Juzgando a los pueblos desde Grecia y Roma. De la India a Iberia, pasando por la Galia
p. 237-248
Résumé
This paper begins with a text of P. Mitter referred to the Western criticism of the Indian art from classical criteria in the colonial period. It criticizes the common error in postcolonial studies of forgetting that such critics are part of a more general European debate on the capabilities of their respective ancestors. National models required to prove the continuity of the ancestors and their abilities to meet the challenge of the artistic and intellectual superiority of Greece and the political domination of Rome. Some French authors (Albertini, Jullian, Paris) are commented, particularly their contrasting views of Celts and Iberians, and T. Mommsen.
Texte intégral
De la India a Europa pasando por la Antigua Grecia
1En una reflexión sobre el impacto de un sugestivo libro suyo dedicado a las lecturas europeas del arte indio, Partha Mitter señalaba hace ya algún tiempo la diferencia entre el momento de su primera edición y el de la segunda1, que enmarcaba en el contexto de las nuevas reflexiones nacidas de las perspectivas postcoloniales y postmodernas. Y apuntaba a continación:
“As I see it, my own contribution has been not only to trace misrepresentations of Hindu Art through history but, more importantly, to challenge the validity of applying western classical norms for appreciating ancient Indian art. If there is a plethora of literary and artistic representations of the Other, few scholars, as I can gather, have taken on the task of systematically questioning the dominance of Victorian taste”.
2La edición original de su libro había insistido efectivamente en esos aspectos de “dominance of Western classical canon” o de denuncia a “the purported universality of classical canon”2 en una forma muy efectiva, si bien cayendo quizás en algunos errores característicos. Uno lo es de la época que podríamos llamar “pre-postcolonial”, el incidir en las lecturas negativas sin dejar un espacio suficiente a las que se oponían a éstas, y el no ubicar los procesos de lecturas y relecturas en los contextos occidentales que los ven nacer, lo que impedía, quizás, ver con suficiente claridad que el desmonte del clasicismo como paradigma había sido un componente casi programático del propio movimiento moderno. De hecho, y desde mucho antes de lo que parece, la historia del clasicismo veía siendo también la historia de sus asedios.
3Otro caracterizaba a una parte de la intelectualidad india, el confundir las elaboraciones producidas en Gran Bretaña, su (ex) potencia colonial, con las elaboraciones occidentales, algo que me temo que es ya casi una verdad universal hoy en día con sólo cambiar “Gran Bretaña” por “países de habla inglesa”.
4Pero me interesa más aquí otro problema y es el de la tendencia generalizada a concebir la aplicación de los cánones clasicistas a los artes (y a la arqueología) como si se tratase de un instrumento específico para marcar las diferencias con las restantes culturas y en particular con los países colonizados. Ciñéndonos al tema del juicio – a menudo sumarísimo – sobre las colectividades y el arte que producen, es importante resaltar que este tipo de componentes son parte del arsenal crítico que los colectivos europeos despliegan en sus propios conflictos y en sus propias afirmaciones. Y que, como en la propia India, se hacía en el presente y en el pasado.
5Que la exaltación del arte griego tiende a vincularse a la exaltación de un colectivo, el heleno, concebido como particularmente dotado para las actividades artísticas e intelectuales y al que cabe oponer todos los demás, que carecerían de ellas, había quedado claro ya cuando Winckelmann empezó el cuarto libro de su Sobre la historia del arte en la Antigüedad con una sección titulada significativamente “Causas de la superioridad del arte griego y de su preponderancia sobre el de otros pueblos” en la que deja nítido que el juego desborda una contemplación aislada de lo heleno, que se plantea en claves comparativas o que, de nuevo en sus términos:
“El estudio del arte de los egipcios, etruscos y demás pueblos puede servir para ampliar nuestras ideas y conocimientos y rectificar nuestras opiniones; mas el examen del arte de los griegos debe servirnos para encauzar nuestras percepciones hacia lo verdadero y deducir reglas para nuestras apreciaciones y trabajos”3.
