La gestión de la memoria de la Guerra por sus actores
p. 431-437
Texte intégral
1La renovación historiográfica de que es objeto la Guerra de la Independencia desde hace unos diez años está muy relacionada con las preguntas que se hace la España actual acerca de su identidad y lo que es la nación española. El ya famoso libro de José Álvarez Junco, Mater Dolorosa, o el de José María Portillo Valdés, Revolución de nación, son los ejemplos más representativos de un cuestionamiento que se ha hecho actualidad con los recientes proyectos de reforma del estatuto de Cataluña1. Más recientemente, pasado y presente eran convocados por Antonio Elorza en un artículo publicado en la sección «opinión» de El País, en el que afirmaba que la guerra que empezó en 1808 era claramente, desde el principio, una guerra de independencia nacional y que cualquier cuestionamiento de lo que él consideraba como una realidad, especialmente el Mater Dolorosa de Álvarez Junco, daría pábulo a los catalanistas y a los enemigos de la nación española2.
2Estos debates, a menudo polémicos, no dejan de traducir una realidad: el peso de la Guerra de la Independencia, como referente, en la construcción de la España contemporánea y en la representación que España quiere tener de sí misma. Comprender la nación española impone un retorno a lo que suele considerarse su acta de nacimiento. En este contexto delicado, los historiadores se sintieron impelidos a volver sobre el acontecimiento con un doble objetivo: primero poner entre paréntesis la gesta heroica para volver a las fuentes, a la descripción minuciosa de los hechos, a la comprensión del acontecimiento por los actores, sin a priori teleológico; luego intentar descifrar cómo se fue forjando la memoria del acontecimiento y cómo ésta fue instrumentalizada. La primera parte de este libro está en la confluencia de ambos imperativos al mostrar cómo los actores del conflicto fueron modificando, con el tiempo, la percepción de sus vivencias para inscribirlas en una memoria más amplia.
3Dos de los autores redactaron tesis que figuran entre las más innovadoras de los últimos diez años sobre la Guerra de la Independencia. Con su tesis y los artículos que publicó posteriormente, Richard Hocquellet demostró cómo la experiencia política que se inicia con el alzamiento y la aparición de las juntas patrióticas en 1808 tienen un carácter fundador3. Nacida bajo la forma de una reacción patriótica de talante más bien conservador, desemboca en menos de dos años en la elaboración de una constitución liberal. Ausente el rey, la comunidad que se encarna en sus juntas recupera provisionalmente una soberanía que antes había sido delegada, de acuerdo con la teoría pactista. Al poco tiempo, el conjunto de las juntas toma conciencia de que forma una comunidad única, unida por un proyecto común: la comunidad se hace nación. Se pasa entonces de la patria a la nación, del consensus populi a la voluntad general.
4Juan López Tabar escribió el libro que faltaba sobre los afrancesados. El drama de los afrancesados hasta el Trienio Liberal suscitó, desde hace tiempo ya, unos estudios que siguen siendo referencias4. Las obras de Miguel Artola, Hans Juretschke o Luis Barbastro Gil mostraron, hace tiempo, cómo el afrancesamiento no puede reducirse al colaboracionismo, sino que constituye una auténtica vía política española. Sin embargo, la mayor parte de aquellos estudios no iba más allá de 1814, o de 1820 cuando más. Juan López Tabar ha ido más lejos al intentar describir el itinerario de aquella generación hasta su desaparición5. Mostró especialmente la ausencia de un verdadero grupo de afrancesados, al estar divididos éstos entre varias redes, y la diversidad de sus destinos a partir del exilio. Si su regreso a España se hizo tardíamente y con la mayor discreción, sus ideas inspiraron de modo duradero el liberalismo moderado incipiente de los años 1830.
