8. Adivinación, juegos y azar
p. 191-216
Texte intégral
1 Tlapohua, “contar”, era el término genérico que se refería a la adivinación. Sin embargo, el adivino no se conformaba con contar días (tonalpohua) en los calendarios adivinatorios. También contaba los nudos de un cordel (mecatlapohua) o diversos objetos debido a que el recuento constituía su principal recurso para preservar la vida y alejar la muerte. No obstante, la íntima relación entre la cuenta y el porvenir, característica de la adivinación, también se encontraba presente en el juego, una actividad muy apreciada por los antiguos mexicanos, que podía conducir a la victoria y la vida o al fracaso y la muerte.
2En Mesoamérica se había desarrollado un vasto conjunto de actividades en torno a esta relación fundamental entre el número y el futuro. Tales prácticas, de gran antigüedad y altamente apreciadas en esta área cultural, son tan numerosas como heterogéneas. El presente capítulo se propone explorar la relación que mantienen con el número.
La extensa gama de las prácticas adivinatorias
3Las prácticas adivinatorias se basaban, en primera instancia, en la consulta de los libros presentados en el capítulo anterior. Sin embargo, sería erróneo limitar la adivinación a un conjunto de técnicas específicas. En las sociedades como las del México antiguo, la adivinación permea la totalidad de la vida religiosa y se encuentra indisolublemente ligada al ritual. Esta concepción remite a ciertas referencias teóricas. En primer lugar, y siguiendo al antropólogo británico Hocart (1978), se puede considerar el ritual como un recurso implementado a escala social para actuar sobre la realidad y obtener la vida y todo lo relacionado con ésta: salud, fertilidad, riqueza. La teoría político-legal del peligro, elaborada por Evans-Pritchard (1956) y Mary Douglas (2001), complementa útilmente esta proposición. Plantea que toda sociedad busca antes que nada protegerse contra los riesgos y, en caso de fracaso, imputar la desgracia, es decir, señalar a un responsable. Por consiguiente, todo ritual constituye un sistema de prevención de riesgos y reparación de daños, que la sociedad instrumenta por medio de sus grupos de dirigentes y especialistas.
4Complemento indispensable de este sistema es la adivinación, cuyo papel primordial consiste en advertir sobre posibles riesgos: ¿qué peligros acechan a un niño al nacer?, ¿a un mercader que emprende un viaje?, ¿a un soberano que se lanza a la guerra?, ¿a una pareja que contrae matrimonio? La adivinación actúa a modo de prevención, al señalar los rituales que deben llevarse a cabo para alejar tales peligros y al decretar, por ejemplo, la necesidad de celebrar una ceremonia en honor de tal o cual divinidad, o de elegir tal o cual día para emprender determinada actividad.
5Los textos antiguos brindan un hermoso ejemplo del funcionamiento preventivo de este sistema. Cuando los mercaderes mexicas se disponían a salir de expedición, buscaban primero conocer la fecha propicia para su viaje en el calendario de 260 días. A su regreso, debían adivinar todavía la fecha adecuada para ingresar a la ciudad. Posteriormente, cuando se trataba de ofrecer un convite a los demás mercaderes durante la fiesta anual de XV Panquetzaliztli, los ancianos advertían:
Hijo […]; busquemos entre los que tienen el arte de contar los dias, un dia que sea prospero. Y luego enviaban a llamar a los que usaban de esta arte, y ganaban de comer con ella; luego ellos miraban el dia convenible y hallándolo decian: Tal dia será convenible para esto, ce calli, ome xochitl, y ome ozomatli. En uno de estos dias comenzaba su banquete el que habia de hacer esta fiesta. (HG, IX, 12: 511)
6Este tipo de adivinación preventiva acompañaba todos los actos rituales cuya fecha era preciso descubrir, particularmente en ocasión de una boda, un nacimiento, la entronización de un soberano o las faenas agrícolas. A este respecto, el fraile dominico Durán (2002, II: 222-223) observa a finales del siglo xvi que los labradores siembran y cosechan en función de los signos; cuando el maíz está maduro y seco, esperan un día preciso, afirma Durán, y todos se precipitan al mismo tiempo para cortarlo, cuando bien podrían haber realizado esta operación mucho antes.
7Este sistema también se ponía en marcha para reparar los daños en caso de que hubiera fracasado la prevención. En este marco, la adivinación acompañaba evidentemente los rituales terapéuticos, ya que antes de poder curar era preciso conocer la causa de la enfermedad. A principios del siglo xvii, de acuerdo con el cura Ruiz de Alarcón (RA: 188), el especialista determinaba con ayuda de mediciones que realizaba sobre su antebrazo, si la causa de una enfermedad era la brujería o la ira de alguna divinidad. Ésta podía ser:
el fuego, el agua, la tierra, los vientos, las nuues o los dioses monteses […] para mansarlos dan por medio offreçerles sacrificio, y assi mandan que el enfermo offrezca inçienso, candelas, ramilletes, lienços y otras cosas, y aun entre ellas comida y bebida al tal dios enojado; v.g.: si el paçiente enfermó en el monte, que ponga en el lugar donde se sintio herido de la enfermedad, offrenda de inçienso etc. a los dioses monteses para que se applaquen; si fue junto al rio, que se ponga su offrenda junto a el; y si en la encruxijada de algun camino, que sacrifiquen alli […] si dicen que es el enojado el fuego […] mandan al enfermo que haga el sacrificio al fuego. (RA: 191)
8El conjunto de los rituales conformaba un sistema de prevención-reparación del que la adivinación era parte constitutiva. Por tanto, las prácticas adivinatorias acompañaban todas las ceremonias, puesto que no había adivinación que no fuera seguida de rituales ni ritual que no comportara una parte adivinatoria. Esto daba lugar a un conjunto extremadamente vasto de técnicas. Así, el porvenir podía descifrarse observando el desarrollo de un combate ritual y los tormentos de la muerte sacrificial. Cuando los guerreros sacrificaban a sus cautivos en II Tlacaxipehualiztli mediante un combate cuerpo a cuerpo, sacaban pronósticos de la observación de la valentía con la que se defendían las víctimas. De la misma manera, entre los tlapanecos contemporáneos la duración de la agonía de la víctima animal brinda indicaciones acerca del porvenir que aguarda al sacrificante (Dehouve, 2007b: 157-160).
9Después de presentar sus ofrendas, los especialistas en rituales se daban a la tarea de determinar si éstas habían sido del agrado de las divinidades. En los templos de Tlaxcala, por ejemplo, los sacerdotes de Tláloc depositaban con este fin recipientes que contenían una mezcla de tabaco y cal. Si al día siguiente encontraban en ellos huellas de pisadas de algún animal, en especial de águila, era señal de que el dios estaba complacido con sus ofrendas (Garza, 1990: 99). Asimismo, hoy en la Sierra Norte de Puebla toda ceremonia de cierta importancia comporta una serie de consultas adivinatorias que se realizan arrojando fragmentos de copal triturado a la superficie del agua clara contenida en un recipiente. Dependiendo de si el polvo flota o cae al fondo del tazón se determina qué tan del agrado de los espíritus es la ceremonia, a medida que se va desarrollando (Stresser-Péan, 2005: 180). Puede agregarse que en la mayor parte de las regiones indígenas se sacan pronósticos de la manera en que el humo de copal se eleva hacia el cielo y cómo arde la flama de las veladoras votivas.
