Las seguridades de las cofradías
El caso del Valladolid moderno (ss. xvi-xviii)
p. 17-33
Texte intégral
LAS COFRADÍAS: FACTOR HISTÓRICO DE SOCIABILIDAD
1Las cofradías son definidas como una «asociación de fieles constituida para el fomento del culto público del propio patrón, para la práctica y ejercicio de diversas obras de piedad y caridad, según las prescripciones de los propios estatutos»1. Actualmente, por el Código de Derecho Canónico, son definidas como «una asociación pública de fieles, dotada de organización jerárquica que, además de los fines comunes a todas las Pías Uniones, se propone como fiel el acrecentamiento del culto público» (c. 707). Las cofradías nacen a lo largo de la Baja Edad Media, en un momento de reformas dentro de la propia Iglesia, protagonizadas sobre todo por las órdenes religiosas, entre las que se encontraban las mendicantes. Es un periodo donde se trata de combatir la relajación a la que, supuestamente, se había llegado dentro de la Iglesia. Los monjes y los frailes tratarán de alcanzar los fines primitivos, a través del camino del rigor. Una meta, por otra parte, que fascinaba a los clérigos y a los que no lo eran. Era una sociedad sacralizada, en la cual se fueron dando pasos mayores para llevar a cabo un proceso de confesionalización, desempeñando el clero un papel principal dentro de la misma y convirtiendo sus formas e ideales de vida en un pasaporte seguro para la salvación, en un estado de perfección. Eso llevará a que los laicos, que son mayoría en esta Iglesia-sociedad clericalizada, den pasos hacia un proceso de sociabilidad, donde las cofradías serán el resultado principal. Cofradías que, por otra parte, se van a desarrollar en núcleos de población de cierta entidad, ya fuesen villas y ciudades, convirtiéndose en un producto eminentemente urbano en sus comportamientos, entre los que se incluye la integración, la sociabilidad, además de la distinción que lleva vinculado un sentido de apariencia.
2Así, pues, aunque estas cofradías tienen un origen bajomedieval, la mayoría de ellas alcanzaron una etapa dorada o nacieron en los siglos xvi y xvii, sobre todo después de la celebración o aplicación de los decretos del Concilio de Trento. Viven intensamente el proceso mencionado de sacralización, recristianización, confesionalización y disciplinamiento propio de las sociedades modernas. De tal manera, las cofradías, compuestas por laicos fundamentalmente, también servirán de vehículo de transmisión y asentamiento de los dogmas católicos definidos o por definir, como ocurría con la Concepción Inmaculada de María, en las primeras décadas del siglo xvii.
3Con todo, las cofradías vivirán un momento de estancamiento en el siglo xviii, de relajación según las críticas que les dirigieron los ilustrados en aquella centuria: relajación en los comportamientos, en las economías e, incluso, en la conservación del patrimonio artístico que habían conseguido reunir. De esta manera lo advirtió el clérigo que redactaba el primer periódico de Valladolid, el Diario Pinciano2. Los ilustrados, en aras a la pureza evangélica, realizaban críticas muy severas hacia las formas de religiosidad popular, propias del barroco. Iniciativas que desembocaron en un proceso de estancamiento y desaparición de las cofradías, acompañado de una desamortización de los bienes y propiedades de las mismas. Se emplearon las propiedades en otras obras pías que se consideraban más adecuadas. Así ocurrió con la desaparición en Valladolid de buena parte de las cofradías asistenciales, no las penitenciales a las que parecía que estaban dirigidos todos los ataques, reuniéndose sus efectos económicos en la Real Casa de la Misericordia3.
4El laico, pues, trataba de buscar seguridades y la más importante era la salvación del alma, que era el negocio esencial del que se tenía que preocupar el hombre. Pero también era menester propiciar otras seguridades, como eran las laborales, dentro de una estructura gremial. Seguridades en la cotidianidad, en los incidentes, enfermedades y accidentes, en las realidades, donde para solucionar los problemas, se mezclaba lo correspondiente al orden natural y al sobrenatural. Por eso, las devociones se encontrarán adecuadamente repartidas y tendremos cofradías marianas, de santos, eucarísticas o cristológicas. Desde ellas, se trataban de cumplir toda una serie de fines asistenciales, muchos de ellos especializados. Males a los que había que combatir desde la diversidad porque así se manifestaban los menesterosos: muchos y de diversas clases. Las cofradías atendían a los ajusticiados, sobre los que se cumplía una pena capital, y a los que había que atender espiritual y materialmente, a través de su entierro; a los familiares, que se veían privados de su presencia, aunque fuese marginada en la sociedad; la atención a los que morían sin confesión y en peligro de que su alma fuese condenada; el intento de curación hacia gran cantidad de males del cuerpo; así como el remedio de tantas clases de pobrezas. En una ciudad de la Chancillería, cuando los pleitos se alargaban en demasía y estaban protagonizados por mujeres que vivían en precario su estado de viudedad, la cofradía del Rosario dedicaba su labor asistencial a intentar superar esta necesidad, más todavía si estaba agravada por una enfermedad4.
5Las cofradías se encontraban dirigidas a una advocación hacia la cual rendían culto o veneración, dedicada a un Cristo determinado, una imagen de la Virgen, un santo, o un misterio de la fe. Si eran gremiales, habían limitado notablemente la pertenencia de las mismas, pues solamente podían ser sus integrantes los componentes de la institución: aprendices, oficiales y maestros. Las cofradías sacramentales y de ánimas de las parroquias estaban dirigidas hacia los feligreses de aquella determinada iglesia. Con un sentido más plural se presentan las penitenciales, pues aunque algunas se podían vincular a determinados colectivos, su pertenencia era muy variada. En el siglo xvii, se hablaba de una especial asociación, que culminará en la centuria siguiente, de los funcionarios de la Chancillería vallisoletana y de los letrados con la cofradía de las Angustias5. Sin embargo, no era solamente una hermandad penitencial de ilustres. En una sociedad ruralizada como era aquella, a pesar de la condición de núcleo de servicios otorgado a Valladolid por el hispanista francés Bartolomé Bennassar6, no era extraño que desde el siglo xvi se encontrasen como cofrades de las Angustias hortelanos, agricultores y artesanos. La incorporación de la Chancillería, a juicio de Enrique Orduña, se puede calificar como más tardía7. Una «pluralidad» dibujada por los acontecimientos, como en aquel pleito de 1593, en el cual discutían los cofrades de las Angustias con los de la Piedad acerca de los itinerarios y horarios más oportunos para discurrir sus procesiones del Viernes Santo8. La solución la iba a aportar la Antigüedad, aunque la cuestión temporal y espacial no era baladí. Aquel Viernes Santo, seguía siendo una jornada espiritual de primer orden y no era laboralmente de fiesta:
La mayor parte de los cofrades que se disciplinan en la cofradía [los hermanos de sangre] son trabaxadores, labradores y gentes del campo que trabaxan dicho día y no vuelven a su casa asta que anocheze.
