La argumentación en el discurso autobiográfico de carácter político: el caso de las autobiografías políticas de Jorge Semprún
p. 227-239
Texte intégral
1Este trabajo se inserta en el marco de estudio de la argumentación en los discursos políticos y mediáticos, en concreto en el tema de la comunicación política a través de un género ambivalente por su carácter a la vez historiográfico y literario: la autobiografía política. Nuestro objetivo es destacar la capacidad del género autobiográfico como transmisor de mensajes políticos superando el carácter retrospectivo e introspectivo que tradicionalmente se le ha asignado al género desde que fuese primeramente estudiado con un acercamiento historiográfico (Misch, 1907) y planteándolo como un género de carácter también plenamente proyectivo y político. Para entender la complejidad del género desde este punto de vista, utilizaremos como objeto de estudio las dos autobiografías políticas de Jorge Semprún, Autobiografía de Federico Sánchez (Semprún, 1977) y Federico Sánchez se despide de ustedes (Semprún, 1993), muy representativas en este sentido.
2Antes de elaborar la perspectiva epistemológica que ejemplificaremos con dichas obras del antiguo ministro español de Cultura, aclaremos que no seguimos el concepto formal de “argumentación” basado en las teorías de Anscombre y Ducrot en L’Argumentation dans la langue (1983), que sirvieron de base para la escuela de Ginebra1. Desde la perspectiva que esta escuela llama lógica, argumentar es básicamente dar razones a favor de una conclusión, por lo que esta escuela centra su trabajo en el estudio de los principios que rigen la estructura lingüística y los encadenamientos argumentativos de los enunciados. Nosotros, por el contrario, nos situamos aquí en una perspectiva retórica, según la cual la argumentación es el conjunto de estrategias que organizan el discurso persuasivo. Esta perspectiva nos permitirá además considerar la argumentación como el elemento retórico necesario para reconocer si un relato retrospectivo en prosa de contenido e interés político es una autobiografía política o unas memorias políticas.
3Decimos “relato retrospectivo en prosa” retomando la definición de obra autobiográfica que se ha convertido en la referencia de partida para los estudiosos del género desde que en 1973 Philippe Lejeune la enunciara de la siguiente manera, corrigiendo levemente una primera definición en 1971: “Relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad” (Lejeune, 1973: 50)2. A partir de esta definición necesaria, según Lejeune, para atribuir pragmáticamente a una obra la cualidad de autobiografía, el propio autor se basaba en la última parte de su definición para distinguir la autobiografía de las memorias: las memorias tienen un interés fundamentalmente social; la autobiografía, fundamentalmente personal, referido a la persona del autor, a “su vida individual”3. La presencia del adverbio es a su vez fundamental para entender que “se trata de una cuestión de proporción” y que, por ello, “hay zonas naturales de transición con los géneros de la literatura íntima” (Lejeune, 1973: 51), entre los que están las memorias.
4Se ha inferido de esta definición, como han hecho autores como Karl Weintraub (1975), que en unas memorias se asume que el autor fue testigo de una serie de acontecimientos dignos de ser contados porque tienen interés sociohistórico, mientras que en una autobiografía se asume que el autor fue responsable de la mayoría de los hechos que cuenta. Sin embargo, el uso popular y el uso editorial tienden a clasificar los relatos retrospectivos de los políticos en el género de las memorias, pues se les supone automáticamente más interés social e histórico que personal. Ahora bien, si el autor de una autobiografía es un político, es fácil de entender que el lector pueda asumir que su relato tenga también un interés socio-histórico. Así, la definición de Lejeune no podía resolver uno de los problemas que su base planteaba: el interés de una autobiografía también puede ser “fundamentalmente” social.
