El Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia en el siglo xix
p. 347-362
Résumé
The Gabinete de Antigüedades of the Real Academia de la Historia affronted in the nineteenth century very difficult circumstances for the Cultural Heritage of Spain, due to the Napoleonic War, the Mendizabal’s ‘Desamortizacion’ process and the destruction of monuments, in many occasions with the pretext of modernise towns or to do public works.
All the same, the Gabinete de Antigüedades prepared the “Real Cédula de 1803”, one of the first laws in Europe to protect the Cultural Heritage. It succeed also to save important monuments, as the Missorium of Theodosius, the gothic altar from the Monasterio de Piedra, and help to restore the well known Roman bridge of Alcántara. In 1830, the Gabinete planed a Real Museo de Antigüedades, which was later created as the Museo Arqueológico Nacional. It contributed also to organize the Comisiones de Monumentos, the Museos Provinciales and the Monumentos Nacionales, the Escuela de Diplomática and the Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios. As result of these activities, the Gabinete de Antigüedades must be considered the most important Spanish institution in the nineteenth century for Archaeology and Cultural Heritage till the legislative reform of 1911.
Texte intégral
1El Gabinete de Antigüedades forma parte de la Real Academia de la Historia – a partir de ahora abreviada en RAH –, fundada por Felipe V por Real Orden del 18 de Abril de1738 con el objetivo de impulsar y renovar los estudios sobre historia de España, tal como recogen sus Estatutos fundacionales1. El Gabinete de Antigüedades debe considerarse una institución de referencia en el panorama cultural de España, pues hasta principios del siglo xx ha sido el principal centro dedicado a la investigación y cuidado de las antigüedades2.
2Los gabinetes de antigüedades proceden de la evolución y especialización de los “gabinetes de maravillas”, que documentan la evolución de ideas y costumbres en Europa y la curiosidad instintiva del hombre por coleccionar cosas desconocidas y valiosas3. Esta costumbre, por influjo del humanismo, dio lugar a que, a partir del Renacimiento, se formaran “gabinetes de antigüedades”.
3Las colecciones españolas de origen anticuario, inspiradas en las colecciones renacentistas italianas, no son abundantes y en ellas predominaban monedas e inscripciones, más que esculturas, pero el triunfo de la Ilustración en España en el siglo xviii con la llegada de los Borbones supuso un auge del coleccionismo, fomentado desde la corona para estudiar artes y ciencias, siguiendo la tradición francesa, que suponía una profunda renovación formal y conceptual de los gabinetes de maravillas del Renacimiento, sustituidos por museos4. A imitación de la Corte de Francia, Felipe V en 1711 fundó un gabinete de monedas en la Real Biblioteca de su palacio, inspirado en el Cabinet des médailles de la Bibliothèque nationale de France, que conservaba las colecciones de los reyes de Francia desde la Edad Media. Más importante fue la creación del Real Gabinete de Ciencias Naturales por Carlos III en 1771, abierto al público en 1776 con un deseo didáctico de mostrar objetos del Gabinete de Historia Natural, con cuyas colecciones naturalistas se creó en 1845 el Museo Nacional de Ciencias Naturales mientras que las antigüedades pasaron al Museo Arqueológico Nacional en 18675.
4En este ambiente ilustrado, por inspiración regia, se creó el Gabinete de Antigüedades de la RAH, que ha conservado hasta hoy su carácter originario. La Ilustración favoreció el estudio de monedas, epígrafes y otras antigüedades considerados documentos históricos más veraces que los textos y crónicas. Para recoger esa documentación se organizaron viajes literarios y, a partir de 1750, Fernando VI auspició la formación de un Gabinete de Medallas en la RAH al donar una colección de monedas en 1751 que dio inicio a un numario, para cuyo cuidado se instituyó el cargo de ‘anticuario’ en 1763, Gabinete que ya es recogido en los nuevos Estatutos de 17926.
5A partir de entonces el Gabinete de Antigüedades ha reunido una colección formada por antigüedades, monedas e inscripciones, a las que se han añadido esculturas, pinturas y grabados y un importante legado documental sobre hallazgos y estudios arqueológicos llegados a la Academia en sus más de 250 años de actividad, pues ha sido el principal centro de estudio de España dedicado al patrimonio histórico y a la arqueología. Sus colecciones, aunque no abundantes, contienen piezas únicas como el Missorium de Teodosio (fig. 1), el velo de Hixem II, la arqueta ebúrnea del Martín I el Humano o el altar-relicario gótico del monasterio de Piedra7. Sin embargo, desde una perspectiva historiográfica, destaca la documentación de estudios, informes y noticias de hallazgos conservada en sus archivos desde su fundación, que es esencial para comprender la historia de la institución y de la arqueología española.
El Gabinete de Antigüedades en la primera mitad del siglo xix
6La historia del Gabinete de Antigüedades está asociada a la de la Academia, pues se creó e institucionalizó durante la Ilustración, para el cuidado de las antigüedades consideradas como fuente documental de la historia, al crearse el cargo de anticuario en 1763. En la creciente actividad desarrollada durante el siglo xviii, en especial en el último tercio bajo la dirección de Pedro Rodríguez Campomanes8, también hay que destacar la labor de la Comisión de Antigüedades, creada en 1792 para ocuparse de ese campo de estudios en la Academia, por lo que su archivo, recientemente publicado, ofrece una visión de su funcionamiento que refleja las vicisitudes de la historia de España9 (fig. 2).