6La cofradía de las Angustias no consideraba que la procesión era adecuada antes de las nueve de la noche, pues sería entonces cuando aquéllos se podían reunir en el monasterio de San Pablo, la casa de los frailes dominicos, para comenzar con sus disciplinas.
7Por otra parte, la cofradía debía disponer de una imagen que venerar dentro de su advocación. Para esto se recurría, en ocasiones y más en el caso de Valladolid, a alguno de los grandes artistas de la escuela castellana. Los pasos, las escenas, no solamente eran algo propio de las cofradías penitenciales9. La de San José de los Niños Expósitos encargaron a Gregorio Fernández el paso de la Sagrada Familia para la parroquia de San Lorenzo mártir, el cual era alumbrado por las calles cada 19 de marzo10. En ocasiones, el imaginero participaba de la realidad de la cofradía, como ocurrió con Juan de Juni y la mencionada cofradía de las Angustias o, incluso, era asistido por su labor «social», como le ocurrió en el momento de su entierro a Bernardo del Rincón, autor del «Cristo de la Humildad», el cual fue sepultado en su iglesia penitencial, habiendo carecido de recursos materiales en aquellos últimos momentos.
8Los cofrades se tenían que regir por una serie de normas, reunidas en un corpus legislativo, aprobado por la autoridad eclesiástica, además de por la real. Estas son las Reglas, Estatutos o Constituciones, en diferentes formatos y con distintas aprobaciones. Cuando todavía no se había creado la diócesis de Valladolid, en 1569, el provisor de la de Palencia —a la que pertenecía este territorio— sancionaba las Reglas de la cofradía de la «Quinta Angustia, Angustias, Soledad y Nuestra Señora de los Desamparados», que ese era su primitivo título11. Por esa Regla se regían y gobernaban, aunque no eran los únicos elementos importantes en su configuración como cofradía. No se pueden olvidar los privilegios espirituales concedidos por la Santa Sede. En 1536, Paulo III promulgaba una serie de «gracias» para todos aquellos que fuesen cofrades de la advocación de las Angustias y bajo este distintivo y devoción, practicasen actos de caridad y penitencia. Naturalmente, esta bula no interesó a los cofrades de las Angustias de Valladolid hasta que no existieron. Algunos autores han confundido aquel año del pontificado del papa Farnese con el de la fundación de la cofradía, obviando que la bula no estaba dirigida exclusivamente para ellos. Enrique Orduña prueba documentalmente la existencia de la cofradía en 1561, no haciéndose la trascripción de aquella bula hasta dos años después. En otras ocasiones, aquellos privilegios se ganaban a través de la asociación a otra cofradía que compartiese advocación y que ya contase con aquellas gracias. Fue el caso de la penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo, establecida en 1531 y que se agregó a la Archicofradía de San Juan de los Florentinos de la ciudad de Roma treinta años después, con el fin de ganar los privilegios a ella concedida. La advocación añadida sería la de San Juan Bautista Degollado, un ejecutado por la autoridad cuando se mandó disponer su cabeza sobre una bandeja12. Al final, la obra social de esta cofradía y de los cofrades de la Pasión, iba a ser la de atender a los que morían ejecutados, así como a sus familiares13.
9No todos los cofrades eran iguales, pues no disponían de idéntica misión. Función que pertenecía a dimensiones distintas, no debiendo ser elementos de disgregación o discriminación. Así, pues, el ministerio de algunos de estos hermanos era el de gobernar la cofradía, por un periodo determinado de tiempo, bajo un oficio que no siempre era apetecido. El imaginero y maestro escultor Alonso de Rozas, en el último tercio del siglo xvii, prefirió tallar el paso del Santo Sepulcro antes que convertirse en alcalde de la penitencial de las Angustias. Ciertamente, con el primero ha pasado a la historia de la Semana Santa vallisoletana, mientras que con la segunda de las labores tan sólo hubiese estado integrado en aquella lista de alcaldes de la centenaria cofradía14.
10Y recuperamos, esa dimensión social y urbana de la cofradía, no solamente desde lo asistencial sino también desde lo meditativo. Las procesiones han sido la prueba más evidente, palpable y perdurable de todo ello y desde el principio —para el caso de las de Semana Santa— tenemos juicios y opiniones de la severidad con que se realizaban, aunque tampoco sin ausencia de incidentes, propios de la convivencia de lo social. En las Reglas y Estatutos quedaba claro el carácter colectivo de la procesión. Poseía ésta una dimensión de pertenencia entre los miembros congregados. Existen una serie de signos que identifican y distinguen unos cofrades de otros, por lo que las Reglas obligaban a portar insignias a los que les correspondiese este oficio. De esta manera, las cofradías participaban de la dimensión festiva de la sociedad católica.
11Pero también las cofradías nacieron con el germen del control dentro. Fue el propio emperador Carlos V el que, a través de una Real Orden de 1534, fijó la necesidad de limitar el número de cofradías. Es verdad que, como hemos visto, la Iglesia refrendaba la promulgación de las Reglas o Estatutos, pero el poder civil intervenía intensamente en las manifestaciones de las cofradías, como las procesiones. En las penitenciales, a través de autos, el Tribunal de la Real Chancillería condicionará el desarrollo de las procesiones de Semana Santa del Valladolid del siglo xviii.
VALLADOLID, UNA CIUDAD DE SERVICIOS ESPIRITUALES
12La de Valladolid, como tantas otras del ámbito de la Meseta norte, era una ciudad definida por el establecimiento de numerosos conventos y monasterios, lo que en su urbanismo, en sus percepciones, en su configuración y en lo social, podrían ser definidas como ciudades levíticas o conventuales. Las primeras fundaciones se relacionarán con las órdenes mendicantes. Estamos hablando de franciscanos —con el convento de San Francisco en su definitiva ubicación en la Plaza del Mercado o Plaza Mayor— y los dominicos —en el convento de San Pablo—. Junto a estos dos casas masculinas, habremos de recordar los conventos de las clarisas, la segunda orden de San Francisco o de Santa Clara, establecidas desde el siglo xiii en el mismo lugar donde todavía se encuentran hoy, y el que conocemos como de San Quirce y Santa Julita, inicialmente de las Dueñas, extramuros de la villa del Esgueva —el nombre que Adeline Rucquoi establece para Valladolid en los siglos medievales15—, y después trasladado al interior del núcleo urbano, como medida de prevención frente a las guerras civiles que en el siglo xiv tienen lugar. Fue Juan I de Castilla el que cedió a los monjes benedictinos, negros o prietos, su Alcázar, en el cual establecerán un monasterio —el de San Benito El Real—, que llegará a convertirse en cabeza de la Congregación, llamada de Valladolid16. Un juego de obediencias y reformas, por parte de muchas casas de los benedictinos en España, aunque también fuera de ella, que contribuyeron con su dinero a construir —especialmente en el siglo xvi— este monasterio vallisoletano. Después llegarán las mencionadas reformas, en busca del rigor17.
