Santos, humores y tiempo: el clima y la salud entre los purépechas de la sierra tarasca (Michoacán)
p. 481-515
Texte intégral
1Note portant sur l’auteur1
2De las sensaciones que percibe el cuerpo humano, las que procuran los elementos climáticos son las que más constantemente se nos presentan, y a veces son violentas, generadoras de traumas y traumatismos. No es sorprendente por tanto que las encontremos en la etiología de los problemas de salud en la mayor parte de las poblaciones. Y es entre los agricultores donde tienen una atención todavía mayor, porque a través de la pérdida de las cosechas y la hambruna asecha más la muerte y, previamente, muchas formas de perjuicios para el ser humano en sus dimensiones tanto biológica como psicológica, pero también social y metafísica. Por esta razón examinaré el tríptico hombre-tiempo-salud mediante los registros indisociables del daño, la salud y el infortunio. Aquí analizaremos esta relación familiar y esencial que une al hombre y al tiempo entre los purépechas2 de la zona montañosa llamada sierra tarasca en el estado de Michoacán.3 Como desde hace varios siglos han subsistido de una agricultura acondicionada por el relieve y por el clima, sus referencias a los elementos son omnipresentes y determinan todos los aspectos de la vida, en particular lo relacionado con la salud. El frío, el viento, el calor forman parte de las marcas ineludibles de la enfermedad, así como el granizo, las heladas y la tormenta lo son de la desgracia. Me propongo analizar estas correlaciones clima-salud a través dos nociones fundamentales en la medicina tradicional purépecha (presentes en muchos otros pueblos): la de equilibrio y la de castigo. Después de presentar en un primer momento el clima y las referencias identitarias que éste determina, me ocuparé de la noción de ruptura de equilibrio siguiendo a lo largo del año las estaciones y sus consecuencias sobre la salud. Por último, reduciendo más aún el campo de observación, enfocaré este estudio hacia los fenómenos meteorológicos cuya extremosa violencia provoca un miedo visceral que se expresa culturalmente mediante la idea de castigo infligido por los dioses o por los santos.
CLIMA E IDENTIDAD
3Los purépechas viven al noroeste del estado de Michoacán (mapas 13a y 13b) en una zona que tiene la peculiaridad de inscribirse en una sierra de volcanismo reciente4 y en un clima regional caracterizado por la alternancia de dos temporadas:5 la temporada de lluvias (“tiempo de aguas”: eménda,6 janíntskuarhu) con precipitaciones frecuentemente violentas, meses calurosos y días largos, y la temporada seca (“tiempo de secas”, “cuaresma”: kuarésma) con escasas precipitaciones (menos de 5 % del total anual) (Reyna Trujillo, 1971: 45), meses fríos y días cortos. En la mayor parte de esta región, esas dos temporadas tienen una duración aproximadamente equivalente (la temporada seca dura de diciembre a mayo); según Labat (1988: 34), la temporada de lluvias sería más corta para las alturas superiores a 2 500 m. Durante los meses secos, la temperatura va bajando hasta (diciembre-enero) el mes más frío del año, antes de volver a elevarse paulatinamente para llegar a su máximo en el mes de (mayo-junio). El frío y la falta de humedad atmosférica determinan durante este periodo unas variaciones bastante importantes,7 aunque las temperaturas no lleguen nunca a ser extremosas (Labat, 1988: 36).
Mapa 13ª. Localización del estado de Michoacán

Mapa 13b. Estado de Michoacán y colindancias

Mapa 13c. Localización de las diferentes zonas del área purépecha

Fuentes de los mapas 13a, b y c: Caballero, 1982; LabatJ.-N., 1985, Trace, 8: 36-45; Motte-Florac, 1988; Reyna Trujillo, 1971; Reyna Trujillo el al., 1971; Sierra Morales, 1973; West, 1949, Cultural Geography of the Modern Tarascan area, 7, Washington, Smithsonian Institute.
4En general, el área ocupada por los purépechas se subdivide en tres subregiones (mapa 13c): la zona del lago de Pátzcuaro, la sierra tarasca y la cañada de los Once Pueblos. La sierra tarasca, también llamada meseta tarasca o sierra purépecha, no tiene una delimitación unánimemente adoptada. A veces se ve reducida a la Tierra Fría8 (a menudo llamada “verdadera” sierra tarasca), es decir una zona de relieve elevado9 (mapa 14, página 482), cuyos rasgos climáticos más relevantes son: promedios anuales de temperatura bastante bajos (mapa 15, página 482), desde 14-16° C a 2 000 m de altura hasta menos de 12° C entre 2 500 y 3 000 m de altura, y con numerosos días de heladas en el año (mapa 16, página 483), o sea en promedio entre 120 y 180 cada año. Para otros, los límites de la sierra tarasca incluyen -parcial o totalmente- la Tierra Templada, zona entre los 500 y 1 500 m de altura, ubicada al borde de la “verdadera” sierra, y que se opone a ella por la ausencia casi total de heladas y una mayor cantidad de lluvias (mapa 17, página 483). La denominación de Tierra Templada no aparece en el discurso de los purépechas que viven en la Tierra Fría (donde se realizó el trabajo de campo;10 mapa 13c, página 484). Viene en su mayor parte asimilada a la Tierra Caliente (o Tierras Calientes, o a veces Tierras Bajas) que llaman jurhío: “lugar de Sol”; por lo tanto, en lo que sigue la sierra tarasca tendrá valor de Tierra Fría. Como su apelación lo indica, la Tierra Caliente tiene promedios anuales de temperaturas más elevados y lluvias menos abundantes (mapas 15 y 17, páginas 486 y 487).
Mapa 14. El relieve

Mapa 15. Temperaturas anuales promedio [° С]

Mapa 16. Oías de helada (promedio anual)

Mapa 17. Precipitaciones anuales (promedio)

5A esas condiciones climáticas bastante contrastadas corresponden medios ambientes naturales con recursos específicos y, por consiguiente, sistemas económicos distintos.
6–La Tierra Fría está cubierta de bosques (de encinos y pinos, y arriba de los 2 700-2 800 m de altura, de oyameles) roturados para dejar lugar a milpas pequeñas y empinadas debido al relieve, que no se pueden cultivar sino de modo tradicional, salvo en los valles. La única temporada de lluvias y la ausencia de red hidrográfica imponen la práctica de una agricultura de temporal y no autorizan sino una sola cosecha cada año. A fin de cuentas, numerosas plantas alimenticias o de interés económico no pueden aguantar las temperaturas frías que prevalecen durante gran parte del año. Sólo unos cuantos cultivos alimenticios pueden soportar estas desfavorables condiciones. En las milpas, el maíz11 -a veces en asociación con el frijol- o el trigo (impuesto por los españoles para pagar el tributo a la corona, pero siempre cultivado en pequeña cantidad y en las tierras más pobres) tienen bajos rendimientos.12 En el solar (ekuárhu) se plantan siempre en asociación maíz y diversas plantas alimenticias: pimientas, alegría (pári: Amaranthus paniculatus var. Leucocarpus Saff., Amaranthaceae), varias cucurbitáceas como las calabacitas, los chilacayotes (tikátsi: Cucurbita ficifolia Bouché), los chayotes (apúpu: Sechium edule Swarz), etcétera.