5 ¿Cómo establecer entonces una frontera teórica entre la autobiografía y las memorias? La pregunta puede plantearse no solamente en el terreno de las obras de carácter político, sino también en general. Desde nuestro punto de vista, para responder a esta cuestión resulta esencial recurrir a la noción de argumentación en sentido retórico. Nuestra tesis puede resumirse así: lo que distingue a la autobiografía de las memorias no es el alcance del interés pragmático del relato (el hecho de que sea más personal o más social), sino la estructuración argumentativa del mismo, dado que unas memorias no siguen un plan argumentativo encaminado a transmitir al lector mensajes añadidos o complementarios de los que se encuentran en la linealidad del texto, mientras que una autobiografía, por el contrario, implica una elaboración argumental particular que permite al autor significar más de lo que dice textualmente.
6Entiéndase que no queremos con ello decir que en el género de las memorias no haya lugar para la libertad interpretativa del lector o para la riqueza connotativa del texto, que es inherente a todo uso del lenguaje. Queremos decir que procede hablar de autobiografía política para la obra en la que el autor ordena sus materiales (dispositio) y los elabora lingüísticamente (elocutio) de tal manera que su relato premeditadamente cumple esa doble función histórica y proyectiva. Tampoco le estaría vedado a las memorias incluir ciertos pasajes de proyección o de reflexión sobre el futuro. Siempre se trata de una cuestión de grado y las obras a caballo entre los dos terrenos teóricos existen, pero ello no debería impedirnos considerar el criterio de clasificación de referencia que consiste en ver las memorias como un género cuyo modo de enunciación es básicamente expositivo, y la autobiografía como un género a la vez expositivo y (en virtud de un uso más retórico del lenguaje, más “literario”) proyectivo.
7Cabría preguntarse, pues, si la noción de argumentación no debería incluirse sencillamente en la definición teórica de la autobiografía, de cualquier tipo de autobiografía. Nuestra opinión es que sí. Aunque Lejeune no se refiera explícitamente a ella en su definición, tampoco dice nada que la excluya. En el caso de la autobiografía política, la dimensión retórica es de carácter fundamentalmente autojustificativo: el autor no solamente quiere recordar o informar de un estado de cosas en las que estuvo implicado, sino que además trata de justificar implícitamente su actuación, habitualmente para exculparse, menos frecuentemente para inculparse, pero la posibilidad de ambas finalidades implica necesariamente la intención autojustificativa. No queremos con ello decir, una vez más, que las memorias no sean capaces de incluir expresiones de justificación por parte del autor, pero, si las hay, esas expresiones estarán fundamentalmente expuestas de manera directa, mientras que en una autobiografía estarán subsumidas en el mecanismo argumentativo dispuesto por el autor: el autor de una autobiografía puede que se justifique en ocasiones abiertamente sobre ciertos aspectos, pero en su relato habrá también autojustificaciones implícitas cuya intención es que le lleguen al lector de manera más “segura”, precisamente por ser realizadas indirectamente, “sin que se dé cuenta”, mediante un proceso de deducciones, asimilaciones e implicaciones que puede alcanzar un grado muy elevado de complejidad (de retoricidad), ya que, como decíamos, la comparación entre obras concretas siempre mostrará diferencias de grado, y señalar la obra en particular que pueda marcar el límite entre la autobiografía y las memorias será siempre tarea difícil de consensuar4 o dependerá de la apreciación de cada estudioso en particular.
8Llamar la atención sobre este matiz nos parece tanto más fundamental cuanto que la noción de argumentación no suele entrar en las definiciones de lo que es una autobiografía. Sin embargo, a casi nadie le parecería extraño que se afirmara que la autobiografía es una forma de “tejné o ‘arte’ de la persuasión”, una de sus formas genéricas (Pozuelo, 1988: 145)5, ya que el autobiógrafo pretende que creamos que lo que nos cuenta sucedió realmente. De lo contrario, pensaríamos que se trata de una ficción o, como suele decirse de los casos a medio camino entre ambas, de una autoficción (Lejeune, 1986: 135).
