Capítulo 4. La opinión pública y sus derivas
p. 207-264
Note de l’auteur
Para este capítulo, no hubo lectores previos además de Graciela Batticuore, pero, con otros orden, objetivos y corpus, debo las hipótesis sobre la escritura de Moreno a las clases dadas desde 2010 hasta hoy en la materia Pensamiento Argentino y Latinoamericano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, cuyo profesor titular es Elías Palti. A las preguntas y comentarios de mis estudiantes también les debo mucho y quiero agradecerles.
Texte intégral
1Los letrados de comienzos del siglo XIX porteño construyeron, de manera más deliberada que inconsciente, aunque de seguro sin un control total del proceso, un ámbito de discusión compartido, instaurado por el mero trámite de la propia enunciación. Todo lenguaje es social por naturaleza, decir (o escribir) algo es decírselo a alguien493; tomar la palabra, entonces, implica instalar un diálogo posible, buscar una respuesta (verbal o no verbal), imaginar un determinado espacio en el que ese intercambio tenga lugar. Las investigaciones sobre la opinión pública han tenido un auge importante desde la publicación de Historia y crítica de la opinión pública de Jürgen Habermas en 1962 y sobre todo de su traducción al castellano en 1981. En general, la constatación del surgimiento de un espacio público de intercambio discursivo ha sido considerado correlato (en relación de simultaneidad, causalidad o consecuencia) con el quiebre de formas políticas premodernas, así como con el surgimiento o la mayor difusión de los medios de prensa494. Si, como he venido sosteniendo, la irrupción de la prensa periódica en el Río de la Plata marca y define una época, resulta necesario plantear la pregunta sobre las características de la opinión pública entonces.
2La sociedad del Antiguo Régimen no careció de un concepto de opinión pública; es justamente a partir de su carácter “nativo” que los diferentes estudios elaboraron la categoría, con la consecuencia algo contradictoria de que una opinión pública “auténtica” habría surgido solo en la modernidad política posrevolucionaria. Pero ya a fines del siglo XVII aquella aparece con el sentido tradicional de fama, de lo que se piensa en general sobre una cosa o persona. Más que en su obvio (y admitido) teleologismo, la crítica más pertinente que se puede realizar a la perspectiva habermasiana, señalada por François Xavier Guerra y Anick Lampérière en su también fundamental estudio, es el privilegio casi excluyente de las formas novedosas de comunicación de las elites, dejando de lado modos más antiguos -pero no por ello perimidos- de circulación de la información495. Pese al carácter disruptivo de la prensa periódica, que ya hemos estudiado más arriba, sería exagerado atribuir a ella un lugar central en la construcción de las opiniones en el período que nos interesa, dado que otros medios más arraigados en la tradición se probarían más eficaces (el rumor, el bando oficial, la epístola, el sermón)496. Aun así, el nuevo medio contribuye a la politización del concepto en un modo específico, que remite a su vez a los significados que en la época se le asocian: erudición, modernidad, ilustración497. Como escriben Noemí Goldman y Alejandra Pasino, al analizar la cuestión desde la perspectiva de la historia conceptual:
En el Río de la Plata, al igual que en el resto de Hispanoamérica, el término ‘público’, en el período tardo-colonial, formaba parte de la célebre trilogía ‘Dios, el Rey, el Público’ como principio constitutivo de la Monarquía y del ‘buen gobierno’. […] La opinión tiene así una connotación moral que se vinculaba con la buena o mala fama del vecino.
Pero a principios del siglo XIX, el nuevo clima de ideas abierto por la monarquía ilustrada de los Borbones introdujo cambios en la vida cultural rioplatense que se vincularon con la aparición de los primeros periódicos […] En estos textos surge una nueva acepción de público: el término empieza a referirse a aquellos hombres capaces de aportar sus ‘luces’ a la comunidad. Estas ‘luces’, también denominadas por la naciente prensa ‘opiniones’, debían surgir de la labor de los editores y de la reproducción de artículos y cartas de colaboradores ocasionales.498
3En ese sentido, como vengo insistiendo, si bien está lejos de ser el escenario único de los cambios en la cultura tardocolonial, la prensa periódica, que nace en el Río de la Plata casi con el siglo como un fenómeno que alcanza a un reducido número de personas, reordena el modo en que tienen lugar la difusión de la información y discusiones públicas más amplias, forzando una redistribución de las funciones de los otros medios disponibles, como las memorias de Belgrano o los poemas de Pantaleón Rivarola permiten entrever. La idea de opinión pública a la que remite el segundo párrafo de Goldman y Pasino ya alude a una elaboración distinta de fama o prestigio; más bien se trata de un uso particular del lenguaje, restringido a los letrados que aportan “luces” e instalan en el ámbito de la discusión social y política el ejercicio de la razón.
4Esa nueva concepción de la opinión pública, propia de la jerga ilustrada del siglo XVIII europeo, en primer lugar en la Inglaterra después de la Revolución Gloriosa, supone una “evolución en dos pasos” en la narrativa de los autores que la han estudiado, el primero de ellos a su vez escindido en dos momentos (Habermas, Koselleck, Chartier, Eagleton, Hohendhal). La Ilustración promueve un uso público de la razón por parte de las personas, contrapuesto a un ejercicio privado de ella, para criticar, en primer lugar, asuntos literarios y artísticos, que luego se amplían a morales y finalmente terminan incluyendo los políticos, como la víspera de la Revolución Francesa ejemplifica de modo palmario499. En su Ensayo sobre el entendimiento humano, por ejemplo, de 1690, y bastante leído en Europa durante todo el siglo XVIII, John Locke postulaba la existencia de tres órdenes legales: la ley divina, es decir, el derecho natural y eterno, que habla de lo bueno y lo malo para la humanidad como especie y el hombre como individuo; la ley civil, establecida por las autoridades legítimas de una sociedad, que rige las relaciones entre los hombres en lo que no hace a su definición como tal; y la “ley de la opinión” (law of opinion), que define lo que es virtuoso y lo que no lo es en una sociedad dada500. Ahora bien, en el esquema del filósofo inglés, el carácter cambiante de la última, que va a ser tematizado una y otra vez por la prensa periódica, impide que, aunque sus posibilidades censoras avancen sobre la política, pueda erigirse en soberana. Quienes establecen la ley de la opinión circulan en el ámbito de los clubes y cafés que Habermas luego estilizaría hasta idealizarlos y no son los mismos que se ocupan de la ley civil, dotados de la soberanía para legislar. El pensamiento prerromántico de Juan Jacobo Rousseau, en cambio, contemporáneo a los todavía restringidos pero bastante menos elitistas salones, cafés y, como Robert Darnton se ocupó de relevar, talleres, librerías y las mismas calles y plazas de París en los que las críticas racionales circulaban de la mano de las burlas soeces al poder, postula una opinión pública que ya se quiere soberana501.
5De modo que si el primer “paso” de esos relatos es el surgimiento de la crítica de los asuntos públicos que el concepto de opinión pública viene a resumir, el segundo se identifica con la crisis política que esa crítica desata, típicamente la Revolución Francesa502, pero más en general toda la era de las revoluciones503, cuando las nuevas certezas habrían sido construidas a partir de la deliberación y el consenso. En 1809, Alberto Lista definía la opinión pública ya de manera explícita: “la voz general de todo un Pueblo convencido de una verdad, que ha examinado por medio de la discusión”504. Esta narración del surgimiento de una opinión pública “auténtica” en los distintos países del viejo continente, cuya veracidad nos interesa aquí menos que la posibilidad de funcionar como una guía para indagar en la cuestión en el contexto americano, pone el énfasis en la gradualidad del ejercicio de la crítica, que amplía su campo de acción a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX.
6En ese sentido, la primera distinción que habría que hacer, amén de las pertinentes críticas de Guerra relevadas más arriba y de la atención prestada al concepto tradicional de opinión, es que en Buenos Aires la crítica y la crisis son simultáneas en vez de sucesivas. No puede postularse una esfera de la discusión literaria que precediese, como en los casos europeos, a la formación de una esfera pública específicamente política, sino que en la conformación de un espacio público ambas series permanecían indistinguidas en los primeros ensayos de prensa periódica. Más cerca del fin de la década, cuando la vida pública de la invadida y reconquistada Buenos Aires fue convulsionada, el auge de la actividad política en el marco de una ocupación extranjera primero y de un régimen “antiguo” después hizo que las discusiones en torno de “lo público” (de la república en un sentido etimológico) se multiplicasen, y que de hecho la dimensión estética de las discusiones públicas quedase relegada para tiempos con menos urgencias que las que la guerra impone.
7En este capítulo, nos proponemos relevar no solo la ardua construcción de ese espacio de deliberación pública, no siempre caracterizado por la igualdad de los participantes y la racionalidad de los argumentos, sino también cómo el concepto se inscribe en algunos textos de la época, participando así de su formulación. Si con la irrupción de la prensa periódica en 1801 la opinión pública se vio renovada por un modo nuevo de intervenir, a la vez que tímidamente el mismo medio se constituía en una arena de debate e intercambio, es con la agitación política de 1810 que la opinión pública estalla en alcances conceptuales y se abre un proceso de redefinición cuya clausura resulta impredecible, pues los términos mismos en los que ahora se elabora la discusión han sido alterados.
1. La opinión pública a comienzos del siglo XIX
… otros niños se acercaron con una imagen muy linda y un tamborcito tocando. Pregunté qué virgen era; la Fama me contestaron.
Bartolomé Hidalgo, “Relación que hace el gaucho Ramón Contreras a Jacinto Chano de todo lo que vio en las fiestas Mayas de Buenos Aires en 1822”, 1822.
8La opinión pública a comienzos del siglo resultaba equiparable a la fama (buena o mala), es decir, a la opinión compartida sobre una persona (o una cosa: idea, país, doctrina, etcétera); la aparición de la prensa periódica con afán ilustrado e ilustrador incorporó en el espacio público dos tareas que se superponían tanto como mutuamente se desplazaban. Por un lado, como analizamos en el capítulo primero, las primeras publicaciones periódicas se autolegitiman a partir de la difusión de la información útil; por el otro, esa información surge de debates públicos, contribuye en ellos o directamente los genera. El experimento editorial de Cabello y Mesa es ejemplar en ese sentido. Tanto como se proponía ilustrar a los “lectores débiles”, apuntaba a convertir el Telégrafo… en la arena de disputas “no con la Lengua ni la Espada, sino con la Pluma bien cortada”505. Pero además, el editor extremeño fundó el periódico como vía de expresión de una sociedad literaria que nunca llegaría a funcionar, dotada sin embargo de reglamentos y funciones muy precisas. Propuesta al virrey Avilés en una representación casi un año antes de la salida del Telégrafo… (el 26 de octubre de 1800), la definía como “tierna y amorosa madre que sustente este periódico, que lo críe con robustez y sea más duradero y memorable que las pirámides de Egipto”506. El modelo eran las sociedades literarias francesas y las sociedades económicas de amigos del país españolas, que actuaron como centros de discusión y difusión del pensamiento reformista ilustrado entre miembros de las elites507. Sobre la base de la confianza ilustrada en el cultivo de la razón y la ciencia como pilares del bien común, estas sociedades son expresión del asociacionismo moderno en torno de intereses compartidos y a partir de un saber técnico, cuya divulgación es parte de la tarea que asumen. En ese sentido, la relación planteada con el periódico no era nada original: todos los redactores de Primicias de la Cultura, editado en 1792 en Quito, eran miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País, por ejemplo; en Lima, la Sociedad de Amantes de País, tenía un órgano de difusión en el Mercurio Peruano, del cual Cabello y Mesa fue suscriptor en su paso por la capital peruana508. Entre la futura “Sociedad Patriótico-Literaria” y el Telégrafo… en Buenos Aires, moldeada sobre aquella experiencia, se abría una instancia de difusión de los debates de la elite, pero también la recepción de otros intercambios en el seno del cerrado círculo intelectual.
9Ya en el segundo número del Telégrafo…, del 4 de abril de 1801, Cabello y Mesa hacía pública su intención de crear una “Sociedad Patriotico-Literaria y Económica del Rio de la Plata” y establecía funciones muy precisas y hasta un borrador de estatuto, lo cual habla de un proyecto deliberado de crear ese espacio de sociabilidad letrada. Pero antes de hacerlo, en el mismo artículo, titulado “Origen de las Academias Literarias, y Sociedades Patrioticas. Idéa general de la que el Editor de este Periódico intenta eregir en esta Capital; y estado en que hoy se halla su establecimiento”509, pasaba revista a la historia de esa forma de reunión, revelando al mismo tiempo cuál era su ideal, que se ubicaba en el Renacimiento, concebido como venturosa era de sabiduría. Imitadas las “academias públicas” con las que los italianos “imaginaron que en todo tiempo podian ser Maestros de todas las Naciones”510 por franceses, ingleses y españoles, era hora, según Cabello y Mesa, de trasladar ese modelo al Río de la Plata. Y si los objetivos fijados por el extremeño iban en el sentido general del “adelantamiento” económico, social y cultural del olvidado confín sur del imperio español, con el típico optimismo del proyecto ilustrado, no escapaban a los límites ya señalados para él, como el riguroso respeto de las autoridades constituidas y las limitaciones de membresía étnicas y sociales expresan:
Primeramente, imagino crear este Sabio é Ilustre Cuerpo, baxo la proteccion inmediata del Exmo. Sr. Ministro de Hacienda de Indias, y de la Real Junta Gubernativa, y Ecónomica del Consulado, como su Subdelegada en estas Provincias: y que todos los que entren en esta Sociedad, han de ser Españoles nacidos en estos Reynos, o en los de España, Christianos viejos, y limpios de toda mala raza; pues no se ha de poder admitir en ella, ningún Extranjero, Negro, Mulato, Chino, Zambo, Quarteron, o Mestizo, ni aquel que haya sido reconciliado por el delito de la Heregia, y apostasía […]; porque se ha de procurar que esta Sociedad Argentina, se componga de hombres de honrado nacimientos, y buenos procederes, como que se ilustran mas con entrar y ser del Cuerpo de ella.511
10De modo que la participación en esos debates públicos, lejos de una concepción de igualdad que solo el ejercicio desparejo de la razón pudiese alterar, seguía dependiendo de la pertenencia a una elite social con múltiples determinaciones (étnica, religiosa, de origen social, de género), al punto que tres meses después, el 27 de junio de 1801, el Telégrafo… publicaría una carta de Bertoldo Clak -tal vez un seudónimo, pues no lo encontré en otros documentos-, quien daba a entender que era extranjero y le enrostraba al editor que esa exclusión lo condenaba “… a vivir y morir como bestia salbage privado de aquella perfecta igualdad de d [e] rechos en que por la Ley natural son, y deben ser considerados todos los Miembros de la Sociedad humana”512. Es posible considerar que la queja fuese, como tantos otros textos en esta y otras publicaciones periódicas, un artilugio editorial para introducir un tema y dar lugar a la “Respuesta del Editor” que la seguía; en todo caso, fuese o no su autor Clak, y fuese este su verdadero nombre o uno fingido, la decisión de hacer público el planteo fue responsabilidad total de Cabello y Mesa, quien nuevamente generaba una disputa de plumas bien cortadas. Su respuesta planteaba de manera más clara los límites de esa opinión pública moderna todavía en vías de construcción: después de distinguir entre el derecho de gentes natural, y por lo tanto necesario, y el positivo (que denomina “ley voluntaria”), derivado de la búsqueda del bien y la seguridad de los pueblos513, sostenía que era en función de este último que, en el caso de España, extranjeros, negros, indios y demás excluidos no podían tener un empleo público. Es decir que en buena medida amparaba su decisión en la normativa vigente para actividad oficial. Ahora bien, la proyectada sociedad no dependía del rey ni era parte del sistema colonial (con los difusos límites que las instituciones podían tener en la época), sino que hoy la consideraríamos una “entidad privada de bien público”, de modo que no estaba obligada a seguir las prescripciones tomadas de una real cédula.
11El recurso al ordenamiento legal, entonces, resultaba más una excusa para una decisión en última instancia ideológica que el cumplimiento de una obligación. Con similares recaudos étnicos y sociales, sin ir más lejos, la legislación sobre lectura de las memorias del Consulado citada en el capítulo anterior disponía la indistinción en los lugares de precedencia, organizando esas lecturas como espacios de intercambio igualitarios. La aparente contradicción se basa en la distancia entre los dos objetivos planteados por el editor del Telégrafo… No es lo mismo difundir la información entre el público en general, tarea que por otro lado era reconocida como una necesidad por las instituciones del Antiguo Régimen (del bando real a la tradición de recolectar leyes iniciada ya en los tiempos del imperio romano), que generar debates a partir de ella en una elite. El pensamiento ilustrado en torno de la opinión pública supone, es cierto, una continuidad necesaria entre una y otra actividad, dado que la recepción de esa información debía necesariamente generar alguna actividad crítica en sujetos dotados de una racionalidad que se quiere lejana a la autoculpable minoría de edad, pero ya sabemos que no a todos los lectores se les reconoce la misma capacidad racional. Y aun así, dando cuenta de las contradicciones que este discurso entraña, en una respuesta a un artículo muy elogioso enviado por “un subscriptor” (siempre sospechoso de ser una maniobra editorial), Cabello y Mesa esbozaba una ética del escritor que lo obligaba a someterse a la crítica:
Ya no es tuya la Obra, despues que la entregas al Público, dice un Escritor Santo: pierdense todos los derechos á ella soltándola de las manos, y la Sociedad civil los adquiere para censurarla sin injuriar a la Persona de su Autor. Sin que ofenda la urbanidad, ni prostituya la razón, ú olvide la caridad, vimos en otras partes, como sucederá en este Periodico, impugnaciones vehementes, defensas acaloradas, guerras sangrientas suscitadas, seguidas, reñidas y acabadas entre literatos de grande y de infimo mérito.514
12Salvaguardando la urbanidad, la razón y la caridad, los lectores podían criticar lo publicado. ¿Aun aquellos “lectores débiles” privilegiados por el proyecto editorial? Probablemente a ellos aluda la categoría de literatos de “infimo mérito”, que si no están en condiciones de debatir con los grandes escritores públicos en el ámbito restringido de la Sociedad Literaria tienen sí la posibilidad de hacerlo a través de la prensa periódica. La opinión pública podía coexistir con la diversidad de opiniones, porque, en última instancia, la primera actuaba como un tribunal de la validez de cada una, en la medida en que no se alejase de los mínimos acuerdos que hacían posible el intercambio. Claro que esos acuerdos no eran exclusivamente una lengua o algún ritual de comunicación, sino que también incluía la legitimidad de los participantes, dirimida por las características sociales y étnicas ya señaladas. El argumento se vuelve circular y ambiguo, pero frente a él, más que señalar la inconsistencia, podemos verificar una instancia de redefinición del concepto de opinión pública, que no aparece formulado con esos términos en el contexto rioplatense, a diferencia de lo que ocurría en otros lugares de América515.
13Ese modo particular de concebir la opinión pública, a mitad de camino entre una opinión compartida y aceptada por todos y el escenario de una disputa en la cual esa opinión compartida es el punto de llegada, es el que aparece reflejado en esa prensa periódica en la que la polémica es una de las estrategias editoriales. Y en términos de límites materiales para el combate de las opiniones particulares, paga la pena recordar que en la ciudad de Buenos Aires había una única imprenta y que su uso estaba vigilado de cerca por el gobierno virreinal y una poco eficaz Inquisición. Incluso más, “imprimir era siempre un privilegio otorgado por el rey o las autoridades que lo representaban” a título personal a una persona particular516, de modo que el poseedor de ese privilegio era el responsable intelectual y legal de todo el contenido de la publicación, pese a que hubiese otras firmas en el texto517. La crítica explícita que Manuel José de Lavardén escribe en el Semanario de Agricultura… . al artículo publicado en el Telégrafo… menos de un mes antes de su cancelación es un episodio singular, pues es justo después de uno de los breves lapsos de la época en que conviven en Buenos Aires dos periódicos distintos (el otro es la segunda mitad de 1810, con diferencias que señalaré más adelante). Como ya reseñé más arriba, las publicaciones prácticamente se suceden una a otra en esa primera década del siglo XIX, haciendo imposible un “diálogo” entre ellas518, de ahí lo extraordinario de la crítica de Velarde/Lavardén.
14Retomemos, con otro foco, el intercambio ya mencionado en el capítulo 1 en relación con la disputa sobre la situación social de Buenos Aires. El 8 de octubre de 1802, el Telégrafo… publicó un artículo anónimo titulado “POLITICA. Circunstancias en que se halla la Provincia de Buenos-Ayres é Islas Malbinas, y modo de repararse” que pintaba un retrato sombrío por demás del territorio bajo la jurisdicción de la capital austral519. Redactado como una típica descripción geográfica, mezcla anotaciones sobre el paisaje, consejos para viajeros, consideraciones de orden económico y político y una detallada argumentación respecto de los peligros morales que entraña la región para los jóvenes europeos, que fue la que desató la polémica. La base de esos peligros es un tópico sobre la región ya instalado y que seguiría operando en el futuro, la idea de una maldición de la abundancia: el exceso de carne y pescado hacía de la ciudad un lugar malsano, con “measmas venenosos” que “inficionan el ayre puro, y causan muchas enfermedades”520; la libre disponibilidad de alimentos, alojamiento y caballos volvía a los hombres holgazanes; y la extraordinaria disparidad de sexos -según el autor había doce mujeres por cada hombre-implicaba que solo una mujer de cada treinta lograse casarse, mientras que el resto “ó se queda en un forzado perpetuo celibato, ó se corrompen” (Telégrafo V, 23). Estas circunstancias, a su vez, convertían la región en un lugar de paso para los “pelotones de muchachos de Vizcaya, Montañas, Asturias, Castilla y otras Provincias de España”, que venían con el único objeto de enriquecerse rápido y volver a su pueblo de origen, dejando hijos naturales y mujeres abandonadas, que además son descriptas como también holgazanas y demasiado afectas a los lujos y las coqueterías.
