Una experiencia compleja
La «Guerra de la Independencia» a través de la trayectoria de algunos de sus actores
p. 45-64
Résumés
La Guerra de la Independencia es un acontecimiento que se impone a todos aquellos que lo vivieron. Constituye una ruptura pero de naturaleza diferente según el recorrido anterior y la clase de experiencias que provocó en los individuos. A partir del relato que los actores pudieron formular de esta experiencia con ocasión de las peticiones de condecoraciones, pensiones y de candidaturas a cargos de magistrados, es posible descomponer de qué manera percibieron el acontecimiento, lo que seleccionan en sus vivencias y, finalmente, la elaboración de una postura con respecto a lo que pasó. Esta serie de estudios remite a la construcción memorial de la Guerra de la Independencia llevada a cabo por aquellos que la vivieron. Los efectos de la coyuntura desde la que redactan su relato se conjugan con lo que recuperan de su experiencia, lo que ya supone un desajuste con su recuerdo. Por fin, las expectativas anticipadas de los decisores destinatarios de su candidatura o su petición modifican también la presentación de su experiencia del acontecimiento, de modo que, a medida que transcurren los años entre el acontecimiento y su relato, asistimos al establecimiento de un discurso cada vez más estereotipado cuyo enunciado aparece como otras tantas «consignas para la memoria» adaptadas a los objetivos buscados por su autor.
La guerre d’Indépendance est un événement qui s’impose à tous ceux qui l’ont vécu. Il marque une rupture mais d’une façon différente selon le parcours antérieur et le type d’expérience qu’il a provoqué chez les individus. À partir du récit que les acteurs ont pu faire de cette expérience à l’occasion de demandes de récompenses, de pensions et de candidatures à des postes de magistrat, il est possible d’analyser la manière dont ils ont perçu l’événement, la sélection qu’ils opèrent dans leur vécu et enfin l’élaboration d’une posture vis-à-vis de ce qui s’est passé. Cette série d’études renvoie à la construction mémorielle de la guerre d’Indépendance effectuée par ceux qui l’ont vécue. Les effets de la conjoncture au sein de laquelle ils rédigent leur récit se combinent à ce qu’ils retiennent de leur expérience et qui déjà décalé par rapport à leur souvenir. Enfin, les attentes prévisibles des décideurs qui examineront leur candidature ou leur demande modifient encore la présentation de leur expérience de l’événement; si bien que, au fur et à mesure que les années s’écoulent entre l’événement et son récit, nous assistons à l’établissement d’un discours de plus en plus stéréotypé dont l’énoncé apparaît comme des « mots d’ordre pour la mémoire » adapté aux objectifs recherchés par son auteur.
The War of Independence was an event that left its mark on all those who lived through it. It marked a break, but of different kinds depending on the past of the individual and the kinds of experiences that it put them through. From the accounts that these people gave of their experiences on the occasion of nominations for decorations, pensions or candidatures to the magistracy, it is possible to isolate the way in which they perceived the event, what they retained of their experience, and finally the view that they built up of what happened. This series of studies deals with the memory of the War of Independence that was constructed by those who lived through it. The realities of the situation from within which they tell their tales interact with what has survived of their experience, which no longer matches exactly what they recall. And finally, the expectations of the deciders who will read the presentation of their candidature or their petition also to some extent mould the way in which they present their experience of the event; hence, as the years intervening between event and account lengthen, we find a discourse emerging which is ever more stereotyped and whose statement, like so many other «memory boxes», seems to be tailored to fit the objectives pursued by the author.
Texte intégral
Acontecimiento y experiencia del acontecimiento
1El 15 de abril de 1814 las Cortes decretan la necesidad de establecer un relato del período que empezó con la insurrección contra la abdicación de Fernando VII en mayo de 1808 y concluyó, algunas semanas antes, con la salida de los últimos soldados imperiales todavía estacionados en Cataluña. De entrada, el preámbulo del decreto plantea el problema de la denominación y, sobre todo, de la significación de este período. O, mejor dicho, lo plantea al disimularlo mediante una pluralidad de referencias a los acontecimientos y valores políticos que llegan a excluirse, contradecirse, complementarse y mezclarse según las personas y los momentos.
Queriendo las Cortes consignar en la historia los rasgos sublimes de heroicidad, constancia y patriotismo, de que ofrece tantos ejemplares nuestra gloriosa revolución, y que sean conocidos hasta de la más remota posteridad los admirables esfuerzos de la magnanima Nación española, que en tan desigual como horrosa lucha contra el tirano de Europa, no solo ha recobrado su independencia política y rescatado a su legítimo Monarca el Señor D. Fernando VII, sino que también ha preparado la libertad de las naciones subyugadas; han decretado lo siguiente…1
2Las Cortes, reunidas en Madrid por aquel entonces, convertidas en nuevo soberano de la España que se enfrentó a los ejércitos napoleónicos, llevan a cabo una revolución liberal concretizada en la proclamación de la Constitución de Cádiz en marzo de 1812. Fernando VII inicia su vuelta a España pero sigue sin tomar una posición sobre el cambio de régimen decidido por los patriotas. Sólo el 4 de mayo decreta la abolición de todas las medidas adoptadas desde su salida de España a finales de abril de 1808 y rechaza la Constitución de Cádiz (decreto del 11 de mayo). Visto lo cual, a mediados de abril, los diputados a Cortes se hallan en una situación de espera que sucede a un período de acontecimientos de alta intensidad, experimentada por todos y cada uno. Lo complejo de esta percepción se trasluce en el decreto que instituye el relato de la historia del período, que puede servirnos de base para indagar, desde la distancia, cómo esos contemporáneos que vivieron los acontecimientos de 1808 a 1814 plasmaron su experiencia.
3Un breve análisis del preámbulo del decreto subraya tres aspectos que coinciden con los distintos elementos inherentes al período: la lucha armada, la lealtad al rey, la búsqueda de la libertad. Recién salidos del conflicto, esta complejidad no puede habérseles escapado a los que acababan de vivirlo. El acontecimiento mismo no puede cifrarse en una denominación única, pues engloba otros acontecimientos que pudieron tomar más relieve según quien actuase, voluntaria o forzosamente. Querer plasmar la historia de lo que quedará luego como «Guerra de la Independencia» requiere, en 1814, una amplia apertura hacia lo diverso de las experiencias vividas.
4El conjunto quedó entonces designado como «gloriosa revolución», recuperando así la expresión utilizada desde el sublevamiento patriótico de 1808 en los manifiestos que justificaban la reacción de las juntas supremas en resistencia contra el Madrid controlado por los franceses.
5Sabiendo cómo termina la historia, o sea con la restauración de la monarquía tradicional por Fernando VII y la ausencia de un movimiento masivo en defensa de la Constitución de Cádiz, sería erróneo alinearse con los diputados a Cortes, quienes quisieron sintetizar el período en un relato polimorfo que pasaría a ocupar su correspondiente sitio en la historia universal de las gloriosas revoluciones, es decir de las revoluciones que «terminan bien». De hecho, el decreto del 15 de abril de 1814 no tuvo continuidad alguna, habida cuenta del restablecimiento del orden tradicional por Fernando VII; pero el proceso de construcción de la memoria, que intenta mantener lo ausente en el momento presente, se desenvuelve siguiendo otros esquemas que los propios a la elaboración de la historia oficial. Tenemos múltiples huellas de cómo los actores se representaron sus experiencias del período, de cómo las presentaron a otros, de cómo justificaron su presencia durante los acontecimientos, después, ante otros que estuvieron o tal vez no estuvieron allí.