6Se entiende que a continuación busque explicarse las razones de esa superioridad precisamente incidiendo en las características específicas del pueblo griego. Me interesa recalcar esto porque corremos el riesgo de ver en ello una vertiente exclusivamente esteticista e individual, cuando de lo que se trata es de un enfoque que permite concebir la sublimidad artística, lo verdadero, como fruto de un pueblo cuya sublimidad lo sitúa como modelo incomparable en general, pero sobre todo respecto a otros artes concebidos como frutos de otros pueblos cuyas características no les permiten llegar a su perfección inalcanzable. Así que, por un lado, la diferencia es distancia y de arriba abajo y, por otro, se conecta arte y pueblo, dejando abierto el enjuiciamiento correspondiente.
7El programa de fondo, por decirlo así, queda definido como dirigido a las colectividades, identificadas con un arte que sería uno y el fruto inmediato de su propia identidad. Nada de esto es sorprendente en un siglo xviii del que se exagera sin duda el carácter universalista y cosmopolita, incluyendo su aplicación al pasado más remoto, el que nos interesa aquí, y los debates consiguientes sobre, por ejemplo, a cuál de los ancestros de los pueblos europeos le correspondía la gloria de haber traído las luces y el conocimiento por primera vez al continente.
8Porque si lo griego marca un punto de referencia en el presente, es obvio que también habría de marcarlo en el pasado. Buena parte de las potencialidades de todo ello se manifestará en el siglo siguiente a partir de la confluencia de dos tendencias muy decimonónicas. La primera es la articulación más precisa de modelos históricos nacionalistas que tendían a conectar de forma sistemática a determinados pueblos antiguos (germanos, celtas, frisones o iberos) con las colectividades actuales que los reivindicaban como ancestros y a desarrollar, a la vez, una definición esencialista y organicista de ellos en claves de unidad e identificación caracteriológica. La segunda es la delimitación a la manera de las ciencias naturales del concepto de estilo, concebido como un realidad objetiva que el entendido podría caracterizar, definir, tal como un naturalista podría definir una especie, y que podría seguir también a la manera de un organismo vivo, desde su nacimiento en adelante.
9Y todo ello no deja en gran medida de girar alrededor de esa idea de un arte, un “estilo” propio que sería uno y en el que se manifiesta una identidad que es también una capacidad (o una no capacidad). Se entiende que una de las líneas de debate fundamentales del siglo acabara yendo en la dirección de definir a esos antepasados, sus características y, con ello, su estilo y lo que éste dejaría ver de sus potencialidades estéticas y, por ende, racionales.
10Pero está claro que cuando se aceptaba el principio de la superioridad del arte griego, el problema del juicio sobre el correspondiente a los ancestros propios o ajenos no podía centrarse en la imposible pretensión de competir con él, sino en valorar la capacidad, o no, de imitarlo y asimilarlo. Así que cuando, impulsados por los sistemas coloniales, se generan los modelos difusionistas y se aplican al exterior, la diferenciación entre pueblos capaces de asumir la cultura europea y los que no, tiene ya un precedente interno en los propios debates al calor de las posturas clasicistas y puede fácilmente englobarlos. La identificación entre arte griego y racionalidad griega se fundía fácilmente con un concepto de progreso que, por otra parte, con frecuencia se hacía depender de esa misma herencia distintiva.
11Este aspecto, la capacidad de adoptar y adaptar el arte griego, se convertiría en uno de los dos problemas – luego veremos el otro en una de sus formulaciones más canónicas –, de las dos piedras de toque, a los que se vería enfrentado el análisis y valoración cualitativo de los respectivos antepasados de los pueblos europeos. Y de los no europeos que habían estado en contacto con el arte heleno, tal como había ocurrido con el propio subcontinente indio, donde ya era visible una presencia nada despreciable que abarcaba desde el siglo iv a. C. en la Bactria hasta más allá del siglo ii p. C., con una fuerte influencia grecorromana en el arte de Gandhara, con los Kushana, o en los mundos de los Shakas y Satavahanas.
12Dejemos hablar a un texto escrito por J. H. Marshall en 1922 in The Cambridge History of India4:
“Nevertheless, in spite of its wide diffusion, Hellenistic art never took a real and lasting hold upon India, for the reason that the temperaments of the two peoples were radically dissimilar. To the Greek, man, man’s beauty, man’s intellect were everything, and it was the apotheosis of this beauty and this intellect which still remained the key note of Hellenistic art even in the Orient. But these ideas awakened no response in the Indian mind. The vision of the Indian was bound by the Immortal, rather than the mortal, by infinite rather than the finite. Where Greek thought was ethical, his was spiritual, where Greek was rational, his was emotional.”
