Un emporio del género de cordel
Agustín Laborda y sus menudencias de imprenta (1743-1776)
p. 239-250
Texte intégral
1La conjunción de estudios sobre la materialidad de los objetos gráficos, sobre las estrategias y formas textuales desarrolladas en estos soportes, y sobre las prácticas de lectura mediante las cuales los sujetos se apropian de los textos, vienen configurando desde hace décadas el campo de investigación de la Historia de la Cultura Escrita1. En el caso del texto impreso, los estudios sobre sus procesos de elaboración y producción, sobre las labores llevadas a cabo en los talleres donde vieron la luz, han contribuido a arrojar más luz sobre la específica materialidad de los productos, que condicionaría la diversidad de lecturas y apropiaciones a las que un mismo texto puede dar lugar2.
2La influencia que ha ejercido esta más amplia comprensión de la materialidad del objeto impreso en los estudios sobre la literatura de cordel en España ha sido de corto alcance. Son escasas las investigaciones que han abordado el análisis de los talleres dedicados a la producción de pliegos sueltos, que resultan sin embargo fundamentales para conocer cómo llegaban los textos a las manos y los oídos de sus lectores3. Este texto pretende contribuir a llenar este vacío a través del estudio de la labor editorial que desarrolló en Valencia una pequeña imprenta, la regentada por Agustín Laborda en la segunda mitad del siglo XVIII. Pensamos que las páginas que siguen pueden mejorar nuestro conocimiento sobre esta etapa de auge de la literatura de cordel en España.
3La industria editorial de Valencia conoció en el siglo XVIII un notable desarrollo, paralelo al crecimiento económico de la ciudad. Superados los desastres que dejó tras de sí la guerra de Sucesión, Valencia fue hasta finales de siglo una urbe en crecimiento. En términos demográficos, su dinamismo fue de especial intensidad, pasando la población urbana (delimitada por el recinto amurallado) de los 33.000 habitantes en 1716 a casi los 72.000 en 17874. Este rápido crecimiento nutrió las necesidades de mano de obra de una producción artesanal también expansiva, y en la que la manufactura de la seda tuvo un protagonismo destacado. La sericultura fue durante el xviii el principal sector económico de Valencia, motor de su florecimiento comercial y fuente de riqueza de una poderosa burguesía mercantil5.
4La industria editorial valenciana conoció una fase de expansión paralela a este auge demográfico, productivo y comercial. La evolución del sector tipográfico es bien ilustrativa al respecto: si a comienzos de siglo se contabilizan en la ciudad 11 imprentas y en 1757 estas se habían reducido a 9 (según información del subdelegado del juzgado de imprentas Tedomiro Caro de Briones), en la penúltima década de la centuria encontramos 19. Este auge de la tipografía en Valencia fue impulsado, además de por la prosperidad económica, por un favorable marco legislativo, a través de la creación de una serie de nuevas instituciones que fomentaron la labor impresora: la Real Junta Particular de Comercio (1762), la Academia Valenciana (1742), la Real Sociedad Económica de Amigos del País (1776), o la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos (1768)6.
5La positiva evolución de la imprenta valenciana no solo es palpable en términos cuantitativos, sino también en la calidad tipográfica que alcanzaron algunos de sus talleres. Tal y como afirma François Lopez, «ninguna ciudad de provincia, que yo sepa, puede vanagloriarse de haber poseído tan buenos artistas como Antonio Bordazar, José Esteban Dolz, Benito Monfort o los Orga»7. Impresiones como el De Numis hebraeco-samaritanis de Pérez Bayer, salido de las prensas de Monfort en 1781, o la Biblia en pasta de Felipe Scio, editada por los Orga en 1791, son una buena muestra de esta maestría tipográfica.
6Finalmente, los varios proyectos editoriales que se pusieron en marcha en la Valencia del xviii subrayan también el dinamismo de su industria impresora: como ejemplo, los intentos (frustrados) de Bordazar, y luego de José Jaime de Orga, para trasladar a España la impresión de los libros del Nuevo Rezado, las numerosas iniciativas de fomento de la imprenta encabezadas por Gregorio Mayans, o la creación en 1759 de una efímera Compañía de Libreros e Impresores, también a impulso de Mayans8.
7Estos múltiples proyectos ilustran, pues, la vitalidad de la industria editorial que conoció la ciudad de Valencia en el siglo XVIII. No solo el mundo de la imprenta fue responsable de este dinamismo, sino que, como demuestra el caso de la Compañía de Libreros e Impresores, los mercaderes de libros tuvieron también un protagonismo destacado9. Algunos de ellos, como Manuel Cavero, Juan Antonio Mallén y Salvador Faulí, destacaron especialmente por la calidad y el volumen de sus surtidos. En cuanto al número de librerías, Caro de Briones contabilizó a mediados de siglo un total de 16: si comparamos estas cantidades con las de otras ciudades españolas, constatamos la preeminencia de Madrid, Barcelona y Valencia en el panorama editorial de la época, al igual que ocurre con el número de imprentas.