6Me interesé por este aspecto de la recomposición del acontecimiento por parte de sus contemporáneos para intentar comprender, a través de varias series documentales, lo que podían, querían, creían transmitir de este pasado. Me dediqué a una categoría de individuos a los que he estudiado más de cerca, los responsables políticos en activo durante la Guerra de la Independencia2. Los análisis aquí presentados sólo valen para ellos, aunque podamos considerar que aportan datos sobre cómo el individuo, a raíz de la intensidad del acontecimiento experimentado, puede insertar su trayectoria personal en lo que se está convirtiendo en Historia.
7También quisiera dejar constancia —y no es lo mismo— de cómo los contemporáneos concitan esa trayectoria en el curso de los acontecimientos por venir. No se trata ya de notar desfases y semejanzas entre lo que sabemos del período y lo que ellos parecen saber o querer conocer de él, sino de ver lo más de cerca posible el modo que tiene esta categoría de individuos de recomponer un acontecimiento a partir de la experiencia que tuvieron y en función de lo que son capaces de contar de ello.
8Por lo tanto, me fijé en tres tipos de fuentes: las relaciones de mérito, mandadas por los pretendientes a cargos de la magistratura, las peticiones de pensiones transmitidas a las Cortes y las de recompensas en el marco de la institución de una condecoración para los miembros de las juntas provinciales patrióticas (la Cruz de Junta). El principal interés de esta documentación estriba en el hecho de proceder de los actores mismos, lo que proporciona entonces un relato establecido por los sujetos del acontecimiento que revisan posteriormente su posición entre éste y ellos mismos.
9Este relato se diferencia posiblemente de lo que sabemos de ellos, de lo que sabemos desde la distancia, de lo que vivieron ellos. Nos sumerge en una incertidumbre necesaria a toda iniciativa de estudio histórico. Pero ahora no para saber lo que «realmente» pasó sino para saber lo que podemos aprender del proceso de representación de un acontecimiento pasado por los que lo vieron acontecer. Estos relatos se relacionan más, pues, con la memoria que con el conocimiento histórico stricto sensu.
a) ¿Qué relato para qué acontecimiento?
10Lo esencial de esta parte del análisis se sustenta en la consulta de las relaciones de méritos3. Se trata de textos dirigidos a la Cámara de Castilla por los pretendientes a puestos de alcalde mayor, de corregidor o de oidor de audiencia, o a la espera de un puesto, o al final de su mandato (la pauta es el sexenio, es decir seis años de ejercicio). Son declaraciones de candidaturas que se podrían calificar como espontáneas pero que en realidad son imperativas para que le nombren a uno. Las relaciones de mérito deben incluir la presentación de la formación universitaria y de las distintas actividades profesionales ejercidas. Constituyen unos curriculum vitae redactados en tercera persona e impresos por la secretaría de la Cámara de Castilla.
11La ruptura provocada por la guerra puede ya leerse en la forma misma de las relaciones de mérito. Antes de 1808, los pretendientes se limitan al relato de su formación en las Universidades de derecho y en las academias de jurisprudencia, de moda a finales del siglo xviii. Presentan después en detalle su carrera profesional, insistiendo en los servicios prestados para el bien de la comunidad a cargo suyo y mencionando el exacto cumplimiento de las medidas decretadas por el gobierno para el bien público. La homogeneidad de las expresiones subraya una especie de consenso frente al espíritu reformador de la monarquía de los últimos años de Carlos III y los primeros de Carlos IV. Los textos acaban haciendo mención de la integridad moral del pretendiente, quien ostenta así todo lo que le convierte en un buen servidor del rey y de su gobierno. Las «relaciones de mérito» que cuentan hechos ajenos al estricto campo profesional son excepcionales, están redactadas por individuos que todavía no ejercieron la magistratura o que, a pesar de una carrera universitaria incompleta, quieren conseguir un cargo de magistrado como recompensa por servicios extraordinarios.
12Después de 1814, mencionar el período de la guerra pasa a ser ineludible. El relato cobra entonces una dimensión mucho más personal: uno habla de sí mismo, de lo que vio, hizo, padeció. En ninguna parte he encontrado que esos párrafos dedicados a los años 1808-1814 hayan sido impuestos por la Cámara de Castilla. Se impusieron por fuerza propia a los mismos redactores, atestiguando así la intensidad de lo vivido, la fuerza del acontecimiento. Se insertan así en el relato unos elementos que ya no son sólo la narración de las aptitudes y experiencias profesionales.
13Volvemos a encontrar la perturbación introducida por la guerra en la inflexión del curso biográfico. Estos letrados, abogados del rey todos, estaban destinados a cierto tipo de carrera y, a causa de la guerra, no pudieron seguirla tal y como lo tenían pensado. Estas variaciones sobre la normalidad se deben comentar: interrupción de los estudios; huida «al monte»; dimisión del propio puesto; ataque a los bienes propios, a su familia; pero también, responsabilidades en el seno de las nuevas autoridades patriotas resistentes.
14Mediante esta construcción del relato, necesaria para el envío de la solicitud, los pretendientes a las magistraturas realizan una recomposición del acontecimiento que nos proporciona un saber muy cercano a lo que vivieron. Esta recomposición se puede considerar como la primera etapa del proceso memorial por el cual el período pasa de la experiencia individual a la historia colectiva. Primera etapa que captamos en su primerísimo momento, cuando los contemporáneos del acontecimiento intentan manifestar lo que acaba de pasarles, en su deseo de contarlo a otros que no estaban.
15Veremos más adelante lo que esta operación debe a una estrategia de instrumentalización de la experiencia para el ascenso personal. De momento, me centro en el análisis de estos singulares relatos a través de su escritura misma, evaluando en toda su importancia el desfase temporal, semántico e intencional que revelan4. Desfase temporal: hablan de lo que vivieron, que acaba de terminar; mientras que, hallándome yo a una distancia al acontecimiento mucho mayor, nunca podré saber de este pasado más de lo que ellos quisieron que trascendiese. Desfase semántico: hablan de significados que les resultan familiares pero que fueron redistribuidos y modificados después por los procesos históricos de recomposición del acontecimiento para quienes no estuvieron. Desfase intencional igualmente: hablan para dejar constancia de lo que creen hay que recordar de su inserción en el acontecimiento, no en el sentido de un conjurar un tiempo irremediablemente pasado (la actividad historial por excelencia) sino en el de un aprovechar de nuevo su experiencia del acontecimiento (una estrategia personal). Último desfase: de cierto modo, ya sé yo, al situarme casi doscientos años después, cómo termina el cuento; mientras que ellos todavía penden de su inconclusión. Planteada así toda la alteridad que encierran estos documentos, es posible leerlos como otras tantas manifestaciones del saber inmediato a los actores del acontecimiento.
16La serialización de los relatos a lo largo del período de 1808-1814 revela, en primer lugar, una enorme dispersión de los enunciados. Lo singular de cada experiencia constituye la norma, lo que da así una gran heterogeneidad al conjunto de denominaciones posibles del acontecimiento. Uno insiste sobre la ocupación francesa; otro sobre la presencia de la guerra; un tercero sobre los cambios políticos; otro sobre la lealtad al rey; otro sobre la defensa de la patria; otro más sobre los daños materiales… En este aparente desorden se deja ver una constante: nada ha vuelto a ser lo mismo. Al escribir después del acontecimiento, no volvieron a encontrar la normalidad anterior, constituida de consenso, de interiorización de las reglas de presentación de uno mismo en este tipo de documentos. La disyunción respecto de lo que hubiera sido una realidad estándar obliga a la descripción de una realidad distinta, impuesta a ellos en función de lo que más les afecta.