7A inicios del siglo xix, en 1803, su actividad de protección del patrimonio arqueológico cristaliza en la Instrucción formada por la Real Academia de la Historia sobre el modo de recoger y conservar los monumentos antiguos descubiertos o que se descubran en el Reyno10, que da idea del desarrollo alcanzado y que tuvo como consecuencia que la gestión de la Inspección de Antigüedades recayera en la RAH hasta 1911. Probablemente en aplicación de esa Instrucción, recogida en la Novísima recopilación de 180511, se recibe ya en 1803 un interesante informe sobre hallazgos de Tarragona, que refleja el interés suscitada desde la Academia por estos estudios surgidos durante la Ilustración y de los que se ocuparía a lo largo de todo el siglo xix.
8La Instrucción emitida por la RAH en 1803 representa una de las primeras medidas legislativas promulgadas en Europa para proteger el Patrimonio, pero estas preocupaciones se vieron interrumpidas por la nefasta invasión napoleónica en 1808, que cortó de forma abrupta el desarrollo de la España Ilustrada y suscitó una profunda división en la sociedad española que se prolonga hasta nuestros días, además de que la Invasión Francesa supuso la mayor pérdida ocurrida en la historia en nuestro patrimonio histórico, aunque nunca se haya realizado un cálculo de las ingentes pérdidas, que sería muy interesante conocer con mayor precisión12.
9El Gabinete de Antigüedades se vio inmerso en los conflictos de la invasión napoleónica, pues desaparecieron las importantes colecciones de monedas y medallas de oro del Gabinete y su anticuario, José Antonio Conde (1803-1820)13, se obligó a abandonar Madrid en 1808 y de nuevo en 1812 por ser ‘afrancesado’ y partidario de José Bonaparte. Además, las secuelas de la guerra duraron muchos años y el Gabinete de Antigüedades tuvo dificultades en su actividad a lo largo del siglo xix, hasta que la Ley de Patrimonio Artístico de 1911 le dejó sin funciones administrativas14.
10Tras la Guerra de Independencia se produjo cierta recuperación, aunque la actividad de la Comisión de Antigüedades decayó a un tercio en relación a antes de 180815. Sin embargo, durante el primer tercio de siglo xix, una vez restablecido Fernando VII tras la invasión napoleónica, se funda en 1819 el Museo del Prado y hacia 1830 se recupera la actividad anterior a 1808, se incrementan las donaciones y la mejora económica permite alguna publicación significativa, como el Sumario de las antigüedades romanas que hay en España, de Juan Agustín Ceán Bermúdez (Madrid, 1832) y bajo el auspicio de la RAH se proyectó un Museo Español de Antigüedades16, de carácter histórico, que debía contar con cátedras para la enseñanza de epigrafía, numismática y geografía histórica, lo que exigía buscar un local mayor para la Academia, dado el aumento de la biblioteca y de las colecciones, local que no se pudo lograr, aunque este proyecto cristalizó en la fundación del Museo Arqueológico Nacional en 1869.
11En este primer tercio de siglo fueron anticuarios José Sabáu (1820-1833), obispo electo de Osma, interesado en la numismática, Antonio Siles (1833-1834), un jurista de prestigio, y Juan P. Pérez Caballero (1833-1836), medievalista de alta sociedad de escasa labor en la Academia. Además, la penuria de la Academia se hizo casi crónica en los avatares del siglo xix, aunque a mediados de siglo se incrementaron los ingresos a consecuencia de la Desamortización de Mendizábal y de las primeras disposiciones para proteger el patrimonio artístico.
12A los duros avatares políticos del siglo xix se sumó la crisis dinástica de Fernando VII y el advenimiento del régimen liberal con el desastre de los procesos de Desamortización a partir de 183517, que supusieron una fuerte pérdida en nuestro patrimonio cultural y un claro retroceso en su cuidado en relación con otros países de Europa. Por tanto, el segundo tercio del siglo xix se caracteriza por las consecuencias de la Desamortización y la necesidad de paliar sus efectos sobre monumentos y antigüedades, en grave riesgo de pérdida y de venta al extranjero, aunque las colecciones del Gabinete se enriquecieron con valiosos objetos, como la arqueta de marfil de D. Martín el Humano procedente de la Cartuja de Valdecristo, en Segorbe, o el envío del altar-relicario del monasterio de Piedra por el director general de Fincas del Estado en 1848. En esos años cruciales desempeñó el cargo de anticuario Juan B. Barthe (1836-1848), quien tuvo que renunciar al tener que vivir en Toledo como jefe de Correos, aunque, al morir en 1854, legó su colección de monedas a la Academia a través de su amigo y sucesor en el cargo, Antonio Delgado.
