El pueblo indómito
La Guerra de la Independencia en la memoria histórica del republicanismo español
p. 169-185
Résumés
La memoria del Dos de Mayo y de la Guerra de Independencia opera, desde los tiempos del Sexenio Democrático a mediados del Novecientos, como referente temporal y ejemplo de conducta para el republicanismo español. Las plurales manifestaciones de la democracia federal o unitaria, popular o mesocrática, hacen de la Guerra de Independencia un hito en la construcción de la nación de ciudadanos. En esta colaboración lo que nos proponemos es enhebrar algunas reflexiones sobre los orígenes del mito, su operatividad y los límites del mismo. La geografía de la España republicana y los modelos de conducta que se exigen al federal o al progresista, al posibilista o al reformista, se nutren de un recuerdo ampliamente codificado, gracias a la prensa y a las historias nacionales liberales y democráticas, que será transmitido de generación en generación, en el seno de la familia o en los espacios de la sociabilidad popular. El valor del pueblo y el municipio —entendidos respectivamente como garante y espacio último de la libertad de la nación—, o el tránsito que se produciría, según la lectura republicana, del dinastismo al patriotismo, de la lealtad para con la Corona a la reservada para con la Nación en armas, serían algunos de los principales rasgos de una coyuntura fundacional que exige la conmemoración periódica por parte del buen republicano.
La mémoire du Deux Mai et de la guerre d’Indépendance, à partir de l’époque du Sexenio démocratique, vers le milieu du xixe siècle, opère comme un référent temporel et un exemple de conduite à suivre pour le républicanisme espagnol. Les manifestations plurielles de la démocratie fédérale ou unitaire, populaire ou bourgeoise, font de la guerre d’Indépendance un jalon de la construction d’une nation de citoyens. Dans cet article, nous nous proposons d’articuler quelques réflexions sur l’origine du mythe, sur son opérativité et sur ses limites. La géographie de l’Espagne républicaine, et les modèles de conduite que l’on exige de la part du républicain fédéral ou progressiste, posibilista ou réformiste, se nourrissent d’un souvenir largement codifié — grâce à la presse et aux histoires nationales libérales et démocratiques — qui sera transmis de génération en génération, au sein de la famille ou dans les lieux de la sociabilité populaire. Le courage du peuple et la Municipalité — entendus respectivement comme garant et espace ultime de la liberté de la nation — ou le glissement qui allait s’opérer — selon la lecture qu’en faisaient les républicains — du dynastisme vers le patriotisme, de la loyauté envers la Couronne à celle envers la Nation en armes, allaient être quelques-uns des principaux traits d’un moment fondateur qui exige de la part de tout bon républicain une commémoration régulière.
From the Sexenio democrático until the mid-19th century the memory of the Second of May in the War of Independence served as a time reference and as an paradigm of conduct for Spanish republicans. Because of the manifold manifestations of federal or unitary, popular or mesocratic democracy associated with it, the War of Independence became a milestone in the construction of a nation of citizens. What this article proposes is to articulate a number of ideas on the origins of the myth, how it worked and its limits. The geography of republican Spain and the models of conduct demanded of federales or progresistas, posibilistas or reformistas were fed by a highly-codified memory thanks to the press and to liberal and democratic national histories, which were passed on from generation to generation within the family or in loci of social inter-course. The value of the people or the municipality —the first as the guarantor and the second as the ultimate repository of national freedom— or the transition predicted by republican discourse from dynastism to patriotism, from loyalty to the Crown to the loyalty reserved for the nation in arms, are two of the principal features of a founding moment which good republicans felt bound to commemorate.
Texte intégral
1En el otoño austral de 1952, los republicanos españoles exiliados celebraban, con la solemnidad de las grandes ocasiones, el Dos de Mayo. En Buenos Aires, transcurrida más de una década desde la derrota en la conflagración de 1936 a 1939 —a la que habían otorgado la condición de una segunda guerra de independencia—, inmersos en plena Guerra Fría y con el régimen franquista sólidamente afianzado, la fecha operaba como un jalón que regulaba el tiempo de una expatriación que comenzaba a no tener fin. La festividad prolongaba su función, lejos de la patria de origen, como una pieza más del calendario republicano. Además de un hito, el Dos de Mayo y la Guerra de Independencia constituían, para el republicanismo hispánico, una lección. Una de las muchas que ofrecía la historia de España para aprendizaje de la humanidad.
2Ese año 1952, en el editorial de la bonaerense España Republicana podía leerse:
El patriotismo es celo de independencia, sentido de superación, alejamiento de toda servidumbre material y moral. No se sirve a su causa sagrada huyendo de un imperialismo para caer en otra torpe sumisión. Desgraciadamente hay quienes, cegados por un fanatismo sectario, repugnan el dominio de un adversario, para entregarse dócilmente a una captación que presupone también la pérdida de la libre personalidad.
3Como entre los amotinados de 1808, como entre los que tomaron las armas contra el francés y como entre buena parte, que no todos, de los diputados reunidos en Cádiz, el principio rector de quienes preservaban el legado republicano en el exilio tenía que ser el de la autonomía de criterio, el rechazo a cualquier forma de dominio; aunque éste contuviera promesas, más o menos fundadas, de liberación. Dentro del área republicana, se decía, cabían todos los que quisieran estar; pero, de la misma manera que los combatientes de la primera década del ochocientos, sin sumisiones:
La realidad nos ha hecho conocer el daño de uniones en las que se pretende una preponderancia de ciertos sectores para ahogar la voz y el pensamiento de otros […]. Por eso, recordando la fecha del 2 de Mayo, sentimos recrecida nuestra ansia de independencia y nuestro anhelo de liberación. Por la una y por la otra, trabajamos y trabajaremos denodadamente hasta el último momento. Con independencia de todos los imperialismos, ABSOLUTAMENTE DE TODOS. Nuestro credo es esencialmente español, auténtica y originalmente español. Esta afirmación de españolidad, asegura también la esencia ecuménica de nuestra cultura, de tan anchos horizontes y de caudalosa corriente humanista1.
4Desde la españolidad, una identidad de raíces liberales y democráticas, republicanas y populares, se podía y se debía, al empezar la década de 1950, hacer frente tanto al despotismo doméstico como a la capacidad de seducción que ejercían los imperialismos estadounidense y soviético. Uno y otros eran, por definición, ajenos al alma nacional. Y desde esa proposición, desde esa premisa de identidad nacional, la comunidad de expatriados ansiaba hacer presente a la patria española y a su patrimonio cultural en el mundo.
