«… Et sola omnivm provinciarvm vires svas postqvam victa est intellexit»
Una aproximación a Hispania como referente identitario en el mundo romano
p. 55-77
Résumés
Este trabajo examina la noción de Hispania como una creación romana que sirvió, inicialmente, para diferenciar en el seno del Imperio a un conjunto heterogéneo de pueblos y comunidades, pero que fue progresivamente adoptada y reelaborada por los hispanos hasta convertirlo en un referente identitario.
Ce travail examine la notion d’Hispanie comme une création romaine qui a servi, initialement, à distinguer au sein de l’Empire, un l’ensemble hétérogène de peuples et de communautés, mais qui a été progressivement adoptée et reélaborée par les Hispani jusqu’à le transformer en une référence identitaire.
This article explores the notion of Hispania as a Roman creation which initially served to distinguish a heterogeneous set of peoples and communities within the Empire but which was gradually adopted and reconstructed by the Hispanic peoples into an identitary referent.
Texte intégral
«… Et sola omnivm provinciarvm vires svas postqvam victa est intellexit»
Hispaniae numquam animus fuit aduersum nos uniuersae consurgere, numquam conferre uires suas libuit, neque aut imperium experiri aut libertatem tueri suam publice. Alioquin ita undique mari Pyrenaeoque uallata est, ut ingenio situs ne adiri quidem potuerit. Sed ante a Romanis obsessa est quam se ipsa cognosceret, et sola omnium prouinciarum uires suas postquam uicta est, intellexit (Flor., I, 33, 3-4)1.
1De este pasaje del epitomista Floro, cuya frase final he elegido para dar título a mi intervención, interesa subrayar ahora dos aspectos que sintetizan perfectamente la imagen de Hispania elaborada por Roma a través de los siglos: por una parte, el empleo en sentido lato del término provincia para referirse no a las circunscripciones administrativas en las que estaba dividida la Península Ibérica, sino a toda ella en su conjunto denuncia la percepción unitaria —compatible, sin embargo, con la articulación provincial— que Roma proyectó sobre esta parte del Occidente mediterráneo desde los inicios mismos de su expansión ultramarina; y, por otra, el énfasis sobre la falta de cohesión de los pueblos peninsulares pone de manifiesto que esta percepción unitaria no existía con anterioridad a la conquista, sino que, por el contrario, fue consecuencia de ella, esto es una creación propiamente romana, de suerte que sólo una vez integrados en el Imperio adquirieron los hispanos conciencia de sí mismos bajo la nueva identidad acuñada por Roma: et sola omnium prouinciarum uires suas, postquam uicta est, intellexit.
2Según Floro, pese a su bien definida naturaleza geográfica, delimitada por el mar y los Pirineos, los habitantes de la Península Ibérica no actuaron nunca mancomunadamente contra Roma, circunstancia que el epitomista explica un poco más adelante por haber carecido los hispanos de caudillos que los unificaran, un papel que sólo el celtíbero Olíndico, muerto prematuramente, y el lusitano Viriato, a quien la Fortuna no permitió desempeñar tal función —si fortuna cessisset, Hispaniae Romulus—, habrían estado a punto de encarnar (Flor., I, 33, 15)2. La fragmentación de los pueblos peninsulares a la que se refiere Floro puede considerarse como un tópico de la literatura clásica que también recoge, por ejemplo, Estrabón cuando afirma que si hubieran unido sus fuerzas jamás habrían sido domeñados ni por los cartagineses ni por los romanos, que sólo tras doscientos años de lucha y derrotándolos uno a uno lograron someterlos (Str., III, 4, 5). También subraya esta circunstancia Livio al proclamar —con el mismo uso genérico del término provincia que Floro— que Hispania fue la primera provincia continental en ser abordada por los romanos, pero la última en ser sometida:
Hispania […] itaque ergo prima Romanis inita prouinciarum, quae quidem continentis sint, postrema omnium nostra demum aetate ductu auspicioque Augusti Caesaris perdomita est (Liv., XXVIII, 12, 12)3.
3Como es bien sabido, Hispania, a diferencia de las monarquías y ligas helenísticas de Oriente, no sólo carecía de instituciones estatatales unificadoras más allá de ciudades o de vagas agrupaciones étnicas desprovistas de carácter político, sino que, además, constituía un auténtico microcontinente marcadamente heterogéneo, como en el plano lingüístico, cultural o social pone de manifiesto la extremada diversidad encarnada por las colonias fenicias y griegas, por las ciudades turdetanas, ibéricas, celtibéricas o vasconas, o por los pueblos lusitano, galaico, astur o cántabro. Esta diversidad contrastaba vivamente con la situación imperante en otras regiones más homogéneas culturalmente como Grecia, las Galias, Britania o, incluso, el Norte de África, y constituye un estado de cosas cuyo paralelo más cercano lo proporciona la propia Italia, con sus comunidades griegas, galas, etruscas, latinas, samnitas, campanas…, que, como Andrea Giardina subrayara magistralmente, no lograron desarrollar una identidad cohesionada debido tanto a su diversidad cultural cuanto al papel hegemónico desarrollado por Roma en la península Itálica4. Ello hizo posible que, a lo largo del período republicano junto a la expansiva identidad romana, sobrevivieran y fueran reelaboradas diferentes identidades étnicas itálicas a las que recurrieron, por ejemplo, los aristócratas romanos como referente5, por más que a comienzos del Principado pudiera percibirse ya una clara contraposición en este terreno entre itálicos y provinciales, perfectamente ilustrada por el famoso discurso del emperador Claudio acerca de los primores de las Galias y su integración en el Senado (Tac., Ann., II, 23-25,1; CIL, XIII, 1668).
4En consecuencia, nada más fundamentado que el aserto de Floro con el que abríamos estas líneas, del que se desprende que Hispania fue una creación romana que brindó tanto a la propia Roma como a los habitantes de la heterogénea Península Ibérica un referente distintivo respecto de otras comunidades del Imperio como los itálicos, los galos, los africanos o los griegos.
Hispania desde Roma
5Desde la perspectiva romana, esta percepción unitaria convivió siempre con la estrictamente provincial, de manera que, junto a las circunscripciones administrativas —Hispania Citerior y Ulterior, primero, y Tarraconense, Bética y Lusitania, después—, este territorio, pese a su marcada diversidad, fue siempre percibido con una relativa unicidad y denominado habitualmente con una designación común bajo el nombre de Hispania —ocasionalmente asimilada a una provincia, como en los textos antes citados de Livio o de Floro— o, en plural, Hispaniae6.
6Tal actitud está documentada desde los inicios de la presencia romana en la Península Ibérica, como documenta Ennio (204-169 a. E.) —cuando en un fragmento de los Annales pone en boca de un interlocutor desconocido las palabras «Hispane, non Romane memoretis loqui me» (503 Vahlen)—7, hasta la Antigüedad tardía, según ilustra con particular claridad el retor galo Pacato, hacia 389, cuando en el panegírico dirigido a Teodosio se refiere a la patria del emperador diciendo «Nam primum tibi mater Hispania est, terris omnibus terra felicior» (Paneg., 12, 4, 2)8.
7De esta común caracterización como hispanos de las gentes procedentes de cualquiera de las provincias peninsulares pueden mencionarse numerosos ejemplos tanto literarios como epigráficos.9 Así, por ejemplo, en el famoso pasaje de Livio referido al año 171 a. E., en el que se narra la embajada de las dos provincias hispanas que reclamó al Senado el enjuiciamiento de una serie de gobernadores (Liv., XLIII, 2), aunque el patavino distingue reiteradamente las dos provincias,10 sus pobladores son sistemáticamente denominados Hispani. Es significativo, además, el mero hecho de que los pueblos de las dos provincias que se sentían maltratados por los gobernadores decidieran enviar a Roma en tan temprana fecha una embajada conjunta, por más que en el curso del proceso surgieran disensiones entre ellos. También en el siguiente parágrafo de Ab Vrbe condita, relativo a la fundación de Carteia (Liv., XLIII, 3), la legación integrada por los hijos de soldados romanos y de mujeres hispanas que reclamaba al Senado una ciudad en la que morar es definida de nuevo como una ex Hispania legatio.
8Y lo mismo ocurre en las inscripciones. En el bronce de Ascoli del año 89 a. E. (CIL, I2, 709) los jinetes del valle medio del Ebro integrados en la turma Salluitana son denominados equites Hispanos sin mayor precisión. E, incluso, en los Fasti triumphales11(CIL, I, pp. 168-181) alternan las referencias de carácter provincial a la Hispania Citerior (195, 185, 180, 175, 93 a. E.) o a la Ulterior (191, 152, 107, 98 a. E.) junto con la designación de una de las dos provincias como Hispania simplemente, caso de la Ulterior en 189 a. E. a propósito del triunfo de Lucio Emilio Paulo y en 178 respecto de Lucio Postumio Albino, o de la Citerior en 182 a. E. respecto de Aulo Terencio Varrón, en 178 respecto de Tiberio Sempronio Graco y en 174 respecto de Apio Claudio Centón. A partir de 71 a. E., sin embargo, los triunfos se celebran sistemáticamente ex Hispania indiferentemente de que los gobernadores lo fueran de la Citerior (71, Quinto Cecilio Metelo Pío) o de la Ulterior (71, Gneo Pompeyo), salvo en 47 (ex Hispania Citeriore, Marco Emilio Lépido, pero ex Hispania en 43 a. E.).
9Esta concomitancia entre Hispania como un referente único y la estructura provincial de la Península Ibérica, se decantó a menudo en beneficio de la perspectiva unitaria como queda de manifiesto en dos ejemplos bien distintos como son las denominaciones de las unidades de soldados auxiliares y, sobre todo, las representaciones plásticas.