5En este libro se abordan la memoria de la guerra en los dos bandos opuestos. Si se valora la experiencia de la guerra en el caso de los patriotas, en el de los afrancesados suele ser ocultada. López Tabar ha identificado, entre los más de 4.000 nombres que figuran en su base de datos, a los 150 afrancesados que tuvieron una producción literaria. Los temas que se abordan son muchos, desde las ciencias hasta el teatro, pasando por la historia, la educación o la jurisprudencia. Entre ellos figuran los nombres de más prestigio de la intelectualidad española de principios del siglo xix (Moratín, Gómez Hermosilla, Marchena, Llorente, Miñano, Sempere y Guarinos…), lo que viene a confirmar que el afrancesamiento se alimentó de la Ilustración tardía. Sin embargo escasean las referencias a la guerra, lo que traduce una culpabilidad colectiva de la que pocos escapan. La memoria de la Guerra de la Independencia se transparenta ante todo en las justificaciones que los afrancesados avanzan para explicar su conducta. La mayor parte de ellas va desde el arrepentimiento hasta la justificación argumentada, pasando por la adulación servil a Fernando VII. Amorós, quien lo asume todo al escribir «me glorio de haber sido miembro de la asamblea constituyente de Bayona», constituye una excepción. Su propia lógica le lleva a renunciar a regresar a España y a tomar la nacionalidad francesa6. No cabe duda de que se encuentra ahí una de las manifestaciones de la construcción, por la negativa, de la nación gracias a la Guerra de la Independencia: los afrancesados son percibidos, y son conscientes de ello, como unos traidores que deben justificarse para reintegrar la comunidad nacional.
6Por su parte, Richard Hocquellet ha mostrado cómo los empleados de la administración utilizaron su experiencia de la guerra a lo largo de su carrera. Se trata de un estudio semántico del relato hecho por los actores, un análisis de las diferencias y similitudes entre lo que sabemos y lo que ellos parecen saber, así como una reflexión sobre la recomposición del acontecimiento a partir de experiencias individuales. Más allá de la heterogeneidad de las vivencias, se observa una constante: ya nada fue igual después de tan decisivo acontecimiento. Mediante el estudio de las relaciones de méritos, cuya riqueza han revelado desde hace tiempo los historiadores modernistas, Richard Hocquellet demuestra cómo, en sus relatos, los empleados se adaptan en función de quiénes son los responsables de la administración, con el objetivo de obtener un empleo. Es un discurso que expresa un patriotismo contrarrevolucionario (defensa de las tradiciones y de la persona del rey) durante las restauraciones (1814-1820, 1823-1833) y un patriotismo revolucionario durante el Trienio Liberal. Para «valorar su vivencia durante la guerra, hace falta articularla en el presente, de nuevo muy particular». Richard Hocquellet examina en particular la relación que existe entre lo que denomina con acierto «el acontecimiento-chico», es decir lo más inmediato de la experiencia vivida por los individuos, y «el acontecimiento-magno», que, como lo revela su demostración, no suele ser la mera suma de todos los «acontecimientos-chicos». La esperanza que uno tiene de obtener una recompensa como premio de lo que hizo durante la guerra le lleva a «petrificar» el relato empobreciéndolo, a borrar las singularidades para acercarse lo más posible a los supuestos deseos de los responsables. Así —y esto constituye la aportación más estimulante de este texto—, la construcción del relato no parece realizarse desde arriba, mediante una versión oficial impuesta por las autoridades, sino desde abajo, por la manera como los actores presentan el acontecimiento en relación con la situación en la que se encuentran al escribir su relato.
7Los otros dos artículos de la primera parte están dedicados a la Guerra de la Independencia como referencia central de la práctica política durante la primera mitad del siglo xix. Aunque demasiado limitado todavía, el renovado interés por el siglo xix ha puesto en evidencia el papel de este conflicto como matriz de las prácticas políticas posteriores a través de la creación de las juntas patrióticas, de la guerrilla, del uso de la violencia y de la descalificación del adversario acusado de traidor a la patria o de hereje. Se puede establecer toda una filiación entre las experiencias políticas a nivel local: así, la guerrilla es activa en los Montes de Toledo, que en los años 1830 se convierten en un foco carlista y, en los años 1860, en una zona de bandolerismo social bastante bien tolerado por la sociedad rural, en la que se les cobra una «limosna» a los propietarios y se asaltan trenes.
