La dinámica evolutiva de Carthago nova entre los siglos ii y iii
p. 161-177
Texte intégral
1Tras alcanzar sus más altas cotas de prosperidad entre los últimos siglos de la República y el cambio de era, Carthago Nova conoce un proceso de recesión en los siglos II-III d. C. cuyo arranque se ha situado tradicionalmente a finales de época flavia1. A partir de este momento, gran parte de l sector urbano es abandonado, al tiempo que las fuentes se sumen en un profundo silencio, un problema a la hora de comprender esta época al que cabe añadir uno no menos relevante: las dataciones. La ausencia de contextos bien fechados impide en ocasiones matizar el momento en el que se producen los mencionados cambios, por lo que se emplean unas horquillas cronológicas que pueden abarcar más de una centuria. A la luz de los últimos datos se estudia el desarrollo de la ciudad entre los siglos II-III d. C., las transformaciones sociopolíticas y económicas que en ella tuvieron lugar y su reflejo en el entramado urbano, con especial incidencia en la evolución de los espacios públicos2.
LA CIUDAD ENTRE LA ÉPOCA FLAVIA Y LOS PRIMEROS DINASTAS ANTONINOS: SISTEMA PRODUCTIVO Y DESARROLLO URBANO
2Cualquier aproximación a la Carthago Nova de época posjulio-claudia pasa necesariamente por la comprensión de las actividades que habían hecho de ella un destacado centro comercial. Su sistema económico se articulaba en torno a la explotación de las minas de galena argentífera, su principal motor3. Entre la época cesariana y el cambio de era, habría tenido lugar el cese de gran parte de las extracciones, aunque algunas se prolongarían hasta la primera mitad del siglo I d. C.4 e incluso hasta finales de dicha centuria en ciertos afloramientos del área de Mazarrón5. Al ocaso de esta actividad se vincula tradicionalmente el declive de la colonia, si bien ello no implicó su abandono y posterior colapso de forma inmediata6.
3El conocimiento paulatino de las intervenciones realizadas en los edificios públicos de Carthago Nova entre los siglos I-II d. C.7 permite corregir la percepción de un urbanismo decadente en época flavia, sustentado, en parte, en abandonos prematuros de algunas canalizaciones8 o viviendas del sector oriental de la colonia9. Una continuidad que, sin embargo, no interpretamos como una segunda monumentalización, pues los estándares de época republicana nunca volvieron a ser alcanzados y el paisaje urbano continuó manteniendo la profunda impronta generada hacia el cambio de era. Entre finales del siglo I d. C. y la primera mitad del siglo II d. C. muchas de las actuaciones que se registran tienen que ver con actividades de mantenimiento y renovación, como reflejan los diversos programas decorativos10.
4En relación con la edilicia pública, la mayoría de las intervenciones que se registran tienen que ver con reparaciones y remodelaciones, como las que tienen lugar en el Augusteum11, el edificio del Atrio a finales del siglo I d. C. o inicios del siglo II d. C.12, la palestra de las termas del Molinete, donde se llega a levantar una popina13 y, en particular, en la frons pulpiti e hyposcaenium del teatro14. Apenas se conocen estructuras de nueva planta, aunque testimonios epigráficos y elementos arquitectónicos (normalmente descontextualizados) permiten intuir su existencia, como en el caso de dos columnas de mármol «cipollino» vinculadas a un posible edificio templar adrianeo15.
DE MARCO AURELIO A LOS SEVEROS: EL DECLIVE DE CARTHAGO NOVA
5El tejido socio-económico de Carthago Nova experimenta una profunda transformación a finales del siglo II d. C., cuyo reflejo más evidente será una notable recesión del área urbana que afecta a todo tipo de espacios, públicos y privados. Diversos niveles de abandono y destrucción —comprendidos hasta la fecha como un mismo fenómeno y datados de forma vaga entre los siglos II y III d. C.— surgen por gran parte de la ciudad. Ante el silencio de las fuentes, el registro arqueológico adopta una relevancia prioritaria y la cerámica, aún supeditada tradicionalmente a otros soportes como la epigrafía, adquiere un indiscutible valor documental. Con el reciente estudio de varios contextos de Cartagena, de este momento de transición entre el Alto Imperio y la Antigüedad Tardía se han aportado nuevas cronologías, principal problema para profundizar en el proceso de repliegue urbano (fig. 1).