13Aunque la Real Orden (R.O.) de 19 de febrero de 1836 sobre los bienes desamortizados sacados a la venta indicaba excepciones “para conservar los monumentos de las artes, o para honrar la memoria de hazañas nacionales”, sus consecuencias fueron nefastas, como es bien conocido, a causa del abandono y venta de los conventos y monumentos eclesiásticos. Para intentar paliarlas, una R.O. de 27 de mayo de 1837 creaba comisiones en cada provincia formadas por cinco miembros “inteligentes en literatura, ciencias y artes” para inventariar los edificios y objetos que debían ser conservados en las bibliotecas y museos provinciales, pero su resultado fue casi nulo, lo mismo que la R.O. de 23 de abril de 1837 que prohibía la salida de libros, manuscritos y pinturas, ya que, aunque el Gabinete era el órgano al que correspondía abordar el problema, se vio impotente pues carecía de medios y de una legislación y una política adecuadas sobre monumentos y excavaciones arqueológicas.
14Como había ocurrido en Francia tras la Revolución e inspirándose en la legislación francesa de 1830 y 1837, los partidos liberales recurrieron a medidas legislativas para aminorar la pérdida de patrimonio histórico, considerado expresión de la nación. A fin de evitar la ruina de tantos monumentos desamortizados, el gobierno moderado del general Narváez (1844-1846) creó las Comisiones de Monumentos Históricos y Artísticos por R. O. del 13 de Junio de 1844, una por provincia más otra central, con un Reglamento que pretendía facilitar la formación de museos provinciales18 y la declaración de monumentos nacionales, el primero de los cuales fue la catedral de León. La actividad de esas Comisiones provinciales debía ser coordinada por las Academias, en especial la de la Historia, que mantuvo su teórico papel ordenador hasta 1918, pero estas medidas tuvieron efectos muy limitados, ya que carecían de poder ejecutivo y sólo se empezó a sentir su labor a partir de mediados del siglo xix. Sin embargo, los anticuarios desarrollaron una encomiable actividad, como Antonio Delgado (1848-1867)19, Aureliano Fernández Guerra (1867-1894)20 y, ya en la Restauración, Facundo Riaño (1894-1901)21, aunque actuaban de forma personal, pues no eran funcionarios, y la mayor parte de los ingresos eran donaciones personales que compensaban la falta de medios económicos, como evidencia las dificultades para adquirir el disco de Teodosio22 (fig. 2) o para publicar las Memorias de la Real Academia de la Historia (cf. infra).
El Gabinete de Antigüedades a mediados del siglo xix
15La actividad de las Comisiones Provinciales fue inicialmente coordinada por la Academia y, tras unos años de dudas, en 1850 se reorganiza el reglamento de la RAH y en 1857 las Comisiones Provinciales de Monumentos pasaron de nuevo a depender de ella, que mantuvo su teórico papel ordenador hasta la Ley de excavaciones arqueológicas de 1911, lo que supuso un auge de la Comisión de Antigüedades. Esa reorganización tuvo efectos a mediados de siglo con la remisión de memorias a la Academia, como el facsímil del mosaico de Ifigenia hallado en Ampurias, enviados en 1857 por Esteban Paluzie, inspector de Antigüedades de los Reinos de Aragón y Valencia, mientras que la Academia, en 1858, desestimó una propuesta Jorge Loring para que pasaran a su propiedad las antigüedades que encontrara en las excavaciones que él llevara a cabo, lo que suponía un freno a este planteamiento ultraliberal respecto al control de las antigüedades.
16En 1847 se reformó el reglamento de las Academias. El de la RAH, de 1856, recoge en su artículo 3° la obligación de “contribuir a la conservación de los monumentos históricos del Reino,... cuya inspección le está encomendada por las leyes”. La Ley de instrucción pública de 1857 puso a las Comisiones Provinciales de Monumentos bajo la dependencia de las Academias, como confirmó el Reglamento de 1867, lo que supuso el auge de la Comisión de antigüedades a partir de mediados del siglo xix. Otra R.O. del 24 de noviembre de 1865 reglamentó que se depositasen en la RAH las antigüedades que se fueran descubriendo en nuestro país, medida completada por la fundación del Museo Arqueológico Nacional y de los museos arqueológicos provinciales en 1867. De forma paralela, el nuevo reglamento de la Real Academia de San Fernando de 1864 confirmó a esta institución el cuidado de los monumentos, considerados no sólo testimonios del pasado histórico según la tradición del siglo xviii, sino como “construcción que posee valor artístico o arqueológico”23. Esta política, ratificada en 1881 y 1918, supuso la creación de una “Comisión Mixta” entre ambas academias para coordinar sus actividades. A partir de 1873, la Academia de San Fernando elaboró un listado de los monumentos nacionales que incluía en su Anuario como paso necesario para su protección, pero hasta 1870 sólo se habían declarado 9 monumentos nacionales que quedaban a cargo del Estado, pero este escaso número refleja el poco interés por el patrimonio monumental hasta la creación de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades en 1914 y la Ley de Monumentos de 1915.
17Sin embargo, la medida más eficaz para el patrimonio español fue la creación, tras un largo proceso, de la Escuela Superior de Diplomática en 185624 y, como fruto de ésta, la del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios en 185825, ambas propiciadas desde la RAH a través de su Comisión de Antigüedades. Estas medidas, inspiradas en modelos franceses, revelan el creciente interés por el patrimonio histórico de la sociedad burguesa afianzada en España a lo largo del reinado de Isabel II y el aumento de la sensibilidad para defender el patrimonio, tan malparado desde la Desamortización de Mendizábal.