17Aunque los términos utilizados remitan al discurso patriótico de la época que integraron todos, lo que recuerdan de su experiencia no encaja bien con un relato normalizado posterior al acontecimiento. Este relato sería el del «acontecimiento-magno», o sea, el acontecimiento que obliga a su reconocimiento mediante un trabajo posterior, con una intencionalidad historiográfica lo bastante eficaz como para imponer su significación (reutilizable, corregible, también discutible, e incluso reinterpretable pero siempre a partir de su formulación inicial). La dispersión de los relatos de los testigos remitiría más bien a un «acontecimiento-chico», es decir, el acontecimiento para quien lo experimenta, al ras de su vida primero, a veces únicamente con la conciencia de que no se podrá ya actuar como antes. «Pequeño», no en un sentido jerárquico (tendría una importancia menor para la Historia) sino en el de proporción o escala (podríamos no verlo según desde donde observamos) y en el de una relación de fuerza (puede arrinconarse o descalificarse). El acontecimiento-chico, remite, ante todo, a la experiencia de aquel para quien las cosas no transcurren ya como antes, lo que es tanto como decir que aborda lo múltiple y lo único, no lo global o general como el acontecimiento-magno5.
18A partir de la mencionada dispersión de los relatos de los años 1808-1814 leídos en esas relaciones de méritos, podemos destacar tres tendencias después de haber realizado un obligado trabajo de reagrupación de enunciados a partir de su interpretación.
El período como guerra (guerra con Francia, guerra con Napoleón, campaña/guerra de la independencia, última guerra, pasada guerra, guerra/lucha contra el enemigo…)
El período como revolución (gloriosa revolución, santa revolución, nuestra revolución, la revolución ocurrida, insurrección, independencia de la nación…)
El período como ocupación (ocupación de los franceses, gobierno intruso, cautividad de nuestro monarca, dominación enemiga…)
19Esta dispersión misma sugiere la dificultad de nombrar lo que acaba de pasar. Hasta los años 1835, varias denominaciones coexisten antes de que se imponga la de Guerra de la Independencia6. La dispersión sugiere también que la denominación de un acontecimiento no sería el producto de una identificación unívoca que se impusiera a sus contemporáneos sino que funcionaría más bien como una selección progresiva de lo que hubiera en común entre la variedad de las experiencias vividas durante el acontecimiento. El acontecimiento no plantea dudas pero sólo existió por la acción de los individuos correspondiente a una experiencia singular ya que lo propio del acontecimiento es modificar la situación, abrir un nuevo campo a lo posible. La actitud de los contemporáneos es pues experimental. El relato que libran da cuenta de los resultados de esta experiencia, y en primer lugar para ellos mismos. Esos resultados constituyen la base de la elaboración de una representación del acontecimiento, representación en el sentido de manifestar lo que ya no es/está. Percibimos en las relaciones de méritos, aunque también en los informes de petición de pensiones y de distinciones como la Cruz de Junta, el trabajo de «representancia», en el sentido de proceso que consiste en hacer presente lo ausente7. Los autores de estos relatos no están aún en representación de su experiencia, están dentro de la representación. Por eso, de momento y antes de estudiar las variaciones de lo que será la representación del período para sus actores, hace falta interesarse por lo que recuerdan de su experiencia.
20Su inserción puede ordenarse según tres tipos de actitudes:
la experiencia padecida;
la experiencia consentida;
la experiencia provocada.
21En la categoría de lo padecido, podemos leer relaciones de méritos comparables tal vez a lamentos. Resulta atrayente interpretarlas como una petición de reparación de prejuicios. Les saquearon la casa, perdieron su empleo a consecuencia de los trastornos políticos, un miembro de su familia fue víctima de los franceses, tuvieron que huir para protegerse a sí mismos y a su familia también. El acontecimiento representa una fractura biográfica que no puede ser controlada. Parecen desbordados por el acontecimiento. La lectura de su relato remite a una impresión de desconexión entre los «pequeños» que padecen la Historia y los «grandes» que la hacen. Parecen exteriores al acontecimiento-magno y no lo abordan sino para decir el acontecimiento-chico en que éste se manifestó para ellos. Pero mientras que parecen excluirse de la historia, participan en ella a través de la elaboración de una posición de víctimas o, como mínimo, de testigos pasivos que nos remite a la contingencia de los destinos individuales. La recomposición del acontecimiento por el historiador se enlaza con la suya: entre 1808 y 1814 había alcaldes, corregidores, letrados del rey que sólo participaban en la situación global en virtud de las molestias y desórdenes que ésta les ocasionaba. Esto fue lo que guardaron y también de esto hay que dar cuenta. Nos hablan de un dolor que permanece en las memorias.
22En la categoría de lo consentido, encontramos individuos que asumieron individualmente su compromiso en la situación global: de pasivos pasaron a actores. Su «relación de méritos» busca subrayar que su reacción fue la adecuada: se hallaron del lado que consideraban como el bueno. Se negaron a jurar al rey José I, prefirieron retirarse a su casa de campo antes que padecer la ocupación francesa, decidieron sufragar los gastos de las tropas de voluntarios resistentes, apoyaron los cambios políticos nacidos de la revolución de Cádiz. Acompañan el acontecimiento-magno, buscan integrarse en él, encontrar en él su lugar; el relato del acontecimiento-chico da la impresión de que los eventos se desarrollaron así porque una multitud de individuos participaron en ellos en sus respectivos niveles. El acontecimiento recompuesto permite la descripción de una sociedad en tranformación como consecuencia de una impulsión venida desde arriba (o desde otra parte). Al haber como interiorizado la ruptura vivida a escala individual, se presentan como al servicio de la historia. Recuerdan del período aquello que subjetivamente perciben como el «sentido de la historia». Los historiadores de fenómenos globales encuentran en ellos unos aliados seguros. Más modestamente, estos autores nos hablan del trabajo de selección de la experiencia vivida, cuyo carácter angustioso podemos sentir a través de los arrepentimientos (cuando disponemos de varias relaciones de méritos de un mismo individuo)8. Este trabajo de selección correspondería a su valoración de lo que constituyó un acontecimiento más allá de su esfera personal para insertarse en un movimiento que se cree general. Esto explicaría que varíe, según los momentos de redacción del relato, el tomar en cuenta este u otro de los elementos que constituyen el acontecimiento. Estos autores recuerdan su encuentro con la historia.