7–En Tierra Templada el muy bajo número de heladas permite producir el aguacate. Verdadera fiebre agrícola (Linck y Santana, 1988) que empezó a fines de los años sesenta para alcanzar su máximo alrededor de fines de los años setenta, este cultivo se difundió con la rapidez y la fuerza de una epidemia, lo que provocó deforestación y reconversión de numerosas milpas. Esta fuente de prosperidad ocasiona la envidia de los habitantes de la Tierra Fría.
8–Por último, el calor y la abundante red hidrográfica confieren a la Tierra Caliente una fertilidad envidiable. Estas tierras fueron colonizadas muy pronto por los españoles, lo que provocó el repliegue de una parte de las poblaciones indígenas hacia tierras accidentadas demasiado pobres para ser codiciadas como la Tierra Fría. Las difíciles condiciones climáticas de esta sierra nunca permitieron más que una economía de autosubsistencia. Pero en los últimos decenios la situación se tornó realmente crítica. El cambio en el sistema de tenencia de la tierra, tema extremadamente conflictivo entre las comunidades indígenas tanto a nivel individual como a nivel colectivo, y una demografía elevada tuvieron como corolario una inevitable disminución de las superficies disponibles para cada familia. De tal situación resultan producciones generalmente insuficientes; de complemento que eran, las diversas producciones secundarias13 (colecta de la madera, de la resina, cría familiar de animales, producción y venta de artesanía, cosecha -y eventualmente venta-de productos alimenticios y medicinales, etc. [Motte-Florac y Labat, 1994]) con frecuencia son ahora la fuente principal de ingresos. Pero aquí también la naturaleza se va empobreciendo y ya no puede satisfacer las necesidades de todos; se hace necesaria una emigración temporal. Cuando los movimientos no se hacen hacia los Estados Unidos, se orientan hacia las grandes plantaciones (caña de azúcar, policultivo) de la Tierra Caliente, ubicadas a unos cuantos kilómetros solamente. Tales movimientos desde la Tierra Fría hacia la Tierra Caliente con sus abundantes producciones agrícolas son ya antiguos. En efecto, a través de los siglos, numerosas epidemias devastaron la Tierra Caliente ya que la prosperidad que procura calor y presencia de agua tiene, como contraparte, una abundancia de animales ponzoñosos, insectos y parásitos variados, vectores de enfermedades (paludismo, ricketsiasis, diversas dermatosis, numerosas enfermedades digestivas, etc.) y de muerte. El considerable número de decesos por esas epidemias (incluso pueblos enteros se han visto a veces aniquilados) ha provocado la utilización esporádica de una mano de obra procedente de la sierra (con instalación definitiva en algunos casos) (Aguirre Beltrán, 1952: 245-247). Las mediocres condiciones de salud de esas tierras calientes y húmedas, “donde la enfermedad y las fiebres son temibles”, siempre se han opuesto a la salubridad de la sierra, en la cual, sin embargo, la enfermedad está presente. La población de la sierra también ha sido diezmada por grandes epidemias; pero es cierto que tampoco se observan muchas afecciones (paludismo, difteria, tétanos, mal del pinto, bocio, etc.) -o, cuando mucho, son muy raras- ni se encuentra gran número de insectos y animales ponzoñosos. Durante mucho tiempo, el aislamiento de la sierra ha sido tal que gran parte de sus habitantes no sabían de estas “pestilencias” de la Tierra Caliente, sino a través de las narraciones de las pocas personas (como los arrieros) que tenían que radicar allá por algún tiempo y de las enfermedades de difícil curación con las cuales regresaban. Entre estas últimas, las que más marcaron la memoria colectiva fueron el paludismo (“fríos”: manárakua), que provocaba por lo general la muerte de esos viajeros, y las terribles fiebres (“alenturas”: jurhéri). De éstas se decía que se debían a la comida local: además de mala, la gente “por maldad” la presentaba frecuentemente ya alterada. La ampliación de la red de ferrocarriles mexicanos tuvo como consecuencia alguna apertura en la sierra, gran proveedora de madera para los durmientes. Las personas de edad dicen que desde entonces las idas y vueltas se han multiplicado y algunas de las plagas de la Tierra Caliente hicieron su aparición en la sierra, como los “arlomos” (gorupos amarillos y luminosos, de patas cortas, que viven en la tierra) que provocan dermatosis. En los últimos decenios, la circulación adquirió una gran magnitud y muchos son los que acuden a la Tierra Caliente como trabajadores estacionales. Cuando finalizan sus estancias allá y regresan a su casa, alaban en su discurso el clima agradable y “sano” de la Tierra Fría. Esta ventaja de la sierra permite compensar en algo la intolerable desigualdad entre dos zonas tan cercanas y limitar lo atractivo14 de tierras con alto rendimiento que siguen fuera del alcance de muchos.
9Por otra parte, a finales de los años ochenta, el carácter “salubre” de la sierra se vio todavía acentuado con el problema del cólera. Se consideró que había sido poco afectada en comparación con otras regiones, en particular la del lago de Pátzcuaro, como lo subrayaba la presidenta de la omip (Organización de Médicos Indígenas Purépechas) en una intervención oral en el Tercer Congreso Internacional de Etnobiología (México, 1992). Tierra sana, la sierra se distingue no solamente de las tierras calientes, sino también de otras zonas cuyo clima y cuya cultura son comparables con los suyos.
10Este deslinde respecto al “otro” en el campo de la salud no es más que el reflejo de una situación de marginación mucho más general. En efecto, la denominación de Tierra Fría, a través de su referencia al clima, es testimonio de la existencia de un lugar aparte. Las dilicultades e una cotidianidad tributaria del frío y de las incertidumbres del tiempo encuentran su compensación en una protección contra la enfermedad y contra los invasores que esta tierra poco fértil no atrae. El clima contribuyó entonces a hacer de la sierra una tierra de refugio para gran parte de la población purépecha durante la Conquista. Por mucho tiempo se quedó aislada, fuera de los contactos con los españoles primero y luego con los mestizos. A través del tiempo, se convirtió en uno de los últimos y más resistentes baluartes conservadores del idioma y de la cultura purépecha, con sus deseos y sus aspiraciones. La identidad sanitaria que determina el clima refleja un problema identitario15 más general, al mismo tiempo antiguo (con raíces muy anteriores a la Conquista), profundamente complejo16 (ya que la pertenencia implica también la oposición)17 y paradójico (al mismo tiempo rechazo y atracción hacia el otro, reivindicaciones de autonomía e inclinación hacia ciertas ventajas de una integración nacional).