18Otro hecho que cabe destacar es la convocatoria en 1858 de los “Premios que la Real Academia de la Historia adjudicará por descubrimientos de antigüedades”, para evitar el peligro de que “se proyectan y se hacen... caminos... y estas construcciones van a remover en pocos años todo el suelo de España y a descubrir... muchos vestigios de su antigua civilización y monumentos preciosos..., el ignorado asiento de sus... ciudades..., piedras, estatuas, inscripciones, monedas y otros objetos preciosos que la Academia de la historia ha procurado recoger o examinar y dar a conocer”. Dicho premios se adjudicaban a quienes enviaran el plano de un mínimo de 100 km. de vía romana o a quienes hallaran y comunicaran inscripciones inéditas, para lo que se daban instrucciones sobre cómo localizar las vías y cómo hacer los calcos de las inscripciones para obtener los premios. Esta creciente preocupación por los restos arqueológicos se manifiesta a partir de los años 1860 en una creciente atención por parte de los ingenieros encargados de las obras públicas, especialmente el trazado de ferrocarriles, pues se repiten los envíos de objetos encontrados en tales circunstancias, ambiente favorecido por la figura de Eduardo Saavedra, eminente ingeniero y personaje de la Restauración, nombrado Académico en 1862 y que llegó a ser director de la Academia en 1908. Resulta también significativo en este aspecto que una Comisión de la Academia solicitó en 1862 que se promulgara una ley de antigüedades para regular los hallazgos y excavaciones, ley que sólo se promulgaría en 1911.
19Las actividades del Gabinete se vieron acrecentadas a partir de 1865, cuando una R.O. del 24 de Noviembre reglamentó que se depositasen en la RAH todas las antigüedades que se descubrieran en España, lo que de nuevo contribuyó a incrementar considerablemente la incorporación de fondos al Gabinete y a darle una mayor actividad, que prosiguió hasta la fundación del Museo Arqueológico Nacional y de los museos arqueológicos provinciales en 1867, hecho que refleja la disminución de ingresos, en especial, tras la creación de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades en 1914. En consecuencia de esta política, además de alentar medidas legislativas, no siempre eficaces, el Gabinete de Antigüedades reunió los objetos y monedas llegados a través de sus Correspondientes y de las Comisiones Provinciales de Monumentos a las que se añadían las donaciones logradas por su creciente prestigio social.
20Sin embargo, los hallazgos y monumentos arqueológicos adquirieron creciente importancia en la sociedad de esos años. En 1867 J. Amador de los Ríos planteó en un Informe la importancia de la arqueología prehistórica, que evidencia el avance y aceptación de esta nueva ciencia histórica, y en 1870 se indicaba la necesidad de tener en provincias arqueólogos auxiliares de la Academia, idea que pretendía desarrollar el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios creado en 1858 y tan vinculado a la Academia a través de la Escuela Superior de Diplomática (cf. infra).
21La segunda mitad del siglo xix, especialmente hasta el último cuarto de siglo, es la fase de mayor vitalidad del Gabinete de Antigüedades, cuando pasó a estar dirigido por grandes figuras académicas, muchos de las cuales desarrollaron una importante labor en el campo social y político. Entre ellos destaca Antonio Delgado, una de las mayores figuras de la numismática española, pues fue un brillante especialista que renovó el estudio de las monedas ibéricas y árabes. Fue catedrático, como lo había sido Conde y lo fueron a partir de él todos sus sucesores. Durante su etapa como Anticuario (1847-1877), acrecentó la actividad del Gabinete, según indica los expedientes conservados.
22En estos años se acrecentaron las colecciones del Gabinete con muchos ingresos, documentados gracias a su esmerada labor de anticuario, como la colección de monedas del anticuario anterior, D. Juan B. Barthe, en 1854. En 1847, se adquirió y publicó con toda prontitud el disco de Teodosio (fig. 1), con gran esfuerzo por parte de la Academia, que tuvo que pagar 27.500 reales de vellón26. En 1851, el diplomático e historiador D. Antonio López de Córdoba donó varios relieves asirios del palacio de Senacherib y un epígrafe con el título del rey27, junto a una colección de más de 400 monedas que publicaría A. Delgado. En 1857 se recibió el facsímil del mosaico de Ifigenia, en 1858, ingresaron varias momias guanches (de las Islas Canarias) por donación particular y un numeroso conjunto de objetos encontrados en el trazado del ferrocarril Madrid-Zaragoza y en 1862 se donó la inscripción ibérica en plomo de Gádor y se adquirieron el sarcófago de Burguillos, hallado en 1627 en la villa de Layos y los bronces de Maquiz, en Mengíbar, Jaén. Esta eficaz etapa de actividades prosigue durante el cargo de Anticuario de Aureliano Fernández Guerra, hasta la etapa revolucionaria de 186828.