15Semejante crítica de la realidad porteña hirió la susceptibilidad de uno de los colaboradores más prestigiosos del propio Telégrafo…, Manuel José de Lavardén, quien en su primer número un año antes había cantado la gloria de la región en su poema “Al Paraná”. Con el seudónimo de Fray Juan Anselmo de Velarde, el reconocido letrado publicaría una serie de tres artículos destinados a refutar al anónimo redactor de las “Circunstancias…”, planeada como tal desde el principio, dado que su título es “Cartas de F. Juan Anselmo de Velarde al redactor del semanario de Buenos Ayres”, y lo haría en el Semanario de Agricultura…, no en el Telégrafo… que apenas diez días antes había sacado su último número. El primer artículo presenta un enunciador instalado en una sociabilidad letrada, subrayada sin énfasis en el formato textual elegido y los paratextos que lo acompañan: la clasificación de “carta”, una forma de comunicación puramente escrita y letrada, el epígrafe en latín (Amphora coepit / Institui, currente rota nunc urceus exit521) y el emisor y el receptor representados, fraile y redactor, entre quienes se instala una familiaridad no solo por compartir los códigos letrados, sino también por el “amigo mio” con que el primero encabeza la carta. Como en otras series epistolares del Semanario de Agricultura…, después de instalado ese pacto ficcional de la “carta al amigo/redactor”, las características centrales del género discursivo desaparecían o se diluían con el correr de los textos. En este caso, las dos cartas siguientes iban precedidas por el título “Carta” y en ellas Velarde/Lavardén todavía firmaba con un “queda de Vm.”, pero dejaba de lado el apelativo inicial y todo uso de la segunda persona a lo largo del texto.
16En realidad, si bien los tres artículos/cartas apuntaban a discutir sobre el estado actual del sur del continente, solo el primero tomaba como interlocutor polémico el artículo “POLITICA” del Telégrafo…, eligiendo en cambio a diversos autores europeos en las cartas siguientes para refutar la visión de la “inferioridad americana y la abundancia de hombres holgazanes y mujeres ligeras en las costas porteñas. Velarde/Lavardén tematizaba además la función de la prensa periódica y los alcances del uso de la imprenta:
Amigo mio: si saber callar es ordinaria muestra de discrecion, tal vez no querer hablar merece la nota de baxeza. Ha sido hasta aqui muy de varones prudentes no desanimar con intempestivas criticas á los que han resuelto publicar sus producciones literarias. Los Jueces Censores han dado con recomendable circunspeccion quanto ensanche han podido á la libertad de Imprenta. No hay otro medio de elevar los conocimientos, pues acaso nunca gozariamos del oro de Virgilio, si no le entresacára de las heces de Enio. Considerada nuestra literatura, como una Niña, que recien se suelta á andar, ridículo hubiera sido reprehender con severidad las desairadas posturas de su debil cuerpecito […] Asi los discretos Argentinos han sufrido sin chistar las inepcias de el Autor de la Miscelanea Encomiastica Anacreontica: han pagado á buen precio la retaceada reimpresion del Arancél del Comercio libre; y tapandose las narices cautamente han recibido la receta contra almorranas; pero ya no podrán tolerar las nausas á que provoca el Folleto que baxo el Capitulo POLITICA insertó el Telegrafo del dia 8. del presente.522
17Haciendo una prolija descripción de todos los contenidos “censurables” (aunque no censurados) del Telégrafo… en su breve vida, destacaba particularmente uno que, en última instancia, a su juicio quedaba fuera de toda opinión pública: no se trataba de que sus argumentos pudiesen ser rebatidos uno por uno, sino que ni siquiera deberían haber llegado a la imprenta. A diferencia de lo que planteaba Cabello y Mesa en la “Guerra Literaria” sobre la conveniencia del puerto de Buenos Aires o Ensenada, según quien el redactor del periódico debía ser imparcial y el único requisito para los contendientes era la urbanidad,523 para Lavardén hay opiniones que no pueden circular en la sociedad.
18Al momento de la publicación de la carta, hacía apenas diez días que el último número del Telégrafo… había visto la luz. Resulta imposible, con los datos que contamos, fechar con exactitud la redacción del texto de Lavardén. Aun así, que, según él, “los discretos Argentinos”, tolerantes hasta entonces con los deslices de esa libertad de imprenta, hubiesen llegado a su límite prácticamente al mismo tiempo en que el gobierno (del cual Lavardén no solo no formaba parte, sino que se hallaba alejado) decidió cancelar el permiso de impresión del Telégrafo… muestra hasta qué punto la identidad entre opinión pública, opinión “de todos” y opinión de los órganos oficiales era posible, al menos en la pluma del poeta del Paraná. Si una opinión compartida por todos solo puede ser el resultado de una operación retórica (aun en nuestros tiempos de sondeos de opinión y focus groups), la cuestión central es quién enuncia esa opinión, quién tiene la posibilidad de fijarla en una concreción textual específica. La escisión entre el gobierno y el particular que escribe, un autor publicista, fue posible como correlato de los cambios políticos profundos que tendrían lugar en el Río de la Plata en 1809 y 1810, en los que nuevas voces se disputarían esa opinión, pero paradójicamente lo sería solo después de que el dispositivo prensa periódica se hubiese formulado en absoluta consonancia con un discurso oficial.
2. La opinión pública como voz oficial
El campo de la opinión es inmenso: cada uno tiene la libertad de delirar a su modo.
Valentín de Foronda, Carta sobre los asuntos más exquisitos de la economía política y sobre las leyes criminales, 1789.
19En efecto, si bien, como ya he señalado varias veces, todos los periódicos de la época contaban con el beneplácito de las autoridades virreinales y debían pasar necesariamente por la institución de la censura, en 1809 surgió por primera vez una publicación periódica que pretendía enunciar directamente la voz del gobierno virreinal. El clima político había mutado: pocos podían siquiera imaginar la posibilidad de una independencia de España, pero luego del inédito hecho político que constituyó el desplazamiento del virrey Sobremonte por parte de la población local como corolario de las invasiones inglesas, reemplazado por Santiago de Liniers en 1807, y la crisis de todo el sistema imperial con la prisión de Fernando VII en 1808, a mediados de 1809, cuando llegaba el nuevo virrey nombrado por la Junta Suprema de Sevilla (que en nombre del rey preso procuraría gobernar ese mecanismo cuyos goznes chirriaban cada vez más altisonantes), Baltasar Hidalgo de Cisneros, muchos imaginaron que el propio Liniers se aprestaba a resistir ese nombramiento y encabezar un gobierno autónomo. El héroe de la Reconquista, sin embargo, mantendría su lealtad a la corona española hasta pagarla con su vida poco más de un año después, pero la existencia misma de ese plan, como la conspiración de Martín de Álzaga contra Liniers a comienzos de 1809 o las cada vez menos discretas tratativas de varios letrados porteños para que asumiese el gobierno de América la Infanta Carlota, hermana del rey cautivo, que se había trasladado a Río de Janeiro, hablan de una pérdida de legitimidad del virreinato como institución.
20De ahí que Cisneros, un militar forjado en las ambiciones ilustradas de la corte de Carlos IV, ante la falta de un periódico en la capital del sur, organizase la publicación de una Gazeta del Gobierno de Buenos Aires, cuyas corta vida y pobre factura la convirtieron en un dato menor en la historiografía de la prensa argentina. La publicación, que tenía entre cuatro y doce páginas, salió del 14 de octubre de 1809 al 9 de enero de 1810 con ritmo muy irregular (en principio se la prometía dos veces por semana, pero algunas semanas llegó a tener cuatro ediciones), en el mismo formato in cuarto de los otros periódicos analizados aquí.
21¿Cuál era el contenido del periódico? Excepto algún pequeño anuncio de venta y algunos datos sobre arribos y partidas portuarios, la publicación consistía en reproducciones de textos españoles, casi exclusivamente de la Gaceta del Gobierno de Sevilla524. Me interesa aquí, en particular, el sentido centralísimo del nombre: el término “gaceta” había sido usado durante todo el siglo XVIII en la América española para las publicaciones oficiales, dependientes directamente de un gobierno. La etimología del término, cuyo origen es el italiano gazzeta, es discutida, pero sus primeros usos refieren a colecciones de noticias breves para navegantes de los puertos del norte de Italia en los comienzos de la prensa periódica, a mediados del siglo XVI. El término se resignifica con su paso a Francia, cuando durante el gobierno del cardenal Richelieu (privado de Luis XIII), a partir de 1631, sale la Gazette (llamada décadas más tarde Gazette de France y conocida como “la Gazette de Renaudot”): se trata de un periódico “casi oficial”, financiado por el monarca y pensado como una relación de noticias (siempre favorables al gobierno) con escasos trabajos ensayísticos o de opinión525. Según Manuel Vázquez Montalbán, la tarea de la Gazzete era cuádruple: ocultar lo que perjudicaba a la monarquía, transmitir las razones de Estado detrás de las decisiones de política internacional, valorar los hechos que afectaban la vida diaria de la nación y mitificar el poder526. Publicación modelo del absolutismo, sería imitada por varias gacetas españolas y americanas que castellanizaron el término asignándole, ahora sí, el sentido de periódico oficial, dependiente de un gobierno al cual daban voz. Así nacieron, entre otras, la Gaceta de México y noticias de Nueva España (1722), la Gazeta de Guatemala (1729) y la Gaceta de Lima (1743)527.
22Cisneros procuraba fijar una voz oficial en las disputas que tenían lugar en los más diversos rincones de Buenos Aires, habitados ya por pocos pero locuaces pasquines y panfletos agitadores528. Así lo reconocía el mismo virrey al reordenar las jurisdicciones de los alcaldes de barrio (una figura policial no rentada que daba cierto prestigio al vecino que la ejercía) en un folleto publicado el 22 de noviembre de 1809, para lo cual había tenido en cuenta
… el vicio dominante que insensiblemente se ha ido radicando en gentes ociosas y díscolas de censurar y criticar las providencias y disposiciones del gobierno, exceso que sobre ser tan reprensible, ocasiona la desconfianza pública, llegando al extremo de infundir recelos en el pueblo, interpretando malígnamente las noticias que publica relativas á la Metrópoli, y extendiendo otras adversas con el perverso fin de entibiar el zelo y patriotismo de estos habitantes…529
23Claramente, la unanimidad de opinión imaginada por el Antiguo Régimen -que tal vez nunca existiese- ya no era tampoco percibida de ese modo por la máxima autoridad política en Buenos Aires. Había, desde ya, un resto imposible de parcelar: si los alcaldes de barrio y otras instituciones podían controlar la difusión de ciertas noticias negativas, era sin embargo imposible eliminar toda posibilidad de interpretar “malignamente” las noticias que el propio gobierno publicaba a través de la Gazeta del Gobierno de Buenos Aires (que, como el pasaje refiere, casi siempre remitían a la metrópoli española y no a la realidad local). Por eso daba instrucciones precisas sobre responsabilidad de los nuevos alcaldes en relación con las opiniones:
... descubrir y castigar qualesquiera persona que sea adicta á las maximas francesas, si lo manifestase por sus procedimientos ó discursos por escrito ó de palabra, extendiendo noticias adversas á la nación española ó difundiendo ideas relativas á alterar el gobierno establecido, ó censurando las providencias dictadas por éste; y como qualquiera de semejantes delitos es de la clase mas perjudicial, y opuesto á la unidad de sentimientos con que todos deben cooperar á mantener la tranquilidad publica, base sobre que descansa la felicidad de estos dominios, conservando el noble entusiasmo que sus habitantes han manifestado por la justa causa que nuestra nación defiende; es necesario lanzar y apartar de entre ellos á qualquiera que corrompido de tan detestables ideas pretenda hacerlas extensivas á otros con peligro de la seguridad y reposo publico, que en nada se afianza tanto como en la observancia de las LL. [leyes] y sumisión á las legitimas autoridades constituidas…530
24Frente al disenso, entonces, solo quedaba, para Cisneros, la expulsión. Tal el límite constitutivo de la idea de unanimidad de la opinión pública del Antiguo Régimen que el virrey quería recuperar, reprimiendo opiniones contrarias e imponiendo las propias desde un periódico oficial dejado de lado por las historias de la prensa argentina, pero que será sin embargo un antecedente mucho más directo de la Gazeta… que el cada vez más lejano Telégrafo… (publicado en tiempos de paz) y los ilustradamente bienintencionados y económicos Semanario… y Correo de Comercio.
25Hemos llegado así, con la siempre sospechosa linealidad cronológica, al periódico más importante de lo que más arriba llamé “la época de la prensa periódica”: la Gazeta de Buenos Ayres. “Sospechosa” porque, como se puede advertir por lo escrito y quedará más claro en las próximas páginas, los dos periódicos que cierran la época, el Correo de Comercio y la Gazeta…, aunque compartan lectores y redactores, tengan similares características formales, hagan un uso parecido de la lengua y de los géneros discursivos (con mayor presencia de lo teórico en el primero y de lo noticioso en el segundo, pero solo en términos relativos, pues el periódico de Belgrano por ejemplo dedica entre una octava y una cuarta parte de sus páginas a la información comercial sobre entradas y salidas de barcos y cargamentos) y participen de un mismo proyecto político, el que se abre en mayo de 1810, divergen sin ambages en su objetivo publicístico y, en consecuencia, en el modo de representar la opinión pública. Y en parte eso se debe a que el primero se asemeja a los coloniales e ilustrados Telégrafo… y Semanario…, mientras que el segundo se entronca en la tradición absolutista (sí, el periódico revolucionario era también absolutista) de la malograda Gaceta del Gobierno de Buenos Aires531.
26Al igual que los anteriores periódicos, la Gazeta de Buenos Ayres que empieza a publicarse el 7 de junio de 1810 está impresa con un formato en cuarto en la Imprenta de los Niños Expósitos, con aproximadamente doce centímetros de ancho y diecisiete de alto; ocupa un pliego y medio de papel, dando un total de doce páginas en sus números regulares. En el primer número trae una discreta composición, con el título en cuerpo mayor y unas mínimas viñetas, semejante a las otras publicaciones ya analizadas en el capítulo 1. En el lapso de tiempo que tomamos aquí, hasta fines de aquel año, la periodicidad es semanal, saliendo todos los jueves, aunque es muy común que, frente a la acumulación de noticias que a juicio de los redactores requieren la inmediata publicación, se publiquen “Gazetas extraordinarias” o “suplementos” una o incluso dos veces durante la semana532. Los tomos que agrupan los diferentes números son semestrales y la paginación responde a ellos, pero solo en los números regulares, sin tomar en cuenta los extraordinarios o los suplementos. En vez del prospecto que precedía a los anteriores periódicos, cinco días antes de su primer número, el 2 de junio, la Junta provisional de gobierno manda a imprimir un suelto de cuatro páginas, con el escueto título “Orden de la Junta” (que designa un género discursivo novedoso, que habría de abundar en las páginas del periódico), en la que informaba la resolución de publicar la Gazeta… y explicaba las funciones y naturaleza del nuevo órgano, separándolo con precisión de “los objetos que tan dignamente se desempeñan en el semanario de comercio [Correo de Comercio]”533. El texto sería reproducido íntegramente en el primer número. Su objetivo central, según allí se consigna, era el de dar a conocer la acción del nuevo gobierno y contrarrestar todas las opiniones contrarias a él, que solo pueden deberse a la ignorancia. Para la Junta, el apoyo del público a su accionar es total, pues la menor diferencia de opinión justamente puede dar lugar a una crisis social irremediable:
Podria la Junta reposar igualmente en la gratitud con que publicamente se reciben sus tareas; pero la calidad provisoria de su instalación redobla la necesidad de asegurar por todos los caminos el concepto debido á la pureza de sus intenciones. La destreza con que un mal contento disfrazase las providencias mas juiciosas; las equivocaciones que siembra muchas veces el error, y de que se aprovecha siempre la malicia; el poco conocimiento de las tareas que se consagran á la pública felicidad, han sido en todo tiempo el instrumento que […] produce al fin una disolucion, que envuelve toda la comunidad en males irreparables.534
27Por eso en la Gazeta… vienen a conjugarse, por un lado, el derecho del pueblo a “saber la conducta de sus Representantes” y el “deber” del gobierno de informar de modo continuo las medidas que va tomando (en nombre “del Rey y de la Patria”), sus avances y sus escollos. Según Esteban de Gori, si bien “la Junta se constituyó de tal manera como si por encima de ella no existiese autoridad alguna”, “el consenso y el consentimiento otorgado por los actores no solo era parte de la respuesta para estabilizar y ocupar el poder sino una forma en que se configuraba un buen gobierno”535. La concepción de la opinión pública que deja ver la orden es la de una opinión compartida y transparente, autoevidente, al punto tal que una vez conocida solo la “malicia” de un “mal contento” podría contradecir; de ahí la confianza absoluta en que al hacer circular la información la Junta se granjearía inmediatamente el apoyo del público. Tanto, que cuando la hora de defender lo actuado por los miembros de la Junta sea llegada,
… es más digna de representacion fiar á la opinion pública la defensa de sus procedimientos; y que quando todos van á tener parte en la decision de su suerte, nadie ignore aquellos principios políticos que deben reglar su resolucion.536
28De ese modo, las primeras páginas de la nueva Gazeta… la instalan como la voz oficial de las instituciones apenas organizadas que procuran reemplazar a la vieja autoridad virreinal: lo que se lea en ella será la opinión autorizada de la Junta, tanto como la Gazeta del Gobierno de Buenos Aires lo era de Cisneros. Por supuesto, eso no implica que la nueva publicación sea menos polifónica que prácticamente toda publicación periódica, sino más bien que el pacto de lectura que se desea instalar en esa “Orden de la Junta” que funciona como prospecto y también el número inaugural es el de la expresión de una única opinión en la que gobierno y sociedad coinciden plenamente. A la hora de la ejecución del plan, sin embargo, resulta imprescindible que sean sujetos concretos los que enuncien esa voz oficial, aun cuando los nombres permanezcan en el anonimato, cuestión que también es abordada por la orden. Como anotaba más arriba, si la opinión se presenta como compartida y autoevidente, la pregunta inmediata que surge es quién enuncia esa opinión y la vuelve texto, otorgándole además esa particular garantía de lo escrito, lo impreso y la prensa periódica que la época ha ido construyendo. La Junta va a apelar a los sabios y hombres ilustrados, a esos letrados criollos surgidos en las postrimerías de la vida colonial, que más que formular ideas nuevas van a dar claridad a las que todos conocen pero que, en tiempos agitados, pueden aparecer como peligrosamente brumosas:
La utilidad de los discursos de los hombres ilustrados que sostengan y dirijan el patriotismo y fidelidad que tan heroicamente se ha desplegado; nunca es mayor que quando el choque de las opiniones pudiera envolver en tinieblas aquellos principios, que los grandes talentos pueden únicamente reducir á su primitiva claridad; y la Junta á mas de incitar ahora generalmente á los sabios de estas Provincias para que escriban sobre tan importantes objetos, los estimulará por otros medios que les descubran la confianza que ponen en sus luces y en su zelo.537
29Esos “grandes talentos” son los que echarán la luz necesaria sobre las confundidas ideas, escritores que se suponen ajenos al gobierno, a los que la Junta incita y estimula. De ese modo, la obligación republicana del gobierno de dar cuenta de sus actos se conjuga con la obligación patriótica de los individuos que un mes antes ha definido Manuel Belgrano en el prospecto del Correo de Comercio. Y también en este sentido la organización de la Gazeta… puede relacionarse tanto con el discurso republicano del movimiento de Mayo como con la renovación ilustrada de la monarquía absolutista, según la cual la opinión pública era la suma de las “luces” dispersas en la sociedad para ponerse al servicio del gobierno538. El economista aragonés Tomás Anzano, por ejemplo, planteaba cuarenta años antes:
La obligación del buen patriota es preparar materiales útiles al buen ministro. Los que gobiernan a los hombres no pueden instruirlos al mismo tiempo. El buen ciudadano escritor debe ocupar sus talentos y trabajar sobre este plan […] examinará los fundamentos de la moral, de la política, del arte militar, de la Marina, de la Real Hacienda […]. Llega entonces el hombre de Estado: baja del solio, se despoja un instante de su grandeza, tiende la vista sobre este vasto depósito de conocimientos útiles y escoge esas ideas que pueden dirigir su gobierno y hacer a la Patria.539
30Con ese mismo espíritu, en efecto, no solo se invita desde las páginas del primer número de la Gazeta… a colaborar, sino que la Junta emite unos días antes, el 2 de junio, con la orden que autoriza la aparición del periódico, una circular impresa firmada por Castelli, Moreno y Belgrano; no contamos con una nómina de los destinatarios a los que se anima a “instruir al pueblo”, pero el que construye el texto es un vecino cuyos talentos son vistos con “particular aprecio” por la Junta, “aunque los ha incitado a todos”. La Junta
incita a los vecinos de este pueblo para que consagren sus luces a la publicación de la gaceta semanal en que con principios análogos a las circunstancias del día, convenzan la utilidad del actual gobierno. […] La Junta confía el desempeño de esta obra al celo de los sabios que ilustran la sociedad; y aunque los ha incitado a todos generalmente el particular aprecio con que distingo los talentos de usted le hace dirigir esta manifestación esperando consagrará sus luces a este servicio que debe ser tan útil a la causa del Rey y de la patria.540
31Es decir que, según la circular, ciertas personas están más capacitadas para la tarea que otras. Algunas respuestas ilustran el carácter institucional de la propuesta, interpretada como proveniente de un órgano de gobierno y no a título personal, pues están dirigidas al presidente de la Junta, Saavedra, quien no firma la circular541.