10Como se advierte, es muy extensa la gama de los procedimientos adivinatorios, no solamente porque la adivinación comporta rituales específicos sino también porque es parte consustancial de cualquier ritual. En tales condiciones no se puede tratar aquí de la adivinación en su conjunto, sino tan sólo de las técnicas calendáricas y numéricas. Según se afirma, éstas fueron inventadas por la pareja primordial que conformaron el primer hombre, Cipactónal, y la primera mujer, Oxomoco. Los calendarios eran incumbencia de Cipactónal, cuyo nombre, “destino del lagarto”, se refiere al primer signo del calendario de los días: cipactli (Lagarto). Por su parte, Oxomoco había recibido el don de adivinar y curar lanzando granos de maíz. Otra técnica consistía en atar nudos en un cordel, del cual se tiraba bruscamente para desanudarlos. Asimismo, existían varias maneras de medir distintas partes del cuerpo. Todos estos procedimientos recurrían a la medición y al número.
11El arte de interpretar los almanaques se expuso en el capítulo 7. Las demás técnicas adivinatorias de contenido numérico —usando los granos de maíz o midiendo las partes del cuerpo— no fueron consignadas por escrito, lo que impide conocer sus pormenores. Con el fin de remediar esta ausencia de fuentes antiguas acudiré a los datos etnográficos, ya que estas técnicas perduran hasta la fecha entre numerosos grupos indígenas.
12Sin embargo, cabe emitir reservas ante la costumbre de ciertos etnólogos que suelen englobar las prácticas adivinatorias bajo el término chamanismo. Ellos argumentan que los especialistas religiosos “manejaban el trance extático para ejercer sus funciones y transportarse a sitios sagrados inaccesibles a los hombres comunes, como el cielo y el inframundo” (Garza, 1990: 30; véase también Tedlock, 1982: 52). Cierto es que, siguiendo a Mircea Eliade, se podría aceptar la definición de chamanismo como un procedimiento religioso específico que recurre al trance extático. Pero, en tal caso, ¿cómo calificar las prácticas mesoamericanas que se basan en la escritura, la cuenta y el calendario y son inseparables de los procedimientos adivinatorios? Es verdad que la adivinación puede recurrir a “técnicas de sí” que incluyen las experiencias de salida del cuerpo o externalización de la mente, la interpretación de los sueños y la ingesta de sustancias alucinógenas (Garza, 1990). Con todo, llama la atención que estos métodos otorguen gran importancia al cálculo y al recuento; así, los mayas de Chiapas cuentan el número de nahuales —entidades animales o naturales que comunican su fuerza al individuo— que cada quien posee; en la comunidad de Zinacantán, para curar la enfermedad y el susto antes que nada es preciso determinar el número de partes del alma (chulel) que perdió el paciente (Vogt, 1980). En pocas palabras, el recuento constituye una práctica recurrente y los rituales mesoamericanos se caracterizan, precisamente, por la interpenetración de las “técnicas de sí”, como sueño, salida del cuerpo, etcétera, y los procedimientos numéricos.
13El chamanismo, definido como una forma de sociedad, se basa en la caza y la existencia de pequeños grupos residenciales; de hecho, el término chamán es de origen siberiano. No obstante, resulta que los calendarios y libros mesoamericanos sólo pudieron ser elaborados por sociedades muy distintas de los grupos siberianos; por sociedades que poseían una elaborada división del trabajo y grupos especializados de sacerdotes astrólogos y escribas. Por consiguiente, ninguna descripción de la adivinación puede pasar por alto el tiempo y el número, los que constituían los marcos generales de toda la vida religiosa mesoamericana. La interpretación del calendario constituía el modelo de cualquier adivinación, y toda clase de prácticas se identificaban con la lectura de los libros. Como lo señala Boone (2007: 27), en las plegarias recopiladas por Ruiz de Alarcón en el siglo xvii, los procedimientos adivinatorios no calendáricos se designan como “mi libro, mi espejo”, lo cual sugiere que se les consideraba como equivalentes a la interpretación de los manuscritos pictográficos.
14Dentro de la amplia gama de las prácticas adivinatorias, sólo me enfocaré en aquellas que utilizan el número y el calendario.
Las prácticas adivinatorias
15Entre las prácticas adivinatorias que no se relacionaban directamente con la lectura de los almanaques figuraba la adivinación por medio de los cordeles con nudos, los granos y la medición de las partes del cuerpo que se estudiarán con base en los textos antiguos y los datos etnogáficos modernos.
16Con el fin de clasificar estos procedimientos deben distinguirse tres principios de adivinación: el principio binario responde una pregunta con sí o no; en el plano numérico remite a la distinción entre los números pares e impares. El principio figurativo o metafórico se basa en las similitudes e imágenes que evocan ciertas configuraciones plásticas. Finalmente, el principio calendárico interviene cada vez que se interroga el calendario de 260 días por medio de una práctica adivinatoria.
17Así, los procedimientos adivinatorios pueden recurrir a los cordeles, los granos o la medición del cuerpo, aunque ninguno se encuentra asociado con un principio determinado. Cualquiera de los tres que acabamos de distinguir — binario, figurativo o calendárico— puede aplicarse a cualquiera de estos procedimientos adivinatorios. En realidad, es a partir del cruce de la técnica con el principio de donde surge la variedad de los procedimientos.
La adivinación por medio del cordel
18Una representación de la pareja que inventó la adivinación coloca en las manos del hombre (Cipactónal) un puñado de granos de maíz, y en las de la mujer (Oxomoco) un cordel con cinco nudos (FC, IV, 1). Poco se sabe acerca de la adivinación por medio del cordel, a pesar de que ésta ocupaba un lugar destacado entre los procedimientos adivinatorios, como se desprende de los textos de Sahagún: “es un transformista, alguien que cuenta [adivina], alguien que cuenta [adivina] por medio de los cordeles”, “son adivinos que cuentan [adivinan], que miran en el agua, que lanzan el maíz, que cuentan [adivinan] por medio de los cordeles”.1
19El adivino ataba un nudo y tiraba bruscamente del cordel. Si el nudo se desataba con facilidad, declaraba que el paciente sanaría; en cambio, si el lazo se apretaba, el enfermo estaba destinado a morir (Wimmer, mecatlapouhqui, quien cita el FC, X: 30, nota 15 y Seler). La metáfora presente en esta práctica adivinatoria era la de la caza al venado por medio de una trampa constituida por una cuerda que se ceñía en la pata o el cuello del animal. El par o difrasismo “el foso, la cuerda” (tlaxapochtli, mecatl) designaba la desgracia que representaban estos dos tipos de trampas; en boca de los evangelizadores, serviría para calificar el castigo enviado por el dios cristiano.
20Es fácil reconocer mediante estas descripciones la instrumentación de un principio de tipo binario, ya que la cuerda da una respuesta de sí o no. Éste va aparejado con el principio metafórico, porque el nudo que se desata o se aprieta alude a un ámbito de la realidad social: la caza por medio de trampas.
La adivinación por medio de los granos
21Más que un procedimiento adivinatorio, la lectura de los granos constituye una familia de prácticas que, con sus respectivas variantes, no sólo está presente entre los mexicas y los mayas sino también en numerosas poblaciones indígenas, desde la época prehispánica hasta nuestros días. Las distintas representaciones de la pareja primordial de los adivinos de los mexicas jamás omitían la lectura de los granos de maíz, a la que en la mayoría de los casos se entregaba la mujer, Oxomoco (Boone, 2007: 24-27). Tal escena tenía su equivalente entre los mayas, en la persona de los adivinos Ixpiyacoc e Ixmucané del Popol Vuh. Éstos practicaban la adivinación con las semillas extremadamente tóxicas de Erythrina coralloides (Garza, 1990: 161, 184), un árbol conocido en español como pito o colorín, en maya quiché como tzite y en náhuatl como tzompantli. Este último término significa “hilera de cráneos” y designaba también la empalizada en la que los mexicas ensartaban las cabezas de los sacrificados, lo cual demuestra las connotaciones sagradas de esta planta. Durante el siglo xviii, además del maíz los indios de Oaxaca usaban habillas silvestres cuya determinación botánica es desconocida, así como palillos o palitos (Alcina Franch, 1993: 79).