23Esta política sufrió un claro retroceso durante el periodo que supuso la crisis política producida por el destierro de Isabel II y “Sexenio revolucionario” (1869-1874), crisis que se refleja en la caída de la actividad del Gabinete de Antigüedades29 hasta un 70% respecto a la etapa anterior, además de producirse cierres de museos, como el de Tarragona, y derribos de monumentos ante la incapacidad de actuación de las Comisiones de Antigüedades. A partir de la Restauración, en 1873, la creciente creación de museos provinciales y de funcionarios, instituciones y leyes especializadas en la protección de los restos arqueológicos y del patrimonio histórico español supuso que de forma paulatina el Gabinete perdiera su actividad, reducida al cuidado de sus colecciones desde inicios del siglo xx. En esos años, tras Antonio Delgado prosiguió su labor Aureliano Fernández-Guerra (1867-1894) y Juan F. Riaño (1894-1901), todos ellos personajes de la cultura de su época, catedráticos de Historia y de Historia del Arte, que representan una tradición de anticuarios eruditos que perduró hasta el siglo xx con la gran figura de Manuel Gómez Moreno, caracterizados por su gran prestigio social y cierto peso político, derivado de su consideración social como grandes figuras de la cultura.
El Gabinete de Antigüedades en el último tercio del siglo xix
24En el último tercio de siglo xix, desde la caída de Isabel II hasta la crisis que supuso la independencia de Cuba y Filipinas en 1898, prosiguió la actividad del Gabinete. A partir del decenio de 1870, en el último cuarto de siglo, disminuyen los ingresos de piezas y la documentación, como consecuencia de la creación del Museo Arqueológico Nacional en 1867 y de los museos arqueológicos provinciales, que pasaron a desarrollar muchas de sus funciones. Este hecho representó un claro avance en la administración y gestión del patrimonio arqueológico y cultural de España, pues suponía el control directo de las antigüedades por parte del Estado por medio de funcionarios especializados, proceso que explica la drástica disminución de la actividad del Gabinete de Antigüedades. La nueva actitud la reflejan publicaciones como Los monumentos arquitectónicos de España (1859-1881), El Museo Español de Antigüedades (1870-1880) o el Boletín de la Real Academia de la Historia, creado en 187730, donde se publican los informes llegados a través de la Comisión de antigüedades, que alcanzó su auge en el decenio 1880-1890, según evidencian los documentos conservados.
25Fernández Guerra adquirió en 1867 armas y otros objetos de la necrópolis ibérica de Almedinilla, Córdoba, en 1868, el torques de oro de Melide (Coruña) y las primeras téseras de bronce celtibéricas y a partir de esos años destaca su labor y la del epigrafista P. Fidel Fita en la realización del volumen II del Corpus Inscriptionum Latinarum, que llevaba a cabo Emil Hübner y para el que la Academia puso a disposición sus ricos fondos documentales epigráficos, que se remontaban a la labor del marqués de Valdeflores, quien había recogido más de 4000 epígrafes a mediados del siglo xviii31. En tiempo de Facundo Riaño, en 1894-1895, se descubre el primer yacimiento campaniforme, en Cienpozuelos, que excavó Antonio Vives y Escudero con recursos de la Academia proporcionados por el Marqués de Cerralbo32. Ya en 1898 ingresó la colección de D. Pascual de Gayangos, importante personaje de la cultura del siglo xix que reunió una variada colección de antigüedades en sus numerosos viajes, que fue donada a la Academia por sus hijos, pues era el suegro del anticuario, Juan Facundo Riaño33. La colección estaba formada por piezas de Egipto, Fenicia, Indostán, un askos minoico de Thera34, y piezas clásicas, hispano-romanas, islámicas y americanas, por lo que representa una de las escasas colecciones privadas de antigüedades formadas por las clases burguesas acomodadas españolas del siglo xix35.
26También en época de la Restauración supuso el momento álgido de la Comisión de Antigüedades, a juzgar por los documentos conservados36 y su actividad se vio reforzada con la publicación de informes y noticias de la Comisión de Antigüedades en el recién creado Boletín de la RAH. Aunque en el decenio de 1890 se observa un descenso de la documentación conservada, su funcionamiento permaneció estable hasta la Ley de Excavaciones del año 1911, que la dejó sin funciones, aunque no se llegó a suprimir, ya que ha proseguido hasta la actualidad desprovista de funciones administrativas oficiales, que han pasado a ser meramente consultivas, con un incremento notable de la investigación y de las publicaciones en los últimos años. También a fines del siglo xix se percibe una mayor preocupación por hacer visitable el Gabinete de Antigüedades y sus colecciones, hasta entonces considerado como de estudio, a fin de convertirlo en “museo”, de acuerdo con una tendencia constatada desde 1872. Este hecho refleja las nuevas corrientes museológicas surgidas a finales de dicho siglo, en las que cabe incluir la creación y organización del Museo Arqueológico Nacional y de los museos arqueológicos provinciales y de otros centros como el Museo de Reproducciones Artísticas, instituciones cuya dirección, no casualmente recayó repetidas veces en el anticuario de la Academia.