9De modo que lo propio de la autobiografía política no es el hecho de que en ella el autor argumente y que en otro tipo de autobiografías se cuente sin argumentar, sino que en la autobiografía política la eficacia del pacto autobiográfico reposa ante todo en la c (u) alidad de la argumentación. En este sentido, una autobiografía política puede estar “mal escrita” o no muy bien escrita (su elocutio puede ser aparentemente descuidada o ser demasiado familiar, como en el caso de las autobiografías del hermano menor de Jorge Semprún: Carlos Semprún), pero no por ello dejará de ser una autobiografía política si su argumentación está bien construida y es capaz de convencernos de lo que el autor se propone de manera abierta y de manera encubierta. De hecho, el descuido aparente del estilo puede ser también una estrategia del autor para lograr mayor credibilidad, renunciando implícitamente a un tipo de discurso embellecido o literario que puede ser considerado como artificioso y, por tanto, poco convincente. A este respecto, el ejemplo de Carlos Semprún nos parece, de nuevo, paradigmático (Céspedes, 2011).
10 La dimensión autojustificativa implícita (superpuesta a la posible autojustificación explícita) debe formar parte, pues, del horizonte de expectativa de la autobiografía política. Ello explica el hecho de que algunos autores que no utilizan fórmulas o expresiones de justificación para explicar por qué hicieron lo que hicieron no es suficiente para desviar al lector de su búsqueda de significado en las intenciones autojustificativas del autor, en quien se presupone la voluntad de dar una imagen positiva de sí. Tal voluntad es inherente al horizonte de expectativa del género desde su nacimiento como vehículo de expresión personal de la burguesía, como manera “personal” de expresión de hechos que afectan al individuo como miembro de la sociedad, una manera unilateral, sin interacciones externas, evitándose así el enfrentamiento dialéctico o el diálogo con una instancia capaz de debatir o rebatir lo que se dice en una interacción espontánea.
11Por lo tanto, el autor de una autobiografía de tipo político debe crear una capacidad de discurso particularmente centrada en la capacidad para convencer de lo que va a decir, de modo que al pacto autobiográfico (Miraux, 1996: 20) convencional de una autobiografía (que suele fijarse en el paratexto del libro) el autobiógrafo político tiene que añadir una estrategia comunicativa textual capaz no solamente de convencer al lector de la veracidad de lo que cuenta (como en cualquier autobiografía, lo que Lejeune llama el pacto referencial), sino también de satisfacer la dimensión autojustificativa subsumida que el lector no tiene por qué percibir conscientemente si el autor la ha desarrollado implícitamente. Es en este aspecto en el que la figura de Jorge Semprún como autobiógrafo político me parece especialmente significativa6.
12Semprún adopta en sus dos autobiografías políticas anteriormente mencionadas (escritas ambas en español) una vieja estrategia con una importante variante. La estrategia no es otra que la que Rousseau criticaba ya en Montaigne: el abuso que éste realizaba a su entender de la técnica consistente sencillamente en empezar por criticarse a sí mismo para crear la capacidad de discurso que le permita al autor ser creíble cuando éste después critique a los demás. Dice Rousseau en sus Confesiones:
Je ne sais par quelle fantaisie Rey me pressait depuis longtemps d’écrire les mémoires de ma vie. Quoiqu’ils ne fussent pas jusqu’alors fort intéressants par les faits, je sentis qu’ils pouvaient le devenir par la franchise que j’étais capable d’y mettre, et je résolus d’en faire un ouvrage unique par une véracité sans exemple, afin qu’au moins une fois on pût voir un homme tel qu’il était en dedans. J’avais toujours ri de la fausse naïveté de Montaigne qui, faisant semblant d’avouer ses défauts, a grand soin de ne s’en donner que d’aimables; tandis que je sentais, moi qui me suis cru toujours, et qui me crois encore, à tout prendre, le meilleur des hommes, qu’il n’y a pas d’intérieur humain, si pur qu’il puisse être, qui ne recèle quelque vice odieux (Rousseau, 1789: 297)7.
13La idea de criticarse a sí mismo ( “amablemente” como Montaigne o “duramente” como Rousseau) existía, pues, ya como estrategia discursiva desde los orígenes del género autobiográfico moderno, lo que no impide que Rousseau la utilice también retóricamente, es decir, no con total sinceridad, ya que sus editores señalan en sus obras manipulaciones interesadas8 y en algunas ocasiones falsedades9 referentes a aspectos que importaban particularmente al autor, quien no temía denigrarse en otros aspectos que le importaban menos o que necesitaba sacrificar para crear esa capacidad de discurso.