LA CUESTIÓN DE LAS DATACIONES
6Una excavación realizada en 1992 en la calle Jara n º 12, en la que se documentaron parcialmente dos viviendas romanas y donde se definieron los llamados «niveles de abandono», ha marcado el estudio de este período16. La cronología dada para la amortización de las domus, en torno a 150 d. C., influyó profundamente en la investigación posterior, algo que a la luz de los últimos hallazgos generaba algunas incongruencias, pues, como se ha visto, por entonces la ciudad y sus instituciones aún se mantenían activas. El análisis conjunto de todas las categorías cerámicas ha permitido desplazar esta fecha, correcta según el estado de la investigación en la época, hacia el último cuarto del siglo II d. C. e inicios del siglo III d. C.17. Un avance propiciado por la revisión de las dataciones tradicionales de cerámicas finas como la terra sigillata africana (en adelante TSA), caso de las formas Hayes 6, 8,9 o 14/16, y el estudio de diversas producciones que hasta el momento no aportaban cronologías, definidas homogéneamente como «cerámica común» (fig. 2). La identificación en este último grupo de tipos comunes africanos, orientales o galos, como las jarras Bonifay 53, Agora G188 y el mortero à pâte claire récente 19c (figs. 2.3, 2.4 y 2.5) o producciones de cocina itálicas y egeas, caso de la tapadera Bats 7 o la sartén Agora G133, entre otras (figs. 2.1 y 2.2), ha permitido ajustar la nueva datación. En ella ha jugado un papel preponderante la clasificación de tipos locales/regionales como la cerámica común oxidante (figs. 2.6 y 2.7), en la que probablemente quepa incluir unas lucernas propias de la ciudad (fig. 2.8) y la cerámica reductora de cocina (fig. 2.9). La revisión del conjunto ha llevado a fechar el abandono y la ruina de las domus entre 180-210 d. C. El registro estratigráfico, de 1,5 m de potencia se formó con rapidez, por lo que se cree que, junto al propio colapso de las estructuras, el solar se colmató con otros aportes antrópicos que lo convirtieron en un vertedero en pleno centro de la ciudad —entre uno de los decumanos más transitados y el área forense— ya a finales del siglo II d. C.
7Aunque la calle Jara nº 12 es un espacio privado, el estudio de otros solares hace extensible el fenómeno a edificios similares —caso de la domus de la Fortuna— y también de carácter público, como la curia, ambas igualmente amortizadas entre 180-210 d. C. El cardo ubicado junto a esta última vivienda se abandona en un momento ligeramente más tardío, entre 190/200-220 d. C., lo mismo que la cercana villa de Portmán, cuyo fin se sitúa entre 193-220 d. C. Con diferencias respecto a algunas formas cerámicas, todos los conjuntos comparten un repertorio común muy rico en cuanto a procedencia y categoría de las producciones, lo que refuerza la propuesta cronológica, que se apoya en el estudio de más de 10.000 fragmentos. Aun así, se ha intentado ajustar esta al máximo, de modo que para algunos yacimientos sea posible desplazarla con más nitidez hacia el primer cuarto del siglo III d. C., sin excluir en otros una formación a finales del siglo II d. C. La marcada ausencia de TSA C en todos ellos era uno de los criterios utilizados hasta el momento para no prolongar en exceso las dataciones en la tercera centuria, sin embargo, la pervivencia de formas tardías de TSA A, bien representadas en Carthago Nova, se atestigua cada vez con mayor solidez como un elemento de esta cronología.
8El análisis del registro material cerámico ha permitido pues distinguir dos fases en función de la datación y de la naturaleza de los niveles estratigráficos. Por un lado, una serie de abandonos en los que las estructuras se colapsan paulatinamente en torno a la época tardoantonina-severiana, y por el otro, un horizonte vinculado a destrucciones que cabe situar en la segunda mitad del siglo III d. C. y diferenciar nítidamente del anterior.
EL COLAPSO DEL ENTRAMADO URBANO
9A partir del gobierno de Marco Aurelio no se registran nuevas construcciones cívicas en la ciudad y la renovación de los programas decorativos se interrumpe. La Carthago Nova de finales del siglo II e inicios del siglo III d. C. está marcada por el expolio de edificios públicos y privados, la aparición de zonas artesanales en ellos, la ocupación de antiguos espacios para vivienda, la proliferación de residuos urbanos y el recrecimiento —y en algunos casos colapso— de parte de la red viaria. La falta de mantenimiento y la acumulación de desechos en áreas monumentales caídas en desuso sorprende por su temprana aparición y su desarrollo intra moenia pero, sobre todo, por su generalizada extensión (fig. 1). La consecuencia más evidente de este fenómeno será el repliegue del solar urbano hacia su frente occidental, entre el puerto y los cerros del Molinete y de la Concepción, perdiendo casi dos terceras partes de la superficie que había ocupado en su momento de mayor esplendor. De los epígrafes documentados en este momento, poco más de una decena y alguno con cronología imprecisa entre los siglos II-III d. C., todos, salvo un pedestal hallado cerca del foro y dedicado a la madre de Alejandro Severo, parecen ser de tipo funerario. Aunque probablemente debieron existir otras inscripciones en el área forense, aún en número menor, el de Julia Mamea será el último homenaje a la casa imperial y el único conocido desde los dedicados a Antonino Pío más de medio siglo antes18.
10La reutilización de materiales expoliados es un fenómeno propio de este momento y resulta paradigmática en edificios como la curia, donde se aprecia con nitidez la recuperación de todos aquellos elementos que podían ser reciclados. En la sede del senado municipal la mayor parte de las losas que componían el pavimento de opus sectile fueron arrancadas y se acumularon a los lados del aula central todas aquellas desechadas por los expoliadores. Se trata de un caso especialmente sintomático, pues si se acepta su construcción a principios del siglo II d. C. estaríamos asistiendo a su expolio y definitivo abandono apenas un siglo más tarde. En el collegium de los augustales apareció un conjunto de lujosos mármoles procedentes de otro edificio —¿quizás las termas públicas contiguas?— y se planteó su almacenamiento para un posible uso artesanal19. Una hipótesis que indicaría que en ese momento la sede colegial no funcionaría como tal y que antes de su colapso, que pudo acontecer a partir del 238 d. C. según la numismática20, el costoso programa decorativo de un segundo edificio ya habría sido desmantelada.