13Como se ve, hay un espíritu, un modelo, marcado por esa apoteosis de la belleza y el intelecto, por lo racional, por lo mortal y finito, que definiría al hombre griego – nótese que incluso en el Oriente –, frente a esa mente india ligada a lo inmortal, infinito y emocional. Ni el arte ni la misma cultura grecorromana tenían mucho que hacer allí. Sería tentador seguir alguno de los caminos a los que apunta todo esto en medio de un imperio británico que desaparece a ojos vistas y en el que el escepticismo sobre los verdaderos resultados de su impacto en la India se mezcla con otros componentes, como la utilidad de ese reconocimiento de una mentalidad india substancialmente espiritual que, en el fondo, dejaba los componentes prácticos en manos de sus tutores imperiales; o como el hecho de que reconocer la diferencia no significa ni exactamente ni en absoluto reconocer la igualdad. Exotizar puede ser un excelente camino para inferiorizar.
De Roma a Hispania, pasando por la Galia
14Sin embargo, lo que nos interesa aquí es seguir el camino que nos lleva no ya a Occidente, sino al occidente del Occidente, y que nos permitirá incidir en cómo esas cartas con las que se juega en los territorios coloniales eran cartas muy usadas, y muy marcadas, en los propios espacios europeos. Y también nos conducirá a la segunda piedra de toque de la que hablábamos5. Para no perdernos, podemos saltar de Cambridge a Cambridge. Dentro del mismo período de Entreguerras, un estudioso francés, E. Albertini se encarga de escribir el capítulo “The Latin West: Africa, Spain and Gaul” del volumen de la Cambridge Ancient History dedicado a The Imperial Peace. A.D. 70-1926.
15Tras definir un territorio hispano en época romana racialmente ibero, dividido, en el que la geografía y los procesos anteriores habrían continuado como tales a pesar de unas elites romanizadas que no eran más que eso7, al igual que entre los beréberes del Norte de África, contrasta esa realidad con un mundo, el de la Galia, en el que:
“There was never any real conflict between the pre-Roman customs and the process of romanization. The Celts of Gaul, unlike the Berbers and the Iberians, were related to the Italians by language, with all its implications of similarity in thought and feeling, and this Indo-European relationship between the conquering and the conquered people was vital to their good understanding. The new manners brought by the Romans found no violent opposition, though they did not drive out the ancient customs completely; the civilization of Roman Gaul is in fact a combination of the two, and it is this which gives it its originality.”
16El tránsito que hemos hecho con esta cita de los impactos artísticos griegos a los impactos romanos en ese nada inocuo término de “civilización” no es tan forzado como pudiera parecer. La imagen de feliz fusión y continuidad, de “mixture of imitation and local tradition”8, que despliega Albertini abarca lo social, lo cultural, lo religioso y, por supuesto, también su manifestación en las artes plásticas. Nótese lo significativo de los términos cuando se refiere a la escultura y afirma que:
“Speaking generally, the survival in this art of the Celtic spirit, which makes itself seen in a certain independence of the strict discipline of classicism, makes it alive despite all its imperfections”9.
17La supervivencia del arte y del “espíritu” céltico, su capacidad de imitar, sin perderse, un clasicismo que ya es grecorromano, esa “cierta independencia” de su “disciplina” remite también a esa misma capacidad de adaptarse a la dominación romana, de mantener su identidad, su independencia de espíritu, e incluso de beneficiarse de la dominación externa para su propia evolución.
18El segundo problema de que hablábamos se apunta también aquí: ¿Qué hacer con la dominación romana de los antepasados, qué hacer con Roma, cómo integrar su dominación sobre aquéllos (o sea, nosotros) sin que se pierda el necesario hilo de la continuidad que ha de llegar hasta el presente? Como vemos, aquí se mezcla inextricablemente con el de la superioridad del arte heleno, ya greco-romano, y en esa mezcla ambos problemas tienen la misma solución, puesto que el arte, no lo olvidemos, expresaría en última instancia su identidad y su realidad. El común componente indoeuropeo, esa similitud de pensamiento y sentimiento que aporta, es la clave de todo.