14Al estilo de Rousseau, Semprún, consciente de que en su época ya no es suficiente con criticarse ligeramente o solamente al principio de una obra, exagera su autocrítica para luego presentarse como inocente de cargos que se le suponen implícitamente desde el horizonte de lectura de sus obras autobiográficas, un horizonte en el que el lector que se interesa por él sabe de antemano que una de las cosas que lógicamente va a tratar de justificar es su militancia en el PCE en su época estalinista, ya que Semprún formó parte oficialmente del PCE desde 1950 y antes había formado parte del PCF, habiendo gozado durante su reclusión en el campo de concentración de Buchenwald10 de la protección de la organización comunista que regía el campo internamente. En Autobiografía de Federico Sánchez, Semprún se critica el hecho de haber profesado el culto de Stalin, lo que demuestra reproduciendo poemas de elogio a éste y a Pasionaria, la secretaria general del PCE de la época, incluido un poema elegíaco a Stalin (Semprún, 1977: 128). Hecho esto, Semprún considera cubierta su tarea autocrítica, que le granjea supuestamente la confianza del lector, y pasa seguidamente a la cuestión que realmente le interesa, que es la de no pasar a la historia como un criminal o cómplice de los crímenes del estalinismo, algunos de los cuales recuerda en el ámbito español, atribuyendo su responsabilidad directamente a los dirigentes del partido con los que trabajaba. Semprún recupera la historia de esos casos (Céspedes, 2008)11 y precisa las fechas de su incorporación al equipo directivo del PCE en el exilio (el Comité Ejecutivo) para decidir por sí mismo, como si fuera a la vez juez y parte, su grado de responsabilidad en los crímenes cometidos en una época en la que formaba ya parte del partido pero sin ser todavía dirigente. Es curioso que en 1977 Semprún reconociese cierto grado de culpabilidad en sus propias responsabilidades pero que en 1980, en su obra concentracionaria Aquel domingo, no estuviese ya dispuesto a ello. Sin embargo, en 1977, decía hablando consigo mismo a través de la figura de la sermocinatio que emplea a menudo en Autobiografía de Federico Sánchez:
Tú no fuiste, sin duda, miembro del grupo dirigente del PCE en aquellos años terribles. Pero ello no te exime de una cierta responsabilidad, aunque sólo sea pasiva: tampoco te opusiste nunca, en tu célula de barrio, a esas campañas de falsificación histórica y de calumnias personales. [...] En esa reunión se os leyó el largo y farragoso comunicado del Buró Político sobre el caso de Comorera. Y aprobaste esa resolución del grupo dirigente del PCE, como todos los demás camaradas, sin tener elementos de juicio que permitieran una opinión personal. Sencillamente por deseo cuasi religioso de identificación. Por pereza mental. Por una concepción aberrante de los fenómenos de la lucha de clases (Semprún, 1977: 111).
15Sin embargo, en 1980, en Aquel domingo, mostrándose también muy preocupado por la posibilidad de haberse visto envuelto en los crímenes estalinistas como miembro de la cúpula del PCE ( “precisamente por ser uno un dirigente comunista, por disponer de un ápice, aunque sólo fuese un ápice, de poder absoluto”, Semprún, 1980: 135), se exculpa totalmente:
16 ¿Había sangre en mi memoria? Los días que siguieron a mi lectura del relato de Solyenitsin12 los consagré a una exploración de mi memoria. [...] No había sangre en mi memoria (Semprún, 1980: 134).
17Dando por hecho que el PCE tenía crímenes a sus espaldas, Semprún se limita a mencionar el caso del conflicto contra el POUM durante la Guerra Civil para afirmar que por sólo algunos años se libró de estar implicado en asesinatos como el de Trilla, dando con ello a entender que el PCE no habría vuelto a estar relacionado con desapariciones políticas en los años en que Semprún formó parte activa de él:
Con cinco o diez años más, quizá hubiera tenido en la memoria la sangre del POUM, la sangre de Gabriel León Trilla, la sangre de revolucionarios inocentes. ¿Podría jurar lo contrario? (Semprún, 1980: 135).