8N. Bas ha distinguido tres principales centros editoriales en la ciudad: en torno a la plaza de la Seo, junto a la Universidad y en la plaza del Mercado10. Los dos primeros seguían una clara lógica mercantil: las librerías e imprentas se ubicaban en los aledaños de dos de las grandes instituciones de la ciudad, potenciales clientes para la producción y el comercio de libros. En cuanto al tercer núcleo, en torno al Mercado, los establecimientos situados allí se caracterizaron por la impresión y venta de menudencias, como romances, estampas, historias y almanaques. Como veremos, allí tenían su negocio los dos principales editores de literatura de cordel de la ciudad: Cosme Granja y Agustín Laborda. Pero, junto a estos dos talleres, en este espacio pululaban pequeñas paradas de libros, relativamente móviles, donde además de impresos podían venderse todo tipo de géneros y cuyo conocimiento presenta dificultades por su mínima entidad. Sabemos, no obstante, que la visita del subdelegado de imprentas de 1757 incluyó los puestos de libros diseminados en la plaza, «donde se encontraron varios surtimientos de libros de impresiones antiguas, algunos de extranjeras, muchos romances e historietas en papel ordinario, sin nota del impresor ni del año»11. Conforme a los datos proporcionados por Caro de Briones, G. Lamarca ha aventurado la cifra de diez paradas de libros existentes allí por entonces, lo que perfila la plaza del Mercado como el centro neurálgico de difusión de literatura de cordel en la Valencia del siglo XVIII.
9La profusión de establecimientos dedicados a la producción y el comercio de menudencias (a las imprentas de Laborda y Granja habría que añadir, entre otras, las de Jerónimo Conejos, Salvador Faulí y los Orga, que alternaban la impresión de gruesos volúmenes con la de literatura efímera) son indicios del volumen que alcanzó el género de cordel en el panorama editorial de la ciudad, en consonancia con el contexto general español. Tal y como subraya J. Burgos:
De escaso valor venal, estampados en papel de poca calidad, como eran los romances viejos, nuevos y vulgares, las historias, las estampas y los gozos religiosos, estos humildes impresos fueron hasta el siglo XIX probablemente el principal componente de la producción tipográfica de las imprentas españolas, muy por encima del libro12.
10Si las mencionadas cifras generales sugieren la importancia alcanzada por el volumen de pliegos sueltos, solo estudios centrados en la labor particular de imprentas, librerías y demás agentes de venta pueden ofrecer datos concretos sobre el auténtico grado de difusión que conoció esta literatura underground. Y si la imprenta estudiada es uno de los mayores centros de producción de menudencias de la España del xviii, los resultados obtenidos pueden contribuir notablemente a aumentar nuestro conocimiento sobre este dinámico sector editorial.
11Extraña constatar la inexistencia de estudios sobre la imprenta Laborda. La extrañeza parte del hecho ampliamente reconocido de que este impresor aragonés instalado en Valencia fue uno de los más importantes productores de literatura de cordel del xviii español. Así lo demuestran las compilaciones bibliográficas que catalogan los pliegos sueltos publicados en dicha centuria: el predominio absoluto del taller de Laborda queda patente en el catálogo elaborado por R. Cañada a partir de los fondos de archivos y bibliotecas valencianos, contabilizando 311 impresiones salidas de sus prensas, muy por encima de cualquier otro establecimiento tipográfico13. Si a nivel local el peso de la producción de Laborda es abrumadoramente superior al resto, en el ámbito español su preeminencia no decae, como se aprecia en el Romancero popular del siglo XVIII de Aguilar Piñal, que sigue siendo hoy por hoy el único catálogo a nivel nacional de pliegos sueltos o, más específicamente, romances, del que disponemos para el período en cuestión. En su índice de impresores encontramos de nuevo a Agustín Laborda a la cabeza con 264 romances, seguido a distancia por Félix de las Casas Martínez, de Málaga (160), Luis de Ramos y Coria y Juan de Medina y Santiago, ambos de Córdoba (104 y 77, respectivamente), Francisco Xavier García, de Madrid (69) y Francisco de Leefdael, de Sevilla (61)14. No debemos olvidar, por otra parte, que el volumen de los surtidos de Laborda superó con mucho las cifras dadas por Aguilar Piñal, quien al centrarse en los romances excluye otro tipo de pliegos sueltos publicados profusamente en el taller de la Bolsería, como las historias, entremeses, estampas y col loquis, y aun dentro de los romances deja fuera un buen número que ha ido apareciendo desde que viera la luz su estimable catálogo. La labor de Agustín Laborda como impresor de literatura de cordel le sitúa, pues, en una destacada posición dentro del panorama editorial español del siglo XVIII.