19Albertini nos deja poco antes una clave interesante para entender mejor ese juego que exige continuidad y fusión. La estructura de la sociedad también se habría mantenido, por lo general, porque en cada ciudad la vieja nobleza de la Galia independiente continuaría como aristocracia terrateniente rodeada de multitud de clientes y pequeños arrendatarios, constituyéndose así en “a powerful conservative element in the social system”. A nuestros efectos es todavía más importante lo que sigue:
“When the Empire began to break up, was destined to be the most stable element in a crumbling world. He dominated but he protected. Under his shadow peasants and workmen could live safely, if humbly, and famines and bankruptcies were rare”10.
20Sin duda sería interesante comentar las valencias ideológicas detrás de estas imágenes de los protectores terratenientes que tanto ofrecerían a quienes les están sometidos, pero se entiende que nos interese más su uso como claves de continuidad étnica, cultural e identitaria. Pero hay un factor que nos interesa más seguir aquí porque se encuentra en el grupo de los términos claves que venimos siguiendo – identidad, continuidad, capacidad cultural – y en pie de igualdad con ellos.
21El contraste con Hispania (y África) vuelve a servirnos de guía. Poco antes la ha definido11 como una realidad muy diversificada con una geografía que dividiría el país en zonas aisladas. El hecho de que la complejidad étnica no impidiera un fuerte componente común, el ibero12, no habría contribuido mucho a reducir las diferencias. Cualquiera podría pensar que la existencia de muchas ciudades podría ser entendida como un índice de penetración romana, sin embargo, no lo es para él: demostraría la supervivencia de la vieja sociedad ibera, de un sistema político de pequeños grupos independientes “all ready to fly at one another’s throats, and avoiding all save ephemeral alliances”13. Además, esas gentes dispuestas a lanzarse a la más mínima a los cuellos de los demás, están divididos también por otro componente aún más clave: mientras en la Galia hay una delicada y creativa fusión, en el otro hay dos sectores que no se tocan. La influencia romana llegaría a unas elites substancialmente ajenas a la gran mayoría de la población, menos receptiva, que continúa con sus viejas realidades, sin duda porque carecería de las capacidades de los Galos y de su parentesco. Lo que en un lugar es pervivencia y fusión, en otro es barbarie e impermeabilidad.
22Se puede reconocer el aporte hispano en emperadores, elites o literatos – los Séneca, Lucano, Marcial, Columela… –, pero tampoco esa realidad excepcional da lugar a defender apreciaciones generales de cierto calado sobre el grado de instrucción de la aristocracia y “la clase media” – en contraste con lo que se hace tras citar, admitiendo que se trata de alguien muy de segunda fila, a Favorinus de Arles como el más conocido hombre de letras galo14. Al contrario, es el momento justo para reducir la cuestión a sus verdaderas dimensiones: cuando hasta las ciudades pueden ser interpretadas como supervivencias de la vieja barbarie, cuesta poco limitarlo todo a la clase alta y afirmar que por debajo de ella lo que hay es una gran masa de la población que seguía teniendo un bajo nivel de vida y era menos receptiva a las influencias romanas.
23El final en forma de fulgurante síntesis deja inmediatamente estas cosas, y algunas más, en su sitio15:
“Above all, when Rome had done all that she could to make the land a unity, the land remained divided, a complex of districts which were unities in themselves, as nature and their past history had formed them.”
24En España (Spain, no Hispania) no hay unidad y hasta la continuidad no es integradora, sino todo lo contrario, puesto que se basa en el elemento dominante ibero, lo mismo que en el norte de África se basa en el bereber16. Ese restallante “unlike the Berbers and the Iberians” no es una ocurrencia pasajera.
“Nos ancêtres les Gaulois” y los antepasados ajenos: la Galia frente a Iberia (e Italia)
25Entramos aquí en el otro componente del máximo interés en la valoración de los antepasados que anunciábamos. Ya sabemos del primer componente conflictivo al que hay que enfrentarse para poder aseverar su capacidad artística e intelectual, la superioridad griega (o grecorromana) en este terreno, que se puede integrar a partir de aseverar su talento para asimilar ese aporte sin perder la identidad propia. El otro – la superioridad romana en lo político – requiere un expediente parecido. Nada de esto es ni extraño ni nuevo y está presente, por poner un ejemplo que conozco mejor que otros, en la historiografía española del xvi que ya diferenciaba entre el período en el que se habría demostrado el ejemplar carácter bélico de los antepasados de aquél en el que, tras dos siglos de luchas constantes, tocaba demostrar cuánto cabía aprender de Roma.