32Pero hay una figura clave que, aun aceptando la efectividad de la forma de trabajo propuesta, cumple la función de tamiz de los artículos que se publicarán, que es el redactor de la Gazeta…, uno de los vocales de la Junta, es decir, un funcionario público, el sacerdote Manuel Alberti542. Nacido en Buenos Aires en 1763, estudió teología y alcanzó el grado de doctor en la devaluada Universidad de Córdoba de 1785, cuando los hermanos franciscanos reemplazaban con improvisación a los jesuitas expulsos; al año siguiente fue ordenado sacerdote. Habituado al ejercicio pastoral en toda su carrera, estuvo al frente de distintas parroquias rurales y urbanas de Buenos Aires y la Banda Oriental, pero no se destacó como autor de textos, siquiera de homilías. En 1810, es párroco de una iglesia menor porteña, San Benito de Palermo, fundada apenas dos años antes, y participa con entusiasmo del Cabildo Abierto del 22 de mayo, aunque según las crónicas tampoco se destaca por su oratoria. Nombrado miembro de la Junta, tiene más coincidencias con el secretario Moreno que con el presidente Saavedra, aunque es el único que se opone a los fusilamientos de los contrarrevolucionarios cordobeses, amparando su misericordia en la condición sacerdotal. No firma ningún documento más que los que emite la Junta atribuidos a todos sus miembros. Muere al año siguiente, en enero de 1811, todavía a cargo de la Gazeta…, aunque disputando el puesto con el deán Funes, incorporado un mes atrás a la Junta.
33¿Y en este oscuro funcionario menor, más familiar con los sacramentos y el trabajo pastoral cotidiano que con la ambición intelectual de un Moreno, un Belgrano o un Funes (pronto a partir hacia Buenos Aires), la Junta delega su órgano propagandístico? Cobra sentido la operación historiográfica posterior, que va a ver la pluma más sutil del pasional secretario de la Junta como verdadera artífice de la publicación, tanto en versiones casi hagiográficas del “jacobino porteño” como en las miradas más críticas de su fervor revolucionario. Sin embargo, la orden de la Junta pide claramente dirigir a Alberti todos esos discursos de hombres ilustrados que quieran verse impresos en el periódico y lo señala como el encargado de la publicación. Por otro lado, los textos de Moreno que se publican durante junio, julio y agosto, a diferencia de los textos atribuidos al “editor”, van con su firma y en la mayoría de los casos son documentos oficiales antes que artículos propiamente dichos543. Alberti es responsable por lo menos de la decisión de publicar los textos remitidos, aspirando siempre a constituir esa unanimidad de opinión considerada inevitable, en tanto se desprende de la idea de verdad. De hecho, la discreta figura del editor que se va construyendo a lo largo de las semanas, dando cuenta apenas de él en las cartas que se le dirigen o en brevísimos avisos de sus tareas editoriales (resumir un documento, publicar un fragmento, avisar un cambio de día de publicación, etc.), además de la ausencia total de su palabra por fuera de ella -Alberti, insisto, no tiene “obra” como autor-, lo vuelve casi invisible, reforzando con eficacia la idea de una opinión pública que todos comparten, cuyos enunciadores hacen poco más que “pasarla en limpio”. En una de las pocas caracterizaciones que el editor hace de sí mismo en la Gazeta…, ya transcurrido un mes de su primer número, al presentar un artículo atribuido a Jovellanos, escribe:
Quiera el Cielo que mis conciadedanos [sic] estudien con meditación la sublime doctrina de estos avisos, que se familiaricen con ellos, que los hagan materia de sus conversaciones, y que reciban el voto sincero de quien prefiere á sus propios pensamientos los de un hombre sabio y virtuoso, que trabajó incesantemente en el bien de su Patria. El mejor servicio que puede hacerse á esta es vulgarizar los principios que ilustran á los pueblos sobre sus intereses y derechos.544
34Ese borramiento del editor, entonces, es autoconsciente y, como el pedido de colaboraciones, parte en una ética del letrado basada en la ciudadanía y el patriotismo.
35La opinión pública, a partir de las jornadas de mayo de 1810, se presenta como enunciada por el gobierno, suturando la distancia entre este y la sociedad, es decir, borrando la distinción posible (clave en los análisis de la esfera pública burguesa europea) entre lo político y lo social545. Por eso, antes que los artículos y ensayos políticos de los letrados rioplatenses, el género más repetido en la Gazeta… es el de los documentos oficiales emitidos por la Junta de gobierno que Alberti reproduce de modo insistente. Christopher Conway ha señalado, para el caso de la Gaceta de Caracas en los mismos años:
La publicación de decretos, bandos, reglamentos, etc., no solo contribuye en un sentido práctico a la difusión de las leyes bajo las cuales los sujetos del rey o de la república deben vivir, sino que hacen legible la autoridad del estado. En las palabras de Jürgen Habermas, el periódico oficialista construye un “público” al que irán dirigidas las ordenanzas e instrucciones del estado. Aún más, un periódico repleto de reglamentos y decretos oficiales no se concibe a sí mismo, ni puede ser concebido por sus subscriptores y lectores, como un documento fugaz, sino como una reproducción en serie de la autoridad oficial, en la que cada impreso entra a un archivo acumulado de leyes anteriores que construye los contornos de la entidad administrativa que rige la vida pública.546
36En todo similar es el funcionamiento de su homónimo porteño, que se convierte así en una institución más del Estado revolucionario que se está creando sobre los restos del gobierno colonial: órgano de difusión y propaganda, sí, pero también archivo y memoria del orden jurídico y de las decisiones político militares que se suceden de modo acelerado a medida que “los acontecimientos de Mayo” van ganando su sentido propio de “revolución”. Como el Correo de Comercio, la Gazeta… se piensa y se escribe como fuente para la historia futura. Junto con las órdenes de la Junta, aparecen textos con título “Decisión”, “Circular del Cabildo”, “Oficio de la Junta”, “Circular de la Junta”, “Contestación al Cabildo”, “Plan de la Escuela de Matematica, propuesto por su director y aprobado por la Junta”, así como partes, órdenes y circulares militares, instrucciones para alcaldes de barrio, detalles de donaciones, proclamas, dictámenes judiciales, etc. La Gazeta… crea así su propio público, al cual interpela ya no como lectores a ilustrar o letrados con quienes intercambiar ideas, sino como pueblo dotado de derechos y, sobre todo, obligaciones políticos y militares.
37Junto con esos documentos, sin embargo, creando cierta disonancia interna, aparecen textos de otros periódicos de América y Europa y documentación oficial de otras voces “estatales”547. En el mismo número 1 se anticipan fragmentos de una proclama del Consejo de Regencia en la que convoca a Cortes y pide a los territorios americanos que manden sus diputados. Pero el redactor deja claro la poca legitimidad que una proclama tal tiene en el contexto de la Gazeta…:
Ha llegado una proclama del Consejo de Regencia que reside en Cádiz, que hasta ahora no tiene otra autorización que hallarse de letra de molde, en él se convoca á Cortes para Mallorca, y hablando con los Americanos sobre la eleccion de los Diputados se dicen los siguientes párrafos que por la urgencia del tiempo se anticipan en la Gazeta, con protesta de reimprimir inmediatamente toda la proclama.548
38Y, de hecho, en la primera edición extraordinaria, apenas dos días después del número 1, se arma un diálogo entre los documentos elaborados por el Consejo de Regencia (ya adelantado), la Real Audiencia porteña y la Junta. La Audiencia insta a los miembros de la Junta a prestar juramento de fidelidad al Consejo de Regencia y la Junta se niega en varios “oficios” amparándose en minucias legales: la proclama no tiene firma, no trae constancia de su legitimidad (amén de la “letra de molde” que en esa cultura, como en la nuestra, carga de por sí cierta autoridad) y hasta desafía a la Audiencia a encontrar algún antecedente de una decisión tomada a partir de un documento con esas características. La Junta impugna así un modo de circulación de la información no legitimado por las instancias tradicionales de constitución de la autoridad: “… pregunta la Junta; ¿si un impreso sin firma, sin remision, sin ningun apoyo de fórmula legal, es bastante para decidir la jura de un poder Soberano”, pero también recurre a la opinión pública para poner en duda la veracidad del documento: “Sabemos por Gazetas Españolas é Inglesas los artificios que pone en movimiento el intruso Rey [José Bonaparte] para desorganizar y confundir la firmeza y fidelidad de los Pueblos de America”549. La Audiencia responde, a su vez, remitiendo a la misma opinión pública para contradecir a la Junta:
Repite el Tribunal que no se duda de la instalacion del Supremo Consejo de Regencia porque diversos conductos lo anuncian, porque los papeles públicos españoles lo confirman, y porque los pasageros naturales de este Pais y procedentes de Cadiz lo publican.550
39Lo que está en disputa, entonces, entre la Audiencia todavía fiel a las instituciones peninsulares y la Junta que ya se imagina cortando los lazos con ellas, es justamente quién enuncia esa opinión pública, cuál es la voz oficial que puede autorizarse como tal porque es una opinión compartida por todos. Y esa lucha entre instituciones por la enunciación oficial tiene como escenario otra lucha entre legalidades escritas, en la que a documentos impresos y papeles públicos peninsulares se oponen los locales. La astucia mayor de la Junta, pensada como un actor político más de la coyuntura y dejando de lado el halo heroico con el que la historiografía posterior -no sin razones- la va a revestir, ha sido la de apropiarse rápidamente de ese lugar a través de la fundación de un órgano de prensa: al fijar la palabra impresa de la Junta, la Gazeta… enuncia discursos que se presentan como verdades compartidas constitutivas de la sociedad rioplatense. En tanto que los lectores con una cultura ya abonada por el prestigio de lo escrito y lo impreso están acostumbrados a leer en la letra de los publicistas la autoridad en las discusiones políticas (recordemos aquel refrán ya citado letra de molde y hombre de España no mienten), fascinados por la modernidad que el propio medio de la prensa periódica connota y a la vez con el reaseguro que el recurso a una tradición literaria ya conocida le otorga, y ansiosos de volverse ellos mismos autores de esa opinión que se presenta como abierta a todos en sus páginas, pueden identificar con creciente certeza la tensionada opinión pública en el periódico oficial.
3. Un nuevo proyecto unanimista y sus fisuras
… con el número dos, nace la pena.
Leopoldo Marechal, “Del Amor navegante”, 1940.
40Al suturar de ese modo, en el plano de las representaciones al menos, es decir, al pretender suturar de ese modo la brecha insalvable entre lo político y lo social, la Gazeta… de 1810 constituye el momento de mayor confianza en la revolución en curso. Y al diluir esa brecha, se torna ejemplo de un proceso político que en el siglo XX va a ser llamado “totalitarismo” y cuyo antecedente más inmediato es la Revolución Francesa, pero que en puridad se expresa mejor con un término de la teoría política del siglo XVII, el absolutismo: el Estado (en ese siglo, representado por el orden monárquico) es todo551. Entre las tareas del poder revolucionario rioplatense de 1810, se incluye la de fijar la opinión pública, igualándola a la “opinión oficial”, que en el caso de la Gazeta… se lleva adelante a través de los recursos descriptos más arriba: la identificación del editor con el gobierno y el borramiento casi total de esa figura, la constitución de un órgano de prensa como voz oficial y la representación de las otras voces incluidas en el texto como ciudadanos-escritores interpelados (creados) por la publicación552.
41Para analizar un “escándalo” en la ciudad de Mendoza apenas dos años después de la Revolución de Mayo, la historiadora Geneviève Verdo distingue entre una opinión pública en el sentido tradicional de fama o prestigio y una opinión oficial (que la Revolución Francesa llamó esprit public), entendida como
el conjunto de ideas que constituyen el cuadro ideológico de la Revolución, que legitiman el nuevo régimen y justifican sus acciones. Estos principios son presentados como la expresión de la voluntad del pueblo, nuevo sujeto de la soberanía, pero emanan del poder central, que se esfuerza por difundirlos en todos los estratos de la sociedad.553
42Pero, como inmediatamente después reconoce,
… la opinión oficial encierra una ambigüedad, en la medida en que actúa como si fuera la opinión pública, en el sentido moderno de la palabra. Esta confusión voluntaria tiene por objetivo una legitimación del poder, dado que el pueblo constituye la nueva figura de la soberanía. Suponer una correspondencia absoluta entre ambas formas de discurso, la oficial y la pública, es un paradigma del discurso revolucionario de la época.554
43En ese sentido, el caso de la Gazeta… como órgano de expresión oficial de la Junta Provisoria de Gobierno entra perfectamente en ese “paradigma” del discurso revolucionario, y casi podría decirse que lo inventa en el Río de la Plata: impuesta desde arriba, la opinión oficial repite ideales y valores similares en toda América: obediencia a las autoridades en primer lugar (pensadas siempre como legítimas frente a otras que no lo son), la unión (puesta en riesgo justamente por esas otras autoridades), la constancia, la virtud y el sacrificio por la causa, que conlleva coraje y honor.
44De ahí que sea necesario revisar la caracterización elogiosa que, en una tradición historiográfica liberal (en distintas versiones, incluso en las más “de izquierda”), presenta la Gazeta… como el privilegiado ejemplo de una libertad de imprenta que solo retrospectiva y anacrónicamente puede atribuirse a una política del gobierno de la Junta555. Es cierto que una y otra vez el editor invita a enviar textos para ser incluidos en el impreso aclarando que todas las opiniones son valiosas y que solo del aporte variado de los individuos puede llegarse a nuevas verdades. En un artículo titulado nada menos que “Sobre la libertad de escribir”, del 21 de junio, la defensa de esa libertad se basa precisamente en la crítica necesaria de las costumbres e ideas heredadas, solo posible si se diera “… ensanche y libertad á los escritores públicos para que las atacasen á viva fuerza, y sin compasión alguna”556, quienes son considerados “héroes” por combatirlas. Pero inmediatamente el anónimo autor del escrito marca los límites de esa libertad, muy parecidos a los del Antiguo Régimen: la verdadera religión y los mandatos del gobierno:
Desengañemonos al fin, que los pueblos yacerán en el embrutecimiento mas vergonzoso, si no se da una absoluta franquicia y libertad para hablar en todo asunto que no se oponga en modo alguno a las verdades santas de nuestra augusta Religion, y á las determinaciones del Gobierno, siempre dignas de nuestro mayor respeto. Los pueblos correrán de error en error, y de preocupacion en preocupacion, y harán la desdicha de su existencia presente y sucesiva. No se adelantarán las artes, ni los conocimientos útiles, porque no teniendo libertad el pensamiento, se seguirán respetando los absurdos que han consagrado nuestros padres, y ha autorizado el tiempo y la costumbre.557
45E incluso el enunciado deber del gobierno de publicar todos sus actos y opiniones acepta matices, como muestra un nuevo altercado de la Junta con la Audiencia (que desencadena la expulsión de sus miembros y del virrey Cisneros), pues la obliga a exhibir el control de la información que practica. Ni los fiscales ni los oidores quisieron jurar la fidelidad a Fernando VII y a la Junta de Gobierno el día 26 de mayo, aunque finalmente lo hicieron558. Un intercambio de oficios, órdenes y contestaciones de la Junta y la Audiencia, junto con un minucioso relato de los hechos, ocupa el total de las catorce páginas de la Gazeta extraordinaria del 23 de junio, en la que se informa también la decisión del gobierno de expulsar ese mismo día a los oidores y fiscales y a Cisneros, con la excusa de su seguridad. Dirigiéndose a los “habitantes de las Provincias del Río de la Plata”, fórmula elegida en el título del “Manifiesto de la Junta Provisional Gubernativa” que en el cuerpo del texto ligero mutará a “Pueblo”, el gobierno insiste en que sus actos obedecen a la opinión pública y que solo la transparencia de esos actos le otorga legitimidad popular:
La firmeza del Gobierno en que reposaba vuestra confianza ha sido fuertemente atacada, y ha sido necesario que la Junta violente su moderacion, para que el Pueblo no sea víctima de una condescendencia pusilánime. Están ya lejos de vosotros los que perturbaban vuestro sosiego, el Rey decidirá esta gran causa; y nuestra fidelidad acusará su conducta, desvaneciendo toda calumnia. El Sr. Cisneros, tres Oidores, y los Fiscales, serán dentro de poco presentados ante la Magestad del Trono, y aunque vuestro enojo ha precipitado su marcha, la Junta vá á manifestar las causas que la prepararon, con la franqueza que os ofreció desde el principio de su instalacion, y á que ha vinculado principalmente la estabilidad de vuestra confianza.559
46Dirigiéndose al pueblo, la Junta resalta la importancia de la franqueza para sostener su legitimidad, que expresada en términos de “confianza” se enuncia con un vocabulario cercano a lo afectivo y personal antes que específicamente político; en cambio, cuando el interlocutor es la Real Audiencia, una institución propia de la organización colonial española, prefiere el recurso a las minucias legales del aparato jurídico todavía vigente para negar la difusión de los actos de gobierno. Así, en el oficio reservado enviado a los oidores el 7 de junio, que ahora se hace público, lejos de la sinceridad autoimpuesta como política de gobierno, se recuerda: “La materia justifica la reserva que con arreglo á la ley de Indias guarda la Junta en este punto, á pesar de la franqueza con que ofrecido publicar todos sus procedimientos” (Gazeta extraordinaria 23 de junio de 1810, 8). La alternancia, entonces, entre la exhibición y el escamoteo de los actos de gobierno constituye la política de la Junta que queda expuesta involuntariamente: ahora se muestra lo que dos semanas antes requería la reserva. Y deja en evidencia que la política de transparencia de los actos de gobierno es también una postulación retórica con límites precisos en el ejercicio cotidiano del poder560.
47Así también, junto con el imperativo de transparencia puede aparecer el placer del público, aunque sea un placer político, no entendido como pasatiempo, y compartido por el poder, dado que lo que se festeja es haber vencido y capturado a los contrarrevolucionarios de Córdoba, transcribiendo los documentos de los líderes militares del Ejército Auxiliador a las Provincias Interiores y los producidos por el cabildo mediterráneo:
Hemos recibido pliegos de la expedicion a las Provincias interiores, y apresuramos la comunicacion de sus noticias por no dilatar el placer que han de causar á el público. Es muy dulce premio de las fatigas del Gobierno el rápido y precioso fruto que van produciendo; y es un deber de todo buen ciudadano tributar bendiciones á esos esforzados patriotas…561
48O bien, en vez de apresurarse por placer, puede demorarse la publicación de la información por no haber todavía verificado su veracidad, dado que en caso de ser cierta una derrota genera dolor, en vez de placer, como ocurre tres semanas más tarde, el 6 de septiembre, cuando finalmente se publican las noticias del amargo revés sufrido por el mismo ejército en Charcas:
Hacen muchos dias, que la Junta sofocaba en el silencio el justo dolor del vexamen inferido por el Presidente de [la audiencia de] Charcas á los Patricios de aquella guarnicion: el Pueblo tenia derecho a ser instruido puntualmente en la afrenta de sus conciudadanos; pero se querian datos mas firmes, para fixar desde ahora una venganza terrible de este agravio562.