27La actividad de la Academia a través de su Gabinete y de su Comisión de Antigüedades durante la Restauración no decreció. En 1883 un Informe de la Academia atendía a una solicitud de la Sociedad Arqueológica de Vich para restaurar el templo romano allí descubierto, con manifiesta preocupación por conservar los restos arqueológicos aparecidos y en 1897 se inicia la publicación del Boletín de la RAH, como publicación de la Institución. El Boletín fue concebido como una revista mensual, pero pasó a ser trimestral y después cuatrimestral y sustituyó a las Memorias de la RAH, cuya publicación era muy irregular37. Con la publicación del Boletín la Academia se confirmó como la institución española de referencia en la investigación de la Antigüedad, como reflejan sus publicaciones, en especial epigráficas, gracias a la ingente labor del P. Fita38, pues pasó a ser la principal publicación española sobre antigüedades hasta el segundo decenio del siglo xx, cuando en 1925 aparece un nuevo tipo de revista, el Archivo español de arte y arqueología, auspiciado desde el Centro de Estudios Históricos39.
Los Anticuarios: perfil profesional y social
28En resumen, además de incrementarse las colecciones y comenzar a preocuparse por su exhibición pública, la principal actividad del Gabinete fue intentar salvar los restos arqueológicos que aparecían en España. El contacto con las Comisiones Provinciales de Monumentos, el incremento de los hallazgos, especialmente con las obras públicas acometidas durante la Restauración en muchos lugares, y el aumento de sensibilidad hacia las antigüedades por parte de las clases dirigentes, junto a su valoración por el creciente nacionalismo a partir de la segunda mitad del siglo xix, particularmente para impedir su salida al extranjero, queda patente en la documentación conservada en la Comisión de Antigüedades. Todas estas actividades permiten reconocer la labor desarrollada por el Gabinete de Antigüedades y la RAH durante el siglo xix, que puede considerarse en general como meritoria, a pesar de sus carencias y limitaciones, debidas tanto a la falta de medios materiales y humanos como a la inexistencia de la sensibilidad actual y de la consiguiente legislación y apoyo social, por que es necesario saber interpretarla dentro de la mentalidad y del funcionamiento de nuestras instituciones decimonónicas para no caer en fáciles anacronismos.
29No se puede comprender la actividad del Gabinete de Antigüedades en el siglo xix sin conocer la personalidad y el perfil sociológico y profesional de las personas que han ocupado el cargo de anticuario y que actuaban a través de la Comisión de Antigüedades, institución cuyo desarrollo dependía de su personalidad, ya que tenían la responsabilidad de cuidar las colecciones de la Academia e informar sobre “antigüedades”. Por ello, el cargo fue desempeñado por personas seleccionadas por sus conocimientos especializados y sus características personales, que reflejan la evolución del Gabinete de Antigüedades a lo largo del siglo xix.
30Entre los anticuarios de la Academia destacan los más importantes arqueólogos españoles del siglo xix, como Antonio Delgado o Aureliano Fernández Guerra, cuyo perfil humano y profesional influyó notablemente en la actividad y evolución del Gabinete de Antigüedades. Desde mediados del siglo xviii hasta mediados del xix el anticuario no solía superar los 50 años, edad que tendió a subir de los 60 años al desempeñar el cargo importantes personajes al final de una carrera universitaria o del Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, hecho que suponía mayor prestigio, pero también menos vitalidad en algunos casos.
31Resulta interesante que la mayoría de los anticuarios en los siglos xviii y xix fueron casi todos andaluces, dada la tradición anticuaria de Andalucía desde el Renacimiento, tendencia que sólo cambia a fines del siglo xx al ser ocupado por funcionarios de carrera de origen diverso. Desde el siglo xviii la mayoría de los anticuarios tenían una formación clásica y también en lenguas y cultura orientales, especialmente árabe y hebrea, en las que destacan en la RAH las figuras de Conde, Delgado y Riaño, tradición que prosiguen Fita y Gómez Moreno en el siglo xx, pues medievalistas, fruto de la tradición anticuaria romántica, solo pueden considerarse a Fernández Guerra, pero también los hubo juristas, como Siles y Pérez Caballero en el primer tercio del siglo xix, mientras que Riaño fue crítico de arte. En el aspecto profesional, hasta el segundo tercio del siglo xix, todos los anticuarios eran presbíteros o habían recibido las órdenes menores, incluido Conde, que fue Cura de Montuenga hasta que se exclaustró y se casó. Esta tradición eclesiástica dio paso en el segundo cuarto del siglo xix a ocupaciones liberales, representadas por letrados como Siles y Pérez Caballero, que también eran profesores universitarios. J. B. Barthe pertenecía a la administración y renunció al cargo de anticuario para desempeñar la Jefatura de Correos de Toledo. Sin embargo, desde mediados de siglo, los anticuarios pasaron a ser profesores de universidad y miembros del recién creado Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, proceso que se puede considerar iniciado por Conde, que fue en este sentido un adelantado en su tiempo, pero que sólo se generalizó a partir de Antonio Delgado, a partir del cual este cambio evidencia la creciente especialización profesional sobre la Antigüedad por funcionarios de carrera especializados.
32Es interesante analizar la especialización de los anticuarios en sus estudios y publicaciones. Todos eran historiadores y especializados en numismática, por ser una cualidad expresamente requerida por el Reglamento de 1792 y también desarrollaron ampliamente estudios epigráficos, propios de la tradición anticuaria, mientras que arqueólogos propiamente dichos sólo han sido los anticuarios a partir del siglo xix. También destaca el hecho de que muchos anticuarios tenían su propia colección de antigüedades y medallas, como Barthe, Delgado, Fernández Guerra y el propio Gómez Moreno ya en el siglo xx, que fue el último “coleccionista” frente al posterior especialista estudioso de la Antigüedad.