26Hay buenas razones en el contexto nacionalista del siglo xix para cifrar ese aprendizaje en la unidad, ese componente que, por contraste, refuerza Albertini cuando hace notar que, a pesar de que Roma había hecho todo lo que había podido, no había conseguido España aprender la lección de la unidad. No hay ni que decir que la Galia sí. Y es que también hay o no hay capacidad para la unidad política. Es un viejo tema éste del todo crucial que Mommsen, como veremos después, había colocado en primer plano.
27Pero, a la vez, es un tema crucial en Francia desde la derrota de Sedán y la masacre de la Comuna. Recordemos que la admirable renovación institucional en el campo del conocimiento que implica va unida a la exaltación patriótica más acusada. Nadie como Émile Zola para definir ese momento, sus polémicas, por ejemplo en su Lettre à la jeunesse française en pro del naturalismo en la novela, entendido como la ciencia moderna aplicada a la literatura17, en las que opone romanticismo y academicismo a naturalismo y ciencia, contrastando lo que define como sus rasgos característicos en oposiciones radicales (“mots vides”, “vers sonores”, “rhétorique”, “idéalisme”, “maximes”, “abstractions/science”, “France savante”, “vérité”, “expérience”, “faits”…). Todo se dirige, por supuesto, a renovar un país en el que no debe haber “fous heroïques”, sino “soldats solides”, y a cuya juventud despide señalando que es ahí donde está el patriotismo, “C’est en appliquant la formule scientifique qu’elle reprendra un jour l’Alsace et la Lorraine”18. En el contexto de la lucha por la superioridad de las naciones, del imperio del mundo, Francia se habría retrasado en el campo del conocimiento y eso habría llevado a su derrota. La superioridad alemana aquí se habría pagado caro. A la raza francesa19 no le faltarían cualidades para ello, pero debería aprender “la méthode patiente” que le falta, sin perder sus cualidades, su “générosité de tempérament”, “esprit”, “gaieté”... Esto le igualaría a sus oponentes en lo que la Gazette Nationale de Berlín había calificado contestando a Renan – objeto central también de las iras de Zola en el texto – como “l’appréciation insuffisante de nos concurrents dans le domaine matérial et intellectuel”20, sin por ello, recalca Zola, caer en características como el “pédantisme et la raideur militaire”, el componente un tanto “maussade”, o la falta de espíritu y gracia.
28Espero que se excuse a un Zolano como yo esta cita, sólo aparentemente un tanto alejada de lo que veníamos diciendo. Se entiende, en todo caso, mejor el contexto, las preocupaciones e incluso que los contrastes entre los pueblos y sus cualidades en el presente se proyecten también en el pasado, en los antepasados. La tendencia es a definir la propia identidad colectiva por contraste y no creo estar muy errado al pensar que en la autodefinición francesa España ha sido tradicionalmente el otro polo, una frontera sur a oponer en más de un sentido a su frontera norte.
29Pero me interesa más concretar brevemente dos cuestiones bien cruciales en este contexto y que permiten entender mejor los problemas que vamos tratando, y también el texto de Albertini. En primer lugar, no es casual que en este momento se refuerce la identificación francesa con “nos ancêtres les Gaulois” con la puesta en segundo plano de los germanos francos. Y es ahora cuando se hace imprescindible defender que es bajo Roma cuando los galos remedian la carencia que habría permitido conquistarlos, aprendiendo la lección de la unidad, y realizan esa sólida mezcla que les permite sobrevivir e integrar a los nuevos invasores francos, apuntando así hacia el futuro.
