedad», fig. 7.

21 Cl. Domergue, Les mines de la péninsule Ibérique, pp. 246-277; A. Orejas y S. Ramallo, «Carthago Noua: la ville et le territoire», pp. 87-120.

22 L. breccciaroli Taborelli, «Nuovi documenti epigrafici di Victimulae»; F. Gambari, «Premières données sur les aurifodinae du Piémont».

23 F.-J. Sánchez-Palencia et alii, «Las zonas mineras romanas del noroeste peninsular», figs. 2 y 3.

24 Cl. Domergue, Les mines de la péninsule Ibérique, pp. 317-386.

25 J. Mangas y A. Orejas, «El trabajo en las minas en la Hispania romana».

26 A. Orejas, «La perception des mines anciennes».

27 I. Montero y A. Orejas, «Contaminación medioambiental en la Antigüedad».

28 Cl. Domergue, «Dix-huit ans de recherche», pp. 52-53; Id., Les mines de la péninsule Ibérique, pp. 347-348.

29 A. Orejas, Estructura social y territorio, pp. 170-184.

30 A. Orejas e I. Sastre, «El poblamiento romano en la ZAM», pp. 253-283; F.-J. Sánchez-Palencia et alii, Las Médulas. Patrimonio de la Humanidad, pp. 122-129.

31 F.-J. Sánchez-Palencia y Mª Ruiz del Árbol, «Estructuras agrarias y explotación minera en Lusitania»; F.-J. Sánchez-Palencia et alii, Tierra, agua y oro, pp. 66-77; Mª Ruiz del Árbol, La arqueología de los espacios cultivados, pp. 83-108.

32 Cl. Domergue, Les mines de la péninsule Ibérique, pp. 348-351. De hecho la única inscripción conocida en la zona de Las Médulas es la de un veterano de la legio VII Gemina, conservada parcialmente y reaprovechada en la iglesia de Voces: i. Sastre, «Nueva inscripción funeraria». Ver también: I. Sastre y A. Orejas, «Las aristocracias locales y la administración», pp. 284-306.

33 Siduntque rimae subito et opprimunt operatos… (Plinio, Naturalis Historia, XXXIII, 70).

34 Sic Astures nitentes in profundo opes suas atque diuitias, dum al.s quaerunt, nosse coeperunt (Floro II, 33, 59).

35 Cl. Domergue, Les mines de la péninsule Ibérique, pp. 348-351; A. Orejas, «Les populations des zones minières du Nord-Ouest»; J. Mangas y A. Orejas, «El trabajo en las minas en la Hispania romana», pp. 302-313.

36 Inscripción funeraria procedente de Santa Marina de Somoza (HEp, 1, 1989, 405 = IRPLe, 232).

37 Ver por ejemplo J. C. Olivares, «Hipótesis sobre el culto al dios Cossue»; A. Orejas y A. Beltrán, «Desplazados e inmigrantes».

38 I. Sastre y F.-J. Sánchez-Palencia, «La red hidráulica de las minas de oro hispanas», pp. 229-231.

39 A. Orejas et alii, «El Edicto de Augusto del Bierzo».

40 A. Orejas e I. Sastre, «El poblamiento romano en la ZAM», pp. 253-283.

41 I. Sastre, Onomástica y relaciones políticas en la epigrafía del Conventus Asturum, pp. 104-125.

42 Como síntesis recientes: J. A. Pérez Macías y A. Delgado Domínguez (eds.), Las minas de Riotinto y E. Romero Macias y J. A. Pérez Macias (eds.), Metallum. Sobre cuestiones sociales: A. Orejas e I. Sastre, «L’origine de la main-d’œuvre dans les mines romaines», pp. 87-89; J. Mangas y A. Orejas, «El trabajo en las minas en la Hispania romana», pp. 276-291. Para todo lo relacionado con las tablas de Vipasca: Cl. Domergue, La mine antique d’Aljustrel.

43 Recogida en J. González (coord.), Corpus de inscripciones latinas de Andalucía, publicado en Sevilla, 1989-1991, t. I.

44 Inscripción funeraria procedente de Aroche (Huelva) [CILA, I, 6].

Notes de fin

1 Este trabajo se inserta en el marco del convenio Junta de Castilla y León - CSIC sobre Zonas mineras antiguas de Castilla y León y del proyecto Formación y disolución de la civitas en el noroeste peninsular. Relaciones sociales y territorio (HAR 2008-06018-C03-01/ HIST) financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. Todos se coordinan desde el CCHS del CSIC (Madrid).

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