23En la categoría de lo provocado, la irrupción del acontecimiento se convierte en punto de partida hacia un nuevo destino. Entre líneas, se dice que era deseable, deseado, necesario para el individuo y para los demás. Habida cuenta de la situación de enunciación, el objetivo no es contar la propia historia sino demostrar que uno actúa para la comunidad. Estos pretendientes de magistraturas son a priori actores espontáneos que anticipan toda espera. Pregonan su voluntad. Apoyaron al bando patriota sin dilación, se alistaron en las tropas de voluntarios, militaron por la revolución de Cádiz, proclamaron sus convicciones sin temor a las consecuencias. Para ellos, el acontecimiento-magno y el acontecimiento-chico están completamente superpuestos. Se trata de una sola y misma situación, de una sola y misma operación; el acontecimiento sólo tuvo lugar porque ellos actuaron así. Están en la historia e incluso, leyendo algunos párrafos exaltados sobre la mutación de su vida en aquellos años, son historia. Nos recuerdan, en el posterior proceso de recomposición del acontecimiento, que ningún mecanismo exterior a los individuos produce cambio en una sociedad. Nos recuerdan que una situación no se modifica sino porque hay una toma de conciencia de la posibilidad de un cambio por parte de los mismos individuos9. Plantean también una cuestión de número: la cantidad de tales individuos determinante y necesaria para la realización del acontecimiento, a sabiendas de que el poder no pertenece a algunas personas sino que consiste en un movimiento permanente de distribución reticular de los actores. Todavía más, plantean la cuestión de la manera en que los individuos se comprometen, se movilizan, modifican la trayectoria a la que se les destinaba, asumiéndose después hasta el punto de movernos a considerar de nuevo el acontecimiento en función de sus recomposiciones mediante otros filtros. Pues, en efecto, varios de estos pretendientes parecen estar desfasados en comparación con los otros, de tanto insistir en elementos que al no reaparecer en otras partes, tampoco serán rescatados después por el trabajo del historiador. Parecen hablarnos de una voluntad de sentar memoria de la potencia de sus actos.
24Estos relatos se sitúan en el meollo del procedimiento que transvasa la experiencia vivida a la memoria para compartir, ya que nos revelan el conflicto potencial entre, por un lado, la vivencia singular de los contemporáneos y lo que de ella puedan o quieran comunicar; y por otro, entre esta selección y el saber que quienes no estuvieron puedan o quieran elaborar más adelante con ella.
b) Instrumentalización de la experiencia del acontecimiento
25Esas reflexiones nos llevan a concebir estos relatos también como operaciones estratégicas. Hay, efectivamente, una estrategia que deriva de la selección misma, de cómo se elige hablar del período. Hay también una estrategia más concreta e inmediata, ya que estos textos tienen como objetivo conseguir algo: un cargo de magistrado, una pensión, una distinción honorífica. Esta estrategia supone una adaptación del autor al receptor de la petición y determina, en gran medida, la selección a partir de la vivencia de la experiencia, llegando incluso a instrumentalizar el propio pasado con fines de ascenso personal.
26Al haber consultado varios centenares de relaciones de méritos (unas seiscientas), se siente la tentación de realizar tratamientos estadísticos, que proporciono aquí deseando que el botón de muestra (más o menos un tercio de lo conservado en los archivos, aumentado por unas doscientas peticiones de Cruz de Junta) sea lo bastante representativo como para permitir su manejo cuantitativo. Se desprende una evolución evidente a lo largo del tiempo, evolución que puede ofrecer elementos de explicación sobre cómo se condensan estas singularidades en una posible generalidad. Confrontadas a una coyuntura política cambiante, variaciones y evolución subrayan claramente cómo se opera la selección. Pero la aparente evidencia que pasaré a describir, en realidad plantea un problema de interpretación de compleja resolución.
27Podemos pues esperar una anticipación por parte de solicitantes y pretendientes sobre lo que creen debe recalcarse para conseguir algún resultado. Imaginan así lo que resultará más digno de llamar una atención favorable en función de la orientación general del gobierno que supuestamente seguirán los decisores. La operación de selección de la experiencia vivida se funda entonces también en una construcción a priori de la representación que del acontecimiento se forman los decisores.
28En efecto, durante la primera Restauración (1814-1820), lo estrictamente patriótico y la devoción a la causa del rey cautivo serán los aspectos privilegiados. Sin embargo, durante el Trienio (1820-1823), se añade a este compromiso la dimensión política de la revolución de Cádiz. Cuando la segunda Restauración (1823-1833), la tonalidad patriótica sigue estando muy presente pero resulta a menudo menos precisa; las referencias a la persona física del rey pueden llegar a ser mucho más insistentes.
29Si se adentra uno en los detalles e intenta descodificar esas expresiones, puede medir la ruptura entre dos categorías de pretendientes en los años que siguieron a la guerra. La revolución de 1820 es, desde luego, el acontecimiento que permite esta identificación. Las relaciones de méritos redactadas entre 1815 y 1819 quedan fuertemente impregnadas del lenguaje patriótico de la guerra: en ellas se habla de amor al rey y a la patria, de lealtad del vasallo a su señor, de la defensa de la integridad de la monarquía, de sacrificios personales.
30En 1820 al patriotismo se suma la expresión de la adhesión a la Constitución de Cádiz. El término «nación» tiene mayor presencia que el de «patria» y se le asocia también el de «derechos». Más que insistir en las acciones heroicas o en la presentación de los sufrimientos padecidos durante la guerra, los pretendientes se muestran como servidores del gobierno, como ejecutores de las reformas, hasta el punto de que reaparecen términos empleados para el período de antes de 1808, como «celo» y «eficacia».
31En cambio, en las relaciones de méritos de la segunda Restauración, se percibe una suerte de evasiva en las calificaciones del compromiso durante la Guerra de la Independencia. Cierta imprecisión sugiere tanto una dificultad para nombrar lo que pasó (que puede cobrar otra dimensión en función de los acontecimientos del Trienio) como una finta para no tener que pronunciarse sobre las características de este compromiso.
32Detrás de expresiones como «la justa causa», pueden así ocultarse una serie de actitudes y de compromisos bien distintos. Todos están convencidos de haber servido en el bando adecuado. Pero para un alcalde mayor en activo durante la ocupación francesa, la justa causa consistió en asegurar el mantenimiento del orden y en aliviar, hasta donde pudo, a la población; mientras que para el que se echó al monte en armas, la justa causa se entiende como una lucha a muerte contra el invasor. ¿Qué decir por último de los que se movilizaron por las Cortes de Cádiz e intentaron aplicar la Constitución, creyendo en su instauración definitiva durante el Trienio? Enmascarándose tras la expresión «justa causa», pueden aparecer como patriotas y nada más.
33Investigando el material retomado por los secretarios de los despachos de la Cámara de Castilla, resulta atrayente adentrarse más en las calificaciones de la época. La expresión «justa causa» es acompañada a menudo por otros calificativos: «de la nación», «del rey». En algunas relaciones de méritos, «nación» viene antes que «rey» y en otras, a la inversa. Se podrían establecer así dos corrientes principales: una que recordaría del acontecimiento su dimensión nacional y otra, su dimensión tradicionalista. La primera corriente remitiría al paradigma del patriotismo revolucionario: el pueblo en armas, sublevado por la defensa de su derecho a disponer de sí mismo, incluida la posibilidad del cambio de régimen político y de la trasferencia de poder. La segunda remitiría al paradigma del patriotismo contrarrevolucionario: el pueblo unido en la defensa de sus tradiciones y de su monarca —amenazados por el cambio impuesto por Napoleón— y en lucha para volver a la situación ante 1808.
34El consenso aparente de la expresión «justa causa» permite sin embargo descubrir posibles motivos de disensus entre los redactores de las «relaciones de méritos». La vuelta a la normalidad de las carreras, esperada por los magistrados, sólo puede ocurrir tras un rodeo por el acontecimiento perturbador, imposible de representar con total neutralidad.