12A pesar de ello, lo poco que conocemos de él sigue procediendo en su mayor parte de la obra del bibliófilo José Enrique Serrano Morales, Reseña histórica en forma de diccionario de las imprentas que han existido en Valencia desde la introducción del arte tipográfico en España hasta el año 1868, publicada en 189915. Los datos que desde entonces conocemos son bien escuetos: según Serrano, las primeras noticias sobre Agustín Laborda y Campo, natural de Barbastro, se remontan a 1746, cuando en un impreso aparece como socio de otro impresor de Valencia, Cosme Granja. Por entonces, Laborda vivía en la calle de la Calderería, junto al Tossal, y Granja en la cercana plaza del Mercado. Antes de 1750 la sociedad se había disuelto, pues el nombre de Laborda comienza a aparecer solo en los pies de imprenta, mudándose por entonces el impresor aragonés a la calle Bolsería, a la que quedaría vinculada su labor y la de sus sucesores. Agustín Laborda estuvo casado con Vicenta Devis y Paradís, con quien tuvo tres hijos: María Teresa, Agustín y Josefa, que profesaría en el convento dominico de Belén con el nombre de sor Josefa Luisa de Santa Bienvenida. El impresor debió fallecer poco después de 1774, fecha en que se documenta el último impreso con su nombre al pie: en unas pesquisas realizadas por la Inquisición en 1776, entre los impresores requeridos figuraba Vicenta Devis, viuda de Agustín Laborda, así como también en un padrón de alumbrado del mismo año. Vicenta Devis regentó la imprenta hasta 1819 o 1820, cuando heredó el establecimiento su hija María Teresa Laborda Devis, de la que pasó, por fallecimiento o traspaso, a su sobrino Agustín Laborda y Galve. Tras la muerte de este, en 1864, la imprenta y librería familiar fue adquirida por el impresor alcoyano Juan Martí Casanova.
13Las informaciones dadas por Serrano Morales no van más allá y, exceptuando algún dato tangencial ofrecido por autores como F. Lopez y J. Moll16, no han aumentado posteriormente. Es más, hasta hoy siguen siendo las únicas repetidas por las sucesivas aproximaciones a la imprenta valenciana: así lo hizo F. Almela y Vives en el único estudio monográfico existente sobre Laborda17, que no añadió un dato más a los conocidos, y así lo han hecho los diferentes autores que se han referido al taller de la Bolsería18. En consecuencia, los vacíos y los datos erróneos proporcionados por la Reseña histórica se siguen perpetuando.
14Hoy estamos en condiciones de rellenar esos vacíos. La combinación de nuevos datos procedentes de documentación de archivo inédita y de la organización de su obra impresa conocida, nos permite ofrecer una comprensión más coherente y profunda sobre la labor editorial de Agustín Laborda.
15Natural de Barbastro, donde nació en 171419, Agustín Laborda y Campo era hijo de Antonio Laborda y Gracia de Campo. Ignoramos cuándo se produjo su traslado a Valencia, si de niño acompañando a sus padres o bien ya siendo adulto e independiente, en busca de fortuna; uno y otro caso se insertarían en el flujo de inmigración aragonesa que a lo largo del siglo XVIII se orientó hacia tierras valencianas. El espectacular auge demográfico de la capital se nutrió de estos movimientos de población, siendo Aragón el segundo foco de emigración principal tras el proveniente del propio territorio valenciano20.
16¿Cómo se inició Agustín Laborda en el arte de la imprenta? ¿En qué taller realizó su etapa de aprendizaje? No es probable que recogiera el oficio de su padre, pues no hay noticia alguna sobre la existencia de un Antonio Laborda, impresor. Como señalara Serrano Morales, la primera aparición del nombre de Agustín Laborda en un pie de imprenta se remonta a 1746, asociado al del impresor Cosme Granja. De esa fecha conservamos seis publicaciones realizadas por ambos, y que comparten una misma temática, de carácter político: las alabanzas al nuevo rey de España, Fernando VI, en el año de su coronación, dando cuenta de las fiestas organizadas en diversas ciudades para aclamar al soberano.
17No parece que la sociedad tuviera una vida larga: además de estos impresos no se conocen más rubricados por ambos impresores, apareciendo ya en 1748 como tipógrafos independientes en varios pies de imprenta: el primer impreso de Laborda en solitario es una breve composición de Torres Villarroel, la Xácara alegre, xácara nueva, xácara compra, xácara venda, xácara linda, xácara fresca, xácara toma, xácara suelta. Como se puede apreciar, el vínculo de Agustín Laborda con la literatura de cordel fue bien temprano, quizá inducido por su antiguo socio, Granja, a quien no le era ajeno el negocio de los pliegos sueltos.