33Los anticuarios participaban activamente en la vida de la Academia, en otras instituciones académicas y en la vida política y es interesante que el cargo de anticuario, a pesar de su importancia y dada su necesaria especialización, se alcanzaba antes que el de académico de número, como ocurrió con Conde, Sabáu y Barthe, al no haber académicos de número capacitados, aunque a partir de Delgado la elección se ha producido siempre entre los Numerarios.
34El anticuario no solía desempeñar cargos de la Academia, pues era un cargo especializado que exigía formación especial e independencia, aunque sí podía coincidir con el bibliotecario, dada la afinidad entre ambos, pero en el siglo xix ningún anticuario fue tesorero ni censor y sólo Siles desempeñó interinamente el de secretario. Algunos anticuarios fueron miembros de otras academias o desempeñaron cargos políticos. La participación en diversas academias era un hecho normal, en caso de afinidad de estudios, que explica la alta proporción de anticuarios que fueron académicos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y también de la Academia Española, así como de la de Jurisprudencia. Este hecho lo facilitaban las relaciones entre las distintas instituciones académicas y cierta tendencia a la cooptación endogámica, pero también refleja la personalidad de anticuarios como Conde, Pérez Caballero, Fernández Guerra y Riaño. Por ejemplo, Fernández Guerra fue secretario de la Academia de la Lengua y Riaño llegó a ser director de la de San Fernando. Esta interrelación académica se acentúa en el último tercio del siglo xix e inicios del xx y refleja el prestigio del anticuario de la Academia en la sociedad intelectual y culta de su época dentro de la ideología de la Restauración, consideración social que llevó a los anticuarios de esa época a ostentar cargos políticos relacionados con el patrimonio histórico y artístico, como diputados, senadores y de director general.
35En conclusión, durante el siglo xix el Gabinete de Antigüedades de la RAH fue el único organismo capaz de enfrentarse a las carencias de la legislación existente y a la falta de sensibilidad de la sociedad para proteger el patrimonio arqueológico e histórico como hoy día exigimos, con la consiguiente pérdida irreparable de una parte importante del mismo, bien por su salida al extranjero o por su destrucción. Su labor junto a la Comisión de Antigüedades a lo largo del siglo xix ofrece limitaciones y carencias, pero no se debe caer en juicios anacrónicos, pues hay que considerar que su actividad se enmarca en épocas de especial dificultad, tras la invasión napoleónica, que había destruido el país y su estructura social, con leyes desamortizadoras y destrucciones de monumentos dictadas por intereses económicos al margen de toda preocupación cultural y en el marco de los continuos conflictos sociales y civiles de la política española del siglo xix, que truncaron definitivamente su relación de igualdad con el resto de Europa, cuando se produjo el despegue social, técnico y económico del mundo moderno actual.
36Para comprender la historia del Patrimonio Histórico de España en el siglo xix es importante valorar esas circunstancias, que implicaron carencia de medios suficientes, reflejo de la crónica crisis económica del estado, apenas compensada por quienes cuidaban el patrimonio, pues tanto la Academia como las Comisiones de Monumentos desempeñaban funciones oficiales con personal “voluntario” que actuaba honoris causa, hasta que dichas actividades pasaron a ser desempeñadas por funcionarios tras crearse el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios muy a fines del siglo xix. Los miembros del Gabinete de Antigüedades, como de las Comisiones de Monumentos eran gentes cultas de las elites intelectuales, pero generalmente de clase social media y muchas veces de edad avanzada. La mayoría tuvo un ejemplar sentido de servicio, pues trabajaban por amor al patrimonio y a su patria, generalmente sin más recompensa que su satisfacción personal junto a cierto deseo de prestigio social, que les llevaba a cuidar el patrimonio e, incluso, a publicar revistas y catálogos monumentales, a pesar de conflictos con la Administración, generalmente a causa de intereses bastardos.
37A pesar de las deficiencias, reflejo de la situación social y política, es evidente el papel jugado por la RAH a través de su Gabinete y de su Comisión de Antigüedades en el cuidado del patrimonio arqueológico de España, cuya “Real Cédula de 1803” ya evidencia la preocupación, casi pionera en Europa por dicho patrimonio, fruto del avance logrado en su estudio y cuidado durante la Ilustración a partir de una larga tradición humanista española. En esta línea de actuación, muchas veces muy meritoria, se salvaron muchos monumentos, desde el disco de Teodosio (fig. 1) al altar-relicario del monasterio de Piedra, se lograron restaurar otros, como el famoso puente de Alcántara (fig. 3), y se desarrolló una actuación fundamental en la administración y legislación hasta la reforma de 1911. En esta actividad destaca la idea de crear un Real Museo de Antigüedades, el funcionamiento de las Comisiones de Monumentos y la política de declaración de Museos Provinciales y de Monumentos Nacionales y la organización de la Escuela de Diplomática y del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, éxitos en muchos casos logrados tras años de perseverantes intentos. Como fruto de esa política, el Gabinete de Antigüedades, ya relevado de toda actuación en la administración, ha conservado su condición de colección privada de la RAH, al seguir siendo un “gabinete de estudio”, no un “museo”, por lo que constituye una institución única en su género en la historia de la arqueología de España y de toda Europa.