22Entre los mexicas, los granos de la adivinación eran siempre semillas de maíz. Dos verbos significan “esparcir, dispersar en el suelo” y designan el hecho de lanzar granos: tepehua y chayahua. De este último se deriva el nombre del adivino que lanza el maíz: tlaolchayauhqui. El maíz que se lanzaba era seleccionado entre las variedades de grano grande y largo, llamadas centli cacahuatl o cacahuacentli, es decir, “mazorca cacao”.2
23Las variantes conciernen, por tanto, al tipo de granos utilizados —maíz de un solo color o de varios, maíz mezclado con semillas rojas de colorín, semillas de colorín únicamente, colorín mezclado con cristales— y a su número. Ante todo, lanzar granos sobre una manta permitía obtener un gran número de configuraciones que se leían gracias a la aplicación, no solamente del principio binario sino también del principio figurativo y calendárico.
Lanzando los granos
24A principios del siglo xvii, en el México central, Ruiz de Alarcón hizo una hermosa descripción de la manera como se lanzaban los granos (RA: 193). Esta operación apuntaba a dar una respuesta afirmativa o negativa a cualquier pregunta: ¿quién robó un animal?, ¿adónde fue la persona desaparecida?, ¿cuál es la causa de una enfermedad?, y ¿debe curarse de una manera o de otra?
25El adivino elige una hermosa mazorca, de la cual separa un número impar de granos. En el primer ejemplo (véase la ilustración 8.1a), toma en la mano 19 granos; sobre una manta blanca exenta de pliegues, coloca cuatro a la derecha, cuatro a la izquierda, cuatro en medio y conserva siete. A continuación pasa la mano que contiene los siete granos a gran velocidad alrededor de la manta y de los granos posicionados, los avienta varias veces al aire, y luego pronuncia una plegaria y los lanza sobre la manta. Si los granos caen cara arriba, la respuesta es positiva; si caen cara abajo, es negativa. En el segundo ejemplo (véase la ilustración 8.1b), el adivino toma un total de 25 granos, coloca cuatro de ellos en las esquinas del cuadrilátero, y lanza los nueve restantes. En el tercero (véase la ilustración 8.1c), los granos son 39: cuatro paquetes de siete se colocan en las cuatro esquinas, dos en el centro y la adivinación se lleva a cabo con los nueve restantes.
ilustración 8.1 Configuración usada por el adivino para lanzar granos de maíz

Fuente: Dehouve, según RA: 193.
26Como se advierte, este sistema combina el principio binario (con respuesta de sí o no) con el principio figurativo, el cual se actualiza en la manera en la que los granos caen al suelo: cara arriba o cara abajo. Los números que conforman el decorado se eligen probablemente de tal modo que su simbolismo esté en consonancia con el tipo de pregunta planteado. Cabe observar que la adivinación se sustenta en un conjunto impar de granos; si bien Ruiz de Alarcón no brinda detalles acerca del motivo al que obedece tal obligación, se verá que esta última es frecuente.
27El Códice Magliabechiano (78r), realizado poco después de la conquista, presenta una escena en la cual se lanzan los granos. En la manta reposan cuatro granos de maíz, uno en cada esquina del cuadrilátero; los granos lanzados son 13; algunos son de color amarillo, los demás de color negro. Según la interpretación de Nuttall (1903), los granos fueron ennegrecidos en una de sus caras. De acuerdo con otros autores, los granos amarillos son de maíz y los negros de frijol (Boone, 2007: 27).
28La interpretación de Nuttall se ve corroborada por prácticas observadas en Oaxaca. A principios del siglo xviii, un especialista usaba 13 granos de maíz, que representaban a los 13 dioses zapotecos, correspondientes a las divinidades de los 13 números del calendario adivinatorio mexica:
Para saber si una mujer preñada ha de parir la criatura viva o muerta, echando suertes, si los trece maíces quedan todos parejos con el rostro abajo, pronostica que ha de morir la criatura y así sucede siempre, y asimismo cuando los maíces nueve de ellos van el rostro arriba y cuatro abajo pronostica enfermedades y muertes y malos sucesos y entonces dice que cayó la suerte en el dios del infierno y que lo aplaquen con sacrificios. (Alcina Franch, 1993: 78)
29Parsons (1936: 306-310) describió a mediados del siglo xx un método binario similar, procedente de la región zapoteca de Oaxaca. Los adivinos tiznan una de las caras de los granos de maíz blanco o amarillo. Hacen una pregunta cuya respuesta se deriva del número de granos que cayeron con la cara tiznada hacia arriba. Así, el adivino pregunta, “ ¿Volverá a casarse?”, y lanza los granos cuatro veces sobre una manta. La respuesta es positiva si, en su mayoría, los granos muestran su lado negro. El ennegrecimiento pudo haberse practicado en todos los casos examinados anteriormente, ya que todos obtienen un pronóstico del número de granos que cayeron cara arriba, pudiendo el término “cara” aplicarse al lado ennegrecido.
30De acuerdo con las observaciones de Parsons, el número de granos que lanzan los zapotecos es muy variable: desde 4 hasta 14 o 22. La cantidad de granos es número par debido a la gestualidad que precede a su lanzamiento e implica colocar la mitad en la mano derecha y la otra en la mano izquierda de la persona que solicita la consulta, operación en la que se reconocerá una técnica encaminada a identificar al paciente con los granos.
31La tirada de los granos se basa exclusivamente en el principio figurativo cuando los adivinos interpretan las configuraciones obtenidas para recabar indicaciones mucho más ricas. Tal es el caso de los nahuas del norte del estado de Veracruz, quienes lanzan 14 granos entre dos hileras de monedas (Sandstrom, 1991). Tres granos que caen unos al lado de otros significan que la enfermedad fue enviada por el fuego; seis granos en forma de círculo indican que la afección fue causada por el manantial; tres granos que cayeron al lado de una moneda significan que la enfermedad fue enviada por un brujo. En este caso, sólo interviene el principio figurativo basado en semejanzas y connotaciones metafóricas. Aquí, el simbolismo de los números mencionados —que desarrollaré mejor en el capítulo 9— se basa principalmente en el número tres, cifra del fuego y, por extensión, de los brujos cuyos sortilegios recurren al fuego.
Seleccionando los granos
32En otras poblaciones contemporáneas, los granos no son lanzados sino depositados en el piso y seleccionados para formar montones.
33Este método fue observado entre los tlapanecos de Tlacoapa (Oettinger, 1979: 229-231). El adivino recurre a la selección de los granos para obtener una respuesta de sí o no. Dispone en el suelo un montón de 60 granos y lo divide en dos con el filo de la mano derecha. A continuación cuenta de dos en dos los granos de cada montón. Si el número de granos contenidos en cada uno de ellos es par, la respuesta es negativa; si es impar —es decir, si queda un grano en cada uno de ellos—, es positiva. La operación se realiza cuatro veces y el adivino interpreta la totalidad de las respuestas. También puede dividir el montón inicial en cuatro partes. La respuesta es proporcionada por el número impar, en consonancia con el simbolismo positivo que la adivinación suele atribuir a lo impar.