11Los otros dos edificios cívicos que conocen una importante transformación en este momento y que destacan tanto por su entidad como por contar con secuencias bien documentadas, excavadas recientemente, son el teatro romano y el edificio del Atrio del Molinete. El teatro sufre un incendio en su frente escénico hacia mediados de la segunda centuria21 que destruye la estructura del tornavoz y parte de la fachada, que no volverán a ser reconstruidas. A pesar de ello, parece albergar alguna función como edificio de espectáculos, como se deduce de la existencia de un pavimento de cal que anula la orchestra y las gradas de la proedria, expoliadas con anterioridad. Mientras tanto, su parte posterior, la porticus post scaenam, continuará en pie y albergará hasta su definitivo colapso diversas estructuras de carácter artesanal22. Su desplome se producirá en un momento estimado entre finales del siglo II e inicios del siglo III d. C. sobre unos niveles de abandono que evidencian la falta previa de mantenimiento. Es en el transcurso entre ambas centurias cuando en el otro caso señalado, el edificio del Atrio, acontece una reforma de calado. El gran complejo de carácter público o semipúblico pasa a ser privado, con modificaciones que rompen la unidad del conjunto y lo compartimentan. Cada una de las imponentes salas de época altoimperial pasan a actuar como casas individuales, donde se distinguen zonas de cocina y almacén (e incluso una probable taberna de pequeñas dimensiones). El atrio, en el que se mantuvieron un pozo y un larario precedentes, se articulará ahora como un espacio común alrededor del edificio, convertido en una insula con patio de vecinos23.
12Al mismo tiempo, la proliferación de residuos a lo largo y ancho de la ciudad pone de relieve la incapacidad del Senado local de conservar los espacios públicos. Es al mantenimiento de estos, más que a su limpieza, que se dirigen las distintas normativas conservadas en la legislación romana, y la alteración de la trama urbana un claro síntoma de debilidad administrativa24. Al margen de que la acumulación de basuras en edificios o solares abandonados sea un fenómeno difícil de concretar, en Cartagena el tratamiento de los residuos en el Alto Imperio se conoce de manera dispar25, al contrario de como sucede en la fase tardía26. En este contexto, el estado de las calzadas, objeto de público interés, es uno de los síntomas que mejor refleja la situación de la colonia. Su deterioro es palpable a partir del siglo II d. C. en puntos como la calle Beatas o los accesos al anfiteatro, con una paulatina extensión de las aceras con aportes de tierra que reducirán el espacio de circulación y la posterior aparición de derrumbes que harán el tráfico cada vez más tortuoso. La potencia de los niveles, con profusión en ocasiones de elementos constructivos como tegulae o incluso fragmentos de columna, puede llegar a superar los dos metros, como ocurre en la calle Caridad esquina San Cristóbal la Corta. En cualquier caso, su obliteración es desigual y en áreas del centro se detectan marcas de rodadas sobre niveles sin limpiar, en los que la tierra irá cubriendo progresivamente las lajas de piedra, como ocurre en el paradigmático caso de la Morería27. Algunas vías, como el decumano que conduce al área portuaria, presentan acumulaciones de material constructivo sin fechar, y otras, como un cardo secundario de la calle de San Antonio el Pobre n º 5, estructuras que amortizan parcialmente el enlosado de la calzada en el siglo III d. C. En definitiva, a partir de finales del siglo II d. C. la red de vías urbanas se hará mucho menos transitable y cambia su aspecto pétreo por el de caminos de tierra. Este proceso, que en otras capitales como Mérida se ha dado en época más tardía, no siempre ha sido interpretado como un receso cualitativo. Frente al hundimiento de las diversas piedras, resbaladizas y sin amortiguación alguna para los carros, se sugiere que los nuevos niveles de limos y cal, añadidos ex profeso, hubieron de suponer una superficie fácilmente reparable, cómoda y silenciosa28. Sin embargo, en el caso de Cartagena, la ausencia de intencionalidad, la reducción del espacio, que impedía en muchos casos la circulación de carros en doble sentido, y la aparición de concentraciones de escombro que hacían impracticable el paso, difícilmente pueden ser interpretadas como una mejora de la calidad de vida, cada vez más degradada.