10Como es bien sabido, las alas y las cohortes solían llevar preferente denominaciones étnicas relacionadas con los pueblos a los que pertenecían sus integrantes en el momento de formarse las unidades, si bien podían ostentar también apelativos derivados de las provincias en las que servían12. En muchos casos los nombres étnicos coinciden aparentemente con designaciones provinciales, cuando éstas corresponden a circunscripciones con una base poblacional homogénea: Afrorum, Dacorum, Noricorum, Pannoniorum, Thracum13…
11Si se repasan los nombres de las alas y cohortes reclutadas en Hispania durante el Principado,14 podrá comprobarse que estas unidades, salvo algunos casos en los que reciben denominaciones derivadas de comunidades no urbanas, urbanas, islas o conventos jurídicos,15 o bien llevan nombres étnicos16 o bien reciben la designación genérica de «hispanas»17, que, con diferencia, es el apelativo más frecuente tanto en alas como en cohortes18 y se asocia a étnicos tanto de Lusitania —Vettones— como de la Tarraconense —Vascones—. Por el contrario, brillan por su ausencia los nombres relativos a cualquiera de las tres provincias19, con la única excepción de una cohors Baetica, cuyo apelativo podría hacer referencia no tanto al lugar de procedencia de sus soldados cuanto a la provincia en la que estaba destacada20.
12Más interés entraña el tratamiento de las representaciones plásticas, que, además de constituir un tema bien estudiado, permite apreciar una cierta evolución en la concepción de Hispania.21 Como se ha señalado en varias ocasiones, no existen ejemplos seguros que se refieran a las provincias hispanas individualmente22, sino tan sólo y exclusivamente a Hispania en su conjunto23.
13Las representaciones de provincias —o de grupos de ellas— mediante personificaciones femeninas es un recurso de tradición helenística difundido sobre todo por los simulacra gentium u oppidorum que se exhibían en los cortejos triunfales y de los que hay constancia al menos desde 188 a. E. (Liv., XXXII, 59, 3-5), aunque fue en época augústea y julioclaudia cuando este género de personificaciones de gentes y nationes adquirió prominencia a través de la propaganda imperial (Serv., Ad Aen., VIII, 72124; Plin., Nat. XXXVI, 5, 39)25 y, ya en la segunda mitad del siglo i d. E., se atestiguan los primeros conjuntos de imágenes de provincias26, que, de manera individualizada, contaban con precedentes en los tipos monetarios27. Éstos últimos habían exhibido hasta época de Trajano imágenes de siete «provincias», Africa, Gallia, Germania, Iudaea, Italia, Sicilia e Hispania —casi todas, por cierto, occidentales—, así como de los reinos de Armenia y Parthia, a las que el primer emperador nacido fuera de Italia agregó Arabia, Dacia y Dardania, y que con Adriano, como consecuencia de sus viajes de un extremo al otro del Imperio, se multiplicaron en las emisiones hasta alcanzar veintitrés representaciones «provinciales» entre las que se cuentan: Achaia, Aegyptos, Africa, Arabia, Asia, Bithynia, Britannia, Cappadocia, Cilicia, Dacia, Gallia, Germania, Hispania, Italia, Iudaea, Lybia, Macedonia, Mauretania, Moesia, Noricum, Phrygia, Sicilia y Thracia28. Si prescindimos ahora de Hispania, debe subrayarse que la mayor parte de ellas corresponde a provincias en sentido estricto con la excepción, por un lado, de Lybia y Phrygia que cubren sólo una parte de sus respectivas circunscripciones provinciales —Creta et Cyrenae y Asia—, y, por otro, de Gallia, Germania, Mauretania y Moesia, que abarcan conjuntos de provincias, pero que, a diferencia de Hispania, contaban con una fuerte homogeneidad étnica e incluso con una designación común precisada adjetivalmente (Inferior / Superior, Tingitana / Caesariensis…).
14En el caso de las representaciones monetarias de Hispania,29 la más antiguamente atestiguada data del año 81 a. E. Se trata de un denarius serratus de A. Postumio Albino (fig. 1), en cuyo anverso aparece la cabeza velada de la personificación de Hispania, desgreñada y de aspecto triste, con la leyenda HISPAN (ia), que conmemora el triunfo ex Lusitania Hispaniaque, un siglo antes, de un ancestro del magistrado monetal, L. Postumio Albino, gobernador de la Hispania Ulterior en 189-179 a. E. (178 a. E.)30. Se trata de uno de los primeros ejemplos en los que una «provincia» es objeto de un tratamiento protagonista y no aparece reflejada simplemente para ilustrar la victoria romana, si bien es cierto que se la caracteriza con rasgos propios del bárbaro — cabello desordenado— y mostrando una cierta aflicción, propia también de las representaciones de vencidos31. Podría referirse también a Hispania, aunque la identificación no es del todo segura, la representación de una mujer con vestimenta larga, escudo a la espalda y dos lanzas entregando una palma a un soldado que exhiben las emisiones pompeyanas de M. Poblicio, correspondiente a las guerras cesarianas (46-45 a. E.)32. A favor de esta identificación cabe mencionar las monedas de Galba en las que Hispania es representada con los mismos atributos militares y vestimenta. A cambio, no es seguro que aludan a Hispania ni las emisiones de César del año 45 a. E., en las que aparece un trofeo flanqueado por dos figuras, una masculina y otra femenina33, ni tampoco las de M. Minacio Sabino en 46-45 a. E.34, sobre cuya interpretación no existe acuerdo, pues han sido identificadas tanto con personificaciones de ciudades hispanas —quizás la hipótesis más verosímil— cuanto con Hispania misma o con sus dos provincias35. En época imperial Hispania fue representada en numerosas acuñaciones por emperadores como Vitelio o Vespasiano, y especialmente por Galba, Adriano36 y Antonino Pío37, en todos los casos haciendo referencia a Hispania como una unidad38, como parece ser el caso también de la polémica representación atribuida a Hispania del friso del Hadrianeum del Campo Marcio erigido por Antonino Pío en 145 a. E.39.
15Debe subrayarse que en las monedas de época imperial la representación de Hispania responde a dos tipos fundamentales: en las monedas de Galba, que acuñó diversas series alusivas a la tierra en la que se había cimentado su acceso al trono, es representada habitualmente como una mujer vestida con quitón portando un escudo redondo y dos lanzas, atributos sin duda alusivos al apoyo militar que el emperador había recibido de las Hispanias (fig. 2, p. 64), imagen que se perpetúa en las emisiones de Vitelio y Vespasiano; en las de Adriano, a cambio, aunque en algún caso mantiene las armas y en otros es representada sacrificando o arrodillada ante el emperador, tiene como tipo más característico el que la presenta reclinada sobre una roca con una rama de olivo y un conejo a los pies (fig. 3, p. 64).
16Por lo tanto, en el caso de Hispania, dada sus tempranas fechas de conquista y el elevado grado de promoción cívica de sus habitantes, la imagen de la prouincia capta o deuicta, representada como una mujer bárbara afligida, sólo aparece en las tempranas emisiones de Postumio Albino y, lógicamente, en el trofeo augústeo de Saint-Bertrand-de-Comminges, erigido durante las guerras cántabras, mientras que el tipo de la prouincia felix o pia fidelis, correspondiente a una mujer civilizada con indumentaria clásica, predomina no sólo a partir de las acuñaciones de Galba, en cuyo acceso al trono tan importante papel desempeñaron las provincias hispanas, sino incluso, quizás, ya en las monedas pompeyanas de M. Poblicio de c. 46/45 a. E.
17Quizá, por no alargar más esta argumentación, la expresión más trascendental y significativa de esta percepción unitaria de las provincias hispanas fuera la concesión a todas ellas del ius Latii por Vespasiano, testimoniado por Plinio el Viejo (Nat., III, 30)40, cuya singularidad e importancia queda de manifiesto si se sitúa en la perspectiva de la concesión colectiva de derechos de ciudadanía41, pues se trata del otorgamiento más extenso entre la Guerra Social y la constitutio Antoniniana, y en beneficio, además, de un conjunto de territorios con grados muy diversos tanto de asimilación de las formas de vida romanas como de integración política.
18No es de extrañar, pues, dado su elevado grado de integración política, que sea precisamente un autor de época flavia, Plinio el Viejo, el primero en componer una laus Hispaniae, en la que concede el segundo puesto a las tierras peninsulares sólo tras Italia entre todas las tierras del Imperio:
Ab ea exceptis Indiae fabulosis proximam equidem duxerim Hispaniam quacumque ambitur mari, quamquam squalidam ex parte, uerum, ubi gignit, feracem frugum, olei, uini, equorum metallorumque omnium generum, ad haec pari Gallia. Verum desertis suis sparto uincit Hispania et lapide speculari, pigmentorum etiam deliciis, laborum excitatione, seruorum exercitio, corporum humanorum duritia, uehementia cordis (Plin., Nat., XXXVII, 203)42.