5Esos exiliados se descubrían a sí mismos en unas circunstancias equivalentes a las de los madrileños de 1808: abandonados por la comunidad internacional, enfrentados a un poder en apariencia imbatible y, a pesar de todo, herederos de una larga tradición de repudio a los dominios ominosos. La diferencia acaso radicase, precisamente, en el hecho de que, a diferencia de los héroes del Dos de Mayo, ellos, los socios del Centro Republicano Español de Buenos Aires, sí eran conscientes de la leyenda combativa que acarreaban. En rigor, a lo largo de un siglo, el que transcurría entre los albores de la revolución liberal y la derrota en la guerra civil, sus antecesores en la adscripción republicana la habían sistematizado y convertido en una explicación convincente. La historia del movimiento republicano, escrita en los años del Sexenio y de la Restauración, hundía sus raíces en la memoria de la España contemporánea. En realidad, se confundía con ella2.
6Ahora, además, al repertorio tradicional podían sumar las remembranzas de los acontecimientos vividos en la República y durante la guerra civil. Una y otra acrecentaron el número de fechas a marcar en los calendarios. En este sentido, uno de los fenómenos más singulares de la agenda del exilio fue la celebración, cada 7 de noviembre, de la defensa de Madrid. En los actos correspondientes se vinculaba ese momento con el Dos de Mayo y su iconografía. Los defensores de la capital republicana remitían al protagonismo político del pueblo y a los fusilamientos plasmados por el pincel y el lápiz de Goya, o a los posteriores, y canónicos, relatos galdosianos de la independencia nacional. En paralelo, hallamos en esos inicios de noviembre la glosa de la participación de las Brigadas Internacionales: encarnación de una solidaridad popular internacional no regulada por las grandes potencias u otros Estados. En octubre de 1956, por ejemplo, los máximos representantes de las instituciones republicanas estuvieron presentes en un acto organizado por el Comité de los Antiguos Voluntarios Yugoslavos y el gobierno yugoslavo, a fin de conmemorar el XX aniversario de la constitución de las Brigadas. Junto a Félix Gordón Ordás se sentarán el almirante de armada republicana española, don Valentín Fuentes, y otras distinguidas personalidades. En el curso de la reunión se leyó el mensaje del presidente en el exilio Diego Martínez Barrio:
La obra que realizaron las Brigadas Internacionales en la guerra española es una epopeya que tiene ya señalado puesto en la Historia. Unidos a los milicianos y a los soldados españoles, salvaron Madrid; triunfaron en Guadalajara, en el Jarama, en Andalucía y en Teruel; regaron con su sangre todos los campos de España, asombrando y ejemplarizando. ¡Bendito esfuerzo, que abrió el camino a la posibilidad de una colaboración general en la tarea de colocar la gobernación de los pueblos sobre bases sólidas de libertad y justicia!3.
7El Madrid de 1936, como el de 1808, había sido la Numancia que aseguraba la independencia nacional y, al mismo tiempo, una capital comparable a las grandes urbes europeas de la resistencia antifascista. La Cibeles o la Puerta de Hierro —»la puerta inviolable, la que nunca pudieron trasponer los facciosos»— integraban otra vez, y en lugar preferente, la imagen republicana4.
8En tierras de América, a los republicanos les quedaba ese patrimonio de materiales culturales liberales y democráticos que el franquismo denostaba. Legado que incluía, en lugar preferente, una cierta narración mítica del pasado nacional, codificada en el siglo xix y ampliada en el primer tercio del xx. Con esos fundamentos los exiliados intentarán, precisamente, comprender el mundo en el que se hallaban, asumir a regañadientes la estabilidad institucional del franquismo y procurarse, al mismo tiempo, consuelo y alternativas estratégicas.
El republicanismo como variable radical democrática del liberalismo español
9Verificada la operatividad del Dos de Mayo y de la Guerra de Independencia como referente temporal y ejemplo de conducta para el republicanismo exiliado de mediados del novecientos, lo que nos proponemos es enhebrar alguna reflexión sobre los orígenes, la operatividad y los límites del mismo a lo largo del siglo xix.
10Existe un amplio consenso en el sentido de que el republicanismo, en sus plurales manifestaciones doctrinales y organizativas, era una cultura política incrustada en la tradición liberal. Una cultura, o si se prefiere una subcultura liberal que nace, de hecho, con la intención de llevar a su conclusión lógica —como le gustaría decir al Francisco Pi y Margall de La reacción y la revolución (1854)— la contradicción entre Corona y nación. Contradicción secular —en la medida que se asumía que España era nación desde, como mínimo, el siglo xv y que la monarquía era una adherencia foránea, extraña tanto a la identidad nacional como a los sectores sociales subalternos— que, en tiempos de la revolución liberal, se habría puesto de manifiesto inmediatamente antes, durante y después del Dos de Mayo. Contradicción que los exaltados, primero, y los progresistas, más tarde, aunque tímidamente para el gusto democrático posterior, habrían empezado a formalizar tanto en la experiencia y en la práctica política como en el discurso cívico5. Contradicción, a fin de cuentas, que desembocará, mediada la centuria, y desde la perspectiva republicana federal, en abierta incompatibilidad entre ciudadanía y monarquía.
11Como han convenido Christian Demange y José Álvarez Junco, la España liberal aspiró, a lo largo de la antepasada centuria, a la conversión del Dos de Mayo en fiesta nacional. El ejercicio de exaltación perseguía una doble finalidad: por un lado, asentar y reforzar entre los españoles el sentimiento de que formaban parte de una nación. Junto a ello, y en rigor como un dato inseparable del primer aserto, el «poner en evidencia el papel del pueblo que, solo, abandonado por sus autoridades tutelares, se mostró capaz de cambiar el rumbo de la historia»6.
12Haciendo uso del recorrido establecido por Demange, queda claro que las imágenes que operarán a fines del ochocientos habrían empezado a forjarse en los años de la guerra. Los republicanos no dejarían de repasar la canción de Cristóbal de Beña, Memoria del Dos de Mayo (1811), que sería incluida por Braulio Ramírez en su Corona poética, de 1849. Ahí empezarían a creer que los alzados el Dos de Mayo eran los mártires de la libertad, ciudadanos libres que se rebelaron frente a la tiranía, que aseguraron, en cualquier caso, el triunfo de la primera sobre la segunda. Ya en Beña se muestra al pueblo soberano como el arma más eficaz tanto frente al enemigo exterior como frente al despotismo interior. Reforzando, y al mismo tiempo perfilando el argumento, los demócratas republicanos se reclamarían herederos de la producción de aquel José de Espronceda que en 1840, y desde las páginas del periódico exaltado El Labriego, rompía el consenso previo —sería toda la nación, incluyendo el marco institucional, el que resistiría a la ocupación— e incorporaba a la mirada sobre 1808 virulentos ataques a la monarquía y a la aristocracia, encomiásticas exaltaciones de la plebe y, en fin, la propuesta de rehacer la patria sobre los pilares de la sagrada libertad política. Por su parte, uno de los demócratas de primera hora más reconocidos, aunque también más autónomos desde el punto de vista orgánico, Roque Barcia publicaría, en 1846, ¡El Dos de Mayo!; una pieza teatral dedicada a José de Salamanca que constituye, sin embargo, una excepción en este género. Una excepción tanto por su carácter pionero como por el hecho de preceder a la proliferación de otros títulos en coyunturas revolucionarias como la europea de 1848 o la española de 1854 a 18567.