13En cuanto a la epigrafía, a pesar de que las pocas inscripciones son en su mayoría de tipo funerario, poco o nada se conoce de las necrópolis de este momento. En función de los hallazgos es posible que se ubicaran en la vía de salida hacia la Bética y en el entorno del cerro de la Concepción29. Aunque el hábito epigráfico tiende a disminuir en Hispania en esta época, sin que ello implique una connotación negativa30, en el caso de Cartagena, se hace difícil no ver en su brusca caída y posterior desaparición a partir de la primera mitad del siglo III d. C. un síntoma evidente de la situación por la que atravesaba la colonia. Desde ese momento no vuelven a registrarse ejemplos de munificencia cívica, fenómeno tradicionalmente vinculado a la minería, cuyo cese habría implicado el agotamiento de las principales fortunas prestas a invertir en el embellecimiento urbano. En ese sentido, se ha especulado sobre el posible desplazamiento de las familias más nobles hacia otras ciudades con mayor peso político donde promocionar socialmente, pero la ausencia total de personajes senatoriales oriundos de Cartagena resulta reveladora al respecto31. Aunque en la falta de cargos locales al más alto nivel se podría haber visto el impacto del conflicto entre Clodio Albino y Septimio Severo, quien habría eliminado a muchos de los partidarios de su rival, esta parece responder a motivaciones distintas originadas con anterioridad. Al respecto, destaca el pedestal levantado a Iulia Avita Mammaea por el conventus Karthaginiensis, fechado durante el gobierno de su hijo Alejandro Severo (222-235 d. C.), y hallado en las cercanías del foro en el siglo XVIII32. Entendida como un síntoma del mantenimiento del espacio forense, la interpretación de esta inscripción invita a ser prudentes, pues la plaza pública muestra un marcado deterioro en el siglo III d. C.33 al que cabe sumar la amortización de otros edificios adyacentes, entre ellos la curia (si bien desconocemos el estado de la propia institución, que bien podría reunirse en lugares no diseñados a priori para tal uso). Quizás sea posible ver en ella más un ejemplo de propaganda promovido por la casa imperial que de funcionamiento del foro como tal34.
14A partir de finales del siglo II d. C. amplias zonas del territorio hispano muestran en el ámbito económico síntomas de agotamiento, una tendencia en la que Carthago Nova parece inserirse de lleno. Si bien resulta complejo medir los factores de tal desaceleración, la consecuencia más evidente en el caso de estudio será el colapso de gran parte del área urbana, con el empeoramiento que cabe suponer para el desarrollo de sus múltiples actividades, incluidas las de índole económica. Es precisamente en el sistema económico del Imperio donde a partir del reinado de Adriano comenzarán a detectarse una serie de fisuras que acabarán por aflorar en toda su magnitud bajo el gobierno de Marco Aurelio35. Junto a otras destaca especialmente el incremento del intervencionismo imperial, no solo sobre las transacciones comerciales, sino también sobre un sistema de munificencia cívica cada vez más fiscalizado que derivó en la asunción obligatoria de cargos públicos. Además, tras el paréntesis de la copiosa llegada de metales de la conquista de la Dacia, se puso de relieve que la guerra era la única posibilidad de abastecerse de esas materias primas en un momento en el que las minas —en su mayoría de propiedad estatal— no contaban con las inversiones que su explotación requería. En consecuencia, cuando aumentó la presión en las fronteras, a partir de Marco Aurelio, y se incrementó el gasto, la necesidad de metal provocó una devaluación de la moneda de plata y el incremento de la inflación. Un problema del sistema financiero en el que se ha querido ver «el hundimiento del antiguo orden económico y, con él, el político y cultural»36.
15En Carthago Nova, el cese de la omnipresente actividad minera, sobre la que se habría articulado su riqueza, es uno de los argumentos principales para explicar este declive. Los pecios conocidos en la ciudad y su entorno permiten tomar su pulso económico pues, aún sujetos en ocasiones el azar del hallazgo arqueológico, es innegable que, en condiciones normales, un aumento del tráfico marítimo conllevaba también un incremento del número de naufragios (fig. 3). La documentación recogida muestra, respecto a etapas anteriores como la fase tardorrepublicana o la reactivación de época tardía, un brusco descenso de la actividad comercial. Asimismo, el territorio de la ciudad conoce una evolución paralela, y el deterioro productivo del campo se asocia al cese de las explotaciones minero-metalúrgicas37. El debate sobre si fue uno de los motivos que precipitó la profunda recesión de la ciudad o si bien no es más que el reflejo de lo que en ella sucedía continúa abierto pero, en cualquier caso, la realidad arqueológica muestra un abandono generalizado de las instalaciones del ager entre los siglos II-III d. C.38. Un declive que también parece hacerse extensivo a los grandes complejos balnearios del territorio: Archena, Fortuna y, con seguridad, Alhama de Murcia.
OTROS FACTORES DE INESTABILIDAD
16Entre los diversos sucesos que alteraron el escenario hispano a finales del siglo II d. C.39, en el caso de Cartagena uno surge de manera recurrente entre la historiografía local: las razias de los mauri. Las incursiones que estas poblaciones beréberes del norte de África llevaron a cabo en dos ocasiones, entre 172 y 177 d. C., han hecho correr ríos de tinta40. Al margen del territorio real al que afectaron sus escaramuzas, de la propia relevancia de estas y de la órbita catastrofista con la que los autores tardíos hubieron podido contemplarlas, su impacto en la literatura posterior es innegable. Igualmente significativo es que Marco Aurelio pusiera al frente no a uno, sino a dos de sus hombres más capaces y amigos personales: C. Aufidio Victorino y L. Julio Juliano, y que, a pesar de todo, se produjese una segunda acometida en 177 d. C. La proximidad geográfica y su carácter costero bien podrían haber hecho de Carthago Nova un objetivo de estas acciones. Se trata además del núcleo más importante y cercano a la Bética por el este, lo que podría ayudar a comprender la alusión a las Hispanias de la Historia Augusta41. No hay que olvidar que la Bética, de carácter senatorial (e inermis) y la Tarraconense —a la que pertenecía la ciudad— de tipo consular, se unieron bajo el mando del legatus Augusti, Aufidio Victorino. El hallazgo de una placa funeraria fechada entre los siglos II-III d. C. en la que se menciona a un beneficiarius consularis, L. Septimio Hermócrates, ha sido empleado para reforzar la hipótesis de los mauri, pues en la presencia del personaje se ha querido ver la de una posible statio destinada a solventar cualquier situación de inestabilidad. Sin embargo, lo infundado de esta reflexión, como se desprende de una revisión crítica del epitafio42, invalida su uso como argumento a favor de las razias. A ello cabe sumar la ausencia de otras evidencias arqueológicas y el hecho de que los niveles identificados en este momento no sean fruto de destrucciones, sino de un colapso paulatino. Si los mauri desplegaron sus acciones de pillaje hasta Carthago Nova, estas solo pudieron contribuir a acelerar un proceso de declive ya iniciado, sin que hayan de ser interpretadas como la causa de él.