13Resultado de todo ello será el desdoblamiento de la presencia de algunas órdenes religiosas: trinitarios calzados y descalzos —a los que costará mucho establecerse en Valladolid, fundando inicialmente extramuros—; los mercedarios calzados y descalzos, los agustinos calzados y recoletos, los carmelitas calzados y descalzos —estos segundos extramuros siempre en su condición—; además de las reformas efectuadas dentro de la familia franciscana con los alcalaínos —el llamado convento de San Diego que se situará bajo la protección del duque de Lerma— y los capuchinos, establecidos en el espacio levítico del Campo Grande18. Los conventos serán tan numerosos en ámbitos urbanos como el de Valladolid, que se planteará la necesidad de limitarlos e impedir su establecimiento, pues la competencia entre ellos podía provocar un deterioro de sus condiciones de vida. Con todo, a pesar de algunas oposiciones que se van a desencadenar, contando con los colegios de los jesuitas y con la casa asistencial de los hermanos de San Juan de Dios, el número de establecimientos monásticos y conventuales, masculinos y femeninos en Valladolid, superará la cuarentena. Otros núcleos cercanos como Medina del Campo, Medina de Rioseco, Olmedo, Tordesillas o Nava del Rey, serán pequeñas villas levíticas, con un número notable de frailes y monjas19. Nuevas críticas hacia su multiplicación en una economía deteriorada y en una sociedad con proyectos como será la de los siglos xvii y xviii, saldrán respectivamente de arbitristas e ilustrados. Con todo, desde estos conventos se promocionará el nacimiento de diferentes formas de sociabilidad entre los laicos —cofradías, congregaciones y órdenes terceras—, así como la expansión de determinadas devociones.
14Una segunda plataforma o infraestructura para las cofradías serán las parroquias. Es verdad, que en la sociedad sacralizada del barroco, las devociones se van a refugiar en los conventos, pero la vida sacramental forzosamente tenía que discurrir en las parroquias, con el principio y el final de la existencia, el bautismo y las honras fúnebres, así como el sacramento del matrimonio para aquellos que lo contrajesen, acontecimientos todos ellos plasmados en los libros sacramentales. Las parroquias dispondrán también de sus propias funciones para las cofradías, especialmente en la necesidad de impulsar la presencia real de Cristo en la Eucaristía —a través de las cofradías sacramentales—, subrayando determinadas devociones o prácticas devocionales —como el rosario— o manifestando preocupación por la salvación del alma o de las almas que pudiesen estar en peligro de ser condenadas —las de ánimas—. En Valladolid, el número de parroquias desde 1577, fecha de fundación de la última que se establecerá hasta el siglo xx, será de dieciséis. La «benjamina» era la de San Ildefonso, impulsada por el abad de Valladolid, don Alonso de Mendoza.
15Los gremios serán plataforma para el desarrollo de nuevas cofradías. Todos ellos, perfectamente reglamentados en lo laboral, contaban con una plataforma asistencial en lo espiritual, bajo el patrono correspondiente, que podía recibir culto en una parroquia o en cualquier otro establecimiento religioso. Las cofradías también podían dotarse de su propia infraestructura, en ermitas o sobre todo, en las iglesias penitenciales, lugar de residencia de las cofradías dedicadas a la meditación de los misterios de la Pasión, sin que faltase tampoco la labor asistencial en hospitales de su propiedad. La cofradía de las Angustias contará con un gran mecenas o patrono en la persona del hombre de negocios, Martín Sánchez de Aranzamendi, el cual dispuso la construcción de una iglesia penitencial de nueva planta, en un tiempo muy limitado, gracias a la disposición económica que aportó. Será la iglesia penitencial de las Angustias, dentro de la arquitectura clasicista de Juan de Nates, dotado cada espacio de un sentido práctico y de una extraordinaria funcionalidad.
16Pero también, las cofradías hacían su puesta de escena en la calle, dentro de las llamadas ciudades procesionales. En 1561, desde la calle Platerías, se desencadenó un importante incendio que destruyó el centro mercantil de Valladolid. Felipe II impulsó la reconstrucción de este espacio, a través de las trazas que entregó Francisco de Salamanca. El resultado fue la entrada en Valladolid de las coordenadas del urbanismo moderno, con calles rectas, dotadas de soportales para el adecuado y protegido tránsito de los individuos, así como la creación de perspectivas y de una ciudad procesional, muy adecuada para estas manifestaciones de religiosidad, desarrolladas por las cofradías20.
TIPOS DE COFRADÍAS
17Continuando lo que hemos adelantado anteriormente, en la clasificación de las cofradías contamos primeramente con las parroquiales, las cuales tenían su sede en cada una de las parroquias de la ciudad, con un papel principal en los actos litúrgicos desarrollados en las mismas, en las misas, en las oraciones por el ánima de los difuntos que estaban enterrados en la misma —las parroquias se convertían en auténticos cementerios21—, así como su participación en las mandas, obras pías y fundaciones que se habían asociado a la parroquia, a cualquier de sus capillas y altares. En el caso de estas cofradías parroquiales, éstas se encontraban profundamente relacionadas con la vida del templo, como lo probaban sus libros propios. Una confusión que conducía a equivocaciones también en la vida económica de ambos ámbitos.