34De acuerdo con la observación que hizo Van der Loo (1987: 177-178) de un ritual terapéutico realizado por los tlapanecos de Malinaltepec, la misma operación se presta para una lectura figurativa basada en la interpretación simbólica de los números; por consiguiente, permite al adivino obtener datos más diversificados que una simple respuesta afirmativa o negativa. El especialista divide el montón de 60 granos de maíz en dos partes; no utiliza la primera y centra su atención en la segunda, de la cual extrae granos por grupos de cuatro hasta que sólo quede un último conjunto de semillas. Si éste se compone de cuatro granos, la enfermedad está en la casa; si consta de tres granos, la enfermedad proviene del exterior; si restan dos granos, dos personas perjudican al enfermo; si queda un solo grano, la persona culpable de haber enviado la enfermedad es aquella de quien se sospecha. Tales interpretaciones se refieren a un simbolismo de los números que es fácil de reconstruir: el cuatro designa la casa, porque ésta es una réplica del cosmograma; el tres se opone al cuatro y alude, por tanto, al exterior de la casa; el dos y el uno se refieren al número de personas que supuestamente causan daño al enfermo.
35Es preciso acudir al área maya para encontrar la selección de los granos asociada al principio calendárico (Tedlock, 1982: 160-171). Entre los quichés de Momostenango, Guatemala, los adivinos poseen bolsas para adivinación que contienen 100 semillas rojas de colorín y cierto número de diminutos cristales de roca. El especialista vacía su bolsa en el suelo y con la mano derecha o izquierda toma rápidamente el mayor número posible de semillas que deposita delante de sí. Del montón así formado extrae pequeños grupos de cuatro granos (a veces mezclados con cristales) que coloca en forma de hileras, de izquierda a derecha. Cuando llega al final del montón, los últimos granos deben disponerse en conjuntos de uno o dos, mas no de tres. Una vez concluidas las hileras, el adivino empieza por atribuir a cada grupo de cuatro granos el nombre de un día del calendario de origen prehispánico. El caso que describe Tedlock comienza con 1 Quej, día en que se celebra la ceremonia. Prosigue, de izquierda a derecha, con 2 K’anil, 3 Toj, y así sucesivamente, hasta llegar al último grupo, y luego continúa enumerando los días, volviendo a empezar con el primer grupo (véase la ilustración 8.2).
36La lectura comienza con una pregunta que se refiere, por ejemplo, al futuro matrimonio de un joven. El adivino se dirige a cada grupo de semillas, llamándolo con el nombre de un día del calendario; cuando, de paso, siente “que su sangre le habla en el cuerpo”, obtiene un dato relacionado con el simbolismo atribuido al día en cuestión. Por ejemplo, 4 Ak’abal se considera un día favorable para pedir la mano de una joven. Si el adivino siente que su sangre le habla al pasar sobre este día, es indicio de un pronóstico favorable. Toda consulta implica que la operación se repita cuatro veces, con montones distintos.
37Esta forma de adivinación es muy compleja; se basa, por una parte, en información proporcionada por el cuerpo, como un estremecimiento de los músculos o el salto de la sangre en las venas, que experimenta el adivino. El lenguaje de la sangre es ampliamente conocido en Mesoamérica; sin embargo, es en el área maya donde se usa de manera sistemática con fines de adivinación. Por otra parte, la técnica utiliza, como en el caso de los tlapanecos, el recuento de los granos por grupos pares (aquí, por grupos de cuatro); pero en el caso descrito arriba, este procedimiento sirve para reconstruir una porción del calendario de 260 días. En la ilustración 8.2, el adivino enumera los 34 días que siguen a 1 Quej (fecha de la consulta), lo cual equivale a dos trecenas completas y una incompleta. Las respuestas se coligen del simbolismo de los días que fueron señalados por el lenguaje de la sangre.
38Este sistema maya no constituye tanto una práctica adivinatoria específica como la activación del calendario. Es una manera dinámica de utilizar el ciclo de 260 días. Esto da una idea de la complejidad de los procedimientos que podían seguirse en la época prehispánica al combinar estas técnicas con los numerosos y variados influjos de los dioses regentes. Semejante procedimiento no sólo podía advertir sobre los obstáculos que ponían en riesgo determinada actividad, sino también señalar la fecha en la que era preciso celebrar una fiesta o salir de expedición, según como se hacía hablar el simbolismo de los días.
ILUSTRACIÓN 8.2 Una configuración de granos relacionada con el calendario adivinatorio

Fuente: Tedlock, 1982: 164.
Depositando los granos en el agua
39Algunos adivinos mexicas se dirigían a la divinidad del agua; se les llamaba “los que ven en el agua” (atlan teittani, FC, I: , 70) o “los que hacen el destino de las personas” (tetonaltia, RA: 194). Unos se conformaban con observar el reflejo del rostro del paciente en un tazón de agua; si aparecía con nitidez, los pronósticos eran buenos, pero eran malos si el reflejo era turbio. Otros arrojaban granos de maíz al tazón para ver si flotaban o se hundían. Si los granos caían al fondo, era buena señal: significaba que la divinidad del agua estaba complacida. En cambio, si flotaban, el pronóstico era malo o la respuesta a la pregunta, negativa (RA: 194).
40En nuestros días, los adivinos huastecos acuden a este procedimiento para identificar al brujo sospechoso de haber causado alguna enfermedad. El especialista arroja granos de maíz rojo a un tazón de agua colocado frente al paciente; al mismo tiempo que los deja caer uno tras otro en el líquido, pronuncia el nombre de un enemigo del enfermo. El grano que sobrenada señala el nombre del brujo (Alcorn, 1984). Esta misma técnica puede recurrir a la goma de copal. En la Sierra Norte de Puebla es el polvo de copal el que se echa al agua para ver si sobrenada (Stresser-Péan, 2005: 180).
41En todos los casos, la adivinación utiliza conjuntamente el principio binario —respuesta de sí o no— y el principio figurativo basado en la metáfora de la aceptación del grano por la divinidad del agua cuando la semilla se hunde o su rechazo cuando flota.
Una técnica moderna de apareamiento
42En el contexto contemporáneo del culto a Cristo en la comunidad maya tzotzil de Zinacantán, Chiapas, una técnica adivinatoria obedece al principio del apareamiento (Vogt, 1979: 182-183). El Señor de Esquipulas es una imagen católica venerada en una capilla ubicada en la cabecera municipal. Cuatro hombres — dos mayordomos reyes y dos mesoneros— se encargan, durante un periodo de un año y en forma alterna, de cuidar la imagen y adornar su capilla. Una vez por semana, el domingo, un mayordomo y un mesonero celebran un ritual adivinatorio consistente en contar las monedas que conforman los tres collares de Cristo.
43Estos collares —cada uno de los cuales lleva un nombre en tzotzil— constan, el primero de 137 monedas de 1 peso, 24 de 5 pesos y 1 de 30 pesos, lo cual suma un total de 287 pesos; el segundo, de 104 monedas de 1 peso, 12 de 5 pesos, 1 de 10 pesos y otra de 15 pesos, lo que da 189 pesos, y el tercero, de 19 monedas de 1 peso, o sea, 19 pesos. En su conjunto, los tres collares equivalen a 495 pesos.