18No sería inverosímil que Agustín hubiera realizado su aprendizaje en el propio taller de Cosme Granja, llegando finalmente a convertirse en socio de su maestro. Las noticias de que disponemos sobre la imprenta de Granja todavía son más escasas que las de Laborda: sabemos (también por Serrano Morales) que vivía en la plaza del Mercado, y que su actividad impresora conocida va de 1734 a 176521. Al igual que Laborda, su labor se caracterizó por la producción de menudencias, y sobre la humildad de su negocio nos habla el subdelegado de imprentas Caro de Briones en la referida visita de 1757, con un comentario nada halagüeño: «una y otra oficina se encontró con bastante desarreglo y muy cargada de romances, historietas, relaciones y estampas de lámina de madera, impreso todo en papel ordinario»22. Al menos desde 1741, Cosme Granja poseía, junto a su imprenta del Mercado, otro taller en la cercana calle Bolsería, tal y como nos informa el colofón de uno de sus impresos fechado entonces: «en Valencia, por Cosme Grancha, calle de la Bolsería»23. Este dato apunta al hecho de que la famosa imprenta Laborda de la Bolsería habría pertenecido previamente a Cosme Granja, quien acabaría cediendo o traspasando el establecimiento a su socio y, quizás, antiguo aprendiz.
19La idea de que el vínculo de unión entre Agustín Laborda y la imprenta de Cosme Granja se remontaba más allá de 1746, pudiendo incluir el período de aprendizaje del aragonés, parte de un hasta ahora desconocido documento notarial fechado tres años antes, en el que una doncella llamada Francisca Grancha, hija de Bautista Grancha y Josepha Pons, constituía una dote de 756 libras, 7 sueldos y 6 dineros para su próximo casamiento con «Agustin Laborda, inpressor, vezino de esta ciudad»24. Es así como tenemos noticia de un hecho fundamental para conocer los inicios de Agustín Laborda como maestro impresor: previamente a su matrimonio con Vicenta Devis, conocido desde el estudio de Serrano Morales, estuvo casado en primeras nupcias precisamente con la hermana del impresor que llegaría a ser su socio, Cosme Granja. El vínculo entre ambos, cuyo alcance sabemos ahora que no se limitaba a lo laboral, se remontaría al menos a 1743, cuando se convirtieron en cuñados. ¿Trabajaba desde tiempo atrás Agustín en la imprenta de Granja, donde habría conocido a Francisca e iniciado su relación, o tal vez era oficial de alguno de los diferentes talleres tipográficos existentes en Valencia por aquel entonces? No podemos dar una respuesta definitiva a esta cuestión. Sin embargo, el tono en el que se expresa Agustín Laborda en la referida carta de dote destila un sentimiento de gratitud, de deuda, para con Francisca Granja, dando a entender que su prolongada ayuda le había sido de gran utilidad para salir adelante: cuando declara la suma que aporta al matrimonio en concepto de arras (50 libras) afirma que «es esta la oportunidad más propia en que mi atención y obligación puede decifrarse en exoneración y recompensa de lo mucho que la devo, y voluntad que la profeso». No resultaría extraño que esta deuda de gratitud tuviera que ver con los progresos que Agustín había hecho desde que fuera aprendiz en el taller de su hermano, labrándose su futuro como impresor.
20En cualquier caso, el matrimonio con Francisca Granja resultó ser un impul so definitivo para las aspiraciones profesionales de Laborda, no solo porque casi inmediatamente se convertiría en socio de su cuñado, sino por la cuantiosa dote que obtuvo del enlace y en especial por el carácter de los bienes legados por Francisca. Agustín, que en el documento reconocía contar con un patrimonio cercano a las 500 libras, recibía ahora más de 750 libras «para que con más suavidad mantenga las cargas del matrimonio». Quitando las cantidades derivadas de «ropa blanca y de color» (28 libras y 17 sueldos) y joyas (70 libras), la mayor parte de la dote (555 libras, 17 sueldos y 6 dineros) se basaba «en el valor y justiprecio de una librería, diferentes comedias, estampas, papel impreso, y muebles de servicio de casa». El análisis de los diferentes libros e impresos que pasaron a engrosar el patrimonio de Laborda como dote de Francisca es revelador del rumbo que tomaría su producción tipográfica a partir de entonces. Del valor total del conjunto, las 555 libras, un porcentaje predominante (285) procedía de los papeles menores que llegarían a caracterizar la labor del impresor de Barbastro: romances, estampas de diversos tipos, comedias, historias y entremeses, por encima de los surtidos más voluminosos (libros en folio, cuarto, octavo y docea vo). Estos últimos contabilizados por valiosas unidades, aquellos aglutinados en resmas, manos o docenas. Semejante volumen de menudencias, salido con seguridad de las prensas de Cosme Granja, confirma la temprana inclinación de este impresor por la producción de literatura de cordel y constituye un nuevo indicio de la influencia que la familia Granja ejerció sobre Laborda en la orientación popular que otorgaría a sus impresiones.