Hispania desde Hispania
19Los argumentos e indicios expuestos en el apartado anterior, por contundentes y coherentes que sean, expresan, sin embargo, sólo una vertiente del problema que nos ocupa, pues ilustran la imagen que Roma se hacía de las comunidades hispanas, esto es una perspectiva de Hispania exógena —o etic, si se prefiere la expresión acuñada por los antropólogos—. Pese a su carácter externo, esta percepción es, sin embargo, relevante a la hora de forjar un referente identitario, pues resulta evidente que las identidades colectivas son producto de una combinación de perspectivas diversas —cómo nos vemos, cómo nos ven, cómo vemos a los demás—, al menos si se aceptan las conclusiones de los estudios más recientes sobre esta materia y en particular acerca de los nacionalismos43 y de la etnicidad44, que se alejan de las posturas esencialistas y coinciden en considerar las identidades colectivas como construcciones sociales percibidas de manera subjetiva45. Y, que, en este sentido, pueden ser presentadas como invenciones46, como comunidades imaginadas47, objeto de continuas reelaboraciones, que adquieren prominencia o desaparecen según las necesidades del momento, se alimentan de diferentes puntos de vista, conviven con otras identidades —como es particularmente evidente en el caso romano en el que conviven, junto a la romana misma, identidades municipales, étnicas y culturales entre otras— y, además, son interiorizadas, seleccionadas y jerarquizadas de manera particular por cada individuo o grupo.
20Y ésta es precisamente la otra vertiente del problema que requiere ser analizada ahora, la perspectiva endógena o emic: es decir en qué medida y desde cuándo asimilaron las comunidades peninsulares la identidad hispana que Roma forjó para individualizarlas en el seno de su Imperio, una perspectiva para la que, por desgracia, existen muy escasos indicios, aunque entre ellos se cuentan algunos extraordinariamente elocuentes.
21A este respecto, quizá el más espectacular por su cronología e implicaciones sea el de los mercenarios hispanos instalados en la ciudad siciliana de Morgantina a fines del siglo iii a. E., esto es coetáneamente al inicio de la conquista romana de Hispania, que, por ello, requiere de un examen más reposado.
22En 212 a. E., Marcelo, en el curso de la segunda guerra púnica, sometió a sitio la ciudad de Siracusa y obtuvo el apoyo de un jefe de mercenarios hispanos —Hispani auxiliares— al servicio de los cartagineses llamado Moericus que traicionó a los púnicos y le facilitó la entrada en la ciudad (Liv., XXV, 30). El jefe hispano participó en el triunfo celebrado por Marcelo en el Monte Albano y en la ouatio de Roma, tocado con una corona de oro, recibió la ciudadanía romana y se le prometieron 500 iugera de tierra así como una ciudad y tierras en las que asentarse con sus hombres, expropiadas a los sicilianos que se habían rebelado contra Roma. También le fueron otorgados 400 iugera a otro hispano, un tal Belligenes, que había sido quien convenciera a Moericus de pasarse a los romanos. Entre tanto una expedición cartaginesa atacó Sicilia y obtuvo el apoyo de diversas ciudades, entre las que se contaban Murgentia, Ergetium, Hybla y Macella. Una vez sofocada la rebelión y castigadas las ciudades revoltosas por el pretor Marco Cornelio «ex iis Murgentiam Hispanis quibus urbs agerque debebatur ex senatus consulto attribuit» (Liv., XXVI, 21, 9-17), con lo que el asentamiento de los mercenarios hispanos en Murgentia o Morgantina debió producirse hacia 211 a. E.48.
23Ignoramos la procedencia exacta de estos soldados hispanos, sobre cuya filiación étnica o cultural la pista más segura es el nombre del interlocutor de Moericus, Belligenes, que, al parecer era su compatriota y que, como se ha señalado desde antiguo, parece presentar el segmento –genos, característico de la onomástica celtibérica49.
24Lo que interesa a nuestro propósitos es que estos mercenarios acuñaron varias series de monedas atribuidas tradicionalmente a una ceca siciliana durante el dominio de Sexto Pompeyo sobre la isla, en 43 a. E., aunque, sin embargo, como Erim demostrara, deben datarse en una fecha bastante anterior y asignarse concretamente a la ciudad de Morgantina (Serra Orlando, Aidone), en donde estas no muy abundantes acuñaciones han sido recuperadas en cantidades significativas50.
25La ciudad siciliana de Morgantina acuñó desde el siglo v a. E. con la leyenda retrógrada MORCANTIN (A) y, en el iv a. E., con el rótulo MOPTANTINΩN, a los que debe sumarse la emisión de la segunda guerra púnica (214-213 a. E.), atribuida a Hierón II, con la leyenda ∑IKEΛIΩTAN51. Con posterioridad a la destrucción de la ciudad por los romanos en 211 a. E., deben ser datadas las cinco emisiones que ahora nos interesan, para las que los excavadores americanos de la ciudad siciliana proponen una fecha a partir de c. 150 a. E., aunque sin argumentos concluyentes52, que, sin embargo, se ha sugerido llevar a fines del siglo iii o comienzos del ii a. E. con mayor verosimilitud histórica y sólidas bases numismáticas53.
26Estas monedas presentan en la unidades una cabeza con casco de Minerva o bien una cabeza masculina en el anverso y, en el reverso, los dos elementos que ahora interesa subrayar: un jinete lancero al galope, y la leyenda HISPANORVM54 (fig. 4, p. 68). Resulta verdaderamente significativo que los mercenarios procedentes de la Península Ibérica —algunos, al menos, celtíberos— resolvieran identificarse en sus monedas cívicas subrayando su condición de hispanos en una fecha tan temprana que, según la cronología que se adopte, coincidiría con los inicios mismos de la presencia romana en Hispania a fines del iii a. E., como parece más probable, o con un momento algo más avanzado — hacia 150 a. E.—; y, además, que para ello emplearan la lengua latina en un contexto claramente helenófono como el siciliano, proceder que contrasta abiertamente con el adoptado por los mercenarios mamertinos de Mesina que, pese a su origen itálico, recurrieron al griego en las emisiones con la leyenda MAMEPTINΩN. Unos y otros prefirieron omitir cualquier referencia al nombre tradicional de las ciudades en las que se habían asentado y subrayar en su lugar sus orígenes «étnicos», aunque recurriendo al modelo griego de expresarlo en genitivo del plural. Los hispanos asentados en Morgantina, algunos de los cuales —al menos Moericus y sus descendientes— disfrutaban de la ciudadanía romana, resolvieron utilizar la lengua de Roma y adoptar la designación colectiva con la que ésta les distinguía, actitud que quizá obedeciera en parte a una composición étnica heterogénea —si junto a los celtíberos había también soldados ibéricos, por ejemplo—, pero que, en cualquier caso, ponía de manifiesto su integración en el mundo romano y la tempranísima asunción de la identidad que Roma les aplicaba.
27Cuestión más compleja es la de los tipos, pues, naturalmente, no pasa desapercibida la selección como imagen del reverso del jinete que, como es sabido, domina abrumadoramente en las cecas indígenas de la Hispania Citerior durante los siglos ii y i a. E. Aunque se ha propuesto interpretar los tipos de las monedas con la leyenda HISPANORVM como copias de las cabezas femeninas de las emisiones más tempranas de untikesken y arse, en lo que respecta al anverso, y del característico jinete lancero de la Citerior, en lo tocante al reverso55, lo cierto es que el parecido no es concluyente y la filiación depende naturalmente de que se acepte la cronología baja, pues en el caso de que se adopte la alta, es decir a fines del iii o comienzos del ii a. E., estas acuñaciones serían algo más tempranas — o, a lo sumo, estrictamente coetáneas— del comienzo de las emisiones de la Hispania Citerior con el jinete56. Por otra parte, como ha sido repetidamente señalado, no puede ignorarse el paralelo, más cercano iconográfica, geográfica y cronológicamente, que ofrecen las emisiones siracusanas de Hierón II y, antes aún, de Agatocles57. De cualquier forma, la coincidencia de los tipos empleados por los hispanos de Morgantina y por las cecas de la Citerior debe retenerse como un elemento significativo, máxime teniendo en cuenta que a lo largo del siglo ii y del i a. E. las cecas de esa parte de Hispania renunciaron al empleo de símbolos privativos de carácter cívico como los que se utilizaban en la Hispania Ulterior y, pese a las múltiples diferencias de detalle, utilizaron el jinete como un emblema común y característico de la provincia, compartido por todas las comunidades independientemente de su adscripción cultural —iberos, celtíberos, váscones—, hasta el punto de que lo exhiben también las emisiones de ciudades como Tamusia ubicadas en la Hispania Ulterior, pero unidas por lazos culturales a la Citerior58. En el caso de que la selección del jinete como emblema monetal por los hispanos de Morgantina —como se ha dicho, procedentes probablemente de la Hispania Citerior— hubiera de ser interpretado también como expresión identitaria, al referente genérico hispano que supone la leyenda HISPANORVM habría que acumular el relativo a la provincia.
28Aparte de este peculiar ejemplo, no son muchos más los testimonios a los que puede recurrirse para examinar el grado de asunción por los peninsulares de la identidad hispana, si exceptuamos algunos textos literarios como los poemas de Marcial, de los que nos ocuparemos más adelante. A este respecto puede suministrar algunos indicios, aunque escuetos y en buena medida contradictorios, la manera en la que los hispanos precisan su origen en las inscripciones procedentes de contextos foráneos o a ellos destinadas, de las que examinaremos las correspondientes a los soldados, a los emigrantes atestiguados en Roma y a los epígrafes de hospitalidad y patronato.
29En las inscripciones los soldados suelen identificarse a través de su ciudad de origen —o, en su defecto, mediante el domicilio o un étnico— y, naturalmente, expresando la unidad militar en la que estaban encuadrados que, debido a su poderoso espíritu de cuerpo, es una precisión que no suele faltar: a cambio, las referencias a un marco más vasto como la provincia o la propia Hispania son raras y, por lo tanto, no permiten extraer conclusiones claras59. De cualquier forma resulta llamativo el hecho de que, de la decena de casos en las que se emplean estas referencias más vastas, las datadas en los siglos i y ii d. E. hagan referencia a Hispania de manera genérica60 trátese de soldados procedentes de la Bética61, de la Tarraconense62 o de Lusitania63 o bien de otros provinciales que habían servido en la Península64; mientras que, a cambio, en los tres testimonios más tardíos los soldados expresan su origen a través de la provincia65.