18En otras palabras, Semprún considera que cuando no estaba en la cúpula del PCE tenía cierta responsabilidad, pero considera que ya no tenía ninguna cuando sí estaba, es decir, a partir de 1952 (cuando se convirtió en miembro permanente del partido) y al más alto nivel a partir de 1956 (cuando entró a formar parte del Comité Ejecutivo del partido). A nuestro parecer, en este claro ejemplo de la manera en que Semprún argumenta su discurso autobiográfico, el autor va demasiado lejos y no “habría debido” concluir él mismo en Aquel domingo que él no era responsable de ningún crimen, ya que es una deducción que el lector debería hacer personalmente para que tuviera mayor eficacia perlocutiva. El hecho de decírsela a sí mismo como si fuese su propio juez favorece una interpretación que debería ser del lector, pero, como no lo es, éste ha de sospechar que Semprún está queriendo zanjar un asunto que precisamente por ello quizá no esté tan zanjado o quizá simplemente constate que este asunto le preocupa tanto al autor que actúa como juez despreciando la capacidad de deducción que sí presupone en el lector para otras cosas.
19Otra estrategia de argumentación es la que distingue su primera autobiografía política, Autobiografía de Federico Sánchez, de la segunda, Federico Sánchez se despide de ustedes. En la obra de 1977 Semprún cita y se refiere a mucha documentación oficial del partido que corrobora lo que dice, según su propia interpretación (Semprún, 1977: 205), lo que contrasta ya con sus obras autobiográficas concentracionarias, que se caracterizan por la escasa información precisa que ofrecen y por los pocos datos y fechas en que se sitúa la acción. En Autobiografía de Federico Sánchez, en la que la dimensión autojustificativa es mayor y la literaria menor, Semprún siente la necesidad de recurrir a la documentación como referente objetivo de lo que dice. Sin embargo, en Federico Sánchez se despide de ustedes, la obra en la que se centra en su experiencia como ministro de Cultura de 1988 a 1991, el autor, sin renunciar del todo a la documentación oficial que obra en su poder13, pasado ya el ecuador de su relato, parece cansarse de lo laborioso que resulta tener que justificar todo lo que dice con datos y entonces lo hace apelando sencillamente a la confianza del lector, que cree que tiene ya ganada. Para demostrárselo a sí mismo, lo apela directamente con la intención de reforzar su autoridad narrativa, al no ser ya presentada como dependiente de documentos sino como plenamente autosuficiente:
Habrá que confiar en mi palabra. [...] Todo el mundo sabe que pueden fabricarse a posteriori transcripciones que parezcan estenográficas de los hechos y dichos ocurridos: los novelistas conocen este ardid (Semprún, 1993: 235-236).
20Esta cita constituye un buen ejemplo del giro que puede adoptar la argumentación en autobiografía, pero que no es posible para todo autobiógrafo sino sólo para los que tienen el respaldo público y la talla intelectual de Semprún, quien se atreve a apelar a este tipo de argumento desde la convicción de que su figura está ya consagrada en 1993, mientras que no lo estaba en absoluto en 1977, al menos en España, cuando apenas acababa de confirmar públicamente que el militante clandestino que usaba el alias de Federico Sánchez era Jorge Semprún, nieto de Antonio Maura, antiguo presidente del gobierno en la época de Alfonso XIII. Este caso pone de manifiesto que, cuando el autobiógrafo sabe que su figura pública o su ideología son reconocidas por un buen número de lectores, el autor sabe también que su obra, al margen de cómo esté escrita, va a ser bien recibida por unos y duramente criticada por otros, documente o no sus afirmaciones, y ello puede, sin duda, hacerle preferir prescindir de la pesada tarea de justificarse con documentos que un autobiógrafo político con menos respaldo o en una situación más delicada tiene que saber insertar. Aun así, es significativo el hecho de que Semprún adopte esta actitud tan tarde en el relato, lo que hace de Federico Sánchez se despide de ustedes una obra especial en la extensa obra autobiográfica de Semprún, porque en ella se salta normas que parecen elementales: ni justifica debidamente sus afirmaciones, ni escribe con un plan estrictamente preconcebido (que, si existía, no mantuvo hasta el final al adoptar la postura del “Habrá que confiar en mi palabra”), ni confía en la capacidad del lector para sacar sus propias conclusiones por miedo a que no sean coincidentes con las suyas. Desde nuestro punto de vista, no se trata exactamente de que Semprún se diese cuenta al redactar esta obra de que se había convertido en una autoridad moral para los españoles: es más bien que con este giro asume esa autoridad moral que le ha costado el puesto de ministro, ya que su cese fue la consecuencia lógica de sus cada vez mayores críticas al ejecutivo de Felipe González, en especial al vicepresidente del gobierno Alfonso Guerra.