21Sin duda, la considerable dote aportada por Francisca contribuyó a mejorar la posición económica de Laborda, que obtuvo pingües beneficios del enlace, doblando su patrimonio y pudiendo iniciarse en el comercio de libros con el rico fondo con el que ahora contaba. A ello se añadiría, en breve tiempo, la asociación con Cosme Granja como maestro impresor. Posiblemente, durante el corto periodo que duró la sociedad, ambos impresores se repartieron la gestión de los dos establecimientos que poseía Cosme: él continuaría en la plaza del Mercado, mientras que Agustín se situaría al frente del taller de la Bolsería. Además, ambos complementaron su labor impresora con la gestión de sendas librerías ubicadas en sus domicilios, tal y como indica uno de los colofones de 1746: «en la imprenta de Cosme Granja, y Agustín Laborda, y se hallará este romance y otros muchos en sus casas o librerías»25.
22Ignoramos qué ocasionó la ruptura de la sociedad Laborda-Granja, aunque no lo que resultó de ello: Agustín obtuvo de su cuñado, de grado o por la presión familiar ejercida por Francisca, la oficina de la calle Bolsería, quedando como único titular de la misma. La obtención del taller tipográfico mediante la vía matrimonial tenía una larga tradición en el ámbito impresor, al igual que en otros sectores gremiales: como indica Moll, las formas de acceso a la propiedad de una imprenta eran tradicionalmente bien la herencia familiar (legándose el taller al hijo, al sobrino, o al regente del mismo), bien la adquisición mediante la hipoteca del propio taller, o bien el matrimonio con la viuda, con la hija del dueño o, podemos añadir ahora, con su hermana26. El caso de Agustín Laborda no fue, ni mucho menos, extraordinario: una similar promoción fue protagonizada por el famoso impresor Antonio Sancha quien, a pesar de haber firmado en 1747 una declaración de pobreza, llegaría a ser un acaudalado maestro tipógrafo. Para ello fue esencial su aprendizaje en el taller de Antonio Sanz, de cuya riqueza se benefició al casarse con Gertrudis Sanz, una de las hermanas de su maestro27.
23A la altura de 1748, por tanto, tras la disolución de la sociedad formada con su cuñado, Agustín Laborda se encontraba al frente del taller de la Bolsería y comenzaba a realizar sus impresiones en solitario. El análisis de la producción salida de sus prensas desde entonces muestra una clara tendencia hacia la especialización editorial, basada en el género de cordel. La opción por las menudencias resultaba para Laborda mejor negocio que la impresión de gruesos volúmenes.
24En los primeros años de su gestión en solitario tal especialización estaba aún en ciernes. Si bien el peso de los pliegos sueltos en el volumen total de su producción era ya considerable, Laborda no excluyó de sus prensas los volúmenes de cierta extensión y variada temática. Encontramos numerosos títulos de libros impresos en sus diez primeros años al frente del taller de la Bolsería, tanto religiosos, como de carácter jurídico o para el aprendizaje del latín28. Significativamente, la edición de varias de estas obras estuvo en manos de los mencionados libreros Juan Antonio Mallén y Manuel Cavero. En los pies de imprenta se especifica el lugar de venta de los ejemplares: «se hallará junto a S. Martín, casa Juan Antonio Mallén, a su costa, y de Manuel Cavero Cortés»; «hallarase en casa de Juan Antonio Mallén»; «se hallará en la librería de Manuel Cavero». Por estos años, todavía no se había realizado el breve experimento de la Compañía de Libre ros e Impresores que encabezarían Mallén y Cavero en 1759. A pesar de que habían contado con Agustín Laborda para la publicación de numerosos proyectos editoriales, el impresor aragonés no entró a formar parte de la sociedad. No creemos que los libreros desestimaran su acceso por considerarlo un impresor menor, dedicado principalmente a la edición popular y poco fiable para desarrollar los proyectos humanistas trazados por la empresa, por cuanto le habían confiado sucesivas impresiones con anterioridad. Tampoco resultaría verosímil atribuir la exclusión de Laborda a su carencia de capital para aportar a la compañía, ya que la suma total aportada por los miembros de la misma no superó las mil libras y, como veremos, el patrimonio de Agustín por entonces rebasaba ampliamente esta cifra. Más bien habría que pensar en el desinterés del propio Laborda por participar en un proyecto cultural de altos vuelos, asesorado por Mayans, pero de dudosos beneficios económicos (como a la postre demostraría la experiencia). Por entonces él ya se había consolidado definitivamente como impresor de unas menudencias que, paradójicamente, le resultaban mucho más lucrativas que los libros voluminosos y eruditos.