17Otros polémicos fenómenos podrían ser puestos en relación con la situación de la colonia, como la célebre peste antonina, que se extendió por parte del Mediterráneo oriental en época de Marco Aurelio y que también ha suscitado un intenso debate43. Que un puerto como Cartagena pudo ser un punto fácil de propagación, a pesar del origen del foco, es evidente, como recuerdan las innumerables epidemias en época moderna. Salvando las distancias con los siglos XVI, XVII y XVIII, no es difícil imaginar los estragos que estos episodios infecciosos podrían causar en la población, redimensionados por el déficit alimenticio provocado por malas cosechas o una escasa higiene pública, máxime en una urbe donde desechos de todo tipo formaban parte del paisaje urbano. Si a ello se une la presencia de las aguas semiestancadas del Almarjal, la influencia de una enfermedad virulenta en el despoblamiento de parte de la ciudad —bien por su abandono para hacerle frente, bien por un incremento de la mortalidad— nos parece un argumento lo suficientemente realista como para ser tenido en cuenta. Sin embargo, al igual que en el caso precedente, la ausencia total de evidencias (incluso relacionadas con necrópolis o poblamiento de este momento), a la que se suman los límites de esta contribución, impiden un análisis en profundidad. En cualquier caso, a pesar del impacto de este tipo de fenómenos —difícil de cuantificar, pero no por ello desdeñable—, el hecho de que la ciudad no se recuperase con posterioridad indica hasta qué punto su problema era estructural. La presencia en Carthago Nova de un curator reipublicae es un testimonio esclarecedor de las dificultades financieras que debió atravesar la colonia durante este período44.
EL CONVULSO Y COMPLEJO SIGLO III
18Carthago Nova inicia su andadura en el siglo III d. C. con la desaparición de la práctica epigráfica y un deterioro creciente de su tejido urbano, que conocerá nuevas complicaciones a medida que avance la centuria. Las dataciones de las que se dispone son mucho más escasas y de los contextos recientemente analizados solo el paradigmático caso de la calle Cuatro Santos nº 40, una humilde vivienda construida sobre una antigua taberna, se ubica plenamente en esta cronología45. Incluso elementos constructivos vinculados a edificios públicos que se asociaban a este momento sobre la base de criterios estilísticos como los llamados capiteles «de aire corintizante» se llevan ahora a una datación más temprana, dentro del siglo I d. C.46. Frente a los niveles antonino-severianos, en los que el registro estratigráfico mostraba una formación paulatina, las secuencias de mediados del siglo III d. C. documentadas hasta ahora revelan un origen puntual y violento fruto de un incendio. El nivel de destrucción del mencionado solar, constituido por una densa capa de cenizas y carbones, es uno de los mejores ejemplos conocidos. Aun fragmentado por el desplome de las carbonizadas estructuras lígneas, el ajuar cerámico se hallaba en gran parte completo y se ha fechado entre 240-270 d. C. El uso de un contexto doméstico para ilustrar este momento pone de relieve el desconocimiento sobre la edilicia pública, si bien otros niveles coetáneos —mas en gran parte inéditos— como los del pórtico del Augusteum y el edificio del Atrio presentan las mismas características47. Este último es especialmente interesante por su potencia y su situación, cercana al foro. Tras su reconversión como complejo de viviendas unifamiliares, el conjunto fue destruido en su totalidad por un incendio entre mediados y el tercer cuarto del siglo III d. C., con un registro que muestra numerosos perfiles cerámicos completos bajo las estructuras quemadas del piso superior48.
LOS FRANCOS
19Aunque los fenómenos citados pueden deberse a la propagación de un fuego fortuito, la amplitud de la superficie afectada, el hecho de que ninguno de los edificios fuese rehabilitado y la relación con hallazgos de otras ciudades cercanas, tanto geográfica como cronológicamente, lleva a sugerir para su explicación un origen externo: la incursión de los francos. Si bien estas correrías pueden ser, al igual que ocurría con los mauri, «refugio fácil para los arqueólogos que explican con ellas cualquier destrucción o interrupción de actividad en sus yacimientos de forma cómoda»49, ello no es óbice para considerarlas, si el registro arqueológico muestra evidencias consistentes, en su favor. Si las estratigrafías urbanas no ofrecían argumento alguno en el caso de las razias moras, lo que ha llevado a descartar tal hipótesis, las documentadas a mediados del siglo III d. C. permiten otra lectura. No se trata, pues, de utilizar la arqueología para justificar planteamientos adquiridos a priori50 o de querer volver sobre tesis catastrofistas51, sino de presentar los datos materiales de manera objetiva, evitando caer en el efecto contrario, una negación sistemática en la que, a pesar de documentar niveles de destrucción o en los que se observa un marcado empobrecimiento, el historiador busca a toda costa signos de prosperidad52.