30En lo que respecta a los hispanos atestiguados epigráficamente en Roma66, la mayor parte expresa su origen, como es habitual, exclusivamente a través de su ciudad, incluidos todos los militares —en su mayoría, pretorianos—; sin embargo una veintena, junto a su origo municipal, precisa su provincia de origen67 o bien se limita a indicar sólo ésta68, mientras que sólo algunos indican exclusivamente su condición de hispano69 o la matizan con su ciudad de origen70.
31Por último, en las inscripciones de hospitalidad y patronato, que por estar concebidas para ser trasladadas hasta el domicilio del hospes o patronus, a menudo fuera de las fronteras hispanas, suministran también información a este respecto, las comunidades peninsulares se definen con referencias geográficas71, étnicas y conventuales72, o provinciales73, pero nunca mediante el referente genérico hispano, debido seguramente al carácter jurídicamente más formal de estos documentos.
32Aunque los datos expuestos sean excesivamente magros como para obtener conclusiones claras, podría quizá aventurarse una explicación para la gradación decreciente en el uso del genérico Hispania para precisar el origen en función de la perspectiva más exógena de los soldados, al fin y al cabo encuadrados en el dispositivo militar romano, y la más endógena e institucional de las ciudades que nombran hospites y patroni, entre las que los meros individuos ocuparían una posición intermedia. En cualquier caso, estos ejemplos ponen de manifiesto el empleo de Hispania como referente en casos muy diversos.
Hispania según los hispanos
33Ahora bien, más allá de su existencia como una designación genérica empleada por Roma para designar a las poblaciones peninsulares y de su asunción por éstas para distinguirse en el seno del Imperio de otras comunidades culturales, queda un aspecto por examinar al que sólo un testimonio discursivo endógeno puede brindar acceso: me refiero a la valoración y al significado que de la condición de hispano tenían los peninsulares74.
34Por desgracia tampoco son muchos los indicios a los que se puede recurrir para aclarar este extremo. Hasta fines del Principado la condición provincial no era excesivamente valorada al menos en los círculos literarios y en el seno de las clases dirigentes, como bien pone de manifiesto el esfuerzo que Claudio debió realizar en 48 d. E. para vencer las resistencias del Senado, integrado mayoritariamente por itálicos, frente a su propuesta de conceder el ius honorum a los primores de las Tres Galias. Estas reservas frente a los romanos de origen provincial, que recuerdan a las de los romanos frente a los itálicos antes del Bellum sociale, se observan con particular claridad, por ejemplo, en el terreno literario y en el manejo de la lengua como queda plasmado en la anécdota relatada por el narbonense Tácito al cisalpino Plinio, cuando el primero fue interrogado mientras asistía a un espectáculo circense acerca de su origen por un vecino de localidad, que le preguntó «Italicus es an prouincialis?», cuestión que Tácito prefirió responder con una evasiva (Plin., Ep., IX, 23, 2-3)75.
35En determinados casos, algunos personajes que habían accedido a la cúspide de la sociedad romana parecen no haber mostrado vergüenza, sin embargo, de su origen provincial como parece ser el caso del gaditano Lucio Cornelio Balbo, el primer cónsul nacido fuera de Italia (suff. 40 a. E.)76, si en efecto puede identificarse con él al magistrado monetal que acuñó moneda en 41 a. E. exhibiendo en el reverso una maza alusiva a la divinidad patrona de su ciudad natal, Hércules / Melqart77, en cuyo caso se trataría de la primera emisión monetaria en la que un magistrado hacía constar su origen no itálico, aunque recurriendo para ello a los mismos patrones utilizados coetáneamente, por ejemplo, por los aristócratas romanos que deseaban expresar su identidad latina a través de la alusión a cultos prestigiosos de sus ciudades78.
36Sin embargo no parece haber sido ésta la actitud dominante entre los miembros de la clase dirigente romana. Por más que, a comienzos del siglo ii d. E., la asimilación de las elites municipales hispanas fuera un fenómeno tan evidente a los ojos del judío Flavio Josefo como la de etruscos y sabinos — Ἴ βηρες γoῦν oἱ πάλαι ϰαί Tυρρηνoὶ ϰαί Σαβῖνoι ‘Pωμαῖoι ϰαλoῦνται (Jos., C. Ap., II 40)79—, de que el Senado contara con numerosos miembros de origen hispano80 y de que con Trajano y Adriano llegaran al poder imperial los primeros senadores nacidos en Hispania, el origen provincial no parece que fuera un motivo de orgullo.
37Así, en el panegírico de Plinio el nacimiento de Trajano en Hispania es mencionado sólo marginalmente (Plin., Pan., 14, 5) y se enfatizan por contra sus orígenes itálicos (Aur. Vict., XIII, 1); y lo mismo ocurre con Adriano, de quien se subraya la condición picena de sus ancestros (HA, Hadr., I, 1), o con Marco Aurelio (HA, M. Aur., I, 4), mientras que se minimizan sus orígenes hispanos81: obviamente todavía no habían llegado los tiempos del siglo iii d. E. en los que el origen provincial de los emperadores podía afirmarse sin reparos82.
38Lo mismo sucede con la pléyade de autores literarios hispanos del siglo i d. E., que suelen silenciar su extracción provincial, un rasgo que desde el punto de vista estilístico era valorado negativamente83: Lucano no hace nunca referencia alguna a su origen hispano y lo mismo puede decirse de Séneca o Quintiliano; sólo los autores técnicos como Mela (II, 96) o Columela (VIII, 16, 9; X, 185,…), para los que los aspectos estilísticos eran secundarios y que no se encontraban tan ligados a ambientes aristocráticos, confiesan su nacimiento hispano. La única excepción que puede señalarse a este respecto es Marcial, sobre el que volveremos después84.
39Desde luego, ello no implica que los orígenes hispanos fueran irrelevantes o que no pudieran desempeñar un papel cohesionador entre estos provinciales desplazados a Roma que se movían en los círculos senatoriales o en los cenáculos literarios más prestigiosos85. Es más que probable que los mismos prejuicios frente a los provinciales que, como venimos señalando, imperaban en los estamentos superiores de la sociedad de Roma impulsaran a éstos a cerrar filas y a auxiliarse mutuamente en sus esfuerzos por integrarse en los medios dirigentes.
40Aunque en la actualidad no sea sostenible la idea de la existencia de un «partido hispano» en la Roma de fines del siglo i d. E.86, resulta evidente que la comunidad de origen pudo actuar como un instrumento de reforzamiento mutuo frente a las reticencias de los miembros de las elites de origen itálico, exento, en cualquier caso, de espíritu patriótico. El papel desempeñado por los senadores hispanos en el tránsito del siglo i al ii d. E. abona esta posibilidad, plasmada en la nutrida presencia de senadores tanto béticos como tarraconenses en el entorno de Trajano —que, desde luego, no constituían un grupo monolítico y contaban con conexiones con familias narbonenses e itálicas—, empezando por Licinio Sura que tan determinante resultó en su acceso al trono imperial87. La progresiva marginación de este grupo bajo el reinado del también hispano Adriano es prueba más que suficiente de la labilidad de estos lazos, que no ha impedido, sin embargo, apreciar en las actitudes políticas de estos senadores hispanos ciertos rasgos comunes, más bien conservadores, que han llevado a presentarlos como proclives a formas de ejercicio del poder moderadas y respetuosas con el Senado, inspiradas en el modelo augústeo, e inclinadas hacia una pacificación provincial no exenta de empresas de conquista88.
41Resulta evidente, por otra parte, que las relaciones familiares, amistosas o clientelares derivadas de un origen geográfico común hubieron de desempeñar algún papel entre los hispanos instalados en Roma, favoreciendo, por ejemplo, la adquisición de viviendas en ciertas zonas de la urbs —se ha apreciado por ejemplo entre los senadores hispanos una cierta concentración en torno al Esquilino y el Quirinal, y de sus villas, en Tibur—89 e incluso se ha señalado un cierto hispanischer Akzent en determinadas formas autorrepresentativas practicadas por los senadores hispanos en Roma —caso de las dedicatorias de estatuas sobre placas de bronce o del empleo de litterae aureae—90, que, sin embargo, no empecen el predominio en este grupo del sentimiento de pertenencia a la aristocracia romana por encima de cualquier consideración identitaria regional o provincial que, por otra parte, como se ha visto a propósito de emperadores y literatos no mostraban demasiado afán por publicitar, con la única excepción del poeta bilbilitano Marcial, sobre el que, para finalizar, conviene centrar la atención.