25En efecto, entre 1748 y 1758 se aprecia en la producción fechada de Laborda un progresivo aumento de la literatura de cordel, cuyo peso en el conjunto impreso adquiere un predominio absoluto en el último de estos años. Al igual que su taller, heredó esta orientación editorial de su cuñado Cosme, que le daría a conocer la rentabilidad de los papeles menudos, basada en su producción rápida y barata y en su venta masiva.
26Como vimos, el primer pliego suelto publicado por Agustín en solitario fue un título de Torres Villarroel, la Xácara alegre, en 1748. Desde entonces, el impresor fue absorbiendo de manera sistemática todos los materiales y temáticas que conforman el género de cordel: relaciones de sucesos, relaciones de comedia, pliegos religiosos, romances burlescos y col loquis, romances de aventuras amorosas, historias, estampas… A lo largo de la carrera profesional de Laborda se aprecia un constante interés por abrir diferentes líneas editoriales dentro del heterogéneo conjunto de los pliegos de cordel, con la finalidad de ampliar sus posibilidades de éxito. Esta búsqueda incansable de géneros literarios y temas atractivos para el público se inserta en una deliberada estrategia editorial que, centrada en las menudencias de imprenta, diversificaría su producción impresa para abarcar el mayor número de materiales literarios y ofrecerlos a la venta en forma de series coherentes. Su gestión manifiesta una continua preocupa ción por pulsar los gustos y necesidades de la demanda, con el fin de satisfacerlos todos: materiales para diversos usos (estampas, gozos, aucas, romances, col loquis), textos de variada dificultad para lectores de dispar competencia lectora (historias en prosa para los más capaces, romances para los casi iletrados), temáticas para todos los gustos (desde la devoción hasta el crimen morboso), predilección por autores de éxito (Lucas del Olmo Alfonso, Bernardo Delos, Pedro Navarro)… Este celo por conectar con sus públicos es una de las razones que explica, en gran medida, el enorme éxito profesional que llegó a alcanzar Agustín Laborda.
27Otra razón es el extraordinario volumen que alcanzó su producción editorial. Solo una impresión masiva de menudencias pudo proporcionar a Agustín el progresivo enriquecimiento que, hoy lo sabemos, fue adquiriendo con el paso de los años. Así lo atestigua el testamento que dictó el impresor el 7 de marzo de 1776, apenas cinco días antes de morir. En él se declaraba casado en segundas nupcias con María Vicenta Devis y padre de tres hijos: Teresa, Carmela y Agustín, de once, seis y cuatro años respectivamente. Laborda había contraído matrimonio por segunda vez hacia 1765, tras el fallecimiento de su primera mujer, Francisca Granja, que debió acaecer entre 1762 y 176329. Por aquellos años, tras más de veinte de trabajo al frente de la imprenta, el tipógrafo ya disfrutaba de una posición social acomodada: según reconocía en su testamento de 1776, antes de casarse con Vicenta Devis contaba con un patrimonio «como unas tres mil nuevecientas libras, a saber, dos mil libras en dinero efectivo, ochocientas libras en el valor de la ymprenta y sus ahínas, mil libras en caudal para su venta, y cien libras (todo moneda corriente) en muebles ropa blanca, y de color, y menaxe de casa»30. Teniendo en cuenta que la dote de Francisca Granja sobre la que Laborda levantó su negocio había sumado, recordemos, más de 750 libras, y que por entonces Agustín declaró poseer un patrimonio de unas 500 libras, podemos afirmar que la impresión de menudencias durante los últimos 20 años le había resultado lucrativa, permitiéndole incrementar sus bienes a la altura de 1765 en más del triple (casi 4.000 libras). De hecho, en ese mismo año pudo permitirse comprar por 3.300 libras («en especie de oro de la mejor calidad») el inmueble de la calle de la Bolsería en el que llevaba viviendo, de alquiler, desde que Cosme Granja le cediera la imprenta31.
28Agustín falleció once años más tarde, el 12 de marzo de 1776. Un mes más tarde, Vicenta Devis cumplió con su voluntad de realizar el inventario de la herencia y la partición de bienes entre sus beneficiarios. Los documentos resultantes, firmados ante Miguel Ortiz el 14 de abril y el 5 de mayo, son de un valor extraordinario para conocer el patrimonio que Agustín Laborda había conseguido reunir a lo largo de casi 30 años al frente de su taller32. El justiprecio de sus bienes arroja una cifra en absoluto desdeñable: 9.374 libras, 9 sueldos y 11 dineros. Si comparamos esta cantidad con la que Laborda aseguraba poseer hacia 1765 (3.900 libras), constatamos que en algo más de 10 años su labor tipográfica le permitió casi triplicar su patrimonio.