35A veces, las estrategias aparecen de manera más clara. Se pueden reagrupar las «relaciones de méritos» de 1820 y de 1824/1825: fueron enviadas en momentos de ruptura —manifiesta y evidente para todos— del orden político. Insisten pues en esa ruptura para llamar la atención de los decisores sobre la voluntad del pretendiente de servir al gobierno sumándose a sus nuevas opciones. En 1820, más de la mitad de los pretendientes se presenta como abiertos partidarios de la Constitución de Cádiz. Se recalca así la persecución padecida, llegado el caso, durante la primera Restauración. En su defecto, se presenta rápidamente la hoja de servicios después de 1814. A la inversa, en 1824/1825, idéntica proporción se presenta como abiertos partidarios del realismo. Se recalca la persecución padecida durante el Trienio o se insiste en el compromiso en las milicias realistas. En su defecto, el período liberal brilla por su ausencia: una página en blanco en el currículum. Página en blanco desmentida, sin embargo, por las carreras reales, en varios casos.
36En las demás relaciones de méritos, las estrategias están más individualizadas. Para entenderlas, hay que adentrarse en los detalles del relato y prestar, sobre todo, una detenida atención a los cargos que los pretendientes ocupan en cada período de su carrera.
37Sin que sea una gran sorpresa, entre los pretendientes ya en funciones al redactar su currículum, cierto conformismo resulta obligado. Al tanto de las opciones del gobierno, saben presentar sus acciones para llamar la atención de los decisores. El aspecto técnico de su tarea queda puesto de relieve. Los regímenes se suceden, pero ellos se mantienen al servicio de la jurisdicción, de la población de la que son responsables.
38Los pretendientes sin cargo usan otros medios para realzar sus candidaturas. Es aquí donde aparecen las relaciones de poder: son letrados, algunos tuvieron que cumplir encargos para las jurisdicciones de que dependen, otros sólo son bachilleres o licenciados y viven de su posición social (son miembros del patriciado local). Escoger la vía de la administración real supone una preparación biográfica precisa. En comparación con los magistrados en funciones a los que tal vez he denigrado al usar el término «conformistas», uno podría imaginarse a éstos como «oportunistas». Su insistencia en realzar sus acciones, sus actitudes, sus compromisos en tal o cual momento, sugiere ambición.
39Para ellos, la estrategia dominante consiste en situarse como acreedores de la monarquía. Los servicios prestados a la causa patriótica durante la Guerra de la Independencia ocupan un lugar importante en su currículum. Esperan por ello una gratificación del monarca y construyen una trayectoria que testimonia su capacidad para servir de nuevo a su persona y su gobierno. Pasan lista a las pruebas de su fidelidad, de su lealtad, sobreentendiendo que merecen retribución. En relación con las dos revoluciones, reclaman su neutralidad de dos modos: o bien borrándolas de su cronología personal, o bien desarrollando los encargos que les tocó desempeñar, lo que les permite diluir su sentido político.
40Mediante este discurso modulado hasta ajustarse a la norma, es posible percibir la turbación, producto de lo incierto, de lo imprevisible, que embarga a los pretendientes.
41En el corpus aquí estudiado, varios casos llegan hasta la contradicción. En 1820 destacan su compromiso a favor de la Constitución de Cádiz; después de 1823, proclaman su realismo. A imagen y semejanza de un horizonte cambiante, intentan adoptar nuevas configuraciones que, en definitiva, no conocen demasiado bien. Sus anticipaciones pueden resultar improductivas ya que, aunque saben que compiten con otros pretendientes, las señales que envían a los decisores no corresponden con los elementos determinantes. Para nosotros, desde la distancia, no resulta fácil reconstruirlas. Se trataría, en todo caso, de otra investigación, desde otro punto de vista que sería el de la historia de los modos de reclutamiento de los magistrados en «la España del ocaso del Antiguo Régimen», para la cual no sólo haría falta detenerse en lo que el acontecimiento de la Guerra de la Independencia haya podido modificar, sino también en elementos perdurables o reajustables.
42Una segunda fuente principal para acercarnos a la instrumentalización del acontecimiento concierne a las peticiones de pensiones. Igual que para las relaciones de méritos, se trata también de solicitudes espontáneas. Provienen de individuos que consideran que los servicios prestados a la «justa causa», durante el período 1808-1814, merecen esa muy justa gratificación. Podemos inquirir los motivos de estos trámites volviendo a la noción de perturbación del curso normal de las cosas, apropiada para significar el acontecimiento a la escala de la existencia individual. Esas perturbaciones se nos antojan mucho más trágicas que las que se pueden leer en los currículos de pretendientes a cargos de magistrados.
43Las viudas conforman un conjunto nada desdeñable. Sus maridos fueron fusilados por los franceses o murieron en combate. Otro grupo cuantitativamente importante lo constituyen los que perdieron su fuente de ingresos o parte de su patrimonio (dimisión, exilio forzado, casa y propiedades arruinadas, etc.) Para terminar, última categoría, la de los héroes vivos que exponen las proezas que protagonizaron. Se añade, a una dimensión sacrificial del compromiso por la patria, la búsqueda de un reconocimiento de su éxito.
44Para todos, se trata de un testimonio sobre lo excepcional que merece reparación, compensación, gratificación. Al enunciar este testimonio y al solicitar de la comunidad una forma de reconocimiento, establecen todos el valor del acontecimiento y lo hacen, como mínimo, digno de memoria. Sientan memoria, una memoria presentada, a conciencia, como un deber, después de su reconocimiento como deuda.
45En 1820, los individuos que no habían podido solicitar anteriormente una pensión se dirigen a las Cortes (que son, de nuevo, el soberano de la monarquía española)10. Se acentúa así el compromiso a favor de la Constitución de Cádiz aunque los hechos presentados para justificar la petición de pensión sólo afecten a servicios estrictamente patrióticos. Estas solicitaciones parecen reforzar una separación entre los partidarios de la revolución liberal y los de la restauración monárquica tradicionalista. El hecho de que no hayan gozado todavía de honores por parte de la monarquía se debe a sus opiniones liberales conocidas por todos en 1814. Fueron buenos patriotas, pero también unos liberales; lo que pudo haberles privado del reconocimiento de la patria. El cotejo de los datos biográficos de algunos individuos confirma sus palabras11. Sin embargo, para la mayor parte de ellos, una doble instrumentalización parece estructurar su petición: la de la experiencia del período 1808-1814 y la de la revolución de 1820. Para valorar su vivencia durante la guerra hace falta articularla en el presente, de nuevo muy particular.
46El interés de este tipo de informes para nosotros estriba no sólo en la enunciación de las acciones, sino muy particularmente en su «pronunciación». No sólo se trataría de relatar lo que se vivió en un grado lo bastante excepcional como para llamar la atención de los diputados, sino que se quiere también crear una connivencia en el campo de la opinión general que se supone dominante después del restablecimiento del régimen liberal.
47Idéntico fenómeno se produce entre los pretendientes a la distinción reservada a los antiguos miembros de las juntas provinciales. Hasta 1820, las peticiones se basan en la prueba de un compromiso efectivo con uno de los órganos de gobierno establecidos a partir de mayo de 1808 para paliar el impedimento de reinar hecho a Fernando VII. Se presentan testimonios de personajes notoriamente conocidos por haber sido dirigentes patriotas; mejor incluso, a veces se añaden copias certificadas de archivos de esas juntas o de autoridades relacionadas con ellas. Después de 1820, encontramos añadida la mención de un compromiso a favor de las Cortes de Cádiz. Mención que, ni que decir tiene, nada tiene que ver con lo que se requiere para legitimar la petición.