44Los encargados del culto a Cristo conservan una bolsa que contiene 495 granos de maíz, número equivalente al valor de las monedas en pesos. La adivinación consiste en contar el valor monetario al mismo tiempo que se cuentan los granos de maíz. El mayordomo rey jala hacia sí una moneda, anunciando su valor; simultáneamente, el mesonero desplaza igual número de granos de maíz. Si al final de la operación el número total de granos de maíz equivale al valor de las monedas se deduce que Cristo está complacido con el desempeño de sus dos asistentes; pero si excede el valor de las monedas —lo cual ocurre cuando se ha terminado de contar el montón de granos antes que las monedas— se colige que las monedas ganaron valor en relación con el recuento anterior y que el Señor de Esquipulas se encuentra extremadamente satisfecho. En cambio, si después de terminado el recuento de las monedas quedan granos de maíz en el montón, esto significa que Cristo está descontento, lo que da a conocer retirando monedas de los collares.
45Esta técnica adivinatoria, que se repite cada semana, permite estimar el grado de satisfacción del santo patrono. Se basa en el apareamiento de los elementos de dos conjuntos. Si bien este apareamiento obedece al principio binario (un grano, una moneda), puede dar lugar a tres posibilidades: el número de elementos del primer conjunto es igual al del segundo, es inferior o es superior.
La adivinación a través de la medición del brazo
46Las medidas mexicas tomaban el cuerpo humano como patrón de referencia (véase el capítulo 6). De éstas, una de las más importantes era la “cuarta” (iztetl), que corresponde a la distancia entre el pulgar y el meñique cuando los dedos están extendidos. Al parecer, la medición de las partes del cuerpo por medio de la “cuarta” dio lugar a una serie de prácticas poco conocidas: si bien no se señalan para la época prehispánica, Ruiz de Alarcón las menciona a principios del siglo xvii y hoy en día se encuentran vigentes en varias poblaciones indígenas de México.
47De acuerdo con Ruiz de Alarcón (RA: 188), la adivinación consistía en un gesto realizado por el adivino. Éste medía su antebrazo izquierdo con ayuda de su mano derecha. Estirando los dedos al máximo, colocaba el meñique en la extremidad del codo y el pulgar a lo largo de su antebrazo. A continuación, sin dejar de presionar con el dedo pulgar, giraba la mano de modo que el meñique estuviera en contacto con los dedos de la mano izquierda. Si al final del gesto la punta de los dedos de la mano derecha entraba en contacto con los dedos de la mano izquierda, la respuesta era positiva; en caso contrario era negativa. La operación se repetía rápidamente y tantas veces como fuera necesario para obtener la respuesta a varias preguntas.
48Este método, de tipo binario, funcionaba mediante apareamiento de la mano izquierda con la mano derecha: la unión de ambas manos cuando se juntaban los dedos señalaba una respuesta positiva, mientras que su desunión indicaba una respuesta negativa. Tal operación no carecía de referencias míticas, puesto que el antebrazo se identificaba con el árbol cósmico que permite desplazarse entre los pisos verticales del universo, del cielo a la Tierra y al inframundo, como lo demuestra el hecho de que el adivino, subiendo y bajando la mano a lo largo de su hueso, dijera: “es la escalera sagrada, la escalera del lugar de los muertos”.3
49Esta forma de adivinación sigue en uso entre los tlapanecos, quienes la llaman en español “medición del hueso”. Sirve para adivinar la causa de las enfermedades, encontrar objetos robados o determinar la identidad del nahual de los niños, por ejemplo. Entre los tlapanecos de Acatepec (Dehouve, archivo cinematográfico y 2014a) el sistema es de tipo binario, como en la descripción de Ruiz de Alarcón. Al contrario, entre los de Tlacoapa (Oettinger, 1979: 228- 229) obedece al principio figurativo. El comienzo del gesto es semejante al anterior, pero cuando los dedos de la mano derecha se acercan a los de la mano izquierda, en lugar de buscar el contacto con éstos se deslizan en la palma de la mano. La huella de los dedos hace aparecer figuras en la palma, las cuales son objeto de interpretación.
50No hay evidencia de la existencia de esta práctica adivinatoria en tiempos prehispánicos. Sin embargo, no parece descabellado pensar que se deriva de una práctica guerrera, puesto que la mano y el antebrazo ocupaban un lugar destacado en los rituales de los combatientes mexicas, debido a su simbolismo como instrumentos de captura del guerrero enemigo; de ahí que los jóvenes se esforzaran por obtener el antebrazo de una mujer muerta en parto, la cual, como se sabe, era identificada con el guerrero caído en combate —estos puntos se desarrollarán en el capítulo 9—. Por otra parte, durante el ceremonial consagrado al dios Omácatl —Dos Caña—, los devotos confeccionaban un hueso del antebrazo que supuestamente representaba a la divinidad (véase el capítulo 10). Además, el antebrazo era, al igual que la “cuarta”, una unidad de medida prehispánica (molicpitl).
51Asimismo, ciertas poblaciones indígenas contemporáneas miden otras partes de su cuerpo con la mano. Tal es el caso de los triquis de Oaxaca:
¿Qué miden los hechiceros triques con la palma de la mano? A sí mismos. Aislados, sentados a la sombra, se concentran y empiezan a medir el antebrazo. Lo que falta y lo que sobra para llegar a la palma de la mano lo miden con los dedos, juntando índice, medio y anular. Miden y calculan, calculan y miden, continuando con la medida del rostro, desde la frente hasta el mentón, luego levantan la cabeza del esternón, de aquí al xifoides, del xifoides al ombligo, y así por el estilo, siempre midiendo y calculando. (Tibón, 1984: 144)
52Esta relación de los hombres con su propio cuerpo, concebido como instrumento de medición y cálculo que sirve para develar el porvenir, es significativa del lugar que ocupan los números y las medidas dentro de las sociedades mesoamericanas.
La adivinación mediante operaciones aritméticas
53Para emitir pronósticos acerca del porvenir de una pareja, los adivinos acostumbraban relacionar entre sí los días de nacimiento —signo y número— de los futuros esposos. Una de sus técnicas consistía en sumar el coeficiente numérico de cada uno de ellos. De acuerdo con la gramática zapoteca que Juan de Córdova redactó en el siglo xvi (1987: 216-217), si un varón nacido en Diez Serpiente quería desposar a una mujer nacida en Cuatro Hierba, el adivino debía concentrarse en el número 14. La primera operación consistía en dividir 14 entre dos. Si la cuenta era redonda (14 ÷ 2 = 7), la pareja no tendría descendencia. Pero si había un residuo, como en el caso de 7 divido entre 2 (7 ÷ 2 = 3 + 1), la pareja tendría un hijo. Posteriormente, este mismo número se dividía entre 3 (7 ÷ 3 = 2 + 1), entre 4 (7 ÷ 4 = 1 + 3) y entre 5 (7 ÷ 5 = 1 + 2); para cada una de estas operaciones, el residuo vaticinaba el nacimiento de más hijos. Como se advierte, esta técnica adivinatoria había puesto en evidencia la propiedad de los números primos, que no son divisibles por numeral alguno (excepto por uno y por sí mismos), aunque sin identificarlos por medio de un nombre específico. Por tanto, los malos pronósticos se obtenían con los números pares, los buenos con los números impares y los mejores mediante los números primos. Cabe destacar que los adivinos habían puesto en práctica el método usual de búsqueda aritmética de los números primos mediante divisiones sucesivas entre dos, tres, cuatro y cinco (otra manera de identificar los números primos en el calendario se describe en el capítulo 4).
54Motolinía (1903: 289) refiere una costumbre similar que se practicaba con el fin de determinar la fecha de entronización de los reyes: era preciso que la suma del coeficiente numérico del día de nacimiento del rey y del coeficiente del día de la ceremonia arrojara un número impar. Por consiguiente, si el rey había nacido un día par, era menester elegir para la fiesta un día impar; al contrario, si su día de nacimiento era impar, el día de la fiesta debía ser par.