18Las más importantes entre las cofradías parroquiales eran las sacramentales y de ánimas. No eran sinónimos de una misma realidad, pues contaban con finalidades diferentes, aunque algunas de ellas llegaban a tener un carácter mixto. Así, a la mencionada preocupación acerca de la salvación del alma respondían las cofradías de Ánimas. Trataban de contribuir a una buena muerte, honrando además a las benditas ánimas del purgatorio. Para ello, se realizaban funciones, los cofrades asistían a los velatorios y a los entierros para los que eran solicitados. Los testamentos, por ejemplo, eran solícitos en requerir la presencia de las cofradías en los entierros, como fue el caso de las últimas voluntades del imaginero Juan de Juni. Era habitual, que los predicadores y, especialmente, los directores espirituales insistiesen en la necesidad de alcanzar una «buena muerte». Los jesuitas fueron maestros en procurarlo y enseñarlo. Por eso, insistía Francisco de Arana que «clausurar una buena vida y comenzar una bienaventurada eternidad, está al arbitrio del hombre y cae debajo de su elección. El medio más oportuno que conduce a esta elección es la preparación anticipada de la muerte»22. Fuera de este aprendizaje teórico —ejercido por maestros de la dirección espiritual como eran los jesuitas23—, aunque participando de él, y de las clientelas reunidas en congregaciones —como la de la Buena Muerte vinculada al colegio de la Compañía de San Ignacio— se encontraban estas cofradías parroquiales de ánimas.
19Además, había otras cofradías que cumplían una función asistencial en torno a la muerte, ocupándose por ejemplo de aquellos que morían sin confesión. Ocurrió en la parroquia del Santísimo Salvador, con la «Congregación de Nuestra Señora del Refugio, San Pedro Regalado y Ánimas de los que mueren sin confesión», establecida en este templo en mayo de 1710 y protegida por el marqués de Aguilafuente, Baltasar de Zúñiga, feligrés que había sido bautizado en esta pila bautismal. Pudo ser este aristócrata el que se implicó en la devoción y en la plasmación en la misma al beato Pedro Regalado. Para su culto se decidió construir un espacio independiente y más amplio, capilla cuyos cimientos se abrieron en 1709. Dos años después, el provisor del obispado había sancionado los Estatutos de la Congregación que nos ocupa, en los que se insistía en la necesidad de que el beato Pedro Regalado —canonizado ya por sus fieles aunque también lo fue por Benedicto XIV en 1746— contase con una cofradía que le rindiese culto, pudiendo además asumir sus congregantes la necesidad de ofrecer sufragios por las almas de los pobres que eran enterrados en el cementerio que rodeaba la parroquia —en la actual Plaza del Salvador—. Según establece el párroco Pedro de Rábago en su testamento, fue este sacerdote el que solicitó la creación de la misma, aunque en los principios fue muy corto el número de congregantes. Ya establecían los Estatutos que sus componentes no podrían ser más de treinta congregantes, todos ellos feligreses de la del Salvador; «y de los exercicios [u oficios] más honoríficos24».
20Las cofradías sacramentales tendrán un papel importante en la dimensión local del proceso de confesionalización, al resaltar y afirmar la presencia de Cristo en la Eucaristía como reacción a lo que había afirmado la Reforma protestante25. Cuando en el siglo xviii, el intendente vallisoletano tenga que informar acerca del estado de las cofradías en la ciudad, considerará que estas cofradías sacramentales eran «las más útiles y necesarias», por considerar que dentro de la vida parroquial impulsaban la dimensión eucarística y sacramental de esa presencia real de Cristo, además de ofrecer sufragios por las almas que permanecían en el purgatorio —de ahí la vinculación entre ambas cofradías parroquiales—. En aquellas propuestas de reforma del siglo xviii, consideraba que bastaban en cada parroquia que existiese una sola cofradía de Ánimas y otra Sacramental, sugiriendo que el resto fuesen suprimidas y sus rentas pasasen a ser controladas gubernamentalmente26.
21Como insiste Margarita Torremocha, todas las cofradías alcanzan una dimensión asistencial, aunque tenga otra finalidad previa. Antes indicábamos que ante los muchos males y sobre todo carencias a las que se encuentran sometidos los españoles en la sociedad moderna, y sin la participación gubernamental para su solución, las cofradías actuaban con cierta especialización. A veces, la atención asistencial tenía lugar durante la vida y en otras ocasiones, los cofrades llegaban a la muerte, entendida no como final sino como la fase más intensa del negocio de la salvación. También, como indica Máximo García Fernández, la muerte y las manifestaciones de la misma contaban con una dimensión social. Incluso, cuando en el siglo xviii, se realice la crítica ilustrada y se informe desde los poderes municipales se considerará que algunos de las tareas realizadas por las cofradías asistenciales eran labores fundamentales que tendrían que ser sustituidas por otros poderes. Para alcanzar sus objetivos, los cofrades tendrían que pedir limosna, recordando Margarita Torremocha que ese acto que posibilitaba la labor asistencial, no estaba comparado con la mendicidad.
22Las cofradías penitenciales, que después veremos, contaban con una dimensión asistencial dentro de aquel lema antiguo de penitencia y caridad. Para ello disponían de hospitales de pequeño tamaño. Una tarea que después irán progresivamente abandonando por lo que los ilustrados consideraban que habían perdido parte de su dimensión fundacional. La cofradía de San José de los Niños Expósitos incluía dentro de esta labor asistencial, la atención espiritual en el momento del comienzo de la vida —los bautizos— y, sobre todo, el socorro en la muerte, procurando la salvación hasta donde ésta pudiese llegar. Valladolid, desde 1540, fue uno de los primeros lugares donde se estableció una cofradía que, bajo la advocación de San José, se encargaba de la importante tarea de atender, bautizar y enterrar a los numerosos niños expuestos27. Pronto, la cofradía se vinculó a la parroquia de San Lorenzo para toda la cuestión sacramental, mientras que buena parte de esta labor asistencial era sostenida económicamente por un corral de comedias. Desde 1575, estos cofrades contaron con los derechos exclusivos sobre las representaciones teatrales. De hecho, la supervivencia de las representaciones dramáticas en la ciudad, frente a los duros ataques de los predicadores, estará muy unida a los beneficios económicos que obtenían y que se aplicaban a los pequeños abandonados: «una de las limosnas más pías y necesarias que tiene esta república».
23Otras cofradías asistenciales se encontraban vinculadas directamente con hospitales. Era el caso de Nuestra Señora de Esgueva, cuyos cofrades disponían también de un cementerio propio en las proximidades de la iglesia de Santa María de La Antigua, pertrechado no solamente de la fama de su voracidad con los cuerpos, sino también del carácter sagrado de su tierra y los privilegios que ésta atesoraba. Existían, por otra parte, hospitales que eran especialmente gestionados por cofradías como ocurría con el hospital de San Lázaro, el de los Desamparados de los hermanos de la capucha, el de la Misericordia asociado con los niños de la Doctrina, el de peregrinos junto a la puerta del convento de San Francisco, el hospital de San Juan de Letrán, el de Convalecientes. Habitualmente, las cofradías no tenían su sede principal en estos establecimientos asistenciales, no faltando las controversias. Ocurrió entre el Hospital de San Antonio Abad y su cofradía. Ambos quisieron rifar el cerdo anual y tradicional de su advocación. Fue menester la intervención del tribunal de la Chancillería, por lo que estableció dos rifas que habrían de celebrarse a partir de 1727. No todas las cofradías vinculadas con hospitales podían ser consideradas exclusivamente como asistenciales sino que también contaban con una dimensión sacramental y de oración por las ánimas.