13La lectura emocional de Barcia, y en gran medida la que por aquellas mismas fechas iniciaba Fernando Garrido, se prolongaría a lo largo de la centuria. La prensa popular, gráfica y satírica de signo republicano que cuaja en los años previos a la Primera República y que adquiere una gran operatividad en la socialización de valores democráticos y nacionales durante el régimen canovista, mantendrá en editoriales, artículos de fondo, dibujos y caricaturas, y antologías poéticas los rasgos emotivos establecidos por liberales y demócratas en los años sesenta8. Por lo demás, si atendemos al papel de la prensa, puede asegurarse que el peso de este símbolo nacional recae, fundamentalmente y a lo largo de todo el siglo, en las espaldas de la democracia y el republicanismo. En paralelo, incluso el primogénito y colaborador historiográfico de Pi, su hijo Francisco Pi y Arsuaga escribirá un capricho dramático titulado Patria, referido a la resistencia antinapoleónica e incluida en una colección de teatro infantil9.
14Yuxtapuesta a la empresa de popularizar una serie de recursos conmovedores que asumen y potencian la memoria de un pueblo que avala, en las más difíciles circunstancias, el binomio independencia/libertad, en la década de los sesenta, y desde las páginas de La Discusión, Emilio Castelar asumió, diría que prioritariamente, la tarea de privilegiar la imagen de un pueblo que reunido en Cortes liberales a través de sus representantes se dota de una primera constitución. El protagonismo popular aparece asociado a la tarea, decididamente moderna y liberalmente rupturista, de conformación institucional de una nación de ciudadanos. De hecho, el texto de 1812, en gran medida debido a las restricciones posteriores derivadas de los contenidos constitucionales de 1837 y 1845, aparece como un proyecto democrático que sustenta la posibilidad de una genuina nación de ciudadanos.
15La función de esta segunda imagen es clara, y complementaria, aunque no idéntica, a la anterior. Lo testificará el mismo Castelar, unos pocos años más tarde, en 1871. Tras rememorar los episodios básicos de la guerra a partir de la centralidad del hecho constitucional se preguntará qué hacer con la historia. La respuesta es doble: en ese momento, en pleno debate sobre el signo de las instituciones participativas y a las puertas de la primera experiencia republicana, usarla y leerla convenientemente. Pero no sostener toda acción en el recuerdo.
¿Debemos volver los ojos atrás? ¿Debemos remover el polvo de los sepulcros? ¿Debemos buscar la vida en los huesos de los cadáveres? ¡Oh! No, no. Dios impulsa a los pueblos hacia delante, y en lo porvenir, no en lo pasado, está el secreto de nuestra vida y el numen que puede acrecentar nuestras glorias de ayer con nuevas futuras glorias.
16La lectura que Castelar propone del mito del Dos de Mayo, así como de las Cortes de Cádiz, es una lectura de futuro10. De hecho, y lo ha anotado Demange, el Dos de Mayo se singulariza dentro del discurso historicista y en las producciones plásticas:
El problema que se les planteaba a los artistas con la evocación de la Guerra de la Independencia, y singularmente con el Dos de Mayo, era de tipo ideológico. Cuando se evoca la guerra contra el francés, no se trata de redescubrir las libertades tradicionales perdidas, como lo hicieron con la Castilla de los Comuneros o el Aragón de Lanuza, sino de afirmar una nueva concepción de la práctica política, una ruptura revolucionaria con el Antiguo Régimen y la irrupción de nuevas fuerzas sociales y políticas. Decir la guerra es también decir una revolución cuyos límites se están discutiendo todavía en la sociedad. Conviene subrayar también que los dos pilares del Régimen, la monarquía y la Iglesia, están ausentes de la epopeya madrileña.
17Para reforzar la idea, Demange recuerda las palabras de Castelar a propósito de la pintura sobre la Guerra de la Independencia: ésta significa
el nacimiento del nuevo arte que se inspira en la libertad […], el nacimiento del nuevo derecho que se encierra en el código inmortal de 1812 […], unido al nacimiento del nuevo pueblo […] que tiene la virtud de los héroes y alcanza la gloria de los mártires11.
18Eso es así porque, en general, los republicanos vieron en la Guerra de la Independencia la primera oportunidad para involucrar al individuo en el ámbito público. Como ha recordado Peyrou, el episodio bélico, y en particular, la reunión en Cortes sería visto como el punto de arranque de un ideal participativo y, tendencialmente, igualitario de la ciudadanía. Un ideal que se concretaría, y tendría continuidad aun en ausencia del enemigo exterior, en los tumultos, juntas y milicias. También en Cádiz. Al fin y al cabo, serían las experiencias y las prácticas de la guerra las que resultan determinantes en la creación de una identidad ciudadana, que, con posterioridad, vendría alimentada por toda la retahíla de discursos cívicos de exaltados, progresistas, demócratas y republicanos12. Esa singularidad de la memoria de la Guerra de Independencia dentro del historicismo democrático, no quedará alterada en la coyuntura que propició, gracias a un depósito de ejercicios de evocación del pasado anteriores y a través de múltiples iniciativas editoriales y de algunas celebraciones públicas, la fijación del canon republicano de interpretación del pasado, del presente y del porvenir: los años del Sexenio Democrático.
19En esos años, hacer hincapié en la evocación de la Guerra de Independencia ya no es sólo una referencia de futuro. Éste ha llegado y, por tanto, el recuerdo del combate contra el invasor pasa a resultar útil cuando de objetar la elección de un monarca extranjero se trate. La dependencia respecto del exterior se asocia, entonces como siempre, a la hipótesis de violación de los derechos individuales por parte de los poderes del Estado y, en definitiva, a falta de democracia:
Sobre todos los males de España, alzándose como una inmensa sombra, el fantasma de la dominación extranjera que nos obliga a dudar de nosotros mismos, de nuestro carácter nacional, y a temer que nos persigan hasta más allá de la tumba las maldiciones de nuestros padres, cuyos huesos se hallan esparcidos en los desfiladeros de Covadonga y del Bruch, bajo las ondas de Cádiz, sobre la sagrada tierra de Zaragoza y de Gerona, en holocausto a este gran principio, al gobierno de la nación por sus propios ciudadanos e hijos, principio inmortal, principio inextinguible, puesto que España, o no es nada en el mundo, o no representa nada en el mundo, o es el poema vivo de la independencia, el ejemplo eterno donde aprenden todas las naciones oprimidas, desde Bohemia hasta Polonia, y todas las naciones desmembradas, desde Grecia hasta Francia, como se pelea por la dignidad nacional, como se muere por la libertad y por la patria13.