20La invasión de los francos en torno al 260-261 d. C., parte de los cuales habrían embarcado a Africa tras intentar tomar Tarraco53, ofrece un marco histórico que cronológicamente cabe tener en consideración junto a otra realidad, arqueológica, como la documentada en Cartagena. Diversas excavaciones realizadas en Tarragona en las últimas décadas han llevado a plantear abiertamente los efectos de su presencia en la asediada capital provincial y su área circundante54. En el entorno de Carthago Nova se asociaron a estas gentes niveles de destrucción en Ilici (Elche), si bien han sido muy cuestionados en los últimos años55, y lo mismo se puede sugerir para la cercana Águilas, donde se documenta una notable secuencia de incendio56. La presencia en la propia ciudad portuaria de niveles de estas características entre los que destaca el caso del Molinete, refuerzan esta línea argumental. Al margen de las limitaciones de la cerámica en cuanto a las dataciones y de la necesidad de analizar más contextos de esta naturaleza tanto de Cartagena como de su territorio, su aparición parece difícilmente casual. No hay que olvidar el interés mostrado por los francos en hacerse con las naves de Tarraco y la capacidad de realizar acciones de piratería que esto les habría conferido, en especial sobre enclaves costeros situados al sur, aprovechando la corriente general del Mediterráneo57. Si a los núcleos urbanos mencionados sumamos el de otras ciudades del litoral tarraconense con niveles de destrucción en la segunda mitad del siglo III d. C., como Pollentia58 o Valencia, donde se habla sin ambages de «crisis urbana»59, se hace evidente la consideración que cabe otorgar a esta propuesta.
¿UN TERREMOTO EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO III D. C.?
21En línea con la posibilidad de un ataque externo, que no cabe entender como un desencadenante de la situación en la que se hallaba sumida Carthago Nova sino como un catalizador de ella, se podría considerar un último episodio traumático: un movimiento sísmico. A pesar de no contar con noticias de las fuentes, Cartagena se ubica en una región con diversas zonas de riesgo sísmico, y el análisis del desplome del teatro y el Augusteum es lo que lleva a plantear esta propuesta. Al margen de escepticismos, la lectura de las diversas deformaciones que se encuentran en los edificios antiguos —torsiones, fracturas o desplazamiento de elementos estructurales60— permite la identificación de sismos en el registro arqueológico. El derrumbe de la porticus post scaenam del teatro y el muro del Augusteum que lindaba con la llamada porticus duplex presentan a este respecto diversos puntos en común. Se trata de edificios públicos con daños en muros y columnas, en los que el derrumbe tiene lugar sobre acumulaciones de residuos (fig. 4). Aunque la caída podría achacarse a un abandono de las estructuras, cabe resaltar que se trata de potentes construcciones de opus quadratum, levantadas con bloques de arenisca —y no con materiales más endebles como el adobe preeminente en la edilicia doméstica— y que la orientación de los desplomes hacia el oeste es coincidente en ambos casos (figs. 5a y 5b). La onda sísmica producida por un terremoto se desplaza barriendo la superficie en una misma dirección, lo que confiere una orientación idéntica a los diversos derrumbes. Si bien el análisis de su estratigrafía aportará datos fundamentales sobre el proceso de formación y su cronología, que dos edificios sólidos y distanciados entre sí colapsen del mismo modo en torno a un mismo momento nos parece argumento suficiente como para aventurar la hipótesis, en curso de estudio, de un posible sismo. La detección de otros movimientos telúricos, acontecidos durante la segunda mitad del siglo III d. C. en la cercana Bética, refuerza esta hipótesis. Es el caso del terremoto que destruyó el teatro de Córdoba en torno al 270-280 d. C.61, probablemente el mismo que acabó con gran parte de los edificios públicos de la ciudad de Baelo Claudia. La excavación de la paradigmática basílica de esta última ha aportado las mejores evidencias de la catástrofe natural, fechada entre los años 265-270 d. C. y para la que incluso se llegan a proponer diversas réplicas62. La homogeneidad cronológica, el empaque de las construcciones arrasadas y la caída de elementos de forma articulada recuerdan en ambos casos a los derrumbes documentados en Carthago Nova. Si los efectos del célebre terremoto lisboeta de 1755 se dejaron sentir hasta en esta parte del Mediterráneo63, no es aventurado plantear, a la luz de las evidencias, la existencia de un fenómeno de esta naturaleza que afectara a gran parte de la Hispania meridional en la segunda mitad del siglo III d. C.