Juegos y calendario
55Punto común entre la adivinación y el juego en Mesoamérica es el vínculo que ambos mantienen con el porvenir. En esta área cultural la adivinación nunca persiguió el fin de revelar un futuro ya escrito. Muy por el contrario, provee los medios para actuar sobre el porvenir, transformarlo y modelarlo, porque pone en evidencia los riesgos y las oportunidades, los influjos y las divinidades que es preciso saber manipular. El juego brinda, de una manera todavía más dinámica, la posibilidad de intervenir en el futuro inmediato al designar a un vencedor y a un vencido. Además, la adivinación y el juego poseen procedimientos comunes, en particular el uso del calendario. Cuando el ciclo de los 260 días provee el marco para el encuentro conflictivo entre dos grupos de jugadores, tiene consecuencias aún más inmediatas que en una consulta adivinatoria.
El patolli
56El patolli era un juego similar al ludo practicado en Europa. Retomando la definición de Crump (1995: 220) a propósito del patol —que se juega en el suroeste de los Estados Unidos y cuyo nombre proviene del náhuatl del México central—, se trata de una carrera en una pista circular, donde cada jugador tiene su propio punto de partida y puede ser capturado. Un jugador se desplaza por las casillas lanzando una especie de dados en los cuales figura un valor.
57La palabra patolli designa los grandes frijoles que hacen las veces de dados. De acuerdo con la descripción clásica de Durán (2002, II: 204-205), el juego se practicaba sobre una estera; de una esquina a la otra de ésta se encontraba pintada, con caucho líquido, una cruz de gran tamaño en cuya superficie estaban grabadas rayas que delimitaban casillas. Las fichas eran 12 diminutos guijarros, seis rojos y seis azules, distribuidos entre los distintos jugadores. Unos cinco o diez frijoles negros eran los dados, cada uno de los cuales llevaba cierto número de agujeros blancos, y los jugadores desplazaban sus fichas (los guijarros) de acuerdo con el número marcado en el frijol que acababan de lanzar. Los jugadores avanzaban su ficha una sola casilla si habían obtenido uno, dos casillas para dos, tres casillas para tres, cuatro casillas para cuatro; pero un cinco valía 10 y un diez valía 20. Al avanzar de casilla en casilla, el jugador se apoderaba de las fichas de su contrincante, de manera que el juego designaba a un vencedor y a un vencido.
58Los jugadores apostaban sus pertenencias: piedras preciosas, esclavos, mantas, taparrabos, casas, joyas, tierras, milpas, trojes, magueyales, y terminaban jugando su propia persona; si no podían obtener su libertad, conservaban la calidad de esclavos (Durán, op. cit.: 260).
59La expresión “jugar patolli” poseía un significado funesto y evocaba la guerra, el cautiverio y la muerte:
¡Oh vosotros amigos!
Vosotros, águilas y tigres,
¡En verdad es aquí
como un juego de patolli!
[…]
Todos hemos de jugar patolli:
tenemos que ir al lugar del misterio [la muerte].
60Así cantaban los guerreros (León-Portilla, 1987: 185). “Seamos conducidos al tlachtli, seamos sorteados en el juego patolli”, exclamaba un vencido (Chimalpain, 1982: 59-60). Asimismo, en una oración de conjuro para cazar, recolectada a principios del siglo xvii, un nahua evocaba la captura del venado en los términos siguientes: “Las flores están aquí, se jugó patolli, fue atrapado”.4
61El Dios del juego de patolli se llamaba Macuilxóchitl, Cinco Flor, y poseía una connotación guerrera. En su honor, los frijoles que servían como dados eran cinco (o diez, debido a que la multiplicación de 5 por 2 no altera el valor simbólico del cinco); estos elementos serán objeto de más amplias explicaciones en el capítulo 9.
62El patolli es de gran antigüedad en Mesoamérica; se encuentra tanto en Teotihuacan como entre los mayas clásicos y en Tula. De ahí que su forma haya sufrido variaciones que han sido clasificadas de acuerdo con distintos tipos entre los cuales se distinguen, a grandes rasgos, cuadriláteros y cruces (Swezey y Bittman, 1983; véase, también Gallegos Gómora, 1994). Sin embargo, para el propósito de este libro es de particular interés observar que el patolli representaba a menudo un calendario. Uno de los tipos más comunes es un rectángulo de 57 casillas, en el cual cada jugador debía recorrer 52 casillas, mientras que las cinco restantes evocaban al dios Cinco Flor. Ahora bien, el siglo mexicano constaba de 52 años y los calendarios solar, adivinatorio y venusiano coincidían al cabo de 104 años —lo cual corresponde, precisamente, al número de casillas que deben recorrer los dos contrincantes en el juego del patolli—.
63En toda Mesoamérica se han encontrado cruces punteadas asociadas con la tradición de la gran urbe teotihuacana que dominó el México central entre 200 y 600 d.C. Estas cruces con frecuencia constan de 260 puntos, al igual que los días del tonalpohualli, y ciertos investigadores han sugerido que fungían como juegos calendáricos, lo mismo que el patolli (Aveni, 2005: 444-450). Esta hipótesis se ve reforzada por el hecho de que los tableros de patolli (ya fueran en forma de cuadrilátero, círculo o cruz) constituían un cosmograma —una figura que, como se vio en el capítulo 5, evocaba el universo y el espacio-tiempo—. En otros términos, cuando los jugadores de patolli desplazaban sus fichas dentro de ciclos calendáricos hacían un uso dinámico del calendario, similar al que practican los adivinos quichés.
El sorteo de las cañuelas
64Mientras que Macuilxóchitl era el patrono del patolli, existían otros juegos colocados bajo la regencia del Dios del pulque llamado Dos Conejo, Ome Tochtli (Durán, II: 207). En éstos se usaban, a modo de dados, cañuelas con una perforación central. Durán los describe en los términos siguientes:
Había otro juego que era que hacían encima de un encalado unos oyos pequeñitos a manera de fortuna y el uno tomaba diez piedras y el otro seiz y el uno ponía sus piedras por la una acera y el otro por la otra en contrarias partes y con una cañuelas hendidas por medio daban en el suelo y saltaban en alto y tantas cuantas cañuelas caían lo güeco hacia arriba tantas casas adelantaba sus piedras y así seguían el uno al otro y cuantas chinas le alcanzaba se las iba quitando hasta dejalle sin ninguna. (Durán, II, 22: 203-204; ortografía original)
65Este juego, que Durán describe con menor detalle que el patolli, al parecer obedecía al mismo modelo: los jugadores avanzaban sus fichas en una pista circular, pero en este caso se usaban cañuelas en lugar de dados. El cronista no proporciona detalle alguno acerca de la forma del tablero ni del número de casillas del que constaba.
66Como quiera que haya sido, el juego de cañuelas arroja luz sobre un ritual que hasta ahora no se ha comprendido adecuadamente y que se celebraba cada 260 días en el templo de Dos Conejo, fecha de nacimiento de la divinidad del pulque. En esta ocasión, el sacerdote de Patécatl, dios principal del pulque, reunía a los 400 conejos, es decir, a los sacerdotes que personificaban a los innumerables dioses de la embriaguez. En el centro de la habitación colocaba el “tazón del conejo” o tochtecomatl, que contenía una especie de pulque muy embriagante, el “pulque de cinco o pulque divino”. En este tazón esparcía 260 cañuelas;5 sólo una de ellas tenía una perforación. A continuación, los 400 conejos bailaban en círculo en torno al tazón, antes de acercarse al montón de cañuelas. Cada uno de ellos trataba de descubrir la única cañuela perforada. Sólo el que acertaba podía beber el pulque y embriagarse.