49Estas fisuras en la transparencia absoluta que la Junta ha presentado como ideal de la opinión pública muestran, justamente, el carácter construido, retórico, de esa acción de gobierno dotada de una “perfecta visibilidad social y psicológica” a la que aspiran insurgentes americanos en todo el continente, ideal que se entronca en la definición política del jacobinismo, como ha analizado Joell Chassin en el caso limeño563. Esta estrategia se relaciona con la falta de títulos del gobierno, que no ha logrado establecerse como autoridad frente a la población y debe competir con otras voces en la opinión pública. En Buenos Aires, con todo, la Gazeta… tiene un monopolio de la expresión política escrita; a diferencia de otras ciudades americanas, no hay prensa fiel a la Junta de Cádiz u otras instancias peninsulares. Por eso, pese a esas “fisuras”, aun como horizonte deseado, es posible sostener la fusión entre la opinión pública y la opinión oficial, que por vía de la exhibición de verdades evidentes logra conquistar opiniones individuales de modo de construir una legitimidad política que, en un vocabulario ahora sí moderno, se traduce en la voluntad general del pueblo/público:
… ha parecido conveniente, que al mismo tiempo que el gobierno empeña todo su zelo en remover embarazos, disipar contradicciones, arrancar los abusos de una administración corrompida, y sembrar las semillas de todas las virtudes, estimulando el honor de la milicia, la pureza de sus funcionarios públicos, la integridad de los magistrados, y el amor de la patria en todos los habitantes de estas vastas regiones; se comuniquen tambien algunas observaciones, que enseñen á el pueblo lo que es, lo que puede, lo que debe, y todo lo que concierna á una completa instrucción sobre sus intereses y derechos.564
50La Gazeta… se convierte gradualmente en una auténtica didáctica de la patria, incorporando cada vez más artículos de carácter teórico político originales, a diferencia de los anteriores, que eran en la mayoría de los casos la reproducción de textos ya publicados en otros lugares. De hecho, el autor que más páginas ocupa en el periódico en 1810 no es un letrado americano ni un filósofo francés, sino un peninsular, Gaspar Melchor de Jovellanos, cuyos textos, firmados como “El patriota español”, se publican en catorce números distintos entre el 5 de julio y el 18 de octubre565. Pensador liberal ligado al constitucionalismo histórico en la España invadida por los franceses, su argumentación en torno al modo ideal de gobierno se basa en la reconstrucción de una tradición castellana de origen medieval -en la que imagina más que constata una tradición “parlamentaria” en las cortes-, y es una de las referencias más citadas en toda América en los debates sobre la salida a la crisis monárquica566. Esos textos teóricos reproducidos ceden lugar a unos originales porteños que, junto con los poemas de contenido patriótico ya mencionados en los capítulos anteriores, y sin dejar de lado el contenido “noticioso” sobre batallas, donativos y documentos oficiales, aportan a esa didáctica567. Lo que ocurre a partir de fines del mes de septiembre de 1810 es que tiene lugar la intervención cada vez más decisiva de Mariano Moreno, probable autor del texto de la extraordinaria del 15 de octubre, que con apenas seis páginas funciona como una redefinición programática del periódico568. Ese número extraordinario trae, junto con dos órdenes de la Junta (sobre el uso de los puertos de Maldonado y Ensenada y sobre la necesidad de informar la posesión de plata y oro sin acuñar) y otros documentos relativos al comercio con Gran Bretaña, un relato sobre la instalación de una junta de gobierno en Santiago de Chile, que permite conceptualizar palabras como “patriotismo” y “pueblo” en términos teórico-políticos569.
51En todo caso, sin que ninguno sea un quiebre total en el proyecto editorial, los números de fines de septiembre y las primeras semanas de octubre dan cuenta de su gradual reorientación. Si hasta entonces la disposición oficial dejaba en manos de Alberti la dirección de la publicación, ahora la figura de Moreno parece cobrar mayor importancia (amén de los documentos públicos que firmaba como secretario de la Junta, en general junto con el presidente y algún vocal), aunque no haya indicación explícita de ese “cambio de mando” (si lo hubo) en el propio periódico569. Y, sobre todo, aparecen producciones suyas -señaladas como tales por su hermano Manuel y otros comentadores posteriores- sin firma, identificándose de ese modo con la voz del editor, que es la voz de la Junta. De ahí que la tradición historiográfica haya atribuido a Moreno la responsabilidad sobre el total del periódico oficial, cuando en realidad sus textos pertenecen, en su mayoría, a los meses que van de octubre a diciembre de 1810. De hecho, la renuncia de Moreno a la Junta, del 18 de diciembre, coincide también con un prolongado e inédito silencio de dos semanas de la publicación oficial, cuyo número 28 es del 13 de diciembre (y ya no contiene texto ninguno del secretario) y el 29 es del 27 de diciembre; en el medio, solo un número extraordinario, el del 26 de diciembre, que contiene nada menos que una explicación de la decisión de la Junta de incorporar a los nueve diputados de las provincias ya residentes en Buenos Aires, decisión que desencadenó aquella renuncia570.
52En esos meses hay un cambio importante en el contenido de la totalidad de la publicación, por lo que es posible pensar que o bien Moreno se hace cargo por completo de la edición del periódico, o bien Alberti presta mucha más atención a sus sugerencias, en el marco de un contexto político en el que el secretario de la Junta gana cada día más libertad de acción a la vez que se enfrenta de manera gradual con el presidente571. De un modo u otro, si ante la falta de algún documento que lo pruebe solo podemos especular al respecto, sí es fácil reconocer que, en primer lugar, más textos de Moreno se publican y, en segundo, la orientación general de la publicación varía. En efecto, sin abandonar la concepción de la opinión pública como verdades compartidas y autoevidentes ni dejar de lado su carácter de órgano oficial de difusión, y continuando también su combinación con las novedades, sobre todo políticas y militares, la Gazeta… inicia entonces, de la mano del secretario de la Junta, la difusión de textos doctrinarios de manera más consecuente y hasta podría decirse “a largo plazo”, pues empiezan a aparecer ensayos seriales originales como los que ya he comentado en otros periódicos de la época, que pueden extenderse durante tres, cuatro o cinco números. Con el mismo borramiento del editor que se autoriza como portavoz de la opinión pública, descripciones mucho más elaboradas de la situación político militar, sostenidas con citas y explicaciones precisas de autores de la filosofía política (sea Montesquieu, Rousseau o la neoescolástica española) van dando forma y espesor a una nueva versión de la Gazeta… que combina la propaganda directa de la causa revolucionaria con la didáctica de la patria, haciendo explícita su metodología en ese número extraordinario, que continúa:
Estos discursos sueltos producirán un gran fruto, aunque no tengan otro, que incitar á los hombres patriotas á que tomen interés personal en la causa pública; éllos percibirán rápidas ventajas, si forman de estas materias las de sus conversaciones familiares; y si se acostumbran á no mirar con indiferencia aquellos sucesos políticos, que pueden atraer la felicidad ó ruina de su patria. Entonces, la voluntad general se habrá explicado sin equivocaciones […] Esta es la obra mas digna de los hombres sabios que aman sinceramente el bien de su pais, sus escritos tendrán un lugar de preferencia en nuestra gazeta, y no se omitirán estas discusiones políticas, sino quando la necesidad de comunicar noticias importantes, ocupe las estrechas páginas, á que nos vemos reducidos.572
53Didáctica de la patria que, como exige la hora violenta que ha sonado para el proceso de Mayo luego de los fusilamientos de Córdoba, conjuga el ejercicio de la ciudadanía con el de las armas: “Un pueblo que nace debe preferir á los agrados de la ilustracion, los conocimientos necesarios para su subsistencia. Buenos Ayres necesita la perfeccion de su milicia, que recien nace”573. Con esa idea la publicación introduce un “Catecismo militar. Compuesto por un hijo adoptivo de la Patria, y dedicado á los muy nobles, muy leales, y muy valerosos patricios de Buenos Ayres”574, que como el catecismo agrícola de Vieytes en el Semanario…, constituye una adaptación “laica” del procedimiento básico de formación religiosa basada en las preguntas y respuestas.
54Para difundir esa didáctica, la Gazeta… se posiciona de modo distinto que sus antecesores coloniales, el Telégrafo… y el Semanario…, y su contemporáneo Correo de Comercio. Por un lado, como ya señalé, por la deliberada confusión entre opinión oficial y opinión pública que solo puede ser sostenida por el discurso de un periódico del gobierno. Y por el otro, porque la condición de periódico oficial es bastante más que un elemento discursivo, dado que las posibilidades de constituir un público difieren de las de aquellos otros periódicos. Moreno, secretario de la Junta y uno de sus miembros más poderosos, cuando se involucre más en la gestión de la Gazeta…, va a aprovechar los recursos propagandísticos ya probados previamente en la Buenos Aires finicolonial, como la lectura en voz alta que reclamaba Vieytes para su Semanario… o la compra y difusión de ejemplares por parte de instituciones que acordó Cabello y Mesa para su Telégrafo… Sin embargo, lejos de repetir los zalameros pedidos del primero a los párrocos o los no menos zalameros reclamos a los miembros de la alta sociedad porteña del segundo, el 21 de noviembre de 1810 la Junta ordena, en un oficio dirigido al obispo porteño, la lectura pública en los atrios de las iglesias después de los oficios religiosos en curatos (templos rurales) y parroquias (templos urbanos o estables en pueblos de la campaña), solicitando que se informe en cuáles se hizo575. Antes que crear y seleccionar un público todavía no existente, como intentaron los redactores de los periódicos anteriores, la Gazeta… se impone en un público ya creado, que de hecho es el más amplio posible: en el régimen de cristiandad en el que viven los habitantes del Río de la Plata a comienzos del siglo XIX, prácticamente la totalidad de la sociedad asiste al oficio religioso dominical, y de hecho en la campaña es habitual la elaboración de padrones y toma de asistencia576. Escribe Moreno, en un documento suscripto por la Junta como tal:
… todo ciudadano después de haberse instruido de los dogmas de la Religión que profesa, debe también estarlo del origen y forma del Gobierno que se ha constituido y á quien ha de prestar obediencia; y como los sólidos fundamentos en que se apoya la instalación de esta Junta son desconocidos en muchas partes de la campaña de esta jurisdicción, por la falta de educación de sus moradores espero que V. S. I., propendiendo con su pastoral ministerio, se sirva expedir circulares a los curas de la diócesis, para que en los días festivos después de misa, convoquen la feligresía y les lean la Gaceta de Buenos Aires.577
55La urgencia de la revolución impone -y el poder de la revolución permite578- adueñarse de ese público que incluye potencialmente a todos los habitantes del antiguo virreinato, del mismo modo que movilizar también los medios materiales para asegurar la difusión: según Néstor Cremonte, quien cita a Manuel Moreno, del total de trescientos ejemplares que se imprimía de cada número de la Gazeta…, doscientos eran retirados por la propia Junta para distribuir gratuitamente579. También en este sentido contrasta el funcionamiento del periódico revolucionario con los apuros económicos de sus antecesores, si bien la estrategia de la “compra oficial” ya fue intentada, en menor medida, por Cabello y Mesa580.
56De la mano del concepto antiguo de opinión pública, basado en la unanimidad, la evidencia y la enunciación oficial de las verdades compartidas, la Gazeta… se instala como única voz autorizada en el espacio público discursivo, complementando y gradualmente reemplazando las instituciones del bando oficial, las proclamas, cédulas y órdenes reales, contracara de otro reemplazo que solo tímidamente comienza en 1810, el de la sede de la soberanía, que se traslada del monarca ausente a la Junta de gobierno. Coherente con la difusión del concepto de igualdad política que encara la Junta en el primer año de gobierno, no hay habitante que quede fuera de la prédica política de la Gazeta…581
4. La política de la Gazeta…
Una revolución no se argumenta: se hace.
Alejo Carpentier, El siglo de las luces, 1959.
57Aun así, otra fisura más puede pensarse en el discurso unanimista de la publicación, en tanto instala una voz propia, aunque no siempre disonante, en el seno de la voz oficial: el autor publicista que, una vez instalado ese discurso oficial en el dispositivo prensa periódica, puede enmarcarse y desmarcarse de él. En la Gazeta… de 1810, solo dos autores pueden constituirse como tales, con el alto precio del anonimato: el erudito Funes, cuyo caso ya analizamos en el capítulo anterior, y el político Moreno.
58Este último, como ya mencioné, es el activo secretario de Gobierno y Guerra de la Junta Provisoria; contrapuesto muchas veces a la figura de Cornelio Saavedra, es considerado por algunos “verdadera alma” de la revolución, pese a que su participación en los acontecimientos de mayo fue menor582. Su obra como publicista está fuertemente ligada a los meses que van de junio a diciembre del crucial 1810, en los que redacta la mayor parte de los documentos de la Junta y artículos destinados al periódico oficial. Antes, ha escrito una memoria sobre los “servicios personales” de los indígenas (mita y yanaconazgo) y la famosa “Representación de los hacendados” de 1809, en la que se aboga por el libre comercio583. Nacido en 1778 en Buenos Aires, Moreno estudió en el Real Colegio de San Carlos y luego en la Universidad Real San Francisco Xavier en Charcas, a donde se trasladó en 1800. Si bien estudio teología y derecho como era habitual, solo se doctoró en la primera disciplina; sin embargo, cursó también los estudios de derecho patrio en la Academia Carolina, en la que escribió su disertación sobre el “servicio personal de los indios”, y trabajó como abogado durante algunos años, hasta que regresó a Buenos Aires en 1805. Allí ejerció la misma profesión hasta que en mayo de 1810 fue convocado a formar la Junta Provisoria de Gobierno, de la que sería secretario de Gobierno y Guerra hasta el 18 de diciembre del mismo año, cuando renuncia a su puesto y pide un nombramiento diplomático ante Inglaterra y Portugal. Muere al año siguiente en alta mar, en viaje a Europa. Por su prosa pasional y vehemente, así como por la febril actividad que desarrolló como funcionario, su vida ha dado lugar a una construcción algo mítica, tanto de sus detractores como sus defensores, que ven en él el “rayo fulgurante” que describió Ricardo Rojas, o el “martillo de la revolución” que imaginó Bartolomé Mitre, o el “nervio de la Junta” que elogia José Luis Romero584. Como publicistas, Moreno y Funes dan sentido, desde las páginas de la Gazeta…, al proceso político iniciado el 25 de mayo, para afirmar que se trata, como escribió Tulio Halperin Donghi, “buenamente, de una revolución”.
59Porque, si el periódico es un dispositivo para apropiarse de la opinión pública, que procura enunciar (y al hacerlo, instaurar) una verdad evidente y compartida por todos, ¿cuáles son exactamente los sentidos de esa verdad? ¿Qué ideas se defienden en ella, en el marco de las disputas por el sentido mismo del proceso abierto en mayo de 1810 que solo con el correr de los meses empieza a mentarse como “revolución”? Mariano Moreno va a ser quien organice ese discurso político y justamente quien defina ese proceso como revolucionario en las páginas de la Gazeta… Solo si se instala un nuevo soberano, de la mano de hecho de una nueva concepción de soberanía que ya está madura cuando se produce el desplazamiento del virrey, puede concebirse que el nuevo orden político logrado es una revolución, término que, si bien se empieza a usar con el sentido de “sedición” desde fines del siglo XVII, se ha actualizado y politizado luego de la Revolución Francesa585, aunque en realidad, a partir de su significado astronómico, desde antiguo -la Política de Aristóteles- está ligado a una mutación brusca que es preferible evitar en las metafísicas clásicas de la permanencia586. En general, sin embargo, para el discurso político de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, la palabra “revolución” tiene una connotación fuertemente negativa, y por ello cuando se le quiere dar un sentido positivo suele ir adjetivada587; “feliz revolución” es un sintagma casi invariable para referirse a los cambios introducidos por las políticas ilustradas de los borbones, como lo usaba nuestro viejo conocido Vieytes en 1802, cuando instaba por primera vez a los sacerdotes rurales a ser sus autores588. Tanto Moreno como Funes retomarán el sintagma en 1810, pero ahora politizado, con un sentido mucho más amplio que el de cambio social, educativo o cultural que tenía en el pensamiento ilustrado borbónico. En el texto preliminar a su edición del Contrato Social de Rousseau, escribe Moreno:
La gloriosa instalación del gobierno provisorio de Buenos Aires ha producido tan feliz revolucion en las ideas, que agitados los ánimos de un entusiasmo capaz de las mayores empresas, aspiran a una constitución juiciosa y duradera que restituya al pueblo sus derechos.589
60Y en las ya citadas cartas al editor del deán:
Una feliz revolucion nos sacó ya de esa indiferencia estúpida, que caracteriza á los pueblos esclavos, ó mas bien de ese error en que viviamos, que nuestra situacion deplorable era nuestro estado natural.590
61El rumbo político iniciado el 25 de mayo nace con ampulosas declaraciones de renovación y ambiciosos proyectos de cambios, pero desde su instalación, la Junta Provisoria de Gobierno define, justamente, su tarea como “gobierno” y su naturaleza como “provisoria”591. Es decir, el nuevo órgano político de conducción del todavía virreinato (que podría decirse que empieza a desgajarse en esos días) no va a disputar inmediatamente la soberanía, sino que la deja “en suspenso”, atribuyéndola al monarca cautivo Fernando VII (recordemos los dictámenes de Aguirre y Funes sobre el patronato)592. Moreno mismo desacredita a su ocasional rival, el marqués de Casa Irujo, en un artículo del 19 de julio, acusándolo de “promover con escándalo un revolucion en estas Provincias”, lo cual resultaría en que “fuesen sepultados en la anarquia y division”593. Incluso tan tarde como el 11 de octubre, en “Manifiesto de la Junta” en el que se explica la polémica decisión de fusilar a Liniers y los demás rebeldes cordobeses, en el cual parece prevalecer la encendida pluma de Moreno, si bien corre con su firma y la de Saavedra, el término “revolucionario” tiene un valor de insulto de por sí, sin necesidad de ninguna aclaración: “Para desacreditar á la Junta se le llenó de imprecaciones, se le imputó el ignominioso carácter de insurgente y revolucionaria, se hizo un crimen de Estado declararse por su causa, se interesó contra ella á la Religion misma… ”594. En efecto, quienes mantuvieron la lealtad al antiguo orden fueron los que primero calificaron el movimiento como revolucionario595, calificación de la que más adelante los revolucionarios se apropiarán para con ella legitimar no solo el nuevo orden político sino también el combate bélico que este acarree.
62De la mano de adjetivos como “feliz” o “nuestra”, o simplemente redefinida como el umbral de una nueva era de igualdad y transparencia, el término se abre camino en la Gazeta… a partir de noviembre de 1810 en las plumas de sus dos publicistas, Moreno y Funes. También en ese sentido los días finales de octubre y los primeros de noviembre funcionan como redefinición de la opinión pública, de manera casi contemporánea a la lectura obligatoria de la publicación oficial y al rol preponderante de Moreno. Hacia fines de septiembre, comienzan a llegar a Buenos Aires los diputados de las ciudades del interior (Funes es uno de ellos), en cumplimiento de las circulares enviadas en mayo por el Cabildo porteño. Ahora bien, esas circulares eran ambiguas en su formulación y al tiempo que invitaban a los diputados a incorporarse como miembros de la Junta daban por sentado que formarían un congreso aparte; “la confusión era producto de la incertidumbre jurídica de la coyuntura y de la escasa –o casi nula– experiencia de los nuevos líderes políticos en asuntos de esta naturaleza”596. Y precisamente esa discusión genera diferencias en el seno de la Junta entre el secretario Moreno, que se inclina por la idea de congreso constituyente, reservándose la Junta las funciones ejecutivas, y el presidente Saavedra, quien, como los representantes del interior, quiere ampliar la Junta para incluirlos. La segunda opción es más conservadora, pues continúa la estrategia de posponer cualquier decisión sobre el estatuto legal del antiguo virreinato, manteniendo el “depósito” de la soberanía ante la ausencia de Fernando VII, mientras que Moreno sueña ya con un nuevo orden institucional plasmado en un documento constitucional que, aun en el caso de que se afirme la unión con la península, implicaría que el congreso se piense como nuevo soberano y como tal decide delegar esa soberanía en la Junta, el rey o eventualmente otra figura597. Desde la prensa, Funes y Moreno van a dar por sentada la realidad del futuro congreso y van a intentar delimitar su tarea en un sentido claramente revolucionario, anticipando la necesidad de una constitución que, en la práctica, es inescindible de la independencia. Para entendernos: aun si el congreso decidiese seguir siendo parte del imperio español, la posibilidad misma de decidirlo implica que en otras circunstancias podría seguir el camino contrario.
63Dado que ya vimos la argumentación del deán cordobés en el capítulo anterior, nos centraremos aquí en la respuesta de Moreno a la pregunta por el sentido de la revolución598. Para eso, analizaré los artículos de corte más doctrinario del secretario de la Junta en el periódico oficial, que pueden leerse como un único largo ensayo serial publicado en cinco entregas distintas entre el 1ro de noviembre y el 6 de diciembre599. Previamente, en ese número extraordinario del 15 de octubre al que le atribuí la redefinición del proyecto editorial, ya ha anunciado que “las discusiones políticas” “tendrán lugar de preferencia”, en la medida en que lo permitan las “noticias importantes”. Estas discusiones, justamente, son las que ayudarían a una organización política del virreinato, estableciendo la relación directa entre la opinión pública (explicitada por los “hombres sabios” en la prensa) y la soberanía (constituida por los representantes del pueblo en un congreso):
Entonces la voluntad general se habrá explicado sin equivocaciones; y quando se verifique la celebracion del congreso, convencidos los representantes de los pueblos, que no pueden querer cosas distintas de las que quieren sus representados, ni aquellos harán lo que no deben, ni estos aceptarán lo que no les conviene.600
64Así, la opinión pública, sin mutar radicalmente su definición de verdad compartida y autoevidente, como hemos analizado más arriba, cambia sin embargo su función: en el discurso de Moreno, se vuelve la fuente de legitimidad del nuevo soberano que a lo largo de su ensayo irá construyendo, el pueblo. Enunciado aquí en plural, remite más bien a un sujeto de derechos del Antiguo Régimen, pero a la vez esa “voluntad general” lo presupone como su autor.