29Y fue su especialización en la literatura de cordel, acentuada con el paso de los años, lo que le proporcionó la prosperidad que disfrutaba al final de sus días. La irreversible decantación de Laborda hacia los pliegos sueltos se plasma, además de en la continua ampliación de su fondo editorial, en la progresiva marginación de los libros dentro de su producción. Si en sus diez primeros años al frente del taller (1748-1758) identificamos al menos 14 ediciones de títulos que superan las 50 páginas, a partir de 1759 y durante los 17 años que transcurrieron hasta su muerte, solo conocemos seis libros salidos de sus prensas, todos ellos de temática religiosa. La escasez de libros voluminosos contrasta con el desbordante auge de los pliegos de cordel en la imprenta de la Bolsería.
30Entre los sucesivos justiprecios realizados sobre los diferentes bienes en el inventario post-mortem, es especialmente relevante para nosotros el relativo a la imprenta, establecido por el experto ojo del tipógrafo Benito Monfort. Podemos afirmar ahora que la imprenta Laborda contaba con “dos prensas corrientes, con sus aparejos”, que Monfort tasó en 100 libras. Comparadas con las siete que por esa misma época poseía Manuel Martín en Madrid o las cinco de Antonio Sanz, las dos prensas de Laborda reflejan la humilde entidad de su taller, que el impresor compensó con una estrategia centrada casi exclusivamente en el género de cordel y con un altísimo ritmo de producción. Fue esta precariedad material la que empujó a Agustín a dejar de lado las impresiones más costosas, pues le resultaba mucho más rentable dedicar sus dos prensas a la continua producción de menudencias. Así, el taller de la Bolsería formó parte del prolífico número de pequeñas imprentas surgidas a mediados del siglo XVIII en España que, dedicadas a la edición barata, fueron las responsables del auge que por entonces conoció la literatura de cordel.
31El apartado del inventario dedicado al caudal de la imprenta nos informa sobre las dimensiones extraordinarias que había alcanzado la producción de pliegos sueltos en la imprenta de la Bolsería. En dicho apartado se agrupan todas las resmas de menudencias que Laborda dejó en su taller a su muerte, listas para salir al mercado. Su volumen nos permite reafirmar nuestra impresión de un taller de febril actividad, con un constante oleaje de literatura de cordel alimentando la demanda del numerosísimo público lector. El fondo de papeles que Laborda ya no vio vender se componía de «trescientas noventa y siete resmas de estampas impresas negras», «veynte y siete resmas de estampas impresas negras iluminadas» (esto es, pintadas, procedimiento usual con las imágenes que se llevaba a cabo tras la impresión, añadiendo colores básicos a las figuras), y «seyscientas sesenta y dos resmas de romances, relaciones, historias, comedias, entremeses, y algunos papeles sueltos». A los papeles impresos se añadían 42 resmas de papel blanco que en breve alimentarían las prensas. Teniendo en cuenta que una resma de romances se componía de 500 ejemplares, las cantidades de pliegos sueltos apilados en los anaqueles de la Bolsería resultan abrumadoras: casi 200.000 estampas, 13.500 estampas iluminadas y más de 300.000 romances y demás subgéneros (la cifra podría ser muy superior si se tratase de romances de medio pliego). Obviamente, semejante volumen productivo implica un robusto comercio de literatura de cordel no orientado únicamente al consumo local, sino principalmente a la venta al por mayor con destino a numerosas ciudades españolas (y quizás también al mercado americano). Así lo da a entender el catálogo publicado por Laborda hacia 1760, en el que los precios de los impresos no se ofrecen por ejemplares individuales, sino por resmas y manos (dirigidos, por tanto, a libreros y vendedores ambulantes)33. Y así lo confirma la última partida del inventario post-mortem, dedicada al derecho de cobro de diversas deudas que diferentes individuos tenían pendientes con Agustín. La razón de todas ellas eran varias «remesas de diferente surtido» que les habían sido enviadas desde el taller de la Bolsería: a Andrés de Sotos, librero de Madrid, se le reclamaban más de 1.500 reales de vellón; a Pedro Pérez, de Cádiz, 1.740 reales; casi 250 reales a Joseph Villanueva, de San Felipe, y similar cantidad a Vicente Orient, de Cuenca; por último, 3.900 reales a Félix de las Casas, conocido impresor de Málaga. Tanto Andrés de Sotos como Félix de las Casas fueron destacados impulsores del género de cordel en la segunda mitad del siglo XVIII, cuya red de contactos e intercambios sería muy interesante trazar. En cuanto a los otros libreros, poco conocidos, se dedicarían al comercio editorial de ámbito local y constituirían, como tantos otros, una clientela fiel para los impresores de papeles menudos. Como muestra el caso de Laborda, el negocio para estos tipógrafos se basaba en una producción masiva con la que ir nutriendo de continuas remesas a otros talleres, librerías y vendedores ambulantes, sin olvidar, claro, la venta al por menor en el propio establecimiento.