24También había entre las cofradías parroquiales, aunque no solamente residían en estas iglesias, las cofradías del Santísimo Rosario, aquellas dedicadas a fomentar el rezo del rosario, a través de rosarios itinerantes, fomentándose el culto mariano. En ocasiones, estaban vinculadas a los frailes dominicos y además, en aquellos lugares donde éstos no contaban convento, los cofrades del Rosario se convertían en clientelas de su espiritualidad. Incluso, en Andalucía, existía una identificación entre las cofradías del Rosario y los descendientes de los libertos de la esclavitud —especialmente conocidos como los morenos—, sobre todo en las costas onubense y gaditana. No fueron estos dominicos los impulsores de la defensa de la Concepción Inmaculada y, por lo tanto las cofradías del Rosario que pertenecían a este ámbito espiritual tampoco lo hicieron. Desde la esfera de lo parroquial, estas cofradías pudieron servir al impulso de la devoción mariana y a los deseos inmaculistas que se desarrollaron en España, especialmente, en el siglo xvii. Así, pues, con esta finalidad mariana el intendente en la centuria siguiente recorría las parroquias de la ciudad y consideraba cuáles debían sobrevivir a la reforma. Diversas fueron las razones que argumentó, según expone Torremocha28, el funcionario para mantener unas y suprimir otras. Consideraba que las parroquias de los arrabales contaban con mayor espacio para desarrollar el culto y la devoción. Por otra parte, había parroquias que disponían de cofradías de carácter mixto, en las cuales se combinaba el fomento del rosario con una devoción. Ocurría en la de San Esteban, que disponía de la de Nuestra Señora de la Compasión y el Rosario29. Tampoco estarían ajenas las cofradías penitenciales de contar con una hermandad del Rosario, con el fin de impulsar su rezo diario, además de la vinculación que después desarrollaremos entre la del Rosario y la imagen de la Virgen de San Lorenzo, patrona que habría de ser de hecho de la ciudad, ya en los siglos xvii y xviii. También habrá cofradías del Rosario con una tarea asistencial y no, únicamente devocional, como fue el caso de la que se encontraba establecida detrás de las casas de Francisco de los Cobos y que después se unirá a la de los santos Cosme y Damián30.
25La que se conoció a finales del siglo xviii como Real y Venerable Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo, puede ser considerada como una cofradía devocional, aunque se la conocía como Hermandad del Santísimo Rosario con el título de Nuestra Señora de San Lorenzo31. Una primera junta que se celebró cuando no corrían buenos tiempos para las cofradías, un 7 de octubre de 1781, precisamente festividad de la Virgen del Rosario. Es verdad, que existen noticias anteriores, incluso de principios del siglo xvi, de los «cofrades de San Llorente», referidos a los que se encargaban de rendir culto a esta imagen gótica. Con todo, la consolidación de una infraestructura cofradiera para la Virgen de San Lorenzo fue tardía. La Hermandad, como hemos dicho, nacía en un tiempo de secularizaciones, definido por las actitudes críticas de los ilustrados. Antes del nacimiento de la que será Real y Venerable Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo en 1781, existían dos organismos que se encargaban del culto de esta Virgen. La cofradía de la Salve32 contaba como misión la de disponer y cantar las salves a la patrona todos los sábados, día que tradicionalmente se ha vinculado a la devoción mariana. Los comisarios de la Novena son aquellos que se encargaban de organizar el novenario vinculada a la festividad de la Virgen, en el día de su Natividad, el 8 de septiembre. De ambas «instituciones» hablaba Basanta en su obra «Curiosidades relativas a Valladolid» (1807). Tanto la de la Salve como los comisarios de la Novena desaparecieron a principios del siglo xix, pues las funciones fueron asumidas por los cofrades de la nueva Hermandad. El novenario transcurría entre el 31 de agosto y el 8 de septiembre33.
26Las cofradías gremiales habían nacido en el seno de sus asociaciones, vinculando la seguridad de lo laboral con la espiritual de sus miembros. A través de las cofradías, los artesanos glorificaban el trabajo manual, a imitación de las labores del propio Cristo. Tendían a difundir entre los agremiados el espíritu de caridad entre sus iguales, atendiendo a los miembros más necesitados, pobres, enfermos y abandonados. Todos los oficios, como las personas, contaban con sus propios protectores y abogados, a veces repartidos para maestros, oficiales y aprendices, en otras ocasiones concentrados en uno solo sin jerarquías. De esta manera, los plateros se vinculaban a Nuestra Señora del Val y San Eloy, los laneros con la Virgen de las Nieves, los chapineros con los de la Guía de la parroquia del Salvador, los mozos del cordel con la Virgen de los Remedios, los manteros con San Severo, los agujeros con Santa Lucía, los sastres con San Antonio, los cirujanos y barberos con los santos Cosme y Damián, los artistas con San Lucas y los labradores con San Isidro. Se asociaron los abogados con sus protegidos de tal manera que, a pesar de las críticas de los ilustrados y del paso de una sociedad sacralizada a otra secularizada, los distintos oficios se continuaron vinculando con sus santos patronos, de tal manera que los médicos han seguido invocando a los santos doctores Cosme y Damián, produciéndose cada vez una mayor especialización, devoción que poseía también una dimensión social.
27Estas cofradías gremiales habían asumido comportamientos de estas asociaciones. Es el caso del juramento, las reuniones en banquetes y los particularismos. Los ilustrados vieron en algunos de estos comportamientos una serie de peligros que era menester combatir, pues pensaban que los gremios podían colaborar a la alteración del orden. Se consideraba que los banquetes contribuían a esa vida de ocio en torno a la comida, asociada a los comportamientos de los cofrades. A veces, desde las autoridades, se prohibió el establecimiento de estas cofradías, relacionándolas con el encarecimiento de ciertos productos. Incluso Carlos I, al final de su reinado, pretendía eliminar las cofradías gremiales que hubiesen sido aprobadas por el propio emperador. Una realidad que no se consiguió, pues las cofradías asociadas a los gremios continuaron existiendo. En esta evolución, la información que fue recopilada en el siglo xviii indica que estas organizaciones dejaron de vincularse exclusivamente a un solo gremio, integrándolas trabajadores de varios de ellos. Torremocha pone el ejemplo de la mencionada cofradía de Nuestra Señora de la Guía, en la cual se integraban, al principio, oficiales del gremio de los chapineros, mientras que después acogió a trabajadores de diferentes procedencias34. La de Nuestra Señora del Val y San Eloy carecía, incluso, de aprobación real, confundiéndose sus estatutos con las condiciones de producción de este oficio de lujo, que contaba en la ciudad con una calle: la de Platerías. Era muy importante la vinculación de artesanos en torno a un mismo arte, vinculados espacialmente en la ciudad y espiritualmente a una misma parroquia. A veces esa proximidad física contribuía a una relación entre los manteros y los panaderos dentro de las cofradías de San Andrés.