ESTACIONES Y EQUILIBRIO
11Según los purépechas, no se puede concebir la salud sin el equilibrio (noción común a las medicinas llamadas tradicionales). Su mito que cuenta la creación del mundo (Boyd, 1969: 2-5) describe el paso del caos hacia la armonía, es decir hacia la dualidad (ya que sin dualidad no uede existir el equilibrio y la armonía todavía no se crea). La primera dualidad se manifiesta en la pareja al mismo tiempo divina y tangible de Tata Jurhíata (Padre Sol) y Naná Kutsí(Dama Luna) que resume en ellos los grandes principios de vida y de muerte (Sol-día-caliente-masculino-seco/Luna-noche-frío-femenino-acuoso). De sus amores nacerá una numerosa descendencia: dioses, astros, naturaleza, animales, hombres. Ya que nacidos durante la fase principiante de la armonía al salir del caos, dioses y hombres mezclan su dualidad en una interdependencia estrecha que se traduce en las imágenes reflejadas del macrocosmos (presencia tangible de los dioses) y del microcosmos (presencia tangible del hombre). Por esta razón cualquier desequilibrio (sea por exceso o por carencia) en uno de esos universos acarrea el peligro del regreso al caos original, a la no-vida y acarrea consigo el otro mundo. Por lo tanto hay que rectificarlo rápidamente para volver a encontrar el equilibrio armonioso que debe regir en cualquier forma dual de la creación. Día y noche, calor y frío, deben sucederse, sin ruptura. Encontramos aquí unos de los principios fundamentales o sea el respeto de una alternación o de un equilibrio entre “caliente” (jorhépiti) y “frío” (ts'irápiti), justo medio que indica un cuerpo en plena salud (ni ardiente con fiebre ni frío como un cadáver). Más allá del sencillo nivel físico o biológico, el equilibrio “caliente/frío” es también simbólico.18 Por lo tanto, las cualidades “caliente” o “frío” se atribuyen a todos los elementos del mundo temporal (astros, plantas, alimentos, enfermedades, etc.) siguiendo criterios esencialmente metafóricos, morfológicos, organolépticos, etc. Los valores térmico, simbólico, sobrenatural, son definitivamente siameses y se les debe manejar como tales para evitar cualquier ruptura que determina la enfermedad. Por eso mismo se le presta mucha atención a todo lo que, al mezclar calor y “caliente”, baja temperatura y “frío”, podría er fuente de desequilibrio sea entre las diferentes partes del cuerpo (lo “caliente”, capaz de desplazarse dentro del organismo,19 y lo “frío”, capaz de insinuarse en alguna de sus partes), sea entre este último y el medio ambiente. Así es como el tiempo interviene en un gran número de desequilibrios cuya evolución sigue la de las estaciones.
12–La temporada seca es un periodo de vida más lenta para la naturaleza, en el transcurso de la cual plantas, animales y hombres tienen que padecer sequía y muy bajas temperaturas (sobre todo cuando empieza). De ahí resulta la aparición de numerosos síndromes.20 Cuando inicia la temporada, tanto el frío como las variaciones de temperatura más pronunciadas generan graves problemas broncopulmonares: anginas (karápchakua), bronquitis (tipáchani), pulmonía (neumonía). Sin embargo, el frío no es el único problema en este periodo; otros factores intervienen en forma no despreciable, aun cuando la población no los tome en cuenta y siga atribuyendo al “frío” la mayoría de las patologías. Eso pasa con el abastecimiento de agua, uno de los problemas más importantes en los pueblos de la sierra como lo señalan todos los trabajos (Aguirre Beltrán, 1952; Beals, 1973; Castile, 1974, etc.). Su racionamiento es tal que las condiciones de higiene son particularmente deficientes y favorecen el desarrollo de numerosos padecimientos. Las disenterías (“osiciones” iurhíri iáskua) son frecuentes (Beals, 1973: 204) y difíciles de curar, así como algunas dermatosis. Por otra parte, la ausencia de la mayoría de los productos frescos -quelites (xakua), frutas, etc.- perjudica la alimentación que se hace monótona, mal balanceada y pobre n vitaminas. La población mal alimentada resiste menos las enfermedades y sus consecuencias; las epidemias se propagan, por ejemplo la de sarampión (uach'árhikua), de la cual Beals (1973: 205) escribe que es común durante el mes de marzo. Para la población conservar una buena salud durante este periodo de bajas temperaturas implica una mejor atención hacia todo lo que podría provocar un exceso de “frío” (así, se trata de no comer demasiados alimentos de esta categoría) o todo lo que podría ocasionar un cambio “caliente/frío”, demasiado brutal o demasiado intenso (no hay que salir rápidamente después de haber permanecido mucho tiempo cerca del fuego; no hay que lavarse el cabello los días de mucho frío; no hay que bañarse después de haber comido alimentos “fríos” ni si la temperatura es baja, etc.). Si a pesar de todo llega a romperse el equilibrio, se cura rápidamente la enfermedad compensándola con productos “calientes”. El carácter antagónico de cualquier tratamiento es particularmente patente para las enfermedades “dobles”, como esas toses o esas diarreas “de calor” o “de frío”21 que se curan en forma simétrica.
13Al final de la temporada seca, cuando la temperatura tiende a alcanzar su máximo (más aún cuando el tiempo de lluvias se atrasa), las precauciones se invierten en el transcurso del día. Conviene evitar los excesos de calor. Así, después de haber trabajado mucho tiempo al Sol, se aconseja tomar un té de plantas “frías” para templar el calor del cuerpo. La escasez de agua que llega a su máximo en esta época y las condiciones particularmente difíciles (aún más cuando el periodo de mala alimentación ha sido largo) favorecen la propagación de enfermedades contagiosas. Registros de principios del siglo demuestran que las grandes epidemias, como las de “viruelas” (kuaróxikua) y de “tifo” (terétsikua), aparecen a menudo en abril-mayo (Motte-Florac, 1998a).
14–Por el contrario, la temporada de lluvias, caliente y húmeda, es un periodo clemente donde la naturaleza es pródiga y da el indispensable maíz. Los equilibrios - “caliente/frío”, primordial, y seco/húmedo, secundario-22 se armonizan; el calor ambiente compensa el “frío” de la lluvia. Caliente y húmedo, el tiempo reproduce los “humores” que definen un organismo sano. Katz (1992) subraya la relación establecida entre lo “caliente y húmedo” y la fertilidad (para los mixtecos, el cocimiento en el agua o al vapor simboliza la fecundidad). En oposición a la temporada seca, el cuerpo no está debilitado por los malos “humores” (frío y seco) de la atmósfera. Es cierto que el hombre, al disponer nuevamente de agua y de una alimentación variada, resiste mejor las enfermedades. Se entiende entonces por qué se considera que las enfermedades contraídas durante este periodo del año son, la mayoría de las veces, benignas y que no pueden volverse peligrosas sino por falta de cuidado. A lo largo de esta estación, se invoca frecuentemente el descuido como causa de las enfermedades. En realidad, uno se enferma cuando no toma ninguna precaución (en particular para moderar el “frío” de la lluvia cuando ningún calor ambiente viene a compensarlo) o cuando no cura de inmediato una diarrea o una tos. Esta última es frecuente (aun si las enfermedades broncopulmonares no son las más frecuentes en este periodo)23 debido a las caminatas bajo la lluvia. Cuando se trata de niños, la mayoría de las veces se responsabiliza a la madre; se la acusa de no haber curado la enfermedad cuando aparecieron los primeros síntomas.