32Las cifras de impresos que ofrece este documento dan cuenta de la importancia que, como señalábamos al comienzo, tienen los estudios focalizados en los procesos de producción y difusión de los pliegos sueltos. El más de medio millón de papeles varios que albergaba el taller de Laborda en sus últimos días no solo puede suscitar nuevas reflexiones acerca de los niveles de alfabetización en la España del xviii, sino que subraya también el predominio que disfrutó la literatura de cordel en el panorama editorial de la época. Dicho predominio ha sido subrayado por la investigación desde hace tiempo, pero cuando se plasma en cifras como las mencionadas adquiere unas dimensiones desconocidas. Solo nuevos estudios sobre la labor de otras imprentas, la circulación de los pliegos sueltos y su lectura por parte de sus diversos públicos, todavía escasos hoy en día, pueden contribuir a completar nuestra compresión del enorme impacto cultural que protagonizaron las menudencias de imprenta en el siglo ilustrado.
Notes de bas de page
1 Este trabajo se ha realizado en el marco de los Proyectos de Investigación HAR2011-26129 y HAR2014-53802-P, financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad. Sobre la evolución de este campo de investigación véanse, entre otros trabajos, Gimeno Blay, 2008; Castillo Gómez, Sáez, 1994; Castillo Gómez, 2002b; Petrucci, 1999.
2 En este aspecto resulta fundamental la obra de Mckenzie, 2005.
3 Honrosas excepciones a esta indiferencia son los excelentes trabajos de Botrel, 1993, así como de García Collado, inédito. Por mi parte, he trabajado el tema en Gomis Coloma, 2014.
4 Díez, 1988 y 1990, p. 6.
5 Franch, 1986 y 2000.
6 Buigues, 2003, p. 307; Bas, 2005, pp. 33-34.
7 Lopez, 1986.
8 Reyes, 1997 y 1999; Moll, 1992; Franch, Mestre, 1984.
9 Lamarca, 1997.
10 Bas, 2005, pp. 53-54.
11 Lamarca, 1997, p. 174.
12 Burgos Rincón, 1995, p. 599.
13 Cañada, inédito.
14 Aguilar Piñal, 1972.
15 Serrano Morales, 2000, pp. 242-244.
16 Lopez, 1986, p. 210 y 1993, pp. 368 y 373-374; Moll, 1981-1982.
17 Almela y Vives, 1965.
18 Así, por ejemplo: Cañada, 1994, p. 71 y Espinós Díaz, 2006, pp. 4-5.
19 Así se desprende de la información que ofrece el padrón de 1776, donde leemos: «Agustín Laborda, impresor, 62. Murió día 12 de Marzo», Archivo Histórico Municipal de Valencia, Serie Padrón, leg. nº 3-barrio 2º del Mercado, manzana 384, casa 18.
20 Díez, 1988, p. 530.
21 Serrano Morales, 2000, pp. 202-204.
22 Archivo Histórico Nacional, Consejos, leg. 51633, exp. 12.
23 Se trata de la Loa general que mudando alguna cosa, servirá para cualquier comedia.
24 Archivo del Reino de Valencia (ARV), Protocolos Notariales, nº 5638, fos 5vº-10.
25 Procede del romance El mejor representante del cathólico coliseo representa por títulos de comedias la monarquía de España.
26 Moll, 1994, p. 143. Según afirma, asimismo, A. Corbeto, apoyándose en los estudios de P. McDowell, «el matrimonio era el método más fácil para los impresores itinerantes de conseguir estabilidad y llegar a adquirir un negocio ya asentado». Corbeto, 2009, p. 33.
27 Lopez, 2003, p. 352.
28 Así, entre los libros publicados en estos primeros años, encontramos los siguientes: José de la Concepción, Varones insignes en santidad de vida del Instituto y Religión de Clérigos Regulares pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías (1751); del mismo autor, Breve Instrucción para recibir con fruto los Santos Sacramentos de la Penitencia, y Eucaristía, y exercitarse en la oración, y otras obras espirituales (1753); Serafín Tomás Miguel, Resumen de la Regla de N.P.S. Agustín y constituciones de la Sagrada Orden de Predicadores (1755); Agustín de San Juan Bautista, Prosodia de lengua latina, explicada e ilustrada con los mejores autores (1752); Diego Bustoso, Cartilla Real, theórica-practica, según leyes reales de Castilla para escrivanos (1752).
29 Efectivamente, Agustín Laborda y Francisca Granja otorgaron testamento en 1762, poco antes de la muerte de esta, ARV, Protocolos Notariales, nº 5656, fos 12vº-15.
30 ARV, Protocolos Notariales, nº 7109, fo 83.
31 Archivo de Protocolos Notariales del Real Colegio Seminario de Corpus Christi de Valencia, nº 7372, fos 159-162vº.
32 ARV, Protocolos Notariales, nº 7109, fos 128vº-137 y 152vº-166vº.
33 Moll, 1981-1982.
Auteur
Universidad Católica de Valencia «San Vicente Mártir»
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