30De hecho, uno de los más conocidos creadores de estas construcciones, Camille Jullian, llegará todavía más allá. Basta mirar su De la Gaule à la France. Nos origines historiques de 1922, para entender su obsesión casi compulsiva por una unidad que ve ya antes de Roma, en la misma conquista indoeuropea que prepararía la nación francesa del futuro, que generaría un primer imperio de occidente cuya unidad garantizarían los druidas, una unidad santa ligada a una ley providencial que vendría marcada por la armonía profunda entre la región natural y la sociedad humana que la habita, que se vería sucedida por una patria gala que adquiere el progreso de los griegos y cuya evolución positiva habría frenado una Roma cuyos méritos tiende a devaluar, y que, por supuesto, sobreviviría sin mayores problemas a ésta y a los invasores germanos21.
31No sorprende que él mismo hubiera defendido en los comienzos de su carrera que algo parecido no ocurre, en cambio, en la Italia imperial, dejada al albur de una característica fragmentación que habría marcado un futuro bien distinto al francés22. Que ésa – en el fondo bien insegura – obsesión por la unidad propia se acompañe de la negación de la ajena es también parte de esa necesidad de afirmación. La Hispania dividida de Albertini no es fruto de un proceso muy distinto.
32De hecho, para poder entender ese juego con los antepasados en el presente y el pasado que, por supuesto, no deja de jugar también con los germanos, conviene referirse muy brevemente a unas polémicas multiseculares que afectan a todos ellos, y que multiplica los viejos debates ligados a la definición y oposición de los antepasados. Se trata del debate sobre la decadencia de las razas latinas que acompañó y siguió a tres derrotas: la francesa de Sedán ante la coalición alemana dirigida por Prusia en 1870, la italiana de Adwa en 1896 ante los ejércitos de Etiopía y la española ante USA en Cuba y Filipinas en 1898, en la que el debate se liga al pretendido auge de las “razas” anglosajona y germánica. El problema alude a “razas” y, consecuentemente, a orígenes y antepasados. En estos contextos, muy controvertidos entonces también en su fundamentación, una de las estrategias desde el lado francés consistía en una negación de esa comunidad en el presente y el pasado, reafirmando las diferencias con una España ibera y africana y con una Italia, efectivamente latina, y sin las raíces celtas de Francia.
33En medio de todo esto se entiende bien que este tipo de planteamientos se proyecten en todas direcciones y que se planteen con especial crudeza en el ámbito de la Antigüedad. La aplicación por Pierre Paris23 – un genuino representante de lo que se ha llamado “arqueología colonial” – de estos esquemas a Hispania resulta casi un modelo paradigmático de todo lo que venimos tratando y su influjo posterior será considerable – en A. Schulten24, E. Albertini… Su uso de los nuevos modelos tipológicos y sistemáticos alrededor de la definición del estilo es característico, como lo es también su aplicación radical de lo que, Mitter llamaba “the purported universality of classical canon”, un uso que es particularmente significativo a menos de cinco años de que Picasso pintara Les Demoiselles d’Avignon, inaugurando el cubismo y, a nuestros efectos, un guiño al arte africano que decía adiós a todo eso.
34Parte de que es sólo aparente la diversidad peninsular y que hay una unidad de fondo, la ibera, que se manifiesta en un estilo propio que él es quien descubre y define. Dice poco de sus habitantes, salvo citar fuentes grecorromanas afirmando que los describen como bárbaros insolentes y belicosos con poco fuelle para grandes empresas25. El que se manifieste como descubridor de esa nueva provincia del arte no significa que le guste en absoluto. Basta una cita para definir lo que piensa26:
“Partout également l’art et l’industrie ont végeté dans une grossièreté native, puis dans une routine sans progrès ne donnant le jour qu’à des objets uniformément lourdes et misérables, d’un même style enfantin et barbare.”
35La penetración de influencias orientales y griegas produce algunos efectos positivos en las zonas levantina y meridional, pero acaban siendo absorbidos en esa realidad triste, que describe en claves muy coloniales (rutina obtusa, barbarie nativa, rudeza bárbara, arte bárbaramente abigarrado e infantil…), casi desolado por el horror de su contemplación27.