42Los mismos poemas de Marcial dejan entrever la importancia que desempeñaron sus conexiones con personajes influyentes y literatos de origen hispano durante su estancia en Roma: el apoyo a su llegada a la ciudad de la familia de Séneca (IV, 40; XII, 36), con la que mantuvo la relación incluso tras caer en desgracia a partir de 65 d. E., en particular con la viuda de Lucano (VII, 21-23; X, 64); la amistad con su compatriota Liciniano (I, 49; 61)91 —quizás el senador Valerio Liciniano mencionado por Plinio (Ep., IV, 11)—, muy próximo al tarraconense Licinio Sura, que era, según Marcial, uno de los grandes personajes de su época que supo apreciar la calidad de sus poemas (I, 49; VI, 64; VII, 47); las relaciones con literatos hispanos como los dos Sénecas y Lucano de Corduba, ya mencionados, Canio Rufo de Gades, Deciano de Emerita o el propio Liciniano originario de su Bilbilis natal, a los que celebra junto a Catulo, Virgilio, Livio, Ovidio, sus amigos patavinos, Estela y Flaco, y el egipcio Apolodoro (I, 61); el contacto con Quintiliano (II, 90); la amistad de su compatriota bilbilitano el abogado Materno (X, 37; I, 96, II, 74); la protección de Terencio Prisco92…
43Marcial es el único autor hispano de obra conservada que hace un motivo literario importante de Hispania, a la que se refiere en no menos de 60 de sus 1.560 epigramas, de los que en 23 habla de sí mismo como hispano93. Entre ellos han sido destacados los dos dedicados a su comunícipe Liciniano, en los que declara orgullosamente su condición de bilbilitano, de celtíbero y de hispano, alaba a su amigo como nostraeque laus Hispaniae (I, 49) y recomienda que nos Celtis genitos et ex Hiberis nostrae nomina duriora terrae grato non pudeat referre uersu (IV, 55)94.
44Sin embargo su condición de hispano tiene sus limitaciones, pues, como literato que era, no desea que empañe de provincialidad sus versos, como resulta evidente cuando encarga a su amigo, también hispano, Terencio Prisco, que revise sus poemas, pues de lo contrario teme enviar a Roma un libro no simplemente realizado en Hispania, sino propiamente hispano (ne Romam… non Hispaniensem librum mittamus, sed Hispanum; XII, Ep., 6), es decir teñido de desagradable provincianismo95.
45Muy pocos poemas permiten profundizar en lo que entrañaba para él su condición de hispano. Este es el caso, teñido todo él de un tono jocoso, del poema en el que arremete contra un griego afeminado de Corinto, Carmenio, que osaba llamarle hermano, con cuyo físico y hábitos estéticos se compara contraponiendo la cabellera rizada y perfumada de aquél con su pelambrera desgreñada de hispano (tu flexa nitidus coma uagaris / Hispanis ego contumax capillis) y los miembros lisos depilados del corintio con sus piernas y mejillas peludas (leuis dropace tu cotidiano / hirsutis ego cruribus genisque)96, además de criticar los balbuceos y débil voz del heleno (os blaesum tibi debilisque lingua est / nobis filia fortius loquetur) [X, 65]97.
46Este aspecto un tanto salvaje y rudo que se atribuye Marcial, encaja bien con la imagen bárbara que el tópico atribuía a los celtíberos y con la naturalidad y simpleza con que el poeta se refiere a la vida en su patria, que en su imaginario se contrapone al carácter artificioso e innatural predominante en la ciudad de Roma98, sobre el que el poeta se muestra crítico, pero que, una vez regresado a su Bilbilis natal, añora amargamente, necesitado como estaba su intelecto del ingenio de las tertulias, las representaciones teatrales o las bibliotecas que frecuentaba en la Vrbs (XII, Ep., 3).
47Marcial no alude, sin embargo, a las guerras entre celtíberos y romanos, ni hace referencia alguna a la antigua barbarie, tópica entre los autores greco-latinos, de este pueblo hispano: por el contrario, subraya la vigorosa rusticidad de su patria chica, la proximidad a la naturaleza, el placer de la caza, la dedicación a la agricultura… (I, 49; IV, 55; X, 96; XII, 18), que encajan bien con la imagen que de él mismo presenta en el poema dedicado al corintio Carmenio (X, 65) y que no difieren tanto de ciertos estereotipos itálicos positivos como el de la rústica prisca uirtus de los sabinos99 y de otros pueblos apenínicos, cuyos descendientes manipularon a comienzos del Principado el carácter bárbaro que se les atribuía tradicionalmente para transformarlo en una virtuosa rusticidad similar a la de los sabinos100. Ésta reelaborada visión de Celtiberia e Hispania, no hostil a Roma, sino próxima a las antiguas virtudes que le permitieron conquistar un imperio, es la que los poemas de Marcial parecen exhibir.
48Pero, más allá de sus profesiones de celtibericidad o de hispanidad, Marcial es ante todo un ciudadano romano, un enamorado de la Vrbs, pese a su actitud crítica, a la que contrapone un sentimiento hispánico101 y una identidad celtibérica que no se fundamentan tanto en la adhesión a unas tradiciones culturales vernáculas, muy difuminadas en sus poemas, sino en un afecto puramente local que, a través de su municipio bilbilitano, concreta y especifica su romanidad y se disuelve progresivamente en cuanto se aleja de su patria chica102. En Marcial opera con singular nitidez la doble filiación identitaria que tan bien expresa Cicerón en el conocido pasaje de las dos patrias —omnibus municipibus duas esse censeo patrias: unam naturae, alteram ciuitatis—103 o su hermano Quinto cuando proclama que Roma conforma una ciuitas ex nationum conuentu constituta104.
49Significativamente con la actitud de Marcial sintoniza por su visión empática y claramente positiva la imagen que el historiador Floro, con cuyas palabras iniciábamos estas páginas, suministra de Hispania y, en particular, de los celtíberos en su breve exposición de la guerra numantina (I, 34): Numancia, por el valor de sus soldados, cuya mirada o voz ningún hombre podía sostener, es Hispaniae decus y la guerra emprendida contra ella por los romanos, de todo punto injusta, pues se limitaron a acoger a los segedenses, socios et consanguíneos suos, concluyendo: «Macte esse fortissimam et meo iudicio beatissimam in ipsis malis civitatem!»105. Un auténtico exemplum de prisca uirtus106.
A modo de conclusión
50A comienzos del siglo ii d. E. cuando escriben Marcial y Floro, Hispania constituye una región perfectamente integrada en el mundo romano al que había suministrado durante más de un siglo soldados, hombres de letras, senadores e, incluso, emperadores, y que, desde hacía una generación, disfrutaba del ius Latii. La imagen que se desprende de sus representaciones plásticas así lo confirma con el cambio de la primera personificación femenina de aspecto bárbaro y vencido en favor de una mujer civilizada dotada de virtudes militares, tipo que se difunde a partir de Galba, pero que podría contar con precedentes de época pompeyana. Sus habitantes no sólo habían asumido la identidad hispana que Roma les otorgó y que les permitía, a modo de natio de nuevo cuño, diferenciarse en el seno del Imperio de otros pueblos y comunidades culturales, sino que la estaban reelaborando para hacerla perfectamente compatible con su romanidad y sus raíces étnicas, de manera semejante a cómo un siglo y medio antes lo hicieran los itálicos. En cualquier caso, el proceso aún debía madurar y habrá que esperar al otorgamiento de la constitutio Antoniniana y a los nuevos tiempos nacidos de la crisis del siglo iii d. E. —de ésta época podría datar la instauración de la llamada era Hispanica—107 para que la identidad hispana pudiera ser exhibida sin recato e incluso atribuida a un emperador como hace Pacato en el pasaje del Panegírico a Teodosio al que nos referíamos al principio — «Nam primum tibi mater Hispania est, terris omnibus terra felicior» (Paneg., 12, 4, 2)—108 o para que, más tarde aún, en plena desintegración de Occidente pudiera convertirse en el embrión de una identidad autónoma como se trasluce en la loa que le dedica Isidoro en su Historia Gothorum109.
Notes de bas de page
1 «Nunca concibió Hispania alzarse toda ella contra nosotros, nunca le resultó grato oponernos sus fuerzas ni tentar nuestro poderío o defender su propia libertad colectivamente. Por lo demás, queda tan cercada por todas partes por el mar y por los Pirineos que por su situación natural nadie habría podido acercarse siquiera. Sin embargo, quedó sitiada por los romanos antes de que se conociera a sí misma y fue la única de todas las provincias que tuvo conciencia de sus propias fuerzas después de haber sido vencida» (Floro, trad. de G. Hinojo e I. Moreno, pp. 192-193).
2 Expresión que es interpretada, quizá demasiado al pie de la letra, como si Viriato hubiera constituido una amenaza real de creación de un regnum, por R. López Melero, «Viriatus Hispaniae Romulus», pp. 247-262.
3 «Aunque (Hispania) fue la primera provincia, al menos de las situadas en el continente, en ser abordada por los romanos, fue la última de todas en ser completamente sometida y ello sólo en nuestros tiempos bajo el mando y los auspicios de César Augusto».
4 A. Giardina, L’Italia romana, espec. «L’identità incompiuta dell’Italia romana», pp. 3-116; sobre la identidad romana, E. Dench, Romulus’ Asylum. Bien se pueden apreciar los diferentes grados de diversidad, por ejemplo, en el ámbito lingüístico, pues en Hispania, además del fenicio y el griego coloniales, están comprobadas dos lenguas indoeuropeas en el centro y oeste de la Península, el celtibérico y el lusitano, y otras tres que no lo son, pero diversas entre sí: el ibérico en Levante, el vascónico en los Pirineos occidentales y el tartesio en el sur. Por el contrario en el Norte de África, además del fenicio y el griego, sólo están atestiguadas las lenguas líbicas y, en la Hélade, los diferentes dialectos griegos; en la mayor parte de Britania y las Galias domina claramente el céltico, salvo en el sur y en el nordeste, en donde han sido identificados el aquitano, elementos ligures y el ibérico, y el germánico, respectivamente, los dos últimos pertenecientes a ámbitos lingüísticos más vastos que penetran en las Galias. En Italia cabe mencionar el leponcio y el galo célticos al norte, el etrusco en el oeste, las lenguas itálicas (osco-umbro) en el centro y el mesapio en el sudeste, además del griego. Véase el panorama general que establecen G. Neumann y J. Untermann (eds.), Die Sprachen, espec. las contribuciones de J. Untermann, K. H. Schmidt, C. de Simone, L. Zgusta y O. Rössler.