20Siendo el republicanismo una variante de la cultura liberal, no faltaron, ni antes ni después del Sexenio, las pugnas con las restantes familias del liberalismo hispánico acerca del sentido último de la Guerra de Independencia, y de su uso en los rituales cívicos ligados a la construcción del Estado nacional. El moderantismo, primero, el conservadurismo canovista, más tarde, ritualizaron el Dos de Mayo mediante el desfile ciudadano, de tal suerte que se excluye al pueblo y se prioriza la confusión entre nación y Estado (entendido éste como la suma de Administración, Ejército e Iglesia). Así lo denunciará Ángel Fernández de los Ríos en su Estudio histórico de las luchas políticas en la España del siglo xix, al señalar la ausencia, en esos ritos públicos
[…] del artesano de la Red de San Luis, del cazador de la calle del Carmen, del carbonero de la calle de Osuna, del chispero de la calle de San Andrés, de las amazonas del parque…14
21Los republicanos establecerán un paralelismo no exento de sentido: de la misma manera que la soberanía se halla «detentada» por la monarquía y sus partidarios, la memoria del Dos de Mayo ha sido «usurpada», sustraída a sus genuinos legatarios. En los primeros tiempos del Sexenio, la reconciliación entre las distintas lecturas liberales parecía posible. En 1869, el bando del nuevo alcalde popular de Madrid, Nicolás María Rivero, inspirado en el poema de Espronceda, constituye una exaltación del pueblo español, «defensor de la libertad, de la democracia y de la justicia, un pueblo al que la nación debe su salvación». En otras palabras, con anterioridad al advenimiento de la Primera República, aparenta que se rectifica la memoria y se mezclan sin melindres nación, libertad, democracia, justicia y pueblo. El mismo Rivero concretará en lo que deviene la lucha popular del Dos de Mayo a la altura de 1869: sufragio universal, libertad de pensamiento y de cultos, etc. En otras palabras, el programa de la democracia, aunque sea monárquica, como el de la República, habría quedado apuntado en 180815.
El magisterio de los patriotas de 1808
22¿Qué significado, a fin de cuentas, atribuyen los republicanos a la Guerra de Independencia? ¿Cómo la insertan en la narración histórica a la que hemos estado aludiendo desde el inicio de nuestra intervención? Hacia 1871, en apretada síntesis, y para establecer sus rasgos más operativos podría argüirse que los hechos desencadenantes del Dos de Mayo ponían en evidencia, de entrada, la utilidad de desconfiar de los reyes y de las monarquías. Los ambientes cortesanos, en esos momentos los de la España de Carlos IV, Fernando VII e Isabel II, no eran otra cosa que lupanares en los que se estaba dispuesto a trapichear con unos derechos que no les pertenecían, a poner en venta un bien que creían detentar: las libertades de la nación. A renglón seguido, se tomaba nota de que la respuesta del pueblo, encarnación viva de la nación, a la ocupación francesa y al relevo de las máximas autoridades, tuvo por objetivos la independencia y la libertad.
23En esa lucha desigual, entablada con un enemigo que no tenía parangón en Europa, se legitimó el uso de la violencia en política. Un pesado lastre que condicionará las modalidades de acción y participación de buena parte del republicanismo federal, exaltado e intransigente. Además, se pusieron de relieve los valores inherentes, aunque ocultos, del pueblo: un valor y una honra que le movían a reclamar la libertad y la justicia. Antítesis de la monarquía —despotismo, deshonra, injusticia—, la acción de los ciudadanos madrileños, de los oficiales del cuerpo de artillería y, sin solución de continuidad, la del conjunto de españoles se articulaba en las calidades que habrían quedado ocultas por efecto de la dominación a la que estaban sometidos.
24De hecho, el pueblo español podía ser presentado, por parte de los cuadros que nutrían el liberalismo avanzado y el republicanismo, como ignorante e indolente, próximo a un populacho, viciado por la omnipresencia de aristócratas y clérigos y plagado de toreros y ladrones. El abandono de los reyes, en 1808, hizo que ese «cuerpo social, leproso y aletargado», condenado a morir en breve, abandonase su secular dejadez para devenir un actor soberano, legislador y guerrero. Al rememorar, en vísperas de la revolución de 1868, los hechos de mayo de 1808, Fernando Garrido encontraba en ellos el ejemplo por antonomasia tanto de las virtudes populares como del contraste entre éstas y «la bajeza de sus mandarines»16. Entonces y siempre, antes y después del glorioso enfrentamiento contra el invasor francés, Garrido y quienes le tomaron el relevo en la tarea de fijar una historia republicana de la España contemporánea, procuraron marcar el contraste entre la raíz extranjera de la monarquía y un régimen republicano que sería el más adecuado a la nobleza, dignidad e independencia del pueblo español. Así, los «sacrificios inmortales» de la Guerra de Independencia habrían puesto de relieve el vigor y la singularidad del «alma nacional».
25El 15 de junio de 1871, en el primer número de La Ilustración Republicana Federal, Castelar colaboraba con un artículo titulado «Inmoralidad de las monarquías absolutas». La mirada sobre el pasado le servía para articular un par de argumentos que formaban parte, a esas alturas ya, del patrimonio conceptual de la democracia republicana. En primer lugar, sostenía que la lenta construcción del absolutismo en nuestro país, una tarea de más de tres siglos, había apartado a España de las ideas capitales, inherentes y definidoras de su nacionalidad (a la que no le faltaba una dimensión expansiva e imperial). El absolutismo, «es y ha sido siempre como extranjero en nuestra patria». Frente a esa raíz extranjera de las instituciones, lo autóctono es encarnado por el pueblo. Hay un episodio del pasado reciente que ilustra como pocos esa antinomia, que pone de relieve la extranjería de la monarquía y la españolidad popular: la Guerra de la Independencia. Así,
en una de las horas supremas de nuestra historia, cuando Napoleón mandaba sus huestes contra nuestra patria para avasallarla y atarla a su carro triunfal: en aquel esfuerzo titánico, nuestros reyes absolutos, que no sentían el calor de la vida nacional, que no oían los latidos de nuestro corazón, que por lo mismo no representaban nuestra gran idea ni habían recibido en su seno el genio de la madre patria, se arrastraban como cortesanos a los pies de Napoleón, mientras el pueblo protestaba contra el conquistador en las calles de Madrid, en los campos de Bailén y Talavera, en los muros de Zaragoza y de Gerona17.
26Más tarde, ya en tiempos de la Restauración, Castelar, en uno de sus múltiples piezas oratorias, se reafirmaría en su punto de vista: sólo la República era capaz de adecuar el cuadro institucional de España tanto a las características de los nuevos tiempos como a la esencia patriótica popular, de recuperar una sintonía, la que había habido entre instituciones y españoles, quebrada por el absolutismo18.