36Hablamos ni más ni menos que del peor pueblo de la Antigüedad o entre los primitivos por sus cualidades nativas para la escultura28, que en el caso del Oeste peninsular – precisamente las zonas sin contactos externos, los más puros, diríamos – de haberse producido determinadas obras en época romana, como el cree, sería muestra de que los Iberos del norte eran los más bárbaros y menos dotados de toda la Europa occidental, observación a la que sigue una apenas matizada y bien iluminadora comparación: “Nos ancêtres les Gaulois, au contact des Romains, s’étaient autrement formés et policés”29. Frente a ello no sorprende que una pieza desvele no a su autor sino ni más ni menos que el gusto español – que es quizás de lo que se trata –: “Le goût espagnol”, nos cuenta, se deja seducir en ella por lo heleno, pero no se decide a sacrificar del todo “ce qu’il aimait par instinct de race, le touffu dans l’ornementation et presque la surcharge”30. Se entiende que la llegada de modelos clásicos, bien delimitada a determinados territorios, además, no sirva finalmente para mucho; el estudio tipológico de las esculturas del Cerro de los Santos, por ejemplo, mostraría cómo, finalmente, se habrían cerrado esos escultores a Grecia y al progreso y, por tanto, al arte31.
De Mommsen a la Galia y el mundo
37Podríamos terminar aquí insistiendo en lo que hemos señalado al principio: la afirmación/negación de las capacidades culturales de los pueblos, así como el juego con los modelos clasicistas para ello, se aplica dentro y fuera de Europa, a quienes se juzga como antepasados y a los de los otros. Y lo mismo ocurre con la valoración de su capacidad política, identificada con la de unidad nacional, No está de más incidir, por cierto, en que éste último argumento (en negativo, claro) fue esgrimido por los británicos para legitimar su dominación de una India cuya historia habría demostrado la imposibilidad nativa para la imprescindible unidad.
38Pero me interesa más terminar dejando Francia – porque, naturalmente estos últimos aspectos no hablan primordialmente de España, ni de Hispania, sino de la situación específica de Francia – para mirar por un momento a Alemania antes de todo esto, y antes de la unificación, e insistir en que todas estas polémicas finiseculares inciden en realidad en aspectos nucleares de los modelos nacionalistas y en sus implicaciones para la Antigüedad. Porque para Mommsen también las capacidades artístico-culturales y la capacidad política expresada en forma de unidad nacional eran las dos grandes claves interpretativas. Pero si el tablero es el mismo, las piezas se mueven de otra manera.
39Para él los Celtas no habrían sido más que las víctimas inevitables de una Italia unificada por Roma: incapaces de unión, sobre sus restos César expandiría ese mundo genialmente reconstruido en el que había juntado las capacidades políticas y militares romanas con las capacidades culturales y artísticas helenas, preparando el terreno para una dominación común que, por definición, descartaba y anulaba a las demás culturas, destinadas a una inevitable absorción32. Mommsen33 destaca sus carencias incluso en el momento superior de su desarrollo: “ihre mindere sittliche Begabung oder, was dasselbe ist, ihre mindere Kulturfähigkeit”. Y es que “Sie vermöchte aus sich weder eine nationale Kunst noch einen nationalen Staat zu erzeugen…”.
40Ni capacidades para un arte nacional, ni para un estado nacional, ni unidad, ni cultura. Los viejos temas antes de que se convirtieran en viejos. Es cierto también que cuando compara los movimientos “patrióticos” de unidad contra la conquista cesariana, ese “keltische Patriotenpartei”, con la posición de los patriotas alemanes frente a Napoleón, se nos muestra otra vez que tampoco se habla sólo ni de la Galia ni de Francia34. Cuando, adicionalmente, sigue parangonando la inevitabilidad de la destrucción de los pueblos sometidos por Roma con la de los colectivos indígenas que eran objeto de conquista en el imperio inglés, incluyendo por supuesto la India, o en los Estados Unidos, no mostraba unos criterios explicativos distintos. También en él el juicio sobre las capacidades de los pueblos se desplegaba en el interior y en el exterior, en el pasado y en el presente.
Bibliographie
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Notes de bas de page
1 Mitter [1977] 1992.
2 Mitter 1977, XIV.
3 Winckelmann [1764] 2002,105.
4 Marshall 1922,649. Sir John Hubert Marshall (1876-1958) fue Director General del Archaeological Survey of India de 1902 a 1928 y uno de los grandes arqueólogos británicos en el Subcontinente. Fue co-descubridor de la Cultura del Indo, director de importantes excavaciones en Taxila, Sanchi y otros lugares y autor de notables estudios.