22En Carthago Nova los síntomas que definen la ciudad tardía64 se manifiestan de forma precoz ya a finales del siglo II e inicios del siglo III d. C. A pesar de los interrogantes sobre la situación de las murallas, diversos enterramientos de los siglos III-IV d. C. en el interior del antiguo perímetro metropolitano confirman el definitivo repliegue que se había iniciado en época tardoantonina. La ausencia de un modelo central dificulta la comprensión del urbanismo de este momento, sin que bajo términos ambiguos quepa ocultar lo que fue un deterioro evidente de la colonia que culminaría con la ruina de muchos espacios públicos y privados. No insistiremos sobre la naturaleza económica de la recesión. Al cese de las importantes explotaciones mineras se añadieron cambios estructurales acontecidos durante el siglo II d. C. que desequilibraron la dinámica de numerosas ciudades y golpearon con especial virulencia a aquellas que, como Carthago Nova, dependían en mayor grado de las inversiones externas65. A ello cabe sumar lo que se ha considerado un intento de muchas ciudades hispanorromanas de «vivir por encima de sus posibilidades», lo que junto a procesos como los casi 20 años de guerra de Marco Aurelio, que dejaron exhaustas las arcas imperiales, desembocaría en un aumento de la presión fiscal y la aparición de los primeros curatores, administradores imperiales entre cuyas funciones se encontraba limitar el gasto local66. En la maltrecha situación de Carthago Nova no cabe descartar la competencia de núcleos cercanos con especial vitalidad como Ilici, que habrían acaparado parte del protagonismo que otrora disfrutara el antiguo puerto minero.
23La sensación que transmite el registro arqueológico desde finales de época antonina es el de una ciudad que languidece, abocada a una lenta desaparición como la cercana Lucentum. Un empeoramiento paulatino de las condiciones generales67 que solo permite hablar de «crisis urbana» en el caso de un violento episodio —razia, terremoto, ambos u otros— que, en la segunda mitad del siglo III d. C., vino a rematar un problema surgido mucho antes. Mientras que ciudades que sufrieron destrucciones en el mismo momento como Tarraco y Valentia comenzaron a los pocos años trabajos de restauración y construcción —bajo una nueva concepción, cierto—, Carthago Nova fue incapaz de levantarse por sí misma. No encontramos en la colonia estructuras de este momento ni pedestales dedicados por los gobernadores u otros personajes de su officium a la restauración de monumentos que sí aparecen en los mencionados centros a finales del siglo III d. C.68. Empobrecida y muy alejada del papel político que había llegado a desempeñar, Carthago Nova solo verá truncada esta dinámica por su nombramiento como capital de la nueva provincia formada por Diocleciano, en el que las condiciones de su puerto y situación geográfica hubieron de jugar un papel determinante. Es difícil imaginar la instalación del nuevo gobernador en tan depauperado escenario, en el que también se hubieron de adecuar espacios para acoger su séquito administrativo. Una realidad, la del siglo IV d. C., en la que la arqueología de Cartagena ha empezado a dar sus primeros pasos y de la que surgirá el renacimiento urbano del siglo V d. C.
Notes de bas de page
1 Este trabajo se enmarca dentro del proyecto de investigación DGICYT (HAR 2011-29330/HIST): «Carthago Nova: topografía y urbanística de una urbe mediterránea privilegiada», parcialmente financiado con fondos FEDER. A su vez, se ha realizado en el marco del laboratorio de excelencia LabexMed — Les sciences humaines et sociales au coeur de l’interdisciplinarité pour la Méditérranée, referencia 10-LABX-0090. Asimismo, este trabajo se ha beneficiado de una ayuda del Estado francés, gestionada por la Agence Nationale de la Recherche dentro del proyecto Investissements d’Avenir A * MIDEX, referencia nº ANR-11-IDEX-0001-02.
2 Las siguientes páginas recogen parte de las ideas planteadas en la tesis doctoral de Quevedo, Contextos cerámicos y transformaciones urbanas, a la que remitimos para completar numerosas referencias bibliográficas que por una cuestión de espacio es imposible desarrollar en este artículo.
3 Domergue, 2010, pp. 109-123.
4 Domergue, 2008, p. 85, tabla IV.
5 Ramallo Asensio, 2011, pp. 39-41.
6 Ruiz Valderas, 1996, p. 506.
7 El resumen más reciente se encuentra en Soler Huertas, Noguera Celdrán, 2011, pp. 1100-1102.
8 Fernández Díaz, Murcia Muñoz, García Cano, 2005, p. 143.
9 Caso de la llamada domus de Saluius, para la que se ha propuesto un abandono a finales del siglo I d. C. (Madrid Balanza, Celdrán Beltrán, Vidal Nieto, 2005, p. 150), si bien, a pesar de que los contextos continúan inéditos, los escasos materiales citados (ibid., pp. 135-136) permiten intuir un desplazamiento de la cronología hacia finales del siglo II d. C. e incluso inicios del siglo III d. C.
10 Para una revisión en profundidad, véase ibid., pp. 35-48.
11 Fernández Díaz, 2008, pp. 216-221.
12 Noguera Celdrán, Madrid Balanza (eds.), 2009, pp. 138-140.
13 Ibid., pp. 111-112.
14 Ramallo Asensio, Murcia Muñoz, Ruiz Valderas, 2010, pp. 235-237.
15 Soler Huertas, 2004, p. 475.
16 Ruiz Valderas, 1996, pp. 503-512.
17 Quevedo, 2015.
18 Quevedo, 2015, fig. 10.
19 Soler Huertas, 2004, pp. 465-466, n. 61.
20 Según el análisis de un tesorillo de 45 monedas de bronce, si bien entre las no identificadas se incluía una que podría pertenecer a Volusiano, hecho que desplazaría la fecha como poco al 251-253 d. C., Lechuga Galindo, 2002, pp. 200-203.