5 G. D. Farney, Ethnic Identity, pp. 233 sqq.
6 Como para el período imperial subrayara ya, entre otros, P. P. Spranger, «Die Namengebung», pp. 122-141.
7 J. Vahlen, Ennianae poesis reliquae; «Sepáis que hablo como hispano, no como romano»; trad. J. Martos, Enn., Ann., 236. Ennio es, por otra parte, un claro ejemplo de identidad plural como se desprende del fragmento recogido por Aulo Gelio (Gel., XVII, 17), en el que el autor mesapio señala que poseía tria cordia, uno griego, otro osco y otro latino (G. D. Farney, Ethnic Identity, pp. 7-8).
8 M. Sordi, «La Spagna nel Panegírico», pp. 315-322, en donde subraya el contraste entre los emperadores de origen hispano del siglo ii d. E., de los que se procura señalar sus ancestros itálicos y minimizar su extracción provincial —caso del Panegírico pliniano en honor de Trajano—, y Teodosio, cuya procedencia hispana es elogiada sin reticencias por Pacato.
9 Una breve selección de pasajes literarios en P. P. Spranger «Die Namengebung», p. 140 nota 101.
10 Hispania utriusque…, in citeriore Hispania…, inter duarum prouinciarum legatos…, citerioris Hispaniae…, ulterioris…, a citerioribus populis…, ab ulterioribus…
11 Sobre la credibilidad de los fasti véase F. Mora, Fasti e schemi cronologici; J.-L. Bastien, Le triomphe romain, pp. 41 sqq.
12 Sobre los nombres de las unidades auxiliares, Cichorius, «ala», cols. 1224-1226 y «cohors», cols. 232-234; además, deben mencionarse los nombres inspirados en mandos, emperadores, tipos de armamento, características tácticas o distinciones recibidas.
13 A diferencia de los nombres étnicos constituidos por el nombre del pueblo en genitivo del plural —p. ej. ala Maurorum—, las denominaciones provinciales se hacen constar en forma adjetivada complementando a otra denominación —p. ej. ala I Thracum Mauretana—.
14 Recogidas y estudiadas en las monografías de J. M. Roldán, Hispania y el ejército romano, y de P. Le Roux, L’armée romaine.
15 J. M. Roldán, Hispania y el ejército romano, pp. 528-532: Gigurri, Lemaui, Carietes et Veniaeses; Bracari y (Gallaeci) Lucenses; Baliares; Ausetani.
16 Alas: Arauaci, Astures, Hispani Vettones. Cohortes: Astures, Callaeci, Cantabri, Lusitani, Vardulli, Vascones; Celtiberi en realidad es un superétnico (F. Beltrán Lloris, «Nos Celtis genitos», pp. 105-113).
17 Alas: I Hispanorum, I Hispanorum Auriana, II Hispanorum, I Hispanorum Compagonum, II Flauia Hispanorum c. R., Hispanorum Vettonum, …
18 J. M. Roldán, Hispania y el ejército romano, pp. 528 y 530-531.
19 Las unidades de lusitanos en los pocos casos en que puede comprobarse parecen hacer referencia al étnico y no a la provincia como ya señalara P. Le Roux, L’armée romaine, p. 96 —a cambio, J. M. Roldán, Hispania y el ejército romano, p. 267 dudaba entre la provincia y la «tribu» como lugar de origen de estas unidades—: CIL, II, 432, con un eq(ues) c(o) hor(tis) III Lusitanorum, de Numão (Vila Nova de Foz Côa, Guarda); EE, VIII, 14-15, con un signifer coh(ortis) II Lus(itanorum) oriundo de ciuitas Igaeditanorum (Idanha-a-Velha, Idanha-a-Nova, Castelo Branco); CIL, II, 5238, con un miles co (ho) rtis Lusitanorum originario con toda probabilidad de las proximidades de Collippo —concretamente de Porto de Mós (Leiria)—; al respecto, véase F. Beltrán Lloris, «De etnia a provincia».
20 Al respecto, Cichorius, «cohors», s. u. cohors Baetica; J. M. Roldán, Hispania y el ejército romano, pp. 154 sq.; P. Le Roux, L’armée romaine, pp. 92-93 y, más recientemente, J. González Fernández, «Cohors V Baetica», pp. 179-188, defendiendo su reclutamiento en la Bética.
21 Sobre las representaciones de «provincias», lo sean estrictamente o más bien de nationes, existe una amplia bibliografía: las principales aportaciones de P. Bienkówski, De simulacris; M. Jatta, Le rappresentanze figurate. J. M. C. Toynbee, The Hadrianic School y J.A. Ostrowski, Les personifications des provinces, son analizadas por F. Salcedo, África, pp. 1-5, con una interesante reflexión de conjunto sobre la cuestión, pp. 1-60. Además, C. Parisipresicce, «Le rappresentazioni allegoriche di popoli e provincie», pp. 83-105.
22 Sobre las posibles representaciones de Hispania Ulterior y Citerior en monedas de Pompeyo, ver más abajo nota 35. Se ha propuesto interpretar como un pedestal correspondiente a una estatua de oro de la Bética, correspondiente a época augústea y a la que haría referencia Vell., II, 39, 2 (Diuus Augustus praeter Hispanias aliasque gentis, quarum titulis forum eius praenitet, paene idem facta Aegypto stipendiaria, quantum pater eius Gallis, in aerarium reditus contulit), la basa CIL, VI, 31267, procedente del Foro de Augusto de Roma, G. Alföldy, «A proposito dei monumenti», pp. 71-73, sin embargo la pérdida de la imagen impide confirmar con seguridad absoluta la hipótesis y, además, el tamaño de la inscripción no parece corresponder al pedestal de una estatua, según P. Liverani, «L’imagine della Hispania», p. 95. Acerca de las representaciones de Hispania, puede verse el catálogo crítico de J. Arce Martínez, «La iconografía de Hispania», pp. 77-102 y el capítulo de J. A. Ostrowski, Les personifications des provinces, pp. 163-171.
23 P. Bienkówski, De simulacris, p. 24; P. P. Spranger, «Die Namengebung», p. 13, nota 102; el índice de la obra de J. A. Ostrowski, Les personifications des provinces, sólo recoge para la Península Ibérica la entrada Hispania.
24 Porticum enim Augustus fecerat, in qua simulacra omnium gentium conlocauerat: quae porticus apellabatur ad nationes; sobre la presencia de la representación de Hispania en este pórtico, mencionada por Veleyo Patérculo, véase nota 22 y acerca de su reflejo provincial, concretamente en Tarraco, E. Koppel, «Relieves arquitectónicos de Tarragona», pp. 327 sqq.
25 Se ha propuesto interpretar como una representación de Hispania la estatua de mujer de expresión patética y sumisa, desgreñada y triste, del trofeo augústeo de Lugdunum (Saint-Bertrand-de-Comminges); J. Arce Martínez, «La iconografía de Hispania», p. 88 fig. 11; J. A. Ostrowski, Les personifications des provinces, p. 166; P. Liverani, «L’imagine della Hispania», pp. 93-94.
26 Concretamente en un mosaico de la Via dei Vigili de Ostia (G. Becatti, Scavi di Ostia, pp. 46-47 fig. 14, láms. 122-123), en el que aparecen Africa, Hispania, Sikelia y Aigyptus, con las provincias hispanas significativamente representadas conjuntamente frente a las personificaciones individuales de las restantes. Las «provincias» se representan mediante cabezas femeninas idealizadas determinadas por atributos —elefante, rama de olivo, trisquele y cocodrilo— que parecen confirmar las identificaciones propuestas; así J. Arce Martínez, «La iconografía de Hispania», pp. 86-87.
27 Sobre las representaciones de provincias en las monedas, además del estudio de J. M. C. Toynbee, The Hadrianic School, véase N. Méthy, «La répresentation des provinces», pp. 267-289.
28 RIC, II, passim.
29 Sobre las cuales, véase F. Beltrán Lloris, «Las representaciones de Hispania», pp. 245-250; M. Pina, «alegoria», con una selección de imágenes.
30 RRC, 372, 2.
31 F. Salcedo, África, p. 57.
32 RRC, 739; con dudas J. Arce Martínez, «La iconografía de Hispania», pp. 82-83 que sugiere alternativamente, aunque sin argumentarlo, una posible identificación con la Hispania Ulterior.
33 RRC, 469: estas emisiones presentan en el anverso un trofeo con escudo oval y carnyx, flanqueado por una mujer sentada en actitud pensativa, con la cabeza reposando sobre la mano, y un cautivo con las manos atadas a la espalda, que en ambos casos Crawford identifica como galos, de acuerdo con la leyenda monetaria asociada: GALLIA. El diferente sexo de los vencidos y el hecho de que la leyenda aluda sólo a las Galias induce a darle la razón. No así J. Arce Martínez, «La iconografía de Hispania», pp. 84 y 92, que considera la figura femenina una representación de Hispania como prouincia deuicta; también la coloca entre las representaciones hispanas J. A. Ostrowski, Les personifications des provinces, p. 164, n° 4.