15–Sin embargo, durante este periodo fasto unos cuantos días son temidos; se trata de los días de la “canícula”, sequía intraestival de duración variable, que aparece (salvo en los años particularmente lluviosos en los que no se presenta) a la mitad de la temporada de lluvias (entre el 5-20 de julio y el 22-25 de agosto). Esos días de ausencia de lluvia entre dos periodos de precipitaciones máximas24 se viven como un periodo particularmente nefasto ya que representan una ruptura brutal en un contexto favorable. Se dice que, como no hay lluvia para templar el calor, “es puro fogazo”. El desequilibrio es tal que el conjunto de la población se ve afectado: “durante la canícula se siente novedades”. También de esos días se dice que los tres primeros son los más temibles y que los efectos persisten todavía varios días después de que las lluvias hayan regresado. Las personas más afectadas son aquellas cuyo estado de salud es malo o frágil (criaturas, recién paridas, convalecientes, etc.). Es necesario vigilarlos con mayor cuidado ya que “las cortaduras no se cierran, las llagas no se curan, los enfermos corren el riesgo de morir”. También por la ausencia de cualquier elemento moderador del calor externo, hay que dedicar un cuidado muy particular a las mujeres embarazadas (“alientes” por la presencia del feto). En el transcurso de este periodo, las condiciones se asemejan a las del fin de la temporada seca, cuando las lluvias tardan en llegar, pero se perciben como mucho más peligrosas. La prudencia es indispensable. Más que nunca se tiene cuidado en no dejar a los niños chiquitos demasiado tiempo al Sol, ya que podrían padecer de “empacho de calor” (k'únchini), en no sentarse sobre una piedra calentada por el Sol para evitar las almorranas (charhás petákua), en no acentuar el desequilibrio hacia lo “caliente” evitando el consumo inmoderado de alimentos “calientes”, las emociones fuertes (cólera, miedo, que provocan exceso de calor), etc.; los hombres se abstienen de trabajar demasiado al Sol para no ser víctimas del “mal de orín”, etc. Sin embargo, el número de patologías “calientes” que requieren un cuidado particular durante la canícula es limitado, en comparación con el número muy elevado de enfermedades “frías” de las que hay que prote gerse durante la temporada seca (las características climáticas de la Tierra Fría tienen, por cierto, mucho que ver con esta desproporción); caída, irritación de la piel, aborto, problemas de posparto, miedo, fracturas, epilepsia, “dolores de estómago”, cólicos, diarreas, vómitos, ursuelas, etc., vienen generalmente expresados en términos de “frío”.
16Existe una confusa asimilación entre este “frío” y los “aires” (tarhéata: aire o viento). Sin embargo, estos “aires” son entidades profundamente complejas que traducen bien el misterio del frío y del viento, realidades invisibles sólo aparentes a través de sus consecuencias. Su complejidad tiene que ver al mismo tiempo con la forma de percibirlos (los dos principios del frío y del ser inmaterial se interpenetran) y con su carácter híbrido25 -íntima fusión entre conceptos prehispánicos e hispánicos, que dieron lugar después a numerosas transformaciones, integraciones, innovaciones (Motte-Florac, 1995). En consecuencia, tales “aires” pueden referirse también a entidades materiales (frío, corriente de aire, viento, emanaciones diversas, etc.) como a seres invisibles con representaciones muy variables (dioses, espíritus, manes, almas del purgatorio, etc.) que comparten algunos rasgos con los humanos (deseo de venganza, sensibilidad al elogio, atracción hacia los alimentos, etc.), aunque pertenezcan al mundo sobrenatural. Cualquiera que sea su naturaleza, se dice que pueden introducirse en el cuerpo por todos los orificios naturales (boca, nariz, etc.) o patológicos (llagas) o también durante una inyección o una intervención quirúrgica. En tales casos acarrean enfermedades (“frías”, por supuesto) que se curarán por procedimientos de los cuales se dice que calientan el cuerpo al mismo tiempo que evacuan los “aires” que lo penetraron (su salida se acompaña frecuentemente con un ruido). Los masajes, las torsiones, las ventosas, los empachos, las fricciones, los tés, etc. que intervienen utilizan siempre productos (esencialmente vegetales) “calientes” (Motte-Florac, 1995) y vienen complementados por una dieta adecuada (Motte-Florac, 1996). La posición de los “aires” al límite entre los campos de lo biológico, de lo simbólico y de lo sobrenatural les permite ingresar al universo de la patología en varios niveles (Motte-Florac, 1994), en particular a través del desequilibrio que acabamos de ver y del castigo que vamos a considerar.
ELEMENTOS Y CASTIGO
17Como para la mayoría de las poblaciones cuya sobrevivencia se relaciona con el trabajo de la tierra y con una única cosecha anual, la existencia de los purépechas está subordinada a la regularidad de los ciclos estacionales y a la expresión moderada de los fenómenos atmosféricos. Cualquier exceso que afecte la normalidad hipoteca gravemente las cosechas y, más allá, la salud. La violencia del tiempo con sus dramáticas consecuencias, por ser imprevisibles, potentes e incontrolables, se interpreta como un castigo, como una expresión de la ira celeste. En los tiempos prehispánicos, ya estaba presente la noción de castigo divino y era la que, según Somolinos d'Ardois (1965), se había extendido más en la ideología de las poblaciones del centro de México. El pecado podía ser alguna transgresión de los deberes religiosos (negación de limosnas y de ofrendas, ausencia a las ceremonias, ruptura de ayuno, etc.) como también alguna infracción al código social vigente. La existencia de dioses vengadores, cuya ira era de temer, constituía para los gobiernos, al mismo tiempo espirituales y temporales, un poderoso sistema de control (como ocurre en muchas otras partes del mundo). Esta concepción era tal, como lo recuerda Aguirre Beltrán (1947), que el enfermo se percibía como un pecador y representaba una perturbación religiosa y social para el buen funcionamiento del grupo. Tiempo después, este castigo divino tomó nuevas fuerzas en la fe de los conquistadores: “[…] Dios omnipotente, gracias a Su poder, castiga a los enemigos de los justos con inundaciones, granizo y lluvia, y de Su mano es imposible escapar […]” (Agobardo de Lión, “Liber de grandine et tronilus”, en P. L., CIV, cols. 151-152, citado por Cardini, 1982: 235).