21 Una cronología establecida sobre el escaso material cerámico recuperado y que podría desplazarse hacia finales del siglo II d. C. en función del estudio de otros contextos.
22 Ramallo Asensio, Ruiz Valderas, 2006, p. 279.
23 Noguera Celdrán, Madrid Balanza (eds.), 2009, pp. 226-231.
24 Liebeschuetz, 2000, pp. 59-60.
25 Egea Vivancos, Ruiz Valderas, Vizcaíno Sánchez, 2011, pp. 281-296.
26 En la que se observa una cierta atención en el tratamiento de los residuos, ya sea creando fosas que conllevan una voluntad implícita de ocultación o bien depositándolos en la parte supuestamente externa de la ciudad a modo de montículos; Vizcaíno Sánchez, 1999, pp. 89-91.
27 Egea Vivancos, inédito, 2005, p. 31.
28 Alba Calzado, 1999, pp. 407-408.
29 Quevedo, Ramallo Asensio, 2012, p. 117.
30 Witschel, 2009, pp. 475-478.
31 Canto, 1998, pp. 213-216.
32 Abascal Palazón, Ramallo Asensio, 1997, pp. 180-183, nº cat. 44.
33 Noguera Celdrán et alii, 2009, pp. 277-279.
34 Una situación muy similar se observa con claridad en la cercana Lucentum, donde el hallazgo de un epígrafe dedicado a Marco Aurelio y Cómodo coincide en el tiempo con el desmantelamiento de gran parte de los equipamientos públicos del municipio, véase en este mismo volumen la contribución dedicada al municipium.
35 Chic García, 2005, pp. 579-583; de donde tomamos las ideas que siguen.
36 Ibid., p. 585.
37 Murcia Muñoz, López Mondéjar, Ramallo Asensio, 2013, p. 132.
38 Murcia Muñoz, 2010, pp. 156-157, figs. 4-5.
39 Arce, 1981, pp. 101-116.
40 Para una revisión crítica con la bibliografía más importante generada en torno al tema, véase Bernard, 2009, p. 357, nos 1-4.
41 SHA, Vita Marci, 21.1, Cum mauri Hispanias prope omnes vastarent, res per legatos bene gestae sunt.
42 Perea Yébenes, 2013-2014, pp. 165-192, especialmente la n. 27.
43 Entre otros: Duncan-Jones, 1996, pp. 108-136; Bagnall, 2002, pp. 114-120; Greenberg, 2003, pp. 413-425.
44 Actualmente en curso de estudio por Fernández Díaz, Ramallo Asensio y Suárez Escribano.
45 Quevedo, Bermejo Tirado, 2012, pp. 107-133.
46 Ramallo Asensio, 2011-2012, pp. 625-639.
47 Quizás cabría incluir aquí el cercano solar de las Termas del Foro, recientemente excavado y donde se aprecian considerables niveles de cenizas, entre las que cabrá discernir aquellas provocadas por la propia actividad de los hipocaustos; Suárez Escribano, 2011, pp. 117-119, lám. 3,4 y 6.
48 Noguera Celdrán, Madrid Balanza, 2009, pp. 232-234 y 279-281.
49 Arce, 1981, p. 105.
50 Kulikowski, 2005, p. 53.
51 Ortalli, 2014, p. 42.
52 Le Bohec, 2010, p. 167.
53 El resto se queda en la península durante los 12 años siguientes: Arce, 1978, pp. 57-60.
54 Járrega Domínguez, 2008, pp. 105-140; Macias i Solé, 2013, pp. 199-203 y 205-206.
55 Tendero Porras, Ronda Femenia, 2014, pp. 278-287.
56 Hernández García, 2010, p. 273, con bibliografía. Es el caso de los niveles de destrucción de la domus de la calle Quintana n° 4-8, fechados a mediados del siglo III d. C. y en curso de estudio por uno de los autores de este artículo.
57 Izquierdo i Tugas, 1996, pp. 299-306.
58 Cau Ontiveros, Chávez Álvarez, 2003, pp. 44-45; Doenges, 2005, pp. 28-34.
59 Ribera i Lacomba, 2000a, pp. 19-22, fig. p. 19.
60 Para una clasificación de estas deformaciones, véase Rodríguez-Pascua et alii, 2011, pp. 20-30.
61 Monterroso Checa, 2002a, pp. 141-143.
62 Sillières, 2013, pp. 140-142.
63 Rodríguez de la Torre, 1993, pp. 75-124.
64 Brogiolo, 1999, pp. 247-249.
65 Chic García, 2005, p. 583.
66 Abascal Palazón, Espinosa Ruiz, 1989, pp. 228-229.
67 Alföldy, 1998, p. 32.
68 Véanse las contribuciones dedicadas a estas ciudades en este mismo volumen.
Auteurs
Université d’Aix-Marseille, CNRS, CCJ
Universidad de Murcia
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