21Si la calidad de la argumentación es diferente en sus dos autobiografías políticas, lo importante es señalar que la diferencia depende de la evolución en Semprún de su propia percepción como figura pública y moral, de modo en que Federico Sánchez se despide de ustedes, Semprún considera implícitamente que su autoridad moral es ya un arma más poderosa para convencer a los lectores que la elaboración de la justificación más ordenada y documentada que demostró en Autobiografía de Federico Sánchez. A primera vista, puede parecer que la calidad de la argumentación es mejor en esta obra que en la de 1993, pero lo cierto es que la estrategia argumentativa en la que se basa Federico Sánchez se despide de ustedes se sitúa a otro nivel: el nivel en que el rechazo de la argumentación textual se convierte en el principal argumento de la eficacia pragmática de la obra.
22Fijémonos a este respecto en la concepción del modo de enunciación de cada obra y veremos que ambas tienen también un objetivo común a pesar de las diferencias formales. En Autobiografía de Federico Sánchez el narrador autobiográfico decide dirigirse a sí mismo en muchas ocasiones a través de la segunda persona del singular para entablar un diálogo asimétrico en el que Semprún-narrador elogia la memoria de Sánchez-personaje.
Te asombras una vez más de cómo funciona la memoria de los comunistas. La desmemoria, mejor dicho. Te asombra una vez más comprobar qué selectiva es la memoria de los comunistas. Se acuerdan de ciertas cosas y otras las olvidan. Otras las expulsan de su memoria. La memoria de los comunistas es, en realidad, una desmemoria, no consiste en recordar el pasado, sino en censurarlo. La memoria de los dirigentes comunistas funciona pragmáticamente, de acuerdo con los intereses y los objetivos políticos del momento. No es una memoria histórica, testimonial, es una memoria ideológica. [...] Y ahora que te has desahogado y sosegado, vuelves a tu memoria de esos años, una memoria de la que nadie será expulsado, en que todos tienen cabida, los tontos y los listos, los valientes y los cobardes, los que respetas y los que desprecias, los célebres y los anónimos: los camaradas todos que han hecho el partido tal y como es y que muy a menudo el partido ha deshecho... (Semprún, 1977: 213).
23En Federico Sánchez se despide de ustedes la figura del narratario queda abierta, imprecisa, por lo que parece que el lector puede identificarse con él, pero las aseveraciones del narrador sobre cómo hay que entender lo que cuenta pretenden incapacitar implícitamente al lector en el ejercicio de su derecho a la libertad interpretativa. No queremos decir que el lector pierda efectivamente su capacidad interpretativa, sino que el trabajo del narrador pretende minimizar la capacidad hermenéutica del lector. En ambas obras, pues, se pretende “excluir” al lector sin que se pueda decir que el autor lo haga directamente, “realmente”.