28Tenemos que distinguir, por una parte, las cofradías que nacieron dentro de los conventos35 —entre ellas algunas penitenciales—, con un desarrollo de las relaciones más o menos turbulentas —algunas terminaron con pleitos como ocurrió entre la de Jesús de Nazareno y los frailes agustinos— y las llamadas órdenes terceras, que formaban parte de la misma religión, como ocurría con franciscanos, dominicos o carmelitas. Los mendicantes establecieron una tercera orden de sus ramas de frailes y monjas, para integrar a todos aquellos que, siendo seglares, se mantuviesen unidos a su espiritualidad. Eran los llamados terciarios. En el caso de los franciscanos, el establecimiento de la orden tercera se remontaba al siglo xiii, dentro del convento de San Francisco de la Plaza Mayor, contando con capilla propia36. En su Regla, por ejemplo, se establecía la obligatoriedad del cumplimiento de la penitencia. A finales del siglo xviii, se concedía al provincial de los religiosos descalzos de San Francisco, que habitaban el convento de San Diego, permiso para fundar en la antigua Capilla Real, una nueva sede de la Orden Tercera de San Francisco. Aquella segunda sede de los terciarios fue contestada en 1818 por los frailes que habitaban el mencionada de San Francisco, exponiendo la duda de si los frailes descalzos (también franciscanos) podían establecer una Orden Tercera de Penitencia. Duda que tenía que resolver el Ministro General de la Orden de San Francisco. Controversia entre frailes y terciarios que ya se había suscitado en otros lugares. Nuevos tiempos de duda llegaban con la desamortización que terminó con la huella franciscana en Valladolid. Aun así, la reina María Cristina permitía, en 1838, la continuación del uso de la Capilla Real por los terciarios franciscanos, pero por los de la segunda orden de San Diego37.
29Podían existir también terciarias franciscanas que vivían en comunidades de clausura. Es el caso del de Santa Isabel de Hungría. Así, al tiempo que en 1481 se fundaba el convento de terciarias franciscanas de Santa Isabel en Medina del Campo (Valladolid) para acoger, según insiste fray Alonso Gutiérrez, a las consortes de aquellos caballeros que combatían contra los moros en tiempos de los Reyes Católicos, en Valladolid ya se había establecido en 1462 un beaterio de terciarias franciscanas por iniciativa de Juana de Hermosilla y de su sobrina Beatriz, gracias a una bula del papa Paulo II, contando con las mismas intenciones de lo expuesto para Medina del Campo. El cronista de la orden franciscana, fray Francisco Calderón, definía así las ocupaciones de esta fundadora con aquel tono apologético, propio de la literatura hagiográfica38.
30Al principio, estas casas de beatas no contaban con una clausura férrea hasta que una bula del papa dominico Pío V, en 1566, titulada «Circa Pastoralis», estableció la obligación que tenían de guardarla. La Regla de las «isabeles» fue fijada por orden del Ministro general de la orden, fray Juan Merinero, permaneciendo ésta casi en su integridad hasta el siglo xx. Era, por supuesto, diferente a la que tenían los terciarios seculares que vivían con sus familias y en sus casas respectivas. Son los que podían contraer matrimonio y se integraban en las mencionadas órdenes terceras de los conventos de San Francisco y San Diego. Ventura Pérez, autor del célebre Diario del Valladolid en el que vivió en el siglo xviii, además de parroquiano del Santísimo Salvador, era terciario franciscano39. Sin embargo, estas terciarias o «monjas isabeles» que vivían en el convento, además de los tres votos clásicos, añadían el de clausura papal. Las mujeres que vivieron en este de Santa Isabel de Valladolid profesaron la orden tercera de San Francisco hasta que, en 1933, la cambiaron por la de la segunda orden. Muchos menos datos disponemos de los terciarios dominicos, relacionados con la cofradía penitencial de las Angustias y con los terciarios carmelitas, inicialmente vinculados al convento de los calzados del Carmen, los cuales después, a finales del siglo xix, facilitaron el regreso a Valladolid de los carmelitas descalzos hasta el templo monástico de San Benito el Real40.
31Las congregaciones de la Compañía de Jesús, establecidas en los colegios, se convertían en grupos de personas, próximas a la dirección espiritual de los jesuitas, reunidas no solamente para unas prácticas devocionales determinadas, sino para seguir el modelo de vida presidido, todo el, por las llamadas virtudes cristianas que predicaban los jesuitas y orientado a una serie de acciones que se agrupaban dentro de la asistencia social. Habitualmente, estas congregaciones se pusieron bajo el patronato y protección de la Virgen María, por lo que se denominaban congregaciones marianas. Igualmente, se agregaban a la Prima primaria de Roma, en el Colegio de la Ciudad Eterna, a la cual los pontífices habían concedido una serie de privilegios que estaban llamados a compartir. Debemos encuadrar a las congregaciones de la Compañía dentro del mundo de la sociabilidad sacralizada moderna, aunque con un sentido más amplio en sus trabajos. Mientras que las cofradías trataban de aportar seguridades a sus propios miembros, la asistencia social de las congregaciones se extendía a distintos grupos de marginados, pobres y enfermos, aunque también las cofradías, como hemos visto, desarrollaban sus propios establecimientos asistenciales, Mientras que estas últimas se hallaban orientadas hacia el culto público, las congregaciones, además de estar obligadas a una serie de prácticas devocionales, iban más allá buscando el fomento de un modo concreto de vida, en una manera de hacer efectivos y perdurables los trabajos de los jesuitas. Todo ello era consecuencia lógica de los sermones primero y de la dirección espiritual después41.