Abreviaciones
38RAH = Real Academia de la Historia.
39R.O. = Real Orden.
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Notes de bas de page
1 Estatutos de la Real Academia de la Historia, Madrid, 2010, p. 7. Para la RAH, véase Velasco Moreno 2000 y Rumeu de Armas 2001; también supra la contribución de J. Maier.
2 Para el Gabinete de Antigüedades, Almagro Gorbea 1999b. La documentación del Gabinete ha sido publicada por Almagro Gorbea & Álvarez Sanchís 1998. La actividad de la Academia se refleja en las Actas de las sesiones, publicadas por J. Maier (Maier 2003b; Maier 2008c; Maier en preparación). Muy útil también es el catálogo de Abascal & Cebrián 2006.
3 Schnapp 1993; para España: Almagro Gorbea 2010b.
4 Mora 1998 y una visión más actual en Almagro Gorbea & Maier 2010. Ver también supra la contribución de J. Maier.
5 Para la historia de la arqueología en España puede verse Arce & Olmos 1991; Mora & Díaz-Andreu 1997; Gutiérrez 1997, 39 sq.; Almagro Gorbea & Maier 2003; Maier 2008b. Para el Museo Arqueológico Nacional: Marcos Pous 1993; González et al. 2008, 79-141.
6 Almagro Gorbea 1999b, 21 y 56 sq.
7 Almagro Gorbea et al. 2000.
8 Almagro Gorbea 2003c; Almagro Gorbea 2003d.
9 La Comisión de Antigüedades conserva 571 expedientes y 12 636 documentos esenciales para conocer el desarrollo de la arqueología y del patrimonio histórico de España desde 1750 hasta la actualidad. El Archivo de la Comisión de Antigüedades ha sido publicado por la RAH: Maier 2002. Volúmenes colectivos: 1. Madrid (1998); 2. Aragón (1999); 3. Castilla-La Mancha (1999); Cantabria. País Vasco. Navarra. La Rioja (1999); 5. Galicia. Asturias (2000); 6. Extremadura (2000); 7. Andalucía (2000); 8. Cataluña (2000); 9. Castilla-León (2000); 10. Valencia. Murcia (2001); 11. Baleares. Canarias. Ceuta y Melilla. Extranjero (2001); 12. Documentación General (2002); 13. Antigüedades e Inscripciones 1748-1845 (2002). Una visión de conjunto se ofrece en Almagro Gorbea & Maier 2003, n. 5.
10 Maier 1998,13 y 53-60; Maier 2003a.
11 Ley III, libro VIII, título XX.
12 Fernández Prado 2007.
13 Sobre esta interesante figura, San Miguel 1850; Manzanares 1971,49 sq.; Almagro Gorbea 1999b, 128-132;
14 Almagro Gorbea 2010c; Calvo Pérez 2001. Yánez 1997.
15 Almagro Gorbea 2003a.
16 Almagro Gorbea & Maier 1999; Marcos Pous 1993,23 sq.; Maier 2006.
17 Tomás & Valiente 1989; Martí Gilabert 2003.
18 Hernández & de Frutos 1997; Hernández 2010,146 sq.
19 Belmonte [1880] 2001; Almagro Gorbea 1999b, 139-142; Maier 2010.
20 Sobre este interesante personaje, Miranda 2005.
21 Almagro Gorbea 1999b, 144-146.
22 Almagro Gorbea et al. 2000. Sobre las vicisitudes de su adquisición por la Academia, véase Almagro Gorbea 2000.
23 Maier 2008.
24 Peiró & Pasamar 1996. Almagro Gorbea 2007; Maier 2008a.
25 Pasamar & Peiró 1991; Peiró Martín & Pasamar 1991; Peiró Martín & Pasamar 1989-1990.
26 Cf. supra, n. 19.
27 Almagro Gorbea 2001.
28 Estas y otras actividades del Gabinete y de la Comisión de Antigüedades se pueden localizar a través de los índices publicados en Almagro Gorbea & Maier 2003.
29 Almagro Gorbea 1999b, 29 sq., fig. 5 y 6.
30 Rumeu de Armas 2001,163 sq.
31 Álvarez Martí-Aguilar 1966,17 sq.; Canto 1997.
32 Blasco et al. 1998.
33 Almagro Gorbea 2010a.
34 Almagro Gorbea 2003b.
35 Marcos Pous 1993,338 sq.
36 Es interesante comparar este auge de la Comisión de Antigüedades con la continuidad de la crisis que se manifiesta en el Archivo del Gabinete de Antigüedades, lo que sí que pudiera deberse a circunstancias personales del X anticuario. Cf. Almagro Gorbea 1999b, 29 sq. (fig. 5 y 6) y 35.
37 Rumeu de Armas 2001,170 sq.
38 Abascal 1999.
39 Sánchez Ron 1988; Almagro Gorbea 2008.
Auteur
Académico Anticuario, Real Academia de la Historia, Madrid; anticuario@rah.es
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