24La “autosuficiencia” de Federico Sánchez se despide de ustedes es también mayor que la de la obra de 1977 porque en ésta Semprún perseguía implícitamente un objetivo político determinado: reclamar que su autor merecía jugar un papel político en una Transición de la que se veía excluido, a diferencia de sus antiguos camaradas de partido, quienes, como Santiago Carrillo o Dolores Ibárruri, estaban ocupando escaños en el Congreso. Sin embargo, Federico Sánchez se despide de ustedes carece de objetivo político inmediato, a menos que consideremos como objetivo político el hecho de justificar la política que mantuvo como ministro. Semprún siente la necesidad tras su salida del gobierno de presentar un balance de su mandato al frente del ministerio de Cultura que resalte lo positivo de su actuación y borre el sentimiento de fracaso extendido por una parte de la prensa y por el sector “guerrista” del gobierno, que le criticaron el daño interno que hizo al ejecutivo con sus críticas. Semprún reconoce que tal fue la razón por la que González le pidió que dejara su puesto: el hecho de que necesitaba mantener al gobierno unido frente a los escándalos de corrupción que iban desprestigiándolo. Semprún necesitaba escribir su versión de su balance de manera que demostrase que sus críticas eran, en realidad, necesarias para el buen gobierno del país. Así, el objetivo implícito de Federico Sánchez se despide de ustedes, en cuyo título puede apreciarse la falta de objetivo político inmediato, es mostrar a su autor como una necesaria víctima propiciatoria que, sacrificando su cargo, demuestra que Alfonso Guerra debía dejar el gobierno, algo que Semprún presenta como el mejor resultado de su actuación.
Lo más importante a poner en mi haber desborda ampliamente el marco del Ministerio de Cultura. Lo más importante era haberle puesto un cascabel político a Alfonso Guerra, haber denunciado la cultura arrogante y arcaica de aparato que él encarnaba mejor que nadie. Pero que cualquier otro hubiese podido encarnar, en otras circunstancias. Y es la cultura de aparato lo que hay que combatir, lo que hay que reformar permanentemente, con o sin Guerra (Semprún, 1993: 315).14
25De este modo, no hay en Federico Sánchez se despide de ustedes ninguna muestra de arrepentimiento, a diferencia de Autobiografía de Federico Sánchez, en la que el autor se arrepiente de su pasado estalinista, aunque no lo considere tan grave como para llamarlo propiamente “estalinista” y prefiera el adjetivo más suave de “estalinizado”, acompañando en concreto al adjetivo sustantivado “intelectual” (que prefiere claramente a “responsable” o “dirigente”, sobre todo): “Yo he sido un intelectual estalinizado. Hay que saber lo que he sido y tengo que explicar por qué lo he sido” (Semprún, 1977: 17). En Federico Sánchez se despide de ustedes Semprún renuncia a la técnica del arrepentimiento previo a las críticas, y lo hace transgrediendo el horizonte de expectativa del género una vez que ha demostrado en otras obras que lo conoce y sabe lo que el lector espera de él. Así, puede permitirse dar este paso adelante que podríamos llamar salto mortal. Con o sin red es algo que pueden decidir los lectores, puesto que muchos pueden desaprobar el rechazo de la documentación, pero para Semprún su red sería, sin duda, la reputación que sabe que se ha ganado entre buena parte de la opinión pública gracias a sus múltiples compromisos personales por la democracia y a una obra literaria que ya era muy extensa antes de la obra de 1993 y en la que creía haberse forjado una imagen de demócrata insobornable a la que recurre en Federico Sánchez se despide de ustedes como aval.
Bibliographie
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Bibliografía
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Notes de bas de page
1 Dos obras representativas de esta escuela elaboradas en los años ochenta son: E. Roulet y otros, L’Articulation du discours français contemporain y J. Moeschler, Argumentation et Conversation. Éléments pour une analyse pragmatique du discours.
2 En la primera versión de la definición de Lejeune aparecía “alguien” en lugar de “una persona real” (Lejeune, 1971: 10).
3 En las ‘memorias’, el hecho externo se traduce en experiencia consciente, la mirada del escritor se dirige más hacia el ámbito de los hechos externos que al de los interiores” (Weintraub, 1975: 19).