27Es a partir de esa premisa, que el republicanismo, variante radical democrática de la lógica liberal, asume la geografía y el panteón de nombres ilustres que la guerra proporciona. Junto a Madrid, la patria se muestra en Bailén y Arapiles, en Zaragoza y Gerona, en San Fernando y Cádiz. Y lo hace en los chisperos y las majas, en el pueblo anónimo tanto o más que en los renombrados héroes de estirpe militar. La dimensión épica del conflicto se manifiesta en una doble realización. En primer lugar, en el hecho de las Cortes de Cádiz. Son los diputados los que, animados por esa resistencia popular y nacional, dan al país una Constitución, la de 1812, que Rodríguez Solís, como la mayoría de republicanos, juzgará como «democrática»; al mismo tiempo que «disuelven la horrible Inquisición, decretan la abolición de los mayorazgos y señoríos, y del inicuo comercio de negros y la libertad personal». Las Cortes desguazan, pues, el Antiguo Régimen; y sólo un retroceso posterior, el vivido con Fernando VII y asumido por el moderantismo liberal, erosionaría esa labor juzgada como plenamente revolucionaria. El papel de los republicanos, pues, no será otro que el de retomar el testigo dejado por los diputados liberales de Cádiz y llevar a cabo, en plenitud, la construcción de una nación de ciudadanos.
28La segunda de las realizaciones imputables a la guerra es, en cierta medida, el de la revalorización del papel de España en Europa. Es en España donde empieza a languidecer la estrella de Napoleón, donde se detiene el vuelo del águila imperial; es aquí donde se frena un impulso que parecía no tener límites. Y es el resto de Europa, el pueblo alemán y el ruso, así como las distintas nacionalidades centroeuropeas, la que tiene una deuda de agradecimiento con una España que «sostuvo contra él [Napoleón] CINCO gloriosísimas campañas, causándole horribles pérdidas, y nuestra tierra es el sepulcro de miles de franceses»19.
Del dinastismo al patriotismo
29El análisis republicano de lo acaecido en los momentos iniciales del conflicto suele concretarse en dos modalidades de artículos, periodísticos, primero, y de capítulos de libro, más adelante. Las aproximaciones biográficas a los protagonistas destacados del conflicto en el bando patriótico se combinan con las reflexiones sobre episodios, como los del Dos de Mayo, en los que el intérprete es colectivo. De una y otra variante son, como hemos indicado, los tiempos del Sexenio Democrático los que aportan más ejemplos. Ello puede verse con gran claridad en la biografía dedicada a Mariano Álvarez de Castro en La Ilustración Republicana Federal del 1° de octubre de 1871. El militar que encabeza la resistencia de Gerona es presentado como un «emblema fiel de la independencia y libertad de nuestra querida España». De él se empieza recordando su carrera militar, marcada por la abnegación y la capacidad de llevarla adelante a pesar de los problemas de salud y de las desgracias familiares. Hombre disciplinado, se verá obligado a dejar la plaza del castillo de Montjuïc a los ocupantes debido a órdenes de la superioridad. Pero no por ello se rinde. De hecho, el siguiente paso, liberado en cierta medida de las cortapisas jerárquicas, será el de correr «a unirse a la vanguardia del ejército que combatían en el Ampurdán». El heroísmo, virtud emancipada, toma el relevo a la honesta obediencia. Es la fibra íntima, autónoma y personal, lo que le coloca en disposición de ponerse al servicio de la Junta Suprema, y de asumir, a renglón seguido, la condición de gobernador de la plaza de Gerona.
30Llegado este momento el relato biográfico permite al publicista republicano dar el salto a la narración colectiva. El ejemplo de Álvarez de Castro permite que se concrete el cuerpo de la nación. De hecho, la resistencia gerundense, dispuesta a convertir la capital provincial en baluarte contra los franceses, consigue articular diversos batallones de voluntarios, incluyendo algunos formados por sacerdotes y mujeres. Las fronteras de toda condición —social, de género, de vecindario— se diluyen en un cuerpo superior. La ciudadanía toma modelo de la figura del militar. El dinastismo, como principio regulador de los compromisos, como fuente de fidelidades y lealtades, ha dejado paso al patriotismo20.
31De manera menos alambicada, o más natural, el mismo proceso se ha dado entre los héroes anónimos, gentes del pueblo que surgen como actores singularizados debido a la dinámica de confrontación con el ocupante. Paisanos ocupados en sus quehaceres, como el zaragozano tío Jorge, para quien
Es su Dios el patriotismo,
Su espíritu el heroísmo;
La voz de España lo enciende,
Para, cierra, corta y hiende
Muro y rayo a un mismo tiempo
32La astucia y la sagacidad le llevan a improvisar. Resiste y lo hace recurriendo a la celada y a la emboscada, o a la salida imprevista. No es un estratega al uso. Ahí radica su fuerza. Ahí y en la capacidad de sobreponerse al cansancio y al desaliento, en su bravura y prudencia, en su nobleza y sencillez. La creatividad y la dureza son valores inherentes a un pueblo grande y altivo, a una raza de la que el tío Jorge es paradigma. Eso singulariza a una nación que ya ha protagonizado, en aras de su libertad, episodios de autoinmolación:
No hay bosquejo, no hay trasunto
de aquel infernal estrago,
ni aunque surjan en conjunto
las hogueras de Sagunto
y las ruinas de Cartago21
33Serán esas virtudes, sustento del nuevo patriotismo, las que, dejando atrás las biografías y recurriendo a una narración colectiva, podrán generalizarse al grueso del pueblo. Con motivo del aniversario del 2 de mayo del año siguiente (1872), Enrique Rodríguez Solís, desde las mismas páginas, dedicaba un estudio a las jornadas de 1808. El texto, que pasaría a formar parte, de manera íntegra o fragmentaria de las diversas obras históricas del autor, empezaba señalando, como en la biografía de Álvarez de Castro, que las autoridades monárquicas se creyeron autorizadas a ordenar a los españoles que obedeciesen a los nuevos amos. Será ese pueblo, «indefenso, sumido en la más espantosa miseria», el que se revuelve, y en su revuelta arrastra a los oficiales del cuerpo de Artillería. La perspectiva se ha invertido.