8Tanto Gonzalo Butrón Prida como Antoni Moliner Prada examinan las modalidades de las sublevaciones urbanas7. Excelente conocedor de las relaciones diplomáticas entre Francia y España, Gonzalo Butrón Prida se ha dedicado principalmente, desde su tesis doctoral, al estudio de las formas de movilización política en Cádiz8. Demuestra cómo el nivel local resulta indispensable, cuando se inscribe en una problemática amplia, para comprender el acontecimiento. Todos los trabajos recientes sobre el liberalismo insisten en esta necesidad en un país donde las clases medias son
heterogéneas y firmemente establecidas en sus esferas locales de actividades. El Estado mínimo, tan del gusto de la tradición liberal, era probablemente el mejor, el menos costoso y quizás el más consensual a la hora de proteger y de promover sus intereses9.
9Después de leer el artículo de Gonzalo Butrón Prida se entiende cómo el recuerdo de 1808 sirve de referente, en Cádiz, para llevar a cabo las movilizaciones populares de 1823 contra los franceses y de 1824 en defensa del absolutismo. La movilización de 1808, en efecto, fue masiva, tanto por lo que se refiere a los donativos como por la formación de batallones de voluntarios: todos los hombres de los 18 a los 40 años —en total 7.658 individuos— constituyen los voluntarios de Cádiz. Sin embargo, como señala el autor, la importancia de la movilización patriótica se explica ante todo por la voluntad de defender la ciudad y de evitar cumplir fuera de Cádiz el servicio militar que suponían las quintas.
10En 1823, el gobierno liberal refugiado en Cádiz utiliza el recuerdo de 1808 para suscitar un impulso popular contra los franceses que han invadido la Península con el objetivo de restablecer a Fernando VII en sus derechos de rey absoluto. Pero los liberales no pueden sino comprobar que el esfuerzo financiero y humano de la ciudad no corresponde en absoluto con lo que esperaban. El fracaso es todavía más humillante, al año siguiente, cuando el absolutismo restaurado pretende reclutar batallones de Voluntarios Realistas. Las autoridades llaman a filas incluso a ex jefes de los voluntarios de 1808, sin obtener el menor resultado. Este episodio es un perfecto ejemplo de cómo la contrarrevolución no consigue apropiarse la memoria de la movilización popular de 1808, a pesar de su fuerte componente conservador. Este fracaso tiene que ver, probablemente, con la incapacidad de la contrarrevolución para pensar la nación10, pero también con el hecho de que la memoria de la movilización popular fue captada más bien por los liberales. Gonzalo Butrón Prida muestra, sin embargo, que esta apropiación por los liberales no produce sino efectos limitados entre la población. Abre aquí un campo de investigación que hasta hoy ha permanecido intacto: el de la resistencia liberal contra los franceses en 1823. Irene Castells había lanzado el debate, al detectar indicios de resistencia mucho más numerosos de lo que se venía suponiendo11. En Cádiz, Gonzalo Butrón Prida observa justo lo contrario.
11Antoni Moliner Prada enfoca la cuestión de la movilización popular desde el único ángulo de las juntas cuya erección acompaña todos los momentos revolucionarios del siglo xix. Tras dedicarse a la Guerra de la Independencia en Cataluña, es autor de la síntesis de referencia sobre las juntas12 e intenta demostrar aquí en qué medida 1808, de nuevo viene a fundar una práctica política, intrínsecamente vinculada con la historia del liberalismo. En 1808, las juntas ejercen la soberanía de hecho y se consideran a sí mismas como la emanación de la soberanía de la nación a partir del año siguiente. Constituyen un instrumento de socialización política por cuyo intermedio se crea una opinión pública independiente de los canales tradicionales, pero también un instrumento de la construcción del Estado-nación. Así, una práctica política lleva a elaborar una verdadera cultura política liberal que une de manera provisional a las clases medias con las capas populares a favor de un liberalismo que no constituía una ideología estructurada, sino más bien «un estado de opinión pública» marcado por el rechazo al despotismo, al carlismo, y por el uso de la retórica de la libertad13. Sin embargo, Antoni Moliner Prada describe el arraigo duradero del fenómeno del juntismo como la imagen reflejada de la debilidad del Estado y del proceso de nacionalización, haciendo eco al famoso análisis de Borja de Riquer.