34 Contra lo que, por ejemplo, afirmaba yo mismo en F. Beltrán Lloris, «Las representaciones de Hispania», pp. 245-246.
35 RRC, 470 propone entender una de ellas como Corduba y la otra como una ciudad indeterminada; estas figuras han sido identificadas igualmente con Hispania, o con las provincias Ulterior y Citerior (al respecto J. Arce Martínez, «La iconografía de Hispania», pp. 81-84 con las diferentes propuestas), aunque no hay argumentos definitivos para inclinar la balanza en un sentido determinado. El hecho de que las figuras alegóricas estén tocadas con coronas murales o torreadas induce a considerarlas más bien como ciudades, pues hasta el siglo iii d. E. este atributo de origen griego propio de las urbes no tiende a extenderse a las personificaciones de provincias (F. Salcedo, África, pp. 29-31), de ahí que entre las representaciones de Hispania sólo aparezca en una emisión de Adriano y en el mosaico sirio de Biregik (Zeugma), fechado hacia comienzos del siglo iii d. E. Tampoco los símbolos que exhiben las personificaciones de las monedas de Minacio —caduceo, escudo, trofeo— resultan característicos de Hispania. Aunque no incluyan una personificación de Hispania, también aluden a ella diversas emisiones en las que figuran leyendas relativas a Hispania como las de C. Annio (82-81 a. E.) o C. Coelius Caldus (51 a. E.) [RRC, 366 y 437].
36 Sobre las acuñaciones de Adriano, M. Zahrnt, «Hadrians “Provinzmünzen”».
37 S. W. Stevenson, A Dictionary of Roman Coins, pp. 461-464; F. Beltrán Lloris, «Las representaciones de Hispania».
38 Las series más importantes con tipos relativos a Hispania se acuñan durante la guerra civil de 68-69 d. E. (RIC, I, 15 —CONCORDIA HISPANIARVM ET GALLIARVM—; RIC, I, 24 —HISPANIA—; RIC, I, 112 —HISPANIA—; RIC, I, 135 —HISPANIA—) y en el reinado de Galba (RIC, I, 1-3 — HISPANIA—; RIC, I, 15-19 —HISPANIA—; RIC, I, 50 —HISPANIA—; RIC, I, 86, contrastando con las emisiones que evocan a través de tres mujeres a las TRESGALLIAE, RIC, I, 89, aunque también se emitan monedas con GALLIA representada por un busto femenino, RIC, I, 144 —HISPANIA—; RIC, I, 154-155 —HISPANIA—; RIC, I, 190-193 —HISPANIA—; RIC, I, 225 226 —HISPANIA—; RIC, I, 469-472 —HISPANIA CLVNIA—; RIC, I, 515 —HISPANIA—); en el de Vitelio se acuñan monedas con CONSENSVS HISPANIARVM pero representada por una mujer (RIC, 41) y bajo Vespasiano, con HISPANIA (RIC, II, 256). En lo que respecta al reinado de Adriano, menudean las emisiones con tipos provinciales que representan, además de Hispania (RIC, II, 305-306, RIC, II, 319; 326-328; 851-852; 886-887; 952-955) a ACHAIA, AEGYPTOS, AFRICA, ARABIA, ASIA, BITHYNIA, BRITANNIA, CAPPADOCIA, CILICIA, DACIA, GALLIA, GERMANIA, ITALIA, IVDAEA, LYBIA, MACEDONIA, MAVRETANIA, MOESIA, NORICVM, tal vez PARTHIA, PRHYGIA, SICILIA, THRACIA así como ALEXANDRIA, NICOMEDIA y NILVS. Por último, bajo Antonino Pío también se acuñan series provinciales que, además de Hispania (RIC, III, 582 —HISPANIA—), representan a AFRICA, ASIA, CAPPADOCIA, DACIA, ITALIA, MAVRETANIA, PARTHIA, PHOENICE, SCYTHIA, SICILIA, SYRIA y THRACIA. Al respecto, C. Parisi Presicce, «Le rappresentazioni allegoriche di popoli e provincie», n. 93-95.
39 M. Sapelli, «Catalogo», pp. 64-65 relativo al altorrelieve que muestra una figura femenina toracata. J. Arce Martínez, «La iconografía de Hispania», p. 89; y J. A. Ostrowski, Les personifications des provinces, p. 170 consideran dudosa la interpretación, aunque no la descartan del todo.
40 J. Andreu, Edictum, municipium y lex; sobre la polémica acerca de extensión de la concesión del derecho latino, que algunos investigadores consideran que no afectó al conjunto de Hispania, además de la monografía de Andreu, puede verse F. Beltrán Lloris, «Municipium c. R.», pp. 247-267.
41 J. C. Olivares, Conflicto político y promoción jurídica.
42 «Inmediatamente tras ella (sc. Italia), exceptuadas las fabulosas tierras de la India, colocaría yo a Hispania doquiera esté rodeada por el mar. Aunque en parte áspera, en verdad donde produce es feraz en grano, aceite, vino, caballos y minas de todas clases; en esto es igual Galia. Pero vence en verdad Hispania en sus desiertos con el esparto y la piedra especular, también por la delicadeza de sus tintes, por el ardor en los trabajos, por la pericia de sus esclavos, por la dureza corporal de sus hombres y por la vehemencia de corazón».
43 Véase, por ejemplo, E. Gellner, Naciones y nacionalismo; J. Breully, Nacionalismo y Estado; E. Hobsbawn, La invención de la tradición; M. Hroch, Social Preconditions of the National Revival; V. P. Pecora (ed.), Nations and Identities; M. Guibernau, Los nacionalismos; J. R. Llobera, El dios de la modernidad; C. Forcadell (ed.), Nacionalismo e historia.
44 U. Fabietti, L’identità étnica.
45 G. A. De Vos y L. Romanucci-Ross, «Ethnic Identity»; J. M. Hall, Ethnic Identity in Greek Antiquity.
46 N. Loraux, L’invention d’Athènes; E. Hobsbawn, La invención de la tradición; E. I. Fox, La invención de España; J. Juaristi, El bucle melancólico; Id., El linaje de Aitor.
47 B. Anderson, Imagined Communities.
48 Al respecto, K. Erim, «Morgantina», pp. 85-86.
49 M. L. Albertos, La onomástica personal, p. 52; sobre Moericus, menos transparente lingüísticamente y sin paralelos claros en la onomástica hispana (ibid., p. 159); no resulta convincente la argumentación de L. A. García Moreno, «Topónimos y antropónimos celtas», que intenta interpretar «a la gala» Moericus como un nombre en – rix, del que no existen testimonios seguros en la onomástica celtibérica.
50 K. Erim, «Morgantina».
51 T. V. Buttrey et alii, Morgantina Studies, pp. 3-34.
52 Ibid., pp. 36-39 señalan que no se han localizado «sealed deposits containing HISPANORVM coins», por lo que tan sólo cuentan con indicios cronológicos relativos que, en cualquier caso, muestran en todos los casos una datación posterior a la destrucción de la ciudad de 211 a. E. El contexto arqueológico en el que han aparecido las monedas presenta materiales que van desde fines del siglo iii a. E. a comienzos del siglo i a. E. —con fecha ante quem en 90 a. E., Area I. Trenches 2 y 2-A—, si bien hay indicios claros de que debieron empezar a acuñarse antes de fines del ii a. E. — Area I. Zone 16; Complex 17—. Estos indicios relativos inducen a los excavadores a concluir que las monedas fueron empezadas a acuñar no más tarde de c. 150 a. E., aunque siguieron circulando hasta fines del siglo i a. E.
53 M. Caccamo Caltabiano, «Sulla cronología e la metrologia delle serie Hispanorum», pp. 336- 344: la opinión de esta última autora se basa en la semejanza entre el tipo del jinete de las series con la leyenda HISPANORVM y el que exhiben las monedas de Hierón II, muerto en 215 a. E., mientras que Caccamo Caltabiano subraya la presencia de marcas de valor en forma de bastoncillos que identifican las monedas como cuadrantes, con buenos paralelos en acuñaciones sicilianas como las de los mamertinos.
54 T. V. Buttrey et alii, Morgantina Studies, pp. 34-67.
55 M. P. García-Bellido, «La imagen de Hispania», pp. 339-342; M. P. García-Bellido y C. Blázquez, Diccionario de cecas, t. II, pp. 166-167, aceptando una cronología de la segunda mitad del siglo ii a. E. para las acuñaciones sicilianas. Debe subrayarse, sin embargo, que untikesken no utilizó como tipo el jinete lancero y que arse sólo lo hizo excepcionalmente; para esta última ceca, P. P. Ripollés y M. M. Llorens, Arse-Saguntum.
56 Sobre el inicio de las emisiones de la Citerior véase el estado de la cuestión que establezco en F. Beltrán Lloris, «El origen y la función del “denario ibérico”», pp. 105-115 con la bibliografía fundamental.
57 L. Breglia, «Morgantina»; M. Caccamo Caltabiano, «Sulla cronología e la metrologia delle serie Hispanorum», pp. 159 sqq.; T. V. Buttrey et alii, Morgantina Studies, pp. 45 sqq.
58 F. Beltrán Lloris, «Imagen y escritura», pp. 131-133.
59 Puede verse un nutrido listado en J. M. Roldán, Hispania y el ejército romano, pp. 361-492, con 836 epígrafes, y otro, más selectivo y ordenado diacrónicamente, en P. Le Roux, L’armée romaine, pp. 173-251, con 267 inscripciones.
60 Un caballero exs Hispania (CIL, XIII, 11317, Augusta Treuerorum).
61 Un legionario de Italica encuadrado en la X Gémina, ex Hispania (Beligna, cerca de Aquileia CIL, V, 932, c. 60/70 d. E.).
62 Un eques de Leonica, se identifica como Hispanus (CIL, IX, 733, Larinum, época julio-claudia); un legionario de la VII Gémina, na(tione) Hispano (AE, 1978, 342, Settepolesini, cerca de Ferrara, siglo ii d. E.). Además, un palentino de la VII Gémina lleva por cognomen Ispanus (CIL, V, 920, Aquileia, siglo ii d. E.).