48El acontecimiento así estratégicamente recompuesto puede inscribirse entonces en un movimiento al que era ajeno cuando aconteció. Se produce una bifurcación entre la manifestación de lo que el individuo vivió y consideró digno de interés, y la representación que establece de ello, representación que evoca elementos exteriores a las necesidades de su relato. Sentar memoria no es ya dejar testimonio para lograr el reconocimiento del carácter excepcional de lo que pasó, sino insertarse en lo que uno cree se debe tomar en cuenta para no quedar olvidado. Se trataría de alcanzar una «memoria común» que se construiría a partir de las «memorias individuales»12. De todas maneras, todos ellos van más allá de la evocación de un recuerdo personal.
49La operación estratégica que busca instrumentalizar la experiencia, volver a aprovechar este pasado peculiar, fija su evocación en cierta forma que posibilita el establecimiento memorial. Puesto que es eso lo que recuerdan, puesto que lo que no cuentan queda olvidado para los demás, suman su pequeña piedra al monumento erigido en memoria del acontecimiento, una piedra ya tallada y no un bloque bruto recién extraído. El modelado de esas partes no siempre encaja, y lo que perenniza el edificio es pues como una selección de la selección, necesaria por la voluntad de unir lo que tan singular fue para sus actores, con lo que perciben como más general.
c) Del relato de la experiencia a las «consignas» para la memoria
50Los distintos casos de que tratamos a lo largo de este trabajo plantean un problema de interpretación, el de la condensación de los enunciados en lo que pasa a ser la memoria para los demás y ya no sólo la memoria para uno mismo. Volvamos al punto de partida de estos relatos. Todos responden a la iniciativa de sus actores, no fueron redactados a petición de una autoridad con ánimo de levantar una especie de acta de lo que pasó. El carácter «espontáneo» de estos relatos los sitúa fuera de la reconstrucción histórica que constituirá después la manera de decir lo que pasó a quienes no estuvieron presentes.
51Las relaciones de méritos no son piezas para componer una historia del período. No se integran en un proyecto de relato global como el que enunciaron las Cortes en 1814. Las peticiones de pensión remiten a la demanda de reconocimiento personal y no al levantamiento de un monumento a todos los héroes de la guerra y de la revolución. Las solicitaciones de la Cruz de Junta no buscan una rememoración general de las acciones patrióticas. Cada vez, lo singular de la experiencia parece ser el punto de arranque de la redacción de la petición. Es porque lo que les ocurrió fue distinto de lo que el curso normal —lo que hubiera debido ocurrir, habida cuenta de la situación antes del acontecimiento— les reservaba, por lo que se ponen a escribirlo, tal como lo hacen y con los fines con que lo hacen. Todos los actores del período cuentan lo que llamé «el acontecimiento-chico» antes de que los historiadores lo convirtieran en el «acontecimiento-magno»13. Si este último es la representación propia al trabajo historial de conjunción de los tiempos pasado y presente, participa igualmente de la elaboración de una «memoria colectiva». Pero al desplazar el enfoque, tal y como lo hacemos en este análisis, la rememoración de lo que pasó, condicionante del primer acceso a la representación para los individuos que no estaban, procede primariamente de una cadena de relatos que conjuran el olvido del acontecimiento-chico.
52Así pasa con la distinción para los miembros de las juntas provinciales: la iniciativa no emana de la monarquía sino de los antiguos miembros mismos. Desde diciembre de 1814, varios miembros de las antiguas juntas de Soria y Santiago de Compostela piden «algún distintivo en premio de sus servicios»14. Luego, la idea se les ocurre a algunos miembros de las juntas de Granada y Ávila. En abril de 1815, a consecuencia de una consulta del Consejo de Castilla sobre el modo de contestar a estas solicitaciones, el rey decreta la elaboración de un informe sobre los medios convenientes para recompensar a los antiguos miembros de las juntas, especificando que esas distinciones no deben limitarse a las juntas que lo pidan sino que deben revestir un carácter general. Finalmente, habrá que esperar a 1818 para que se institucionalice el reconocimiento del derecho a una recompensa simbólica para los antiguos miembros de las juntas provinciales (decreto real del 21 de octubre).
53A partir de esta fecha, las peticiones afluyen, ajustándose cada vez más al enunciado del decreto para hacer valer su pretensión de ostentar la medalla; mientras que las peticiones anteriores al decreto, transmitidas por las Audiencias y las dos Chancillerías, que habían seguido llegando al Consejo de Castilla presentaban una mayor variedad en la exposición de los motivos. Se produce entonces cierta manera de fijar el relato de la experiencia, inducida por la forma que tendrá la recompensa, estabilizada ahora mediante una orden (concretamente, un decreto). El acontecimiento-magno en que se está convirtiendo la formación de las juntas provinciales en el movimiento patriótico de los años 1808-1813 subsume entonces los acontecimientos-chicos de cada uno de los miembros de esas juntas, que sólo van a recordar lo que los decisores quieren conservar. Esta selección llega a prevalecer sobre el enunciado de las singularidades, insertando la experiencia individual en un movimiento más general y consiguiendo así su valoración en el presente. La memoria se condensa en sólo algunos elementos, como la fidelidad al rey, las acciones a favor del bien público: «consignas» para la memoria.
54En el caso de la Cruz de Junta, resulta fácil seguir las etapas del proceso, puesto que pasamos de un movimiento espontáneo a sus ecos en los órganos centrales de la monarquía y luego a su institucionalización por el rey. Para las peticiones de pensiones, las etapas se definen con menos claridad, salvo si se analizan de cerca los expedientes examinados por las Cortes, que deben dictaminar, en tanto que organizadoras del presupuesto, su atribución, su importe y su duración. Durante el verano de 1820, varias personas dirigen solicitudes a las Cortes reclamando derechos a pensión o a recompensas oficiales. Son antiguas figuras de la resistencia patriótica que no gozaron de los honores en 1814 por su compromiso a favor de la Constitución. La comisión instaurada (llamada de los premios) dictamina caso por caso, proponiendo una fuerte indemnización para uno, la reconstrucción de su casa o el nombramiento a un empleo para otros15.
55Finalmente, los diputados a Cortes pretenden instaurar criterios generales a partir de una serie desordenada de peticiones y respuestas para que se rindan los mismos honores a todos los «beneméritos españoles que se distinguieron en servicios de la patria»16. Esos criterios implicarían una ventaja pragmática, permitirían examinar los expedientes más fácilmente y, sobre todo, introducirían orden. Correlativamente, las peticiones se ajustarían a esos criterios, los enunciados se adoptarían para convertirlos en «consignas» de la memoria de quienes tienen derecho a una pensión: persecución por parte de los franceses o de los realistas; valor en la lucha por la revolución y en la oposición al régimen fernandino. Es lo que ocurre en 1821: pocas peticiones entre las recibidas no se fundamentan en las acciones patrióticas durante la Guerra de la Independencia. El arquetipo es el de los «servicios patrióticos» entre 1808 y 1814, seguidos por la «persecución por adicto al sistema constitucional». Más todavía: durante la legislatura se generaliza la tendencia, convirtiéndose en norma. Retomando las tres formas de inserción en el acontecimiento arriba presentadas para los relatos de pretendientes a las magistraturas, se podrían clasificar los contenidos de esta norma interiorizada por los peticionarios: doble persecución, en la categoría de lo padecido; doble partido, en la categoría de lo consentido; doble movilización, en la categoría de lo provocado.