12Aunque todavía muy presente en las juntas que surgieron durante la primera mitad del siglo xix, el recuerdo de 1808 no parece desempeñar un papel de referente movilizador. Gonzalo Butrón Prida lo demostró en el caso de Cádiz, desde 1823. Semejante comprobación se verifica de manera aún más nítida posteriormente. El referirse a 1808 parece pertenecer al ámbito de la retórica pero un estudio semántico sistemático de esas referencias todavía queda por hacer. Por otra parte, la formación de juntas se inscribe en un proceso más largo perfectamente descrito por Irene Castells14, el cual siempre empieza con un pronunciamiento. En este aspecto, el modelo no se remonta a 1808, sino precisamente al sublevamiento de Riego en 1820. Hubo pues en la historia del liberalismo español una reconstrucción del acontecimiento 1808 que lo transformó en un momento fundador de una tradición que sólo se elaboró detalladamente en los años siguientes. Aunque las diferencias no son baladíes, uno no puede sino establecer un paralelo con el proceso mediante el cual la Revolución Francesa se reivindicó a sí misma como hija de Rousseau y Voltaire.
13Qué duda cabe, los textos que conforman la primera parte presentan enfoques nuevos y abren nuevas perspectivas al poner el dedo en nuestros fallos y en la necesidad de modificar el punto de vista. Revelan la pluralidad de las memorias entre los actores mismos pero también la complejidad de la Guerra de la Independencia al ser, al mismo tiempo, una revolución, una guerra de liberación y una guerra civil. También sirve de matriz para una forma de movilización y politización que no es exclusivamente liberal15. No olvidemos que la movilización carlista también es heredera suya. El acontecimiento es plural pero también contradictorio en su contenido y en las memorias a las que da lugar. Clemenceau decía en 1889 que la Revolución Francesa era un monolito. La meta de las memorias de la Guerra de la Independencia que se han ido construyendo progresivamente también fue dibujar los contornos de un monolito cada vez más ancho y mitificado a medida que crecía la distancia temporal con respecto al acontecimiento. Ahora bien, si el acontecimiento, indudablemente es fundador, lo es, ante todo, por las fuerzas que pone en movimiento con toda la diversidad que ostentan.
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Notes de bas de page
1 J. Álvarezjunco, Mater dolorosa; J. M. Portillovaldés, Revolución de nación.
2 El País, lunes 21 de noviembre de 2005, p. 13.
3 R. Hocquellet, Résistance et révolution durant l’occupation napoléonienne en Espagne. Me limitaré aquí a citar el más reciente de sus artículos en el que se encontrarán las referencias de los artículos anteriores: «Du consensus populi à la volonté générale».
4 M. Artola, Los afrancesados; H. Juretschke, Los afrancesados en la Guerra de la Independencia; J. Mercader Riba, José Bonaparte, rey de España. Historia externa del reinado; Id., José Bonaparte, rey de España. Estructura del Estado español bonapartista; M. Moreno Alonso, La generación española de 1808; y L. Barbastro Gil, Los afrancesados.
5 J. Lópeztabar, Los famosos traidores.
6 R. Fernándezsirvent, Francisco Amorós y los inicios de la educación física moderna.
7 G. Butrón Prida, La ocupación francesa de España.
8 G. Butrón Prida, La intervención francesa y la crisis del absolutismo en Cádiz. Entre sus numerosos artículos: «En defensa de la nación».
9 I. Burdiel y M. C. Romeo, «Old and New Liberalism» (cita p. 67).
10 J. Álvarezjunco, «La difícil nacionalización de la derecha española en la primera mitad del siglo xix».
11 I. Castells Oliván, «La resistencia liberal contra el absolutismo fernandino».
12 A. Moliner Prada, La Catalunya resistent a la dominació francesa; e Id., Revolución burguesa y movimiento juntero en España.
13 I. Burdiel, «Morir de éxito», p. 187. Véase, también, I. Castells Oliván y M. C. Romeo, «Liberalismo y revolución en la crisis del Antiguo Régimen europeo», pp. 44-45.
14 I. Castells Oliván, La utopía insurreccional del liberalismo.
15 Remito al dossier: M. V. López-Cordón Cortezo y J.-Ph. Luis (coord.), El nacimiento de la política moderna en España.
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