34La masacre perpetrada por Murat no amilana a los españoles, antes bien les mueve a la respuesta, enciende el valor «de todos los hijos de la altiva España». Será Asturias, asegura Rodríguez Solís, la que «da la primera el grito de independencia y envía diputados a Londres». La afrenta genera, pues, una respuesta que es al tiempo militar y política. Le sigue el resto de la nación: «Santander, Galicia, Valencia, Zaragoza, Barcelona y todas las provincias, en fin, se aprestan para la gigantesca lucha de recobrar su perdida libertad e independencia». Una vez dado el salto ya no queda tan claro que los españoles no fuesen, con anterioridad a 1808, libres e independientes. No queda claro si lo que se recupera son fueros tradicionales o libertades recientes. Lo que sí es cierto es que la respuesta es nacional, y por eso incluye una nómina de lugares rica y dispar: Madrid, Zaragoza, Gerona, Bruch; Talavera, Bailén, San Marcial y Albuera; y una no menor relación de resistentes: «Palafox, Álvarez, Castaños, la Romana, Cuesta, Lacy, Mina, el Empecinado, Manso, Durán y otros mil»22.
35Con el tiempo, Pi revisará, en solitario, el elogio a Álvarez. En unos años en los que Pi reivindica su ascética lucidez frente a la ola de patriotismo y quimérico heroísmo que acompañó el desastre de 1898, los gestos de Álvarez son censurables:
Álvarez era un hombre de indiscutible valor; pero ¿habremos de alabar por eso una terquedad ya inútil que consentía que los niños murieran desesperados tirando del seno escuálido de sus desfallecidas madres? ¿Y para qué? […] El heroísmo, un heroísmo insensato podría pedir eso. La razón y la humanidad reclamaban conducta más cuerda. Pobres pueblos sujetos por su propia ignorancia a la terquedad de un solo hombre, tan héroe como se quiera, pero a todas luces inhumano y bárbaro23.
36¿Qué papel se reserva en esa lectura del pasado a la Francia revolucionaria? La respuesta no es fácil, entre otras razones porque el abanico de posibilidades concretadas es muy amplio. De hecho, uno de los grandes problemas con los que tiene que enfrentarse el republicanismo a la hora de incorporar los episodios de la Guerra de la Independencia a su particular mirada sobre el pasado nacional es el papel que se otorga a Francia. Por distintas razones, por ser la patria de la Ilustración y de la Revolución, por ser el escenario de la toma de la Bastilla, acontecimiento fundacional de la moderna presencia popular en la vida política contemporánea, pero también porque buena parte de esas miradas sobre la guerra se codifican en los años de la Restauración, y por tanto en los de la admirada III República, la democracia republicana española no puede dejarse ir por la fácil pendiente de la galofobia. Es más, ha de omitir el posible componente xenófobo, del mismo modo que debe renunciar a tener presentes los motivos religiosos o de lealtad dinástica en la respuesta patriótica.
37En contadas ocasiones las voces republicanas llegan a la condena o a la reprobación abierta del papel histórico de Francia en la España de principios de siglo xix. Por el contrario, y aunque de manera relativamente excepcional, llegado el caso podía hacerse una lectura entusiasta de su labor catalizadora:
Bendita sea la nación francesa, que por medio de una agresión injusta vino a despertar al pueblo español de su torpe letargo, desangrando sus venas para infiltrar en ellas el virus de la libertad, el espíritu de la democracia, la esperanza de la República; a enaltecer el prestigio del pueblo español, a matar los vicios de las monarquías, enterrando en un abismo sin fondo las tradiciones de sus reyes, sus nobles y sus frailes24.
38Francia causó daños físicos, cierto; pero éstos conllevaron bienes morales. Aquellos de los que, precisamente, más necesitada se hallaba la España de los albores del siglo xix.
Algunos límites de dicho magisterio
39Siendo estos los rasgos básicos de la lectura y el uso hecho de la Guerra de la Independencia en la justificación de los combates republicanos, conviene tener también presentes algunas otras características que, en ocasiones, operaron como limitaciones al éxito y la operatividad del referente.
40En primer lugar, habría que constatar que las primeras décadas del siglo, en el seno de un republicanismo que se confunde con las restantes corrientes del liberalismo exaltado, la nación tiene fundamentalmente un sentido político. Ésta se construye a través de las luchas ciudadanas, en los combates que tienen lugar en el parlamento o en las barricadas, en la adquisición de hábitos de participación y toma de decisiones en el interior de las incipientes asociaciones de todo tipo, penetradas más o menos por los ideales democráticos, o bien en el periodismo, ya sea en el periódico de corte embrionariamente empresarial ya sea en la prensa del partido. La memoria histórica existe, pero tiene, en comparación con lo que acaecerá a partir del Sexenio y, sobre todo, durante la Restauración, un peso relativo.
41En ese momento, sin embargo, empieza a detectarse la inserción de la Guerra de Independencia en una larga nómina de rebeldías. En una tradición de contestación a cualquier forma de sujeción. También tiene una función formativa: sobre todo la corriente progresista de la democracia republicana, mucho más que la federal, justificará las formaciones de juntas revolucionarias y de batallones de la milicia, así como los intentos de creación de partidas carlore-publicanas o de grupos guerrilleros que en el año 1873 intentarán parar el golpe contra la Primera República, en la tradición de levantamientos populares que arrancaría del combate contra el francés.
42Cultura rebelde, de oposición, la republicana es una propuesta que siente debilidad por los perdedores. Los auténticos, los genuinos. Y, al fin y al cabo, los hombres de 1808 acabaron triunfando. En un artículo significativo el turolense Víctor Pruneda, uno de los patriarcas del federalismo hispánico, establecía un nexo que llevaba desde Cicerón a los comuneros parisinos. El rasgo compartido era que en su momento fueron derrotados, pero que con posterioridad la historia los recuerda con orgullo y les otorga un sitio preferente en los anales del progreso. Entre ellos, y por el camino, Escipión y Mario, los inevitables Bravo, Padilla y Maldonado. Curiosamente, la nómina hace un salto. Los siguientes en la relación son
Porlier y Lacy, Torrijos, Manzanares y Riego. Todos perecieron en el cadalso, cual perversos criminales, por querer libertar a su patria del férreo yugo del despotismo de los reyes25.
43No son protagonistas de la guerra, o como mínimo, no lo son de una guerra librada frente a un ocupante exterior.
44Incluso en los años álgidos de la codificación de una mirada republicana del pasado nacional, se da una clara preferencia por la evocación de los patricios del Partido Democrático, los combates de los años cuarenta, la revolución del 1854, las conspiraciones y las partidas de los sesenta, con su retahíla de expatriados y fusilados. En suma, en la primera mitad del siglo, e incluso en los primeros tiempos de la Restauración, la Guerra de Independencia forma parte del pasado de combates liberados que sustenta la identidad republicana, pero siempre condicionada por una clara preferencia por la evocación de los patricios del Partido Demócrata, por los protagonistas de las confusas luchas de la década de los cuarenta o aquellos otros que llevaron a cabo la revolución de 1854, por los que en los años sesenta participaron en los levantamientos, conspiraciones y, ocasionalmente, en las partidas, por los fusilados. Dicho de otra manera, aquellos con los que enlazan sin dificultades son con los progresistas y demócratas de una generación, la nacida en los años veinte, que ya no había tenido ocasión de participar en la Guerra de Independencia. En una larga nota biográfica dedicada al conquense Froilán Carvajal y Rueda, el historiador militante por excelencia, Rodríguez Solís, podía aludir a la «sangre vertida», al «heroico sacrificio», a los «héroes y mártires» que poblaban el campo republicano. Así, a quien se pone por ejemplo era a Sixto Cámara, el tribuno del pueblo, a Ruiz Pons, el gran publicista, a Abdón Terradas, el genio organizador, a Francisco de P. Cuello, el enérgico propagandista… a gente nacida en la década de los veinte, que no ha vivido la guerra contra el francés, pero que pasan por ser la viva imagen de la abnegación y el sacrificio, del valor y la constancia; de los sacrificados por la tiranía26.