63 Un eques de Caurium se presenta como ciues Hisp(anus) [ILS, 2517, Aquae Sulis, época flavia].
64 Un legionario narbonense de la IV Macedónica se dice [in H]ispan(ia) m(iles) (CIL, XII, 4366, Narbo, primera mitad del i d. E.). Cf. Tac., Hist., III, 25, 7: un legionario ex Hispania.
65 Un legionario de la VI Ferrata procedente de Italica se identifica como ex p[roui]ncia Baetic[a] (CIL, II, 4154, Tarraco, fines del ii d. E.), y un eques se define domo ex Hisp(ania) citeriore Augusta Brac(ara) [AE, 1972, 359, Augusta Vindelicorum, siglo iii d. E.]; además, un legionario de la VII Gémina precisa que realizó su servicio [in] Hispania [citer(iore)] (CIL, XIII, 8282 Colonia Agrippinensium°, siglo iii d. E.).
66 Recogidas por C. Ricci, «Hispani a Roma», pp. 103-143 que, en conjunto, registra 70 individuos — 41 civiles y 29 militares — y 10 colectivos.
67 Lusitania: Eborensis ex Lusitania (CIL, VI, 14324), ex prouincia Lusitania Salaciensis (16310), ex Lusitania municeps Collipponensis (16100); Tarraconense: ex Hispania Citeriore Saetabitanus (16247), ex Hispania Citeriore Aesonensi (27198), ex Hispania Citeriore Vrcitanus (3654), ex Hispania Citeriore Iessonensis (28624); Bética: ex prouincia Baetica municipio Italica (C. Ricci, «Hispani a Roma», H.a.11), ex prouincia Baetica ciuitate Baesariensis (CIL, VI, 38809), Ilipensis ex prouincia Baetica (28151).
68 Lusitania: ex Hispania Ulteriore Lusitania (CIL, VI, 18190), natione Hispanus Lusitanus (10048).
69 Hisp (ana) [CIL, VI, 38309, esclava], ex Hispania (21569), n (atione) Hispanus (5337), ciuis Hispanus (9597; siglo iv), ex Hispania (C. Ricci, «Hispani a Roma», H.a.40).
70 Hispanus natione Palantinus (CIL, VI, 10184, reciario), Hispanus natione Segisamone (24162).
71 Ciuitas Bocchoritana (AE, 1957, 317), 10 a. E.: ex insula Baliarum maiorum [sic]; (CIL, II, 3695), 6 d. E.: ex insula Baliarum maiore.
72 Ciuitas Lougeiorum (AE, 1984, 553), 1 d. E.: ex gente Asturum conuentus Arae Augustae.
73 Clunia (CIL, II, 5792), 40 d. E.: ex Hispania Citeriore; Munigua (AE, 1962, 147), primera mitad del I d. E.: Hispaniae Ulterioris; Baetulo (AE, 1936, 66), 98 d. E.: ex Hispania Citeriore; Coelerni (AE, 1972, 282), 132 d. E.: ex Hispania Citeriore conuentus Bracari.
74 Como, a propósito de las identidades étnicas ha subrayado J. M. Hall, Ethnic Identity in Greek Antiquity, pp. 182 sqq., habida cuenta de las continuas reformulaciones de las identidades colectivas que tan bien ilustran en el caso griego los pasajes de Heródoto (VIII, 144) y de Isócrates (Pan., 50) en los que definen en qué consiste ser griego desde sus respectivas perspectivas, los referentes sobre los que estas identidades se fundamentan en un momento dado sólo resultan accesibles a través de testimonios discursivos que los expliciten.
75 Sobre esta anécdota G. D. Farney, Ethnic Identity, pp. 235-236.
76 PIR2, C, 1331; J. F. Rodríguez Neila, Los Balbos de Cádiz; Id., Confidentes de César.
77 RRC, 518 y p. 742.
78 G. D. Farney, Ethnic Identity, pp. 65 sqq., 283.
79 «Los que antaño eran llamados hispanos, etruscos y sabinos ahora son denominados romanos».
80 A. Caballos Rufino, Los senadores hispanorromanos; F. Des Bosc-Plateaux, Un parti hispanique à Rome?, pp. 386-394.
81 M. Sordi, «La Spagna nel Panegírico», pp. 316 sqq.
82 Así, por ejemplo, Casio Dión cuando reivindica el origen hispano y no itálico o italicense de Adriano (LXVIII, 4, 1-2).
83 Incluso por Quintiliano de Calagurris: quare, si fieri potest, et uerba omnia et uox huius alumnum urbis oleant, ut oratio Romana plane uideatur, non ciuitate donata (Inst., VIII, 1, 3).
84 M. Citroni, «L’immagine della Spagna», pp. 284 sqq.
85 G. D. Farney, Ethnic Identity, p. 235.
86 E. Tobalina, «La promoción de senadores hispanos», pp. 112-113.
87 A. Caballos, Los senadores hispanorromanos, pp. 183 sqq.; X. Dupré, L’arc romà de Berà.
88 F. Des Bosc-Plateaux, Un parti hispanique à Rome?, pp. 287-312.
89 G. Alföldy, «Zur Präsenz hispanischer Senatoren in Rom», pp. 80-82.
90 Ibid., p. 88.
91 PIR2, L, 170.
92 Sobre la biografía de Marcial, véase la actualización bibliográfica de G. Fontana, «Marcial y su tiempo», espec. pp. 18-23. Además, AA. VV., Marco Valerio Marcial; J. J. Iso (ed.), Hominem pagina nostra sapit.
93 M. Citroni, «L’immagine della Spagna», pp. 287-288. Sobre la Hispania de Marcial, además, M. Dolç, Hispania y Marcial; Id. «Marcial, entre Roma y Bilbilis»; F. Arranz, «Hispania vista por Marco Valerio Marcial».
94 «Gloria de nuestra Hispania», «que a nosotros que nacimos de celtas e iberos, no nos cause vergüenza sino satisfacción agradecida, hacer resonar en nuestros versos los broncos nombres de la tierra nuestra» (IV, 55), trad. E. Ducay, M. Valerio Marcial.
95 M. Citroni, «L’immagine della Spagna», p. 293.
96 Al respecto, J. P. Sullivan, Martial, 172 nota 66 con referencia a Cratino (frag. 108 Kassel-Austin = 101 Kock), que alude a un ibero con barba de macho cabrío y a otros pasajes literarios; M. Citroni, «L’immagine della Spagna», pp. 293-294, nota 26; W. Trimllich, «Hispanien und Rom», pp. 63 sqq.
97 Sobre la particular entonación de la voz que algunos atribuían a los hispanos (Gel., XIX, 9, 2: uenerat… Antonius Iulianus rhetor, docendis publice iuuenibus magister, Hispano ore florentisque homo facundiae et rerum litterarum ueterum peritus), M. Citroni, «L’immagine della Spagna», p. 286.
98 Véase, por ejemplo, I 49; M. Citroni, «L’immagine della Spagna», pp. 290 sqq.
99 G. D. Farney, Ethnic Identity, pp. 239 y 97 sqq.
100 E. Dench, Romulus’ Asylum, p. 62.
101 Caracterizada por M. Citroni, «L’immagine della Spagna», p. 290 como «un luogo della memoria» o «uno scenario da età dell’oro».
102 Sobre la identidad celtibérica de Marcial, F. Beltrán Lloris, «Nos Celtis genitos», pp. 133-135.
103 Cic., Leg., II, 2, 5.
104 Q. Cic., Pet., 54. Sobre estos dos pasajes y la tesis ciceroniana de las duae patriae, G. D. Farney, Ethnic Identity, pp. 1 sqq.
105 «¡Cuán valerosísima y, en mi opinión, extraordinariamente dichosa ciudad, en medio de sus desventuras!»
106 Otro provincial, Tácito, caracteriza la ciudad en la que estudió su suegro, Massalia, como un lugar que aúna el refinamiento heleno con la austeridad provincial: locum Graeca comitate et prouinciali parsimonia mexitum ac bene compositam (Ag., 4, 3).
107 Sobre la era hispánica, además de los estudios clásicos de J. Vives, «Über Ursprung und Verbreitung der spanischen Aera», y Á. D’Ors, La era hispánica, véase el trabajo de J. M. Abascal, «La era consular hispana», pp. 269-272, que sitúa su surgimiento en época de Póstumo (260-269), aunque en Hispania su generalización se produjera mucho tiempo más tarde.
108 M. Sordi, «La Spagna nel Panegírico», pp. 315-322.
109 «De cuantas tierras existen desde Occidente hasta el Indo tú eres, oh Hispania, sagrada y siempre feliz madre de pueblos y príncipes, la más hermosa. Con pleno derecho eres tú la reina de todas las provincias, de la que no sólo Occidente sino también Oriente toma prestada su luz. Tú honra y ornato del mundo, tú la más ilustre región de la tierra, en la que se regocija inmensamente y florece de forma copiosa la gloriosa fecundidad de la estirpe goda […]. Y, así pues, con razón te deseó vivamente tiempo ha la dorada Roma, señora de pueblos y le fue permitido a este romúleo valor desposarte, victorioso, por vez primera, sin embargo el muy floreciente pueblo de los godos, tras múltiples victorias a lo largo y ancho del mundo, con empeño te logró y te amó, el segundo, y hasta hoy te disfruta con felicidad asegurada entre regios ornatos y bajo el extenso poder de su autoridad». Sobre la laus Hispaniae de Isidoro, véase F. J. Lomas, «De laus Spaniae». Sobre la imagen de Hispania en Orosio, F. J. García Fernández, «La imagen de Hispania»; M. V. Escribano, «Hispania leal y provindencial».
Auteur
Universidad de Zaragoza
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