32Las cofradías penitenciales nacieron en el ámbito de las órdenes mendicantes, en la veneración otorgada a las reliquias de la Pasión, especialmente a los fragmentos de la Vera Cruz o auténtica cruz de Cristo. Por tanto, se establecieron con la intención de meditar los misterios de la Pasión, padecer con Jesús —compadecerlo en sus sufrimientos—, y realizar una labor de asistencia social o de caridad hacia ciertos sectores de menesterosos. Habitualmente, aunque nacían dentro de un convento, después intentaban conseguir una cotidianidad autónoma con la construcción de sus iglesias penitenciales y sus sedes. Existían parroquias donde también había cofradías que meditaban ciertos aspectos de la Pasión de Cristo, aunque no tenían una dimensión penitencial. Ocurrió con la de San Pedro Apóstol y la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores42 ó en la de Santiago Apóstol, donde se estableció la de la Resurrección y Nuestra Señora de la Alegría, en el siglo xvi, la cual tampoco era penitencial43. En el periodo de nuestro estudio, llegaron a existir cinco cofradías penitenciales en Valladolid: Vera Cruz, Pasión, Nuestra Señora de las Angustias, Piedad44 y Jesús Nazareno.
33Eran cofradías con una variedad social en su composición, aunque podían desarrollarse algunas vinculaciones con instituciones y oficios. Para conseguir la doble finalidad de su existencia construían templos independientes a las parroquias, donde guardaban, custodiaban y rendían culto a las escenas procesionales que alumbraban por las calles. Pasos procesionales que serán un género escultórico que nació por la necesidad de representar aquello que se meditaba. Pasos procesionales que se convirtieron en grandes escenas teatrales donde se representaba con mayor o menor fidelidad histórica los principales momentos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Los hermanos de estas cofradías podían ser de luz y de sangre. Estos últimos se autocastigaban su cuerpo, imitando las flagelaciones que había recibido Cristo, en el azotamiento o en el camino de la Cruz. Para la asistencia social, las cofradías contaban con pequeños hospitales donde atendían esta labor, además de algunos humilladeros donde se encontraban imágenes de devoción. Los hermanos de la Pasión de Cristo se dedicaban a recoger los restos de los que eran ejecutados y sus cuartos expuestos por los caminos. Estas partes de sus cuerpos eran guardados en su humilladero extramuros de la ciudad, encontrando su reposo definitivo en el convento de San Francisco, donde eran llevados unos días antes de la Semana Santa, en el domingo de Lázaro.
34Como hemos dicho anteriormente, la antigüedad de las cofradías facilitaba la resolución de los conflictos que surgían entre ellas para establecer sus itinerarios procesionales y los horarios de los mismos. Criterios que eran expuestos ante el Tribunal de la Real Chancillería. Además, estas cofradías disponían de sus festividades de gloria, independientes de las propias de la Cuaresma y de la Semana Santa. Así, por ejemplo, la cofradía de la Vera Cruz —de la que se disponían datos desde 1498— realizaba el 3 de mayo la procesión de la Invención de la Cruz, en la cual se conmemoraba el descubrimiento del patíbulo de Cristo por parte de la madre del emperador Constantino, santa Elena. Los cofrades portaban por las calles su reliquia de la Vera Cruz, dentro de un relicario sobre unas andas. Una procesión que se encontraba documentada, no solamente por las fuentes escritas, de los libros de cabildos o de los propios de las reuniones de los canónigos de la Catedral, sino también a través de dos óleos sobre lienzos, los únicos de los que disponemos de la vida procesional de la ciudad. Además, las penitenciales celebraban grandes festividades cada vez que culminaban un encargo, finalizaban las obras de sus templos, construían una capilla, doraban un retablo o trasladaban el Santísimo Sacramento. Fiestas que eran vividas por el conjunto de la sociedad urbana.
35Esta imagen de ociosidad, además de la vinculada con los días santos de la Pasión despertará las críticas de los ilustrados, que criticarán los comportamientos de las cofradías penitenciales en el siglo xviii, pareciendo que éstas iban a ser las más perjudicadas en las disposiciones gubernamentales tomadas en el último tercio de aquella centuria. No fue así, aunque instituciones nacidas en el siglo de las Luces, como la Real Academia de Nobles Artes y Matemáticas —la conocida después como de Bellas Artes de la Purísima Concepción— recogieron parte del patrimonio procesional que consideraba descuidado por las penitenciales. Igualmente, el control sobre la vida de estas cofradías fue ejercido por el Tribunal de la Real Chancillería a través de diversos autos que fueron cumplidos en parte. Las críticas ilustradas pretendían eliminar la multiplicación de las procesiones de Regla de cada una de las penitenciales y celebrar una sola en la festividad del Viernes Santo, disposición que se cumplió a partir de 1810, por los deseos de la máxima autoridad militar, durante la ocupación francesa. Nos referimos al general Kellermann. Así, pues, la gran procesión del Santo Entierro, donde participarían las cinco cofradías penitenciales de la ciudad con algunos de sus pasos, fue presentada como un signo de normalización en la vida de Valladolid durante la ocupación francesa. Ya en el siglo xx, esta gran procesión del Viernes Santo —gran reclamo turístico en la actualidad— fue uno de los recursos principales para la recuperación de la Semana Santa vallisoletana por parte del arzobispo Remigio Gandásegui a partir de 1920.
Notes de bas de page
1 M. Gelaberto Vilagran, «Cofradías y sociabilidad festiva», p. 495. Este trabajo forma parte de las investigaciones realizadas dentro del proyecto de investigación «La “afición” de las mujeres a los jesuitas en la Monarquía Hispánica: presencias sociales y dirección espiritual (siglos xvi-xviii)», dentro del contrato Ramón y Cajal en la Universidad de Valladolid (RYC-2009-05187). El investigador se encuentra integrado en el Grupo de Investigación Reconocido (GIR), coordinado por el Dr. Alberto Marcos Martín, «Estudios sobre familia, cultura material y formas de poder en la España moderna».
2 J. M. Beristain, Diario Pinciano.
3 J. M. Palomares Ibáñez, La asistencia social en Valladolid.
4 J. Pérez Gil, El Palacio Real de Valladolid.
5 E. Orduña Rebollo y J. Millaruelo Aparicio, Cofradías y sociedad urbana, pp. 95-96.
6 B. Bennassar, Valladolid en el Siglo de Oro, pp. 200 sqq.
7 E. Orduña Rebollo y J. Millaruelo Aparicio, Cofradías y sociedad urbana, p. 96.
8 J. Burrieza Sánchez, Cinco siglos de cofradías y procesiones.
9 J. J. Martín González, El arte procesional del barroco.
10 T. Egido López, «La Cofradía de San José y los Niños Expósitos»; J. J. Martín González, El escultor Gregorio Fernández; J. Burrieza Sánchez, Virgen de San Lorenzo.