DIOSES Y SANTOS
18Entre las poblaciones precortesianas del Altiplano Central de México (con los cuales los purépechas compartían muchos rasgos culturales) el sentimiento religioso se expresó muy temprano, según Martínez Cortés (1965: 57) a través del culto a la fertilidad con los dioses de la lluvia, del viento, del agua. Para los aztecas, estos mismos dioses (respectivamente Tláloc, Ehécatl, Chalchiuhtlicue) y otros seres sobrenaturales (como los Tlaloque26 para la lluvia y los Ehecame para el viento) tenían todos el poder de castigar a los pecadores, ya sea que su falta fuera un delito ritual, una mala conducta moral o una ofensa “personal” (como por ejemplo aventurarse en los montes, las cuevas o los manantiales, sus lugares de residencia). Airado, el dios de la lluvia provocaba sequía, ahogamiento o también diversas enfermedades como gota de las manos o de los pies, o de cualquier parte del cuerpo, tullimiento de algún miembro o de todo el cuerpo, envaramiento del pescuezo o de otra parte del cuerpo, encogimiento de algún miembro o el pararse yerto… (Sahagún, lib. 1, cap. XXI, 1969, 1: 72).27 Dioses y divinidades del viento,28 del agua y de los montes eran considerados responsables de castigos semejantes (Viesca Treviño, 1986: 80-81). Pero todos tenían también el poder de curar las afecciones que causaban, a cambio de ofrendas llevadas a sus lugares de residencia o de festividades realizadas en su honor. Es probable que divinidades parecidas hayan pertenecido al panteón purépecha;29 como lo recalca Carrasco (1976: 31) “[…] La religión indígena antes de la conquista estaba basada en el culto a dioses que representaban los diferentes elementos naturales […]”. Las informaciones disponibles son poco abundantes, pero se sabe que los Anganmucuracha, divinidades de los bosques, vivían como las divinidades aztecas en cuevas, montes, barrancas (Sepúlveda, 1988: 32), con lo cual se otorgaba a dichos lugares un carácter sagrado y peligroso.
19Desde su llegada, los religiosos españoles se empeñaron en combatir o en esconder celosamente las creencias locales. Los santos, tiránicamente impuestos o introducidos con astuta estrategia, sustituyeron a las divinidades (como ya lo habían hecho muchos siglos antes en todos los países cristianizados en la cuenca del Mediterráneo). Por lo tanto, desde fines del siglo xvii, los ritos destinados a las divinidades eran ya desnaturalizados, así como había sido modificado el panorama etiológico de las enfermedades; el terapeuta hacía referencia a la ira de Dios Nuestro Señor o de la santísima virgen (Martínez Cortés, 1965: 50). En la actualidad todavía, daños, enfermedades e infortunios se perciben muchas veces como castigos mandados por Dios (así pasa en particular con las grandes epidemias). Pueden ser considerados responsables la virgen María o todos aquellos santos (santo patrono de la persona, de la familia, del oficio, del barrio, del pueblo, etc.), cuya cantidad recuerda la abundancia de las divinidades de antaño que sustituyeron o con las cuales se confundieron; pero, en este caso, se trata de creencias escasas e individuales. En efecto, se solicita más bien a los santos para las curaciones, y a los espíritus malos, a los “aires”, se les considera como responsables de enfermedades. Esta disociación entre los que infligen el castigo y los que lo borran resulta probablemente del choque que provocó la Conquista y que hizo estrellar la ambivalencia de las deidades prehispánicas en dos entidades perpetuamente opuestas. Su aspecto beneficioso ha sido atribuido a los santos, y su aspecto maléfico a los diablos. Pero cuando todas las divinidades prehispánicas se veían sin discriminación y en forma global convertidas en diablos por los españoles, algunas de ellas (dioses del viento, de la lluvia y de los montes, así como otras divinidades generalmente asociadas con ellos) se veían cambiadas en “aires”30 (Motte-Florac, 1995). Volvemos a encontrar esta asimilación en las nociones intercambiables de “aires” y de espíritus malos. Sin embargo, estos espíritus malos heredaron de las divinidades prehispánicas, de las cuales proceden, nombres diferentes y particularidades que los distinguen: los p'itsúkurekata corresponden al antiguo dios de los bosques que residía en los montes, en las cuevas, en las barrancas (Velásquez Gallardo, 1947: 85); los mirí ua31 son espíritus que se manifiestan por un aire muy tenue y los tsúmbatsi, espíritus muy fríos que viven en las cuevas y se materializan en forma de luz, brasa, llama -lo que hace recordar que el dios más importante era Curicaueri “El Gran Fuego” (Motte-Florac, 1998a).
20Es interesante observar que dichos “aires”, mezcla de divinidades prehispánicas y de conceptos introducidos por los españoles, están evolucionando entre los purépechas en forma diferente según las enfermedades que se les atribuye. Algunos “aires” son considerados responsables de las enfermedades relacionadas con el “frío” (parecidas a las que mandaban antes los dioses de la lluvia, del viento y de los montes). Ya que estas afecciones pueden ser curadas por los médicos “modernos”, los “aires” responsables tienden poco a poco a ser asimilados con el “frío” y, a pesar de los valores metafóricos de esta cualidad, se observa una evolución cada vez más notable hacia la interpretación “biológica”. A otros “aires” se les atribuyen enfermedades “tradicionales” (que nadie puede curar sino los terapeutas tradicionales) como la “pérdida del espíritu”;32 por esta razón se les sigue considerando malos espíritus (Motte-Florac, 1995).
ENFERMEDADES Y CALAMIDADES
21Para los purépechas, la etiología del pecado se quedó particularmente presente para las manifestaciones de envergadura (grandes epidemias y plagas). Si bien las primeras se presentan menos que antaño, las calamidades siguen idénticas. Lluvias diluvianas que inundan las milpas y se llevan los cultivos, tormentas de viento que levantan la tierra y arrancan las matas, retrasos en la llegada de la temporada de lluvias, sequía, epidemias de parásitos y patologías diversas, comprometen las cosechas y dejan una parte de la población en la necesidad, abriendo el paso a las afecciones. Esas catástrofes son inevitablemente “coraje de Dios”, “castigo de Dios”. Pero, compartido por una gran parte de la población, el sentimiento de culpabilidad se hace carga colectiva y más fácil de llevar para cada individuo. Observemos sin embargo que en unos casos (poco frecuentes) una sola persona lleva la culpa. Así pasa por ejemplo en Sicuicho, donde se dice que si alguien azota la estatua de Jesús33 que se encuentra en la iglesia, debajo de la estatua a caballo del santo Santiago (santo patrono del pueblo), eso provoca de inmediato una tormenta impresionante. Varios testimonios están todavía presentes en la memoria colectiva, y cada vez un niño travieso había sido el culpable. Carrasco (1970: 272) relata hechos semejantes con ídolos (t'arés), estatuas de piedra que representan deidades prehispánicas que algunas personas conservan en sus casas o en sus milpas; el hecho de golpearlas genera tormentas violentas.