5 Para ayudar a centrar la cuestión en los textos analizados y no alargar innecesariamente este trabajo con referencias bibliográficas que nunca harían justicia a la envergadura de las publicaciones existentes en un tema tan complejo, me limitaré a apuntar aquí publicaciones previas mías en las que el lector podrá encontrarlas, evitando también en adelante mis propias citas: Wulff 2004a; Wulff 2004b; Wulff 2009; Wulff 2010a; Wulff 2010b.
6 Albertini [1936] 1969, en particular 501 sq. Eugène Albertini (1880-1941), “Directeur des antiquités de l’Algérie” y de 1932 a 1935 Catedrático de civilización romana en el Collège de France, es un otro interesante ejemplo de arqueólogo colonial.
7 Albertini [1936] 1969,501.
8 Albertini [1936] 1969,508.
9 Albertini [1936] 1969,508.
10 Albertini [1936] 1969,506-7.
11 Albertini [1936] 1969,501; ver también 492.
12 Albertini [1936] 1969,492.
13 Albertini [1936] 1969,497.
14 Albertini [1936] 1969,501, 507.
15 Albertini [1936] 1969,501.
16 Ver, por ejemplo, ibid., 481 para lo que define como la “notable racial unity” bereber; ver p. 483 para su interesante observación sobre “This feebleness of African industry, this distaste for industrial activity, is a phenomenon which reappears in every phase of the history of Africa”, sin duda una observación particularmente interesante en boca de un miembro del colectivo colonizador por excelencia de la zona.
17 Zola 1880b, 133.
18 Zola 1880b, 105.
19 Zola 1880b, 104.
20 Zola 1880b, 59; cf. su uso en p. 104 de los términos utilizados por Renan.
21 Jullian 1922: ver por ejemplo 78, 83, 96,103, 128,147, 149,152, 172-3,188; bastaría también con leer los índices que preceden a cada capítulo.
22 Wulff 2010b.
23 El arqueólogo e historiador del Arte Pierre Paris (1859-1931), anteriormente dedicado al mundo helénico en Grecia y Turquía, devino hispanista en los años 90 del xix. Es esencial en la constitución de una escuela francesa de hispanistas dedicados a la Península, hasta el momento explorada en especial, aparte de por estudiosos locales, por alemanes. Director de la Escuela de Bellas Artes de Burdeos, de la Casa de Velázquez en Madrid, y co-fundador del Bulletin hispanique. Ver Rouillard 2009.
24 Adolf Schulten (1870-1960) es el más influyente arqueólogo e historiador de la Antigüedad de la Península Ibérica de la primera mitad del xix. Alemán, después de viajes formativos por Italia, Grecia y África del Norte – sobre la que también trabajará en sus inicios – fue Catedrático en la Universidad de Erlangen, entre otras cosas gracias al “descubrimiento” en 1905 de una Numancia que hacía decenios había sido declarada Monumento Nacional. Dedicó su vida científica a temas hispanos – Numancia, Tartessos, Viriato, Fontes hispaniae antiquae… –, dejando su impronta en los artículos de la Realency clopädie der classischen Altertumswissenschaft.
25 Paris 1903-1904, t. I, xi.
26 Paris 1903-1904, I, viii.
27 Ver, en particular, Paris 1903-1904, t. I, 50,55 sq., 83 sq., 266, 275, 308 sq., 309-310; ver el resumen del t. ii, 303-311.
28 Paris 1903-1904, t. I, 55.
29 Paris 1903-1904, t. I, 73.
30 Paris 1903-1904, t. I, 50; aunque mi cita preferida es la que conecta gusto ibero y gusto español a partir de los tocados de las mujeres, y que incluye el neologismo “mañola” que lamentablemente no tuvo tanto éxito como “toreador”, ver Paris 1903-1904, t. I, 266.
31 Paris 1903-1904, t. I, 309.
32 Mommsen [1854-1885] 1988, III, 220-1, 236-7, 272 sq., 298-9, 549, 568.
33 Mommsen [1854-1885] 1988, III, 241.
34 Mommsen [1854-1885] 1988, III, 236.
Auteur
Catedrático de Historia Antigua, Universidad de Malaga; wulff@uma.es
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