4 En este sentido, el ejemplo de Carlos Semprún Maura, hermano menor de Jorge Semprún, también sería muy significativo, especialmente su trilogía autobiográfica Franco est mort dans son lit, El exilio fue una fiesta y A orillas del Sena, un español... Dada la “poca” relevancia, el poco “protagonismo” de Carlos en política (comparado, al menos, con el de Jorge), estaríamos tentados de considerar estas obras como memorias. Sin embargo, su interés político es tal que incluso pueden ayudar a entender pasajes que en las propias autobiografías de su hermano permanecen oscuros o se ven desde un ángulo muy diferente.
5 Mientras que para Aristóteles la Retórica es el arte de lo verosímil (Pozuelo, 1988: 149), para Quintiliano la Retórica persigue una finalidad persuasivo-emotiva, como dice en Institutio Oratoria (IV, II, 20-21): “Porque no mira únicamente la narración a enterar al juez sino mucho más a que sienta como queremos y así, aunque no haya que informarle sino sólo mover en él algún afecto, contaremos la cosa para prepararle...” (citado por Pozuelo, 1988: 151).
6 La faceta de Semprún como autobiógrafo político tiene intenciones diferentes de las de su faceta como autobiógrafo concentracionario, como se dice en francés, es decir, como testigo de los campos de concentración nazis, en particular del de Buchenwald, al que Semprún dedicó cinco obras escritas en francés que no son análogas a sus autobiografías políticas españolas porque en aquéllas Semprún mezcló voluntariamente recuerdos y elementos inventados, cosa que no sucede (de manera declarada por parte del autor) en sus autobiografías políticas.
7 Citado por J.-P. Miraux (1996: 50-51).
8 Puede tomarse como ejemplo la visita de Rousseau al padre Pontverre, que Catherine Bouttier-Couqueberg considera como intencionada, mientras que Rousseau la presenta como azarosa (Rousseau, 1782: 81, nota 1).
9 Puede tomarse como ejemplo el comentario de Catherine Bouttier-Couqueberg acerca del supuesto desconocimiento de Rousseau de las intenciones del padre Pontverre, que Catherine Bouttier-Couqueberg no duda en calificar como una “mentira patente” (Rousseau, 1782: 82, nota 1).
10 Semprún estuvo en el campo de concentración de Buchenwald en concreto del 29 de enero de 1944 al 11 de abril de 1945, día de la liberación oficial del campo por tropas estadounidenses. El autor explicó su trabajo en el campo de concentración (diferente del de un deportado común) en Viviré con su nombre, morirá con el mío (Semprún, 2001).
11 Entre los casos que Semprún recuerda, destacan los de Joan Comorera (dirigente del PSUC), León Gabriel Trilla (asesinado por los comunistas por colaborar con un dirigente, Jesús Monzón, partidario de la colaboración con otras fuerzas para oponerse conjuntamente al régimen de Franco), Laszlo Rajk (antiguo brigadista húngaro que llegaría a ser ministro del Interior tras la Segunda Guerra Mundial, acusado de ser agente de Trotsky en el proceso de Budapest y ejecutado), Joseph Frank (enjuiciado en el proceso Slansky y ejecutado), Eugen Fried (asesinado en su casa en 1943 por los comunistas, según Semprún, y no por la policía alemana, como se suele decir), y el propio Trotsky, pues, como dice nuestro autor: “Al asesinar a Trotsky [...], Stalin no sólo asesinaba a un adversario político peligroso. Asesinaba también la memoria de la revolución” (Semprún, 1977: 174).
12 Se refiere al libro de Alexander Solyenitsin Un día en la vida de Iván Denisovich.
13 Aparecen, por ejemplo, referencias a las grabaciones de las sesiones del Congreso (Semprún, 1993: 298) o la transcripción de una carta personal de Felipe González a Semprún de agosto de 1990 (Semprún, 1993: 267) en la que el presidente del gobierno le indicaba que debería abandonar su puesto en la siguiente remodelación ministerial.
14 No es nuestro objetivo en este trabajo, pero los comentarios de Guerra a las críticas de Semprún pueden leerse en su autobiografía Dejando atrás los vientos (2006: 322).
Auteur
Université d’Artois
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