65En la segunda parte o entrega de ese ensayo, publicado el 6 de noviembre, Moreno hace explícita la figura de letrado desde la cual llevará adelante su prédica, que de hecho se propone como un intérprete de la opinión pública. Se trata de un político, que recurre varias veces a expresiones cercanas a la oralidad, como insistentes preguntas retóricas y citas de refranes y frases hechas, que por momentos resulta contradictorio, y que parece escribir al calor de los acontecimientos601. Lejos de un cuerpo de doctrina o un texto razonado como las cartas de “Un ciudadano” (Funes), Moreno entrega una serie bien construida y relativamente coherente de textos, sí, pero con una argumentación en buena medida casuística y aplicada, cuya validez se sostiene en la excepcionalidad del momento americano que se está viviendo y en la ecléctica -más frondosa que estudiada- biblioteca de citas clásicas y de pensadores políticos franceses del siglo XVIII, ilustrados y revolucionarios602. De hecho, junto con las citas de autoridad que más de una vez sostienen su discurso (ya un texto de Rousseau, ya una anécdota de la democracia griega o del imperio romano, ya Jovellanos y las Leyes de Indias estudiadas en su paso por la Universidad de Charcas, ya el muy leído Filangieri), como la mayoría de los letrados de la época, cita y traduce sin señalarlo603. En ese sentido, como señala con perspicacia no exenta de ironía Paul Groussac, la escritura de Moreno responde a su formación de abogado, “que traía citas de cualquier procedencia, para el efecto, y sin cuidarse mucho de su exactitud ó real valía: es entonces cuando devana las letanías de nombres propios”, citando autores “cuya opinión tergiversa con libertad harto forense”604. Como otros letrados cuya identidad venía de los estudios de leyes, según vimos en el capítulo anterior, la presentación de argumentos no solo debía encadenar ideas verdaderas, sino también las más adecuadas para la situación de enunciación concreta; es claro entonces que la existencia de verdades autoevidentes y fundantes de una sociedad, la opinión pública del Antiguo Régimen, responde más a una operación retórica que las presenta como tales que a su carácter de “verdaderas verdades”, y menos todavía a una posible articulación coherente en una doctrina o teoría acabada605.
66De hecho, Moreno mismo se separa de toda presunción de erudición o sistematicidad, instalando un estilo ensayístico que lo relaciona una vez más con la situación concreta de enunciación, pues presenta sus textos como escritos con la urgencia que una revolución en marcha impone y deja para otros (el guante que recogerá Funes unos días más tarde) el método y la solidez del tratado:
Eh [sic] aquí un cúmulo de qüestiones espinosas […]. Para analizarlas prolixamente, sería preciso escribir un cuerpo de politica, que abrazase todos los ramos de esta inmensa y delicada ciencia. Semejante obra requiere de otro tiempo, y otros talentos […]. Yo hablaré sobre todos los puntos que hé propuesto; no guardaré orden alguno en la colocacion, para evitar la presuncion, que alguno fundaría en el método, de que pretendia una obra sistemática: preferiré en cada gazeta la qüestion, que primeramente se presente á mi memoria…606
67Contrapone así su escritura a la de otros autores, que movidos por su pedido mediten “… tranquilamente en el sosiego del gabinete, ó en la pacifica discusion de una tertulia” (ídem), dado que ahora, en la prensa periódica, solo pueden pensarse respuestas apuradas y asistemáticas, al punto tal que usa la metáfora (osificada) de “hablar” en un texto escrito.
68Y así como adrede la organización temática de su ensayo va a ser laxa y el ensayista va respondiendo distintas “qüestiones” al acaso, también se va a ver afectada por desvíos pasionales que le impiden apegarse a ella, como reconocerá de modo explícito una semana después, cuando luego de argumentar sobre la soberanía real y la popular, comienza a hablar sobre la igualdad entre pueblos que habría sido una concesión de las Cortes de Cádiz ( “un tributo forzado á la decencia hizo decir, que los pueblos de América eran iguales á los de España”) y señala cómo, pese a ese reconocimiento, en la práctica no se respetó ese derecho. Así, en medio de su desarrollo teórico, introduce una arenga directa ( “Americanos; si restan aun en vuestras almas semillas de honor y de virtud, temblad á la vista de la dura condicion que os espera; y jurad á los cielos morir como varones esforzados…”), exhortando a morir por la libertad y la patria en un tono exaltado. Y de seguido aclara: “La naturaleza se resiente con tamaña injusticia y exaltada mi imaginación con el recuerdo de una injuria que tanto nos degrada, me desvió del camino que llevaba en mi discurso”607.
69Así, Moreno construye su figura de publicista político, cuya reflexión está sometida a la coyuntura inmediata y que prescinde de toda pretensión de sistematicidad. Su argumentación, como la de todos los letrados criollos formados en la práctica del derecho, responde más a la doxa que a la episteme608. En relación con la discusión sobre la conformación o no del congreso con los diputados del resto de las ciudades del virreinato, la estrategia discursiva del secretario de la Junta es dar por sentada la convocatoria, de modo de crear, a través de su discurso, esa instancia legislativa como una entidad política “natural” ya libre de todo cuestionamiento. Dicho de otro modo, Moreno hace una cosa (el congreso) con palabras (su ensayo). Así, comienza el texto sin título del 1ro de noviembre, anterior al que cité arriba y primera entrega del ensayo serial sobre la soberanía:
Los progresos de nuestra expedicion auxiliadora apresuran el feliz momento de la reunion de los diputados, que deben reglar el estado politico de estas provincias. […] Las naciones cultas de la Europa esperan con ansia el resultado de tan memorable congreso; y una censura rigida, imparcial, é inteligente analizará sus medidas y providencias. Elogios brillantes de filosofos ilustres, que pesan mas en una alma noble que la corona real en la cabeza de un ambicioso, anunciarán al mundo la firmeza, la integridad, el amor á la patria, y demas virtudes que hayan inspirado los principios de una constitucion feliz y duradera.609
70El congreso ya está a la vista en el futuro, producto del esfuerzo bélico (la expedición auxiliadora) cuyo elogio ha ocupado buena parte de la misma publicación en la que se inserta el ensayo; al mismo tiempo, se desprende que ese congreso es una consecuencia histórica (y por lo tanto no necesaria) del avance militar. Interpela directamente a esos diputados ( “Ánimo pues respetables individuos de nuestro congreso”), luego de señalar la oportunidad única en la que se encuentra la América revolucionaria: casi por primera vez en la historia, tiene lugar un contexto “reducido hoy dia á principios teoricos, que casi nunca se ven executados”610:
Sin los riesgos de aquel momento en que la necesidad obligó á los hombres errantes á reunirse en sociedades, formamos poblaciones regulares y civilizadas; la suavidad de nuestras costumbres anuncia la docilidad con que recibiremos la constitucion, que publiquen nuestros representantes, libres de enemigos exteriores, sofocada por la energia de la Junta la semilla de las disensiones interiores […] regenerado el orden público hasta donde alcanzan las facultades de un gobierno provisorio…611
71El territorio bajo control de la Junta se presenta en un estado anterior a todo pacto social, pero con un orden civilizado, lejos del temido “estado de naturaleza” de las filosofías pactistas modernas (sea la del Hobbes de Leviatán, sea la del Rousseau del Contrato social).
72Pero antes de explicar la situación actual del Río de la Plata en detalle, Moreno dedica unas cuantas páginas a explicar qué no es el movimiento de Mayo (que, recordemos, todavía no llama “revolución”), pues “… quizá no todos conocen, en que consiste esa felicidad general á que consagran sus votos, y sacrificios”612; es decir que el letrado americano está obligado a instruir al pueblo, pues es un compromiso patriótico. Y enseña el secretario: el nuevo orden no es, en primer lugar, un mero reemplazo de los miembros de la administración pública, ahora en manos de patriotas, es decir, de los nacidos en América. Ese es el error de algunos que quedan satisfechos “… quando consideran, que sus hijos obtarán algun dia las plazas de primer rango”613. Otros, en cambio, entusiasmados con el gobierno de la Junta, lo toman como “último término de sus esperanzas y deseos”, como si un mero cambio de gobierno alcanzase para la felicidad política;
Sin embargo, el pueblo no debe contentarse con que sus xefes obren bien; el debe aspirar á que nunca puedan obrar mal; que sus pasiones tengan un dique mas firme que el de su propia virtud; y que delineando el camino de sus operaciones por reglas, que no esté en sus manos trastornar, se derive la bondad del gobierno, no de las personas que lo exercen, sino de una constitucion firme, que obligue á los sucesores á ser igualmente buenos…614
73No se trata, entonces, de cambiar un gobierno por otro, sino, según Moreno, de cambiar las instituciones que dan marco a los gobiernos. Finalmente, la tercera confusión que el nuevo sistema genera es la de aquellos que “fixando sus miras en la justa emancipacion de la América […] no aspiran á otro bien que á ver rotos los vinculos de una dependencia colonial… ”615, es decir, de quienes toman como objetivo mayor del movimiento de mayo la independencia, pero sin mudar la organización interior del territorio. El nuevo orden debe aspirar a un reemplazo absoluto de las bases de la sociedad, en las que la virtud sea el pilar de una nueva república616. Esa virtud se nombra de muchos modos: la dignidad, el sacrificio, el patriotismo, el amor a la libertad, la libertad misma, el odio a la esclavitud y el despotismo, la sobriedad del pueblo, su laboriosidad. Pero en todo caso se trata de una conmoción total de las bases de la sociedad y, en ese sentido, aunque todavía no haya usado la palabra precisa, Moreno ya elabora el concepto de “revolución” con otros términos.
74Para consolidar ese nuevo orden, la clave es una constitución, que establezca normas básicas en la nueva sociedad que se anuncia, cuyos principios son sin embargo enunciados con vaguedad, de modo de arracimar esas virtudes, más morales que políticas, antes que decidirse por un sistema de gobierno específico617. De lo que sí hay certeza es de que se tratará de un orden nuevo, en el que las virtudes se contrapongan al viejo ordenamiento legal español:
¿Pero quales son las virtudes que deberán preferir nuestros legisladores? ¿Por qué medios dispondrán los pueblos á mirar con el mas grande interes lo que siempre han mirado con indiferencia? ¿Quién nos inspirará ese espíritu público que no conocieron nuestros padres? ¿Cómo se hará amar el trabajo y la fatiga, á los que nos hemos criado en la molicie? ¿Quién dará á nuestras almas la energía y firmeza necesarias para que el amor de la patria, que felizmente ha empezado a rayar entre nosotros, no sea una exhalacion pasagera, incapaz de dexar huellas duraderas y profundas, ó como esas plantas, que por la preparacion del terreno mueren á los pocos instantes de haber nacido?618
75La acumulación de interrogaciones retóricas consolida, como escribí más arriba, ese tono conversacional que rehúye del tratado político sistemático. Con todo, así como en la primera entrega procede a delimitar lo que la revolución no es, en la segunda se encarga de señalar qué no es una constitución, para demostrar que esta todavía no existe619. No puede serlo, escribe Moreno, el conjunto de leyes de Indias, “en que se vende por favor de la piedad, lo que sin ofensa de la naturaleza no puede negarse á ningun hombre”; desde un discurso liberal, que pone en primer lugar los derechos, cuestiona los institutos legales del Antiguo Régimen, que por otro lado peca de falso, pues el “espíritu afectado de proteccion y piedad hácia los indios […] solo sirve para descubrir las crueles vexaciones que padecian… ”620. Como Funes en sus artículos, el secretario de la Junta recurre a la “epopeya popular americana”621 para legitimar su mensaje político: el gobierno español en América es en primer lugar ilegítimo porque viola los derechos de los pueblos indígenas.
76Por otro lado, y este es el segundo motivo por el cual las leyes de Indias no pueden ser una constitución, y también por qué no son sino un monumento a la opresión de la península sobre América, las normas en cuestión consolidan la organización colonial de la economía local:
… no caigamos en el error de creer, que esos quatro tomos contienen una constitucion; sus reglas han sido tan buenas para conducir á los agentes de la metrópoli en la economía lucrativa de las factorías de América, como inútiles para regir un estado, que como parte integrante de la monarquía, tiene respecto de sí mismo iguales derechos, que los primeros pueblos de España.622
77El liberalismo de Moreno recurre a conceptos de la “antigua constitución” (en el sentido histórico) española: los pueblos tienen derechos623. Porque establecida la necesidad de una constitución, en el sentido de ordenamiento jurídico positivo de una entidad política, la pregunta es cuál es esa entidad política: ¿todos los dominios del monarca, la América española toda, una parte de ella? Nuevamente las interrogaciones retóricas articulan el avance del publicista, quien, lejos de dudar, afirma el derecho del congreso convocado a dictar una constitución:
¿La América podrá establecer una constitucion firme, digna de ser reconocida por las demas naciones […]? Si sostenemos este derecho, ¿podrá una parte de la América por medio de sus legítimos represenantes establecer el sistema legal de que carece, y que necesita con tanta urgencia; ó deberá esperar una nueva asamblea, en que toda la América se dé leyes á sí misma, ó convenga en aquella division de territorios, que la naturaleza misma ha preparado? […] ¿Ó la circunstancia de hallarse el Rey cautivo armará á los pueblos de un poder legítimo, para suplir una constitucion, que él mismo no podría negarles?624
78La pregunta es justamente uno de los puntos ciegos del discurso político moderno: si el pueblo es soberano, ¿cuándo un pueblo es un pueblo? Es decir: ¿qué delimita tal o cual grupo humano como sujeto de la soberanía? ¿dónde empieza y dónde termina, quiénes están incluidos y quiénes no, qué recorte de la humanidad como especie se practica? La respuesta es insoluble en términos teóricos; Moreno se conforma con dejarla planteada en el segundo artículo en la Gazeta… (es decir, el segundo fragmento de su ensayo)625. Una semana más tarde, el 13 de noviembre, en una nueva extraordinaria, retomará la argumentación sobre el sujeto de la soberanía, pero dando un paso atrás y corriendo el concepto de constitución del foco de su argumento para centrar la discusión en la soberanía misma como problemática. Parte de la idea básica que anima todo el movimiento juntista, tanto en América como en España: preso el rey legítimo de España, el pueblo recupera la “plenitud de los poderes […] desde que el cautiverio del Rey dexó acephalo el reyno”626. Ahora bien, el argumento de Moreno va a ir mucho más lejos en sus afirmaciones, para terminar negando la necesidad del poder monárquico en sí mismo e ir delineando, de nuevo, el movimiento de mayo como una revolución de independencia. Pues, a diferencia del pensamiento político moderno del pacto social (sea en la versión de Hobbes, sea en la de Rousseau), según el cual la legitimidad del poder viene dada por un pacto entre el individuo, que resigna parte de su libertad, y el soberano, que otorga su protección, y en consecuencia con ese mismo pacto se constituye la sociedad, el letrado porteño recurre a sus viejas lecturas de la neoescolástica española (Francisco Suárez, Francisco de Vitoria) para plantear la idea de un doble pacto social627. Mientras que el primero tiene lugar entre los hombres para constituir una sociedad como tal, el segundo se celebraría entre esa sociedad ya existente y soberana y el monarca. Por ello, la anulación del pacto con el monarca no implica la anarquía, sino la posibilidad única de un nuevo orden, pues el corolario forzado es que sí puede existir una sociedad sin un soberano:
… cada hombre debió considerarse en el estado anterior á el pacto social, de que derivan las obligaciones, que ligan a el Rey con sus vasallos. No pretendo con esto reducir los individuos de la Monarquía á la vida errante, que precedió la formacion de las sociedades. Los vínculos, que une el pueblo á el Rey, son distintos de los que unen á los hombres entre si mismos: un pueblo es pueblo, antes de darse á un Rey […] aunque las relaciones sociales entre los pueblos y el Rey, quedasen disueltas ó suspensas por el cautiverio de nuestro Monarca, los vínculos que unen á un hombre con otro en sociedad quedaron susbsistentes, porque no dependen de los primeros; y los pueblos no debieron tratar de formarse pueblos, pues ya lo eran…628
79El congreso, en consecuencia, no tiene por qué limitarse a ratificar la Junta formada en Buenos Aires -recordemos, nombrada por el Cabildo en un procedimiento sui generis-, sino que la reunión de los diputados “… concentra una representación legítima de todos los pueblos, constituye un órgano seguro de su voluntad, y sus decisiones […] llevan el sello sagrado de la soberanía de estas regiones”629. Por lo que la tarea del congreso debe ser la constitución; como insistía unas semanas atrás, el nuevo orden político no puede limitarse a ser un cambio de autoridades, sino que, según Moreno, lo que está en juego es la base misma de la autoridad: si en el Antiguo Régimen soberanía y monarquía aparecían como dos caras de la misma moneda, se trata ahora de explicitar las reglas básicas que permitirían (eventualmente) esa identificación, pues si bien afirma la contingencia de la monarquía se cuida de no negar su legitimidad actual: “Aun los que confunden la soberanía con la persona del Monarca deben convencerse, que la reunion de los pueblos no puede tener el pequeño objeto de nombrar gobernantes, sin el establecimiento de una constitucion, por donde se rijan”630.
80El centro del argumento de Moreno, sin embargo, o más bien lo que me interesa señalar aquí en relación con la problemática de la opinión pública, es cómo, frente a la caída de la monarquía y en ese estado de suspensión de todo principio político, aquella se vuelve la base de la legitimidad del poder. Así como en la “Orden de la Junta” con la que comienza la Gazeta… se afirma el poder de la opinión pública para juzgar la tarea de gobierno, ahora el publicista político es quien enuncia esa opinión pública que, pese a su evidencia, no es todavía conocida por todos, aunque no caben dudas de que lo será631. Y a la vez, esa opinión explicitada (ya que no creada) por el redactor del periódico viene a decir que la soberanía no es la contracara del soberano, sino de la voluntad general, un concepto novedoso en el discurso de la Gazeta… que termina dando la clave de todo el ensayo:
La absoluta ignorancia del derecho público en que hemos vivido, ha hecho nacer ideas equívocas acerca de los sublimes principios del gobierno, y graduando las cosas por su brillo, se ha creído generalmente el soberano de una nacion, á el que la gobernaba á su arbitrio. Yo me lisonjeo, que dentro de poco tiempo serán familiares á todos los paysanos ciertos conocimientos, que la tiranía habia desterrado; entretanto debo reglar por ellos mis exposiciones, y decir francamente, que la verdadera soberanía de un pueblo nunca ha consistido sino en la voluntad general del mismo […] y que miéntras los gobernados no revistan el carácter de un grupo de esclavos, ó de una majada de carneros, los gobernantes no pueden revestir otro que el de executores y ministros de las leyes, que la voluntad general ha establecido.632
81La tarea del publicista es, una vez más, hacer explícita esa opinión evidente, pero ahora concebida como pasible de ser desconocida, dado que la ignorancia del pueblo y la tiranía del gobierno anterior han logrado imponer otras opiniones, que a su juicio son equivocadas. Moreno inventa al pueblo al afirmar la voluntad popular, dado que la opinión pública ya no es la opinión “de todos”, sino la opinión de un colectivo, el pueblo633. Ese es el nuevo árbitro de toda la disputa política:
Si el congreso reconoce la Regencia de Cadiz, si nombra un Regente de la familia Real [,] si erige (como lo hizo España) una Junta de varones buenos y patriotas, qualquiera de estas formas que adopte, concentrará en el electo todo el poder supremo que conviene á el que exerce las veces del Rey ausente; pero no derivándose sus poderes sino del pueblo mismo, no puede extenderlos á mayores términos, que los que el pueblo le ha prefixado.634
82La ignorancia, a su vez, como en clave económica ha sostenido Vieytes, viene de la costumbre, “mayor enemigo” de la libertad. Contra aquella publica Moreno dos días después el cuarto fragmento de su ensayo en la Gazeta… del 15 de noviembre, en el que por primera vez nombra el movimiento de mayo como “revolución” que ha “disuelto los eslabones de la gran cadena” de la “esclavitud” de los pueblos (Gazeta I, 373).
83Como establecimos más arriba, Moreno no solo afirma la soberanía popular frente a las instituciones españolas que procuran reemplazar al rey (el virrey, las Cortes de Cádiz), sino que va a negar la legitimidad de la monarquía en América, al sostener la ausencia de un pacto social entre el rey de España y los pueblos del Nuevo Mundo. En este se impuso el derecho de conquista, no el pacto social; “… no ha concurrido á la celebracion del pacto social, de que derivan los Monarcas españoles los unicos titulos de la legitimidad de su imperio: la fuerza y la violencia son la única base de la conquista, que agregó estas regiones á el trono español”635. Conquista, por otro lado, que es descripta como plagada de atrocidades y crueldades, borrando cualquier rastro de legitimidad que aquel derecho de conquista pudiese darle. Como Funes, Moreno encuentra en la denuncia de la conquista y la recuperación del pasado prehispánico una de las fuentes de legitimidad para la revolución. Y sin embargo el publicista político, más que afirmar la validez universal de sus argumentos los adecua a la coyuntura, en la que sostener la fidelidad a un monarca cautivo es “gratis” y permite dar una fachada de legalidad mayor al proceso político encarado. Si bien los rioplatenses no son fieles al monarca por una obligación establecida en un pacto, sí lo son por los vínculos afectivos que lo unen a él: “… ningun derecho de los pueblos debe ocultarse; sin embargo el extraordinario amor, que todos profesamos á nuestro desgraciado Monarca, suple qualesquier defecto legal en los títulos de su inauguracion”636. En ese sentido, la fidelidad al rey que no casualmente sería apodado “el deseado”, se enuncia en un lenguaje cargado de afectividad: “un amor al mando del Soberano, un amor que en el contexto de la crisis asume rasgos heroicos, épicos y teológicos”637. Pero esa misma afirmación excesiva rearticula lealtades, despolitizando el vínculo y permitiendo el reemplazo del amor regis por el amor patriae: “… se producirá un desplazamiento del Amor al cuerpo del rey al Amor al cuerpo de la ciudad (su gobierno y sus leyes)”638.