11 E. Orduña Rebollo y J. Millaruelo Aparicio, Cofradías y sociedad urbana.
12 J. Burrieza Sánchez, Cinco siglos de cofradías y procesiones
13 L. Amigo Vázquez, «Del patíbulo al cielo».
14 J. Burrieza Sánchez, Escultores de piedad, p. 50.
15 A. Rucquoi, Valladolid en la Edad Media.
16 J. Rivera, Monasterio de San Benito El Real; J. L. Rodríguez Martínez, Historia del Monasterio de San Benito el Real.
17 J. Burrieza Sánchez, «La villa levítica en la que murió Colón».
18 M. A. Fernández del Hoyo, Desarrollo urbano y proceso histórico.
19 M. Arias Martínez et alii, Clausuras. El patrimonio de los conventos.
20 R. y J. Sanz Hermida, Historia y literatura del incendio.
21 M. García Fernández, Los castellanos y la muerte.
22 F. Arana, Muerte prevenida, cristiana preparación, p. 325: «Es vos estote parati, quia, qua hora non putatis, Filius hominis veniet».
23 J. Burrieza Sánchez, «Los jesuitas: de las postrimerías a la muerte ejemplar».
24 Archivo General Diocesano de Valladolid (AGDV), Parroquia del Salvador, Regla de la Congregación de Nuestra Señora del Refugio, San Pedro Regalado y Ánimas de los que mueren sin confesión.
25 AGDV, Parroquia de San Andrés Apóstol, Cofradía del Santísimo y de Ánimas, 1633-1901, 3 libros. Posteriormente encontramos un Reglamento de la Cofradía Sacramental de 1927; AGDV, Parroquia de San Ildefonso, Cofradía del Santísimo Sacramento y Ánimas, Reglas (1567); AGDV, Parroquia San Juan Bautista, Cofradía de San Miguel y Ánimas, 1773-1873; AGDV, Parroquia de San Martín, Cofradía del Santísimo Sacramento y Ánimas, Acuerdos, 1692-1773, 1 libro; AGDV, Parroquia de San Martín, Cofradía del Santísimo Sacramento y Ánimas, Cuentas, 1654-1772, 2 libros; AGDV, Parroquia de San Miguel, Cofradía del Santísimo Sacramento y Ánimas, Cabildos, 1520-1702, 2 libros; AGDV, Parroquia de San Nicolás, Cofradía Sacramental y de Ánimas, 1722- 1841, 1 libro; AGDV, Parroquia de Santa María de La Antigua (Catedral), Cofradía de Ánimas del purgatorio, 1503-1523, 1 libro; AGDV, Parroquia de Santa María de La Antigua (Catedral), Estatutos de la Cofradía del Corpus Christi y Ánimas, 1622-1633, 1 libro; AGDV, Parroquia de Santiago, Cofradía del Santísimo Sacramento, 1562-1769; AGDV, Parroquia del Santísimo Salvador, Cofradía del Santísimo Sacramento, Cuentas, 1645-1899, 2 libros; AGDV, Parroquia del Santísimo Salvador, Cofradía del Santísimo Sacramento, Acuerdos, 1775-1839, 1 libro.
26 M. Torremocha Hernández, «Cofradías y Devociones», pp. 337-338.
27 T. Egido López, «La Cofradía de San José y los Niños Expósitos».
28 M. Torremocha Hernández, «Cofradías y devociones».
29 AGDV, Parroquia de San Esteban, Congregación de Nuestra Señora de la Compasión, Cuentas, 1796-1853; Hermanos, 1803-1865; Depositaría, 1822-1840; Acuerdos, 1842-1887.
30 J. Pérez Gil, El Palacio Real de Valladolid, pp. 346-354.
31 J. Burrieza Sánchez, Virgen de San Lorenzo, pp. 205-207.
32 AGDV, Parroquia de San Lorenzo Mártir, Cofradía de Nuestra Señora de la Salve, Cabildos y cuentas, 1586-1772, 3 libros; Parroquia de San Lorenzo Mártir, Gastos en las salves de Nuestra Señora de San Lorenzo, 1748-1777, 1 libro; Documentos de la Cofradía de Nuestra Señora de la Salve, 1 libro.
33 AGDV, Parroquia de San Lorenzo Mártir, Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo, Acuerdos, 1781-1853, 3 libros; Parroquia de San Lorenzo Mártir, Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo, Cuentas, 1781-1889, 2 libros; Parroquia de San Lorenzo Mártir, Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo, Hermanos, 1777-1938.
34 AGDV, Parroquia del Santísimo Salvador, Cofradía de Nuestra Señora de la Guía, Acuerdos, 1695-1918, 3 libros; Cargos y Agregación (1732), 1 libro.
35 AGDV, Parroquia de San Lorenzo, Convento de la Trinidad Calzada, Congregación del Nombre de María, 1 libro.
36 M. A. Fernández del Hoyo, Patrimonio Perdido. Conventos desaparecidos, pp. 98-101.
37 J. Pérez Gil, El Palacio Real de Valladolid, pp. 359-366.
38 F. Calderón, Primera parte de la Crónica, p. 353.
39 T. Egido López, «Introducción al Diario de Ventura Pérez».
40 AGDV, Parroquia de San Lorenzo Mártir, Archicofradía de Nuestra Señora del Carmen Descalzo, 1894-1933.
41 J. Burrieza Sánchez, «Los colegios de jesuitas», pp. 146-148; F. J. Martínez Naranjo, «Aproximación al estudio de las congregaciones de estudiantes», pp. 227-250; F. J. Martínez Naranjo, «Las congregaciones Marianas».
42 AGDV, Parroquia de San Pedro, Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores, Congregantes, 1739-1901, 3 libros; Cuentas, 1740-1972, 3 libros; Acuerdos, 1843-1863.
43 AGDV, Parroquia Santiago Apóstol, Cofradía de la Resurrección y Nuestra Señora de la Alegría, 1564-1661.
44 AGDV, Parroquia del Santísimo Salvador, Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad, Cuentas, 1587-1793, 2 libros; Cabildos, 1593-1743, 5 libros; Cofrades, 1630-1692, 1 libro; Ejecutoria de la Cofradía de la Piedad contra las Angustias (1622), 1 libro. Después, esta cofradía que tuvo residencia en su propia penitencial, posteriormente derribada, en la parroquia del Santísimo Salvador y, finalmente, en la iglesia del antiguo hospital de San Antonio Abad, añadió a sus advocaciones la de este último santo ermitaño (AGDV, Parroquia del Santísimo Salvador, Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y San Antón, Acuerdos, 1782-1907, 2 libros; Cuentas, 1871, 1 libro).
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Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Valladolid
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