56En 1837, cuando las Cortes restablecidas se orientan hacia una liberalización del régimen, un nuevo esfuerzo de clarificación de los «merecedores de pensiones» cristaliza en una definición bastante más lacónica, que parece diluir lo particular del acontecimiento «Guerra de la Independencia» en los otros acontecimientos que se sitúan dentro del «sentido de la historia» liberal17.
57Por último, la evolución de los enunciados del período en las relaciones de méritos es más delicada de examinar y abre más campos a la interpretación. Tres puntos de observación pueden jalonar el análisis: los años 1820, 1824 y 1830. La oleada de candidaturas observada en 1820 se deriva de dos fenómenos distintos: por una parte, la inminencia del final del sexenio para los numerosos magistrados nombrados en 1814 y 1815, lo que les anima a pedir de nuevo un puesto y, por otra parte, una revolución liberal que puede abrir posibilidades para letrados sin puesto todavía. En 1824, una importante nueva oleada de peticiones se corresponde con los magistrados depuestos en 1820, con los distintos alcaldes nombrados a título provisional durante la guerra civil en el campo realista, y con defensores de esta última causa que esperan transformar sus servicios en magistraturas. Finalmente, en 1830, son los magistrados nombrados 5 ó 6 años antes los que deben pedir su renovación mientras que se hace ver y notar una nueva y numerosa generación de pretendientes (nuevos juristas formados a partir de la guerra y de la revolución, que no tienen la vivencia de ningún acontecimiento tan significativo en el inicio de su carrera).
58Llama la atención la polarización de los contenidos de experiencia de los años 1808-1814 entre 1820 y 1824. No se trata sólo, al parecer, de una selección de informaciones, sino de una verdadera declaración personal de opinión. En 1820, leemos casi sólo relatos de liberales convencidos. Y, sin embargo, las relaciones de méritos conservadas del Trienio son mucho más breves que las del período anterior, ya que no son más que resúmenes18. El compromiso personal debe ser evidente para los decisores. En el corpus aquí estudiado, las relaciones que no presentan este tipo de menciones escasean notablemente (menos de una décima parte). No es tan fácil considerar este fenómeno como una traducción directa y evidente, a la escala del personal jurídico-administrativo, del acontecimiento político correspondiente a la revolución de 1820. Se podrían aducir dos elementos para poner en tela de juicio esta evidencia. Primero, esas candidaturas no responden a una orden del gobierno; y luego, nunca antes se habían expresado de manera tan tajante las opiniones.
59Aunque no traduzcan una adhesión voluntaria y sincera, el uso de esas formulaciones es sintomático de una modificación de las prácticas. Ya desde 1814, dar un rodeo biográfico por la vivencia de la guerra se imponía en la presentación de todo candidato. Una toma de posición ideológica se suma a ello en 1820, sin que sea ya posible, a estas alturas del análisis, saber si se trata, en esta estrategia, de una voluntad de conformismo o de la expresión de una convicción. Sea lo que sea en esto también, y sin que sea posible encontrar en ningún expediente nada parecido a una conminación de los decisores, se impone una «consigna» que da a la memoria del período un contenido político liberal hasta entonces desconocido.
60En 1824, el juego de alternancias de la coyuntura política general nos lleva hacia otro orden y, por consiguiente, a otras palabras en las fórmulas para hablar del ayer. La radicalización de las posiciones se acentúa aún más. Las alusiones biográficas tienen ahora más peso (las relaciones de méritos pasan todas de nuevo por la Cámara de Castilla). Los pretendientes vuelven a tratar de su comportamiento durante el Trienio; la mayoría menciona su compromiso al servicio de la causa realista y, los restantes, su falta de compromiso a favor del régimen constitucional. El período 1808-1814 es mencionado de manera más rápida y siempre para establecer un paralelo entre los derechos del soberano y el amor a la patria, bajo forma de defensa de la integridad de la monarquía. Puede parecer evidente la desaparición del apego a la Constitución de Cádiz aunque, de nuevo, el gobierno no haya pedido nunca ninguna profesión de fe a los candidatos. Bien es verdad que la represión de los liberales fue más dura después de 1823 que después de 181419. Se recomendaba poseer un certificado de «purificación» para seguir la carrera sin obstáculos. Pero la sanción de la impurificación sólo se aplicaba a los individuos más comprometidos en la revolución, y no podía amenazar a la masa de magistrados locales mantenidos en su puesto durante el Trienio, del mismo modo que no todos los funcionarios del gobierno josefino habían sido revocados. La acentuación de las tomas de posición partidarias de nuevo se verifica sin ninguna conminación por parte del gobierno. La consigna pasa a ser la «fidelidad a su soberano y a su patria», provocando un examen retrospectivo de la experiencia del período 1808-1814, enfocada como primera manifestación de este compromiso. La memoria de los actores se articula con la coyuntura inmediata y modifica una vez más la recomposición de los contenidos del acontecimiento.
61Hacia 1830, a la hora del renuevo del sexenio de los nombrados en 1824/1825, las candidaturas de los magistrados ya en activo delatan todavía referencias al compromiso realista de los años 1821-1823, mientras que se desvanecen las referencias más personalizadas al período. El relato experiencial ha dejado lugar a una memoria que es el resultado de la condensación de relatos articulada coyunturalmente, hasta el punto de que se observa una regularidad en los enunciados imposible de notar en los años 1820.
62El desfase entre los relatos personales es cada vez menos significativo: todos cuentan de manera casi idéntica su implicación en el acontecimiento. Las divergencias corresponden principalmente a la función que ejercían durante los hechos, a su nivel de responsabilidad en los asuntos públicos; pero en el fondo, todos los enunciados remiten al mismo paradigma de patriotismo. Se tiene la perfecta impresión de que su memoria se confunde con lo que está a punto de llegar a ser la memoria del período 1808-1814, desde esa mayor distancia temporal al acontecimiento.
63La trayectoria biográfica no reinventa el acontecimiento desde abajo, sino que confirma lo que los demás ya saben o se supone que saben. La consigna de la memoria que se impone es la de «Guerra de la Independencia». Si el término «Independencia» aparece a veces en los años que siguen a la guerra, lo hace de manera marginal. El interés de su uso estriba, sin ninguna duda, en su polisemia. La independencia puede entenderse de distintos modos. Remite a la lucha por la libertad, a la defensa del suelo y de la patria. Pero también es sinónimo de revolución, de manera que permite integrar las numerosas facetas de la experiencia de la guerra. Por un juego de combinaciones paradójicas, vindicar la independencia, también consiste en integrarse en el movimiento emancipador de los pueblos de Europa y de las Américas, incluido el de la América española, enteramente independiente después de 1824, con excepción de Cuba.
64Los liberales pueden pues presumir de haber concurrido a la independencia de su patria —sobreentendiendo así la revolución liberal— lo mismo que los realistas —sobreentendiendo su fidelidad a la monarquía tradicional—. Pero la referencia abierta al realismo es la única que queda autorizada, asociando entonces Guerra de la Independencia y contrarrevolución.