84La soberanía, a su vez, solo puede plasmarse en una constitución, que para Moreno es el objetivo final de congreso639. Y soberanía y constitución son la cifra de la felicidad de los pueblos y del pueblo, por eso está seguro de que ni el mismo Fernando VII se atrevería a contradecirlo, para afirmar lo cual otra vez encadena interrogaciones retóricas, una tras otra640.
85El último de los fragmentos del ensayo serial sobre las miras del congreso, publicado el 6 de diciembre aunque con fecha del 28 de noviembre, está orientado a demostrar que este es legítimo aunque reúna a diputados de algunos territorios americanos y no de todos. El criterio de Moreno es, en su base, la imposibilidad práctica de reunir una asamblea de toda la América española, idea que descarta como una quimera en un territorio tan extenso que requeriría que los representantes se comunicasen con sus representados con una demora de tres meses. Pero más que la argumentación específicamente política, me interesa aquí cómo en este texto aparece nuevamente una concepción de la opinión pública que combina su carácter tradicional de “verdad evidente” con otra que la presupone como arena en la que se dirimen las disputas. Pues Moreno sostiene que “si consultamos los principios de la forma monarquica, que nos rige, parece preferible una asamblea general, que reuniendo la representacion de todos los pueblos libres de la Monarquía, conserven el carácter de unidad… ”641, pero pese a esta concesión retórica, y aun antes de señalar la imposibilidad de una asamblea tal, Moreno descarta esa idea pues se trata precisamente del reparo que han puesto los enemigos de la revolución:
Este sería el abitrio, que habrian elegido gustosos todos los mandones, buscando en él, no tanto la consolidacion de un sistema, qual conviene á la América en estas circunstancias, quanto un pretexto para continuar en las usurpaciones del mando al abrigo de las dificultades, que debian oponerse á aquella medida. El Dr. Cañete inci [t] aba á los vireyes á esta conspiracion, que debia perpetuarlos en el mando; y vimos que Cisneros en su última proclama adhiriendo á las ideas de su consultor, ofrece no tomar resolucion alguna acerca del estado politico de estas provincias, sin ponerese primeramente de acuerdo con los demas vireyes, y autoridades constituidas de la América.642
86Y continúa más adelante:
Los virreyes, y demas magistrados no pudieron cometer mayor crimen, que conspirar de comun acuerdo á decidir por si solos […] la afectada conciliacion de los vireynatos de América les habría proporcionado todo el tiempo necesario, para adormecer los pueblos, y ligarlos con cadenas, que no pudiesen romper en el momento de imponerles el nuevo yugo. […] no quieren reconocer derechos algunos en la América, y su empeño á nada menos se dirige que á reducirnos al mismo estado de esclavitud, en que gemiamos…643
87El modo de desacreditar esas ideas contrarias, entonces, no otro que la falacia ad hominem, que el tan repetido adjetivo de mandón ejemplifica con una concisión difícil de igualar: se trata de un ellos (virreyes y demás magistrados) que demora la libertad y la felicidad del pueblo -recordemos, solo alcanzables con una constitución- frente a un nosotros (la Junta) que hace todo lo posible por apurarlas. La resignificación imprevista que la expresión “demás magistrados” adquiera cuando Moreno se vea desplazado de su lugar en la Junta podría incluir a otros revolucionarios (Saavedra y el sector “conservador”). Pero en todo caso la separación está trazada por la exclusión del sentido común, es decir, de la opinión pública en un sentido tradicional, que el publicista puede llevar adelante como parte de su didáctica de la patria.
5. La opinión pública frente al cambio revolucionario
Todo es tan tranquilo que el silencia anuncia el ruido de la calma que antecede al huracán.
Jorge Aníbal Serrano, “Un osito de peluche”, 2003.
88La marca central de la deriva del concepto de opinión pública en la época de la prensa periódica resulta ser, entonces, como en el caso de la poesía, la figura del letrado o la escritura en los periódicos, su progresiva politización, de la mano de una mayor difusión del propio concepto644. La opinión pública se renueva y complejiza con los primeros periódicos de 1801 en adelante, y en 1810 se redefine por motivos políticos, abriendo una nueva discusión que no ha de zanjarse en lo inmediato, pues aquella se vuelve la piedra de toque de la legitimidad del poder y en consecuencia los distintos y distantes proyectos de organización institucional deben de un modo u otro dar una respuesta a la incómoda pregunta sobre su definición.
89Sin embargo, mucho del concepto tradicional de opinión pública pervive en los debates que se generan después del 25 de mayo de 1810. Sigue siendo concebida como transparente y autoevidente, pero la Junta de gobierno opera discursivamente para adueñarse de ella frente a otras instituciones que compiten por la legitimidad, y en buena medida lo logra a través de su órgano oficial de prensa, la Gazeta… De modo semejante a los medios de prensa del poder colonial, en Buenos Aires y en otros puntos de América, la Gazeta… se instala como única versión de la opinión pública, amparada en su voz oficial, que a la vez se concibe como plenamente fusionada con la sociedad como un todo y se confunde con otro concepto que, en los nuevos tiempos políticos que corren en la Buenos Aires revolucionaria, será una de las claves de la legitimidad de un gobierno cuya soberanía es pensada como delegada por el pueblo: la voluntad popular.
90En ese marco, como ya analizamos en el capítulo anterior, un publicista se define justamente por ser quien enuncia esa opinión pública. Se trata de una operación retórica performativa, de pura enunciación: “lo que digo es la opinión pública, porque esto es evidente”. Con todo, como vimos en este capítulo, esa operación está acompañada de recursos concretos del gobierno como (pretendido) monopolio de la legitimidad política, que pone en marcha dispositivos no solo discursivos para garantir la difusión de la opinión pública. Moreno, publicista y funcionario, puede disputar la opinión pública porque ya se ha consolidado un portavoz de ella que no es tal o cual particular, sino el “nuevo orden del día” (como se denomina el improvisado armazón institucional del 25 de mayo en adelante) a través de su órgano de prensa, y es desde ahí que habla, al punto que los artículos con mayor densidad conceptual corren sin firma, al tiempo que los que sí la llevan en general tienen más de una, de varios miembros de la Junta.
91Ahora bien, el episodio central de su consolidación como publicista, en el que reaparecen las tensiones propias -en última instancia insalvables- de la definición de opinión pública, llega cuando lo que está en juego es la compostura misma del órgano de gobierno. Moreno interviene en la disputa por la función de los diputados convocados, dando por sentado en primer lugar que conformarán un congreso constituyente y no se unirán al indefinido poder ejecutivo-legislativo de la Junta, pero esa idea va en contra de la mayoritaria en ese cuerpo colegiado. De modo que al publicar su ensayo serial sobre las miras del futuro congreso, afirmando lo contrario a lo que dispone la Junta en relación con él, Moreno termina usurpando esa voz oficial y constituyéndose como publicista en el contexto menos apropiado para hacerlo, pues la Junta pretende monopolizar esa voz. La operación de Funes es similar pero inversa: la firma de “un ciudadano” justamente lo separa de esa instancia oficial, por la individualidad e indeterminación del artículo indefinido tanto como por el carácter cívico y moderno que el sustantivo tiene. Eso, amén de la posible identificación del seudónimo del erudito cordobés en la aldeana Buenos Aires.
92Que prácticamente de modo simultáneo al conflicto político sobre la incorporación de los diputados en la Junta se haya abierto esa escisión entre la voz de Moreno y la voz oficial habla más del fracaso de la operación que de su eficacia, aunque paradójicamente contribuya en el largo plazo -junto con su renuncia, su muerte sospechosa y el delirante Plan de operaciones que se le atribuye- a la constitución del mito del secretario de la Junta, contracara también del opacamiento de la figura del deán como publicista.
93Con fervor que algunos llaman “jacobino”, Moreno y los otros redactores de la Gazeta… buscan imponer un rumbo a la revolución, pensándose a la vez como única expresión autorizada de la opinión pública. Por eso, no resulta contradictoria por ella… la afirmación de esa opinión con la defensa de la libertad de expresión, pues aquello que contradice la ideología revolucionaria queda fuera de lo decible, tal como Lavardén proponía en su censura al Telégrafo Mercantil… De hecho, ya en este último, en un artículo del 22 de noviembre de 1801, muy probablemente debido a la pluma de Cabello y Mesa, aparecía como lema casi el mismo que luego usaría la Gazeta…, cuya interpretación es por cierto compleja: Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias, dicere licet, traducible por “[a la/con la/ por la] rara felicidad de los tiempos en que se piensa lo que se quiere, y se puede decir lo que se piensa” o bien “[a la/con la/ por la] rara felicidad de los tiempos en que está permitido pensar lo que quieras y decir lo que pensás”645. ¿Dedicatoria al tiempo presente, expresión de deseo, plan de trabajo, elogio al gobierno, orgullosa exhibición de la virtud de la prensa, descripción de la coyuntura? Tal vez un poco de cada cosa, pues todo ello está en esos casi diez años en que los sueños y fatigas de los letrados dan sentido a un mundo e instalan un objetivo posible, y también cambiante, para la época de la prensa periódica. La versión del Telégrafo Mercantil… difiere apenas en un tiempo verbal y en la expresión gráfica de la conjunción: Rara temporum felicitate, ubi sentire quæ velis, & quæ sentias dicere licebit (Telégrafo… II, 225, destacado mío). Entre licebit (futuro) en 1801 y licet (presente) en 1810, la función de la prensa es semejante, pero la percepción de las promesas que la época ha traído es más inmediata: un horizonte al alcance de la mano.
Notes de bas de page
493 A partir de esta idea Ferdinand de Saussure va a elaborar su concepto de lengua como porción privilegiada en el estudio del conjunto de los hechos del lenguaje, señalando casi al pasar la atribución habitual del soliloquio y del diálogo interno a patologías mentales.
494 Ver, además de Habermas, op. cit.; Peter Uwe Hohendahl, The Institution of Criticism, Ithaca, Cornell University Press, 1982; Eagleton, op. cit.; y Chartier, op. cit., 1995. Para el contexto americano, es clave Guerra y Lampérière, op. cit. El discutido texto de Habermas inauguró un modo de interrogar el concepto a partir del rastreo histórico de las prácticas concretas simultáneo con la interpretación de fuentes literarias en las que aparece un discurso sobre él.
495 Guerra y Lampérière, “Introducción”, 9.
496 Ver también François-Xavier Guerra, “‘Voces de pueblo’, Redes de comunicación y orígenes de la opinión en el mundo hispánico (1808-1814)”, Revista de Indias 62: 225, 2002, 357-384.
497 También, por supuesto, como ya he señalado, la diferencia central de la prensa periódica es que ha dejado testimonios que podemos estudiar, a diferencia de la mayoría de las manifestaciones orales.
498 Goldman y Pasino, op. cit., 100.
499 Chartier, op. cit. Javier Fernández Sebastián expresa: “… hablar de intelectuales en la Edad Media o de la opinión pública en la Antigüedad me parece un abuso de la analogía. Según yo veo la cuestión […] deben darse varias precondiciones, y la más importante de todas tal vez sea la aparición de un público -aunque en términos cuantitativos se trate de un público todavía muy pequeño- compuesto de individuos privados interesados en los asuntos políticos” (Javier Fernández Sebastián, “De la república de las letras a la opinión pública: intelectuales y política en España (1700-1814)”, Historia, filosofía y política en la Europa moderna y contemporánea, León, Universidad de León, 2004, 14).
500 John Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, 340-356.
501 Ver Robert Darton, The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History, New York, Vintage House, 1985.
502 Ver Chartier, op. cit.
503 Reinhart Koselleck, Critique and Crisis, Cambridge, MIT Press, 1972.
504 Citado en Fernández Sebastián, “De la república de las letras…”, 32, destacado en el original.
505 Telégrafo I, 11, 82.
506 Citado en Martini, “Ecos del periodismo finicolonial…”, 200.
507 Ya en 1765 habían sido creadas cincuenta y seis sociedades económicas o de amigos del país en Sevilla, Mallorca, Valencia, Vitoria, Segovia y el País Vasco, cuyo propósito era apoyar las iniciativas del monarca para desarrollar la economía y para la “ilustración general” de cada región (ver E. Keeding, Surge la nación, Quito, Banco Central de Ecuador, 2005, 516 y siguientes).
508 El mismo Cabello y Mesa había procurado fundar una “Asamblea Erudita” que diese material a su Diario de Lima, pero no han quedado rastros de su accionar ni se conocen sus miembros, excepto algunos honorarios residentes en Madrid y otros con seudónimo, mencionados únicamente por Cabello y Mesa. Ver Martini, Francisco Antonio Cabello y Mesa, 145-147.
509 Telégrafo I, 2, 9-15.
510 Ibid., 10.
511 Ibid., 11.
512 Telégrafo I, 26, 201.
513 Ibid., 202.
514 Telégrafo I, 5, 35-36.
515 Noemí Goldman, “Legitimidad y deliberación: el concepto de opinión pública en Iberoamérica, 1750-1850”, Javier Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones 1750-1850, Madrid, Fundación Carolina, 2009, vol. 1, 984. Elías Palti señala que los cambios en el concepto de opinión pública no constituyen un paso de una versión tradicional a una moderna sino que el concepto en sí mismo es contradictorio en su formulación y por ello se halla en permanente redefinición, tendiendo hacia un ideal de unanimidad (una única opinión) y al mismo tiempo manteniendo abierta la posibilidad de construirla colectivamente. Ver Palti, op. cit., 161-202.
516 Lempérière, Annick, “República y publicidad a finales del antiguo régimen (Nueva España)”, Guerra, François-Xavier, Annick Lampérière y et al., op. cit., 54-79., 67.
517 Por ello también la habitual atribución de todo texto publicado en un periódico a su editor, hábito que he tratado de matizar a lo largo de este trabajo.
518 Durante un mes de 1811, la Gazeta… ofrecería una versión distinta de este diálogo entre publicaciones: bisemanal, la edición de los martes estaría a cargo de Vicente Pazos Silva, revolucionario moderado y antimorenista, y la de los viernes en manos de Bernardo de Monteagudo, del partido morenista o “jacobino”. Ver al respecto Noemí Goldman, “Iluminismo e independencia: Monteagudo y Pazos Silva (Kanki) en la prensa revolucionaria (1811-1812)”, Eliseo Verón y otros, El discurso político. Lenguajes y acontecimientos, Buenos Aires, Hachette, 1987, 119-144.
519 Si bien el texto fue atribuido a Cabello y Mesa por su carácter polémico y sus detalles escatológicos, Carlos Correa Luna, Rómulo Zabala y Augusto Mallié señalan -como ya el mismo Lavardén reconocía- que se trataba de un manuscrito anónimo escrito por un militar español desconocido en la década de 1790, del cual hay una copia en el Archivo General de las Indias de Sevilla (Correa Luna, Zabala y Mallié, op. cit., 22). De todos modos, el artículo tenía varios cambios respecto de ese original (disponible en Documentos para la Historia del Virreinato, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1913, t. III, 5-11) y, en tanto editor, Cabello y Mesa era el responsable de la publicación, a tal punto que algunos historiadores del siglo XIX relacionaron su publicación en el penúltimo número regular del Telégrafo… con la cancelación definitiva de este (ver Correa Luna, Zabala y Mallié, op. cit., 21-22 y la nota 7). He dedicado otros trabajos al tema, en relación con la llamada “disputa del Nuevo Mundo”, en la que algunos letrados europeos postularon una inferioridad esencial de América respecto a Europa, tanto en términos naturales como humanos. Ver Pablo Martínez Gramuglia, “La disputa del Nuevo Mundo en la prensa periódica porteña hacia fines del Virreinato”, Orbis Tertius 28, 2018; y “Formas de la cita en la temprana prensa periódica porteña: polémica y parodia”, Estudios de Teoría Literaria 9, 2020, 329-334. Sobre la discusión de Velarde con Telégrafo…, ver también Matías Maggio Ramírez, “Civilización imaginada. Lecturas sobre civilidad e identidad en la Buenos Aires colonial en su prensa periódica”, en La Biblioteca 8, 2008, 262-284.
520 “Telégrafo V, 2, 22”. Se trata de una torsión particular de otro tópico, el de una naturaleza agresiva y enfermiza, marcada por la carencia, desarrollado en los textos de los primeros cronistas del territorio rioplatense, tan distinto de las regiones ricas en oro y población de la Nueva España y Perú que excitaron la codicia de los conquistadores (ver Loreley El Jaber, Un país malsano. La conquista del espacio en las crónicas del Río de la Plata (siglos XVI y XVII), Rosario, Beatriz Viterbo, 2011; y “Primeras imágenes del Río de la Plata. Colonialismo, viaje y escritura en los siglos XVI y XVII”, Cristina Iglesia y Loreley El Jaber (dir. de vol.), op. cit.). Esa contradicción entre la abundancia de lo no querido (tierra, ganado) y la carencia de lo deseado (oro, indígenas) sería descripta por Ezequiel Martínez Estrada con su talento para la paradoja: los conquistadores y los colonos del Río de la Plata fueron los “señores de la nada” (Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la pampa, Buenos Aires, Losada, 1991, 12).
521 La cita corresponde a parte del verso 21 y el 22 de la Poética de Horacio (Epistola ad Pisones) y ha sido traducida “ ¿Por qué al dar vuelta un torno, sale un jarro / tratándose de hacer una tinaja?” en una versión casi contemporánea (Javier de Burgos (ed. y trad.), Las poesías de Horacio, traducidas en versos castellanos, Madrid, Imprenta de D. Leon Amarita, 1823). Una traducción más moderna y más precisa es la de Fernando Navarro Antolín: “… Se empezó a modelar / un ánfora; gira el torno… ¿y por qué sale una orza?” (Fernando Navarro Antolín (ed., trad. y notas), Quinto Horacio Flaco. Epístolas. Arte poética, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2002). La idea general del pasaje, en todo caso, es la distancia que hay entre la intención y el resultado de una acción, que es lo que Velarde/Lavardén va a señalar para la prensa periódica. Así lo explica casi al final del artículo, ofreciendo una paráfrasis del autor latino: “No es el primer Alfarero, que según Horacio, pensando hacer un Cantaro, al concluir la rueda sus vueltas, se halló en las manos una olla” (Semanario I, 6, 48).
522 Ibid., 41-42.
523 Telégrafo… I, 11, 81-82.
524 En 1812, Belgrano recordaba con una mezcla de enojo e ironía la idea de Cisneros y anotaba: “Anheló este a que se publicase un periódico en Buenos Aires, y era tanta su ansia, que hasta quiso que se publicase el prospecto de un periódico que había salido a la luz en Sevilla, quitándole solo el nombre y poniendo el de Buenos Aires” (Belgrano, “Autobiografía”, 41). Como señalan Rivera y Quintana, “alguna vez el modelo no era la Gazeta del Gobierno de Sevilla, sino el Diario Mercantil de Cadiz, la Gazeta de Madrid o la Gazeta del Río de Janeyro” (Rivera y Quintana, op. cit., 211).
525 Georges Weill, El periódico. Orígenes, evolución y función de la prensa periódica, México, UTEHA, 1962, 8-23.
526 Manuel Vázquez Montalbán, Historia y comunicación social, Barcelona, Bruguera, 1980, 95- 110.
527 La Gaceta de Madrid, creada por iniciativa privada en 1661, es oficializada por Carlos III en 1772 y el actual Boletín Oficial del Estado es considerado su continuación directa.
528 Guerra señala cómo a partir de 1808 en todo el mundo hispano tiene lugar una “profusión de escritos, tanto manuscritos como impresos”, debidos a actores muy heterogéneos, cuyo “factor decisivo” es el “deseo irreprimible y creciente de informarse”. “La sed incontenible de información” es una nueva demanda social que crece “a medida que se profundiza la crisis monárquica” (Guerra, “‘Voces de pueblo’…”, 360-368). El intento de Cisneros era precisamente acallar a esas otras voces.
529 Instrucción para gobierno y desempeño de los alcaldes de barrio en el exercicio de sus empleos, para que cada uno en su respectivo distrito, y todos juntos contribuya á mantener el orden y seguridad pública, Buenos Aires, Real Imprenta de los Niños Expósitos, 1809, 1.