45El último rasgo que quisiera comentar tiene que ver con el fuerte localismo de los calendarios cívicos democráticos. Y ahí también la Guerra de la Independencia se verá a menudo postergada. Fue en los años de formulación de los proyectos teóricos federales dentro del Sexenio, así como con el florecimiento de regionalismos en el tramo finisecular cuando se puso el acento en el policentrismo, de base municipal, de la respuesta patriótica de la Guerra de Independencia
46De hecho, en las festividades locales de las ciudades de tradición liberal se pondrá el énfasis en las resistencias a los asedios liberales, a la formación de milicias, al recuerdo de los familiares que habían combatido al faccioso. María Pilar Salomón ha puesto de relieve la centralidad del 5 de marzo, recordando los hechos de 1838:
Los artículos ensalzaban en tono épico la gesta resaltando el carácter traicionero del ataque por sorpresa, el triunfo liberal, la amplia participación popular en la defensa de la ciudad y el significado del acontecimiento como ejemplo de lo que un pueblo esforzado podía hacer cuando le guiaban «su amor a la libertad y el patriotismo», para al final hacer votos por un cambio radical y extraer conclusiones o enseñanzas aplicables a la situación presente del país y orientadas a la movilización política de la ciudadanía27.
47Otro tanto podría escribirse de ciudades de sólida tradición republicana como Reus o, años más tarde, Bilbao. Pudiera decirse, que se dio una cierta preferencia por la guerra civil frente a la guerra ante el enemigo exterior. Ésta última, al fin y al cabo, era historia, mientras que la primera era el combate de cada día y de todas las horas.
48En última instancia, ese patriotismo local podría ser recuperado, vinculado a la Guerra de la Independencia, por los hombres que gestionaron la Segunda República. Personajes como, por poner un ejemplo, Niceto Alcalá Zamora quien al presentar a las Cortes Constituyentes la labor del Gobierno Provisional, en un discurso trufado de referencias a los predecesores en el campo del liberalismo y de la democracia, no podía evitar la referencia a
[…] las regiones que, en la guerra de Independencia, como ahora, afirman su voluntad de permanecer juntas, porque quieren su autonomía indestructible, pero dentro de su efusión indisoluble28.
49Líderes que mantuvieron viva fuera del solar patrio la memoria de la república y con ella la del Dos de Mayo, la de la vocación libertadora y la voluntad de independencia nacional.
50El republicanismo presentará, en sus diversas manifestaciones, un común interés por la historia. Ésta es un hilo conductor que lleva de las primeras resistencias ibéricas a cualquier forma de presión exterior —en otras palabras, a las primeras manifestaciones de un cabal deseo de independencia— a pensar históricamente, por usar una expresión debida a Pi y Margall, las luchas de nuestros días. La guerra de 1808 y los esfuerzos del primer liberalismo reunido en Cádiz constituirían un punto de inflexión. El momento en que nace la nación moderna y en el que, además, España aporta al conjunto de las naciones civilizadas un hito revolucionario. Sólo la frustración de las expectativas impedirá que se equipare este momento con el momento fundacional de la Bastilla, de 1789, de la Revolución por excelencia, la francesa.
51Los republicanos formalizaron un calendario propio. Con las celebraciones del 11 de febrero, o las del 2 de mayo y del 14 de julio, así como más adelante las del primero de mayo, forjaron una organización de su tiempo político. Un tiempo que combinaba diversas memorias, cada una de las cuales, por separado, no tenía suficiente consistencia: la liberal y nacional, la revolucionaria y la obrerista. Pero lo cierto es que se trató fundamentalmente de un tiempo interno, un ritmo que marcaba la vida asociativa y los rituales mediante los cuales se hacían presentes en las calles. Como sus predecesores liberales, los republicanos no pudieron, no quisieron o no supieron «hacer de su propia cronología la cronología emblemática del país»29.
Bibliographie
Bibliografía
Álvarez Junco, José, Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo xix, Madrid, Taurus, 2001.
Archilés, Ferràn, y Manuel Martí, «Un país tan extraño como cualquier otro. La construcción de la identidad nacional española contemporánea», en María Cruz Romeo e Ismael Saz (eds.), El siglo xx. Historiografía e historia, Valencia, Universitat de València, 2002, pp. 245-278.
Blas, Andrés de, Tradición republicana y nacionalismo español, Madrid, Tecnos, 1991.
Castelar, Emilio, Discurso leído en la Academia Española seguido de otros varios discursos del mismo orador, Madrid, San Martín, s. f.
Castro Alfín, Demetrio, «La cultura política y la subcultura política del republicanismo español», en José Luis Casas Sánchez y Francisco Durán Alcalá (coords.), Primer Congreso del republicanismo en la historia de Andalucía, Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres - Diputación de Córdoba, 2001, pp. 13-34.
Demange, Christian, El Dos de Mayo. Mito y fiesta nacional (1808-1958), Madrid, Marcial Pons, 2004.
Duarte, Ángel, «Los republicanos del ochocientos y la memoria de su tiempo», Ayer, 58 (2), 2005, pp. 207-228.
Garrido, Fernando, La España contemporánea. Sus progresos morales y materiales en el siglo xix, 1a edición española y considerablemente aumentada, adornada con un mapa de España y el retrato del autor, Barcelona, S. Manero, 1865-1867 (2 vols.).
Michonneau, Stéphane, «Gerona, baluarte de España. La conmemoración de los sitios de Gerona en los siglos xix y xx», Historia y Política, 14 (2), 2005, pp. 191-218.
Morayta, Miguel, Historia general de España. Desde los tiempos antehistóricos hasta nuestros días, Madrid, Felipe González Rojas, 1888-1896 (9 vols.).
Peyrou, Florencia, «La construcción de la identidad ciudadana en el primer liberalismo (1808-1814): discursos y experiencias», en Carlos Forcadell y Alberto Sabio (coords.), Las escalas del pasado. IVCongreso de Historia Local de Aragón, Huesca-Barbastro, UNED - Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2005, pp. 129-140.