22El sentimiento de culpabilidad resulta más pesado cuando el castigo afecta únicamente a unas cuantas personas, como es el caso en que las heladas (iauákua) o el granizo (xanóuata) perjudican las cosechas; en este caso, ocurre la mayoría de las veces que sólo unas milpas se ven tocadas. En la sierra se dice que el granizo o la helada azotan “como por lista”, para tocar solamente a los que han pecado. Obviamente los deterioros más temidos son los que afectan el maíz, base de la alimentación. Por esta razón el pecado se considera siempre en estrecha relación con el grano preciado, sagrado. Se considera falta el hecho de haber tirado o desperdiciado maíz, de haberse negado a venderlo o de haberlo vendido a un precio demasiado elevado, de no haber ofrecido las primicias a la iglesia o de no haber pagado el “diezmo” (contribución cuya evaluación se deja actualmente al juicio de cada uno) a la iglesia durante la cosecha, etc. A la catástrofe que representa la pérdida misma de la cosecha viene a sumarse un terrible sentimiento de culpabilidad (de por sí generador de perturbaciones), empeorado todavía por la mirada reprobadora de los demás, ya que no faltan los comentarios para encontrar en los comportamientos de las víctimas miles de razones para tal castigo y la oportunidad viene en su punto para acordarse de una ofensa pasada. No puede haber castigo divino que no sea justo y merecido.
23Observemos que existe un término medio para este castigo: la advertencia divina. Así es como se percibe la helada incompleta de las matas de maíz.
24Por último, a veces el daño es individual. En este caso el enojo divino afecta a una sola persona, generalmente en su cuerpo, o a una sola familia a través de la pérdida de sus bienes. Entre esos daños, el caso del rayo34 (pirílakua) es particularmente interesante en la medida en que ha guardado un poco de la ambivalencia del dios de la lluvia. Para los aztecas, recibir el rayo, dedo divino, luminoso y aterrador, que enciende los árboles y mata a los animales y a los hombres, tenía como compensación el ser admitido de inmediato en el paraíso, el Tlalocan -pasaba lo mismo con los que morían ahogados o a consecuencia de una enfermedad infligida por Tláloc o una de las divinidades del agua (Soustelle, 1955: 135).35 Para los purépechas actuales, no hay otro paraíso que el de la iglesia católica, y el único consuelo de la familia es pensar que “cuando un cristiano muere de un rayo, Dios pone la lluvia en la cárcel”. La ambivalencia actual ya no se refiere a los muertos, sino a los vivos. En efecto, los que se salvan de tal experiencia son considerados seres aparte, algo locos o que gozan de “dotes” particulares, pero siempre diferentes de lo que eran antes (como lo recalcan Chevalier y Gheerbrant (1982: 766), “lo que baja del cielo en la tierra, es también la fertilidad del espíritu, la luz, las influencias espirituales”). Incluso se dice que antaño hubo quienes, después de esta experiencia, podían curar… “pero quién sabe si será cierto”. Esta información nos recuerda que en el estado de Morelos, los “graniceros” siguen siendo numerosos (Paulo Maya, 1989). Aparentemente, en la actualidad nadie ejerce tales funciones en la sierra y sólo Rojas González (1940) menciona entre los purépechas prehispánicos la presencia de “brujos ahuyentadores del granizo y de las malas nubes”.
25Como ya lo vimos, los dioses de la lluvia, del viento, de los montes, etc., podían castigar a los humanos con la violencia de los elementos, condiciones atmosféricas nefastas o también diversas enfermedades. Para los purépechas, la disyunción de las divinidades y la integración de sus poderes por mitad entre los santos y por mitad entre los diablos, la fusión de conceptos prehispánicos y españoles más o menos cercanos, la aparición de la medicina “moderna”, han debilitado mucho la noción de castigo en el registro de esas patologías. En el caso de los “aires” asimilados al “frío”, las afecciones se ven principalmente reducidas a un problema de desequilibrio, a una falta de prudencia. En cuanto a las enfermedades “tradicionales” provocadas por los espíritus malos (mirí ua y tsúmbatsï, cuyas relaciones con los “aires” ya hemos señalado) que extravían a la gente en el monte y los vuelven temporalmente locos, se interpretan raras veces como castigos; se dice más a menudo que esos espíritus actúan “por travesura”. La noción de castigo es más perceptible (aunque muy alterada) en el caso de los que amarran a los niños que se han dormido en el monte o que han cruzado un río (y que no han sido llamados por su nombre en el momento de la ida o del cruce). En esas situaciones de “pérdida del espíritu”, se sigue percibiendo la noción precolombina de castigo divino (Motte-Florac, 1998a).
PREVENCIÓN Y TERAPÉUTICA
26Sin tener acción directa sobre esas calamidades, el hombre puede tratar de limitarlas llevando una vida libre de “pecado”, intentando curarlos o, si a pesar de todo ocurren, dedicándose a alejarlos rápidamente mediante acciones colectivas o individuales, o de ambos tipos. Desde la época prehispánica tales acciones estriban en un sistema de reciprocidad36 hombre-divinidades, establecido bajo la mediación de los sacerdotes. A las fiestas (que implican el principio de las cargas), ofrendas y rezos deben corresponder lluvias, ausencia de catástrofes naturales, clima agradable.
27Entre todas las acciones colectivas, algunas se realizan en una fecha fija y regular, como la misa del 3 de mayo, Día de la Santísima Cruz. Hace algunos años todavía, esta misa se decía en la cumbre de un monte cercano (como el oratorio ubicado en el lugar más elevado del camino entre Sicuicho y Pamatácuaro), recordando que en los tiempos prehis-pánicos ahí se realizaban rituales37 en honor del dios de la lluvia para hacerla llegar. Según Villa Rojas (comunicación oral mencionada por Aranda Kilian, 1992: 20) “[…] En algunas regiones de Mesoamérica, en el mes de mayo se adoraba a una cruz y se le imploraba para que propiciara las lluvias; dichas cruces estaban asociadas a los cuatro vientos”. Fácilmente escondido atrás del símbolo compartido de la cruz, este culto propiciatorio para la llegada de las lluvias se vio transformado en una veneración de la Santa Cruz, signo de la omnipotencia divina; lo cual permitió conservar cierta relación con las cosechas ya que, en este día, se bendicen las cruces que serán colocadas en las milpas para alejar de ellas las calamidades. El valor propiciatorio para la llegada de las lluvias (fundamental en la fiesta prehispánica), ausente de estas festividades en honor a la Santa Cruz, fue reestablecida por la población en otra ceremonia cuya fecha es variable (pero siempre en el transcurso del mes de mayo). Se trata de una misa, pedida y pagada por la gente del pueblo, para que Dios les otorgue una buena temporada de lluvias. Si, a pesar de todo, la temporada de lluvias dilata en llegar, poniendo en peligro la cosecha, las efigies de la virgen, de Cristo, de san Isidro Labrador (santo patrono de los agricultores) o también del santo patrono del pueblo, se sacan en procesión38 hasta los campos, para que puedan darse cuenta de la extensión del desastre. El recorrido se acaba cerca de un ojo de agua donde todos comparten una gran comida. Muchas son las historias que cuentan los milagros, como por ejemplo el día en que una estatua de san Juan Bautista había sido traída hasta el manantial del pueblo (Pamatácuaro) y en que “baños”39 y preparativos de la comida habían sido bruscamente interrumpidos por una tormenta violenta que un cielo totalmente despejado no permitía prever.