530 Ibid., 4, destacado mío.
531 Al reflexionar sobre las juntas regionales de la península ibérica, François Xavier Guerra señala que los textos que estas producen para justificar su existencia son ya propaganda ideológica (a diferencia de la expresión de unaniminidad previa) pero que todavía recurren a los “sistemas de comunicación” del Antiguo Régimen: bandos, actas, manifiestos y proclamas (Guerra, “‘Voces de pueblo’…”). En buena medida, esto ocurre no solo porque son los “sistemas” que los improvisados funcionarios tienen a la mano, sino también porque aspiran a mantener o recrear esa unaniminidad previa. Cfr. con todo Eugenio Molina, El poder de la opinión pública, 40-41, quien sostiene que en el régimen jurídico de la sociedad absolutista se reconocía la diversidad hasta entrado el siglo XVIII, en el cual surge la exigencia de unaniminidad como forma de garantir la fidelidad política de la burocracia colonial.
532 La Gazeta de Buenos Ayres, con algunos cambios de nombre, continuaría publicándose hasta 1821. En 1812, los editores cambian su formato al medio pliego e incorporan el uso de columnas de texto con el que ya experimentaron previamente. En abril de 1812 cambia también su nombre a Gazeta Ministerial, mantenido hasta el número del 1ro de enero de 1815. Luego de un breve período sin salir, vuelve a editarse como Gazeta de Buenos Aires el 29 de abril de ese año, prolongándose su publicación hasta el 12 de septiembre de 1821, cuando el gobernador Martín Rodríguez la reemplaza por el Registro oficial. Sobre la Gazeta…, además de los clásicos Toribio José Medina, op. cit., y Galván Moreno, op. cit., contamos con el exhaustivo trabajo de Néstor Cremonte que toma como eje de su estudio la publicación en 1810 (La Gazeta de Buenos-Ayres de 1810. Luces y sombras de la ilustración revolucionaria, La Plata, Editorial de la Universidad de La Plata, 2010) y las hipótesis que articulan buena parte de Carozzi, op. cit., que abarcan de 1810 a 1815.
533 Gazeta I, 3. Excepto que lo aclare en el cuerpo del trabajo, las citas de la Gazeta… que trabajo aquí corresponden a los textos del editor, usualmente sin firma.
534 Ibid., 1-2.
535 Esteban de Gori, La república patriota, Buenos Aires, Eudeba, 2012, 200-201. Concluye el mismo autor: “De esta forma [los miembros de la Junta] se apropiaban de discursividades y reflexiones republicanas que no asumían un cuestionamiento radical a la monarquía” (ibid., 201).
536 Ibid., 2-3.
537 Ibid., 3.
538 Pablo Fernández Albaladejo ha estudiado cómo en la España de la segunda mitad del siglo XVIII, un nuevo lenguaje de patriotismo basado en la colaboración del ciudadano desplaza la idea de la lealtad y la obediencia del súbdito, dando lugar a la figura del ciudadano-escritor. (Ver “Dinastía y comunidad política: el momento de la patria”, Fernández Albaladejo, Pablo, Los borbones. Dinastía y memoria de la nación en la España del siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons/Casa de Velázquez, 2001, 458-532, en particular 485-494).
539 Citado en Fernández Sebastián, “De la república de las letras a la opinión pública”, 22.
540 “Circular anunciando la aparición de una gaceta semanal”, Instituto Nacional Belgraniano, Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano, Buenos Aires, Instituto Nacional Belgraniano, s/f [2004], t. III, v. II, 286-287.
541 En el Archivo General de la Nación constan las respuestas de fray José Ignacio Grela, fray Gregorio Torres, el doctor Vicente Anastasio Echevarría y de Hipólito Vieytes (Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo. Tomo XVIIII. Antecedentes, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1969, 16176-16178). Todos ellos dirigen su respuesta a Saavedra.
542 Néstor Cremonte insiste en varias partes de su trabajo en corregir la repetida idea de que el redactor principal o editor de Gazeta… fue Mariano Moreno, tradición historiográfica iniciada por una “parte interesada”, Manuel Moreno, su hermano y biógrafo. Afirma, por ejemplo: “… el biógrafo Manuel Moreno publicó en homenaje a su hermano atribuyéndole hazañas que no realizó, palabras que no pronunció y escritos que no redactó, pero que casi todo el mundo tomó por ciertas […] Una es la que afirma que Moreno ejerció el unicato de la Gazeta de Buenos Ayres…” (Cremonte, op. cit., 103). El pertinente señalamiento de Cremonte permite por cierto evitar un lugar común historiográfico repetido acríticamente, pero conviene tampoco exagerar el peso que Alberti tuvo y explorar, como haremos unas páginas más adelante, la labor de Mariano Moreno en la Gazeta…, si no primer editor, el autor más importante de los que allí publicaron durante 1810. Cualquiera sea el caso, el responsable último del periódico no fue tal o cual letrado, sino la Junta como tal, y así fue leído.
543 Un caso intermedio podría ser la “Carta escrita de Potosí á el Presidente de la Junta” publicada el 6 de septiembre (Gazeta I, 217-221), una crónica con cierto contenido teórico firmada por “Antonio Aristogitón”, “Potosí y Julio 1°”. Ya Antonio Zinny, en 1875, atribuía el texto a Moreno, sin muchas razones más que cierto estilo (Antonio Zinny, Bibliografía histórica de las provincias del Río de la Plata, Buenos Aires, Imprenta Americana, 1875, 10). Recientemente, sobre la base de algunas fuentes posibles del texto, Agustín Mackinlay, trabajando con metodologías de las humanidades digitales, ha realizado la misma atribución, pero sin ser concluyente. El error de Mackinlay es lo que Quentin Skinner llama “mitología del localismo”: “… el peligro de que el historiador haga un mal uso de su perspectiva privilegiada al describir la referencia aparente de algún enunciado determinado […] un argumento de una obra puede recordarle un argumento similar de una obra anterior…” (Quentin Skinner, “Significado y comprensión en la historia de las ideas”, Prismas 4, 2000, 149-191, 167). El razonamiento de Mackinlay es que, dado que Antonio Aristogitón exhibe algunas lecturas que también Moreno muestra en algunos de sus textos, se trataría de la misma persona. Ver Agustín Mackinlay, “Antonio Aristhogiton”, Blog Contrapesos, 2014, fecha de consulta 1/2/2017.
544 Gazeta I, 73.
545 Como señala Álvaro Kaempfer en un artículo sobre la Gazeta… y la Aurora de Chile (1812), “… esta invitación al público no implica atribuirle ni adjudicarle protagonismo político alguno ya que los lectores, al menos en las presentaciones, son una muda virtualidad para aquello que se destila, transparente y bien intencionado, en las esferas oficiales. El propósito es preservar su tranquilidad y es bajo esta perspectiva que se definen invitaciones y se acotan los niveles de participación” ( “Periodismo, orden y cotidanidad”, Revista Iberoamericana LXXII: 214, 2006, 125-138, 113).
546 Christopher Conway, “Letras combatientes: Género epistolar y modernidad en la Gaceta de Caracas, 1808-1822”, Revista Iberoamericana LXXII: 214, 2006, 77-91, 82.
547 Las comillas aquí se imponen por lo impreciso de la instancia estatal en el período, cuando la soberanía está en disputa y parece no hallar sujeto, es decir, cuando es difícil precisar si tal o cual institución representa efectivamente alguna soberanía y, en consecuencia, puede denominarse “Estado”, puesto que en realidad son varias las que compiten entre sí: la Junta de Sevilla, la Junta de León, el Consejo de Regencia, José Bonaparte, las Cortes de Cádiz, el virrey, la Real Audiencia, la Junta de Buenos Aires, el Cabildo, etc.
548 Gazeta I, 11.
549 Gazeta extraordinaria del 9 de julio de 1810, 12.
550 Gazeta extraordinaria del 9 de julio de 1810, 15-16.
551 Como señala Pierre Rosanvallon, entendido así, el fenómeno totalitario no es un opuesto del ideal democrático, sino que es “una especie de realización negativa”. “En efecto -escribe el politólogo francés-, se puede analizar el fantasma activo de un poder que absorba totalmente a la sociedad -que es lo que caracteriza al totalitarismo- como una exacerbación utópica del principio representativo, que en un mismo movimiento pretende construir artificialmente una sociedad perfectamente legible en su unidad y un poder con el que se supone que está totalmente identificada, tratando de resolver en su origen el hecho mismo de la separación entre lo social y lo político” (Rosanvallon, op. cit., 62-63).
552 Cremonte plantea una idea similar, aunque relaciona la tarea de la Gazeta… con el ficcional Plan de operaciones atribuido a Moreno: “[la] decisión de la Junta retrotrajo al periódico menos a un funcionamiento ligado a la prensa liberal, que a la vieja prensa de las monarquías absolutas del siglo XVII fundamentada en la monopolización y control de primicias, tratados políticos y temas militares en un marco de notorio ocultamiento y distorsión planificada” (Cremonte, op. cit., 25).
553 Genèvieve Verdo, “El escándalo de la risa, o las paradojas de la opinón en el período de la emancipación rioplatense”, Guerra y Lampérière, op. cit., 225-240, 235-236.
554 Ibid., 236.
555 Galván Moreno, por ejemplo, anota: “La libertad de pensar, de hablar y de escribir surgió con la revolución como surge de la entraña hirviente de la tierra la lava con que el volcán desahoga sus estremecimientos. La Gaceta de Buenos-Ayres, desde cuyas páginas el numen inspirado de Moreno echó la simiente de la libertad, tal como su videncia genial la concebía…” (Galván Moreno, op. cit., 88). Formalmente, la libertad de imprenta solo sería reconocida el 20 de abril de 1811, en un decreto de la Junta Superior de Gobierno (la llamada “Junta Grande”). Según Noemí Goldman, el reglamento era una “copia textual del promulgado por las Cortes de Cádiz del 10 de noviembre de 1910” (Noemí Goldman, “Libertad de imprenta, opinión pública y debate constitucional en el Río de la Plata (1810- 1827)”, Prismas 4, 2000, 9-20, 10). Ver “Reglamento”, Gazeta extraordinaria, 22 de abril de 1811.
556 Gazeta I, 29-30.
557 Gazeta I, 31. Como también señala Verdo: “… el individuo no tiene sino un estatuto muy ambiguo desde el punto de vista de la opinión. Se le toma en cuenta sólo cuando comparte la opinión oficial: constituye entonces el modelo de patriota […]. Pero en caso contrario, es considerado miembro de una facción: todo sucede entonces como si no pudiera existir por sí solo” (op. cit., 237).
558 La propia Gazeta… narra los hechos. El 26 de mayo, por la insistencia de la Junta y contactos privados, uno de los fiscales, de apellido Caspe, prestó juramento protestando “… que las Reales Audiencias nunca habian acostumbrado jurar”, prevención a la que agregó el gesto de mondarse los dientes con un palillo mientras se llevaba a cabo la ceremonia. Los miembros de la Junta vieron en ello una ofensa directa y, finalmente, el 28 de mayo se presentó el oidor Manuel Reyes, quien repitió el insulto, “… y á falta de palito con que escarbarse los dientes, lo verificó en las uñas, procurando aumentar el desprecio de la Junta con una accion tan indecente y extraña en hombres de aquel rango” (Gazeta extraordinaria del 23 de junio de 1810, 7). Las tensiones se acumularon y el 10 de junio “una numerosa partida de pueblo” atacó al fiscal Caspe, “dándole una formidable palisa” (11). Como, según el manifiesto de la Junta firmado por Saavedra y Moreno, “la publicidad de estos sentimientos aumentaba cada dia la irritacion popular” (12), “el riesgo no daba treguas, y no presentandose otro modo de precaverlo, se decretó la remision de aquellos Ministros ante la representacion Soberana de nuestro Monarca” (13). Cremonte establece un contrapunto entre esa versión y la de los oidores, el virrey Cisneros y el registro del acta del Cabildo, señalando cómo el relato de la Gazeta… exagera el enfrentamiento de los oidores, así como el entusiasmo de la multitud; si bien las tres fuentes citadas mencionan el juramento “bajo protesta” de los oidores, lo comparan con el que realizan en semejantes condiciones otros cuerpos como el Tribunal de Cuentas y los ministros de la Real Hacienda. En particular, la anécdota de mondarse los dientes parece ser inventada por el redactor de la publicación oficial. Ver Cremonte, op. cit., 265-269. Sobre los conflictos entre la Audiencia y la Junta (que terminaría reemplazando a todos los miembros de la primera), ver Magdalena Candiotti, Ley, justicia y revolución en Buenos Aires, 1810-1830. Una historia política, tesis de doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2010, 46-50.
559 Gazeta extraordinaria 23 de junio de 1810, 1.
560 Según Néstor Cremonte, “… en los últimos siete meses de 1810 fueron recopiladas, según el Registro Nacional, doscientas dos resoluciones, órdenes, notas, proclamas, circulares, etc. emanadas de la Junta (de las cuales solo 33 se publicaron en la G [azeta de] B [uenos] A [ayres]” (op. cit., 104-105).
561 Gazeta extraordinaria del sábado 11 de agosto de 1810, 1. Ya he citado la caracterización de Guerra sobre la “sed de noticias” desatada en todo el mundo hispano a partir de 1808. Ver la nota 528.
562 Gazeta I, 213.
563 Joëlle Chassin, “Poder y prácticas epistolares en el Perú de principios del siglo XIX”, Erika Pani y Alicia Salmerón (eds.), Conceptualizar lo que se ve. François-Xavier Guerra, historiador, México, Instituto Mora, 2004, 153-181.
564 Gazeta extraordinaria del 15 de octubre de 1810, 5-6. Dos meses antes, el 11 de agosto, desde las páginas del Correo de Comercio, Belgrano presentaba una idea similar, que suponía la obligación del gobierno de uniformar la opinión (mentada como “voluntad general”): con la instrucción pública “… se extienden y se comunican las luces de los hombres estudiosos y sabios á los que no lo son, los quales con mas facilidad y menos trabajo aprenden lo que otros han inventando, han pensado ó han leido. Con ella se disipan los errores que en la primera educacion, ó en alguna mala escuela, ó en los perversos libros que en España por desgracia han cundido tanto, se pueden haber tomado […] y asi se establece una voluntad general que hace una fuerza equivalente á la de muchos exércitos” (Correo de Comercio I, 22, 175-176).
565 Los artículos salen en los números 5, 6, 7, 8, 9, 10, 12, 13, 14, 17, 20 de la Gazeta…, así como los extraordinarios del 21 de agosto, 17 de septiembre y 2 de octubre.
566 Respecto de las “salidas” posibles a la crisis monárquica, ver Halperin Donghi, Tradición política española…, 127-154.
567 Una excepción importante a esta distinción entre un primer momento (junio-septiembre) de reproducción de textos europeos y un segundo (octubre-diciembre) de inclusión de textos originales son las “Reflexiones sobre una Proclama publicada en la Corte del Brasil”, luego continuadas con el título “Continuan las reflexiones sobre la proclama del Marqués de Casa Irujo”, atribuidas a Moreno, que salen en julio y agosto (Gazeta I 101-108, 121-126 y 141- 145). Carozzi señala: “… la Gaceta es en este año sólo un periódico político pedagógico dedicado a la ‘guerra propagandística’, que Moreno intenta sin embargo presentar como construcción democrática de aquella opinión” (op. cit., 67).
568 Recordemos que la invitación de Moreno a Funes para que escribiese en la Gazeta… es del 27 de octubre. Ya en la edición del 13 de septiembre aparece un texto doctrinario sin firma, detrás del cual se puede adivinar la pluma del secretario de la Junta, titulado “Educación” (I, 234-236), en el que se dispone el establecimiento de la Biblioteca Pública de Buenos Aires (volveremos sobre este artículo). La primera mención (y casi única) de Mariano Moreno como editor de la publicación es, justamente, el texto firmado por “Un ciudadano” (Funes) publicado en la Gazeta extraordinaria del 20 de noviembre.
569 Como ya he señalado, Néstor Cremonte es el más vehemente -y casi único- defensor de la idea de que el responsable de la Gazeta… durante 1810 fue Alberti, por cierto con buenos argumentos. Entre ellos, cita al menos dos contemporáneos (Ignacio Núñez y Gervasio Posadas) que en sus memorias sostienen que la muerte por causas naturales del presbítero en los primeros días de enero de 1811 se debió a un enfrentamiento muy amargo con el deán Funes por el control del periódico (Cremonte, op. cit., 106n). Recordemos que solo en diciembre de 1810 Funes se suma a la Junta de gobierno (que poco después empezará a llamarse “Junta Grande”, a medida que otros diputados del interior se van sumando) y redacta la Gazeta… en su primer número de enero de 1811. Si hemos de creerles a Núñez y a Posadas, mal podría haberse enfrentado Funes con Alberti por el control de la publicación si no era este quien estaba a cargo.
570 Tal vez por el apuro con que fue confeccionada, esa extraordinaria tiene dos errores notorios: los número de página van de la 45 a la 48 (recordemos que lo habitual era que las ordinarias se numerasen siguiendo la lógica del tomo y las extraordinarias comenzando en 1) y el bando de la Junta, firmado por todos los miembros de la nueva composición, está en blanco en el espacio destinado al día del mes, de modo que al pie se lee: “Buenos Ayres de diciembre de 1810” (Gazeta extraordinaria del 26 de diciembre de 1810, 46). La renuncia de Moreno no fue aceptada, por eso su firma también figura, pero en la misma reunión pidió y se le otorgó su nombramiento diplomático en Europa.
571 El enfrentamiento entre un “moderado” o “conservador” Saavedra y un “radical” o “extremista” Moreno ha sido bastante exagerado por la historiografía posterior, siguiendo las líneas marcadas por una temprana operación política que convirtió al secretario de la Junta en símbolo de una postura revolucionaria independentista y total. En efecto, en 1811 y 1812, de la mano de Manuel Moreno (hermano de Mariano) y, sobre todo, de Bernardo de Monteagudo, tiene lugar la construcción de Mariano Moreno como referente ideológico del llamado “grupo morenista”, que va a hallar su forma institucional en la Sociedad Patriótica. En todo caso, la disidencia mayor del presidente y el secretario de la Junta tuvo lugar por la incorporación de los diputados del interior a ese órgano de gobierno.
572 Gazeta extraordinaria del 15 de octubre de 1810, 6.
573 Gazeta I, 261.
574 Ídem.
575 Ver “Documento 178”, Registro oficial de la República Argentina que comprende los documentos espedidos desde 1810 hasta 1873, Buenos Aires, La República, t. I, 87.
576 Sobre el concepto de “unanimidad religiosa” o “régimen de cristiandad”, ver Di Stefano y Zanatta, op. cit., 15-16; y Jaime Peire, El taller de los espejos, Buenos Aires, Claridad, 2000.
577 Registro oficial…, t. I, 87.
578 Toda la Gazeta… está marcada por la urgencia y la necesidad desde el comienzo. Apenas dos días después del primer número, el sábado 9 de junio sale la primera Gazeta extraordinaria, e inmediatamente después un Suplemento a la Gazeta Extraordinaria de Buenos-Ayres del Sábado 9 de Júnio de 1810 en el que se señala: “La necesidad de instruir al público sobre los sucesos mas importantes, apenas nos dexa tiempo para coordinar las noticias, y reducirlas á la Gazeta, de que no debieran separarse”.
579 Cremonte, op. cit., 34.
580 Recordemos que, según las listas con las que contamos, de las 291 y 273 suscripciones para el primer y segundo tomo del Telégrafo Mercantil…, 20 y 21 suscripciones correspondían al Real Consulado respectivamente, en una tácita “subvención” del emprendimiento. Enfrentado a las dificultades ya reseñadas en el capítulo 1, el 10 de junio de 1802 Cabello había dirigido un pedido infructuoso al Secretario de Estado y del Despacho Universal de Hacienda de Indias para que ordenase la suscripción a “todos los consulados de esa Península y puertos habilitados de América” (citado en Martini, Francisco Antonio Cabello y Mesa, 231).
581 Las ideas de “igualdad” y “libertad” en el discurso de Mariano Moreno (es decir, en algunos artículos de la Gazeta… y en los documentos de la Primera Junta) han sido analizadas en Goldman, El discurso como objeto de la historia.