65Un análisis en términos de estrategia nos llevaría a cuestionar los efectos ya conocidos de la recepción de candidaturas y peticiones: habría un formateo de los discursos individuales siguiendo el modelo de aquél que se supone gusta más a los decisores. En efecto, a decir verdad, las distintas calas muestran que los relatos de las trayectorias más singulares no son los mejor recompensados. Habría incluso una prima a la neutralidad, lo que significaría un desfase entre las expectativas del gobierno y las anticipaciones de los candidatos.
66Este desfase nos devuelve otra vez al mismo problema, que podríamos enunciar así: ¿adoptan los individuos una posición para conformarse con una opinión dominante que representa la autoridad y obtener así satisfacción? o bien ¿fue porque tomaron posición en un mismo sentido por lo que su opinión se convierte en dominante y acaba siendo autoridad? Los análisis que preceden me llevan a preferir la segunda interpretación.
67Acercarse desde «arriba» supondría que el objeto «memoria de la Guerra de la Independencia» fuera ante todo el producto de una construcción establecida por el poder, y que los actores de esta experiencia se las hubieran arreglado para que coincidiera su vivencia con lo que se les dice que pasó. El acontecimiento-magno se daría en toda su ejemplaridad y sometería todos los acontecimientos-chicos a su examen para conseguir sólo un normalizado conjunto de referencias.
68Acercarse desde «abajo», actitud que he privilegiado aquí, invierte el punto de vista. ¿No sería porque, al seleccionar unos elementos de su vivencia, los actores de la experiencia creen cumplir con las expectativas del poder establecido por lo que se fija una memoria de la Guerra de la Independencia partidaria que llega a asociarse con tal o cual régimen? Porque se censuran algunas acciones, algunos compromisos, porque se insiste en otros que se encarecen y ponderan, los acontecimientos-chicos, entre dos cambios de coyuntura, acaban pareciéndose para proponer la representación de lo que se impone al conjunto de los coetáneos como el acontecimiento-magno. A estas alturas, el relato de la experiencia no tiene ya carácter operativo en la estrategia individual. No nos da ya ningún saber que no tuviéramos de antemano.
69Para esos actores en relación con el poder político, la memoria del período 1808-1814, tal y como se construye a partir de la recomposición de su experiencia, le debe tanto pues al valor intrínseco del acontecimiento vivido, como a la situación desde la que pasan a relatarlo. Situación que compagina una estrategia de ascenso y de reconocimiento personales y una coyuntura política fluctuante. Lo que se destaca de los casos estudiados es que no se puede pensar que padecen (otra vez…) los acontecimientos ulteriores que jalonan la vida política española después de 1814. Muy al contrario, participan plenamente de ellos ya que son los productores, en su escala y a su manera, de lo que constituye la diferencia, de lo que marca la diferencia entre acontecimiento y acontecimiento. Más todavía: mediante su reinversión memorial de la experiencia, producen un sentido histórico. Inseparables del relato circunstanciado de su vivencia, la serie de los acontecimientos ulteriores puede leerse entonces como un proceso, y ya no como une serie aleatoria de imprevistos. La memoria ha hecho su trabajo de conjunción y de representación del pasado para el presente, recomenzado con el conflicto siguiente, con el siguiente cambio de relaciones de fuerza.
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Bibliografía
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Ricœur, Paul, La mémoire, l’histoire, l’oubli, París, Seuil, 2000.
Notes de bas de page
1 Archivo del Congreso de los Diputados (ACD), Madrid, Impresos, leg. 4, n° 113.
2 Dicho sea de paso, este conocimiento se funda en mis investigaciones sobre las juntas provinciales y los grupos patriotas liberales comprometidos en la convocación de las Cortes de Cádiz. Cf. R. Hocquellet, «Los reinos en orfandad»; Résistance et révolution en Espagne durant l’occupation napoléonienne, y «Processus de politisation de la fidélité».
3 Archivo Histórico Nacional (AHN), Madrid, Consejos, legajos n° 13.348 – 13.363, relaciones de méritos 1815-1835.
4 El tomar en cuenta el desfase, el deber que posiblemente tenemos de tomarlo en cuenta, lo cojo prestado de una manera de concebir la historia como una heterología, posición historiográfica estimulante que debo a autores como M. de Certeau, Histoire et psychanalyse, y P. Ricœur, La mémoire, l’histoire, l’oubli.
5 En términos de temporalidad, podríamos decir que los acontecimientos-chicos preceden siempre al acontecimiento-magno. Pero este no es la suma de aquellos. Se trata de dos maneras de contemplar el acontecimiento en su relación con la historia y la memoria.
6 Propongo aquí mi peculiary modesta contribución al debate nutrido por J. Álvarez Junco en su artículo «La invención de la Guerra de la Independencia».
7 «Représentance» en francés. Tomo prestado este neologismo a P. Ricœur, La mémoire, l’histoire, l’oubli, p. 359, quien lo aplica a la actividad intencional del conocimiento historiador.
8 En varios casos (más o menos una décima parte del muestreo), los pretendientes se contradicen u ocultan momentos de su trayectoria: son realistas antes de 1820 pero ardientes defensores de la Constitución en 1821 para proclamar en 1824 su rechazo a todo compromiso liberal durante el Trienio. Este tipo de casos no puede descartarse así como así, como simple resultado de un mero oportunismo.
9 Sobre las modalidades y el futuro de esta toma de conciencia, cf. M. Lazzarato, Les révolutions du capitalisme, con apoyo a su vez en Deleuze y Guattari.
10 ACD, Madrid, expedientes personales en la Serie General (legajos dispersos pero identificables por su relación topográfica indexada) y decisiones de la asamblea en el Diario de Sesiones.
11 Pablo López, apodado «el Cojo de Málaga», es efectivamente una figura del patriotismo andaluz al mismo tiempo que destacó por su entusiasmo en la proclamación de la Constitución de Cádiz. ACD, Diario de Sesiones, 14 de septiembre de 1820.
12 Recupero aquí las categorías de memoria propuestas por Marie-Claire Lavabre. Se podría considerar como última etapa una «memoria colectiva» que se impondría después de la adhesión y reformulación de la memoria común: M.-C. Lavabre, «Sociología de la memoria y acontecimientos traumáticos».
13 Para el desfase entre la representación historial y el acontecimiento histórico, remito a mi artículo «La distance à l’événement pour ses témoins et l’historien».
14 AHN, Consejos, leg. 49610, informe de la Chancillería de Valladolid, 24 de diciembre de 1814.
15 ACD, Diario de Sesiones, 1820, 1 de noviembre de 1820 y 7 de noviembre de 1820.
16 ACD, ibid., 21 de septiembre de 1820.
17 «Por defender los derechos de la Nación», artículo 4 del decreto del 11 de mayo de 1837,ACD, General, leg. 49, n° 169. Este decreto lo motivaron primero unas necesidades presupuestarias imperiosas. La comisión de recompensas y premios nacionales establecida después de este decreto sólo se ocupa de los individuos que hayan sufrido la represión durante la segunda Restauración. En efecto, en los expedientes, las peticiones de pensiones ya sólo conciernen este tipo de casos, aunque en el relato de las trayectorias, la Guerra de la Independencia se menciona como una prueba más de legitimidad.
18 Como consecuencia del restablecimiento de la Constitución de Cádiz, el Consejo de Castilla queda abolido y los nombramientos pasan a depender de las Cortes. Los secretarios de la Cámara de Castilla sólo guardarían un resumen en sus informes.
19 Cf. el estudio de J.-P. Luis sobre esta represión en L’utopie réactionnaire.
Auteur
UMR 8565 – EHESS - Université Paris I
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