28A nivel individual varias prácticas profilácticas se realizan, sea en forma permanente (se puede colocar en la milpa la cruz decorada, bendecida el día 3 de mayo), sea cuando el peligro aparece. Por esta razón es importante quedar atento por una parte a las fechas y por otra parte a los marcadores que anuncian la llegada inminente de la helada,40 del granizo,41 de una tormenta42 con el fin de realizar, en tiempo útil, alguna práctica preventiva. Así, cuando se quiere desviar una tormenta importante (siempre precedida por un viento violento) o el granizo, para que no atraviese su propia milpa, se pueden hacer señales de la cruz hacia los cuatro puntos cardinales con agua bendita, con cenizas o con palmas bendecidas en el Domingo de Ramos. Pero si ya llegó la tormenta, procede antes que nada protegerse a uno mismo y por eso, sin cesar y mientras uno va caminando, hay que recitar rezos según la creencia de cada quien (santa Bárbara se invoca a menudo).43 En el caso de quedar esos rezos sin efecto siendo la persona alcanzada por el rayo (sin que muera), se considera que es muy difícil curarla. La conmoción se trata con fricciones, masajes y, más tarde, con tés.
29Las únicas verdaderas enfermedades que se pueden evocar en el marco del castigo son, como ya lo vimos, las que, debidas a los espíritus, a los “aires”, se traducen en los niños por una “pérdida del espíritu”. Su tratamiento, basado principalmente en la llamada del enfermo por su nombre y en rezos, indica su carácter religioso antiguo. Pero su relación con los fenómenos meteorológicos, a través las divinidades que las provocaban, se hizo difícil de leer, escondida por una “diabolización” uniformizante que las asimila con otras afecciones patógenas más directamente “demoniacas” (Motte-Florac, 1998a). Estas enfermedades, como se mencionan cada vez menos en la sierra, permiten evocar el problema de la evolución cultural que se está produciendo. La escolarización, el acceso a los medios de comunicación, la inmigración temporal regular han empezado, hace varias décadas, a corroer en forma notable una cultura que el relieve y el clima habían contribuido, hasta entonces, a preservar. En estos últimos años el proceso se va acelerando, en particular a causa del mejoramiento de las vías de comunicación (el asfaltado de la carretera hasta Pamatácuaro se hizo en 1991-1992). Este acondicionamiento se tradujo rápidamente en cambios visibles -como la disminución notable del uso del rebozo o la desaparición de muchas trojes perfectamente adecuadas al clima- o de percepción menos inmediata. Es probable que la presencia de las antenas parabólicas que aparecieron a principios de los noventa (además de todos los demás cambios) tendrá rápidas repercusiones sobre lo dicho y lo hecho en relación con el tiempo, a pesar del profundo deseo de numerosos purépecha de la Tierra Fría de preservar sus raíces, su idioma, su cultura.
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Notes de bas de page
1 Laboratorio de Botánica, Fotoquímica y Micología, Facultad de Farmacia, Universidad de Montpellier-I, Laboratorio Praxiling del cnrs (umr 5267), Francia (mailto:elisabeth.florac@wanadoo.fr).
2 La denominación de “tarascos”, a menudo empleada en la literatura, no es del gusto de los interesados que le encuentran una connotacián peyorativa. Prefieren el vocablo “purépecha” que utilizan en su propio idioma (de tradición oral) para hablar de ellos mismos. Tanto el origen como el significado de ambos nombres han ocasionado numerosos e inagotables debates.
3 El presente artículo fue escrito para el 13° Congreso Internacional de Ciencias Antropológicas y Etnológicas (México, 1993) a partir de un trabajo de campo realizado en 1980 y 1993, y fue publicado en 1997, en Antropología del clima en el mundo hispanoamericano (M. Goloubi-noff et al. (eds.), Abya-Yala, Quito).
Por consiguiente el uso del presente se refiere a aquella época y no se toma en cuenta aquí la importante evolución que tuvo lugar en la sierra tarasca a lo largo de los 15 últimos años.
Por otra parte, algunos de los temas mencionados en estas páginas (entidades sobrenaturales y síndromes relacionados con ellas, cambios -en sus percepciones, representaciones y denominaciones- ocasionados por la llegada de los españoles, etc.) dieron lugar desde aquella fecha a varias publicaciones donde se profundizan más (cf. Motte-Florac, 1998b, 1998c, 1999, 2000, 2004, 2005).
4 Se trata del Sistema Montañoso Central o Eje Neovolcánico Transverso que atraviesa el centro de México de oriente a occidente.
5 Barrera Bassols (1988) menciona una nomenclatura más detallada de las estaciones: iaukua “época de heladas” (noviembre-febrero), karesma “tiempo de seca” (febrero-abril), hozta “temporada de calor” (abril-junio), emenda “época de lluvias” (junio-octubre), andaramantzikua (octubre-noviembre).
6 La escritura itálica permitirá, en todo el texto, ubicar las palabras del idioma purépecha. Fueron transcritas con base en el alfabeto en uso entre los maestros bilingües y los intelectuales purépechas (a, b, ch, ch', d, e, g, i, i, j, k, k', 1, m, n,?, o, p, p', r, rh, s, t, t', ts, ts', u, x).
7 La amplitud térmica anual nunca rebasa los 10° C, mientras la amplitud diaria rebasa los 14-15° C (Labat, 1988: 38).
8 Concepto de por sí sujeto a variaciones.
9 Los muy numerosos picos volcánicos, cuya altura puede rebasar los 3 000 m están separados por valles o depresiones que suelen ubicarse entre los 2 000 y 2 500 m de altura.
10 En su mayoría, los datos fueron recopilados entre 1980 y 1986. El año de 1981 (en el cual la presencia en el campo ha sido continua) constituye la lecha de referencia. Una última visita antes de la redacción de este artículo tuvo lugar en el verano de 1993.