67Este ritual ha suscitado más confusión que esclarecimiento. Así, ciertos investigadores han traducido erróneamente el término náhuatl correspondiente a 260: matlacpohualli omey, literalmente 10 × 20 y 3, el cual debe comprenderse como 10 × 20 y 3 × 20, en virtud de una regla gramatical que se expondrá en el capítulo 11. Siguiendo el ejemplo del traductor de Sahagún, quien en el siglo xvi tradujera el término como 203, algunos imaginaron la existencia de un numeral específico para denominar el pulque, que sería el 203. En el apéndice del tomo II (HG) donde figura dicha descripción, esta mala traducción aparece de manera reiterada, a propósito de todas las fiestas pertenecientes al calendario de 260 días.
68En términos generales, los investigadores relacionan el tazón del conejo con la embriaguez ritual (Garza, 1990: 106), mas no con el juego. En mi opinión, este ritual estaba dedicado precisamente a Dos Conejo como Dios del pulque y del juego. Durán explica claramente que Macuilxóchitl era el patrono del juego de dados, pero que Dos Conejo era el de los demás juegos. Por consiguiente, el dios de la embriaguez “era el ídolo mesmo que el de los jugadores. Y cuando jugaban ponían un cantarillo de su vino junto al juego” (Durán, II: 207; ortografía original). La presencia de la cañuela perforada en el juego y el ritual evidencia claramente la función de Dos Conejo. En el juego, las cañuelas perforadas desempeñan un papel clave, pues fungen como dados; en el ritual, asocian la embriaguez con el azar, ya que el conejo elegido para beber el pulque es aquel que encuentra la cañuela perforada. El calendario de 260 días también sirve como denominador común para el juego y el ritual, porque 260 es el número de cañuelas entre las cuales el sacerdote-conejo descubre la que está perforada, lo que sugiere que este número aludía al ciclo calendárico relacionado con los juegos del tipo del patolli.6
El futuro, el número y el azar
69Con el fin de exponer el conjunto de las actividades inventadas en torno a la relación fundamental entre el número y el porvenir, he evocado distintos procedimientos adivinatorios, así como los juegos. A pesar de su heterogeneidad y diversidad, este conjunto presenta una unidad que intentaré resumir con ayuda de algunas de sus características.
La obsesión por el número
70En Mesoamérica, el número aparece como una manera ideal de controlar la realidad y conjurar el peligro, como se desprende, en primera instancia, del hecho de que la pregunta planteada en las prácticas adivinatorias reclamara con frecuencia una respuesta numérica; como se ha visto, tal era el caso de las preguntas acerca de la fecha en la cual era preciso comenzar una actividad o celebrar una fiesta, prácticas muy comunes en el México antiguo cuando se salía de viaje y se organizaban convites, y en nuestros días cuando se trata de pedir la mano de una joven, llevar a cabo faenas agrícolas y ceremonias. Ciertas preguntas se refieren al número de objetos rituales que es necesario preparar, como ocurre entre los tlapanecos de Tlacoapa que estudió Oettinger (1979). Asimismo, las ceremonias con fines terapéuticos giran en torno a los números, por ejemplo, cuando el adivino de Zinacantán pregunta cuántas partes del alma (chulel) perdió el enfermo (Vogt, 1980).
71En un nivel más fundamental, la simple existencia de una actividad de cálculo o de medición parece dar pie a prácticas de adivinación. Ejemplo emblemático de ello es el calendario; sin embargo, es más sorprendente observar que aquellas mediciones que, como se vio en el capítulo 6, toman ciertas partes del cuerpo como patrón de referencia, hayan dado lugar a procedimientos altamente apreciados.
Las técnicas corporales
72En términos generales, las prácticas adivinatorias se basan en técnicas corporales. En primera instancia cabe subrayar la importancia de ciertos gestos comunes a la adivinación y a los juegos. El tirar —granos o cañuelas al piso o al agua— es fundamental, tanto en la adivinación como en los juegos del patolli y del conejo. Esparcir y seleccionar es un gesto alterno al lanzamiento que se usa en las mismas circunstancias. Anudar y desanudar concierne a la adivinación por medio de cordeles, mientras que medir el cuerpo con la palma de la mano constituye una práctica específica. Entre todos estos gestos cabe subrayar la importancia de la mano, que dio lugar al simbolismo propio del numeral cinco, el cual se abordará en el capítulo 9.
73Además, existe un auténtico lenguaje del cuerpo que se expresa sin que el adivino sea consciente de ello. Esto ocurre cuando se mide el antebrazo. Podría pensarse que la repetición del mismo gesto, siendo que la palma y el antebrazo no han cambiado de longitud, siempre debería arrojar el mismo resultado. Sin embargo, no ocurre así debido a que el cuerpo se expresa y responde una pregunta, según lo explican los adivinos. Asimismo, la sangre habla para los especialistas quichés, quienes se entrenan para sentir ciertos estremecimientos en su cuerpo como bruscas iluminaciones (Tedlock, 1982: 132-150).
Los principios
74Los principios binario, figurativo y calendárico pueden aplicarse a todas las técnicas, tanto a las corporales como a las demás. Así, la interpretación de los libros calendáricos se sustenta, por supuesto, en el calendario, pero también puede recurrir al principio binario; por ejemplo, cuando el adivino suma los coeficientes numéricos de la fecha de nacimiento de los novios. El lanzamiento y la selección de granos pueden obedecer al principio binario —respuesta de sí o no, par e impar—, figurativo —dependiendo de la configuración obtenida—, e incluso calendárico en el caso de los quichés de Guatemala. La medición del antebrazo se basa en el principio binario entre los tlapanecos de Acatepec, y el figurativo entre los de Tlacoapa. El cruce de las técnicas y los principios origina la gran variedad de técnicas que pueden observarse.
El azar
75Las influencias divinas sobre el calendario, tal como se encuentran consignadas en los libros adivinatorios, conforman un sistema coherente y cerrado — cerrado, mas no estático, como lo han subrayado varios investigadores, debido a que se basa en la actividad interpretativa del adivino y la interacción entre este último y el paciente—. Sin embargo, la lectura de los pronósticos calendáricos no concede lugar alguno al azar, y la única dificultad en la interpretación radica en la manera de articular entre sí las múltiples influencias que se ejercen sobre determinada fecha.
76Por el contrario, los demás procedimientos adivinatorios presentan la ventaja de hacer intervenir lo aleatorio. El ejemplo más contundente es la selección de granos que practican los quichés con el fin de reconstruir, en el piso y por medio de semillas rojas, una porción del calendario de 260 días. El azar interviene en el momento preciso en que el adivino toma el puñado de granos que servirá de base para la división en pequeños conjuntos de cuatro. A este gesto se debe que la configuración obtenida sea diferente en cada nueva operación. Esto sugiere que, paralelamente a la lectura de los libros, los adivinos prehispánicos usaban este tipo de procedimientos que presentaban la ventaja de permitir una lectura más dinámica del calendario, puesto que hacían intervenir el azar. Otra manera dinámica de utilizar el calendario eran los juegos de patolli, ya que éstos representaban los días en forma de casillas en las que los jugadores se desplazaban por medio de fichas. Asimismo, la adivinación con ayuda del cordel apuntaba quizá a representar en forma de nudos ciertas fechas claves, que el adivino se esforzaba posteriormente por desanudar.