582 La suerte de Moreno en la historiografía argentina, como la de tantos otros personajes históricos, ha dependido bastante de las simpatías políticas del analista. El término “jacobino” se ha usado aun recientemente para indicar la radicalidad de su apuesta revolucionaria (Noemí Goldman, Historia y Lenguaje. Los discursos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Editores de América Latina, 2000; Carozzi, op. cit.), pese a que ya su hermano y biógrafo Manuel había rechazado explícitamente el mote por su “odioso carácter”: “No ès extraño, puès, que los Enemigos de la libertad de la America se hayan empeñado en sacar Jacobinos à los Abogados distinguidos de los derechos del Nuevo Mundo” (Manuel Moreno, Vida, y memorias del Dr. D. Mariano Moreno, Londres, Imprenta J. McCreery, 1812, 252). Como señala Goldman, “… la imputación de jacobino en el Río de la Plata constituyó ante todo una etiqueta denigratoria […]. Moreno fue acusado de jacobino por su temperamento político enérgico, su ferviente prédica igualitaria, el firme control que mantiene sobre todas las acciones de la Primera Junta y las medidas de terror en contra de los enemigos del régimen…” (Goldman, Historia y Lenguaje, 32). Desde ya, la negación del jacobinismo o radicalidad del secretario de la Junta varía de acuerdo a cómo el historiador valora el fenómeno revolucionario en su conjunto, sea atribuyendo a Moreno una continuidad firme con el derecho español (Guillermo Furlong, “Francisco Suárez fue el filósofo de la Revolución argentina de 1810”, Atilio Dell’Oro Maini y otros, Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez, Buenos Aires, Instituto Vitoria-Kraft, 1959, 75-112), sea valorándolo como un revolucionario liberal (Ricardo Levene, Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, Buenos Aires, Editorial Científica y Literaria Argentina, 1925; y Las ideas políticas y sociales de Mariano Moreno, Buenos Aires, Emecé-Colección Buen Aire, 1948), sea, en fin, convirtiendo el insulto en elogio desde una tradición de izquierda (José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas. Libro 1. La Revolución, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos, 1918; Boleslao Lewin, “El pensamiento democrático y la pasión igualitaria de Mariano Moreno”, Anuario del Instituto de Historia de la Universidad Nacional de Rosario, 1961, 13-68).
583 Ver Mariano Moreno, “Sobre el servicio personal de los indios en general y sobre el particular de yanaconas y mitaxios”, Selección de escritos, Buenos Aires, Consejo Deliberante, 1961; y “Representación a nombre del apoderado de los hacendados de las campañas del Río de la Plata dirigida al excmo. Señor Virrey don Baltasar Hidalgo de Cisneros en el expediente promovido sobre proporcionar ingresos al erario por medio de un franco comercio con la nación inglesa”, Escritos políticos y económicos, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1915, 111- 179.
584 José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1981, 74.
585 Fabio Wasserman, “Revolución”, Noemí Goldman (ed.), Lenguaje y revolución. Conceptos políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850, Buenos Aires, Prometeo, 2008, 159-174, 159.
586 Carozzi, op. cit., 71.
587 Wasserman, op. cit., 160-161.
588 Semanario, “Prospecto”, viii.
589 Mariano Moreno, “[E] l editor, a los habitantes de esta América”, Juan Jacobo Rousseau, Del contrato social, Buenos Aires, Real Imprenta de los Niños Expósitos, 1810, s/p [3].
590 Gazeta extraordinaria del 20 de noviembre de 1810, 1.
591 Explica Marcela Ternavasio: “… si bien no puso en juego la legitimidad monárquica, sí se cuestionó la de las autoridades metropolitanas que venían a reemplazarlo [al rey]. La formación de la Junta provisional implicó la creación de un gobierno autónomo, que procuró erigirse en autoridad suprema de todo el Virreinato. […] En el acta confeccionada por el Cabildo el 25 de mayo, la Junta asumió las atribuciones correspondientes a un virrey – gobierno, hacienda y guerra–, pero quedó limitada por la Real Audiencia, que absorbió la causa de la justicia, y por el Cabildo de la capital, que se reservó las atribuciones de vigilar a los miembros de la Junta […] y de dar conformidad a la imposición de nuevas contribuciones y gravámenes” (Historia de la Argentina. 1806-1852, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2013, 69-70)
592 La historiografía tradicional elabora la idea de la estratégica “máscara de Fernando” que habría ocultado las verdaderas intenciones de los hombres de Mayo tras la “fórmula jurídica” de la retroversión de la soberanía al pueblo por la prisión del monarca. Ver Bartolomé Mitre, Comprobaciones históricas, Buenos Aires, Librería de la Facultad-Biblioteca Argentina, 1916, vol. II, 168-185; y Levene, Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo…, 99-100.
593 Gazeta I, 103.
594 Gazeta I, 298-299, destacados míos.
595 Wasserman, op. cit., 160.
596 Ternavasio, op. cit., 77.
597 Nuevamente, calificar a lo que luego se llamó “partido saavedrista” como conservador es al menos engañoso, pues no implica que sus miembros estuviesen en contra del cambio o procurasen una vuelta atrás y someterse a la metrópoli, sino más bien que concebían un camino prudente para el nuevo orden que no pusiese distancia con las otras ciudades del virreinato, cuyos habitantes, con los de Montevideo como ejemplo palmario, sospechaban que detrás de la pasión libertaria de porteños como Moreno se escondían las viejas ambiciones políticas de control absoluto de todo el virreinato que la capital austral albergaba desde antes de serlo.
598 Según Nora Souto, quien ha estudiado los textos de Moreno y Funes en la Gazeta… en relación con el concepto de soberanía, ambos publicistas coinciden en los puntos centrales. Escribe la historiadora: “Hay acuerdo respecto de quiénes componen el congreso -los representantes de las provincias-, cuál es su objeto -constituyente- y en consecuencia, qué tipo de representación revisten sus integrantes -extraordinaria-; los argumentos, por otra parte, presentan sólo ligeras variantes” (Nora Souto, La forma de unidad en el Río de la Plata. Soberanía y poder constituyente, 1808-1827, tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2017, 120). La diferencia central está en quién convoca al congreso: la Junta, para Moreno; “las provincias”, para Funes revestidas así de la condición de “personajes morales”. Ver en particular 111-124.
599 Casi un siglo después, Norberto Piñeiro (y veinte años más tarde Ricardo Rojas) van a publicar los cinco artículos separados como un único largo trabajo llamado “Sobre la misión del congreso”. Ver Norberto Piñeiro (ed.), Escritos de Mariano Moreno, Buenos Aires, Imprenta de P. Coni e Hijos, 1896; y Ricardo Rojas (ed.), Doctrina democrática de Mariano Moreno, Buenos Aires, La Facultad, 1915. La fuerte intervención editorial sobre los textos originales será criticada con agudeza por Paul Groussac, por hacer de Mariano Moreno un doctrinario más que un escritor de la coyuntura. Ver Paul Groussac, “Escritos de Mariano Moreno”, La Biblioteca 1, 1896, 121-160. La tradición historiográfica, sin embargo, continuó más bien la línea de Piñeiro/Rojas; sostengo aquí la posibilidad de leer el conjunto como un solo largo texto programático, pero, como se verá, es necesario prestar atención al contexto preciso de cada una de las cinco entregas.
600 Gazeta extraordinaria del 15 de octubre de 1810, 6.
601 Escribe al respecto Esteban de Gori: “… fue capaz de componer, en momentos de fuertes polémicas y disputas por el poder, un lenguaje que pudo contorsionar y resignificar imaginarios y vocabularios tomados de las perspectivas y culturas políticas pactistas, constitucionalistas y republicanas clásicas. Pero, a su vez, esa compleja discursividad recaló en el realismo político que toda experiencia supone para conservar y mantener el poder. Un realismo que tanto se sirvió del decisionismo como de ciertos modus borbónicos para organizar el poder.” (de Gori, op. cit., 214).
602 Las lecturas de Moreno, sin dejar de ser adelantadas y perspicaces para la época, son menos completas que las de Belgrano, Vieytes o Funes. Según describe con sarcasmo Paul Groussac, “la pobre librería de Moreno se encuentra en la Biblioteca Nacional y, reunida, no llenaría ni uno de sus armarios”; “estaba imbuido en algunos escritores del XVIII, especialmente filósofos y enciclopedistas; á éstos los sabía de memoria, puede decirse; en tanto que parece ignorar á los demás…” ( “Escritos de Mariano Moreno”, 139-141). Y cierra lapidario: su “admiración tan exagerada por el declamador Raynal –ese reflejo y suplefaltas de Diderot, – no menos que por otros comparsas de la Enciclopedia, unida por otra parte, al olvido completo de Montesquieu y Voltaire” muestran la deficiente formación del secretario de la Junta (ibid., 143-144).
603 Groussac señala copias precisas del Contrato social de Rousseau, la Histoire philosophique de Raynal y L’Étude de l’histoire y Droits et Devoirs du Citoyen (ibid., 142). Noemí Goldman ha identificado otros pasajes de Rousseau parafraseados o simplemente traducidos en el discurso de Moreno. Ver Goldman, “El discurso como objeto de la historia”, 157-180. Daisy Rípodas Ardanaz analiza los pasajes copiados de Valentín Foronda ( “Foronda como fuente del artículo de Moreno sobre la libertad de escribir”, Revista del Instituto de Historia del Derecho 13, 1962, 128-137). Carozzi identifica repeticiones sin mencionar de fragmentos de Raynal, Volney, Mably, Filangieri y Helvecio (op. cit.).
604 Groussac, “Escritos de Mariano Moreno”, 141-142.
605 Groussac agrega un breve post-scriptum sobre la edición de Ricardo Rojas de los escritos de Moreno al trabajo ya citado cuando lo reedita en 1924, en el marco del libro Crítica literaria. Rojas había titulado su compilación Doctrina democrática de Mariano Moreno y Groussac, además de aclarar que la suya era la peor de todas las ediciones, censura el título y escribe “… el título sencillo de Escritos [como la compilación de Piñeiro] no podía satisfacer a un cultor del floripondio (aunque nada de ‘doctrinal’ y menos de ‘democrático’ tengan aquellos artículos sueltos…” (Paul Groussac, Crítica literaria, Buenos Aires, Jesús Menéndez e Hijo, 1924, 277).
606 Gazeta extraordinaria del 6 de noviembre de 1810, 6.
607 Gazeta extraordinaria del 13 de noviembre de 1810, 3-4.
608 Además de haber estudiado derecho, Moreno ejerció la abogacía libremente y trabajó como relator de la Real Audiencia, primero suplente desde 1806, y luego titular desde 1809. Como letrado representó a los miembros del Cabildo que participaron de la asonada del 1ro de enero de 1809 contra el virrey Liniers y el mismo año presentó la célebre “Representación de los hacendados”. De esa práctica en la representación de opiniones particulares Moreno trae las habilidades para proponerse representar la opinión pública, es decir, común.
609 Gazeta I, 341.
610 Ibid., 343 y 342, respectivamente.
611 Ibid., 342.
612 Ibid., 343.
613 Ibid., 344. Según Antonio Annino, el privilegio de los peninsulares en los puestos de la burocracia virreinal, a veces señalada como una de las causas de los movimientos revolucionarios, fue una política enmarcada en las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII, de modo que “la generación de la independencia pudo así construir una imagen histórica del gobierno despótico español a lo largo de tres siglos…”, pero “… hasta Carlos III los criollos tenían más poder que los peninsulares” (Antonio Annino, “El paradigma y la disputa. Notas para una genealogía de la cuestión liberal en México y América hispánica”, foroiberoideas.cervantesvirtual.com, 2006, s/p).
614 Gazeta I, 344-345.
615 Ibid., 345.
616 Silvana Carozzi, utilizando una expresión de Ernest Cassirer, escribe: “Creemos que, no teniendo muy en claro las decisiones sobre el régimen de gobierno en el que preferirán desembocar después de la crisis de la monarquía, [los revolucionarios] se arrojan a una prédica pública instalando el ‘pathos de la virtud’, es decir, con los ideologemas provenientes del arsenal de la república clásica (estoico-ciceroniana) sobre todo en lo referido a la construcción de los valores ciudadanos…” (op. cit., 66).
617 Goldman escribe: “Nos encontramos en presencia de una concepción no legalista de la Constitución” (El discurso como objeto de la historia, 161).
618 Gazeta extraordinaria del 6 de noviembre de 1810, 2.
619 Para entonces, el término refiere a dos conceptos distintos, de modo que muchos discursos políticos aprovechan la ambigüedad para desplazarse de uno a otro según su conveniencia. Por un lado, “constitución” es, como la conocemos hoy, un texto legal básico en una entidad política determinada, un punto de partida sobre el cual se erigen otras leyes y normas que rigen la vida en común. Pero este sentido del término, llamado “constitución formal” por la teoría política, es muy reciente: solo con el Congreso Continental de las colonias inglesas en América del Norte empiezan a redactarse las constituciones de los estados que luego formarán Estados Unidos. La idea de un documento escrito que explícitamente defina los consensos fundantes de una sociedad política es radicalmente nueva. De hecho, se contrapone al concepto tradicional de opinión pública, ella misma equivalente al conjunto de esos consensos y dotada de autoevidencia: ¿qué sentido tendría discutir, aprobar y poner por escrito aquello que se concibe como sabido por todos?
Por otro lado, a veces adjetivada como “antigua constitución”, “constitución histórica”, “constitución fáctica” o “constitución consuetudinaria”, el término puede referir a un vago cuerpo normativo disperso y hábitos sociales consolidados, acumulados a lo largo del tiempo, que también alojan los consensos básicos de una sociedad, pero sin ninguna sistematicidad. Así como el ejemplo más acabado del concepto moderno de constitución es el estadounidense, el concepto tradicional puede verse reflejado en la historia inglesa, cuyo “documento fundante”, la Magna Charta, es poco más que una lista de privilegios de la nobleza. La acumulación de diferentes normas constituye una especie de “piso” legal difícilmente conmovible y, en ese sentido, termina cumpliendo la misma función de “ley fundamental”. Demás está decir que, frente a la ausencia de un texto acordado, las discusiones políticas van a cuestionar, justamente, cuáles son las normas incluidas en ese conjunto y cuáles no. Pero, por otro lado, la existencia de un texto explícito no impide recurrir a elementos de la “antigua Constitución”, como ocurre aún hoy con los fueros regionales en España o con el concepto no normado de rule of law en Estados Unidos.
620 Gazeta extraordinaria del 6 de noviembre de 1810, 2-3.
621 Ver. Scavino, op. cit.
622 Gazeta extraordinaria del 6 de noviembre de 1810, 3.
623 Silvana Carozzi, en su muy perspicaz análisis del discurso “jacobino” porteño, sin embargo vuelve a veces a la actitud de “perdonar” los deslices antiliberales de Moreno (en una típica concreción de la “mitología de la coherencia” y de la “mitología del localismo” que se definen en Skinner, op. cit.): “Más allá de la tan mentada permanencia en Moreno de un lenguaje corporativo tradicional, que no cede tan fácilmente el paso a conceptos tales como el de los derechos de los individuos […] es probable que el Secretario (y los morenistas en general) resulten oscilantes en ciertas referencias conceptuales y prefieran a veces comenzar con la igualdad de derechos (igualdad en la libertad) de los antiguos sujetos colectivos que son los pueblos, por su eficacia como motor de la revolución” (Carozzi, op. cit., 68).
624 Gazeta extraordinaria del 6 de noviembre de 1810, 3-4.
625 Se trata, en los términos de Pierre Rosanvallon, de “… un equívoco sobre el sujeto mismo de esta democracia, pues el pueblo no existe sino a través de representaciones aproximativas y sucesivas de sí mismo. El pueblo es un amo indisociablemente imperioso e inapresable. Es un ‘nosotros’ o un ‘se’ [on en francés] cuya figuración está siempre en disputa. Su definición constituye un problema al mismo tiempo que un desafío” (Rosanvallon, op. cit., 23). En última instancia, la pregunta sobre la legitimidad de un pueblo como tal, es decir, qué tipo de grupo humano constituye un pueblo (y en consecuencia, en el discurso político moderno, tiene derecho a la autodeterminación), es insoluble, y por eso en términos históricos la afirmación de tal carácter solo tiene lugar a partir de una afirmación de fuerza.
626 Gazeta extraordinaria del 13 de noviembre de 1810, 1.
627 Sobre la neoescolástica y su influencia en la Revolución de Mayo, ver el clásico trabajo de Halperin Donghi, Tradición política española…; y también Furlong, “Francisco Suárez fue el filósofo de la Revolución de argentina de 1810”. Según de Gori, la concepción contractualista de Moreno, deudora de los planteos de la neoescolástica de Francisco Suárez y Francisco de Vitoria (la llamada “Escuela de Salamanca”), le llega también por influencia de pensadores del derecho natural centroeuropeos como Emer de Vattel, Hugo Grocio y Samuel Pufendorf (de Gori, op. cit., 217-218).
628 Gazeta extraordinaria del 13 de noviembre de 1810, 1, destacados míos.
629 Ibid., 6.
630 Ibid., 7. Elías Palti habla de una vacatio regis (ausencia del rey) que permite develar la vacatio legis (ausencia de todo orden legal): “La vacatio regis en América desnudaba así otra vacancia más fundamental, la vacatio legis. Aquí, pues, no se trataría tan sólo de establecer una nueva autoridad que llenara el lugar vacante del soberano, sino que habría que crear una legitimidad inexistente, constituir el orden político. Todo su discurso se encuentra impregnado de un sentido de refundación radical” (Palti, op. cit., 128, destacados en el original).
631 Moreno reitera la idea en las primeras páginas del ensayo que estamos analizando: “… el bien general será siempre el único objeto de nuestros desvelos, y la opinion pública el órgano, por donde conozcamos el mérito de nuestros procedimientos” (Gazeta I, 341).
632 Gazeta extraordinaria del 13 de noviembre de 1810, 6.
633 Según el historiador Antonio Annino, en este ensayo de Moreno se halla el mejor ejemplo de un concepto de nacionalidad moderno, pues postula la existencia de un pueblo frente a la agregación de pueblos a la que se convoca al congreso ( “Soberanías en lucha”, Antonio Annino y et al., De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza, Ibercaja, 1994, 249). La operación del letrado porteño es bastante menos clara, de todos modos, dado que hay una ambivalencia permanente entre el plural indefinido (en el que cada “pueblo” parece igualarse al sujeto del derecho del Antiguo Régimen castellano, las ciudades, que efectivamente fueron las convocadas al congreso) y un pueblo “nacional” a constituir y constituyente a la vez.
634 Gazeta extraordinaria del 13 de noviembre de 1810, 9.
635 Gazeta I, 376.
636 Ibid., 377.
637 de Gori, op. cit., 192.
638 Idem, 193.
639 Sabemos que ese congreso finalmente no se formará, ni dictará una constitución su sucesora, la Asamblea General Constituyente de 1813, sino que habrá que esperar el Congreso que, reunido en Tucumán en 1816 y trasladado a Buenos Aires al año siguiente, dictará una constitución en 1819 que nunca llegará a entrar en plena vigencia.
640 Escribe Moreno: “ ¿Pretenderia el Rey, que continuasemos en nuestra antigua constitucion? Le responderiamos justamente, que no conocemos ninguna […] ¿Aspiraría el Rey, á que viviesemos en la misma miseria que ántes, y que continuasemos formando un grupo de hombres, á quien un virey puede decir impunemente, que han sido destinados por la naturaleza para vegetar en la obscuridad y abatimiento? El cuerpo de dos millones de hombres debería responderle: ¡hombre imprudente! ¿qué descubres en tu persona que te haga superior á las nuestras? ¿Quál sería tu imperio, si no te lo hubiesemos dado nosotros? ¿Acaso hemos depositado en ti nuestros poderes, para que los emplees en nuestra desgracia? Tenias obligacion de formar tú mismo nuestra felicidad…” (Gazeta I, 378). Insiste con los mismos argumentos en su imaginaria interpelación: no existe una constitución, el poder viene del pueblo, la felicidad es el objetivo del gobierno. Pero también subraya el carácter imaginario de una interpelación tal, dado que “nuestro amado Monarca […] que en los pocos instantes que permaneció en el trono, no descubrió otros deseos que los de la felicidad de su pueblo […] recibirá el mayor placer por una obra, que debe sacar á los pueblos del letargo en que yacian enervados…” (ibid., 379).
641 Ibid., 421.
642 Ibid., 422.
643 Idem.
644 Siguiendo los planteos de Reinhart Koselleck, el concepto de opinión pública en el Río de la Plata, como los conceptos políticos fundamentales que él estudia en la Alemania de 1750- 1850, se ve sometido a un proceso de democratización y politización. Ver Reinhart Koselleck, “Un texto fundamental de Reinhart Koselleck: la Introducción al Diccionario histórico de conceptos político-sociales básicos en lengua alemana, seguida del prólogo al séptimo volumen de dicha obra”, Revista Anthropos 223, 2009, 92-105.
645 La cita es de Tácito, Historiae I y refiere más al tiempo biológico del historiador, que imagina su vejez como una época en la que podrá escribir sin limitaciones, que a un período particular de la historia: “Y si tengo vida, guardo, como más fértil y segura materia para mi vejez, el Principado del divo Nerva, y el Imperio de Trajano; tiempos de rara felicidad, en los cuales es lícito entender las cosas como se quiere, y decirlas como se entendiere” (Cayo Cornelio Tácito, Las obras de Cayo Cornelio Tácito, t. III, Las historias, Madrid, Imprenta Real, 1894, 2-3). La cita es muy común en el siglo XVIII y aparece ya reinterpretada en términos históricos, como la usa David Hume en el subtítulo de su Tratado sobre la naturaleza humana (1739) y Gaetano Filangieri en La ciencia de la legislación (1780-1790), probable fuente de Moreno según Groussac ( “Escritos de Mariano Moreno”, 142). Groussac supone que Moreno fue el responsable único de la creación de la Gazeta…, pero en todo caso la referencia a la obra de Filangieri es muy pertinente pues, como lo demuestran los textos de Belgrano, Vieytes y Moreno, el autor napolitano era una lectura frecuente entre los letrados rioplatenses.
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