11 Acerca del cultivo del maíz entre los purépechas, véase: Argueta et al, 1982; Cruz, 1982; Mapes et al., 1991.
12 Aproximadamente 800 kg por hectárea para el maíz y 650 kg por hectárea para el frijol (Solomieu, 1981: 26).
13 Acerca del uso de los diversos recursos biológicos de la naturaleza, véase Caballero y Toledo, 1978; Toledo, Caballero y Argueta, 1978; Toledo y Barrera, 1984; Caballero y Mapes, 1985.
14 El carácter atractivo de la Tierra Caliente es perceptible a través de varios detalles de la vida cotidiana. Así, por ejemplo, Velásquez Gallardo (1947: 86) mencionaba las frutas tropicales como unas de las ofrendas preteridas al dios de los bosques.
15 Este mismo problema de pertenencia es manifiesto en numerosas regiones de México. Véase por ejemplo el caso de la Huasteca (Lartigue, 1985).
16 Merece la pena consultar al respecto las obras de: Espin Díaz, 1986; Vázquez León, 1986; De la Peña et al., 1987; Musset, 1990; Pavageau, 1992.
17 Los pueblos de la sierra constituyen comunidades, “cada una siendo distinta y opuesta a las demás; aunque muy parecidas en su modo de vida, difieren por su idioma, su religión y más aún por su territorio; luchan para defender su herencia, siempre con el sentimiento de estar rodeadas por enemigos; este sentimiento intensifica la cohesión interna” (Pavageau, 1992: 49-50).
18 Por tal razón, refleja los fundamentos ideológicos de la sociedad (Madsen, 1955; Currier, 1966; Ingham, 1970; Foster, 1972, etcétera).
19 Así, quitar demasiado rápido los zapatos en los cuales se han calentado mucho los pies, desplaza el calor desde los pies hasta la boca, donde provoca fuegos o postemillas.
20 Según el médico pasante que realizó su servicio civil en la clínica de Pamatácuaro, las enfermedades tratadas durante la temporada seca de 1980-1981 son las siguientes por orden de frecuencias decrecientes: faringo-amigdalitis, bronquitis, gripe, amebiasis intestinales, varias parasitosis intestinales, piodermitis, sarna, gastro-enteritis, conjuntivitis, varias tiúas. La responsable del dispensario de las monjas, en el mismo pueblo, entregó resultados parecidos.
21 La tos “de calor” es particularmente seca con mucosidades amarillentas, mientras que en la tos “de frío” éstas son blancuzcas.
22 Como en la medicina de los humores de Hipócrates y Galeno, de la cual proceden esas nociones, según unos pocos, como Foster (1979), el debate sigue.
23 Tanto en la clínica civil como en el dispensario religioso de Pamatácuaro, las gastroenteritis llegan al primer lugar de las enfermedades en este periodo.
24 Según Labat (1988: 35), el primer máximo (julio) corresponde a una intensificación de los alisios y el segundo (septiembre), a la llegada de los ciclones tropicales.
25 Las relaciones establecidas entre “aires” y enfermedades son frecuentes en numerosas poblaciones. Según Herzlich y Pierret (1984: 136), “el aire y el clima son los primeros factores explicativos de la enfermedad”.
26 Para Martínez Cortés (1965: 57) los Tlaloque son la cuádruple representación de Tláloc, en relación con los cuatro puntos cardinales; para Musset (1991: 201) se trata de los compañeros del dios de la lluvia, en realidad “un mosaico heteróclito de pequeños dioses unidos por un tema mayor, el agua”.
27 Como lo recalca Martínez Cortés (1965: 57), muchas enlermedades en relación con los dioses del agua y del viento pueden corresponder a padecimientos reumáticos que afectan las articulaciones y los músculos. Observemos, por otra parte, que la mayoría de esos problemas presentan un carácter crónico difícil de curar.
28 Ehécatl, dios del viento, era una de las advocaciones de Quetzacóatl, la serpiente emplumada que tenía lama de curar todos los males y enfermedades.
29 Véase también: Velásquez Gallardo, 19-17; Corona Núñez, 1973; Sepúlveda y Herrera, 1988.
30 En España, los “aires” se asimilan también con manifestaciones del diablo.
31 Palabra que siginifica “el que engaña”.
32 Este “espíritu” también llamado “alma” procede del tonalli de los aztecas, al mismo tiempo “entidad anímica” ubicada en la cabeza, que tiene la posibilidad de separarse del cuerpo durante la vida (López Austin, 1989: 223-252) y “signo bajo el cual nació el paciente, y por lo tanto su suerte o su destino” (Soustelle, 1955: 223).
33 En 1993, esta estatua de Jesús fue retirada por el cura de la parroquia por estar, según su punto de vista, vinculada con prácticas demasiado alejadas de la religión.
34 Pasa lo mismo con la persona que un torbellino impetuoso arranca a los aires (llamado en purépecha akuïts janíkua “serpiente lluvia” (Velásquez Gallardo, 1978: 56)).
35 Sobre la continuidad de esas creencias en el Altiplano Central de México, véase Robichaux, supra.
36 Para Pavageau (1992: 44-45) “estos mecanismos de contraparte que practican los purépechas favorecen un sentimiento de espera y de reciprocidad: ventajas materiales llegarán a cambio de sacrificios, de donativos y de rezos. Este sentimiento de dependencia parece favorecer una actitud de fatalismo y de sumisión y moldear comportamientos políticos poco participativos”.
37 Entre los aztecas, las divinidades de la lluvia tenían tama de residir en la cumbre de los montes: Martínez Cortés (1965: 57); por esta razón, en este lugar se realizaban liestas en su honor. Según Carrasco (1970: 271), los purépechas dicen que en varias de las cumbres de la sierra se encuentran ídolos (estatuas de piedra que representan dioses prehispánicos).
38 Otras veces, en lugar de sacarlas en procesión las ponen “en la cárcel” (Pozas, 1962: 48).
39 El baño hacía parte de los rituales realizados en honor de las deidades del agua; se puede observar todavía en los “baños” practicados en el Domingo de Ramos una supervivencia de tal costumbre (Musset, 1991: 207). Es probablemente en este mareo que se inscribe la fiesta del “baño del niño Jesús” que se lleva a cabo en Tarécuato (mapa 1) cada Domingo de Ramos (Pavageau, 1992: 31-32).
40 Cuando varios coyotes vienen a aullar cerca de las habitaciones (y más aún si salió la Luna; Velásquez Gallardo, 1947: 103) va a caer una helada. Según Barthelemy y Meyer (1987: 14), pasa lo mismo si se observan círculos blancos alrededor de la Luna.
41 El aullido de coyotes agrupados anuncia el granizo. Para Barthelemy y Meyer (1987: 14), se dice lo mismo cuando los coyotes caminan mordiéndose la cola y corriendo como locos “para cansarse”.
42 v
43 Carrasco (1970: 269) menciona el rezo de invocación a santa Bárbara (a la que frecuente-mente se atribuye el rayo): “Santa Bárbara Doncella. Líbrame de tu rayo y de tu centella”.
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