77Incluso cuando se sustentan en un principio no calendárico sino binario o figurativo, las distintas formas de adivinación por medio de granos recurren a lo aleatorio. En los sistemas de selección de granos, el azar interviene en el momento en que se conforman montones; por ejemplo, cuando el adivino tlapaneco, de manera aleatoria, divide en dos un montón de 60 granos. En los sistemas de lanzamiento, es el hecho de arrojar granos o cañuelas el que produce lo aleatorio, tanto en la adivinación como en los juegos del patolli y del conejo.
78Las técnicas corporales no recurren a lo aleatorio propiamente dicho. Sin embargo, la repetición de un mismo gesto produce resultados siempre diferentes, como ocurre con la medición del antebrazo. Esto se debe a que, para los indígenas, el cuerpo se expresa y brinda indicaciones acerca del futuro; en cambio, para los evangelizadores que observaban estas técnicas la medición hacía intervenir la buena voluntad del adivino: “Siendo tan falible la medida, porque consiste en la voluntad de el que mide el echar mas, o menos numeros de palmos, mas largos, o mas cortos”. Asimismo, cuando el adivino lanza los granos de maíz “todo […] es de su alvedrio, tirandolos rezio, o quedo” (Serna, 1892: 401 y 405; ortografía original).
79El mismo tipo de asombro se manifiesta bajo la pluma del etnólogo, ante la técnica de apareamiento de las monedas y los granos de maíz en Zinacantán. Debido a que es fijo tanto el número de monedas como el de granos, cabría esperar que la operación arrojara siempre el mismo resultado; pero tal no es el caso, pues existen tres posibilidades: el apareamiento, el exceso de monedas y el exceso de granos.
Después de observar muchas veces esta cuenta ritual, aún no estamos seguros de por qué varía el resultado. Hay dos posibilidades: que los participantes en el ritual están tan intoxicados que los errores son inevitables; que errores inconscientes reflejan la visión de los funcionarios de su propia actuación desde el último recuento. (Vogt, 1979: 183)
80Más allá de estos intentos de explicación cabe pensar que en esta área cultural la adivinación y el número han estado asociados de manera tan estrecha y desde hace tanto tiempo, que el proceso de recuento encierra en sí mismo una propiedad adivinatoria.
Los números
81El examen de los distintos procedimientos numéricos permite distinguir ciertos tipos de números. Se nota, ante todo, la presencia recurrente del cuatro geométrico o aritmético, que remite a la figura del cosmograma (véase el capítulo 5). Así, los esquemas adivinatorios observados por Ruiz de Alarcón dibujan un cuadrilátero. En numerosos casos, el adivino debe repetir cuatro veces la misma operación de lanzamiento. Los montones de granos a menudo suelen dividirse en cuatro partes y los quichés fraccionan un puñado de semillas en pequeños grupos de cuatro.
82La subdivisión en dos partes también aparece de manera recurrente, sobre todo durante los episodios de preparación del lanzamiento de granos. Así, los adivinos zapotecos dividen el puñado de granos destinado a la consulta en dos montones que colocan en cada una de las manos del paciente. Entre los tlapanecos, un montón se divide previamente en dos partes para permitir el conteo de una de ellas.
83La oposición entre números pares e impares constituye el procedimiento más usual para la adivinación. Los métodos de apareamiento dan preferencia a los números pares; ejemplo particularmente ilustrativo de ello es el recuento de granos apareados al valor de las monedas en las actuales cofradías de Zinacantán. Asimismo, es el apareamiento, esta vez de los dedos de las dos manos, el que está en la base de la adivinación por medio de la “medición del hueso”, como lo refiere Ruiz de Alarcón y como ocurre también entre los actuales tlapanecos.
84Sin embargo, en la mayoría de los casos es el número impar el que brinda la respuesta positiva. El número de granos usados en la adivinación es impar, de acuerdo con Ruiz de Alarcón (7 y 9) y Alcina Franch (13). De acuerdo con Motolinía, los adivinos prehispánicos elegían un día con un numeral impar para celebrar las fiestas de la realeza. Los tlapanecos que dividen un montón de 60 granos en dos partes, obtienen una respuesta positiva a su pregunta si el montón considerado consta de un número impar de granos. Finalmente, los juegos aritméticos de suma y división que usaban los zapotecos prehispánicos para determinar el número de hijos que procrearía una pareja privilegiaban a todas luces los números impares. Las operaciones con fines adivinatorios condujeron incluso al descubrimiento de los números primos por los adivinos prehispánicos.
85Los pueblos mesoamericanos desarrollaron numerosos procedimientos destinados a actuar sobre el futuro. Algunos usaban el calendario de 260 días, mientras que otros recurrían a diversas operaciones numéricas, tales como el recuento, la división, el apareamiento, sacando partido de las propiedades de los números pares e impares, así como de los números primos. Estos procedimientos a menudo se encontraban íntimamente relacionados con la interpretación metafórica de las formas plásticas que surgían, por ejemplo, del agrupamiento de los granos de maíz y sus colores; a modo de complemento y con el fin de lograr una mejor interpretación de estas figuras, los pueblos prehispánicos recurrieron al simbolismo de los números pequeños: el dos del juego del conejo, el cinco del patolli, el tres que señala la intervención del fuego en una enfermedad cuando se sortean granos de maíz… Este simbolismo, desarrollado particularmente en los rituales, se abordará en el capítulo siguiente.
Notes de bas de page
1 “Nahualli, tlapouhqui, tlapohuani, mecatlapouhqui (FC, X: 39); tlapouhquê, atlan teittani, tlaolchayauhquê, mecatlapouhquê” (FC, I: 70).
2 Localicé un documento del siglo xvii en el que una mujer indígena se queja ante el sacerdote porque había sido denunciada injustamente por practicar la brujería: “Nechtlentlapiquia quilmach onictepehuato itzintla amaquahuitl xentiacacahuatl”, lo que significa “Soy víctima de falso testimonio, se dice que vine a esparcir granos de maíz bajo el árbol de amate” (Dehouve, 1994: 196-197). El verbo tepehua se refiere al hecho de lanzar granos adivinatorios; éstos, llamados aquí xentiacacahuatl (término derivado de centli cacahuatl), pertenecen a la variedad de grandes granos blancos, que los botánicos designan bajo el nombre cacahuacentli, cuya determinación botánica ha sido establecida por Benz (1997: 16-23).
3 “Tochalchiuh-ecahuaz, tomictlan-ecahuaz” (RA: 188).
4 “Ca in xochitl can câ, ca opatoloc, ho, ho, tlamaloc” (Dehouve, 2010b: 311).
5 “In piaztli acatl uncan conmana in teuoctli opan” (León-Portilla, 1958: 88-89). La ceremonia también es objeto de una descripción más breve en HG, II, apéndice 4: 169.
6 Cabe observar que el atavío de los dos dioses del juego evoca el desollamiento. Cinco Flor se representa con el cuerpo rojo como el de un desollado (HG, I, 14: 42), mientras que Dos Conejo lleva una piel humana en la parte superior del cuerpo (Durán, 2002, II: lám. 34). Aunque no puedo explicarlo por lo pronto, este hecho refuerza la hipótesis de una relación entre el juego y la guerra.
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Poder y desviaciones
Génesis de una sociedad mestiza en Mesoamérica, siglos XVI-XVII
Georges Baudot, Charlotte Arnauld et Michel Bertrand (dir.)
2007
Indianidad, etnocidio e indigenismo en América latina
Instituto Indigenista Interamericano et Centre d’Études Mexicaines et Centraméricaines (dir.) Ana Freyre de Zavala (trad.)
1988
El imaginario de los números entre los antiguos mexicanos
Danièle Dehouve Jean Hennequin Mercier (trad.)
2014