Pi y Margall, Francisco, y Francisco Pi Arsuaga, Historia de España en el siglo xix, Barcelona, Miguel Seguí, 1902 (8 vols.).
Portillo, Eduardo M., y Carlos Primelles, Niceto Alcalá Zamora. Vida íntima de un jefe de estado, Madrid, Biblioteca Nueva, 1932.
Rodríguez Solís, Enrique, Historia del partido republicano español: de sus propagandistas, de sus tribunos, de sus héroes y de sus mártires, Madrid, Imp. Fernando Cao y Domingo del Val, 1892-1893 (2 vols.).
Salomón, María Pilar, «Patriotismo y republicanismo en Aragón, o lo aragonés como símbolo de lo español», en C. Forcadell y A. Sabio (coords.), Las escalas del pasado. IVCongreso de Historia Local de Aragón, Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses - UNED, 2005, pp. 197-210.
Serrano, Carlos, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos, nación, Madrid, Taurus, 1999.
Townson, Nigel (ed.), El republicanismo en España (1830-1977), Madrid, Alianza, 1994.
Vilches, Jorge, Emilio Castelar. La Patria y la República, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001.
Notes de bas de page
1 España Republicana, Buenos Aires, 15 de mayo de 1952, p. 1.
2 A. Duarte, «Los republicanos del ochocientos y la memoria de su tiempo». Para la problemática aquí apuntada, véase J. Álvarez Junco, Mater Dolorosa; A. de Blas, Tradición republicana y nacionalismo español.
3 España Republicana, Buenos Aires, 30 de noviembre de 1956 número extraordinario; véase el discurso de Martínez Barrio en p. 1, y los artículos de Claude G. Bowers ( «El heroico Madrid, tumba del fascismo internacional») y Upton Sinclair ( «¡Madrid no será tomado!») en pp. 8-9.
4 España Republicana, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1957 y 15 de noviembre de 1959, p. 1.
5 F. Peyrou, «La construcción de la identidad ciudadana en el primer liberalismo», pp. 129 sqq. Para cultura y subcultura, véase D. Castroalfín, «La cultura política y la subcultura política del republicanismo español».
6 Ch. Demange, El Dos de Mayo, pp. 12 y 13.
7 Ibid., pp. 39, 69 y 80.
8 El rol nacionalizador de las culturas políticas, y la reconsideración de la débil penetración del Estado y de la anómala nacionalización española, han sido señalados por ejemplo en F. Archilés y M. Martí, «Un país tan extraño como cualquier otro».
9 Ch. Demange, El Dos de Mayo, p. 81.
10 Ch. Demange, El Dos de Mayo, p. 179; La Ilustración Republicana Federal, pp. 4-5.
11 Ch. Demange, El Dos de Mayo, p. 111; El Globo, 2 de mayo de 1881.
12 F. Peyrou, «La construcción de la identidad ciudadana».
13 Discurso pronunciado por el ciudadano Emilio Castelar en… 1871, incluido en Discurso leído en la Academia Española, p. 2.
14 Ch. Demange, El Dos de Mayo, p. 175.
15 Ibid., pp. 184-185.
16 J. Álvarez Junco, Mater Dolorosa, p. 143.
17 La Ilustración Republicana Federal, Madrid, 15 de junio de 1871, pp. 5-6.
18 Anuario Republicano Federal, t. I, pp. 153-158 y 590-591; F. Garrido, La España contemporánea, t. I, p. 109; E. Castelar, Discurso leído en la Academia Española, p. 43.
19 La Ilustración Republicana Federal, Madrid, 2 de mayo de 1872, pp. 161-163. Además, ilustraciones en pp. 165 y 172-173, y selección de poemas en honor a los héroes en pp. 166-168.
20 La Ilustración Republicana Federal, Madrid, 1 de octubre de 1871, pp. 250-252. Retrato en p. 248; S. Michonneau, «Gerona, baluarte de España», pp. 191-218.
21 La Ilustración Republicana Federal, Madrid, 11 de septiembre de 1872, pp. 387-389.
22 La Ilustración Republicana Federal, Madrid, 2 de mayo de 1872, pp. 161-163.
23 F. Pi y Margall y F. Pi Arsuaga, Historia de España en el siglo xix, t. I, p. 531.
24 Anuario Republicano Federal, t. I, p. 591.
25 La Ilustración Republicana Federal, Madrid, 16 de diciembre de 1871, p. 369.
26 La Ilustración Republicana Federal, Madrid, 8 de octubre de 1871, p. 263.
27 M. P. Salomón, «Patriotismo y republicanismo en Aragón, o lo aragonés como símbolo de lo español», p. 201.
28 Citado en E. M. Portillo y C. Primelles, Niceto Alcalá Zamora, p. 128.
29 C. Serrano, El nacimiento de Carmen, pp. 16-17.
Auteur
Universitat de Girona
Le texte seul est utilisable sous licence Licence OpenEdition Books. Les autres éléments (illustrations, fichiers annexes importés) sont « Tous droits réservés », sauf mention contraire.
La gobernanza de los puertos atlánticos, siglos xiv-xx
Políticas y estructuras portuarias
Amélia Polónia et Ana María Rivera Medina (dir.)
2016
Orígenes y desarrollo de la guerra santa en la Península Ibérica
Palabras e imágenes para una legitimación (siglos x-xiv)
Carlos de Ayala Martínez, Patrick Henriet et J. Santiago Palacios Ontalva (dir.)
2016
Violencia y transiciones políticas a finales del siglo XX
Europa del Sur - América Latina
Sophie Baby, Olivier Compagnon et Eduardo González Calleja (dir.)
2009
Las monarquías española y francesa (siglos xvi-xviii)
¿Dos modelos políticos?
Anne Dubet et José Javier Ruiz Ibáñez (dir.)
2010
Les sociétés de frontière
De la Méditerranée à l'Atlantique (xvie-xviiie siècle)
Michel Bertrand et Natividad Planas (dir.)
2011
Guerras civiles
Una clave para entender la Europa de los siglos xix y xx
Jordi Canal et Eduardo González Calleja (dir.)
2012
Les esclavages en Méditerranée
Espaces et dynamiques économiques
Fabienne P. Guillén et Salah Trabelsi (dir.)
2012
Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo
Stéphane Michonneau et Xosé M. Núñez-Seixas (dir.)
2014
L'État dans ses colonies
Les administrateurs de l'Empire espagnol au xixe siècle
Jean-Philippe Luis (dir.)
2015
À la place du roi
Vice-rois, gouverneurs et ambassadeurs dans les monarchies française et espagnole (xvie-xviiie siècles)
Daniel Aznar, Guillaume Hanotin et Niels F. May (dir.)
2015
Élites et ordres militaires au Moyen Âge
Rencontre autour d'Alain Demurger
Philippe Josserand, Luís Filipe Oliveira et Damien Carraz (dir.)
2015